Comiença el primero libro del Relox de Príncipes, compuesto por el Muy Reverendo y Magnífico Señor don Antonio de Guevara, Obispo de Guadix, Predicador y Coronista del Emperador y Rey don Carlos, Quinto deste nombre, a cuya Imperial Celsitud se dirige la presente obra, y tráctase en este primero libro quánta excelencia es en el príncipe ser buen christiano y quántos males se siguen de ser tyrano.
Capítulo primero
Del linage y nascimiento del Emperador Marco Aurelio, y pone el auctor en el principio del libro tres capítulos, en los quales se trata el discurso de su vida, porque con sus epístolas y doctrina se aprueva todo lo más de la presente obra.
En el año de la fundación de Roma de seyscientos y noventa y cinco, en la Olimpiada clxiii, muerto el Emperador Antonio Pío, siendo cónsul Fulvio Catón y Gneo Patroclo, en el alto Capitolio, a quatro días del mes de octubre, a pedimiento de todo el Pueblo Romano y consentimiento de todo el Sacro Senado, fue declarado por emperador universal de toda la monarchía romana Marco Aurelio Antonio. Este excelente varón fue natural de Roma, nascido en el monte Celio. E nasció en las seys kalendas de mayo, que son, según el cuento de los latinos, a xxvi días andados del mes de abril. Su abuelo se llamó Annio Vero y fue hecho patricio en tiempo de los emperadores Tito y Vespasiano. Su visabuelo también se llamó Annio Vero, el qual nasció en España ex Sucubitano municipio, quando andavan muy encendidas las guerras de César y Pompeyo, en cuyos tiempos muchos de España se fueron a Roma y muchos de Roma se quedaron en España. Y, assí, este Emperador tuvo el visabuelo Romano y la visabuela española. Su padre se llamó Annio Vero, assí como el abuelo y el visabuelo, por cuya ocasión muchas vezes los hystoriadores le llaman Marco Antonio Vero. Verdad es que Adriano el Emperador siempre le llamava Marco Veríssimo, porque en él jamás se halló mentira ni faltó verdad. Estos Annios Veros, según dize Julio Capitolino, era un linaje en [64] Roma que se jactavan descender de Numa Pompilio y de Quinto Curcio, el famoso romano, el qual por librar de peligro a Roma y a su persona dar perpetua memoria, spontáneamente se precipitó en el lago Curcio, que en aquellos tiempos fue visto. La madre de este Emperador se llamó Domicia Clavila. Según cuenta Cina en los libros que hizo de los linages de Roma, el linage destos Clavilos era tenido en mucho en aquellos tiempos, a causa que se jactavan descender de Camilo, aquel famoso y muy venturoso capitán romano que libertó a Roma quando por los gallos estava tomada y el Capitolio cercado. Los hombres que descendían deste linage llamávanse Camilos por memoria de Camilo, y las mugeres del mismo linage llamávanse Clavilas por memoria de una hija de Camilo que uvo nombre Clavila. Esta Clavila no se quiso casar y metióse a vivir entre las vírgines vestales, do hizo por largos tiempos muy larga y muy estrecha vida, y fue tan única romana que en tiempo de Severo Emperador de Roma era en reliquias tenida su vida, en la qual estava escripto este epitaphio que dezía: «Aquí yaze Clavila, única hija de Camilo, la qual quiso más ser casta y estar quarenta y seys años encerrada, que no ser libre y casarse con el rey de Trinacria. Injustamente comen los gusanos su cuerpo después de muerta, pues su cuerpo fue limpio siendo viva.» Estava este epigrama en metro eroyco y en la lengua griega por muy alto estilo puesto. Prosiguiendo, pues, nuestra hystoria, es de saber que los romanos tenían una ley en las Doze Tablas cuyas palabras eran éstas: «Ordenamos y mandamos que todos los romanos en aquel lugar para siempre tengan algún particular privilegio, en el qual lugar sus antepassados al Pueblo Romano hizieron algún gran servicio, porque es muy justo que allí do el ciudadano aventuró la vida, allí la ciudad le dé la honrra.» Por virtud desta ley, todos los descendientes del linage de Camilo tenían siempre la tenencia del alto Capitolio, a causa que por su esfuerço y industria quitó a los gallos del cerco. No es oculto, por cierto, que otras cosas yguales y mayores que no ésta uviesse hecho el buen capitán Camillo, pero por aver esto hecho dentro del ámbito de Roma fue en más que todas sus hazañas estimada, en lo qual no estavan lexos de la [65] razón los romanos, porque entre todas las virtudes heroycas, aquélla se tiene por más suprema que en provecho de la república fue empleada. Nunca acaban de llorar los historiadores romanos cómo la variedad de los tiempos, la muchedumbre de los tyranos, el bullicio de las guerras ceviles fue ocasión de venir en total perdición la antigua policía de Roma y en su lugar entroduzirse una nueva y no buena manera de vida. Y desto no se deve ninguno maravillar, porque en todos los reynos y naciones acontece que con la mudança de nuevos señores luego se engendran en los pueblos vicios estraños. Dize Pulión que por varios casos en que se viesse la república, ni por muchas calamidades que pasasse Roma, jamás esta libertad que tenían los del linage de Camillo les fue quitada, es a saber: del alto Capitolio ellos tener la tenencia, excepto en los tiempos del cónsul Silla do fue este linage muy perseguido no más de porque ellos seguían la parcialidad del cónsul Mario. Muerto Silla el cruel, como prevaleciesse el piadoso Julio César, todos los desterrados de Roma fueron tornados a la república. Quanto a lo que toca a los padres de Marco Aurelio Emperador, qué aya sido la condición, estado, pobreza, riqueza, favores, disfavores, prosperidades o adversidades que ayan tenido, no lo hallamos en las escripturas, aunque con toda diligencia han sido buscadas, y la causa desto era que los coronistas romanos callavan las vidas de los padres de los emperadores, mayormente quando los hazían monarchas más por el merecimiento que tenían los hijos que por la auctoridad que eredaron de sus padres. Dize Julio Capitolino que Annio Vero, su padre de Marco, fue en Rodas pretor de los exércitos y también fue capitán en otras fronteras, conviene a saber: en tiempo de los emperadores Trajano el bueno, Adriano el sabio y Antonio el piadoso, los quales emperadores no cometían sus exércitos sino a hombres muy virtuosos; porque los príncipes cuerdos siempre eligen capitanes que con cordura goviernen la guerra y con esfuerço den la batalla. Los romanos, aunque tenían extravagantes guerras, siempre tenían en quatro partes del mundo muy grandes guarniciones, conviene a saber: en Bizancio, que agora es Constantinopla, por resistir a los [66] partos; y en Gades, que agora se llama Cáliz, por amor de los lusitanos; y en la ribera del Ródano, que agora se llama el río Rin, por amor de los germanos; y en los Colosos, que agora se llama Rodas, por sojuzgar a los bárbaros. En el mes de Jano, al qual los latinos llaman enero, quando en Roma se repartían los oficios por el Senado, proveýdo el dictador semestre y los dos cónsules annuales, luego en el tercero lugar se proveýan los quatro más famosos varones para guardar aquellas quatro muy peligrosas fronteras. Como los romanos no temían infierno, ni esperavan en el cielo gloria, todo su fin era buscar ocasiones para dexar de sí alguna memoria, y aquel romano era tenido por más esforçado y del Senado era más favorecido al qual cometían la guerra más cruda y más peligrosa; porque su competencia no era sobre alcançar oficios para ganar dineros, sino sobre que les diessen fronteras para destruyr enemigos. En quánto eran tenidas aquellas quatro fronteras podémoslo conocer en que todos los valerosos romanos fallamos alguna parte de su mocedad aver estado capitanes fronteros en aquellas fronteras, hasta que para otras mayores cosas de allí fueron sacados; porque en aquellos tiempos no avía palabra más injuriosa en Roma que era dezir a otro ciudadano: «Andad, que vos no os avéys criado en la guerra.» Y porque provemos esto por exemplo, es de saber que el gran Pompeyo invernó con los bizancios, el dichoso Scipión con los colosenses, el animoso Julio César con los gaditanos y el muy estimado Mario con los ródanos; y no sólo estuvieron estos quatro en estas quatro fronteras siendo moços, pero aun allí hizieron tales y tan grandes hechos, que su memoria duró allí por largos tiempos. Esto emos dicho para provar que, pues Annio Vero, padre de Marco el Emperador, hallamos aver sido uno de los capitanes de aquellas quatro fronteras, que devía ser en Roma una de las personas muy esforçadas y señaladas; porque según dixo Scipión a Masimissa, su amigo, estando en África: «Impossible es que en capitán romano falte cordura o ventura, porque éstos son hados con que nacen los hijos de Roma.» No tenemos por auténticas historias dónde, quándo, cómo, en qué tierras, con qué personas este buen Emperador aya [67] expendido el tiempo de su mocedad, y la causa desto es que los graves historiadores romanos no tenían por costumbre escrevir las cosas que hizieron sus príncipes antes que fuessen príncipes, sino sólo de aquellos moços que dende moços tuvieron muy altos los pensamientos. Y a mi parecer es assí muy bien hecho, porque mayor gloria merece el que alcança el imperio por cordura que no el que lo uvo por erencia, con tal que no aya avido tyranía. Suetonio Tranquillo, libro i De Cesaribus, cuenta por estenso las hazañas y temerarios casos que hizo Julio César siendo moço, y quán sin pensamiento estavan todos que él avía de alcançar el Imperio, y aun también lo escriven para que noten los príncipes cómo a Julio César le sobró manera para alcançar la monarchía, y cómo le faltó prudencia para sostenerse en ella. Escrivió un philósopho desde Roma una carta a Phálaris, el tyrano, el qual estava en Cicilia, diziéndole que por qué tanto tiempo tenía aquel reyno tyranizado. Rescrivióle Phálaris en una epístola estas breves palabras: «Llámasme tyrano porque tomé este reyno y porque ha xxxii años que lo posseo. En tomarlo yo confiesso que fuy tyrano, porque ninguno ocupa lo ageno que con razón no le llamen tyrano; pero no consiento que me llames tyrano a causa que ha xxxii años que le posseo, porque si lo ocupé con tyranía, helo governado con prudencia. Porque te hago saber que tomar lo ageno es fácil, pero sustentarlo es difícil.» Fue casado Marco Aurelio Emperador con una hija de Antonio Pío, xvi Emperador de Roma. Llamávase ella diva Faustina y, como su padre no tenía hijos, ella eredó el Imperio, y assí, por vía de dote y casamiento, vino a ser emperador Marco Aurelio. Fue esta Faustina en estremo muy hermosa, y junto con esto no muy honesta. Tuvo della dos fijos: a Cómodo y a Veríssimo. Triumphó Marco Aurelio dos vezes: la una porque venció a los partos; la otra porque venció a los argonautas. Fue varón doctíssimo y de muy alto entendimiento. Supo la lengua griega y latina como la materna. Fue temperatíssimo en el comer y bever. Escrivió muchas cosas en las quales puso muchas y muy graves sentencias. Murió en Panonia, conquistando aquel reyno que agora se llama Ungría. Fue [68] tan llorada su muerte quan desseada y amada su vida, y fue en tanta manera, que porque durasse para siempre su memoria cada romano puso una estatua dél en su casa, lo qual jamás se lee averse hecho por ningún emperador, ni aun por Augusto César, que fue el más quisto en Roma. Governó el imperio por espacio de xviii años en muy gran justicia. Murió de edad de sessenta y tres años, en el año climatérico, que es a los lxiii, do la vida humana corre grave peligro, porque allí se cumplen ix sietes o siete nueves. Haze desto un capítulo Aulo Gelio en el libro De noctibus acticis. Fue Marco Aurelio uno de los príncipes del mundo de más limpia vida, de más profunda doctrina, de más dichosa fortuna, excepto en la muger Faustina y en el hijo Cómodo. Y porque vean quién fue Marco desde su infancia, he acordado de poner una epístola suya, que es ésta. [69]
Capítulo II
De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a un amigo suyo llamado Pulión, en la qual le cuenta la horden de su vida, y entre otras cosas haze mención de una cosa que acontesció a un censor de Roma con un mesonero de Campania.
Marco Aurelio, único Emperador romano, a ti Pulión, su muy antiguo amigo, salud a tu persona y paz a la república dessea. Estando en el templo de las vírgines vestales, me dieron una letra tuya, de muchos días escripta y de muchos más días por mí desseada. Y lo bueno es que, escriviéndome tú corto, ruegas que te escriva yo largo, lo qual no conviene a la auctoridad del que está en la cumbre del Imperio, mayormente si el tal es avaro, porque no ay ygual ynfamia en un príncipe que ser largo en las palabras y ser corto en las mercedes. Dízesme que tienes mala una pierna y que se te ha abierto en ella una llaga. A mí me pesa de todo coraçón en que carezcas de lo que yo te desseo y a ti conviene, que es la salud; porque al fin al fin todos los trabajos de la vida se sufren con tener salud la persona. Fázesme saber por tu carta que te has venido a Rodas, y ruégasme te escriva cómo me fue allí quando era moço, y qué tanto tiempo gasté allí en el estudio, y qué tal avía sido el discurso de mi vida hasta venir a ser emperador de Roma. Y en este caso maravillado estoy de ti que me hagas tal demanda, y muy más maravillado no pensar que no puedo sin gran afrenta responder a esta pregunta; porque las cosas de la mocedad no fueron en ninguno tan honestas que no sea más honesto emendarlas que contarlas. [70] Annio Vero, mi padre, queriéndome fazer obras de padre, aún no avía yo cumplido xiii años quando me destetó de los vicios de Roma y me embió a Rodas a deprender sciencia, más cargado de libros que acompañado de dineros. Y allí me di tan buena maña, que a los xxvi años yo leýa ya públicamente en la academia natural y moral filosofía, y aun retórica. Y no uvo causa que hiziesse darme tanto a los libros como verme falto de dineros; porque la pobreza en los hijos de los buenos mucho los obliga a ser virtuosos, de manera que alcancen por virtudes lo que tienen otros por riquezas. Mucho sentía, amigo mío Pulión, la absencia de Roma, mayormente de que me veýa tan sólo en esta ysla; mas como aý en Rodas leý diez años filosofía, ya me tenía yo por natural de la tierra, y aun también pienso que lo hazía mi conversación con ellos no ser mala; porque infalible regla es que la virtud al estrangero faze natural y el vicio al natural en su tierra torna estrangero. Ya sabrás cómo Annio Vero, mi padre, fue en essa frontera capitán quinze años contra los bárbaros por mandado de Adriano, mi señor, y Antonio Pío, mi suegro, ambos de gloriosa memoria; y cómo fuy encomendado a los amigos antiguos de mi padre. Ayudóme esto para olvidar los regalos de Roma y abezarme a las asperezas de la ysla, y cierto era bien menester, porque el amor natural de la patria siempre daña a la persona. Hágote saber que los rodos son hombres agradecidos, lo qual acontece a pocos insulanos, a causa que generalmente todos son hombres mañosos. Y dígolo esto porque los amigos de mi padre siempre me socorrían con consejos y con dineros, y estas dos cosas éranme tan necessarias que no sé quál fuesse más necesaria; porque el hombre estrangero aprovéchase del dinero para remediar la enojosa pobreza y aprovéchase del consejo para olvidar el dulce amor de la patria. Bien quisiera aý en Rodas tantos años leer filosofía quantos mi padre en essa mesma Rodas estuvo en la guerra; mas no pudo ser, a causa que Adriano, mi señor, me mandó venir a residir en Roma. Y a mí que no me pesó mandarme tornar a mi patria, aunque como te dixe, a mí me tratavan como si fuera natural de la ysla; pero al fin al fin, en tierras estrañas, aunque se cevan los ojos, no se satisfaze el coraçón. [71] Esto es lo que toca a Rodas. Quiérote agora contar cómo antes desto en el monte Celio, que era el barrio de mi padre, yo me crié en Roma en el tiempo de mi infancia. Era ley muy usada y costumbre muy guardada en la policía de Roma que todo ciudadano que gozava de la libertad romana, que en cumpliendo diez años su fijo no fuesse osado por las calles dexarle andar vagabundo, porque era costumbre en Roma que los fijos de los buenos romanos fasta los dos años mamavan, hasta los quatro los regalavan, hasta los seys leýan, hasta los ocho escrivían, fasta los diez en gramática estudiavan. Passados los x años, ya los moços avían de deprender oficios, o darse a los estudios, o yrse a los exércitos, de manera que por Roma no anduviessen ociosos. En una ley de las Doze Tablas están estas palabras escriptas: «Ordenamos y mandamos que todo ciudadano romano que en el ámbito de Roma fuere vezino sea obligado de diez años arriba tener a su fijo muy corregido. Y, si acaso el moço por dexarle andar ocioso o por no le aver enseñado oficio hiziere alguna travessura, no menos el padre que el fijo reciban la pena; porque no ay cosa que más vicios engendre en los pueblos que es ser los padres descuydados y los fijos atrevidos.» Dezía más otra ley de las nuestras: «Ordenamos y mandamos que, passados los diez años, al primero desorden que hiziere el infante en Roma sea su padre obligado llevarle a criar a otro cabo, o dar fianças que su fijo será pacífico; ca no es justo que por gozar el padre del fijo el pueblo esté escandalizado, porque todo el bien de la república consiste en conservar a los pacíficos y desterrar a los reboltosos.» Quiérote dezir, mi Pulión, una cosa, y soy cierto que te maravillarás de oýrla, y es ésta. Quando Roma triumphava, y por su buena policía Roma al mundo regía, passava el número de los vezinos romanos de cc mil, do es de creer que avía entre ellos más de cient mil niños. Y el que tenía cargo dellos teníalos tan sojuzgados y en las cosas aun muy mínimas tan doctrinados, que a un hijo de Catón Uticense desterraron porque quebró un cántaro a una moça que yva por agua, y a otro hijo del buen Cina también desterraron sólo porque entró a coger fruta en una huerta. Y ninguno destos tenía hedad de [72] quinze años cumplidos, porque en aquellos tiempos más se castigavan las cosas de burla, que se castigan agora las cosas de veras. Dize nuestro Cicerón en el libro De legibus: «Sobre ninguna cosa más se desvelaron los antiguos romanos que sobre proveer en que los moços y viejos no estuviessen ociosos, y tanto duró la honrra de su policía quanto no consintieron andar los moços perdidos por Roma, porque aquella sola se puede llamar bienaventurada tierra, do todos gozan de su trabajo y ninguno bive del sudor ageno.» Hágote saber, mi Pulión, que yo me acuerdo, siendo niño, aunque agora no soy muy viejo, que ninguno era osado públicamente andar por Roma sin traer alguna señal del oficio de que bivía. Y, si alguno en lo contrario era tomado, no sólo como a loco le gritavan los niños por las calles, mas aun el Censor le condenava a trabajar con los captivos en las obras públicas; porque en Roma no menos tenían por infame al moço ocioso, que en Grecia al philósopho nescio. Y porque veas que lo que te escrivo no son novelas, has de saber que el emperador llevava un blandón ardiendo delante de sí; el cónsul, unas hachas de armas; los sacerdotes, unos pileos a manera de escofias; los senadores, unas conchas en los braços; los censores, un peso pequeño; los tribunos, unas maças; los régulos, un sceptro; los pontífices, una guirlanda; los oradores, un libro; los gladiatores, una espada; los plateros, un crisol; e assí de todos los otros oficios, excepto los negociantes estrangeros, los quales de una manera avían todos de andar señalados, porque a ningún estrangero consentían en Roma andar vestido ni señalado como los hijos de Roma. ¡O, mi Pulión, y qué cosa fue ver entonces la prosperidad y disciplina de Roma, y qué lástima es agora ver su calamidad y caýda!, que por los immortales dioses te juro, y assí el dios Mars en las guerras rija mi mano, que el hombre muy recogido de agora no vale tanto como el más dissoluto de entonces; porque entonces entre mil no hallaran un vicioso en toda Roma, y agora no hallarán entre veynte mil un virtuoso en toda Italia. No sé por qué los dioses son tan crueles y los tristes hados me son tan contrarios, que quarenta años ha que [73] no hago sino llorar por ver cómo se mueren los buenos y que luego son olvidados, y, por el contrario, ver cómo biven los malos y siempre son prosperados; porque al fin al fin todos los trabajos de la vida humana el coraçón generoso los puede sufrir, si no es ver al bueno abatido y al malo prosperado, que esto ni lo puede el coraçón sufrir, ni menos dissimular. A este propósito, mi Pulión, te quiero escrivir una cosa, la qual hallé en los libros que están en el alto Capitolio, do se tracta de los tiempos de Mario y Silla, y cierto es digna de encomendar a la memoria, y es ésta. Era costumbre y ley inviolable en Roma desde los tiempos de Cina que un censor señalado por el Senado fuesse a visitar los lugares de la provincia que le cabía por toda la tierra de Italia, y el fin de su visitar eran tres cosas: lo primero, para ver si alguno tenía quexa de la justicia; lo segundo, para ver en qué estado estava la república; lo tercero, para que cada año diessen de nuevo la obediencia a Roma. ¡O!, mi Pulión, ¿qué te paresce? Si visitassen oy a Italia como entonces visitavan a Roma, qué de carcoma hallarían en ella, que ya como sabes la república está perdida, la justicia desacatada y, sobre todo, Roma desobedescida; y no sin mucha razón, porque justamente pierde el señorío la que fue capitana de virtudes y se torna sentina de viciosos. Fue el caso que, dos años después de las guerras de Silla y Mario, fue el censor annual a Nola, un lugar en la provincia de Campania, por visitar como era costumbre aquella tierra. Y, como fuesse verano y el lugar caluroso, y no pareciesse gente por el pueblo, dixo el censor al hostalero do se avía apeado: «Amigo, yo soy censor embiado por los senadores de Roma, y vengo a visitar esta tierra. Por esso, ve, corre, llama a todos los buenos del pueblo, porque les tengo de hablar de parte del Sacro Senado.» El hostalero, como devía ser más sabio (aunque menos rico) que el censor romano, fuese a los sepulchros de los muertos que en aquel lugar estavan enterrados, y díxoles a grandes bozes: «Hombres buenos, andad acá comigo, que os llama el censor de los romanos.» Visto por el censor que no venían, mandóle que tornasse otra vez a llamarlos, y el hostalero como de primero fuesse a los sepulchros y dixo a los muertos: «Hombres buenos, andad acá, [74] que os llama el censor de los romanos.» Fueron llamados por la mesma manera y con las mesmas palabras tercera vez, y como por la primera, ni por la segunda, ni por la tercera jussión no viniessen, enojado el censor romano, dixo al hostalero: «Pues no quieren venir a mi mandamiento los hombres buenos, yo quiero yr allá, y vente tú comigo a mostrármelos; porque digno es de grave castigo el que desobedesce al Sacro Senado.» Aquel pobre hombre, tomando al censor por la mano, llevóle a los sepulchros do él yva primero, y de nuevo tornó a hablar con los muertos, diziendo: «Hombres buenos, he aquí el censor de los romanos que viene a hablaros.» Enojado el censor, díxole: «¿Qué es esto, hostalero? ¿Embiéte a llamar a los bivos y tú llámasme a los muertos?» Respondióle el ostalero: ¡O, censor romano!, si eres discreto no te maravillarás de lo que he hecho, porque en esta tierra todos los hombres buenos todos son ya muertos y todos están enterrados en estos sepulchros. No te has de espantar tú de mi respuesta; antes yo me tengo de escandalizar de tu demanda, en demandar hombres buenos tropeçando a cada passo con tantos hombres malos; porque te hago saber si no lo sabes, que si quieres hablar con un hombre bueno, no le hallarás en todo el mundo, de manera que o ha de resuscitar de los muertos o le han de criar de nuevo los dioses. El cónsul Silla, vuestro capitán, estuvo cinco meses en esta ciudad llamada Nola de Campania, sembrando el fructo que cogistes de sus manos allá en Roma, es a saber: que él dexó aquí a los padres sin hijos, a los nietos sin abuelos, a las fijas sin madres, a los maridos sin mugeres, a las mugeres sin maridos, a los tíos sin sobrinos, a los vassallos sin señores, a los señores sin criados, a los dioses sin templos y a los templos sin sacerdotes, a los montes sin ganados y a los campos sin fructos; y lo peor de todo, que aquel maldito nos despobló la tierra de buenos y nos la pobló de vicios y viciosos. Jamás carcoma royó tanto la madera, ni polilla estragó tanto la ropa, ni gusano podreció tanto la fructa, ni langosta taló tanto las espigas, como el estrago que hizo el [75] cónsul Silla en esta tierra de Campania. Y si es mucho el daño que hizo en las personas, sin comparación es mayor el que hizo en las costumbres; porque al fin al fin los buenos que degolló descansan ya con los muertos, pero los vicios que nos dexó entierran a los bivos. En esta tierra ya no ay sino sobervios que quieren mandar; en esta tierra no ay sino embidiosos que no saben sino malquerer; en esta tierra no ay sino maliciosos que no saben sino maldezir; en esta tierra no ay sino ociosos que no saben sino holgar; en esta tierra no ay sino glotones que no saben sino comer; en esta tierra no ay sino ladrones que no saben sino hurtar; en esta tierra no ay sino bulliciosos que no saben sino mentir. E si tú y tus romanos tenéys a estos por buenos, espera, que yo te los llamaré aquí todos; porque si matássemos y pesássemos a los malos en la carnicería como a carne de ternera, ternían carne que comer todos los vezinos de Italia. Mira, censor, en esta tierra de Campania no llaman buenos sino a los pacíficos; no llaman buenos sino a los sobrios; no llaman buenos sino a los cuerdos; no llaman buenos sino a los sufridos; no llaman buenos sino a los honestos; no llaman buenos sino a los sabios; no llaman buenos sino a los virtuosos; finalmente digo que no llamamos buenos sino a los que no quieren hazer mal y no se ocupan sino en hazer bien. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, y es que si buscamos algunos destos no los hallaremos sino en estos sepulcros; porque justo juyzio de los dioses fue que reposen en las entrañas de la tierra aquéllos que no meresció tener consigo la república. Tú vienes a visitar esta tierra do luego serás de los malos servido, y para encubrir sus flaquezas serás no poco importunado. Créeme, si no te quieres perder, antes te fía destos huessos podridos que no de sus entrañas dañadas; porque al fin al fin más aprovechan los exemplos de los muertos que fueron buenos que no los consejos de los bivos que son malos. [76]
Capítulo III
En el qual el Emperador Marco Aurelio concluye su carta y cuenta por extenso todas las sciencias que aprendió y todos los maestros de quien oyó, y al fin pone cinco muy notables casos en que los romanos eran muy cuydadosos.
He querido contarte todo esto, mi Pulión, a causa que conozcas qué sobra ay en el mundo de malos y qué penuria y carestía ay en Italia de buenos. Y el daño desto no viene sino de no criar los padres a sus hijos como se criavan en los tiempos passados, porque impossible es que un moço sea en las costumbres muy aviesso si con rigurosa disciplina fue bien criado. Annio Vero, mi padre, en este caso digno es de mucha alabança quanto yo soy digno de reprehensión, ca siendo niño jamás me dexó dormir en cama, assentar en silla, ni comer con él a la mesa, ni yo osava alçar los ojos a mirarle a la cara. Y esto porque muchas vezes me dezía él: «Hijo mío, Marco, más quiero que seas romano honesto que philósopho dissoluto.» Embíasme a rogar te escriva qué tantos maestros tuve y qué fueron las sciencias que deprendí quando niño. Yo tuve muchos y muy buenos maestros, aunque salí mal discípulo. Y deprendí muchas sciencias, aunque agora sé pocas. Y no porque yo las quisiera olvidar, sino que los negocios del Imperio me han de mis sciencias desposseýdo; porque ésta es regla general, que no permanesce la sciencia do no está libre la persona. Yo estudié gramática con un maestro que se llamava Eufornión. Dezían ser natural de España, y en la cabeça era muy cano, y en el fablar muy reposado, y en la disciplina muy riguroso, [77] y en la vida muy honesto; porque era ley en Roma que los maestros de los niños fuessen hombres ancianos, de manera que si el discípulo no llegava a diez, el maestro no avía de passar de cinqüenta. Rethórica estudié y leý mucho tiempo, y fue della mi maestro Alexandro Greco, natural de Licaonia. Era tan excellente orador, que si tuviera vena en la péñola para escrivir como tuvo gracia para orar, no fuera él de menor fama entre los griegos que Cicerón entre los romanos. Muerto este mi maestro (que murió en Partínuples), fuyme a Rodas, y torné a oýr rethórica de Orosio, de Frontón y Pulión; y cierto eran varones en el arte oratoria muy diestros, especial en componer comedias y tragedias y facecias en estremo fueron graciosos. En philosophía natural fue mi primero maestro Cómodo Calcedonense, varón anciano y que con Adriano tuvo mucho crédito, y éste fue el que de griego en latín traduxo a Homero. Muerto éste, tomé por maestro a Sexto Cheronense, sobrino que era del gran Plutarco, el qual Plutarco fue maestro de Trajano. Yo conocí a este Sexto Cheronense de edad treynta y cinco años. E cierto él tenía entonces tan gran crédito, que dubdo jamás ningún philósopho averle tenido tal en todo el Imperio Romano. Aquí le tengo comigo y, aunque es octogenario, todavía escrive las hystorias y calamidades de mi tiempo. Hágote saber, Pulión, que estudié dos años leyes, y por buscar las leyes de todas las naciones fue occasión que supe muchas antigüedades, y en esta sciencia fue mi maestro Bolusio Meciano, varón que las sabía muy bien leer y muy mejor quebrantar, a tanto que una vez jocosamente me dixo: «Di, Marco, ¿piensas que ay alguna ley en el mundo que yo no sepa?» Respondíle yo: «Di, maestro, ¿ay alguna ley en el mundo que tú guardes?» En el quinto año que estuve en Rodas vino una grave pestilencia, y fue ocasión que se desbarató nuestra achademia. Y como estuviesse en un lugar pequeño y estrecho, y estuviessen allí unos pintores pintando, en que pintavan una obra muy rica para el reyno de Palestina; ý de veras yo deprendí a debuxar y pintar, y fue mi maestro Diogeneto, que en aquellos tiempos era pintor famoso. Este pintó en Roma seys emperadores buenos en una tabla y otros seys emperadores tyranos en otra, y estava entre [78] los malos Nero el cruel tan al natural pintado, que en los ojos de todos parescía estar bivo; y por decreto del Sacro Senado fue mandada quemar la tabla do estava pintado Nero, diziendo que hombre de tan mala vida no merescía tan buena pintura. Otros dizen que estava tan al natural y tan ferozmente pintado, que a los que le miravan ponía espanto, y que si allí le dexavan algún día hablaría como bivo. Estudié un poco de tiempo en el arte de nigromancía, con todas sus especies de giromancía y eromancía, y en esta arte no tuve particular maestro más de quanto me yva muchas vezes a oýr cómo la leýa Apolonio. Después ya que era casado con Faustina, deprendí cosmographía en la ciudad de Argileta, que es la silla del Illírico, y fueron mis maestros Junio Rústico y Cina Catulo, coronistas y consejeros que fueron de Adriano, mi señor, y aun de Antonino, mi suegro. Y porque no me quedasse ninguna cosa por deprender de las que la flaqueza humana puede alcançar, estando en la guerra de Dacia dime a la música, y hallé que tenía habilidad para ella, y fue mi maestro uno que se llamava Gémino Cómodo, hombre sobre todos los que yo vi en el Imperio Romano, de muy concertada mano en el tañer y de muy dulce garganta en el cantar. Éste fue el discurso de mi vida y el tiempo que yo gasté en las sciencias. Y de buena razón hombre tan occupado obligación tenía a ser muy virtuoso, pero yo te juró y confiesso que no me dava tanto al estudio, que cada día no perdiesse harto tiempo; porque es tan libre la mocedad y tan delicada la carne, que, por mucho que la pongan en trabajos estraños, ella ha de ahorrar tiempo para sus plazeres proprios. Caso que los antiguos romanos en muchas cosas eran muy cuydadosos, pero entre todas sobre cinco tenían suprema vigilancia, en las quales ni el Senado se descuydava, ni ruego de ninguno aprovechava, ni alguna ley antigua ni moderna dispensava. Y es de loar su diligencia, porque los príncipes que goviernan grandes señoríos, allí han de emplear el coraçón y los ojos do piensan que para su república ay mayores peligros. Las cinco cosas eran éstas. Lo primero, no se consentía en Roma que los sacerdotes fuessen desonestos, porque en los pueblos que los sacerdotes son desonestos es señal [79] que los dioses contra ellos están ayrados. Lo segundo, no se permitía en Roma que las vírgines vestales fuessen dissolutas, porque muy justo es que la virgen que por su voluntad prometió ser buena en público, contra su voluntad la hagan ser casta en público y secreto. Lo tercero, no consentían en Roma que los censores fuessen injustos, porque no ay cosa que más assuele la república sino no tener el juez con todos ygual la balança. Lo quarto, no consentían en Roma que fuessen covardes los capitanes que avían de yr a la guerra, porque no ay ygual peligro para la república ni ygual infamia para la persona que cometer el exército al que quiere ser el primero en el mandar en la guerra y postrero en el acometer la batalla. Lo quinto, no consentían en Roma que los hombres que tenían cargo de los niños fuessen hombres viciosos, porque no ay cosa más monstruosa y aun escandalosa que el que es maestro de los niños sea discípulo de los vicios. ¿Qué te paresce, mi Pulión? ¿Por ventura, quando estas cosas se guardavan en Roma, piensas que la juventud romana era tan dissoluta como es agora? ¿Por ventura piensas que es ésta aquella Roma do en los tiempos antiguos y en aquella hedad dorada eran los viejos muy honestos, los moços muy disciplinados, los exércitos muy corregidos y los censores y senadores muy justos? A los dioses immortales invoco, y a ley de bueno te juro, que ni es ésta Roma, ni sabe a Roma, ni huele a Roma, ni remeda a Roma, y el que dixere que esta Roma es aquella antigua Roma sabe muy poco de Roma. Es el caso que, muertos los antiguos y virtuosos romanos, parecióles a los dioses que aún nosotros no éramos dignos de sus hedificios, de manera que o ésta no es Roma, o nosotros no somos los romanos de Roma, porque mirando las hazañas y virtudes de los antiguos, mucha infamia les sería llamarnos nosotros sus sucessores. Todo esto te he querido dezir, mi Pulión, porque veas quáles fuemos y quáles somos, y no es esto nada con lo que fuemos, porque las cosas grandes han menester muchos días y muchas fuerças para crecer, y después en un punto y con un puntapié las hazen caer. Algo más de lo que pensava me he alargado en esta letra. Ya lo he dicho que con mis occupaciones en tres o quatro vezes la he escripto; [80] de lo que faltó a la tuya y sobra a esta mía, hiziéramos una razonable carta y, pues yo te perdono que fueste corto, perdóname tú si soy largo. Una vez te vi en Alexandría buscar ulicornio; aý te embío un buen pedaço. También te embío un cavallo, a mi parescer bueno. Si es biva Drusilla, tu hija, con la que yo mucho me burlava, escrívemelo, que yo te ayudaré a casarla. Los dioses, mi Pulión, sean en tu guarda, y a tu muger y suegra y hija de mi parte y de mi Faustina nos las saluda. Marco del monte Celio, Emperador romano, te escrive de su propria mano. [81]
Capítulo IV
De la excellencia que tiene la religión christiana en tener conoscimiento de Dios verdadero, y de la vanidad de los antiguos en tener tantos dioses, y que antiguamente quando se reconciliavan los enemigos en sus casas, también hazían que se abraçassen los dioses en los templos.
Aquél que es solo Verbo Divino, Unigénito del Padre, Señor perpetuo de las Gerarchías, más antiguo que todos los siglos, Príncipe de las Eternidades, Principio de do uvo todo principio, Mayorazgo de Dios y Criador de todas las criaturas, en el abismo de su eterna sabiduría acordó que toda la armonía y ordiembre de la religión christiana de tal manera se cimentasse sobre cimiento tan seguro, que ni ventisqueros de malos christianos la perturbassen, ni avenidas de tyranos la llevassen, ni vientos importunos de hereges se la derrocassen; porque más fácil sería perescer el cielo y la tierra que no suspender por un día que no uviesse religión christiana. Aquellos dioses antiguos, que no eran sino unas invenciones humanas, como el fundamento de sus reprovadas setas era arena instable, tierra movediza, tremedales peligrosos y unos caminos descaminados, los míseros miserables unos dellos, como nao que da al través, encallando quedaron anegados; otros, como edificios carcomidos, desmoronándose los cimientos, cayeron muertos; finalmente aquellos dioses que sólo el nombre tenían de dioses, con un perpetuo olvido para siempre quedaron olvidados, porque a la verdad sólo aquello será perpetuo que en Dios y por Dios y de Dios tuviere principio. Grande y muy diversa fue la muchedumbre de [82] las naciones passadas, conviene a saber: sirios, assirios, persas, medos, macedonios, griegos, scithas, argivos, corinthos, caldeos, indos, athenienses, lacedemonios, afros, vándalos, suevos, alanos, hunnos, germanos, britanos, hebreos, palestinos, gallos, yberos, lidos, mauros, lusitanos, godos y hispanos. E por cierto en todos éstos, quanta fue la variedad de los pueblos, tanta fue la diferencia de los ritos que tenían y de los dioses que adoravan; porque tenían este error los gentiles, que, según la muchedumbre de lo que estava criado, dezían que para criarlo no era un solo dios poderoso. Osaré dezir delante todos los sabios, y no me lo negarán quantos fueron y son oy paganos, que sin comparación fue mayor la muchedumbre de los dioses que con liviandad adoraron y inventaron, que no los reynos y provincias que conquistaron y posseyeron; porque a tanta demencia vinieron los antiguos poetas, que osaron en sus escripturas afirmar los dioses de una tierra ser enemigos mortales de otra provincia. De manera que mayor enemistad tenían los dioses de Troya con Grecia, que no los príncipes de Grecia con Troya. Qué cosa fue ver a los assirios con quánta reverencia adoravan al dios Belo, los egypcios al dios Apis, los caldeos al dios Ysis, los babilonios al dios Dragón Vorace, los pharaones a la Statua Áurea, los palestinos a Belzebuth, los romanos a Jovis, los penos a Mars, los corinthos a Apolo, los árabes a Astaroth, los argivos al Sol, los acayos a la Luna, los sidonios a Belphegor, los amonitas a Balim, los indos a Bacho, los lacedemonios a Osiges, los macedonios a Mercurio, los ephesinos a Diana, los griegos a Juno, los armenios a Líbero, los troyanos a Bestal, los latinos a Februa, los tarentinos a Ceres, los rodos adoravan al dios Jano, según dize Apolonio Thianeo. Y, sobre todo, de lo que más nos hemos de maravillar es que muchas vezes entre sí contendían no tanto sobre la posessión y señorío de los reynos quanto si eran mejores y para más los dioses de los unos que los dioses de los otros; porque ymaginavan ellos que de no estar sus dioses poderosos venían los pueblos a estar pobres, perseguidos y mal fortunados. Cuenta Pulión, en su segundo libro De dessolatione regnorum orientalium, que la primera provincia que se rebeló contra el [83] Emperador Helio Adriano, el qual fue el quintodécimo Emperador de Roma, fue la tierra de Palestina, contra la qual embió a un capitán que avía nombre Severo Julio, varón de gran ánimo y en las armas muy venturoso; porque los buenos capitanes no sólo han de ser animosos, pero requiérese que en las armas sean bien fortunados. Este capitán no sólo dio fin a la guerra, pero aun hizo tanto daño y estrago en aquella tierra, que assoló cincuenta y dos ciudades cercadas, y quemó nuevecientas y ochenta aldeas, y, en batallas y combates y rencuentros y por justicia, degolló y mató más de cincuenta mil personas; porque el superbo y cruel capitán no piensa que tiene gloria sino quando riega con sangre humana la tierra. Y, lo que más es, que en los lugares quando estavan cercados, pobres y viejos, niños y mugeres, de hambre y pestilencia murieron más de otros tantos; porque en las prolixas guerras el cuchillo del enemigo hiere en algunos, mas la pestilencia y trayción y hambre mata a todos. Passada esta guerra de Palestina, luego entre los alanos y armenios se levantó otra guerra más cruda, porque los trabajos y calamidades en los reynos y provincias muchos son los que veen sus principios y muy pocos los que veen sus fines y remedios. Fue la ocasión desta guerra que, como los unos y los otros concurriessen a las fiestas del monte Olimpo, levantóse plática entre ellos sobre quién tenían mejores dioses, y porfiando los unos y contradiziendo los otros, acabadas las fiestas y tornados a sus tierras, vinieron en tantas guerras que, so color de tornar por la honrra de sus dioses, aýna se perdiera la memoria de aquellos dos reynos; porque, si queremos bien parar mientes, hallaremos que de ocasiones muy pequeñas se levantaron las guerras muy famosas. Embió el Emperador Helio Adriano al sobredicho capitán Julio Severo a poner paz entre los alanos y los armenios, mandándole que a los que no quisiessen paz que los persiguiesse con guerra, porque los hombres reboltosos justamente merescen ser destruydos. Finalmente, diose a tan buena maña Julio Severo, que sin llegar con ellos a las manos los fizo a todos amigos, la qual cosa fue no menos al Emperador grata que al reyno provechosa; porque tanta gloria merece el capitán que sojuzga por concordia la tierra como el que la [84] vence por batalla. Hiziéronse los tratos de la paz con tal condición que los alanos tomassen por dioses a los dioses de los armenios y los armenios tomassen por dioses a los dioses de los alanos, y que quando se abraçassen y se reconciliassen los hombres en el Senado, se abraçassen y reconciliassen los dioses en el templo. Era tan vana la vanidad de los antiguos, y era tan ciega la ceguedad de los mortales, y estavan tan subjetos a los consejos diabólicos, que quán fácilmente la sabiduría eterna cría agora un hombre verdadero, tan fácilmente entonces un hombre vano inventava un dios falso; porque los esparcianos tuvieron por opinión que no menos eran poderosos los hombres para inventar dioses que los dioses para criar hombres. [85]
Capítulo V
De cómo fue entre los antiguos muy estimado el philósopho Bruxilo y de la vida que hizo, y de la habla que hizo a los romanos a la hora de la muerte, y de cclxxx mill dioses que dio a los romanos.
Pharasmaco, libro xx De libertate deorum, de quien haze mención Cicerón in De natura deorum, dize que en los tiempos que los godos tomaron a Roma y cercaron el Capitolio vino con ellos un philósopho que avía nombre Bruxilo, el qual después que los gallos fueron alançados de Italia él quedóse con Camillo en Roma. E como en aquellos tiempos Roma carecía de philósophos, fue este Bruxilo tenido en grandíssima veneración por todos los romanos, en tanto que él fue el primero estrangero cuya statua siendo bivo se puso en el Senado; porque los romanos tenían por costumbre a los naturales hazer estatuas en la vida y a los estrangeros no sino en la muerte. Fue la edad deste Bruxilo ciento y treze años, los sessenta y cinco años de los quales residió dentro de los muros de Roma, y entre las otras cosas cuentan siete muy notables de su vida. La primera, que en sessenta años jamás romano le vio salir fuera de los muros de Roma; porque antiguamente eran tenidos en muy poco los sabios si con ser sabios no eran hombres muy retraýdos. La segunda, que en sessenta años nunca hombre le oyó dezir palabra ociosa; porque las palabras demasiadas mucho deshazen la auctoridad de las personas. La tercera, que en todo aquel tiempo nunca le vieron perder una hora de tiempo; porque no ay mayor excesso en el sabio que es verle perder un momento de tiempo. La quarta es que en [86] todo aquel tiempo de ningún vicio fue notado, y no se tenga esto en poca excellencia; porque pocos son de larga vida que no sean notados de alguna infamia. Lo quinto, que en todos aquellos sessenta años ninguno tuvo dél enojo ni querella, y no menos esto que lo otro se ha de tener en mucho; porque a la verdad monstruo se puede llamar en natura el hombre que en este mundo vivió sin dar a otro enojo ni pena. Lo sexto, que le aconteció estarse tres y quatro años que no salía fuera de los templos, y en este caso se mostró aquel filósofo ser hombre limpio; porque el hombre virtuoso no se ha de contentar con carecer de los vicios, sino que se ha de apartar de los hombres viciosos. Lo séptimo, que más vezes hablava con los dioses que no con los hombres. Venido, pues, este filósofo a la hora de la muerte, como le viniesse a visitar todo el Senado, y le diessen muchas gracias por el tiempo que en tan buena conversación con ellos avía vivido, y que muy de coraçón pesava a toda Roma porque tan excellente hombre perdía la vida, el buen philósopho en presencia de todos dixo estas palabras al Senado. [87]
Capítulo VI
De lo que dixo a la hora de la muerte el dicho philósopho al Senado de Roma.
«Pues soys sabios, Padres Conscriptos, no me parece que devéys tomar pesar de mi muerte, pues yo la tomo con alegría; porque no se ha de llorar la muerte que tomamos, sino la vida mala que hezimos. Muy simple es el hombre que teme la muerte no por más de perder los plazeres de la vida, ca no se ha de temer la muerte porque se pierde la vida, sino porque no es otra cosa la muerte cruda sino un verdugo de la vida mala. Yo muero, Padres Conscriptos, con alegría. Lo primero, porque no me acuerdo en toda mi vida aver hecho mal a ninguno en la república, y soy cierto que el hombre que no hizo mal a los hombres en la vida no le harán a él mal los dioses en la muerte. Lo segundo, yo muero con alegría por ver que de perder yo la vida toma pesar toda Roma; porque muy malaventurado es el hombre cuya vida lloran todos y en cuya muerte ríen muchos. Lo tercero, yo muero con alegría no por más de acordarme que en sessenta años que he estado en Roma siempre trabajé de aprovechar a la república; porque los justos dioses me dixeron a mí que no ay muerte con trabajo sino do uvo vida sin provecho. Lo quarto, yo muero con alegría no tanto por el provecho que he hecho a los hombres, quanto por el servicio que he hecho a los dioses; porque mirando en quán inútiles cosas empleamos la vida, podemos dezir que sólo aquel tiempo vivimos que en servicio de los dioses empleamos. Dexando lo que toca a mi persona, quiero, Padres Conscriptos, descubriros un secreto que toca a la vuestra república, [88] y es éste: Rómulo, nuestro padre, fundó a Roma; Numa Pompilio erigió el alto Capitolio; Anco Marcio la cercó de muro; Bruto la libertó de tyranos; el buen Camillo alançó della a los gallos; Quinto Cincinato amplió sus reynos; pero yo la dexo poblada de dioses, los quales guardarán mejor a Roma que no los muros ni hombres, porque al fin más vale el favor de un dios que el esfuerço de todos los hombres. Quando yo vine a Roma, era confusión ver quán pobre de dioses estava Roma, ca no avía sino cinco dioses, conviene a saber: a Jovis, a Mars, a Jano, a Verecinta y a la diosa Vestal. Pero agora no es assí, sino que para cada uno queda un dios señalado, porque muy injusto es que estén los erarios llenos de tesoros y veamos los templos privados de dioses. Como son cclxxx mil vezinos, assí os tened por dicho que os dexo cc y ochenta mil dioses. Y por essos dioses os conjuro, o romanos, se contente cada uno con el dios de su casa y no cure de aplicar para sí a los dioses de la república; porque es reo a los dioses y odioso a los hombres, el que haze suyo proprio lo que en común es para muchos. Ésta será la orden que ternéys con los dioses si no queréys errar en el servicio de los dioses, conviene a saber: que a la madre Verecinta ternéys para aplacar los dioses ayrados, y a la diosa Vestal ternéys para moderar a los hados desdichados; al dios Júpiter encomendaréys la governación de vuestra república y a él ternéys por dios sobre todos los dioses del cielo y de la tierra, porque si Júpiter no templasse la yra y embidia que tienen los dioses allá en el cielo, ya no avría memoria de los hombres acá en la tierra. De los otros dioses que yo os dexo particulares, aprovechaos dellos en particular, pero parad mientes, romanos, que si os fuere contraria en algún tiempo la fortuna, no sea osado alguno dezir mal del dios que tiene en casa; porque los dioses me dixeron a mí que harto abastava dissimular con los que no los sirvían, sin que perdonassen a los que los ofendían. Y no os engañéys, diziendo que son dioses particulares y desfavorescidos, porque os hago saber que no ay dios tan abatido, que para vengar una injuria no sea poderoso. ¡O!, romanos, razón es que de aquí adelante bivan todos muy alegres, y con esto penséys [89] que quedáys muy seguros, y tengáys por impossible ser vencidos de vuestros enemigos, porque ya no vosotros de vuestros vezinos, sino vuestros vezinos de vosotros demandarán dioses emprestados. Porque ya no me veréys más, a vuestro parecer parésceos que oy me tengo de morir, y a mi parescer sólo porque muero, oy comienço a bivir; porque me voy para los dioses que os dexo y os dexo los dioses para que me voy.» [90]
Capítulo VII
Cómo los gentiles pensavan que no era poderoso un dios para defenderlos de sus enemigos, y de cómo los romanos, cuando fueron combatidos de los godos, embiaron por todo el imperio a pedir dioses emprestados.
En el año de la fundación de Roma de mil clxiiii, que, según la computación nuestra, era en el año de ccccxii de la Encarnación de Christo, según dize Paulo Orosio, libro sexto De ormesta mundi, y Paulo Diáchono, xii libro Historie romanorum, los godos, que por otro nombre se llamavan gethas según Spartiano, o según otros se llamavan gétulos, y según otros maságetas, fueron alançados de sus tierras por los hunnos y vinieron a Italia a buscar nuevas sillas do tomassen naturaleza y edificassen casas. Y en aquellos tiempos era emperador romano uno que avía nombre Valente, varón poco esforçado en las armas y menos corregido en las costumbres, porque era de la seta de los arrianos. Venían por reyes destos godos dos muy famosos hombres, conviene a saber: Randagaysmo y Alarico. Y, destos dos, Randagaysmo fue el primero y fue gentil, y era rey muy cruel, y traýa consigo por lo menos dozientos mil godos, los quales todos con él y él con todos hizieron voto de derramar toda la más sangre que pudiessen de los romanos y ofrecerla a sus dioses; porque tenían en costumbre los bárbaros que, en acabando de matar a su enemigo, con aquella sangre untavan al dios que estava en el templo. Venida la nueva cómo aquel crudo tyrano venía con determinación no sólo de assolar a Roma, pero aun de quitar el nombre de romanos que no se nombrasse en toda la tierra, [91] fueron desto todos los pueblos de Italia muy atemorizados, y acordaron todos los poderosos y valerosos cavalleros de meterse en Roma y allí morir sobre defender la libertad della, porque era costumbre inviolable entre los romanos que quando armavan a un cavallero, hazíanle jurar tres cosas. Lo primero, jurava que todos los días de su vida no los espendería sino en la guerra. Lo segundo, jurava que por pobreza, ni por riqueza, ni por otra cosa ninguna, jamás tomaría gajes sino de Roma. Lo tercero, jurava que antes eligería morir libre que no bivir captivo. Después ya que todos los romanos que estavan derramados por Italia se vieron juntos en Roma, acordaron de embiar sus mensageros con letras, no sólo a sus súbditos, mas aun a todos sus confederados. La summa de las cartas era ésta. [92]
Capítulo VIII
De una carta que embiaron los del Senado a todos los del Imperio.
«El Sacro Senado y todo el Pueblo Romano a los sus fieles súbditos y a los sus caros confederados, salud vos dessea y victoria contra sus enemigos a los dioses demanda. La variedad de los tiempos, el descuydo de vosotros y la triste suerte de nuestros hados nos ha traýdo a tiempo que do Roma dende Roma conquistava y governava a reynos estraños, oy vienen a conquistarla y destruyrla hombres advenedizos, de manera que los bárbaros que solíamos tener por esclavos juran y perjuran que han de ser señores nuestros. Ya sabéys cómo toda aquella gente bárbara ha conspirado contra nuestra madre Roma, y han hecho ellos y su rey un voto público de ofrescer toda la sangre de los romanos a sus dioses en los templos; y podrá ser que, vista su sobervia y nuestra inocencia, la fortuna disponga otra cosa, porque es regla general que de la guerra que se comiença con malicia y se prosigue con sobervia es impossible que ningún príncipe saque victoria. Hanos parescido que ni porque ellos traygan la demanda injusta, ni nosotros tengamos assaz justificada la causa, no por esso se deve dexar de poner gran solicitud y diligencia en cómo resistiremos a esta gente bárbara, porque muchas vezes se pierde por pereza lo que está ganado por justicia. Para remedio de todo este mal futuro, hanse proveýdo las cosas siguientes en este Sacro Senado, y para cumplirlas es necessario vuestro favor y socorro. Lo primero, tenemos determinado con toda presteza de reparar los fossos y puertas y [93] muros, y allí armar nuestros ingenios; y para esto y para otras necessidades de la guerra son necessarios dineros, porque ya sabéys que no se puede hazer buena guerra do sobran los enemigos y faltan los dineros. Lo segundo, tenemos proveýdo que todos los que han jurado la milicia romana se vengan a meter en Roma. Por esso, embiarnos eys a todos los que de cinqüenta decienden y de veynte años arriba suben, porque en las buenas guerras ha de aver hombres ancianos que aconsejen y mancebos esforçados que executen. Lo tercero, tenemos acordado que la ciudad se provea de bastimentos a lo menos para dos años, por cuya causa os rogamos que del vino nos embiéys la décima parte; de carnes, la quinta parte; de pan, la tercera parte; porque tenemos jurado de morir, pero no queremos morir de hambre en el cerco como temerosos, sino peleando en el campo como romanos. Lo quarto, tenemos proveýdo que, pues nos vienen a combatir bárbaros ignotos, trayamos a Roma para contra ellos dioses estrangeros, que, como sabéys, desde el gran Constantino acá estamos tan solos y tan pobres de dioses, que no tenemos más de un Dios de los cristianos. Por esta causa os rogamos tengáys por bien en esta estrema necessidad con vuestros dioses socorrernos, porque entre los dioses no sabemos que aya dios tan poderoso que él solo sea poderoso para defender a todo el pueblo romano. Reparados, pues, muy bien los muros, traýdos a la ciudad todos los mancebos belicosos, bastecidas las casas de bastecimientos, proveýdo el erario de dineros, assestados en sus lugares los engenios y, sobre todo, llenos de dioses los templos, esperamos en nuestros dioses que avremos victoria de nuestros enemigos; porque peleando con los hombres y no con los dioses siempre se ha de esperar victoria, porque no ay hombres tan poderosos que por otros hombres no puedan ser derribados. Valete, etcétera.» Embiada, pues, esta epístola por todos los confines de Roma, sin esperar respuesta della ya los romanos públicamente blasfemavan el nombre de Christo, y ponían ýdolos por los templos, y hazían cerimonias gentílicas, y, lo peor de todo, que dezían públicamente que nunca Roma se vio [94] afrentada de tyranos sino después que eran christianos y que si no tornavan todos los dioses a Roma nunca Roma estaría segura, porque sus dioses, de afrentados que los avían echado de Roma, traýan aquellos bárbaros para vengar sus injurias. La Providencia divina, que no da lugar a que en todo lugar execute sus fuerças la malicia humana, antes que se reparassen los muros, ni tornassen respuesta los mensageros, ni entrassen en Roma los dioses estraños, el rey de los godos Randagaismo con dozientos mil bárbaros, sin efusión de sangre en los christianos, súbitamente en los montes vesulanos de hambre y de sed, y de piedras que caýan del cielo, perdió todo el exército sin quedar bivo ni uno, y él fue preso y en Roma descabeçado. Esto hizo la Sabiduría eterna porque viessen los romanos que Christo, verdadero Dios de los christianos, para defender a sus siervos no tiene necessidad de dioses estraños. [95]
Capítulo IX
Del Dios verdadero y de la poquedad de los dioses vanos y de muchas maravillas que hizo Dios en la ley vieja para mostrar su potencia divina.
¡O!, crassa ignorancia, ¡o!, obstinación nunca oýda, ¡o!, juyzios de Dios inscrutables, que teniendo aquellos gentiles al Dios verdadero, buscavan los dioses falsos; teniendo al Dios proprio, buscavan dioses de empréstido; teniendo al Dios de verdad, buscavan dioses engañadores; y lo peor de todo es que aquel Dios que crió todas las cosas y sólo para guardar a Roma pensavan que era necessario estar de otros dioses acompañado. Salgan oy todos los dioses en campo de una parte, y yo saldré con solo el Dios verdadero de la otra, y cotegemos las hazañas de aquellos dioses falsos con la menor obra de nuestro Dios verdadero, y verán muy claro la falsedad suya y la verdad nuestra, porque la lengua que habla de Dios no puede tropeçar en una mentira, y la que habla de los ýdolos no podrá descubrir una verdad. Y si esto tienen en mucho criarlo con su potencia, no se tenga en menos conservallo y regirlo con su sabiduría; porque muchas cosas se hazen en un momento y de un ímpetu, las quales para conservarse tienen necessidad de prolixo tiempo y enojoso trabajo. Ítem pregunto: ¿quál dios de los gentiles hiziera lo que hizo el Dios nuestro, conviene a saber: dentro de una arca hazer estar en paz al león con el pardo, al lobo con el cordero, al osso con la vaca, al tigris con el cocodrillo, al cavallo con la yegua, al perro con el gato, a la zorra con las gallinas, a los perros con las liebres, y assí de otros animales cuya [96] enemistad es mayor con otros animales que la de hombres con hombres; porque la enemistad entre los hombres procede de malicia, mas la que es entre los animales de naturaleza? Ítem pregunto: ¿qué dios, si no fuera el Dios verdadero, fuera tan poderoso que en un día, en una hora, en un momento, a todos los hombres, a todas las mugeres, a todos los animales, a todos los matara, anegara y ahogara, de manera que de todos quantos avía en el mundo, si no fueron ocho, todos perescieron en el diluvio? Y este estrago se hizo los juyzios de Dios lo ordenando y sus gravíssimos pecados lo meresciendo, porque jamás haze Dios algunos notables castigos sin que primero precedan muchos y muy notorios pecados. Y si esto se tiene en mucho, otra cosa quiero que se tenga en más, conviene a saber: que si Dios mostró su rigurosa justicia en el castigo, luego mostró su potencia y clemencia en el remedio, en que de aquellos ocho hombres, que eran tan pocos, se multiplicó la generación en mucho y se poblaron muchos y muy grandes reynos, de lo qual es assaz de maravillar; porque, según dize Aristóteles, las grandes cosas muy fácilmente se destruyen, pero con gran dificultad se reparan. Ítem pregunto: ¿qué dios de los gentiles fuera poderoso a hazer lo que hizo el Dios de los ebreos en aquel antiguo y opulento reyno de los egypcios, conviene a saber: que como Él quiso y quando a Él le plugo ensangrentó los ríos, enficionó las carnes, espessó los ayres, despertó a los cínifes, secó las mares, mató a los primogénitos, escureció al sol, hizo maravillas en Canaán y cosas espantables en el mar Bermejo; finalmente mandó a las bivas mares que invistiessen al príncipe y a sus egypcios y que dexassen passar en seco a los hebreos? Si una de estas cosas hiziera uno de los dioses falsos fuera de maravillar, pero en hazerla el Dios verdadero no nos emos de espantar, ca todas estas cosas, según lo poco que alcança nuestro juyzio paréscenos mucho, pero según lo que puede la potencia divina es muy poco; porque do el verdadero Dios pone su mano ni ay hombres poderosos, ni animales bravos, ni cielos altos, ni mares profundas, porque assí como Él les dio el ser, assí Él les quita el poder. Ítem pregunto: ¿qué dios de los gentiles, aunque todos se [97] juntassen juntos, tuviera poder para matar a un hombre solo, como el Dios verdadero, que en tiempo del rey Sedechías en una noche mató ciento y ochenta mil hombres del campo de los assirios, estando dormiendo los hebreos, que eran sus mortales enemigos? Y de verdad en este caso enseñó Dios a los príncipes y grandes señores quán poco les aprovechan los muchos exércitos, ni los muchos dineros, ni los grandes ingenios en las cosas de la guerra, quando Dios por sus desméritos tiene determinada otra cosa; porque, al fin al fin, inventar las guerras procede de la ambición y malicia humana, pero la victoria dellas depende de la voluntad divina. Ítem pregunto: ¿qué dios de los gentiles hiziera lo que hizo el nuestro Dios verdadero, que puso a los pies del muy nombrado capitán Josué treynta y dos reyes y reynos, a los quales quitó no sólo las tierras, mas aun las vidas, a los tristes reyes haziendo pedaços y a los míseros reynos repartiendo entre los doze tribus? Estos reynos antiguamente avían sido de los antiguos hebreos y avía más de dos mil años que estavan tyranizados, y quiso Dios por mano de Josué que fuessen restituydos. E si Dios acaso les dilata mucho el tiempo, es porque les ha de dar muy grave el castigo, y no porque han passado muchos años lo tiene olvidado; porque muchas tyranías tienen olvidadas los príncipes de su memoria, las quales están corriendo sangre delante la justicia divina. Ítem pregunto: ¿todos los dioses antiguos, si pudieran no guardaran y ampararan a sus reyes y reynos de sus enemigos? No es de creer, por cierto, que si pudieran no quisieran, pues no perdían menos los dioses en perder sus templos que perdían los hombres en perder sus reynos; porque en más tenían los antiguos perderse un solo templo sancto, que todo un pueblo generoso. Vemos que los dioses de los troyanos no pudieron defenderlos de los griegos, sino que hombres y dioses, y dioses y hombres, vinieron a Carthago; y de Carthago, a Trinacria; y de Trinacria, a Lacio; y de Lacio, a Laurento; y de Laurento, a Roma. Y assí anduvieron corridos y huydos, mostrando que no menos fueron vencidos los dioses de Troya de los dioses de Grecia, que los capitanes de Grecia vencieron a los capitanes de Troya, la qual cosa en los que presumían [98] ser dioses es dificultoso, porque el verdadero Dios no sólo no ha de temer ni huyr, pero aun hase de hazer amar y temer. Lo que dezimos de los unos podemos dezir de los otros, conviene a saber: que todos los dioses todos tenían reynos y templos do eran servidos y adorados, pero vemos que los unos destruyeron a los otros, como parece en los hebreos, que fueron señoreados de los assirios; los assirios, de los persas; los persas, de los macedonios; los macedonios, de los medos; los medos, de los griegos; los griegos, de los penos; los penos, de los romanos; los romanos, de los godos; los godos, de los mauros; de manera que no uvo reyno ni nación en el mundo que de otro reyno o nación no fuesse enseñoreado. No podrán negar todos los que escrivieron, y que en sus escrituras a los dioses y a sus ritos engrandescieron, que los dioses y los cultores, y los cultores y los dioses, al fin todos no uvieron fin, y que sola la religión christiana no terná fin, porque está fundada sobre Aquél que no tiene principio ni fin. Una de las cosas que ayudan a mi coraçón a ser más confirmado en la religión christiana es ver cómo desde que se fundó la Iglesia a los reyes y reynos más poderosos, a éssos ha tenido por mayores sus enemigos, y los pobres y más flacos y aun más simples, han sido solos sus valedores y defensores. ¡O!, gloriosa Iglesia militante, que no eres agora sino oro entre la escoria; rosa entre las espinas; grano entre la paja; cañada entre los huessos; margarita entre las conchas; ánima sancta entre carnes podridas; única ave fénix enjaulada; nao entre las bravas mares engolfada, la qual quanto más es combatida, tanto se muestra ser más velera; porque nunca la Iglesia muestra su potencia sino quando de los tyranos es combatida. No ay reyno tan pequeño, ni hombre tan desfavorecido, que quando otro o otros le persiguen, de amigos, o parientes, o valedores, no sea favorecido y socorrido; de manera que los que piensan destruyr son destruydos, y aquéllos que pensaron tener de su parte, aquéllos son mayores sus enemigos. Y esto no procede sin un gran secreto de Dios, porque si sufre Dios al malo que sea por algún tiempo malo, no quiere sufrir que un malo combide a otros a hazer mal. Los palestinos no tuvieron por principales enemigos sino a los caldeos; [99] y los caldeos, a los ydumeos; los ydumeos, a los assirios; los assirios, a los persas; los persas, a los argivos; los argivos, a los athenienses; los athenienses, a los lacedemonios; los lacedemonios, a los sidonios; los sidonios, a los rodos; los rodos, a los scitas; los scitas, a los hunnos; los hunnos, a los alanos; los alanos, a los suevos; los suevos, a los vándalos; los vándalos, a los baleares; los baleares, a los sardos; los sardos, a los penos; los penos, a los romanos; los romanos, a los daços; los daços, a los godos; los godos, a los gallos; los gallos, a los hispanos; los hispanos, a los mauros. De todos estos reynos sólo ha sido perseguido un reyno de otro reyno y no todos de uno, sacando la Madre Sancta Iglesia, la qual de todos estos reynos ha sido perseguida y de ninguno si sólo de Christo ha sido favorecida, y si favorescida muy bien defendida, porque las cosas que toma Dios a su cargo, aunque del mundo resciban rencuentro, al fin es impossible que corran peligro. [100]
Capítulo X
Que no ay más de un Dios verdadero y que es dichoso el reyno que tiene el príncipe buen christiano y de cómo los gentiles affirmavan que los buenos príncipes después de muertos se tornavan dioses, y los malos príncipes se tornavan demonios después de muertos. Prueva esto el auctor por algunos antiguos exemplos.
Caso que la común opinión de los populares y de los simples fue que avía muchos dioses, pero en la común escuela de los philósophos fue no aver más de un Dios, al qual llamavan unos Júpiter, que era dios sobre los dioses, y otros le llamavan primera intelligencia, porque avía criado a todos los orbes, otros le llamavan primera causa, porque fue principio de todas las cosas. Esto paresce aver sentido Aristóteles en el duodécimo de su Metafísica quando dixo: «Todas las cosas superiores y inferiores quieren ser bien ordenadas, y muchas cosas muy mejor por arbitrio de uno que por parecer de muchos se ordenan; luego un solo príncipe es que las ordena.» Marco Varrón, en los libros de su Theología mística, y Tulio, en el libro De natura deorum, aunque ellos fueron gentiles y assaz cultores de los templos, burlan de los gentiles que pusieron y creyeron aver muchos dioses, y que Mars y Mercurio y Jovis y toda aquella flota de dioses que ponen los gentiles, todos fueron hombres mortales como nosotros. Y como no conoscían ángeles buenos, ni ángeles malos, y ni sabían que avía paraýso para dar gualardón a los buenos y infierno a los malos, tomaron por opinión que todos los hombres buenos se tornavan dioses y todos los hombres malos se tornavan demonios. [101] No contentos con este engaño, trúxolos el demonio a tanto error, que pensavan que poder ser uno dios o ser demonio estava en poder del Senado de Roma, en que quando un emperador moría en Roma, si estava bien con el Senado luego le computavan entre los dioses, y si moría en desgracia del Senado luego le condenavan por demonio. Y porque no hablemos de gracia, sino que provemos lo que dezimos por escriptura, dize Herodiano que Faustina, su hija de Antonio Pío y muger de Marco Aurelio, los quales fueron uno en pos de otro emperadores, y de verdad de los que les precedieron y de los que les subcedieron muy pocos fueron tan buenos, y a mi parecer ningunos mejores. Para ser un emperador de inmortal memoria, ha de tener cinco cosas en esta vida, conviene a saber: que sea limpio en la vida, recto en la justicia, venturoso en las armas, docto en las sciencias y bienquisto de sus provincias, las quales virtudes todas estuvieron en estos dos príncipes excelentíssimos. Esta Emperatriz Faustina en estremo fue muy hermosa, y loan los escriptores tanto su hermosura, que dizen que era impossible ser como fue tan hermosa si los dioses no pusieran en ella alguna cosa divina. Pero junto con esto dízese y pónese por duda quál fue mayor, la hermosura de su cara o la desonestad de su vida, porque con la hermosura espantava a los que la miravan y con la desonesta vida escandalizava a los que la conocían. Pero después que el Emperador Marco Aurelio venció y triumphó de los partos, como anduviesse visitando las provincias de Asia, en el monte Tauro por ocasión de una lenta calentura en espacio de quatro días murió la hermosa Faustina, y assí embalsamada la truxeron a Roma. Y como fue hija de tan buen padre, y era muger de emperador tan quisto, inter divos Faustina relata este, como si dixesse: «pusieron a Faustina en el cuento de los dioses.» Y como por aver sido señora tan suelta nunca se pensó que los romanos le hizieran aquella honra, tomó el Emperador Marco tanto plazer desto, que nunca acabava de agradecerlo al Senado; porque en la verdad, aquel beneficio ha de ser muy agradecido el qual el que le rescibió sin esperança de recebirle le fue hecho. Lo contrario aconteció en la muerte de Tiberio, tercero Emperador romano, al [102] qual no sólo le mataron y por las calles le traxeron arrastrando, pero aun los sacerdotes de todos los templos se juntaron y públicamente rogavan a los dioses que consigo no le rescibiessen, y rogavan a las furias del infierno que gravemente la atormentassen, diziendo que el tirano que aborresció la compañía de los buenos en la vida, justo es que no tenga lugar sino con las furias infernales en la muerte. Dexada la común opinión del pueblo rústico, el qual antiguamente no vino en conoscimiento del Dios verdadero; contando la opinión de Aristóteles, que pone una primera causa; y la opinión de los stoycos, que resciben la primera intelligencia; y la opinión de Cicerón, que so color de Jovis no pone a otro dios sino a él, digo y confiesso con la fe de la religión christiana, que no ay más de un solo Dios criador del cielo y de la tierra, de cuya excellencia, potencia, magestad y gloria es muy poco lo que puede dezir nuestra lengua; porque las cosas divinas ni las puede nuestro ingenio entender, ni nuestro entendimiento discerner, ni nuestra memoria comprehender, ni muchos menos nuestra lengua explicar. Lo que los príncipes y los otros fieles deven sentir de Dios es esto, conviene a saber: que Dios es un summo bien, un inmortal bien, un incorruptible bien, un immutable bien, un immenso bien y un omnipotente bien; porque toda la potencia humana es burla respecto de la potencia divina. Digo que nuestro Dios Él sólo es summo bien, que la criatura si tiene algún bien no es summo bien; porque al hombre cotejándole el bien que possee con las miserias y calamidades que le combaten, sin comparación es más el mal que le sigue que el bien que le acompaña. Ítem Dios Él sólo es immortal ab eterno, el qual assí como no tuvo principio, assí no terná fin, y lo contrario es en el mísero hombre, al qual si unos le vieron nacer, otros le verán morir; porque no es otra cosa nascer los niños sino emplazar para la sepultura a los viejos. Ítem sólo Dios es incorruptible, el qual en su essencia ni padece corrupción ni diminución, pero todos los hombres mortales padecen corrupción en las ánimas con los vicios y en los cuerpos con gusanos; porque, al fin al fin, no ay ninguno [103] tan previlejado, que su cuerpo no esté subjecto a corromperse y su ánima a salvarse o perderse. Ítem sólo Dios es immutable, y en este caso hase de creer que si alguna vez Dios muda la obra, no por esso muda el eterno consejo, pero en los hombres es lo contrario, los quales muchas vezes comiençan un negocio con gravedad, y al mejor tiempo mudan el consejo y le dexan con liviandad. Ítem digo que sólo Dios es incomprehensible, cuya magestad no se puede alcançar, ni su sabiduría se puede entender, lo qual es contrario en la sabiduría humana, porque no ay hombre tan sabio ni tan profundo, que lo que él sabe no lo supo otro hombre en otro tiempo. Ítem sólo Dios es omnipotente, ca Él tiene poder no sólo sobre los bivos, mas aun sobre los muertos; no sólo sobre buenos, mas aun sobre los malos; porque el hombre que no lo sintiere propicio para darle gloria, sentirle ha ayrado para darle pena. ¡O!, príncipes deste mundo, justo es por cierto reconozcáys vassallage al Príncipe de la tierra y del cielo, que al fin por mucho que valgáys, por mucho que tengáys y por mucho que podáys, al respecto del Supremo Príncipe ni valéys nada, ni tenéys nada, ni podéys nada; porque no ay príncipe oy en el mundo que no puede menos de lo que quiere y no quiere más de lo que tiene. Pues todo lo sobredicho es verdad como es verdad, miren los príncipes y los grandes señores quán cónsono a razón es que, pues todas las criaturas no fueron criadas sino por uno, todas las criaturas no adoren más de uno, porque así como un príncipe no permite que otro se llame rey en su reyno, assí no quiere Dios que se adore otro dios sino Él en el mundo. Muy gran beneficio fue criarnos el Padre sin que nadie se lo rogasse, redemirnos el Hijo sin que ninguno le ayudasse y, sobre todo, hazernos christianos el Spíritu Sancto sin que nadie lo mereciesse; porque el menor bien de los que Dios nos haze no se paga con todos los servicios que nosotros le hazemos. En mucho deven tener los príncipes averlos Dios criado hombres y no bestias; y en mucho más deven tener averlos hecho señores y no siervos; y sin comparación deven tener en mucho más averlos hecho christianos, y no moros ni gentiles; porque poco les aprovechara [104] tener sceptros y reynos para se condenar y que no conocieran la Yglesia Santa, fuera de la qual ninguno se puede salvar. ¡O!, divina Bondad, quántos y quántos paganos, si los escogieras para tu Yglesia, fueran por ventura mejores que no yo, y a mí si me fizieras pagano fuera peor que no ellos. Dexaste a ellos que te sirvieran y escogiste a mí que te ofendo. Tú, Señor, sabes lo que hazes allá; yo no sé lo que me digo aquí, porque las obras de Dios tenemos obligación a loarlas y no tenemos licencia de retratarlas. Los emperadores y reyes paganos que fueron buenos y virtuosos (como uvo muchos que lo fueron) quanto mayor tuvieron el recibo, al tiempo del descargo menos se les hará de cargo; y por contrario a los malos príncipes christianos, quanto de beneficios más tuvieron colmada la medida, tanto en las eternas llamas les será dada mayor pena; porque según la ingratitud de los beneficios que tuvieron en este mundo, así será la ferocidad de las penas que ternán en el infierno. Por ser hombres racionales muchas cosas son obligados a fazer los príncipes; y a obrar son mucho más obligados por ser christianos; y a otras muy mucho más por ser poderosos y en tan altos estados constituidos; porque no está la verdadera grandeza en que los príncipes tengan mucho, sino en que valgan mucho. A un árbol enano no le piden más de que dé su fruta en el tiempo devido; mas un árbol alto, generoso y poderoso está obligado a dar leña a los friolentos, sombra a los cansados, fruta a los hambrientos, y él que se ha de defender de todos los vientos importunos; porque los príncipes virtuosos no han de ser sino una sombra do descansen todos los buenos. A muchas cosas nos combida la Yglesia que hagamos, y de muchas nos remuerde la consciencia que nos guardemos; pero si a mí me prometen los príncipes que harán solas dos cosas, conviene a saber: que serán fieles a la ley de Dios que adoran y que no usarán de tyranía con los próximos que goviernan, desde agora les prometo la gloria y felicidad que dessean; porque sólo aquel príncipe muere seguro que murió en la caridad de Christo y bivió en el amor del próximo. Los príncipes y grandes señores que presumen de buenos [105] christianos, mucho deven velar porque todas las cosas se hagan a servicio de Dios, y se comiencen en Dios, y se prosigan por Dios y se acaben en Dios. Y, si en esto deven velar, fágoles saber que en las cosas que tocan al enxalçamiento de la fe se deven desvelar, de manera que conozcan todos que por defensión della está aparejado a morir, porque si el príncipe cree que hay pena y galardón para los buenos y malos en la otra vida, es impossible que él no emiende la vida y govierne bien su república. Ténganse por dicho que los príncipes que no son de Dios temerosos, jamás por jamás pueden ser ellos ni sus reynos bien fortunados; porque la felicidad o la calamidad de los reynos no viene de lo que los reyes o reynos trabajan, sino de lo que los reyes o reynos merecen. En gran peligro bive el reyno el príncipe del qual es mal christiano, y bienaventurada y segura es la república en la qual su príncipe es hombre de buena consciencia, porque hombre de buena conciencia no puede en la república hazer cosa mala. [106]
Capítulo XI
De muchos dioses que tenían los gentiles y de los officios que tenían aquellos dioses, y de cómo se vengavan de los dioses de que no hazían lo que querían ellos, y de cómo heran xx los dioses escogidos y heran infinitos los dioses comunes.
Caso que a los de claro juyzio las obras de Dios por sí mismas sin compararlas a otras son grandes, pero porque mejor se conosce lo blanco estando junto cabe lo negro, quiero para los curiosos contar aquí una flota de dioses falsos, porque por ellos y por sus poquedades verán muy claro en quánto han de tener los príncipes al Dios verdadero. Es de saber que los antiguos paganos tenían muchas maneras de dioses, pero los más supremos eran los dioses que llamavan ellos dii selecti i sursum electi, que querían dezir dioses del cielo, los quales descendían pocas vezes acá en la tierra. Eran estos dioses veynte, conviene a saber: Jano, Saturno, Jovis, Genium, Mercurio, Apolo, Mars, Vulcano, Neptuno, Sol, Orcus, Víbar, Tellus, Céreris, Juno, Minerva, Luna, Diana, Véneris, Vestalis. Déstos, las ocho últimas son diosas y los doze primeros son dioses. Destos veynte dioses no podía ninguno apropriarlos o tomar para sí alguno dellos, sino que en común para todos avían de aprovechar, conviene saber: para un reyno todo, para una provincia señalada o para una ciudad generosa. Quanto a lo primero es de saber que tenían un dios que se llamava Cancio, y a éste rogavan y ofrecían muchos dones a fin que les diesse dios fijos sabios y agudos, y si esto pidieran al Dios verdadero, ellos tenían razón, porque según la [107] malicia humana es enconada, mucho peligro corre el hombre al qual no le crió cuerdo la Providencia divina. Ítem tenían otra diosa que llamavan Lucina. Y a ésta se encomendavan las mugeres para tener buen parto. Y avía un templo en Roma, vía Salaria, extramuros, assaz grande, do todas las romanas preñadas sacrificavan a su diosa Lucina y le tenían allí novenas. Según dize Frontón, De veneratione templorum, el templo desta diosa edificó Numa Pompilio y fue destruydo por el cónsul Ruptilio a causa que, como una hija suya estuviesse preñada y por más devoción se fuesse a tener novenas y a parir al templo de Lucina, fue la desdicha que la moça no sólo malparió, mas aun murió, y de aquel enojo el cónsul Ruptilio secretamente fizo poner fuego al templo; porque muchas vezes leemos que, quando los gentiles se veýan en una grande necessidad, si se encomendavan a los dioses y ellos no los socorrían en sus necessidades, luego les quitavan los sacrificios o les derrocavan los templos o mudavan dioses. Ítem los gentiles tenían otro dios que llamavan Opis, y este dios era dios del niño que nascía, assí como Lucina era diosa de la madre que le paría, y tenían por costumbre que todos los nueve meses que la madre estava preñada traýa la imagen del dios Opis colgada sobre la barriga, atada en la cinta o cosida en la saya; y a la hora que quería parir, tomava en las manos la partera aquella ymagen; y, en assomando a nacer el niño, primero le tocava con el ýdolo que con la mano. Si el niño nacía bien, el padre y los parientes hazían aquel día gran veneración aquel ídolo; pero si el infante nascía ahogado, los parientes llevavan ahogar la ymagen del dios Opis en el río. Ítem los gentiles tenían otro dios que llamavan el dios Vaginato, y a éste sacrificavan ellos por devoción porque no llorassen mucho los niños, y a este fin la ymagen o ýdolo deste dios Vaginato traýala el niño colgada del pescueço; porque los gentiles tenían por muy mal agüero quando en la niñez llorava mucho el niño, diziendo que el llorar mucho en la infancia es señal que terná el niño muy adversa la fortuna. Ítem tenían otro dios que llamavan el dios Cunino, y a éste honrravan y sacrificavan a fin que fuese abogado de guardar [108] los niños en las cunas; y los que eran pobres tenían el dios Cunino y poníanle colgado encima de la cuna, pero los que eran ricos hazían unas cunas ricas, en las quales estavan esculpidos muchos dioses cuninos. Cuenta Herodiano, y Pulión en la Vida de Severo, que, estando el Emperador Severo en la guerra de los gallos, su muger, que avía nombre Julia, parió una fija y fue la primera, y acaso una hermana desta Julia que avía nombre Mesa, natural de Persia, de una ciudad que avía nombre Mesa, embió a la hermana en Roma una cuna, la qual era de olicornio y de oro, y en torno della estavan esculpidas muchas imágines del dios Cunino. Era la cuna de tan gran precio, que después por muchos tiempos estuvo puesta entre los grandes tesoros del herario, aunque en la verdad los romanos estas semejantes cosas más las guardavan con ambición de memoria que no con desseo de riqueza. Ítem los gentiles tenían otro dios que llamavan el dios Runino, que quiere dezir dios de los niños que maman. A éste fazían las matronas romanas muchos sacrificios porque les guardasse las tetas y les diesse buena leche para sus criaturas; y todo el tiempo que tenían leche traýan la ymagen deste dios colgada de la garganta hasta los pechos; y cada mañana, antes que mamasse el niño, embiava a ofrecer una escudilla de leche la madre al dios Runino. Si no avía templo allí do ella estava, con leche bañava la ymagen del dios Runino que ella tenía. Ítem tenían otro dios que llamavan el dios Stelino, que era abogado de los niños quando començavan a andar, y a este dios ofrecían las matronas romanas muchos dones a fin que sus fijos no quedassen enanos y supiessen bien andar, de manera que no quedassen coxos ni mancos; porque acerca de los romanos los coxos y los enanos eran tenidos en tan gran vituperio, que ni podían tener oficios en el Senado, ni ser sacerdotes en algún templo. Cuenta Hérculo, libro iii De republica, que Cornelia, aquella excelentíssima muger la qual fue madre de los Gracos, los dos primeros fijos que parió, el uno fue enano y el otro coxo, y ella, pensando que el dios Stelino estava della enojado, en la región xii cabe el campo Gadetano, entre los huertos de Detha hizo templo al dios Stelino, el [109] qual templo duró hasta los tiempos del rey Randagaismo, el qual quando cercó a Roma derrocó todos los templos y taló todos los huertos que estavan en torno de Roma. Ítem tenían otro dios los gentiles que llamavan el dios Adeón, y éste tenía cargo de fazer al fijo, ya que sabía andar, que se llegasse a la madre y tomasse amor con ella. Y caso que Cicerón, libro ii De natura deorum, ponga a este dios entre los otros dioses, no me acuerdo aver leýdo que tuviesse templo en Roma hasta el tiempo de Mamea, madre del Emperador Antonino. Esta excelente muger, como quedasse biuda y con dos niños muy pequeños por criar, con desseo que los fijos fuessen buenos y que con ella de que creciessen los fijos fuessen amorosos, en la región xii, en el Vaticano, cabe los huertos de Domicilio, edificó un templo no poco solemne al dios Edeón, cabe el qual hizo otro edificio que avía nombre Sacelum Mamee, do ella estuvo por muchos tiempos retraýda; porque era costumbre que todas las biudas que querían dar a sus hijos buena dotrina, luego se salían y se apartavan de los plazeres y peligros de Roma. Ítem tenían los antiguos otro dios que llamavan ellos Deus mentalis, que quería dezir dios del seso, conviene saber: que tenía cargo de dar a los niños buen seso o malo. Y a este dios hazían grandes sacrificios los antiguos, especial los griegos aun mucho más que los romanos, en tanto que dize Séneca que no se maravilla de lo que supieron los griegos, sino de lo que no supieron, pues tenían el templo del dios mental dentro de su academia. Todos los niños que avían de aprender para filósofos era ley en Atenas que primero sirviessen en aquel templo tres años. Y, dexado lo que dize Séneca de los griegos, osaré dezir a muchos que son oy bivos que si es verdad que en aquel lugar se dava a los hombres seso, que antes ogaño que otro año se partan a tener novenas en aquel templo; porque no ay en el mundo ygual infortunio con carecer el hombre de seso reposado. Ítem tenían los antiguos otro dios que llamavan el dios Voluno y la diosa Voluna. Estos dos tenían cargo de los desposados; por esso eran dos dioses, el uno para él y el otro para ella. Y era costumbre que todo el tiempo que estavan desposados [110] traýa cada uno a su dios colgado de la garganta; y avían de ser de plata o de oro; y, quando se desposavan, dava ella a su esposo el dios Voluno y dava él a ella la diosa Voluna. En los tiempos que uvo cónsules en Roma, después que fueron alançados los reyes y antes que viniessen los emperadores, poco antes que los Cornelios inventassen las sediciones en Roma, fue un cónsul entre los cónsules que uvo nombre Balvo, y éste dizen ser el primero que edificó el templo a los dioses Voluno y Voluna, y estava su sitio en la región nona cabe la puerta Corinthia, y llamávase Cripta Valli, y junto con él avía otro edificio que se dezía Theatrum Valli. Todos los cónsules y senadores y varones illustres se yvan a desposar en aquel templo que edificó Balvo, y no faltó quien dixo en Roma la noche que el gran Pompeyo se desposava con la hija de Julio César estas palabras: «Pompeyo no ha querido desposarse en el templo de los dioses, pues desde agora adevino que aquel casamiento no durará mucho tiempo.» Es autor desto Publio Vítor, libro iii De nuptiis antiquorum. Ítem adoravan los antiguos a un dios que avía nombre el dios Agreste, que quiere dezir de los agros, que son los campos y frutos; y a éste no le sacrificavan siempre sino dos vezes en el año, conviene saber: quando la cimentera y quando las miesses estavan para madurar. Deste dios Agreste fueron grandes cultores los frigios, que eran los troyanos, y los sículos, que eran los de Sicilia; y la causa desto era porque eran tierras do se cogían muchos panes, en tanta manera que Frigia era granero en Asia y Trinacria de Europa. Ítem tenían otro dios que llamavan el dios Belon, y éste era abogado de los que peleavan en las batallas, conviene saber: que assí como los christianos al tiempo de romper una cruda batalla hazen a su dios oración, assí los antiguos en aquel mesmo punto de rodillas se encomendavan al dios Belon. Dize Livio que entre las otras cosas de que fueron acusados los cavalleros que pelearon en la de Canas contra Aníbal fue que no se encomendaron al dios Belon al tiempo de dar la batalla, ni al dios Mars sacrificaron antes de la batalla, y que por esso los penos quedaron vencedores, porque aquel día a sus dioses fizieron grandes sacrificios. En los tiempos que [111] Pirro, rey de los epirotas, vino en Italia, como supiessen los romanos que traýa muy grandes invenciones de guerra acordaron de edificar un templo al dios Belon, y éste estava dentro de los muros de Roma en la región ix, junto a la puerta Carmental, y llamávase Edis Belone, y tenía frontero de sí una solemníssima columna do estava esculpida la orden de dar una batalla. Tenían los gentiles otro dios que llamavan el dios Victoria. A éste fazían los romanos más que todas las otras naciones muchos sacrificios porque dios les diesse victoria de sus enemigos. Deste dios de la victoria avía muchos templos y muy solemnes en Roma, pero el mayor y más principal estava cabe la puerta Venia, en la región xii, en la plaça que llamavan de la Vitoria, el qual templo y plaça fue constituydo en el año de la fundación de Roma cccclxxvii, y fue por ocasión de la vitoria que uvieron Apio Claudio y Quinto Fabio en Sicilia la primera vez que el pueblo romano peleó contra los africanos, siendo rey de Sicilia Herón. Desta guerra y vitoria uvieron principio todas las guerras crudas, largas y peligrosas que tuvo Roma y África. Ítem uvo otro dios entre los dioses que llamavan los antiguos el dios Honorio, que quiere dezir dios que tenía cargo de proveer que los huéspedes fiziessen honra a los caminantes y fuessen bien tratados por las provincias y reynos que passassen. Era costumbre en Roma que todas las vezes que algún romano avía de yr largo camino, su muger luego yva al templo del dios Honorio a hazer sacrificios. En el año xv después que Aníbal passó a Ytalia, los romanos supieron por una profecía que si traýan la ymagen de la diosa Verecinta, que era madre de todos los dioses, que luego que ella entrasse en Roma, Aníbal saldría de Ytalia, y para este efecto los romanos embiaron su enbaxada al reyno de Frigia, que es parte de Asia, el qual reyno se llamó en otro tiempo Troya para traer a la diosa Verecinta. Y porque sus embaxadores fuessen con bien y bolviessen con salud, y a yda y a venida por los reynos que passassen les hiziessen honra, edificaron un templo al dios Honorio dentro de los muros de Roma, en la región iii, en la plaça que llamavan Forum transitorium. [112]
Capítulo XII
De otros dioses más naturales y particulares que tuvieron los antiguos, y es el fin de escrivir esto el auctor porque vea el príncipe christianíssimo quánto beneficio es no conoscer sino a un Dios verdadero.
Y porque sería cosa prolixa escrivir todos los dioses que tuvieron los gentiles, y junto con ellos escrivir en qué tiempos y en qué reynos eran más honrados que no en otros, y por qué causas les fabricaron templos; concluyré con relatar algunos más dioses, diziendo solamente el apellido para que los tenían los gentiles, y esto porque vean los que vieren esta mi escritura quánta merced le hizo Dios al que truxo a la religión christiana. El dios Esculano era dios de las minas y a éste rogavan que descubriesse siempre minas de oro y plata. Pecunia era dios de los metales, y a éste rogavan que les diesse muchos dineros. Fessoria era diosa de los caminantes, y a esta diosa rogavan que no les dexasse cansar quando caminavan a pie. Pelonia era diosa que tenía cargo de echar los enemigos de la tierra. Esculapio era dios abogado de los enfermos, y, si la enfermedad era grande, invocavan al dios Apolo, que era padre de Esculapio. Spinensis era el dios a que los antiguos rogavan que alimpiasse las miesses de cardos y de espinas. Rubigo era dios que tenía cargo de guardar las viñas de pulgón y los panes de langosta. Fortuna, ésta era la diosa de la fortuna buena, y a esta diosa hizieron las mugeres un templo solemne en Roma, en el tiempo de Silla y Mario. Muta, ésta era la diosa a quien rogavan los antiguos que no dexasse fablar a sus enemigos, sino que los enmudeciesse al tiempo que quisiessen dezir mal dellos. Genoria era diosa que tenía cargo de [113] alançar la pereza de aquéllos que se le encomendavan; a ésta honrravan los griegos, especial los filósofos quando yvan o entravan en las achademias. Stimula, ésta era diosa que despertava y dava priessa a los negociantes que no se descuydassen en los negocios. Su ymagen désta estava en Roma a la puerta del Senado, y era abogada de los pleyteantes. Murcia, esta diosa era abogada de los hombres y mugeres que no desseavan ser flacos; a esta diosa ofrecían muchos dones las matronas romanas porque las fiziesse gruessas, ca en Roma antes se quedava por casar una muger flaca que no una muger fea. Busina, propriamente ésta era diosa del campo, y a ésta ofrecían sacrificios los antiguos porque tuviesse cargo de guardar las yervas que nascían en los campos; y fueron grandes cultores desta diosa los scitas, los quales no tenían lugares ni casa, sino que moravan en los campos, y si faltava yerva para sus ganados, luego eran perdidos. Jugatino era dios del monte alto, y a este dios hazían unas criptas los antiguos encima de los montes altos, a do ellos yvan muchas vezes a sacrificar, especial quando hazía truenos y relámpagos. Vallonia era diosa de los valles, y ésta tenía cargo de poner freno a los aguaduchos quando las aguas descendían de los altos montes, para que no fiziessen daño en las presas y molinos por do passassen. Sera, ésta era una diosa en todas las naciones muy acatada, porque era diosa de la sementera, y tenían por costumbre de ofrecer un pan de todas las semillas que sembravan. Sus criptas o hermitas estavan en los campos, pero sin éstas avía en Roma un templo no muy grande en la región ix, en el campo Marcio, junto a los huertos de Lúculo, y deste templo dizen que nació la fuente de los Scipiones. Segecio diosa era que tenía cargo de hazer nacer las miesses después que eran sembradas; no me acuerdo aver fallado escripto que tuviesse templo en Roma. Tutilina, ésta era una diosa que tenía por oficio de yr a la mano al dios Júpiter que no apedreasse los panes, y assí la pintavan los antiguos, que parecía Júpiter llover piedras y ella cogerlas todas. Tenía esta diosa un templo en Roma en la región x, en la plaça de Apolo, junto a la casa de Rómulo, y cada vez que tronava luego encendían en aquel templo los romanos muchas candelas por aplacar aquella [114] diosa que no apedreasse los panes. Floran, esta diosa era propicia de las viñas, conviene saber: que les guardava que no se elassen. Fueron grandes cultores desta diosa los capuanos, do se dize primero que otros aver plantado las viñas en Ytalia. Matura, tenía cargo esta diosa de hazer madurar las uvas, y tenían por costumbre los antiguos que las primeras uvas que maduravan las ofrecían en el lugar do estava aquella diosa, y por la mayor parte tenía una cripta entre las viñas do le sacrificavan. Ruana, esta diosa era abogada de los que cogían el pan para que se arrancasse muy bien, de manera que no se quebrassen las cañas del trigo, ni se cayesse el grano de la espiga. Pintávanla a ésta los antiguos con cañas de trigo en la mano derecha, de manera que estuviessen las espigas sanas. Forculum era el dios de los cerrojos y cerraduras, y a éste sacrificavan porque cerrasse bien las puertas y no permitiesse que se pudiessen quebrar las cerraduras o falsar las llaves, y a este dios pintavan los antiguos con un candado en la mano y su simulacro estava encima de la puerta Trigémina. Limentimen, este dios era dios del umbral de la puerta; no he podido hallar qué fue la intención de inventar este dios, mas de que pienso (no porque lo hallé escrito) que rogavan a este dios tuviesse por bien hiziesse a sus enemigos tropeçar y caer en los umbrales de la puerta, si acaso por mal recaudo estuviesse abierta. Forculum, este dios era el dios de las puertas, y pintávanle con dos puertas en las manos, y a éste ofrecían sacrificios los antiguos porque no abriessen las puertas a sus enemigos estando ellos durmiendo, y a este dios sacrificavan los romanos en todas las puertas de Roma, y los que estavan enemistados pintávanle a la puerta de su casa. Cardea, ésta era diosa del quicio, y el fin de sacrificar a esta diosa era porque los enemigos no fuessen poderosos de desquiciar las puertas, y si lo intentassen a hazer luego sonasse el quicio y sintiesse el dueño que estava a la puerta el enemigo. Silvano, éste era un dios de los más queridos y honrrado entre los antiguos, especial entre los romanos; tenía este dios a cargo de guardar a todos los que yvan a tomar plazer a los huertos, según dize Plinio en una epístola que escrive a Rotulio. El primero que edificó templo al dios Silvano fue Mecenas, el qual fue en los tiempos [115] de Augusto y el mayor amigo de hazer combites en los huertos que uvo en el Inperio Romano. Estava este templo en la región xi, en la plaça de la diosa Venus, junto a la plaça Murcea; fue destruydo en tiempo del Emperador Antonino Pío por ocasión de un gran terremoto, con el qual cayeron muchos edificios en Roma. Jugatibus era el dios de los casados, y este dios tenía cargo de hazer que el amor que se tenían quando moços que les durasse hasta que fuessen viejos. Era cosa de maravillar ver la devoción que tenían a este dios todas las mugeres rezién casadas y los dones que ofrecían en el templo deste dios. Que avía deste Dios templo escrívelo Suetonio Tranquillo, pero por quién fue edificado no lo hallo escrito, mas de quanto dize Helio Sparciano que el Emperador Elio Gábalo halló muchas riquezas en el templo del dios Jugativo y que las tomó todas para una guerra. Bacho, éste era dios de los borrachos, y era costumbre en Roma de celebrar su fiesta hombres que totalmente estuviessen enagenados de seso, y si alguno sentían que tenía un poco de juyzio, luego lo echavan del templo y buscavan en su lugar otro borracho. El templo de Bacho estava en la región x, en los prados que llamavan Bachanales, fuera de la ciudad, vía Salaria, junto a las aras de la diosa Februa. Edificaron este templo los gallos quando tenían cercada a Roma en los tiempos de Camillo. Februa, ésta era una diosa de las calenturas; tenían costumbre en Roma que, en tomando a uno calenturas, luego embiavan algún sacrificio a la diosa Februa. No tenía esta diosa templo, pero tenía su ýdolo en el Pantheón, que era el templo de todos los dioses, y allí le hazían los sacrificios. Pavor, éste era el dios del temor, y tenía cargo de quitar el temor del coraçón de los romanos y darles grande esfuerço contra sus enemigos. El templo de Temor estava en Roma en la región vi, en la plaça de Mamuria, junto al Capitolio viejo, y todas las vezes que tenían enemigos luego yvan los romanos a ofrecer allí sacrificios, y allí estava una statua de Scipión Africano toda de plata la qual él ofreció allí quando triumphó de los cartaginenses. Meretrix, ésta era la diosa de las malas mugeres y, según dize Publio Víctor, avía en Roma quarenta y quatro barrios de mugeres públicas, en medio de los quales [116] estava el templo de la diosa Meretrix. Fue el caso que en tiempos de Anco Marcio, que fue quarto rey de los siete primeros reyes romanos, uvo en Roma una muger meretrice natural de Laurento, y fue tan hermosa que con su cuerpo alcançó muy gran riqueza, y a la hora de la muerte fizo eredero de todos sus bienes al pueblo romano, por cuya memoria los romanos le fizieron un templo y diéronla por diosa de todas las meretrices. Cloatina, ésta era diosa de las cloacas, conviene saber: de las latrinas o necessarias, y a esta diosa se encomendavan todos los que tenían cólica passión para que les ayudasse a purgar el vientre. Quies, éste era el dios de la holgança y del reposo, y a éste fazían los romanos grandes sacrificios porque les diesse reposo y holgança. Especial el día que avía triumpho en Roma, davan a aquel templo muchos dones porque les conservasse aquella gloria y alegría. El templo deste dios edificó Numa Pompilio, segundo rey de romanos, y estava fuera de la ciudad para denotar que mientra hombre bive en esta vida no puede tener holgança. Teatrica, ésta era diosa que tenía cargo de guardar los teatros quando los romanos celebravan sus juegos. La ocasión de inventar esta diosa fue que muchas vezes, quando avían de representar farsas, hazían unos teatros tan solemnes, que cabían xx mil hombres en ellos, y otros tantos debaxo para mirar aquellos espectáculos; y acontecía que, con el gran peso quebrava la madera y matava a quantos estavan debaxo, y desta manera las fiestas se tornavan en lloros, y los que yvan a matar los animales quedavan muertos en los teatros. Los romanos, que eran en todo proveýdos, acordaron de hazer sacrificios a la diosa Teatrica porque los guardasse en los peligros de los teatros, y fiziéronle un templo muy solemne en la región ix, en la plaça Cornelia, junto a las casas Fabias. Este templo destruyó Domiciano, xii Emperador de Roma, porque estando él en unas fiestas se quebró un theatro y mató a muchos. Y, de que la diosa Teatrica no guardó el teatro, el Emperador mandóle derrocar el templo. Por ventura a los que poco han leýdo les parecerán estas cosas nuevas: lean a Cicerón, De natura deorum; a Juan Bocacio, De genealogia deorum; a Pulión, De dijs antiquis; al divo Augustino, libro j, xi, xviii De civitate dei.. [117]
Capítulo XIII
Cómo un cavallero llamado Tiberio fue elegido por governador del Imperio por ser él buen christiano y después por ser buen governador fue electo por emperador; y que el Emperador Justiniano el moço por ser hereje y vicioso permitió Dios que perdiesse el seso y el imperio.
El quinquagésimo Emperador de Roma fue Tiberio Constantino, el qual sucedió a Justiniano el moço. Este Justiniano fue muy péssimo emperador, en que cuenta Paulo Diácono dél aver sido enemigo de los pobres, robador de los ricos, gran amigo de riquezas y muy enemigo de gastarlas; porque natural condición es de hombre avariento bivir toda su vida pobre por hallarse el día de la muerte rico. Fue en tanta manera avaro, que mandó hazer arcas de hierro y ponerlas en su palacio para guardar los tesoros que tenía robados; y esto no es de maravillar, porque dize Séneca que los príncipes avaros no sólo de los suyos, mas aún de sí mismos son sospechosos. En aquellos tiempos estava muy contaminada la Yglesia con la heregía de los pelagianos, y el favorecedor y cabeça de ellos era este malaventurado príncipe Justiniano, de manera que para sí procurava riquezas y para el demonio grangeava las ánimas; porque aquellos que una vez Dios desampara de su mano no sólo se hazen siervos del demonio, mas aun procuran ser procuradores del infierno. Pues como los pecados de los hombres sean muchos, y los juyzios de Dios sean ocultos, y muchas vezes queriendo su misericordia salvar las ánimas quiere su justicia también castigar los cuerpos, viendo que quanto más yva tanto más en su damnación aumentava; [118] súbitamente, sin haber precedido ninguna señal de enfermo, el Emperador Justiniano se tornó loco; y por ser la cosa tan súbita puso gran temor en Roma, porque estar el príncipe loco era estar mudo el Imperio Romano. Fue este Emperador tan loco, que la vida y la locura juntamente uvieron fin en un día; porque las enfermedades que Dios da a los príncipes no por desconcierto de humores sino por corrupción de costumbres, ni ay médico que las alcance, ni medicina que las remedie. Visto por el Imperio que el Emperador por sus pecados Dios le avía tornado loco, y que de su locura no se esperava remedio, acordaron de elegir una buena persona que tuviesse cargo de governar la república; porque a la verdad más sufrimiento y cordura ha menester uno para governar hazienda ajena que no para regir su casa propia. Cupo la suerte a un cavallero que avía nombre Tiberio, varón por cierto casto, justo, útil, sabio, esforçado, piadoso, limosnero, justiciero, en las armas venturoso y, sobre todo, christianíssimo. Y no se tenga en poco ser el príncipe buen christiano, porque no ay más bienaventurada república que la que es regida por príncipe de buena conciencia. Y porque no le faltasse ninguna virtud de las que un buen príncipe ha de tener, era temido de muchos y amado de todos, lo qual no es de tener en poco; porque ésta es la suprema cosa en los príncipes, conviene saber: que por la dulce conversación sean amados y por la rectitud de la justicia sean temidos. Fue muger deste Emperador Justiniano una que se llamava Sofía Augusta, la qual señora era hermosa y sabia, y en lo que tocava a su persona assaz de buena fama; porque no ay cosa en que las señoras devan bivir más recatadas que en quitar las ocasiones de andar por lenguas ajenas. Pero, con todo esto, fue esta señora notada de la avaricia, ca trabajava mucho por juntar pecunia, y deleytávase en miralla, y recebía muy doblada pena en gastarla; porque las personas avaras tienen en poco que se les disminuya la vida con tal que se les aumente la hazienda. Tiberio Constantino, como governador del Imperio, como veýa que la Emperatriz Augusta Sophía estava muy rica, queriendo más aprovechar a la república que no [119] athesorar para sí hazienda, no hazía sino hedificar monesterios, reparar hospitales, casar huérfanos, redemir captivos; porque (hablando a ley de christiano) todo lo que sobra habiendo tomado lo necessario en obras piadosas ha de ser expendido. Finalmente hazía este príncipe virtuoso lo que deven hazer los que son príncipes christianos y no tyranos; porque propriedad es de príncipe tyrano juntar muchos thesoros agenos y después gastarlos en vicios propios. Sophía Augusta, viendo que Justiniano por estar loco ella ya no podía cohechar a los pueblos y robar a los ricos, y que Tiberio sin piedad gastava sus tesoros, por satisfazer a su lastimado coraçón lo uno, y por ver si podría poner remedio en lo porvenir lo otro, llamó un día a Tiberio y díxole estas palabras en secreto. [120]
Capítulo XIV
De una plática que hizo la Emperatriz Sophía a Tiberio Constantino, siendo ambos a dos governadores del Imperio, y el fin de la plática es reprehender a Thiberio porque en gastar los thesoros del Imperio hera muy largo.
«Bien te acordarás, Tiberio, que ser ayo de Justiniano y governador del Imperio, quando estavas en Alexandría ni pensavas que lo merecías; y, si lo pensavas, pensavas que no lo alcançaras, porque tú eres hombre sabio, y el hombre sabio según lo poco o lo mucho en que le puso la fortuna a sí y a sus pensamientos aprieta o afloxa la rienda. Los que tienen la condición vana y a poder de braços quieren hazer que su fortuna sea muy próspera, siempre bivirán los tales vida penada, porque no ay cosa que más acorte la vida que cevar los pensamientos de vana esperança. Por ser tú qual eras en aquel tiempo, y por ser que fueste bienquisto de Justiniano, el pueblo te pidió, el Senado te eligió, el exército militar te recibió y todo el Imperio de tu electión se alegró. Y no tengas esto en poco, porque no todas las vezes en la electión de uno concurren las voluntades de todos. Fágote saber, Tiberio, que a mí no me pesó que, pues el Emperador estava indispuesto, tú fuesses governador del Imperio; y que otra cosa de lo que sentí sintiera, sé cierto que no lo dixera ni contradixera, porque somos de tan baxo crédito las mugeres, que más ganamos en aprovar lo mediano que dizen los otros que no lo muy bueno que dezimos nosotras. Pues la fortuna a tan alto estado te ha hecho subir, mucho te ruego, mucho te amonesto y mucho te aviso te sepas en él [121] tener bien quedo, porque para subir a la honrra abasta que el cuerpo sude, pero para sustentarla es menester que el coraçón llore sangre. Bien sabes tú que mandar más, valer más, poder más y tener más en las casas de los príncipes muchas vezes se da más por solicitud humana que no por merecimientos de la persona, y esto permítelo Dios muchas vezes porque veamos descender y caer con infamia a los que vimos subir y prosperar con sobervia. Tú, Tiberio, eres hombre, yo soy muger; tú tienes prudencia, pero yo tengo larga experiencia; y, si tú alcanças mucho, yo he visto en este mundo harto. Pues en fe desto que he dicho, te digo que en dos maneras se pierden los hombres de tu manera en casa de los príncipes: la una si piensan que merecen mucho y que pueden poco, porque los superbos pensamientos siempre traen los coraçones alterados; la otra es que quiere uno solo mandar al Emperador y al Imperio, lo qual si alguno lo alcançare lo alcançará con trabajo, y lo sustentará con peligro, y lo posseerá poco tiempo, porque es impossible que al hombre de gran privança le sea mucho tiempo fiel la fortuna. Aunque seas prudente y sabio, aconséjote que siempre te aproveches del consejo ageno, mayormente en cosa de govierno, ca mucho va saber mandar o saber obedecer; porque el saber obedecer alcánçase por buena naturaleza, mas el saber mandar sólo se alcança por larga experiencia. Ten esta regla general, que do vieres que será acepto tu ruego, jamás aventures el mandamiento; porque por mandar serás temido y por rogar serás amado. La cosa que más faze andar descontentos a los que están en las cortes de los príncipes es poder poco, tener poco y valer poco; porque de andar el hombre desfavorecido viene a andar el coraçón desmayado. Por contrario, la cosa que faze perderse los grandes privados de los príncipes es poder mucho y valer mucho, y encima desto aprovecharse más del valer que no del saber, de la autoridad que no de la razón; porque no puede durar mucho en la privança el hombre que haze todo lo que quiere en la república. Todo esto he dicho porque sepas que estoy muy maravillada de tu prudencia y no menos lo estoy espantada de mi paciencia, en ver que los tesoros que Justiniano llegó con [122] mucho trabajo y los conservó con mucho cuydado, que tú agora los gastes con tanto descuydo; y desto no te maravilles, porque no ay paciencia que lo sufra ver la hazienda propria gastarse y desperdiciarse por mano agena. Hágote saber, Tiberio, que ya ni ternemos para guardar ni ternemos para dar, lo qual es muy peligroso en las casas de los príncipes; porque la fama de los muchos tesoros hazen a los príncipes tener subjetos a sus enemigos. Los príncipes tienen necessidad de ser virtuosos y tienen necessidad de ser ricos, porque con la virtud goviernan a los suyos y con la riqueza reprimen a los estraños. No sólo es necessario que el príncipe no sea pobre, pero también es necessario que su república sea rica; porque en la verdad, de ser muy pobres los pueblos nascen muchos escándalos en los vezinos; porque al fin al fin estando la república rica no puede padecer el príncipe mucha pobreza. Yo no niego que no es muy bueno remediar a los pobres y socorrer a los necessitados, pero también digo que no es obligado ninguno a dar en particular a ninguno el tesoro que está guardado para la conservación del pueblo; porque muchas vezes un príncipe por ser largo en dar de lo suyo, la necessidad le faze después ser tyrano en tomar lo ageno. Fágote saber, Tiberio, que muy pocos príncipes hallarás que no sean o sobervios, o ambiciosos, o viciosos; porque a la verdad, mocedad, soledad, libertad y riqueza crudos enemigos son de la honesta vida. Yo no digo que han sido todos los príncipes malos, pero digo que no han sido muchos los buenos, y los que son y fueren buenos deven ser muy acatados; porque no se pueden llamar tiempos bien fortunados si no aquéllos en que uvo príncipes muy virtuosos. Fágote saber, Tiberio, que muchos príncipes, careciendo de naturaleza mala y teniendo la inclinación buena, vienen a parar en tyranía no por más de por aver venido a pobreza; porque (a la verdad) el coraçón generoso a toda cosa se aventura viéndose acossado de pobreza. E dígote más, Tiberio, que si los príncipes vienen a ser tyranos por lo mucho que les falta, no menos vienen a ser viciosos por lo mucho que les sobra; y en este caso los príncipes viciosos en los mismos vicios son castigados, porque este mal tiene el sobrado regalo: que [123] no dexa tomar gusto en el deleyte propio. Pues pregúntote agora yo: ¿quál es mejor o, por mejor dezir, destos dos males quál es el menor: que el príncipe sea pobre y con esto que sea tyrano, o que sea rico y con esto que sea vicioso? A mi parescer, más vale que sea rico y vicioso que no pobre y tyrano; que al fin con el vicio, si dañare, dañará a sí solo mesmo, pero con la riqueza aprovechará al pueblo todo; pero si es pobre, con la tyranía dañará a muchos y con la pobreza no aprovecha a ninguno, porque el príncipe pobre ni puede supeditar a los ricos ni puede socorrer a los pobres. Sin comparación es más provechoso a la república y más tolerable a los hombres que el príncipe sea mal hombre y con esto que sea buen príncipe, que no que sea mal príncipe y que sea buen hombre, porque según dize Platón, los athenienses acertaron en buscar príncipes antes provechosos que no virtuosos y los lacedemonios erraron en querer príncipes antes virtuosos que no provechosos. Cata, Tiberio, que es cosa más segura y para la república más provechosa que los príncipes tengan tesoros que repartir entre sus criados, que no pobreza y ocasión de robar y cohechar a sus pueblos; porque de ser los príncipes muy necessitados vienen a inventarse grandes tributos en sus reynos.» [124]
Capítulo XV
De lo que respondió Tiberio a la Emperatriz Sofía, en la qual respuesta prueva que los príncipes para ser generosos no tienen necessidad de athesorar muchos thesoros; y de cómo este buen emperador Thiberio por ser buen christiano le reveló Dios un grandíssimo thesoro que estava en su palacio ascondido.
Rescibió Thiberio todo este amonestamiento con mucha paciencia y respondió con mucha reverencia a la Emperatriz Sophía, y con mansas y dulces palabras diole esta respuesta: Oýdo he lo que me has dicho, sereníssima princesa y siempre augusta Sophía, y las amonestaciones yo las rescibo y los consejos yo te los agradezco, mayormente dandómelos por tan alto modo y estilo, porque muchas vezes los enfermos aborrecen los manjares no porque no son buenos, sino porque vienen mal adereçados. Plega al inmortal Dios nuestro que todas estas cosas, así como tú las has sabido dezir, assí las sepa yo fazer, y no te maravilles que en esto ponga dubda; porque las obras de virtud tenemos para loarlas mu- cho fervor y para ponerlas en obra mucha tibieza. Hablando con aquel acatamiento que a tal y tan alta señora se deve, a cada cosa de las cosas todas que me ha dicho tu excellencia responderé una sola palabra, porque muy justo es que pues tú has dicho lo que sientes de mis obras, que yo diga lo que alcanço de tus palabras. Dizes que quando yo estava en Alexandría, que ni pensava ser ayo de Justiniano, ni pensava que sería governador del Imperio, y que no me passava por pensamiento merecerlo, [125] ni menos alcançarlo. A esto respondo que si por razón en aquel tiempo yo me regía, ni avía de pensar que tal dignidad merecía, ni menos tan alto estado alcançaría; porque en la verdad las grandes dignidades y estados muy pocos son los que por virtud las merescen y muy menos los que las alcançan aunque las merezcan. Pero si según sensualidad se juzga este caso, dígote de verdad, señora Augusta, que no sólo pensava merecerlo, mas aun pensava alcançarlo, y desto no te maravilles; porque infalible regla es que allí ay mayor presunción do ay menos merecimiento. Dizes que me tenías por hombre sabio y que con la cordura tenía arrendado qualquier desordenado apetito. A esto respondo que o a mi prudencia la conocías en cosas proprias o la conocías en cosas estrañas: si en cosas estrañas, como no me costava nada siempre fuy amador de justicia; porque no ay hombre tan malo en el mundo, que a costa del bien ajeno no huelgue cobrar nombre de pródigo. Pero si me conocías en cosas proprias, no te engañes de ligero, señora Augusta, porque te hago saber que no ay hombre tan cuerdo, ni tan verdadero, ni de tan claro juyzio, que no se muestre ser flaco do se atraviessa algún interesse proprio. Dizes que los hombres que tienen los pensamientos altos y la fortuna baxa siempre viven vida penada. Por cierto es assí como tú lo dizes, pero, a mi parecer, como los miembros del cuerpo no sean sino instrumentos del espíritu, parece que es necessario ser los pensamientos agudos para que los hombres no sean perezosos; porque Alexandro y Pirro y Julio César y Scipión y Aníbal, si no tuvieran los pensamientos altos, no fueran como fueron príncipes tan valerosos. Hágote saber, sereníssima señora, que no se pierden los hombres por tener los pensamientos altos, ni por tener los coraçones generosos, ni por ser muy esforçados; piérdense los hombres por començar las cosas con locura, proseguirlas sin prudencia y acabarlas con porfía; porque los hombres generosos quando emprenden cosas generosas no han de emplear sus fuerças según lo que el generoso coraçón les dize, sino según lo que la cordura y razón les enseña. [126] Dizes que estás maravillada por ver que los tesoros que tú y Justiniano juntastes con tanto cuydado, yo los espendo con mucho descuydo. A esto respondo que no te deves maravillar que se despendiessen en un día las riquezas que se ganaron en muchos años; porque muy antigua maldición es sobre las riquezas enterradas o ascondidas, la qual maldición echó Epiménides filósofo por estas palabras, diziendo: «Todos los tesoros que se athesoran por industria de hombres avaríssimos, han de venir a gastarse por manos de hombres muy pródigos.» Dizes que, según lo que yo gasto, a pocos días ni ternás qué dar, ni ternás qué gastar, ni menos ternás qué comer. A esto respondo que si tú, señora augusta, tuviesses cargo de mantener a los pobres, como tú y Justiniano avéys tenido diligencia en robar a los ricos, razón tenías de quexarte y yo de arrepentirme; pero hasta agora no emos visto sino a muchos que de ricos avéys tornado pobres, y (lo que es peor) aún no avéys sido para hazer un hospital para acogerlos. Dizes que los príncipes para resistir a sus enemigos tienen necessidad de tener muchos tesoros. A esto respondo que si los príncipes son superbos, son bulliciosos, son desasossegados y son de reynos agenos ambiciosos, cierto es que para cumplir sus desordenados apetitos que tienen necessidad de muchos y muy grandes tesoros; porque éste es el fin del príncipe tyrano: por bien o por mal hazerse rico. Pero si el príncipe es o quiere ser asossegado, virtuoso, sufrido, pacífico y de bienes agenos no codicioso, el tal príncipe ¿qué necessidad tiene de mucho thesoro? Porque, en la realidad de la verdad, en las casas de los príncipes más culpa ay porque les sobra que no porque les falta. No quiero gastar muchas razones en responder, pues soy más amigo de obrar que no de hablar, sino que concluyo con esto: que no ay príncipe que en obras virtuosas gaste tanto que no pueda gastar más; porque al fin al fin no ay príncipe que venga a pobreza sólo por gastar lo necessario, sino por destroçarse y gastarse en lo superfluo. Y téngase por dicho que ni por esto será pobre sino más rico; porque ésta es regla [127] en la religión christiana, que más dará Dios a sus siervos que ellos gastarán en xx años. Fue emperador Justiniano onze años, el qual estando loco, y en la eregía pelagiana obstinado, murió en conformidad de todo el Imperio Romano, cuya muerte tanto todos desseavan quanto su vida todos aborrecían; porque el príncipe tyrano que haze llorar a muchos en la vida, todos aquéllos han de reýr en su muerte. Muerto Justiniano, fue emperador elegido Thiberio Constantino, el qual con tanta prudencia y justicia governó el Imperio, a que con razón ninguno puede a él ser preferido (si no nos engañan las historias de su tiempo), pues muy pocas vezes suelen concurrir en un príncipe lo que concurrió en éste, conviene a saber: rectitud en la justicia, limpieza en la vida y pureza en la consciencia; porque muy raros son los príncipes que de algunos vicios no sean notados. Paulo Diáchono, libro xviii De gestis romanorum, cuenta una cosa que aconteció a este Emperador, maravillosa que fue de ver entonces y muy digna de saber agora, y es ésta. En la ciudad de Constantinopla tenían los emperadores romanos un palacio muy solemníssimo, assaz conveniente a la auctoridad y magestad Imperial, el qual se començó en tiempo del gran Constantino y después, como yvan sucediendo buenos o malos emperadores, assí afloxavan o crecían los edificios; porque de príncipes muy virtuosos es derrocar los muchos vicios de la república y levantar grandes edificios en su patria. Avía este emperador Thiberio gastado muchos y muy grandes thesoros en redemir captivos, edificar hospitales, plantar monesterios, casar huérfanas; y fue en esto tan pródigo que quasi vino a tiempo de no tener qué comer en su palacio, y de verdad fue ésta una necessidad bienaventurada; porque los cathólicos príncipes sólo aquello han de dar por bien empleado que sólo en servicio de Christo han expendido. Y esto no lo tenía el Emperador por afrenta, sino por mucha gloria, pero sentía él mucha pena ver que la Emperatriz de verle padecer necessidad se gloriava, porque los coraçones lastimados no sienten tanto el trabajo proprio quanto ver que de su [128] trabajo se alegra su mortal enemigo. Nuestro Señor Dios, que jamás desampara aquéllos que por su amor vinieron a pobreza, aconteció que un día, andando el Emperador Thiberio passeándose por su palacio, vio en el suelo una losa de piedra mármol, y en ella estava esculpida la cruz de Christo, Nuestro Redentor, y llamando a un criado suyo díxole esta palabra: «Luego a la hora quita de aquí esta piedra, en la qual está la cruz del Redentor del mundo esculpida; porque muy injusto es que pisemos con los pies la cruz con que nos sanctiguamos y de nuestros enemigos nos defendemos.» Tomaron los artífices aquella piedra y, pensando que no avía otra cosa debaxo, luego en pos della hallaron otra piedra, en la qual también estava la cruz muy bien esculpida; y, quitada aquélla, hallaron otra tercera piedra, no menos que las otras con la cruz señalada; y, como fuesse del profundo de la tierra sacada, fallaron un grandíssimo tesoro allí enterrado, y fue en tanta cantidad, que llegava la summa a un millón de ducados. El buen Emperador Thiberio Constantino, dando muchas gracias al Señor, si hasta allí era largo, dende en adelante lo era mucho más, ca todos aquellos thesoros los repartió a pobres y monesterios. Vean y aprovéchense, y lean este exemplo los príncipes y grandes señores, y ténganse por dicho que por dar limosna a pobres no ayan miedo de verse pobres; porque al fin al fin no se puede llamar rico el hombre vicioso, ni se puede llamar pobre el hombre virtuoso. [129]
Capítulo XVI
Cómo un capitán llamado Narsetes venció grandes batallas sólo por ser buen christiano, y de lo que passó con la Emperatriz Sophía; y aquí se toca el daño que se sigue por ser los príncipes ingratos a los que los sirven.
En el año de la Encarnación del Señor de quinientos y xxviii, siendo emperador el gran Justiniano, hijo que fue de una hermana de Justino Emperador, su predecessor que fue en el Imperio, dizen los historiadores, en especial Paulo Diáchono, libro xviii De gestis romanorum, que fue en Roma un cavallero de nación griego, aunque siempre desde la niñez criado en Italia; varón de estatura mediano y de gesto rupho, y en la ley de Christo assaz virtuoso, lo qual en aquellos tiempos no era poco, porque no sólo muchos cavalleros, mas aun casi todos los obispos de Italia eran arrianos. Este cavallero avía nombre Narsetes, y por ser tan esforçado y en las armas tan venturoso, fue elegido por capitán sobre todos los exércitos del Imperio Romano; porque esta excelencia tuvieron los romanos, que do podían aver un capitán virtuoso y esforçado jamás le dexavan, aunque le pesassen a oro. Hizo tales y tan grandes cosas, y emprendió tan grandes conquistas, y venció tantos reyes, y de sus enemigos uvo tantas victorias, que dezían los romanos estar en él solo las fuerças de Hércules, la audacia de Héctor, la generosidad de Alexandro, el ingenio de Pirro y la fortuna de Scipión; porque tenían por opinión muchos de la vana gentilidad, que assí como los cuerpos repartían las haziendas en vida, assí las ánimas repartían sus dones y gracias después de la muerte. [130] Era este Narsetes capitán muy piadoso, en la fe de Christo muy constantíssimo, en dar limosna muy largo, en edificar de nuevo monesterios muy cuydadoso, en reparar yglesias caýdas muy solícito; y de verdad era ésta cosa muy nueva, porque en las guerras no por muy grandes cosas suelen los capitanes derrocar las yglesias. Lo que era más que todo, que en oýr missas, visitar hospitales y rezar devociones con muchas lágrymas, estando de noche solo en las yglesias era muy continuo. No menor excelencia es ésta que la otra, porque los capitanes a tal hora más se ocupan en matar a los enemigos por las encruzijadas, que no en llorar sus pecados por las iglesias. Finalmente era tan buen christiano y tan devoto, que todos pensavan que le dava el Señor las victorias más por las oraciones que hazía que no por las armas con que peleava, porque jamás le vieron derramar sangre de sus enemigos en la batalla, que primero no uviesse derramado lágrimas de sus ojos en alguna yglesia. Y porque vean los príncipes christianos y los capitanes de grandes exércitos quánto vale más tener a Dios aplacado con lágrimas y oraciones que no tener su campo lleno de soldados y de muchos dineros, de muchas contaré unas pocas de sus hazañas, y son las siguientes. Estando Justiniano Emperador en Alexandría, Tothila, rey de los godos, hazía muchos y muy grandes daños por toda Italia, de manera que los romanos no osavan andar por caminos, ni aun estar en sus casas seguros, porque los godos de día corrían los campos y de noche siempre intentavan hurtar y saquear los pueblos. Justiniano, el buen emperador, embió por capitán general contra los godos a Narsetes, el qual, venido en Italia, luego se confederó con los longobardos, que a la sazón tenían su assiento en Panonia, y embió sus mensageros al rey Alboyno, que era rey dellos, para que le embiasse socorro contra los godos, y que si esto hiziesse él vería cómo sería fiel amigo con sus amigos y crudo enemigo contra sus enemigos. Alboyno, rey de los longobardos, oýda la embaxada de Narsetes holgó mucho con ella, y sin poner dilación en la cosa, luego a la hora hizo y armó una muy gruessa armada, la qual por el mar Adriático vino en Italia, de manera que la respuesta y el ofrecimiento junto con la obra todo llegó a Narsetes [131] en un día. Juntáronse dos exércitos, conviene a saber: el de los romanos y el de los longobardos, en uno, debaxo una bandera, y so su capitán que fue Narsetes. Totila, rey de los godos, como no avía esperimentado la fortuna de Narsetes, ni las fuerças de los longobardos, embióles a ofrecer la batalla, la qual batalla se dio junto a los campos de Aquileya; y fue de entrambas partes muy ensangrentada y porfiada; y finalmente Tothila, rey de los godos, fue vencido sin quedar él ni hombre con él en su campo bivo. El buen capitán Narsetes, después de vencida la batalla, dio muchos y muy largos dones a los longobardos, y assí ricos y victoriosos se tornaron a Panonia para su rey Alboyno; y en esto hizo el buen Narsetes lo que era obligado, porque no se puede pagar con hazienda el amigo que por su amigo pone la vida. Ydos los longobardos, Narsetes hizo repartir todo el despojo del campo entre sus exércitos, y lo que a él le cupo dividiólo todo a pobres y monesterios, de manera que deste hecho alcançó Narsetes tres renombres excellentíssimos, conviene saber: nombre de muy magnífico en lo que dio a los longobardos; nombre de limosnero en lo que dio a los pobres y monesterios; nombre de valentíssimo capitán en vencer a tan poderosos enemigos. Tendeberto fue rey de los francos en la Galia Transalpina y, como era príncipe moço y animoso, y de cosas de honrra muy desseoso, no por más de por dexar de sí fama, acordó él mismo en persona de passar a Italia, aunque ningún título tenía a ella; porque los coraçones apoderados de sobervia poco scrúpulo toman aunque la demanda sea injusta en la guerra. Fue tan fortunado que el día que passó el río del Rubicón, do antiguamente los romanos ponían la raya de Ytalia, llególe nueva cómo era levantada toda su tierra. Y no fue esto, por cierto, sin gran permissión de Dios, porque muy justo es que qualquiera príncipe pierda sus reynos por sola justicia divina, pues él quiere tomar otros reynos no por más de por locura humana. Avido su acuerdo el rey Tendeberto con los grandes señores de su reyno que llevava consigo, acordaron todos que él en persona tornasse a la Galia, y por la reputación que dexasse todo el exército en Italia, del qual exército quedaron por capitanes Bucellino y Amingo; porque más [132] vale que el príncipe defienda su tierra con justicia, que no que conquiste la tierra agena con tyranía. Este Bucellino, como tenía exército gruesso, y él (que era capitán animoso) hazía muchos daños en Italia, especial en la tierra de Campania, y, lo que peor era, que a todas las riquezas que saqueava y a todos los captivos que tomava, ni lo quería tornar, ni menos rescatar, sino que todo assí como lo tomava, assí luego al rey lo embiava, de manera que se mostrava ser más amigo de robar que no de pelear. Estando, pues, este capitán Bucellino en Campania, en un lugar que se llama Taneto, recogido con todo su exército por amor del invierno, Narsetes repentinamente dio sobre él y uvieron ambos a dos capitanes una cruda batalla en la qual fue vencido Bucellino, y no sólo vencido, pero quedó en el campo muerto. El otro capitán de los gallos que avía nombre Amingo, después de muerto su compañero Bucellino, confederóse con Avidino, capitán que era de los godos, y entrambos juntos fueron contra los romanos, lo qual sabido por Narsetes, dioles una batalla junto a Gaeta, en la qual fue vencedor Narsetes y fueron vencidos los dichos dos capitanes y tomados bivos, de los quales Amingo hizo Narsetes que degollassen y Avidino embiólo preso a Constantinopla al Emperador Justiniano. Uvo el capitán Narsetes otra batalla contra Sindual, rey de los bretones, el qual vino en Italia con gran copia de gentes, y vino con título de recuperar el reyno de Partínuples, que agora llaman Nápoles, porque dezía que le pertenecía a causa de descender del linage de los Hércubos, que fueron antiguos reyes en aquel reyno. Este rey Sindual luego se fizo amigo con Narsetes, y después andando el tiempo intentó rebelarse contra los romanos y querer ser rey él solo en Italia, por cuya causa entre Narsetes y él se levantaron largas y crudas guerras en las quales fueron varias las vitorias, porque no ay capitán tan venturoso que en una guerra larga le diga siempre bien la fortuna. Finalmente, el rey Sindual y Narsetes acordaron de cometer su fortuna buena o mala a la batalla de un día, de manera que juntos ambos exércitos entre Verona y Tridento dieron la batalla, do fue vencido el rey Sindual, y prendiéronle bivo, y luego en aquella noche sin más dilación fue públicamente [133] ahorcado. Y porque no solía usar Narsetes de tal crueldad con los vencidos, mayormente con reyes y cavalleros generosos, mandó Narsetes poner este título en la forca do estava el rey ahorcado, que dezía assí: «A este rey mandó ahorcar Narsetes no porque fue su enemigo en la guerra, sino porque le fue traydor en la paz.» Estas y otras muchas batallas y vitorias uvo este venturoso capitán, no sólo en los límites de Ytalia, pero aun en Asia, do tuvo muchos años la governación della; y, como era príncipe christiano, en todos sus trabajos siempre halló cabe sí a Cristo. Después de passadas todas estas guerras, Justiniano el menor puso en el reyno de Constantinopla a Narsetes por universal governador de todas aquellas provincias, y si bien lo avía hecho en las cosas de la guerra, muy mejor lo hazía en la administración de la república; porque los hombres quebrantados en los trabajos aquéllos son los que rigen con madurez a los pueblos. Por esta ocasión entre todos los mortales de aquella tempestad Narsetes era loado, conviene saber: de muy esforçado por las batallas que venció; de muy rico por los despojos que uvo; de muy estimado por las governaciones y estados que tuvo. Como Narsetes era de nación de griegos, siempre le tuvieron embidia muchos de los romanos, mayormente acrecentando como acrecentava cada día mayor gloria y riqueza; porque en la verdad esfuerço, honrra y riqueza en una persona no son sino tizones para que todos le tengan embidia. Fue el caso que un día muchos nobles romanos fueron al Emperador Justiniano y a la Emperatriz Sophía a quexarse de Narsetes y de su modo de governación, y dixeron estas palabras: «Hazémosos saber, sereníssimos príncipes, que por menos mal terníamos servir a los godos que no a los griegos; y esto dezimos porque Narsetes, eunucho y griego, nos manda, y más a su servicio que al tuyo nos constriñe; y (lo que es peor) que él lo haze y tú no lo sabes, y, si lo sabes, no lo remedias. Escoge una de dos cosas: o nos libra de ser governados de griegos o sufre que a Roma y a nosotros pongamos en manos de los godos, porque menos mal es a los romanos ser subjetos a un rey poderoso que a un eunucho griego y tyrano.» Oýdas por Narsetes estas querellas, dizen que dio [134] esta respuesta: «Si yo he hecho algún mal, impossible es que halle quien me haga bien; pero si he hecho bien, ninguno será poderoso de hazerme mal.» La Emperatriz Sophía de largos tiempos tenía passión a Narsetes (unos dizen porque era eunucho, otros dizen porque era rico, otros dizen porque mandava más que no ella en el Imperio) y, como vio sazón y tiempo para mostrárselo, dixo unas palabras muy lastimosas a Narsetes, y fueron éstas: «Narsetes, pues eres eunucho, no siendo hombre, no eres ábile como hombre para tener oficio, por cuya causa yo te mando que vayas al telar do texen mis donzellas y allí asparás y las servirás de maçorcas y las ayudarás a texer las telas.» Sintió mucho Narsetes estas palabras, y de verdad fueron mal dichas, a las quales respondió con buen ánimo y dixo a la Emperatriz Sofía: «Mucho quisiera, excellentíssima princesa, que me castigaras como señora y no me lastimaras como muger con palabras; mas, pues assí es que la libertad que tú tienes en me mandar, la mesma tengo en obedescer, yo me parto a urdir una tela la qual tú no sabrás destexer en toda tu vida.» Partióse luego Narsetes para Italia y vínose a Nápoles, antigua ciudad de Campania, de do luego embió sus embaxadores al reyno de Panonia, do los longobardos tenían su silla, amonestándoles y persuadiéndoles que, dexada aquella tierra que era inculta, áspera, fría y estrecha, se viniessen a poblar a Italia, que era tierra llana, fértil, templada, ampla y muy rica, y que agora sino nunca avía disposición para apoderarse de ella. Y no contento con esto, Narsetes, por despertar más a sus amigos y fazerlos más cobdiciosos, embióles de todas las cosas buenas que avía en Italia, conviene a saber: cavallos muy ligeros, armas muy ricas, fructas muy suaves, metales muy finos y especias y ungüentos muy odoríferos, y sedas y ropa de diversas maneras. Llegados los embaxadores a Panonia, que agora es Ungría, fueron muy bien recebidos; y, vistas tantas y tan buenas cosas aver en Italia, determinaron los longobardos dexar a Panonia y yr a poblar y conquistar aquella tierra, aunque la tierra era de Roma, y a la sazón ellos eran amigos de los romanos; pero a esto tuvieron ellos poco respecto, y de esto no es de maravillar, porque jamás ay amistad [135] perfecta do sobre mandar es la demanda. Determinados los longobardos de passar en Italia, vieron visiblemente todos los de Italia muchos exércitos de fuego en el cielo unos contra otros darse crudas batallas, la qual visión puso muy gran espanto a todos los pueblos, y por ella conoscieron que en breve avían de ser derramadas muchas sangres dellos y de sus enemigos; porque muy antigua costumbre es que, quando ha de acontecer algún gran caso en algunos reynos, primero hazen señales los planetas o elementos. La ingratitud que tuvo el Emperador Justiniano con Narsetes, su capitán, y las palabras lastimosas que le dixo Sophía fueron ocasión que los longobardos entrassen y destruyessen a toda Italia, la qual cosa deven mucho notar los príncipes valerosos para guardarse no sean a sus criados ingratos de los servicios; porque regla general es que la ingratitud de un gran beneficio haze que el criado de desperado se torne loco o de fiel siervo se torne crudo enemigo. Y no se fíen los príncipes en pensar que por ser naturales de sus reynos, ser criados antiguos de sus palacios y aver sido siempre fieles a sus servicios que por esso no se amotinarán y se tornarán sus enemigos, ca la tal imaginación es vana; porque el príncipe que de hecho es ingrato no podrá conservar a un hombre mucho tiempo en su servicio. Una cosa hizo con Narsetes el Emperador Justiniano, de la qual se deve guardar todo príncipe que es cuerdo, conviene a saber: que no sólo oyó a sus enemigos, pero aun los creyó; y no sólo los creyó, mas aun delante dellos le afrentó, la qual cosa le hizo venir en suprema desesperación; porque no ay paciencia que lo sufra delante sus enemigos a ningún hombre de bien hazerle una affrenta. Digna fue de gran culpa la Emperatriz Sophía en dezir a Narsetes aquella palabra tan lastimosa, conviene a saber: embialle a hazer maçorcas o cañillas para la tela; porque oficio es de las generosas princesas mitigar la yra de los príncipes quando están ayrados. Narsetes, pues, recelándose de la Emperatriz Sofía, jamás tornó a Constantinopla do ella estava, antes veniendo de Nápoles a Roma, un año antes que los longobardos viniessen a Italia, el dicho Narsetes, rescebidos todos los sacramentos, como [136] buen christiano murió en Roma, y llevaron su cuerpo en un ataúd de plata, lleno de muchas joyas a enterrar en Alexandría. No se sabe quál fue mayor: el pesar que tomó toda Asia de no ver a Narsetes bivo, o el plazer que tomó Sophía de verle traer muerto; porque el coraçón apassionado no descansa hasta ver a su enemigo muerto. [137]
Capítulo XVII
De cómo embió una carta Marco Aurelio Emperador al rey de Sicilia, do le trae a la memoria los trabajos que passaron entrambos en la mocedad y reprehéndele porque es mal devoto a los templos, especial porque derrocó un templo para ensanchar su palacio.
Marco Aurelio, único Emperador romano, natural del monte Celio, nombrado tribuno, a ti, Gorbino, señor y rey de Sicilia, salud a la persona y aumento al estado te dessea. Como es costumbre a los emperadores romanos, el primero año de mi Imperio escreví en general a toda essa ysla, y el segundo año escreví en general a tu corte y casa. Agora escrivo más peculiarmente a sola tu persona; porque los príncipes aunque tengan muchos y grandes reynos, no por esso han de dexar de communicarse con sus antiguos amigos. Después que tomé la péndola para te escrevir, he tenido por mucho espacio parada la mano para no te escrevir, y esto no porque tenía pereza sino porque avía vergüença, y hame venido esta pena y vergüença de ver que está de ti escandalizada toda Roma. Hágote saber, excellente príncipe, que en esto veo que soy tu verdadero amigo, en que de todo coraçón siento tu trabajo, que al fin al fin bien dezía Erípides que lo que de coraçón se ama, de coraçón se llora. Antes que diga la causa porque te escrivo, quiérote traer a la memoria algunas cosas de nuestra juventud passada, y por ellas veremos quáles fuemos entonces y quáles somos agora; porque ninguno goza de la prosperidad presente si no trae a la memoria la miseria passada. Bien te acordarás, excelente príncipe, que deprendimos a leer juntos en Capua, y después estudiamos un poco en Taranto; [138] y de allí nos fuemos a Rodas, do yo leýa retórica y tú oýas philosophía; y después a cabo de diez años nos passamos a la guerra de Panonia, en la qual yo me di a la música; porque es tan variable el apetito de los moços que cada día querrían conoscer reynos y mudar oficios. En todas estas jornadas, con la fuerça de la mocedad, con la dulce compañía, con el hablar de la sciencia y con una vana esperança dissimulávamos nuestra enojosa pobreza, la qual era tan grande, que muchas vezes desseávamos no lo que tenían muchos, sino lo poco que sobrava a pocos. Bien te acordarás que, quando navegamos por el golfo arpino para yr a Elesponto, nos sobrevino una muy larga tormenta, en la qual fuemos presos de un pirata, y a mejor librar nos hizo nueve meses remar en una galera, do no sé quál fue mayor: la falta de los panes o la sobra de los açotes. Bien te acordarás que, quando estuvimos cercados en Rodas de Bruxeydo, poderoso rey de los epirotas, por espacio de xiiii meses, en los x de los quales tu Excellencia y yo no comimos carne si no fueron dos gatos, el uno que compramos y el otro que hurtamos. Bien te acordarás que, estando tú y yo en Tharento, fuimos combidados por nuestros huéspedes a yr a la gran fiesta de la diosa Diana, en el templo de la qual no podía nadie en aquel día entrar sino vestido de ropas nuevas, y (hablando a la verdad) acordamos de no yr allá, tú porque tenías la ropa raýda y yo porque tenía los çapatos rotos. Bien te acordarás que dos vezes que enfermamos en Capua, que jamás nos curavan con dieta, porque no era nuestro mal de ahíto sino de flacos; y muchas vezes Rétropo, el médico, nos dezía burlando de nosotros en la Academia: «A lo menos, hijos, no moriréys de opilados.» Y de verdad tenía razón, porque era la tierra tan cara y era tan poca la moneda, que jamás comíamos hasta más no poder, sino hasta más no tener. Bien te acordarás del año que uvo la gran hambre en Capua, por cuya causa nos fuemos tu excellencia y yo a la guerra de Alexandría, en la qual las carnes me tiemblan en acordarme qué peligros passamos en el golfo Terebinto, qué nieves en los puertos Hésperos, qué tremedales en los valles Umbrosos, qué asperezas en las cumbres Lodoveras, qué crudos fríos todo el invierno, qué enojosos calores en el verano, [139] qué general hambre en los reales, qué peligrosa pestilencia en los pueblos y, lo peor de todo, qué perseguidos de los estraños y quán mal agradescidos de los nuestros. Bien te acordarás que en la ciudad de Partínuples rogamos a Fulava phetonissa nos dixesse qué avía de ser de nosotros después que saliéssemos de los estudios, y a mí dixo que sería emperador y a ti dixo que serías rey, a la qual respuesta dimos tanto crédito, que no sólo lo tomamos por burla, mas aun por injuria. Y desto no me maravillo, que entonces nos maravillássemos tú y yo, porque la embidiosa fortuna más exercita sus fuerças en derrocar ricos que no en sublimar pobres. Mira, excellente príncipe, la grandeza de los dioses, la rueda de la fortuna y las variedades de los tiempos. ¿Quién pensara, quando yo tenía dessolladas las manos con el remo de la galera, que en mis manos se avía de fiar el governalle de la governación de Roma? ¿Quién pensara, quando yo enfermava de comer poco, que avía de enfermar en el tiempo advenidero por comer mucho? ¿Quién pensara, quando aún no me podía hartar de carnes de gatos, que avía de venir a tanta abundancia que ternía hastío de manjares muy delicados? ¿Quién pensara en aquel tiempo, quando dexé de yr al templo por tener los çapatos rotos, que avía de venir otro tiempo en que avía de entrar en carros triumphales y en ombros agenos? ¿Quién pensara que lo que oý de la muger phetonissa con mis orejas en Campania que lo avían de ver mis ojos en Roma? ¡O!, quántos y quántos, quando nosotros estávamos en Asia, esperavan ellos ser governadores y señores de Roma y de Trinacria, a los quales faltó no sólo la honra que desseavan, mas aun les sobrevino la muerte de que no se temían; porque muchas vezes acontece a los hombres ambiciosos que al mejor tiempo que tienen tramada y ordida la honrra, en un punto se les quebranta el telar y la tela de la vida. Si en aquel tiempo preguntaran al tirano Laodocio, el qual pensava ser rey de Trinacria, y preguntaran a Rupho Calvo cónsul, el qual pensava ser emperador de Roma, qué sentían de sí, yo juro que juraran su esperança ser tan cierta como la nuestra dudosa; porque natural cosa es a los hombres superbos cevarse [140] de pensamientos vanos. Cosa es maravillosa de ver y digna a la memoria de encomendar que, ellos teniendo la honra a ojo, y a nosotros de alcançarla aún no nos passando por pensamiento, quiso la fortuna mostrarse en este caso muy poderosa, en que proveyó y mandó que los desperados esperassen y los que esperavan desesperassen, lo qual les devía causar algún gran dessabrimiento; porque no ay paciencia que lo sufra ver que alcança uno con descuydo lo que no pudo alcançar otro con trabajo. No sé si hable como simple romano, diziendo que estas cosas consisten en fortunados hados, o si diga como buen philósopho que las ordenan todos los dioses; porque al fin al fin, ningún hado es poderoso en cosa que los dioses ponen la mano. Trabajen quanto quisieren los sobervios, y anden solícitos quanto pudieren los ambiciosos, que yo digo y afirmo que muy poco aprovecha la diligencia humana para alcançar grandes estados si a los dioses tenemos por enemigos. Ora lo ordenen los hados malos, ora lo permitan los dioses buenos, veo que los que tienen pensamientos baxos muchas vezes les sucede la fortuna alta y los que tienen los pensamientos altos, las más vezes los vemos de fortuna baxa; porque muchos muchas vezes se sueñan ser señores de grandes estados y en despertando se hallan ser esclavos de todos. Jamás leý tal condición como tiene la honra, y por esso deven mucho mirar por sí los que tratan con ella, ca las condiciones de la honra son éstas: pregunta por quien no conoce; habla a quien no le escucha; trata con quien nunca ha visto; corre tras quien della huye; honra a quien no la estima; quiere a quien no la quiere; da a quien no le pide; fíase de quien no conosce; finalmente tiene por oficio la honra que se despide del que la tiene en mucho y haze assiento con el que la tiene en poco. Los curiosos caminantes no preguntan qué tal es el lugar, sino por el camino que va aquel lugar, quiero dezir que los varones heroycos y generosos no han de poner luego los ojos en la honra, sino en el camino de la virtud que va a parar en la honra, porque, de otra manera, cada día vemos a muchos quedar infames sólo por buscar la honrra y a muchos más quedar honrados sólo por huyr de la honra. [141] ¡O!, mundo inmundo, bien sabes tú que te conozco yo; lo que de ti conozco es que eres un sepulcro de muertos, una cárcel de bivos, una botica de viciosos, un verdugo de virtuosos y un olvido de los passados; un enemigo de los presentes, un despeñadero de grandes y una sima de pequeños; un mesón de peregrinos y una plaça de vagabundos; finalmente eres, ¡o! mundo, un rebentón de buenos y un resvaladero de malos y un atolladero de todos. En ti, mundo, hablando sin mentir, es impossible que ninguno viva contento, ni menos viva honrado, porque a los buenos si les quieres dar honra tiénense por desonrados y a tu honra tiénenle como cosa de burla; y, si acaso los tales son malos y livianos, permítesles que alcancen de burla la honra, porque de allí se les siga la infamia de veras. Muchas vezes me paro a pensar de quál terné más compassión: del hombre malo y sublimado sin ningún mérito, o del hombre bueno y abatido sin ningún demérito; y de verdad en este caso el hombre piadoso de entrambos terná piedad, porque el malo si vive es cierto que ha de caer y el bueno si no muere estamos en duda si tornará a subir. Si todas las caýdas fuessen de una manera, todas sanarían con una medicina; pero unos caen de pies, otros caen de codo, otros tropieçan y no caen, otros van a caer y danles la mano. Quiero dezir que unos ay que caen de sus estados y no pierden más de la hazienda; otros caen, y de pura tristeza no la hazienda, pero aun pierden la vida; otros caen, que ni pierden la hazienda ni la vida, pero pierden la honra, de manera que, según estava contra ellos cruel la fortuna, si más les hallara, más les quitara. De una cosa estoy muy maravillado, y que los dioses jamás en ella ponen remedio, conviene saber: ¿por qué la fortuna, de que comiença a perseguir y derrocar a un miserable, no sólo le quita todo aquello que halló que le quitar, pero aun le quita todos aquellos que podían y le querían socorrer, de manera que el triste está obligado a llorar más el daño ageno que no el suyo proprio? Mucha diferencia ay entre los infortunios de los buenos y entre los acaescimientos de los malos, porque el malo no podemos dezir que deciende sino que cae, y el bueno no podemos dezir que cae sino que deciende, [142] que al fin al fin la verdadera honra no consiste en la dignidad que hombre tiene, sino en la buena vida que haze. Grave cosa es ver a los vanos deste siglo, de que les toma imaginación de procurar y alcançar una cosa, el madrugar que hazen de mañana, y el trasnochar de noche, y el aguardar a otros; ser importunos a muchos y ser enojosos a todos; y después, quando no se catan, uno de los que menos pensavan holgando y sin trabajo alcançó la honra, y ellos con mucho sudor y no poco dinero cobraron infamia; porque muchos negocios he visto yo perderse por pereza y muchos más por sobrada diligencia. [143]
Capítulo XVIII
Do prosigue el Emperador su carta y persuade a que los príncipes sean de sus dioses temerosos, y de la sentencia que dio el Senado contra el príncipe que derrocó el templo.
Todas estas cosas, excellente príncipe, te he dicho no por más de te reprehender y afear tu caso, porque el curioso médico para quitar el agror de la purga haze morder al enfermo de una dulce mançana. A xx días del mes de Jano se presentó una muy larga información de tu vida aquí en el Senado, y fue embiada por el cónsul que fue a visitar a essa ysla de Sicilia, que como sabes es ordenación muy antigua que de tres en tres años se visite toda la tierra subjecta a Roma; porque muy injustos son los príncipes que tienen solicitud en hazer coger toda su renta y son perezosos en saber si a sus pueblos se administra justicia. De la información que se tomó de ti y de tu persona, si mi memoria no me engaña, ésta era la summa, conviene a saber: que eres templado en el comer, moderado en los gastos, piadoso con las biudas, padre a los huérfanos, grato a los que te sirven, sufrido con los que te ofenden, solícito en conservar la paz y fiel en mantener las treguas; solamente eres acusado que en el servicio de los dioses eres muy perezoso. Por un solo portillo se pierde una ciudad cercada si queda abierto; cincuenta huevos sanos se estragan mezclando un güero; por una trayción sola se pierden infinitos servicios passados. Quiero dezir, excellente príncipe, que poco aprovecha en las cosas morales y agibles poner mucho cuydado, y a las virtudes heroycas y divinas poner en olvido; porque el buen príncipe primero ha de cerrar las puertas a [144] los vicios que no entren en sus súbditos, que no alçar y reparar los muros contra sus enemigos. Sea cada uno qual fuere y diga cada uno lo que mandare, que para mí yo tengo por averiguado que el hombre que no es cultor de sus dioses, todas sus virtudes le han de estimar como vicios; porque ésta es regla general en la muy alta philosophía, que no se llama una obra virtuosa porque yo la obro, sino que entonces es virtuosa quando a los dioses es acepta. ¡O!, excellente príncipe, ¿y tú no sabes que no ay hombre tan cuerdo, que no le falte más que tiene de cordura? ¿Y tú no sabes que no ay hombre tan sabio, que no ignora más que tiene sabido? ¿Y tú no sabes que no ay hombre tan prudente, que no yerre más cosas con la ignorancia que acierta con su prudencia? ¿Y tú no sabes que no ay hombre tan justo, que no le falte mucho para alcançar la verdadera justicia? Finalmente digo que no ay virtud tan virtuosa, que no le falte más que tiene para ser perfecta, por cuya ocasión toda nuestra justicia se ha de perfecionar y refinar en la justicia divina, y lo mucho de virtud que a nosotros falta se ha de cumplir con mucha perfeción que a los dioses sobra. Esta ley tenemos los romanos y ésta es la summa de todos los philósophos: que acá entre los mortales, ni de los mortales, ni con los mortales no ay cosa perfecta si no es por los dioses y en los dioses y con los dioses perfecionada. Los hombres, como son flacos, no puede ser menos sino que cometan algunas flaquezas, y en tal caso los príncipes que son cuerdos todas las flaquezas que cometen los hombres pueden y deven con ellos dissimular, excepto las que son en desservicio de los dioses, las quales, si fuesse possible, antes que fuessen pensadas avían de ser punidas; porque no se puede llamar príncipe sino tyrano el que en vengar sus injurias es solícito y en castigar las de los dioses es perezoso. Siéntase quien se sintiere, quéxese quien se quexare; que el príncipe que por ensanchar sus reynos, aumentar sus estados; diere ocasión a que se desminuya el servicio de los dioses, al tal no le llamaremos rey que govierna, sino tyrano que tyraniza, si llamamos tyrano al que despuebla a los pueblos, mata a los hombres, persigue a los innocentes, estupra a las [145] vírgines y roba a los reynos. Dime, excellente príncipe, ¿qué le faltará para tyrano al príncipe que se atreve a los templos y no reverencia a los flámines y, lo peor de todo, que tiene en poco el servicio de los dioses? No ay mayor tyranía, y de verdad es verdadero tyrano el príncipe o señor que a sus dioses es atrevido; porque no ay trayción ni maldad que no cometa el que ya a los dioses tiene la vergüença perdida. Licurgo, glorioso rey de los lacedemonios, dezía en una de sus antiguas leyes estas palabras: «Ordenamos y mandamos que ningún hombre lacedemonio sea osado rescebir mercedes de manos del príncipe que a sus dioses no haze servicios; porque no sólo no es bueno, pero aun es muy dañoso todo aquello que por los hombres y no por los dioses nos es otorgado.» ¡O!, excellente rey, ¡o!, glorioso siglo, ¡o!, bienaventurado reyno en el qual querían que fuessen tan justos sus príncipes, que sólo para repartir la hazienda querían que fuesse muy justa su persona, y todo aquello davan por mal empleado que por mano de malos hombres les avía venido. Una cosa heziste, sereníssimo príncipe, muy fea, la qual yo he vergüença de escrevirla, y es que por ensanchar tu palacio derrocaste un muy antiguo templo, lo qual no sólo no lo devieras hazer, pero aun ni por pensamiento te avía de passar; porque al fin al fin aunque las piedras de los templos valen poco, los dioses a quien están ofrescidas y dedicadas valen mucho. Perdóname, excellente príncipe, que te quiero hazer saber qué ha sido este hecho de tal qualidad, que a mí me ha espantado, a toda Roma escandalizado, al Sacro Senado has muy enojado, y a ti te tienen por hombre atrevido, y todos reclaman que seas muy bien castigado. Y desto no te maravilles, porque tienen por fe en Roma que el príncipe que se atreve a derrocar los templos, deve tener muy poca fe con los dioses. Por ser príncipe muy generoso y por ser amigo mío antiguo, he trabajado por ponerte en gracia con el Senado, pero como no ay escusa que escuse el error cometido, no determinan de perdonarte esta culpa sin que vean primero en ti una gran emienda. Y, a la verdad, paréceme que tienen razón, porque no ay cosa que más aýna alborote a los pequeños que [146] ver que ellos y no los grandes son castigados. Lo que ha ordenado el Sacro Senado es que luego a la hora tornes a reedificar el templo, y ha de ser más ancho, más alto, más polido y más rico, de manera que tomes otro tanto de tu casa para alargar el templo quanto tomavas del templo para aumentar tu casa. Después que esto tuvieres en perfeción puesto, como agora estás corrido y afrentado ternáste por dichoso y bienaventurado, porque no tú de los dioses, sino los dioses de tu casa para sí tomaron. Bien creo que se te recrecerá gasto hasta que ayas acabado el templo. Aý te embío quarenta mil sextercios para ayuda del edificio, y, porque sea más secreto, embíotelos con Panucio, mi secretario, al qual en todo y por todo darás crédito. Aý te embío un collar de oro que me truxeron del río Nilo; salióme algo angosto, pienso para ti será más justo. Del reyno de España me han traýdo unas mulas; aý te embío dos dellas. Panucio, mi secretario, lleva una mula muy buena y tiénela muy preciada, de manera que no ay hombre que se la pueda sacar, ni la quiere emprestar; reciba yo tanto plazer que comprada o hurtada hagas que él buelva sin ella a Roma. Mi Faustina te saluda y a la excellente reyna, tu muger, de su parte y de la mía con el acatamiento devido nos encomienda, y essos papagayos Faustina le presenta. Marco, Emperador romano, te escrive de su mano. [147]
Capítulo XIX
Que trata en quánta veneración eran tenidos entre los gentiles los que de los dioses eran muy cultores.
Los antiguos hystoriadores romanos cuentan que siete reyes fueron los que en el principio governaron a Roma por espacio de ccxlj años, el segundo de los quales fue Numa Pompilio, el qual entre todos los sobredichos siete es el más estimado, y no por más de por aver sido muy gran cultor de los dioses; porque los príncipes romanos tanto eran amados por servir a los dioses como por vencer a los enemigos. Fue en tanta manera, que consagró a los dioses a toda Roma, y él hizo para sí fuera de la ciudad una casa; porque era ley entre los antiguos que la casa que estuviesse a los dioses consagrada, ningún hombre humano era osado morar en ella. El quinto rey de romanos fue Tarquino Prisco, y quan malo fue Tarquino el superbo, tanto fue éste de bueno y del pueblo amado; y entre las otras cosas le loan mucho que era muy temeroso de los dioses y que muy continuamente visitava los templos; y no contento con los que halló hechos, él edificó en la plaça del Capitolio el muy famoso templo de Júpiter; porque ningún príncipe romano podía para su persona edificar casa sin que primero hiziesse un templo para los dioses de la república. Fue tenido en tanto este templo, que assí como a Júpiter tenían los romanos por dios de todos los dioses, assí era tenido este templo por cabeça de todos los templos. Teniendo guerra los romanos contra los falisques y contra los capenates, dos capitanes de Roma fueron vencidos, y el uno dellos muerto, que avía nombre Gemecio, y cayó tanto temor sobre los vencidos, que muchos, desamparada la guerra, [148] se tornaron a Roma; porque este privilegio tienen los victoriosos, que, aunque sean pocos, siempre son de los vencidos temidos. Por esta ocasión los romanos como hombres prudentes de nuevo pusieron otros capitanes, y cierto acertaron en ello; porque muchas vezes acontece que, mudados los caudillos de la guerra, se muda la próspera o adversa fortuna. Fue elegido por capitán de aquella guerra Marco Furio Camillo, el qual, aunque era capitán esforçado y valeroso, antes que fuesse a la guerra hizo a los dioses grandes sacrificios en Roma, y hizo voto que haría un solemne templo si bolvía con victoria; porque era costumbre que en aceptando el capitán romano la empresa, luego prometía de hazer alguna notable cosa en Roma. Como bolviesse, pues, con victoria Camillo, no sólo edificó el templo, mas aun dotóle de todas las riquezas que a él le cupieron del despojo y triumpho; y, como fuesse desto retraýdo, diziendo que los capitanes romanos avían de ofrecer los coraçones a los dioses y los thesoros repartir a los exércitos, respondió él estas palabras: «Yo como hombre no pedí a los dioses más de un triumpho, y ellos como dioses diéronme muchos triumphos; pues avido a esto respecto, justo es que si yo fui corto en el prometer, que sea largo en el cumplir; porque assí como yo les agradecí mucho lo que me dieron allende lo que yo les pedí, assí ellos ternán en mucho lo que les doy allende de lo que les prometí.» Aviendo grandes guerras entre Roma y la ciudad de Neye, tuviéronla los romanos cercada cinco años continuos. Finalmente, por ocasión de una niña fue la ciudad tomada; porque cada día acontesce en las guerras ganarse por maña lo que por fuerça se sustenta. El dictador romano que allí estava por capitán, que era Marco Furio, mandó pregonar que, al tiempo que se tomasse la ciudad, no fuesse muerto ningún enemigo sino el que hallassen armado; y, como fue sabido por los enemigos, desarmáronse todos, y assí escaparon todos; y de verdad fue este exemplo muy digno de notar; porque los capitanes quanta ferocidad muestran hasta ser vencedores, tanta piedad han de tener después con los vencidos. Fue loado aquel dictador por otra cosa que hizo muy mayor que la sobredicha, y fue ésta, conviene a saber: que no sólo no consintió [149] robar los templos ni maltratar a los dioses, pero él mismo con gran reverencia tomó todas las cosas sagradas de los templos y a los dioses que estavan en ellos, especial a la diosa Juno, y llevólos todos a Roma; porque fue ley entre los antiguos que los dioses de los vencidos no podían venir en suerte de los capitanes vencedores. Y en el monte Aventino hizo un solemníssimo templo Camillo, y allí puso a todos los dioses juntos con todas las cosas sacras que truxo; porque los romanos quanto mayor triumpho avían de los enemigos, tanto mejor tratavan a los dioses de los vencidos. Ítem es de saber que los romanos, después de muchas victorias, acordaron de hazer una corona de oro muy grande y muy rica para ofrecerla al dios Apolo, y, como estuviesse el erario pobre (en que avía poco oro y plata), las matronas romanas liberalmente deshizieron todas sus joyas de oro y plata para hazer aquella corona; porque en Roma para servicio de los dioses, para reparar los templos, para rescatar captivos, jamás entre los romanos faltavan dineros. El Senado estimó en tanto este servicio, que les concedieron tres cosas a las mugeres, conviene a saber: tener guirlandas en las cabeças, yr en carros a los juegos públicos, yr públicamente en las fiestas de los dioses; porque eran tan honestas las antiguas romanas, que jamás ponían oro en las cabeças y a las fiestas siempre yvan atapadas. Que hiziessen esto los antiguos romanos con las matronas romanas no se deve nadie maravillar, porque tenían por costumbre en Roma que la paga de un servicio avía de ser con muchas y muy señaladas mercedes. Acontesció otra cosa muy notable en Roma, y fue que los romanos embiaron a dos tribunos, los quales se llamavan Caulio y Sergio, a la ysla Delfos a llevar un gran presente al dios Apolo y a visitarle; porque, según dize Tito Livio, cada año embiava Roma un presente al dios Apolo y Apolo embiava un consejo a Roma. Como navegassen por el mar de Trinacria, dieron al través los tribunos y cayeron en manos de unos piratas cossarios; y assí, presos con todo su thesoro, los llevaron a la ciudad de Liparia; y, sabido en la ciudad cómo lo que llevavan eran cosas sagradas para el dios Apolo, no sólo los soltaron y todas las cosas les tornaron, mas aun les dieron guías que fuessen y [150] viniessen con ellos hasta sacarlos de todos los peligros. Tornados los mensageros a Roma con salud, tomaron los romanos tanta alegría, que ordenaron en Roma que los generosos de Liparia fuessen patricios romanos y todos los otros fuessen sus confederados y que en el templo de Júpiter uviesse siempre dos sacerdotes dellos, y este privilegio jamás se concedió a estrangeros sino a éstos; porque los romanos tenían tan gran zelo de sus dioses, que no fiavan el servicio de los templos sino a los naturales más antiguos y a los hombres más virtuosos. En los tiempos que estava Quinto Fabio y Publio Decio en la guerra contra los sanites y contra los esturques y contra los umbros, fueron en Roma vistas muchas señales terribles y espantables, las quales pusieron temor no sólo a los que las vieron, pero aun a los que las oyeron; por cuya ocasión los romanos y las matronas romanas hazían de noche y de día muchos y muy grandes sacrificios a los dioses, porque dezían ellos que si ellos aplacavan una vez a los dioses en Roma, no tenían temor de sus enemigos en la batalla. Fue el caso que, andando las matronas romanas por los templos a fin de aplacar a sus dioses, vinieron al templo de la castidad muchas señoras patricias a sacrificar; porque en el tiempo de la gran policía de Roma las mugeres romanas sacrificavan en el templo de los dioses. A la sazón sobrevino Virginia, hija de Aurio Virgíneo, cónsul plebeyo, y fue desechada del sacrificio porque no era señora patricia, sino muger plebeya, como si dixessen era labradora y no fijadalgo; porque en Roma eran en tanta veneración tenidas las patricias, que no parecían sino esclavas suyas las mugeres plebeyas. La noble romana Virginia, como se vio de las otras matronas afrentada, fizo de su casa propria un templo a la diosa de la castidad, a la qual ella servía con tanta reverencia, y fue tal que a poco tiempo venían allí a sacrificar todas las mugeres casadas de Roma; porque es la fortuna tan variable, que muchas vezes aquellos que con sobervia nos negaron la entrada por sus puertas, con humildad después vienen a servirnos a nuestras casas. Por esta causa fue en tanto tenida la fundadora Virginia, que en vida los romanos la hizieron patricia y en muerte le pusieron en el alto Capitolio una estatua. Encima desta estatua estavan esculpidas unas letras griegas que en [151] sentencia dezían estas palabras: «Ésta es la ymagen de la gran matrona Virginia, la qual porque dio su casa a los dioses en vida, los dioses la llevaron a su casa en la muerte.» De todas las historias sobredichas haze mención Tito Livio en la primera Década, libro ij, v, ix; y aunque él las pone por más estenso, pero abasta esto para lo que haze a mi propósito. He querido entre los gentiles buscar estos pocos de exemplos para confundir y reprehender a los príncipes christianos, en que vean quánto zelo tenían al servicio de sus dioses falsos aquéllos y quán tibios y descuydados en el servicio del nuestro Dios verdadero somos nosotros. Vergüença es de dezir cómo los antiguos romanos a los dioses de burla servían de veras, y los más de los christianos al Dios de veras sirven de burla; porque los hijos deste siglo no quieren sobre sí trabajo sino solamente por los deleytes del cuerpo. Muchos se maravillan qué sea la causa que Dios hazía tanto por ellos, ellos no haziendo nada por Dios, y a esto se puede dezir que si ellos a un Dios verdadero conocieran, todo lo que a muchos dioses sacrificavan, a un Dios sacrificaran, y, como nuestro Dios es justo, remunerávales en estas prosperidades temporales no porque acertavan, sino porque desseavan acertar; porque en nuestra sancta ley no mira Dios quáles somos, sino quáles desseamos ser. Los príncipes christianos maravíllanse qué es la causa que ellos no son assí de Dios socorridos y prosperados como lo fueron los gentiles, y a esto se puede dezir que o ellos son buenos o malos. Si son buenos, por cierto gran injuria les faría Dios en pagarles sus fieles servicios en estos bienes mundanos, porque más valen diez mil de juro perpetuo en la gloria que cien mil de juro de por vida en esta triste vida; pero si los tales príncipes y grandes señores son malos en sus personas, no solícitos en governar sus tierras, no favorecedores de pupilos y biudas, no muy temerosos de Dios y de sus iglesias, y, sobre todo, que jamás se acuerdan de hazer a Dios un servicio sino quando se veen metidos en algún peligroso trabajo, en tal caso ni quiere Dios oýrlos, ni menos favorecerlos; porque sin comparación es más acepto el servicio que se haze por voluntad, que no el que se ofrece por necessidad. [152]
Capítulo XX
Que por cinco razones deven los príncipes ser mejores christianos y más virtuosos que no sus vassallos.
A mi parecer, por cinco razones deven y son obligados los príncipes a ser virtuosos, digo virtuosos en que sean de Dios muy temerosos, porque sólo aquél se puede llamar virtuoso que en la fe de la Iglesia y en el temor de Dios está muy entero. Lo primero, deven los príncipes temer, honrar y servir a un solo Dios que adoran, pues a Él solo y no a otro conocen por superior en los cielos y en la tierra; porque al fin al fin no ay cosa tan poderosa que a la divina potencia no sea subjecta. Y de verdad si el príncipe que govierna no tiene siempre delante los ojos al Superior Príncipe a quien ha de dar cuenta, en gran peligro tiene la salvación de su ánima; porque el príncipe mucha ocasión tiene a ser vicioso, acordándose que por el vicio no ha de ser castigado. En muchas y diversas escripturas lo he mirado, y jamás hallé príncipe antiguo que con tener a un solo Dios fuesse contento, ca tenía muchos dioses, porque Julio César cinco dioses traýa en una tabla pintados y el gran Scipión siete dioses traýa en una medalla esculpidos; y, lo que más es, que no se contentavan con tener muchos, sino que en sacrificios y servicios cumplían con todos. Y los príncipes christianos, que no tienen sino un solo Dios verdadero, no son para darse recabdo en tenerle contento y hazerle el devido servicio. Y si acaso dixeren los príncipes que más trabajo es servir a un Dios verdadero que a todos los dioses falsos, a esto respondo que servir aquéllos era trabajo y servir a nuestro Dios es descanso, y servir aquéllos era costoso y de servir a Dios sácase provecho; [153] porque aquellos dioses pedían muchos y muy ricos sacrificios y nuestro Dios no pide sino puros coraçones y sanctos desseos. Lo segundo, deven los príncipes ser mejores christianos que todos porque tienen más que perder que todos, y el que tiene que perder más que otro ninguno ha de servir a Dios, porque assí como Él solo lo puede dar, assí Él solo y no otro lo puede quitar y tornar. E si un vassallo pierde o le toman alguna cosa, hazésela cobrar el príncipe a quien sirve, mas si el príncipe es agraviado y de otro príncipe o tyrano suprimido, no tiene a quien se querellar ni socorrer sino a su Dios piadoso; que al fin al fin un poderoso no puede ser desagraviado sino por otro poderoso. Pero miren los príncipes que el hombre que quiere dar algún gran salto desde lexos viene primero corriendo. Quiero dezir que el príncipe que quiere tener a Dios para sus necessidades propicio deve tener a esse mismo Dios con servicios muy grangeado, porque con vergüença se pide socorro aquél a quien jamás hezimos servicio. Lo tercero, deven los príncipes ser mejores christianos, y verse ha esto en que socorran a los pobres, favorezcan a los desfavorecidos, visiten a los hospitales, freqüenten los templos y se esfuerçen a oýr los oficios divinos, y de todas estas cosas no sólo rescebirán premio porque las hazen, pero aun recibirán honrra porque por su buen exemplo otros harán la misma obra. De ser los príncipes de Dios y de sus mandamientos poco temerosos vienen sus reynos y vassallos a ser malos christianos; porque, siendo la fuente salobre, impossible es que sus arroyos sean dulces. Vemos por experiencia que un freno enfrena un cavallo, un rodezno mueve a un molino y un governalle rige a una nao. Quiero dezir que un príncipe bueno o malo llevará tras sí a todo el reyno, que, si ellos adoran a Dios, todos le adoran; si ellos le sirven, todos le sirven; si ellos le alaban, todos le alaban; y, si ellos le blasfeman, todos le blasfeman; porque es impossible que el árbol brote otras fructas ni flores sino conforme al umor que tienen sus raýzes. Los príncipes esta preminencia tienen entre todas las criaturas, que si son buenos nunca rescebirán gualardón por una obra sino por muchas, porque fueron ocasión [154] que las obrassen muchos; y, por contrario, no sólo serán castigados por el mal que ellos hizieron, pero aun por los males que por ocasión de sus malos exemplos otros cometieron. ¡O!, príncipes que oy soys vivos, quánto desseo yo que pudiéssedes hablar con uno de los príncipes que son ya muertos, especial si fuessen de los que en aquellas eternas llamas están dañados, y veríades y oyríades que los mayores tormentos que passan son no por lo que hizieron, sino por los males que fueron ocasión de se hazer; porque muchas vezes pecan los príncipes y prelados más por lo que dissimularon a otros que por lo que cometen ellos. ¡O!, quánta vigilancia deven tener los príncipes y grandes señores en mirar mucho lo que dizen, y quán desaminado ha de ser todo lo que hazen, porque no sólo sirven a Dios por sí solos, pero sírvenle en todo lo que sirven sus súbditos. Y, por el contrario, no sólo los príncipes ofenden por sí solos, pero ofenden y pecan en todo lo que ofenden y pecan sus reynos; porque al pastor muy grave le han de dar el castigo quando por su culpa el lobo mata al ganado. Lo quarto los príncipes deven ser mejores christianos que otros a causa que a solo Dios han de dar cuenta de sus estados. Tanto quanto más somos ciertos ser justo el Dios que nos ha de tomar la cuenta, tanto devemos trabajar más de estar en su gracia, porque si hallare o no hallare en nuestra vida alguna falta con amor y piedad nos la corrija. Los hombres en esta vida no tienen cuenta sino con otros hombres, y al fin al fin cuenta buena, cuenta mala, toda passa entre los hombres, porque son hombres. Pero ¿qué harán los tristes de los príncipes, que no tienen cuenta sino con Dios, el qual ni puede ser engañado con palabras, ni corrompido con dones, ni temeroso por amenazas, ni convencido por ruegos, ni satisfecho con escusas? Tienen los príncipes sus reynos llenos de crudas justicias que castigan las flaquezas humanas; tienen sus consejos llenos de fiscales que acusan los excessos contra ellos cometidos; tienen sus palacios llenos de truhanes que les acuerden las vidas agenas; tienen sus cortes llenas de contadores que de todas sus rentas les dan cuenta; y, entre todas estas cosas, ¿por qué no quieren tener memoria de aquel [155] estrecho día en el qual de su mala vida darán estrecha cuenta? Paréceme a mí que, pues los príncipes todo su rescibo es de la mano de Dios, que todo su gasto ha de ser en cosas de Dios, y todo su trato ha de ser con Dios, y la cuenta de su vida no la han de dar sino a Dios; que, pues son dioses en la auctoridad que tienen sobre las cosas temporales, que paresciessen a Dios más que los otros en las virtudes; porque más heroyco es el príncipe que supedita dos vicios que el príncipe que subjuzga diez reynos. Pero ya les perdonaremos, y aun rogaremos, que no sean dioses en la tierra, sino que sean unos hombres buenos en la república; porque todo el bien de los príncipes está en que sean muy valerosos con los estraños y poco presumptuosos con los suyos. Lo quinto, los príncipes deven ser mejores christianos que otros porque el favor o disfavor les ha de venir de mano de Dios solo y no de otro ninguno. Muchas vezes lo he visto que los príncipes que toda su esperança ponen en el socorro y favor de otros príncipes, aquéllos son de Dios más desamparados; y, por contrario, los que no curan de los hombres sino de Dios, aquéllos tienen a Dios y a los hombres en su favor y socorro. Muchas vezes al mejor tiempo que con gran brío el favor umano passa su carrera, el secreto juyzio de Dios le haze parar con una sofrenada. Quiero dezir que muchas vezes los confederados y amigos de los príncipes les pueden y quieren ayudar y Dios no quiere que sean ayudados ni favorecidos, porque vean que no está su remedio en la solicitud humana, sino en la providencia divina. Un príncipe que tiene un reyno no permite sin su parescer se haga ninguna cosa en el reyno, pues no es de menos señorío Dios en el cielo que son los príncipes en la tierra, porque quiere Dios que como es señor de todo hagan cuenta dél en todo, y como es fin de todas las cosas, en él y con él se comiencen todas las cosas. ¡O!, príncipes, si supiéssedes quán poco mal es estar mal con los hombres, y si supiéssedes quánto os va en estar bien con Dios, yo os juro que a los hombres aun burlando no quisiéssedes hablar una palabra, y a Dios no dexaríades de encomendaros a él de noche y de día; porque más prontitud tiene Dios para nos socorrer que nosotros tenemos solicitud para [156] le llamar; que al fin al fin el favor que os pueden dar los hombres puédenlo deshazer otros hombres, pero el favor que os diere Dios ni ay hombres que lo resistan, ni otro dios que lo contradiga. Todos los que han alcançado mucho y tienen mucho dévense favorescer con los que pueden mucho, y, si es assí, hágoles saber a los príncipes que todos los hombres juntos no pueden tanto como puede Dios solo; porque más espanta el bramido del león que no el aullido del lobo. Yo confiesso que los príncipes y grandes señores pueden algunas vezes ganar, procurar, alcançar muchas cosas, pero pregúntoles qué es del favor que tienen para conservarlas. Muchas vezes vemos que en breves tiempos se alcançan grandes señoríos, los quales ni juyzios humanos abastan para regirlos, ni fuerças humanas para conservarlos; porque los romanos la libertad que en seyscientos años ganaron, por tomarse con los godos en tres años la perdieron. Vemos por experiencia cada día que un hombre para regir sola su casa tiene necessidad del consejo de sus amigos y vezinos, y ¿piensan los príncipes y grandes señores con solo su parescer governar tantos reynos? [157]
Capítulo XXI
Quién fue el philósopho Bías, y de la constancia que tuvo quando perdió todo lo que tenía, y de un razonamiento que hizo a los que lo consolaban de su trabajo, y de diez leyes que dexó a los príncipes, las quales para los príncipes son leyes muy notables.
Entre todas las naciones y géneros de gentes que se preciaron tener consigo sabios fueron los griegos, los quales por excellencia no sólo tuvieron para leer en sus achademias grandes philósophos, pero aun los eligieron por príncipes de sus reynos; porque, según dize Platón, en aquellos tiempos y en aquellos reynos, o eran philósophos los que imperavan o los que imperavan philosophavan, según escrive Laercio, libro ii De antiquitatibus grecorum. Précianse mucho los griegos aver tenido de todas las condiciones de gentes muchas y muy notables personas, conviene saber: siete mugeres muy sabias; siete reynas muy honestas; siete reyes muy virtuosos; siete capitanes muy esforçados; siete ciudades muy insignes; siete edificios muy sumptuosos; siete philósophos muy doctíssimos, que fueron éstos: Thales, que fue el primero que halló el norte para navegar; el segundo fue Solonino, el qual dio las primeras leyes a los de Athenas; el tercero fue Chilón, el qual fue a Oriente por embaxador de los athenienses; el quarto fue Phítaco, el qual no sólo fue philósopho, pero aun fue capitán de los mitilenos; el quinto fue Cleóbolo, el qual descendía del antiguo linage de los Hércoles; el sexto fue Periandro, el qual por mucho tiempo governó el reyno de Corintho; el séptimo fue Bías Perineo, el qual fue príncipe de los perinenses. [158] Hablando, pues, deste Bías qué haze a mi propósito, es de saber que en los tiempos que reynava Rómulo en Roma, Ezechías en Judea, avía en Grecia muy gran guerra entre los metinenses y entre los perinenses; y destos perinenses era philósopho y príncipe y capitán Bías, el qual por ser sabio leýa en la academia, por ser esforçado era capitán de la guerra y por ser muy prudente era príncipe que governava la república. Y no se maraville desto ninguno, porque en aquellos tiempos dávanse a tanta virtud los sabios, que el philósopho que no tenía abilidad más de para una cosa en muy poco le tenían en su república. Después de muchas contiendas entre los metinenses y perinenses, diose una cruda batalla, de la qual fue capitán el philósopho Bías, y uvo la victoria della, y ésta fue la primera batalla que por manos de filósofo se dio en Grecia, de la qual victoria Grecia tomó mucha sobervia, por ver que sus philósofos eran tan venturosos en las lanças como dulces en las lenguas. Y acaso como le truxessen muchas donzellas vírgines captivas para que las vendiesse, y dellas y del precio dellas se aprovechasse, el buen philósofo Bías no sólo no las corrompió ni vendió, mas aun libertólas y vestiólas; y, libres de toda infamia, las hizo llevar a su tierra. Y no se tenga en poco esta liberalidad de soltar a los cativos y no corromper a las vírgines, porque muchas vezes los vencidos son vencidos con las armas de los vencedores y los vencedores se pierden en los regalos y vicios de los vencidos. Fue este fecho tan loado entre los griegos y fue en tanto tenido de sus enemigos, que luego los metinenses embiaron embaxadores a pedir paz a los perinenses, y ordenaron entre sí paz perpetua con tal condición que al filósofo Bías fiziessen una immortal estatua, pues por sus manos y más por sus virtudes avía entre ellos cessado aquella guerra. Y de verdad ellos tuvieron razón, porque más merece el que alcança la paz ganando los coraçones de los enemigos, que no el que alcança vitoria derramando sangre por los campos. Los coraçones de los hombres son generosos, y vemos cada día que muchas vezes ante uno vence a muchos por bien, que muchos vençan a él por mal, y assí dizen que dezía estas palabras el Emperador Severo: «Por bien, atado por un cabello me llevará el menor esclavo de Roma; [159] y por mal aun no me podrán mudar todos los poderosos de Ytalia, porque mi coraçón más quiere ser siervo de los buenos que no ser señor de los malos.» Cuenta Valerio Máximo que, como una vez fuesse tomada de los enemigos la ciudad de Periene, y fuesse saqueada, de manera que al filósofo Bías le avían a su muger muerto, a los fijos le avían cativado, la hazienda le avían robado, la su ciudad avían derrocado y a su casa avían puesto fuego; Bías fuesse a Atenas escapada la vida. En este tan lastimoso caso, el buen filósofo Bías no sólo no mostrava tristeza, pero aun yva por el camino cantando con gran alegría, y como se espantassen todos de aquella alegría, díxoles esta palabra: Habla de Bías el philósopho «Los que dizen que por carecer yo de mi ciudad, por carecer de mi muger, por carecer de mi casa, por carecer de mis hijos, por esto he perdido quanto tenía, los tales ni saben qué cosa es fortuna, ni sienten bien de philosophía; porque perder hijos y hazienda no se puede llamar pérdida quando queda la vida sana y en la fama no ha hecho estrago la pestilencia. Que sea verdad esta sentencia, pensemos profundamente esta cosa: si permitieron los dioses justos que viniesse esta ciudad a manos de tyranos crudos, la permissión fue muy justa; porque no ay cosa más conforme a justicia que aquéllos que no gustan la buena doctrina de los sabios que sientan el áspero castigo de los tyranos. Ítem, si me mataron a mi muger los enemigos, soy cierto que no fue sino con acuerdo de los dioses, los quales en nasciendo una criatura luego le tassan los días de la vida. Pues ¿por qué lloraré yo su muerte, si hasta allí tenían los dioses tassada su vida? Lo mucho en que tenemos la vida nos haze parecer que la muerte es repentina, y que la vida sin tiempo y sazón es de la muerte salteada; pero ésta es plática de los hijos de vanidad, porque con voluntad de los dioses nos visita la muerte y contra voluntad de los hombres se nos despide la vida. [160] Ítem, mis hijos son philósophos virtuosos, y aunque estén en poder de los tyranos, no por esso los llamaremos captivos; porque no se llama captivo el que está cargado de hierros, sino el que está arrodeado de vicios. Ítem, si el fuego quemó a mi casa, ni por ello tengo de tomar tristeza, que a la verdad ella era ya vieja y los vientos combatían los tejados, los gusanos roýan las maderas, las aguas desmoronavan las paredes, de manera que un día cayera y allí a trayción me matara; porque la embidia y la malicia y la casa vieja sin llamar a la puerta acometen a la persona. Vino, pues, el elemento del fuego, y hízolo en tres cosas como generoso: la una, que me quitó el cuydado de la hazer; la segunda, que me quitó la costa de la derribar; la tercera, que quitó de pleytos a mis erederos de la eredar; porque muchas vezes con lo que se gasta sobre la erencia de una casa pobre se haría otra muy rica. Ítem, dezir que me tomaron mi hazienda en carecer que carezco de los bienes de fortuna, no tienen razón los que tal piensan, ni menos los que tal dizen; porque la fortuna estos bienes temporales jamás a ninguno los da por cosa propia, sino que en los que ella quiere y por quanto ella quiere los deposita. Pues como la fortuna vee que a los hombres que ella tenía por depositarios se le alçan por erederos, al tiempo que piensan tener por más suya la hazienda, entonces se la quita y da a otra persona. Con razón yo no puedo tener quexa que aya perdido ninguna cosa, porque los bienes temporales la fortuna encoméndolos a otro, pero la paciencia y philosofía llévola comigo, de manera que me descargaron de lo ageno y ya no tengo cargo sino de mí solo.» Cuenta Laercio, libro v De dictis grecorum, que este filósofo Bías acordó de yr a los juegos del monte Olimpo, a do concurrían de todas las naciones del mundo, y mostróse allí de tan alto ingenio, que entre todos los filósofos él quedó por único y llevó la fama de verdadero filósofo. Estando, pues, en aquellos juegos Olimpos, preguntáronle algunas preguntas otros filósofos, y aunque las preguntas fueron muchas y de diversas cosas, no porné aquí sino las más substanciales, que son las siguientes. [161] Preguntas hechas al filósofo Bías La primera pregunta fue ésta: «Di, en este mal mundo, ¿quién es el hombre más desdichado?» Respondió Bías: «En este mundo aquél es más desdichado que en la desdicha no puede tener sofrimiento; porque no matan a los hombres las adversidades, sino la impaciencia que tenemos en ellas.» La segunda pregunta fue: «¿Quál es la causa que de juzgar es más enojosa?» Respondió Bías: «No ay cosa de juzgar más enojosa que es juzgar entre dos amigos una contienda; porque juzgar entre dos enemigos, el uno queda por amigo, más juzgar entre dos amigos, el uno queda por enemigo.» La tercera pregunta fue: «¿Qué cosa es más dificultosa de medir?» Respondió Bías: «No ay cosa en el mundo do se requiera tan gran tiento como quando se mide el tiempo; porque el tiempo se ha de medir tan justo, que ni le falte a la razón tiempo para fazer bien, ni le sobre a la sensualidad tiempo para hazer mal.» La quarta pregunta fue: «¿Quál es la cosa en el cumplimiento de la qual no ha de aver escusa para cumplirla?» Respondió Bías: «Lo que se prometió, porque do ay coraçones generosos y rostros vergonçosos, todo lo que por voluntad se prometió de necessidad se ha de cumplir, que de otra manera más perdería el que perdiesse el crédito de su palabra que no el que perdiesse la promessa a él fecha.» La quinta pregunta fue: «¿Quál es la cosa en que los hombres buenos y malos han de ser más solícitos?» Respondió Bías: «En ninguna cosa han de ser los hombres tan solícitos como en buscar consejos y consejeros; porque no se pueden sustentar los prósperos tiempos, ni se pueden resistir a los muchos enemigos si no es con hombres maduros y con consejos anejos.» La sexta pregunta fue: «¿Quál es la cosa en la qual los hombres son loados por ser perezosos?» Respondió Bías: «En una sola cosa tienen los hombres licencia de ser perezosos, y es en elegir los amigos; porque el amigo muy tarde se ha de elegir y jamás por jamás se ha de dexar.» [162] La séptima pregunta fue: «¿Quál es la cosa que más dessea el hombre abatido?» Respondió Bías: «Es mudança de fortuna, y la cosa que más aborrece el próspero es pensar que es mudable la fortuna; porque el hombre abatido piensa que si muchas mudanças haze fortuna, siempre le cabrá alguna parte della, y el hombre próspero piensa que por una mudança que haga fortuna, luego le ha de despedir de su casa.» Estas cosas fueron las que preguntaron y respondió el philósopho Bías en los juegos del monte Olimpo, en la Olimpiada lx. Vivió el philósopho Bías noventa y cinco años, y, como llegasse a la muerte, los perinenses mostrando mucho pesar de carecer de tan gran varón, rogáronle afectuosamente tuviesse por bien de ordenarles algunas leyes, mediante las quales supiessen elegir caudillo y príncipe que a él le sucediesse en el reyno. Oýdas estas cosas por el philósofo Bías, dioles las siguientes leyes en breves palabras, de las quales leyes y del autor dellas haze mención el divino Platón en el libro De legibus, y Aristótiles en los libros de las Yconómicas. Las leyes que dio el philósopho Bías a los perinenses Ordenamos y mandamos que ninguno sea elegido por príncipe de todos los pueblos si no uviere a lo menos quarenta años; porque de tal edad han de ser los governadores, que ni la poca edad y experiencia les haga errar los negocios, ni la mucha edad y flaqueza les estorve a sufrir los trabajos. Ordenamos y mandamos que ninguno sea elegido por governador del pueblo si universalmente por todo el pueblo no fuere aprovado por bueno; porque nunca será bien obedecido el que de todos fuere tenido por malo. Ordenamos y mandamos que ninguno entre los perinenses sea por governador elegido si no fuere en las letras griegas muy docto; porque no ay mayor pestilencia en la república que faltar sapiencia y prudencia en el que la govierna. Ordenamos y mandamos que ninguno sea entre los perinenses por governador elegido si no fuere a lo menos diez años en las guerras criado; porque aquel solo sabe conservar [163] la paz desseada que supo por experiencia qué cosa son los trabajos de la guerra. Ordenamos y mandamos que ninguno que fuere en crueldad notable tomado sea por governador de algún pueblo elegido; porque todo hombre que fuere de crueldades amigo es impossible sino que pare en tyrano. Ordenamos y mandamos que si el governador de los perinenses fuere osado a quebrantar tres leyes antiguas del pueblo, en tal caso sea de la governación privado y del pueblo expelido; porque no ay cosa que más destruya a la república que hazer leyes nuevas y quebrantar las buenas costumbres antiguas. Ordenamos y mandamos que al príncipe o governador de los perinenses les sean muy bien pagados los tributos, y, si acaso en casa del tal governador fuere mayor el gasto que no el tributo, luego el tal sea del govierno privado; porque el príncipe que tiene poco y gasta mucho, o ha de perder el reyno o él ha de tornarse tyrano. Ordenamos y mandamos que el governador que uviere de governar a los perinenses sea muy cultor de los immortales dioses y muy amigo de los sacros templos; porque de otra manera el príncipe que a sus dioses no tiene reverencia no esperen los hombres alcançar dél justicia. Ordenamos y mandamos que el príncipe de los perinenses se contente con las tierras que le dexaron sus passados y no invente guerras para tomar reynos estrangeros, y, si acaso lo quisiere hazer, ninguno con dineros ni persona sea obligado a le seguir ni servir; porque el dios Apolo me dixo que el hombre que tomasse lo ageno los dioses le tomarían a él lo suyo proprio. Ordenamos y mandamos que el governador de los perinenses vaya cada semana dos vezes a orar a los dioses y a visitar a los templos, y, si lo contrario hiziere, no sólo de la governación sea privado, más aun después de muerto carezca de sepulchro; porque el príncipe que no honrra a los dioses en la vida no es razón que sus huessos sean honrrados después en la sepultura. [164]
Capítulo XXII
Cómo Dios desde el principio del mundo siempre contra los malos puso justicia, especial contra los príncipes que se atreven a su Yglesia, y que todos los malos christianos no son sino parrochianos de los infiernos.
Quando aquel Opífice eterno, el qual todas las cosas mide con su omnipotencia y las pesa con su sabiduría, en el ser efectivo crió todas las cosas assí celestes como terrestres, visibles como invisibles, corpóreas y incorpóreas, no sólo prometió a los buenos que le sirviessen premio, pero juntamente amenazó a los que se le atreviessen con castigo; porque la justicia y misericordia de Dios siempre andan juntas y jamás combida la una a los buenos sin que amenaze la otra a los malos. Parece esto ser verdad, porque no aviendo más de un Dios; y aquel Dios no criando más de un mundo; y en todo el mundo no aviendo más de un huerto; y en aquel huerto no aviendo más de una fuente; y cabe aquella fuente no aviendo más de un hombre; y cabe aquel hombre estava sola una muger; y cabe aquella muger sola estava una serpiente; y cabe la serpiente estava solo un árbol vedado; cosa maravillosa de dezir y no menos espantosa fue de ver que el día que el mundo acabó de ser criado, aquel día puso Dios en el Paraýso Terrenal horca y cuchillo: la horca fue el árbol vedado de do comieron, por el qual fueron justiciados nuestros primeros padres, y el cuchillo fue la pena con que somos degollados hasta oy nosotros, sus míseros hijos, porque en la verdad ellos comieron el agraz de la culpa y nosotros tenemos la dentera de la pena. No quiero dezir cómo nuestro Dios con su potencia levanta lo que está abatido, con su sabiduría encamina lo mal guiado, [165] con su voluntad dissimula mucho de lo mal hecho, con su clemencia perdona lo a él ofendido, con su luz alumbra lo que está obscuro, con su rectitud endereça lo que está quebrado, con su largueza paga más de lo merecido; pero quiero aquí dezir y muy por estenso declarar cómo nuestro supremo Dios con su justa justicia castiga a todos los que no están en su gracia. ¡O!, quán seguros han de estar los tus fieles servidores, Señor, en que por sus pocos servicios han de llevar de ti muchos y muy copiosos gualardones; y ¡o!, quán sospechosos han de bivir siempre los malos, en que por sus muchos males les has de dar agros y horrendos castigos. Caso que nuestro Dios con su bondad no dexe servicio sin gualardón, ni con su justicia no dexe culpa sin pena, pero es de saber que sobre todo y más que todo aquello más gravemente castiga, la ofensa de lo qual toca en desacato de la Santa Fe Cathólica; porque Christo por tan injuriado se siente de los que persiguen a su Yglesia como de los que pusieron las manos en su persona. En los tiempos passados leemos aver hecho Dios en muy altos príncipes y en muy famosos hombres muchos y muy señalados castigos, pero en ninguna cosa su rigor aplomó tanto las manos como en aquéllos que adoravan los infames ýdolos y violavan los templos sacros; porque acerca de Dios ésta es la suprema culpa, conviene a saber: dexar su Santa Fe Cathólica en la vida y desesperar de su misericordia en la muerte. Pluguiesse a la divina clemencia que tanto conocimiento tuviéssemos nosotros de nuestras culpas como Dios tiene razón de darnos castigo por ellas; porque si esto assí fuesse, nosotros haríamos la emienda en lo advenidero y Dios haría perdón general de todo lo passado. Veo una cosa, y pienso que no me engaño en ella, y es que en cometer flaquezas y miserias nos contamos por naturales, y en la satisfación y emienda dellas dezimos ser estrangeros, de manera que admitimos la culpa y condenamos la pena que merecemos por ella. Los secretos juyzios de Dios permitiéndolo y sus pecados mereciéndolo, yo no niego sino que los malos poder podrán tener y posseer esta vida a su plazer; pero yo les juro que, quando no cataren, ellos la pierdan a su [166] despesar; porque son tan inconstantes los plazeres de esta vida que apenas començamos a gustarlos quando desaparecen delante de nuestros ojos. Regla es infalible, y de buenos y malos experimentada, que todos naturalmente dessean antes que les sobre que no que les falte; y todo lo que mucho se dessea, con mucha diligencia se busca; y lo que con diligencia se busca, con trabajo se alcança; y lo que con trabajo se alcança, con amor se possee; y lo que con amor se possee, con dolor se pierde; y lo que con dolor se pierde, para siempre se llora; que al fin al fin no podemos negar sino que de los coraçones lastimados sus pregoneros son los ojos llorosos. En los juyzios bivos y en los coraçones temidos lástima es que siempre lastima, pena es que no descansa, gusano es que siempre roe, acordarse un hombre que ha de perder la vida regalada que tanto ama y que ha de gustar la muerte espantosa que tanto aborrece. Viniendo, pues, al propósito de lo que quiero provar en este caso, es razón que sepan todos los príncipes si no lo saben, que assí como la divina Providencia los sublimó en altos estados (y esto sin ver en ellos méritos), assí su rigurosa justicia los abatirá si fueren a sus beneficios ingratos; porque la ingratitud de los beneficios recebidos haze inábile al hombre para rescebir otros. Quanto más uno fuere con beneficios privilejado, tanto si mal usare dellos será gravemente punido. Todos los hombres prudentes, si paran mientes en ello, hallarán que muchas vezes en aquellos pecados comiença Dios el castigo los quales tenemos nosotros más en olvido; porque delante la justicia de Dios siempre están corriendo sangre nuestras culpas secretas, para que hagan de nosotros justicias públicas. E digo más, que en este caso no veo ser más esento al príncipe que bive en la cumbre de la felicidad humana que al pobre labrador que bive en una estrecha y muy pobre aldea, y aun las más vezes veemos por experiencia que los repentinos y espantosos rayos dexan los edificios baxos y derruecan en un momento los omenajes superbos. Quiere Dios, y es su determinada voluntad, que quanto sublimó a un hombre más que a todos los otros hombres, tanto más le reconozca por señor que todos los otros hombres; [167] porque no crió Dios los altos estados y señoríos para cometer grandes delictos, sino que con ellos tengan los príncipes ocasión de fazerle muchos y mayores servicios. Todo príncipe que no fuere buen christiano y de la Sancta Fe Católica zeloso, y a los templos de Dios fuere atrevido, y en el culto divino no fuere muy cuydadoso; téngase por dicho que en este mundo perderá la fama y en el otro terná en peligro el ánima, porque todos los malos christianos no son sino parrochianos del infierno. [168]
Capítulo XXIII
En que prueva el autor por doze exemplos quán ásperamente son los príncipes castigados quando son atrevidos a sus templos.
Por qué fueron castigados los hijos de Aarón Tiempo es ya que dexemos de persuadir con razones y palabras, y provemos todo lo sobredicho con muchas y excelentes historias; porque al fin al fin los coraçones humanos más se mueven con pocos exemplos que con muchas palabras. En el libro que se llama Vegethra, primo Levitici, x, se cuenta que en los tiempos que el hierno de Jethró (sacerdote que fue de Madián) era príncipe muy principal sobre todos los descendientes del linaje de Seth, juntamente con él tenía cargo del summo sacerdocio el hermano de María la leprosa; porque en todas las leyes que Dios puso su mano siempre proveyó que uno tuviesse cargo de las cosas civiles y otro de las cosas sacras y divinas. Tenía, pues, aquel summo sacerdote dos hijos, que avían nombre Nadab y Abiuth, ambos que eran mancebos, sabios y esforçados y hermosos, los quales desde niños ayudavan a su padre a ofrecer los summos sacrificios; porque en aquella antigua ley sufríase no sólo que los sacerdotes tuviessen mugeres y fijos, mas aun que les sucediessen los hijos en los templos y heredassen los beneficios. Fue el caso desdichado que, estando estos dos mancebos vestidos de ropa blanca los cuerpos, ceñidos con balteo las renes, cubiertas con thiaras las cabeças, en la una mano el turíbulo y en la otra el encienso, aviendo pereza de encender fuego nuevo (conforme a lo que la ley tenía ordenado) y tomando brasas del fuego (que estava prohibido); [169] cosa espantosa de ver que, todo el pueblo mirándolo y ninguno ninguna cosa sospechando, súbitamente salió un fuego que dio con los moços muertos en el suelo y dio mal fin al sacrificio. Por cierto fue la sentencia rigurosa, pero fue muy justa; porque bien merecían perder las vidas, pues se atrevieron a sacrificar en brasas agenas. No quiero negar sino que aquellos dos sacerdotes cometieron grave delicto, pues el castigo fue tan riguroso; pero yo diría que más gravemente pecan los que oy comulgan o consagran con entrañas dañadas que no aquéllos que pecaron en ofrecer en brasas agenas. Parece esto ser verdad, porque aquellos moços salvaron las ánimas y pagaron con las vidas; pero estos malaventurados assegúrales Dios las vidas porque han de perder para siempre las ánimas. Por qué fueron castigados los azotos Quando el reyno de Palestina era reyno sin rey, a la sazón regía el reyno un viejo muy honrado, padre que fue de los dos cavalleros Ofni y Phinees; porque en aquellos tiempos no se governavan los fijos de Israel por reyes que los fatigaran, sino por hombres sabios y esforçados que en justicia los mantuviessen. Aconteció que, viniendo a hazer guerra a los palestinos los azotos, que era una gente de Arabia assaz belicosa, los palestinos o ebreos sacaron el arca en medio de la batalla, que era como quien sacasse agora el Sancto Sacramento a despartir una gran escaramuça. Y sucedióles el caso tan malo, que no sólo fueron los palestinos vencidos, pero aun de la arca que era su relicario despojados. Muertos quatro mil de los palestinos, y sus reales despojados, los azotos llevaron el arca llena de reliquias al templo de la ciudad de Azoto, y pusiéronla junto cabe Dagón, el qual era su ýdolo maldito. El Dios verdadero, que no quiere que se le yguale a Él, ni a cosa que represente a Él, ningún dios fengido, luego aquella noche fue la ymagen del dios Dagón derrocada sin que nadie la derrocasse, y fecha pedaços sin que nadie la tocasse; porque es nuestro Dios tan poderoso, que para la execución de su justicia no tiene necessidad de la industria umana. No contento Dios con derrocar y [170] despedaçar el ýdolo, quiso también castigar a los cultores dél, en que a todos los de Azoto, de Aschalon, de Geth, de Acharón y de Gaza, que eran cinco muy antiguas y muy famosas ciudades, fueron heridos hombres y mugeres en las partes inferiores del mal de almorranas, de manera que ni podían comer estando assentados, ni menos yr camino cavalleros. Y porque viessen todos quán grave avía sido la culpa por la pena que rescibían por ella, proveyó y mandó la justicia divina que todas las casas y todas las plaças, todas las huertas, todos los sotos, todas las miesses y todos los campos estuviessen llenos de ratones. Avían éstos ofendido en adorar al ýdolo falso y dexar al Dios verdadero, y quiso Dios castigarlos en otras dos cosas, conviene a saber: en que las almorranas atormentassen a sus personas y los ratones destruyessen sus haziendas. Porque aquél que por su voluntad ofreció al demonio su ánima, no es mucho que Dios contra su voluntad le quite la hazienda. Esto assí passando, pregunto agora yo: ¿quién pecó más, los azotos en poner el arca en el templo, que a su parescer era el lugar más sancto y más honrado, o los christianos que, pospuesto el temor de Dios, roban los bienes del templo y se aprovechan dellos en el mundo? De verdad, quanta diferencia ay de la ley de los azotos a la ley de los christianos, tanta ay de la gravedad del pecado de los unos a la gravedad del pecado de los otros; porque ellos pecaron no creyendo que aquella archa era figura del Dios verdadero, mas nosotros, creyéndole y confessándole por Dios verdadero, sin vergüença cometemos contra Él el pecado. Por este castigo tan nuevo parece que los príncipes y grandes señores no sólo han de tener a solo Dios por señor, pero aun a todas las cosas a él dedicadas han de tener reverencia; porque las leyes umanas, hablando de la reverencia del príncipe, no menos mandan que muera el que combate o roba su casa, que el que pone las manos en su persona. Por qué fue castigado el príncipe Oza En el libro que escrivió el hijo de Helcana, hoc est Regum, ij, capítulo vi, dize que, estando el relicario de Israel con sus reliquias [171] (que eran un poco de rocío, y un palo, y dos losas de piedra) en la casa de Aminadab (el qual era vezino en la ciudad de Gabaa), acordó el hijo de Esay (que a la sazón era único rey de los ysraelitas) de llevar aquellas reliquias y colocarlas en su ciudad y casa; porque le pareció que era gran infamia (siendo él príncipe mortal) le sobrasse casa para sus plazeres, y a Dios (que es príncipe immortal) le faltasse un templo para sus reliquias. Señalado, pues, el día de la translación en que de Gabaa avía de trasladar las reliquias a Bethleen, ayuntáronse de la gente plebeya treinta mil hombres israelitas, y con el Rey todos los grandes del reyno, para que el relicario fuesse muy honrado y el Rey fuesse más acompañado. Y sin esto avían concurrido muchas gentes estrañas; porque en los semejantes regozijos más es la gente que de suyo se viene que no la que con mandamiento se llama. Aconteció que, yendo todos los señores a pie, y todos los plebeyos cantando, y el mismo rey en persona baylando, trastornóse un poco la rueda del carro; y acaso el príncipe Oza tocóla con la mano, y arrimó el hombro a la rueda porque no cayesse el carro, y súbitamente delante de todos el príncipe Oza se cayó muerto. Nótese mucho este castigo, que de verdad fue muy espantoso, en que se deve pensar que, pues por sólo poner la mano en el carro porque no cayesse le dieron la muerte, no deve esperar ningún príncipe que ayudando a caer la Iglesia le alargará Dios la vida. ¡O!, príncipes y grandes prelados, quando Oza con tanta diligencia perdió la vida, dezidme: ¿qué esperáys vosotros, que con tanta pereza dexáys caer la Iglesia? Torno otra vez a esclamar contra vosotros: ¡o!, príncipes y grandes señores, si el príncipe Oza mereció tal castigo porque sin reverencia tuvo el archa que se caýa, ¿qué castigo os darán a vosotros, que más por malicia que por innocencia ayudáys a caer la Yglesia? Por qué fue castigado el rey Balthasar Darío, rey de los persas y medos, teniendo cercada la muy antigua ciudad de Babilonia la caldea, era príncipe y señor [172] della Balthasar, hijo del gran Nabuchodonosor; y fue tan mal hijo, que en muriendo su padre le hizo trezientos pedaços y le dio a comer a trezientos halcones, porque no pudiesse resuscitar y tornar a la vida y quitarle la erencia. No sé quál es el padre loco que quiere tomar trabajo por dexar a su hijo en regalo, pues las entrañas de las aves con que caçava el hijo fueron sepulchros tristes do fue sepultado el padre. Estando, pues, assí cercado Balthasar, una noche acordó de fazer un gran combite a todos los señores de su reyno, y a los príncipes que avían venido a su socorro, y a los famosos capitanes de su exército. Y esto hizo él como hombre mañoso, porque viessen los persas y medos que le tenían echado cerco en quán poco los tenía, estando tan estrechamente cercado. Suelen los señores generosos y de altos coraçones, quando están cercados de muchos trabajos, buscar ocasiones de inventar regozijos porque a los suyos pongan esfuerço y a los enemigos espanto y desmayo. De Pirro, el gran rey de los epirotas, se cuenta que, estando cercado en la ciudad de Tharanto, de manera que Curio Dentato, capitán romano, le tenía puesto en mucho estrecho, dixo a sus capitanes: «No desmayéys, amigos, pues jamás os vi desmayados, que si los romanos nos tienen cercados los cuerpos, nosotros tenemos echado cerco sobre sus coraçones; porque os hago saber que soy de tal complisión, que quanto los hombres me ponen en más estrecho, tanto se me haze el coraçón más ancho. Y digo más, que si los romanos han derrocado los muros, sé que nuestros coraçones quedan enteros; porque agora que no ay muralla de por medio haremos conoscer a los romanos cómo son más duros los coraçones de los griegos de vencer, que no las piedras de los tharentinos de derrocar.» Siendo, pues, la cena acabada, y en ella gran parte de la noche espendida, estando el rey Balthasar muy contento a causa que a su plazer se avía hecho el convivio, y aun porque él en el vino no era muy sobrio, mandó sobre mesa traer muchos ciphos de plata y muchas copas de oro del tesoro de sus [173] tesoros, do beviessen sus mancebas y todos los combidados. Hizo el rey Balthasar esto a fin que aquellos señores y capitanes con mayor ánimo le ayudassen a defender aquel cerco, pues tenía tantos thesoros para poderles pagar su trabajo; porque (fablando la verdad) no ay cosa que más esfuerço ponga en los trabajos que ver el premio delante los ojos. Estando, pues, todos los combidados beviendo en aquellos vasos con gran regozijo, los quales Nabuchodonosor en Jerusalén avía robado del templo, Dios permitiéndolo y sus pecados mereciéndolo, súbitamente en la pared apareció una mano, la qual estava sin cuerpo y sin braço, y escrivió estas palabras con el dedo: «Mane, thetel, phares», que quiere dezir: «O, rey Balthasar, Dios ha mirado el registro de tu vida y falla que es cumplida ya tu malicia. Mandó pesar a ti y a todo tu reyno, y halló que os falta mucho para venir al fiel del peso. Manda que la vida te sea quitada por tus pecados y que el reyno sea entregado a los persas y medos, que son tus enemigos.» No fue la visión vana, que aquella noche, sin alargar más la execución de la sentencia, la ciudad fue de los enemigos tomada, el rey Balthasar muerto, el reyno perdido, los tesoros robados, las mancebas degolladas, los varones illustres presos y los caldeos todos cativos. Pregunto agora yo, quando Balthasar fue tan crudamente castigado sólo porque dio a bever en los vasos sagrados a sus mancebas, ¿qué pena merecen los príncipes y prelados que roban las iglesias para cosas profanas? Por malo que fue el rey Balthasar, ni trocó, ni dio, ni vendió, ni empeñó aquellos tesoros del templo de la sinagoga; pero ¿qué diremos de los prelados y grandes señores, que sin vergüença ninguna gastan, truecan y venden los bienes de la Iglesia? Por muy menos pecado tengo yo dar como dio el rey Balthasar a bever en el cálice a su manceba, que no entrar como entran oy muchos en la Iglesia por simonía. Aquel tirano más fue vencido de locura que no de cobdicia, pero estos otros juntamente son vencidos de locura y de cobdicia y simonía. Ítem ¿qué quiere dezir que, aviendo en Jerusalén Nabuchodonosor fecho el robo, venga Baltasar su hijo a recebir por ello el castigo? No parece muy cónsono a razón, ni conforme a ley humana, [174] que el padre faga el hurto y el hijo pague las setenas. A esto se responde que, para el hijo ser bueno, es obligado a restituyr todo lo que su padre le dexó mal ganado; ca no menos pena merece el que goza del hurto, que el que cometió el hurto, porque al fin al fin todos son ladrones y en la horca de la divina vengança todos serán ahorcados. Por qué fue castigado el rey Achab En el primero libro de Malachin, hoc est, iii Regum, viii, se cuenta que, profetizando en Hierusalén y siendo rey de Judea Oza, era en aquellos tiempos rey de Israel Anrri, el qual muerto sucedióle su hijo Achab de edad de veynte y dos años. Fue este Achab en la edad muy moço y en la vida muy malo, de manera que no le cuentan por malo, sino por muy malo; porque la Escritura a todos los que se estremaron en fazer mala vida tiene por costumbre de ponerles nombres estremados de infamia. Deste rey Achab fueron muchas sus maldades, de las quales contaré aquí unas pocas, que son las siguientes. Lo j, que siguió en todo y por todo las pisadas del rey Jeroboán, el qual fue el primero que hizo ydolatrar a Israel, la qual cosa le fue a gran infamia notada; porque los príncipes yerran en no imitar a los buenos y pecan en seguir las pisadas de los malos. Lo ij, el rey Achab casóse con una hija del rey de los ydumeos, que avía nombre la infanta Jezabel, y era del linaje de los gentiles, y él era rey de los ebreos, y de verdad este casamiento fue muy monstruoso; porque los príncipes sabios la muger conforme a su ley y a su condición la han de tomar si no se quieren después arrepentir. Lo iii, reedificó la ciudad de Jericó, la qual por mandado de Dios fue destruyda y so grave pena mandado que ninguno fuesse osado reedificarla; porque fueron tan grandes sus pecados, que no sólo merescieron los moradores perder la vida, mas aun que jamás en Jericó no oviesse piedra sobre piedra. Lo iiii, el rey Achab en la ciudad de Samaria hizo un templo al ýdolo Baal muy sumptuoso, y consagróle y diole un bosque que él tenía muy deleytoso, y puso en el templo su imagen de oro muy fino; de manera que en [175] tiempo deste maldito rey era en tanto tenido Baal, ýdolo profano, que públicamente burlavan del Dios verdadero. Fue el caso que un día, descendiendo Achab contra el rey de Siria por tomarle una ciudad que avía nombre Ramothgalaath, estando en la batalla diéronle entre los pulmones y el estómago una saetada, por cuya ocasión no sólo perdió la vida, mas aun los perros le comieron la sangre que cayó en tierra. ¡O!, príncipes y grandes señores, si tomáys mi consejo no os preciaréys de cosa más que es de ser buenos christianos, pues veys que este príncipe assí como de coraçón sirvió a los dioses, assí mereció que sus sangres se enterrassen en las entrañas de los perros. Por qué fue castigado el rey Manasses El rey Manasses fue fijo de Ezechías y padre de Amón, los quales todos fueron reyes. Y de verdad fueron tan diferentes en las costumbres, que no fácilmente se podría juzgar quál fue mayor: las proezas y virtudes del padre, o los atrevimientos y maldades del fijo. Este Manasses fue príncipe muy malo, en que edificó de nuevo templos al ýdolo Baal, y en las ciudades hizo hermitas a los ýdolos, y en las montañas reparó todos los altares que estavan consagrados a los demonios; consagró muchos bosques a los ýdolos, adoró por dioses a las estrellas, y a los planetas, y a los elementos; porque el hombre que Dios de su mano desampara no ay infidelidad ni trayción que no cometa. Creció en tanta manera su obstinación, que tenía en su casa real ariolos, aurúspices, phitones, y cada día hazía sahumar a su hijo con la llama del fuego de los ýdolos, de manera que todos sus criados eran hechizeros y todo su passatiempo era en entender en hechizerías. Y porque no le faltasse ninguna maldad, pues le faltavan todas las virtudes, fue tan cruel, que derramó tanta sangre de innocentes en su reyno, que si la sangre fuera agua y estuviera toda junta, todos los muertos pudieran ser con ella cubiertos y los bivos anegados. No contento con todo lo sobredicho, puso en el templo del Señor un ýdolo viejo que estava en un bosque caýdo, en pena [176] del qual maleficio permitió Dios que sus mesmos criados le matassen a su hijo el mayorazgo. Pues nuestro Dios, no queriendo con su divina justicia sufrir ya tantas maldades a la malicia umana, mandó dar un pregón en Jerusalén que dezía estas palabras: «Pues el rey Manasses se atrevió él solo a cometer los pecados de todos, Yo le castigaré a él solo con los castigos que castigué a todos.» Por estas palabras noten aquí los príncipes cómo la divina vengança no se estiende a más de lo que se estiende nuestra culpa; de manera que, si nuestro pecado es pequeño, su castigo es muy templado, pero si el príncipe en sus maldades fuere atrevido, téngase por dicho que el castigo ha de ser muy riguroso. Por qué fueron castigados Julio Pompeyo, Xerxes, Cathilina, Germánico y Breno Quando el gran Pompeyo passó en Oriente con toda la hueste del pueblo romano, y después que sojuzgó a toda la Siria, y a Mesopotania, y a Damasco, y a Arabia, passóse al reyno de Palestina, que por otro nombre se llamava Judea, y Pompeyo hizo y recibió en aquel reyno muchos y muy grandes daños, en que fueron muchos los muertos (assí ebreos como romanos), y finalmente tomó por fuerça de armas la potentíssima ciudad de Jerusalén, la qual dize Plinio que era la mejor de toda la Asia. Dize Strabón, De situ orbis, que de Italia era la cabeça Roma, de África era Cartago, de España era Numancia, de Germania era Argentina, de Caldea era Babilonia, de Egypto era Thebas, de Grecia era Athenas, de Phenicia era Thiro, de Capadocia era Cesarea, de Thracia era Bizanzio y de Palestina era Jerusalén. No contento, pues, Pompeyo en aquella guerra de matar a todos los viejos, cativar a todos los moços, degollar los padres, forçar las madres, despedaçar a los fijos, derrocar los edificios y robar todos los tesoros, añadiendo maldad a maldad, assolado todo el pueblo, hizo del templo de Dios para sus cavallos establo. Fue tan abominable delante Dios este hecho, que como hasta allí fuesse Pompeyo vencedor y de veynte y dos reyes oviesse triunfado, dende en [177] adelante fue desdichado y en todas las batallas vencido. Aquel muy famoso tirano Cathilina, afirma dél Salustio que jamás los dioses permitieran ser vencido si un templo que a ellos estava consagrado no oviera robado. El noble Marco Marcelo, con cuyas virtudes tarde igualará ningún romano, el mismo día que quemó un templo de la diosa Februa, aquel día le mataron en la batalla. El muy querido Drusio Germánico, famoso capitán que fue romano, porque dio de comer a un buey, que era dios de los caldeos (la qual cosa estava prohibida) dentro de un mes perdió la vida y fue assaz su muerte llorada en Roma. Dize Suetonio que Julio César desde que robó en las Gallias los templos, siempre le espantavan de noche los dioses. Xerxes, hijo que fue del rey Darío, quando passó a hazer guerra a los griegos, antes de todas las cosas embió quatro mil ombres de cavallo y otros tantos de pie a Delphos, do estava el templo del dios Apolo, para que le derrocassen; porque era tanta la sobervia de Xerxes, que no sólo quería sojuzgar a los ombres, pero quería conquistar y vencer a los dioses. Fue el caso que, assí como llegaron a vista del templo de Apolo toda aquella gente queriendo derrocalle, súbitamente vino sobre ellos tan gran tempestad, que con piedras y con rayos todos quedaron en aquellos campos muertos. Breno fue uno de los famosos capitanes que tuvieron los godos, el qual, como oviesse vencido a los griegos, acordó de robar todos los tesoros de los templos, diziendo que los dioses avían de dar a los ombres y no los hombres a los dioses, y que era mucha honra de los dioses que con los tesoros de sus templos se hiziessen los ombres ricos. Provando, pues, a robar el primero templo, vinieron tantas saetas por el ayre, que el capitán Breno fue muerto, y no menos todo su exército sin quedar sólo uno bivo. Sexto Pompeyo, después que fue vencido en una batalla nabal cerca de Cecilia por Octavio Augusto, fuesse a las Arces Lacinias, do estava un antiquíssimo templo a la diosa Juno consagrado y de muchas y muy grandes riquezas dotado. Aconteció que, como un día los de su exército le pidiessen dinero y él no tuviesse de dónde dárselo, mandóles que derrocassen el templo de la diosa Juno y que se entregassen y se pagassen de su thesoro. Dizen los historiadores que, no [178] poco espacio después que hizo este atrevimiento, fue Sexto Pompeyo preso de los cavalleros de Marco Antonio, y como le truxessen delante Thito, capitán que era general del exército, díxole estas palabras: «Hágote saber, Sexto Pompeyo, que no te mando matar por los deservicios que has hecho a mi señor Marco Antonio, sino por el templo que derrocaste y robaste a la diosa Juno; porque ya sabes tú que los buenos capitanes han de olvidar las passiones de los hombres enemistados y vengar primero las injurias de los dioses ofendidos.» [179]
Capítulo XXIV
De cómo el Emperador Valente por ser mal christiano en un día perdió la vida y el imperio, porque en una choça le quemaron los godos vivo.
En los tiempos que imperava Juliano Apóstata, mandó aquel maldito Emperador conquistar el reyno de Panonia, que por otro nombre agora se llama Ungría, y la conquista fue no por más de por ganar aquel reyno y después anexarle al Imperio Romano; porque los príncipes tyranos ponen muchas fuerças en ganar mucha tierra y ponen muy poca diligencia en ver si la ganan con justicia. Allende que el Imperio Romano hazía las huestes gruessas, Juliano, el Emperador, como era ambicioso, tenía en aquella conquista un poderoso exército y superbo, el qual hazía en la tierra muy gran estrago; porque el fruto de la guerra es quitar a los enemigos las vidas y quitar a los innocentes las haziendas. Aconteció que, como un día en el campo anduviessen cinco escuderos a robar, según que en las guerras lo suelen hazer, toparon con un mancebo, el qual llevava una soga en la mano, y como ge la quisiessen tomar para atar y echar sus cavallos a pacer, todos cinco pusieron sus fuerças para tomársela, y el moço no fue covarde en defendérsela. Finalmente pudo más él solo que todos cinco ellos juntos. Espantados los cavalleros romanos de ver que aquel moço a sí y a su soga avía defendido dellos, rogáronle con mucha instancia tuviesse por bien de yrse con ellos al campo romano, y allí le harían dar muy largo sueldo; porque eran tan curiales los romanos, que ninguna cosa estremada dexavan por dineros. Llamávase este moço Graciano y era natural, como diximos, del reyno de Panonia, y nacido en una tierra que se [180] llamava Cibala, y su linaje era ni de muy baxos plebeyos, ni de muy estimados ciudadanos, sino de hombres que vivían del sudor de su cara y vivían con honra en la república. Y a la verdad no es pequeño beneficio averle Dios hecho de mediano estado; porque nacer de baxo suelo haze a los hombres ser menospreciados y descender de muy alta sangre cría a los hombres superbos. Llevado aquel mancebo a los reales de los romanos, derramóse la fama entre todos cómo él solo avía vencido cinco escuderos. Fue el esfuerço del moço Graciano en tanto estimado, que en breves días le hizieron pretor del exército; porque los romanos no según el favor, sino según la abilidad de las personas repartían los oficios de honra en las guerras. Dando, pues, muchas bueltas los tiempos y, como suele, padeciendo eclipsi muchos estados, después de hecho pretor del exército y aviendo en las guerras muy bien aprovado; la fortuna (que muchas vezes haze en breves días lo que no haría la malicia umana en muchos años) en muy breve tiempo vino este Graciano a mandar el Imperio Romano, porque a la verdad más vale una hora de buen hado que todo el favor del mundo. No sólo este Graciano fue singular en las fuerças, y animoso en las batallas, y dichoso en los oficios, mas aun sobre todo fue venturoso en los hijos, conviene a saber: que tuvo dos hijos, y entrambos fueron emperadores, y llamáronse el uno el Emperador Valente y el otro el Emperador Valentiniano. En este caso puédense gloriar los hijos de aver tenido tan esforçado padre, pero mayor es la gloria del padre en aver tenido tan generosos hijos; porque no ay otra bienaventurança mundana sino alcançar honra y hazienda en esta vida, y después tener buenos hijos a quien dexarla en la muerte. El mayor de los dos hermanos fue Valente el Emperador, el qual imperó en Oriente por espacio de quatro años y fue xxxix Emperador de Roma, començando desde Julio César la línea (aunque algunos quieren començar la línea desde Octavio, diziendo que fue virtuoso, porque a Julio César levántanle que usurpó el Imperio como tyrano). Fue este Valente muy dotado de gracias, pero muy pobre de virtudes, por manera que fue más fermoso que virtuoso, más esforçado que [181] piadoso, más rico que limosnero, más animoso que justiciero; porque ay muchos príncipes que en ordenar premáticas de la república son muy diestros y en la execución dellas son muy remissos. En aquellos tiempos prevalecía mucho la seta de Arrio, erege maldito, y este emperador Valente fue della muy tocado, en que no sólo favoreció a los erejes arrianos, pero aun persiguió a los limpios christianos. Y mostrólo en que matava por esta ocasión a muchos legos, prendía a muchos clérigos, desterrava a muchos obispos, derrocava muchas iglesias, tomava a muchos christianos sus haziendas; porque el príncipe que se daña de eregía y pierde la vergüença a la Iglesia no ay mal ni trayción que no haga. En los desiertos de Egypto, y en las montañas de Armenia, y en las ciudades de Alexandría, avía gran muchedumbre de monjes y religiosos, entre los quales avía varones muy dotados de sciencia, y muy probados en vida, y en la defensión de la Iglesia varones de mucha constancia; porque aquél sólo es verdadero religioso que en el tiempo de la paz tiene caridad para dotrinar a los ignorantes y en el tiempo de la persecución tiene constancia para resistir a los erejes. El Emperador Valente no sólo fue amigo de los arrianos y enemigo de los christianos, pero aun fue perseguidor de los monjes y religiosos, en que mandó pregonar en todo el Imperio que todos los monjes que fuessen moços en la edad, sanos en los cuerpos, en los coraçones animosos, luego desnudassen los hábitos y tomassen las armas, y, dexado cada uno su monesterio, se fuesse a tomar sueldo de guerra al campo; porque dezía él que no se avían inventado los monesterios sino para retraerse en ellos los que eran feos, ciegos, coxos y mancos. Sobre este caso hiziéronse grandes tyranías, despobláronse muchos monesterios, desfiziéronse muy notables cenobios, martyrizaron a muchos hermitaños, açotaron a muchos monges, desterraron a muchos varones notables; porque los varones señalados más aman los rigores y asperezas del monesterio que no las libertades y regalos del mundo. No contento con esto, como un día acaso su muger deste emperador Valente le loasse la hermosura de una romana que se llamava Justina, sin más ni más casóse con ella, no dexando a la muger primera, y fizo luego una ley general en todo el [182] Imperio que sin incurrir en pena alguna cada christiano pudiesse tener dos mugeres y casarse con ellas en fe de matrimonio; porque los príncipes tiranos por encubrir sus vicios fazen leyes de vicios. Grande fue la desvergüença que tuvo Valente el Emperador en casarse dos vezes contra el mandamiento de la Iglesia, pero muy mayor maldad fue ponerlo por obra y ponerlo por ley en toda su tierra; porque un vicio particular corrompe a uno, pero una ley general estraga a todos. Estavan en aquellos tiempos en las partes de Oriente los godos muy poderosos, los quales en las cosas de la guerra eran animosos y diestros, pero en las cosas de la fe christiana estavan muy mal instructos, caso que todos o los más dellos estavan baptizados; porque en aquel tiempo estava la Iglesia muy pobre de prelados, aunque de verdad los que tenía eran muy buenos. Después que los godos fueron baptizados y de los bullicios de la guerra estuvieron algo quitos, embiaron al Emperador Valente sus embaxadores, rogándole mucho que luego a la hora les embiasse obispos muy cathólicos y sanctos, con cuya dotrina fuessen en las cosas de la fe christiana instruidos; porque los emperadores romanos no podían tener en sus cortes sino a obispos muy virtuosos. Este malaventurado de emperador, como ya de la eregía estava dañado y la costumbre de traer cabe sí buenos obispos avía pervertido, embióles a un obispo que se llamava Endoxio, el qual era muy de coraçón arriano, y llevó consigo a otros obispos heréticos, los quales fueron ocasión que los reyes y príncipes de los godos fuessen más de dozientos años arrianos. Muy gran vigilancia deven tener los príncipes cathólicos, para que en sus tiempos no sean sus reynos y súbditos de erejes contaminados; porque la pestilencia de los erejes y eregía muy tarde sale de la tierra do una vez se apodera. Emos dicho de la poca fe que tuvo este emperador con Christo y de los muchos daños que hizo en la Iglesia; veamos agora qué tal fue el fin de su vida, porque el hombre de mala vida pocas vezes alcança la muerte buena. Fue el caso que, como los godos fuessen alançados por los hunnos del reyno de Panonia, vinieron luego al reyno de Thracia, el qual a la sazón era subjeto a Roma, y el Emperador Valente sin fazer [183] ningún pacto ni conveniencia recibiólos en su tierra, la qual cosa le fue tenida a mucha locura y a muy poca prudencia; porque regla general es que la gente bulliciosa y estrangera siempre destruye el reyno y la tierra do mora. Estuvieron en el reyno de Thracia algunos años los godos que no nacieron enojos entre ellos y los romanos, y después por la gran avaricia de Máximo, capitán de los romanos, el qual negó los bastimentos a los godos aviendo sido tan grandes amigos, levantóse entre ellos tan grande guerra, que aquella guerra fue ocasión de perderse Roma y Italia; porque a la verdad no ay enemistad que faga más daño que es la de los amigos quando vienen en enojo. Encendida ya la guerra, derramáronse los godos por todo el reyno de Thracia, en que no dexavan fuerça que no derribavan; no tomavan ciudad que no saqueavan; no prendían hombre que no matavan; no cativavan muger que no forçavan; no entravan en casa que no la robavan; finalmente mostraron muy bien por sus obras los godos la mala voluntad que tenían a los romanos. Y no se maraville ninguno que hiziessen aquellos daños los bárbaros, pues por nuestros pecados los hazen oy tan grandes y mayores los christianos; porque común error es en la gente bulliciosa que lo que roban muchos en la guerra dizen que no es obligado a restituyrlo ninguno en la paz. Estava a la sazón que esto passava el Emperador Valente en la ciudad de Antiochía; y, como allí juntasse poderoso exército y le viniesse muy gran socorro de Italia, acordó de poner en el campo de los romanos a su persona y personalmente dar a los godos la batalla, en la qual cosa se mostró más esforçado que prudente; porque un príncipe en una batalla no puede más de por uno pelear, y si muere es ocasión que todos ayan de perescer. Juntos los dos muy poderosos exércitos de godos y romanos, travósse entre ellos una muy prolixa y cruda batalla, en que en el primero ímpetu mostráronse tan fuertes los godos, que hizieron huyr a todos los cavalleros romanos, por manera que dexaron a todos los de pie solos, los quales en breve fueron desbaratados y sin quedar uno solo todos fueron muertos; porque avían jurado los bárbaros que o aquel día avían de ser todos los godos muertos, o aquel día [184] para siempre avían de aniquilar el nombre de los romanos. Después que el Emperador Valente estava mortalmente herido, visto que era perdida la batalla, acordó de ponerse en huyda y salvar su persona; mas (la fortuna que, de que comiença perseguir a uno, no le dexa hasta verle muerto o abatido) como el triste emperador se acogiesse a una cabaña de pastores y siguiessen el alcance los enemigos, finalmente pusieron allí fuego, y allí lo quemaron vivo y herido; y assí en un día perdió la persona y la vida y la honra y el Imperio. Razón es que abran los ojos leyendo esto los príncipes y grandes señores, para que no osen desfavorescer las iglesias, irreverenciar a los sacerdotes y dissimular con los malos erejes; que, pues Valente el Emperador fue castigado, no piensen ellos ser perdonados; porque infalible regla es que los príncipes que fueren malos christianos han de ser traýdos en manos de sus enemigos. [185]
Capítulo XXV
Del Emperador Valentiniano, y del Emperador Graciano, su hijo, los quales imperaron en tiempo de Sant Ambrosio, y que por ser buenos christianos fueron príncipes muy valerosos y venturosos, y que a los príncipes muchas vezes les da Dios las victorias más por las lágrimas de los que oran que no por las armas de los que pelean.
Justiniano y Valente ambos fueron hermanos, sino que Justiniano fue el mayor dellos, y éste sucedió en el oficio del padre, conviene a saber: en ser prector de los exércitos, porque era ley muy usada entre los romanos que, si el padre moría en gracia del pueblo romano, de jure y de eredad el hijo sin más pedirlo eredava el oficio. Era Justiniano mancebo muy dispuesto, en que era blanco y roxo, y tenía el cuerpo bien sacado, y (lo que valía más que todo) era muy buen christiano y de todos en general por su amigable conversación era muy bienquisto; porque en un hombre generoso ninguna gracia se le iguala con tener la condición buena. En el tiempo que el Emperador Juliano más crudamente persiguía a los christianos, entonces Justiniano era pretor de sus exércitos, y como supo Juliano que Justiniano era christiano, embióle a mandar que sacrificasse a los ýdolos de los emperadores romanos o dexasse los oficios que tenía en sus exércitos. Bien quisiera Juliano matar a Justiniano, pero no osó; porque era ley inviolable entre los romanos que ningún ciudadano de Roma fuesse muerto si no fuesse por el Senado sentenciado. Visto por Justiniano lo que por el Emperador le era mandado (conviene a saber: que dexasse la cavallería o que dexasse la [186] fe christiana), no sólo dexó el oficio que tenía, mas aun perdonó todo el dinero que le devían; y, por ser mejor christiano, fuese fuera de Roma a un cenobio, y allí estuvo desterrado y encerrado dos años y medio, y dio en esto gran cuenta de sí; porque gran señal es de ser muy buen christiano aquél que por su voluntad renuncia las cosas del mundo. Aconteció que Juliano el Emperador fue a conquistar el reyno de los persas, y, como en la batalla súbitamente fuesse herido, súbitamente cayó allí muerto; porque a los tristes casos de fortuna tan sujeto está el emperador con todo su estado y regalo como el más pobre hombre que cada noche duerme en el suelo. Venida la nueva a Roma que Juliano era muerto, en conformidad de todos Valentiniano por emperador fue electo, de manera que, aviéndole por Christo desterrado, muy justamente le dieron la corona del Imperio. No tenga nadie en nada perder lo que tiene, no tenga nadie en nada ser abatido por Christo; porque al fin al fin no nos pueden abatir tanto los hombres en mil años, quanto nos puede enxalçar Christo en una hora. En este año, que fue ab urbe condita mcxix, en una ciudad que se llamava Atróbata, súbitamente llovió mucha y verdadera lana, la qual era muy fina, de manera que aprovechó y enrriqueció a toda la tierra. En aquel mismo año, en la ciudad de Constantinopla granizó tales piedras que mató a muchos ombres y no dexó en los campos ganados. Por aquel mismo tiempo vino un terremoto por toda Italia, y aun estendióse en Cecilia, en que cayeron muchos y muy grandes edificios, y mataron muchos hombres y, sobre todo, la mar salió de madre y anegó muchas ciudades marítimas. Dize Paulo Diáchono, libro xi De gestis romanorum, que este Emperador Valentiniano fue de agudo ingenio, de aspecto grave, en el hablar muy polido (aunque hablava poco), en la correpción de los delictos era sobervio, en los negocios era pressuroso, en las adversidades era sufrido, de los hombres viciosos era muy enemigo, en comer y bever fue templado, de hombres virtuosos y religiosos fue muy amigo; de manera que dezían todos que parecía al Emperador Aureliano. Desde que murió el Emperador Marco Aurelio, en el qual se acabó la felicidad del Imperio Romano, tenían por costumbre en Roma que a [187] todos los príncipes nuevos siempre los comparavan a uno de los antiguos, conviene a saber: que si era animoso, dezían que parescía a Julio César; si era virtuoso, dezían que era otro Otaviano; si era desdichado, dezían que parecía a Thiberio; si era atrevido, dezían que parecía a Calígula; si era cruel, dezían que parecía a Nero; si era verdadero, dezían que parescía a Trajano; si era fermoso, dezían que parecía a Thito; si era ocioso, dezían que parecía a Domiciano; si era sufrido, dezían que parecía a Vespasiano; si era templado, dezían que parecía a Adriano; si era piadoso, dezían que parecía a Antonio Pío; si era cultor de los dioses, dezían que parescía a Aureliano; finalmente, el que era muy sabio y virtuoso dezían que parecía al buen Marco Aurelio. Fue este Emperador Valentiniano muy buen christiano y en todas las costumbres de emperador fue muy corregido; sólo de una cosa y mérito fue notado, conviene a saber: que favoreció y se fio tanto de sus criados y privados, que por esta ocasión y su mala governación uvo muchas dissensiones en los pueblos. Dixo una vez Séneca al Emperador Nero: «Hágote saber, señor, que no ay paciencia que lo sufra, querer dos o tres absolutamente mandar a todos no porque son más virtuosos, sino porque son más privados.» ¡O!, príncipes y grandes señores, si yo fuesse vosotros, no sé qué me faría; pero vosotros siendo yo, de tal manera me avría con los que están en mi casa, que ellos se tuviessen por criados para me obedecer y no se alabassen de privados para me mandar; porque no es cuerdo el príncipe que por contentar a pocos quiere estar en desgracia de muchos. Murió este Emperador Valentiniano en el año cincuenta y cinco de su nacimiento, y en el año xi de su imperio, y murió de una enfermedad muy larga, en que se le secaron las venas, a que no le podían sacar ni una gota de sangre, y el día de su enterramiento hizo un muy largo y excelente sermón sancto Ambrosio; porque en aquellos tiempos quando muría alguno que avía favorecido mucho a la Iglesia, concurrían todos los sanctos obispos a su sepultura. Siendo emperadores los dos hermanos, conviene a saber: Valentiniano y Valente, por ruego del suegro que quería mucho al nieto, y por ruego de la muger que desseava ver en [188] honra al hijo, el Valentiniano crió en augusto a un hijo suyo que avía nombre Graciano, el qual era en edad tan tierno, que aún no tenía barbas en el rostro. Y de verdad no consintiera esta novedad el Senado si no viera que el padre era muy virtuoso y el moço era muy cuerdo. Pero esto, y más que por él hiziera el Senado, Valentiniano lo tenía al Pueblo Romano muy bien merecido; porque muy justo es que los príncipes en la provisión de los oficios tengan más respecto a los servicios de los padres que no a la poca edad que tienen los hijos. Salió este mancebo Graciano tan reposado en la persona y tan buen christiano para favorecer a la Iglesia, que fue muy gran descanso para el pueblo romano que le eligió, y mucha alegría para su padre en quanto bivió, de manera que dexó en él una inmortal memoria después que murió; porque en el hijo virtuoso siempre está viva la memoria del padre muerto. En el año ab urbe condita mcxxxii, siendo que fue primero en augusto criado por universal eredero y único Emperador del Imperio Romano, el sobredicho mancebo Graciano por todo el pueblo romano fue declarado, ya que era muerto su tío Valente y su padre Valentiniano. Quando Graciano entró en el Imperio estavan muchos obispos cathólicos desterrados desde el tiempo de Valente Emperador, su tío, y luego este buen príncipe Graciano mandó desterrar a todos los obispos arrianos y que tornassen a sus iglesias todos los obispos cathólicos, y de verdad en esto se mostró religiosíssimo príncipe; porque no ay más justa justicia que confunda la malicia de los malos que en restituyr en su estado a los buenos. El primero año del imperio de Graciano todos los germanos y los gallos se rebelaron contra el Imperio Romano, en que no sólo no le querían obedecer, mas aun hizieron un muy grande y terrible exército para le conquistar, imaginando que, como Graciano era moço, no ternía seso ni esfuerço para defenderlo; porque debaxo de los príncipes muy moços sienpre suelen padecer grandes calamidades los reynos. Llegada la nueva a Roma cómo era rebelada toda la Galia y Germania, escrivió a todos los obispos cathólicos para que sobre este caso hiziessen en sus iglesias grandes sacrificios, y también proveyó que se hiziessen processiones generales por toda Roma, para que [189] el Señor de su pueblo alçasse la yra; porque los buenos christianos primero deven aplacar a Dios con oraciones que no resistir a los enemigos con armas. No menos en esto que en lo otro se mostró muy buen christiano este emperador Graciano, porque muchas vezes da Dios a los príncipes las victorias más por las lágrimas de los que oran que no por las armas de los que pelean. Esto hecho, y el negocio a Dios encomendado, acordó el Emperador Graciano adereçar para la guerra y personalmente dar la batalla. Y, si en lo primero se mostró príncipe christiano, en esto se mostró emperador muy valeroso; porque gran infamia sería de los príncipes lo que sus antepassados ganaron por esforçados y solícitos, ellos lo perdiessen por covardes y perezosos. Sin comparación era muy mayor el exército de los enemigos que no el exército de los romanos, y como se hallassen los unos y los otros juntos cabe un lugar que se llamava Argentaria, los romanos como eran pocos a la verdad ovieron gran temor a los enemigos; porque en la guerra la pujança de la potencia haze tener duda de la desseada victoria. Los romanos, visto esto, importunaron y rogaron al Emperador que no diesse la batalla, pues no tenía gente para ella, y en esto no dezían muy mal; porque un príncipe cuerdo no fácilmente la vida y la persona ha de cometer a los baybenes de la fortuna. El Emperador Graciano, sin mostrar mudança en el rostro ni turbación en las palabras, a todos los cavalleros que estavan en torno de su persona dioles esta respuesta. [190]
Capítulo XXVI
De las palabras christianíssimas que dixo el Emperador Graciano al tiempo de dar una batalla.
«Cavalleros y mis comilitones: en muy señalado servicio os tengo aver vendido vuestras haziendas y venir con vuestras mismas personas acompañarme en esta guerra. Y en esto hazéys lo que devéys; porque posponer la hazienda y poner en peligro la vida sólo se ha de hazer por la defensión de la patria. Pero, si os agradezco la compañía, mucho más os agradezco el buen consejo que me days en esta hora; porque en los grandes conflitos pocas vezes se hallan juntos consejo sano y coraçón esforçado. Si yo començara esta guerra con esperança de la potencia umana, vosotros terníades razón que no diéssemos la batalla según lo mucho que a ellos sobra y lo mucho que a nosotros falta; porque, según dexistes, las cosas de la honra no fácilmente se han de cometer a la sospechosa fortuna. Yo emprendí esta guerra tan enojosa y tan peligrosa con informarme primero que de mi parte era la justicia, y, pues Dios es la misma justicia, espero en Él que Él me sacará victorioso della; porque en las crudas guerras más aprovecha a los príncipes la justicia que tienen que no la gente armada que traen. Pues yo tengo justificada mi causa, yo tengo puesto a solo Dios por juez della. Paréceme que, si por temor umano dexasse de dar la batalla, a mí infamaría ser príncipe de poca fe y a Dios levantaría ser juez de poca justicia; porque muchas vezes allí muestra Dios más su potencia do la flaqueza humana más desconfía. Pues yo hago la guerra, y por mí se levantó la guerra, y por mí venistes a [191] la guerra, tengo determinado de entrar en la batalla; y, si muriere en ella, soy cierto que muero en defensa de mi justicia, y esto será para mejor honrra y salvación de mi ánima; porque no es morir morir por la justicia, sino dar y trocar la muerte por la vida. E, si haziendo esto perdiere la vida, a lo menos no perderé mi honrra y, junto con esto, cumplo con lo que soy obligado a la república; porque en un príncipe sería muy gran infamia siendo la guerra propria hazerla con sangre ajena. Yo quiero provar oy en esta batalla si la electión de mi imperio fue de la voluntad divina, que si acaso en ella Dios me mata, es señal que tiene guardado otro mejor emperador para su república; y, si por su misericordia me guarda la vida, es señal que me guarda para otra mejor cosa; porque al fin al fin el cuchillo del enemigo no es sino verdugo del pecado proprio. Lo que a mí me paresce en este caso es que hasta el tercero día no se dé la batalla, sino que todos nos confessemos esta noche y nos comulguemos mañana, y junto con esto perdone cada uno a su hermano si ha sido dél injuriado; porque muchas vezes, aunque la demanda de la guerra es justa, por pecados de los que la administran se reciben muchos reveses en ella. Después que los tres días uvieren passado, y nos uviéremos confesado, y comulgado, y unos a otros perdonado, haga Dios lo que fuere servido, que yo determinado estoy de entrar en la batalla. Y en esto no pongáys, mis comilitones, duda, porque a mí me conviene oy vencer o morir; y si venço, alcanço lo que quiero; y si muero, cumplo con lo que devo. No quiero más deziros, sino que cada uno vea y haga lo que es obligado, acordándose que es cavallero romano y pelea por la libertad de su pueblo; que ya en tan grande estrecho estamos, que más nos aprovecharán pocas obras que muchas palabras; porque la paz hase de conservar con la lengua, pero la guerra hase de despachar con la lança.» Dichas estas palabras, y passados los tres días, el Emperador Graciano dio la batalla hallándose él mesmo en ella, y fue por ambas partes crudamente herida y ensangrentada. [192] Finalmente el Emperador Graciano de sus enemigos uvo victoria, en que más de treynta mil franceses y alemanes fueron muertos, y no peligraron cinco mil de los romanos, porque a la verdad sólo aquel exército es guardado que a la voluntad divina es acepto. Tomen, pues, agora exemplo deste príncipe todos los príncipes, mirando quánto les va ser buenos christianos, y que en los grandes conflitos y guerras han de tener en poco verse con exército gruesso, y han de tener en mucho ver a su Dios aplacado, porque más desmayan al coraçón los peccados ocultos que no los enemigos manifiestos. [193]
Capítulo XXVII
Cómo el capitán Theodosio, padre que fue del gran Emperador Teodosio, murió christiano, y del rey Ysmaro, y del obispo Silvano, los quales fueron christianíssimos, y de un concilio que celebraron, y de las leyes santas que en él fizieron.
Siendo emperadores los dos hermanos (conviene a saber: Valentiniano y Valente), en las partes de África, en el reyno de los mauritanos se levantó un tyrano por rey contra el señorío de los romanos, el qual avía nombre Thirmo, varón esforçado para los trabajos y muy osado en los peligros; porque los coraçones muy denodados muchas vezes paran en tyranos famosos. Este tyrano Thirmo por bien y por mal apoderóse de todo aquel reyno, y, no contento de apoderarse de Mauritania, tyranizó muy gran parte de la África, y aún aparejava (como hizo Aníbal) de passar en Ytalia y morir en la demanda sobre hazerse emperador de Roma; porque aquél es supremo y famoso tyrano que nunca trabaja sino por tomar y ocupar lo ageno. Los romanos, que en todas las cosas eran muy cuerdos y que de tyranía de tyranos estavan muy escarmentados, luego mandaron hazer gruesso exército, el qual passasse en África y apaziguasse aquel reyno y destruyesse aquel tyrano, con intención y mandamiento del Senado que por ningún pacto ni concierto aquel tyrano quedasse bivo. Y de verdad el mandamiento fue muy justo, porque al perturbador de la república muy poco castigo le es quitarle la vida. En aquellos tiempos avía en Roma un cavallero por nación español, que avía nombre Theodosio, varón en días anciano, y en las cosas de la guerra muy diestro, y de los bienes de [194] fortuna no muy dotado, y que se jatava (y era verdad) venir de la sangre del gran Emperador Trajano, por cuya causa era en Roma muy acatado y tenido; porque eran tan agradecidos los romanos a sus príncipes, que todos los que descendían de emperadores virtuosos para siempre eran en la república muy acatados. Como este Theodosio era en los días tan anciano, y en las canas tan honrrado, y en la sangre tan generoso, y en las armas tan experimentado, para la conquista de África por el Emperador Valentiniano y por todo el Senado en conformidad fue electo, y él de la electión fue contento, y todo el pueblo romano muy satisfecho, y de verdad tenían los unos y los otros razón, porque Theodosio tenía alegría de ver que yva contra aquel tyrano y el pueblo estava alegre por llevar tal capitán su exército. Partido Theodosio de Roma, en breves días vino a Bona, que era populosa ciudad y puerto de mar en África, y como él y su exército saltassen en tierra, el tyrano Thirmo luego sacó su gente en campo, y salidos, pues, todos en campo, los unos por ofender y los otros por ofender y defender, uvieron entre sí aquellos exércitos muchos rencuentros, faziéndose unos a otros muchos daños, de manera que los que oy eran vencidos, mañana eran vencedores, y los que ayer fueron vencedores oy se hallaron vencidos; porque en las guerras prolixas siempre la fortuna haze muchas mudanças. En la provincia Mauritania avía una ciudad fortíssima llamada Obelisca, y, como el capitán Theodosio por su buen esfuerço enseñoreasse el campo, el tyrano Thirmo hízose fuerte en aquella ciudad Obelisca, la qual como por Theodosio fuesse fortíssimamente combatida y casi entrada, el tyrano Thirmo por no venir en manos de sus enemigos matóse con sus proprias manos; porque propriedad es de coraçones superbos morir antes en libertad que no bivir en cativerio. En este tiempo el Emperador Valente por arte de nigromancía trabajó mucho de saber quién le avía de suceder en el Imperio de Roma, y acaso una muger phetonissa uvo del demonio respuesta que el nombre que con estas letras tuviesse escrito, aquél sería su sucessor en el Imperio; y las letras eran éstas: t, e, o, d. El Emperador Valente, inquiriendo con sobrada diligencia todos los nombres que [195] con estas quatro letras podían ser nombrados, hallaron que los Theodotos, los Theodores, y los Theodosios, y todos los que destos nombres eran hallados, todos a cuchillo eran muertos. Y la causa porque los matavan era que, como el Emperador Valente era malo, pensava que en vida le avían de quitar el Imperio; porque el príncipe tyrano siempre bive sospechoso. El excelente capitán Theodosio, aviendo ya muerto el tyrano Thirmo y sojuzgado a toda África al Imperio Romano, levantáronle que era en secreto traydor al Emperador y que quería tyranizar el Imperio. Por esta causa, el Emperador Valente sentencióle a ser degollado, y esto sin ser oýdo, ni menos ser culpado; porque los príncipes voluntariosos en las cosas de justicia son absolutos. Venido a noticia del capitán Theodosio cómo avía de ser degollado, embió por un obispo de Cartago y pidióle el agua del sancto Baptismo, y assí, baptizado y en la fe de Christo instructo, fue por el carnífice muerto. Deste caso tan grave todos juzgaron el Theodosio padescer como innocente y el Emperador juzgar como tyrano; porque la innocencia que tiene el bueno es el mayor enemigo que tiene el malo. Al tiempo que este Theodosio pidió el baptismo, según dize Prósper en su Corónica, dixo al obispo que le quería baptizar: «Sancto Rogerio Obispo, por el Criador que nos crió te conjuro, y por Jesú Crucificado te ruego me des el agua del Baptismo, porque yo prometí de ser christiano si Christo me dava victoria del tyrano mi enemigo; y, pues Él me dio la victoria, yo quiero cumplir mi palabra; porque las cosas que la necessidad sola nos haze prometer, la voluntad sola nos las ha de hazer cumplir. Pésame de todo coraçón, porque para ser christiano me queda poca vida, y, pues que assí es, por su amor ofrezco la vida y en sus piadosas manos encomiendo mi ánima. Aý dexo un hijo mío que llaman Theodosio, y, si el amor de padre no me engaña, pienso será moço esforçado y aun será hombre cuerdo; y, pues por tus manos ha sido baptizado, ruégote, santo Obispo, que con tu prudencia en las cosas de la fe sea bien instructo, porque si él es buen christiano, espero en Dios será gran hombre en el Imperio.» [196] Este Theodosio fue padre del gran Emperador Theodosio, de manera que el padre fue christiano y el hijo christianíssimo. No muchos años después que el Emperador Valente hizo matar a Theodosio, padre del Emperador Theodosio, el mesmo Valente por mandado de los godos fue muerto, y de verdad fue esto juyzio de Dios; porque justamente le quitan la vida al que injustamente procuró a otro la muerte. Dize Rufino, libro ii Historiarum, que (después que el capitán Theodosio mató al tyrano Thirmo, y Valente el Emperador mató a Theodosio, y Valente por mano de los godos fue muerto), los romanos criaron un rey en África que avía nombre Hismaro, el qual fue varón christianíssimo. En este tiempo, que fue en la hera ccclxxvii, en la gran ciudad de Carthago era obispo un sancto varón que se llamava Silvano, varón en las letras divinas y aun humanas muy doctíssimo, y como el rey era tan justo y el obispo era tan sancto, la Yglesia estava muy favorecida, la república muy corregida y aun toda África muy pacífica; porque las guerras civiles más vezes se levantan por la sobervia de los mayores que no por la desobediencia de los menores. Pues este sancto Obispo y aquel christianíssimo Rey, queriendo en su tiempo dar buen exemplo a sus súbditos y para los siglos advenideros dexar buenos preceptos, celebraron en la ciudad de Bona un concilio con todos los obispos de África, en el qual se halló el mismo rey Hismaro en persona; porque en los antiguos concilios no sólo se hallavan presentes los reyes de aquellos reynos, mas aun todos los señores de altos estados. Entre muchas cosas y muy buenas que dize Rufino aver allí sido ordenadas, parecióme poner aquí estas pocas, porque vean los príncipes presentes quán christianíssimos eran los príncipes passados. Habla el Concilio Hipponense Éstas son las cosas que en el Sacro Concilio Hipponense fueron ordenadas, en el qual se halló presente el muy cathólico rey Hismaro y presidió el muy religioso obispo Silvano. Y en lo que se ordenó queremos que en unas cosas hable el rey [197] y en otras hable el concilio; porque en los semejantes actos es muy justo que la preeminencia real sea acatada y la auctoridad de la Yglesia no se pierda. Ordenamos que de dos en dos años se junten todos los obispos, abades y prelados de nuestro reyno para que celebren un provincial concilio, y en este concilio no se ha de hablar del daño de las temporalidades sino de la mala governación que tienen las yglesias; porque no se pierde la Yglesia de Dios por el dinero que le falta, sino por el thesoro que le sobra. Ordenamos, y a todos los perlados que son y serán rogamos, que quando algún concilio en nuestro reyno quisieren hazer, primero que se celebre nos lo hagan saber; porque so color de sancto concilio no se haga algún sospechoso ayuntamiento. Ordenamos que de aquí adelante los príncipes y grandes señores sean obligados a hallarse, en los sacros concilios, en compañía de los santos obispos; porque más justo es se hallen en destruyr los herejes con que ganen las ánimas que no en pelear contra los enemigos do pierden las vidas. Ordenamos que el príncipe que no viniere al concilio y lo dexare por pereza, en tal caso queremos que hasta otro concilio no le administren el sacramento de la Eucharistía; pero si acaso dexare de venir no por pereza sino por malicia, queremos que entonces procedan contra él como contra sospechoso de la Sancta Fe Cathólica; porque el christiano que por sola malicia comete el pecado no deve sentir bien de la fe sancta de Christo. Ordenamos que la primera cosa que se haga en el concilio sea que después que los perlados estén juntos en uno, todos juntos primero y después cada uno por sí digan el Credo cantando, el qual acabado, puesto de rodillas, el rey diga el mismo Credo rezado; porque si el príncipe de la Sancta Fe Cathólica es sospechoso, impossible es que sea cathólico ni christiano su pueblo. Ordenamos que en aquel concilio tengan libertad los perlados para dezir al rey lo que le conviene, y el rey tenga libertad para dezir al concilio lo que le pareciere, por manera que [198] los perlados libremente digan al rey el descuydo que tiene en destruyr los erejes, y el rey libremente diga a los perlados la pereza que tienen en la guarda de sus ovejas; porque no ha de ser otro el fin de los concilios sino castigar los delictos passados y remediar los daños advenideros. Ordenamos que todos los príncipes de África luego de mañana, antes que fagan otra cosa, pública y muy atentamente oyan una missa rezada, y queremos que en esta missa estén todos sus familiares y consejeros que con él han de entrar en los consejos; porque no puede dar buen consejo la criatura la qual primero no se ha encomendado y aconsejado con su Criador. Ordenamos que los arçobispos, obispos y abades todo el tiempo que durare el concilio cada día se confiessen y digan missa en público, y uno dellos proponga la Palabra divina al pueblo; porque si cada perlado es obligado a dar buen exemplo estando solo, mejor le han de dar estando todos juntos. Ordenamos que los príncipes en quanto pudieren den buen exemplo a sus pueblos, en especial que todos los días festivos se confiessen y comulguen y oyan los divinos oficios; porque gran escándalo sería el príncipe que ha de reprehender en los otros los vicios nunca le viessen a él confessar ni rescebir los sacramentos. Ordenamos que en las tres Pascuas señaladas vayan los príncipes a las yglesias metropolitanas; y, si no tuviere impedimento, dirá la missa el diocesano; y, dicho el Evangelio, el príncipe sea obligado a alta boz dezir el Credo compuesto en el Sacro Concilio Niceno; porque los buenos príncipes no sólo han de tener en el coraçón la fe de Christo, pero aun son obligados a confessarla por la boca delante su pueblo. Ordenamos que el príncipe no sea osado de traer en su corte más de dos obispos, el uno que le oya de penitencia y el otro que le predique la Palabra divina; y éstos queremos que se los señale el concilio; y el concilio sea obligado a señalar a dos personas de los más ancianos y más virtuosos; y éstos que no estén en la Corte del príncipe más de dos años, y después vengan otros; porque no ay cosa más monstruosa que ver sin prelado mucho tiempo a una yglesia. [199]
Capítulo XXVIII
De cómo en la república es muy bueno que no aya más de un príncipe que mande en ella, porque no ay mayor enemigo de la república que el hombre que procura que manden muchos en ella.
Muchas vezes me paro comigo a pensar que, pues la divina Providencia, la qual todas las cosas haze por peso y medida, y dél y no de otro todas las criaturas son regidas y governadas, y sobre todo en Dios no ay acepción de personas, por qué faze a unos ricos y a otros pobres; a unos sabios y a otros simples; a unos sanos y a otros enfermos; y a unos prósperos y a otros abatidos; a unos siervos y a otros señores. No se maraville nadie que yo me maraville desto, porque la variedad de los estados es el fundamento de la dissensión en los pueblos. Paréceme al parecer humano sería mejor que todos fuessen conformes en el vestir, todos fuessen yguales en el mandar, ninguno fuesse mejorado en el tener, todos se contentassen con un comer, se quitassen estos nombres de mandar y obedecer; porque, quitada toda la miseria de los unos y la prosperidad de los otros de por medio, desde aquí protesto que no avría embidia en el mundo. Dexado el juyzio humano, el qual no se ha de cotejar con el parecer divino, pregunto yo agora qué razón abasta a pensar que de dos hermanos (conviene a saber: Jacob y Esaú, ambos hijos de sanctos varones) quiso la divina Providencia que el uno fuesse electo y el otro aborrescido; el uno mandasse y el otro obedeciesse; el uno fuesse deseredado, siendo mayor, y el otro eredasse el mayorazgo, siendo menor. Lo que aconteció a Jacob con Esaú, aconteció a sus hijos de Jacob con Joseph, que, siendo todos hijos de un [200] padre, siendo todos hermanos, siendo todos patriarcas, siendo todos conformes, siendo todos electos; proveyó y ordenó Dios que a Joseph que era menor le sirviessen y obedeciessen todos onze hermanos. Hízose esto contradiziéndolo todos los onze hermanos, pero no les aprovecharon sus pensamientos; porque impossible es que pueda desordenar la malicia humana aquello que tiene ordenado la Providencia divina. No vemos otra cosa cada día, sino aquello que tiene concertado el parecer humano, en un punto lo desbarata el juyzio divino, y por cierto no es mal hecho sino muy bien ordenado; porque al fin al fin el hombre, como es hombre, en pocas cosas puede acertar, y Dios, como es Dios, es impossible pueda en ninguna errar. Muy gran beneficio es del Criador querer emendar y corregir las obras de las criaturas; porque, si Dios nos dexasse del todo al parecer nuestro, en todo seríamos contrarios al parecer suyo. No sin gran misterio ordenó Dios que en una familia no aya más de un padre de familias; a un pueblo generoso quiere que solo le mande un ciudadano; en una provincia no quiere que aya sino un governador solo; un rey solo quiere que govierne a un reyno superbo; un exército poderoso por solo un capitán quiere que sea regido; y (lo que es más de todo) quiere que un emperador solo sea monarcha y señor del mundo. Por cierto, son cosas éstas que las vemos con los ojos y no las conocemos, que las oýmos con las orejas y no las alcançamos, hablámoslas con las lenguas y no las entendemos; porque es de tan baxo estilo el entendimiento humano, que sin comparación es más lo que ignora que no lo que sabe. Apolonio Thianeo, aviendo peragrado todo lo más de Asia y de África y de Europa, conviene a saber: desde el Pontho de Nilo (do estuvo Alexandro) hasta Gades (do estavan las colunas de Hércules), estando un día en Épheso en el templo de Diana, preguntáronle los sacerdotes de Diana quál era la cosa de que más se avía maravillado en toda la tierra; porque general cosa es que los hombres que han visto mucho, siempre notan más uno que otro. Aunque el filósofo Apolonio se preciava más de obrar que no de hablar, a los que le hizieron aquella demanda luego allí les dio esta respuesta: [201] «Hágovos saber, sacerdotes de Diana, que yo he andado el reyno de los galos, el de los britanos, el de los hispanos, el de los germanos, el de los lacios, el de los lidos, el de los ebreos, el de los griegos, el de los parthos, el de los medos, el de los phrigios, el de los corinthos, el de los persas y, sobre todo, el gran reyno de los indos; y llámole reyno sobre todos los reynos porque vale más él solo que todos estos reynos juntos. Hágoos saber que todos estos reynos en muchas y muchas cosas son diversos, conviene a saber: en lenguas, en personas, en animales, en metales, en aguas, en carnes, en costumbres, en leyes, en tierras, en edificios, en vestidos, en mantenimientos; y, sobre todo, son diversos en dioses y templos, porque no ay tanta diferencia de una lengua a otra quanta ay de los dioses y templos de Europa a los dioses y templos de Asia. Entre todas las cosas que he visto, de dos solas estoy maravillado, la primera de las quales es que en todo lo que he andado del mundo, vi el pacífico ser mandado del reboltoso; el humilde, del sobervio; el justo, del tyrano; el piadoso, del cruel; el animoso, del covarde; el prudente, del ignorante; y sobre todo vi que los peores ladrones ahorcavan a los más innocentes. La ii cosa de que estoy maravillado es que en todo quanto he andado no he podido hallar a un hombre perpetuo, sino que todos son mortales, y al fin al fin mayores y menores todos han fin; porque muchos anochecen en la sepultura, los quales aquel día pensavan tener más segura la vida.» Dexado aparte el juyzio divino, de verdad en lo que dixo habló muy altamente este philósopho, porque parece un disparate gracioso ver cómo goviernan los hombres al mundo. Viniendo, pues, agora al caso, razón es sepamos qué es la causa desta tan antigua novedad, en que quiere Dios que uno mande a todos y todos obedezcan a uno, porque no ay cosa que Dios haga que, aunque sea a nosotros ignota la causa della, no por esso carezca de razón en su eterna sabiduría. En este caso hablando como christiano, digo que si nuestro padre Adán quisiera obedecer a un mandamiento solo que Dios le dio en el Paraýso, nosotros quedáramos libres y señores del [202] mundo; pero como no quiso obedecer a un mandamiento, házenos agora guardar muchos mandamientos; finalmente, y por no obedecer a un señor entonces, somos esclavos de tantos señores agora. ¡O!, maldito seas pecado, que por ti solo fue introduzida la servidumbre en el mundo. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, que por fazerse nuestros primeros padres esclavos del pecado, perdimos nosotros de ser señores del mundo; porque, estando el coraçón preso del pecado, muy poco vale la libertad del cuerpo. Grandes diferencias uvo entre la achademia de Pitágoras y entre la achademia de Sócrates, en que dezían los unos que era mejor que todas las cosas fuessen comunes y que todos los hombres fuessen iguales; los pitagóricos, por contrario, dezían que era mejor república do cada uno tenía proprio y do todos obedecían a uno; de manera que los unos admitían este nombre de siervos y los otros aborrecían este nombre de señores. Según dize Laercio, libro i De vitis philosophorum, Demóchrito fue philósopho cathegórico, pero también fue de opinión que para ser bien regidos los pueblos se avían de quitar estos dos nombres de señores y vassallos; porque los unos por querer mandar con sobervia y los otros por no querer ser mandados con tyranía, derraman la sangre de los innocentes, fazen violencia a los pobres, destruyen los famosos pueblos, toman osadía los malos tyranos, lo qual todo sería quitado si no oviesse señorío ni servidumbre en el mundo. Pero, esto no obstante, según el Philósopho, primo Politicorum, por quatro razones naturales podemos provar ser muy necessario el mandar y obedescer en el pueblo. La i razón es de parte de los elementos simples y mistos; ca vemos por experiencia que, para que los elementos se compadezcan juntos y se conformen los cuerpos mistos, es necessario que un elemento mande más que todos. Y assí parece por experiencia en los cuerpos pesados, que el elemento del agua, y el elemento del fuego, y el elemento del ayre obedecen, y el elemento de la tierra manda y contra su naturaleza los trae por tierra. Pues si todos los elementos generosos obedecen al elemento más vil sólo por formar un cuerpo misto, más razón es que todos obedezcan a una persona virtuosa [203] porque esté bien governada la república. La ii razón se toma del ánima y del cuerpo, en cuya armonía el ánima manda como señora y el cuerpo obedece como siervo; porque el cuerpo ni oye, ni entiende, ni sabe sin el ánima, pero el ánima, oye, sabe y entiende sin el cuerpo. Infiere de aquí el Philósopho que los hombres sabios naturalmente han de ser señores de todos los otros, porque no ay cosa más monstruosa que mandar los simples en la república. La iii razón se toma de parte de los animales. Vemos por experiencia que muchas bestias se rigen por el solo saber de los hombres; pues muy justo es que muchos hombres que son más bestias que las bestias se dexen regir por personas sabias; porque a la verdad más aprovecha en la república un animal bruto que un hombre sin seso. La iiii razón se toma de parte de las mugeres. Vemos que, siendo ellas criadas a la imagen de Dios, mandó Dios que fuessen sujetas a los hombres, con presupuesto que no tienen tanto saber como los hombres. Pues si esto es assí, ¿por qué muchos hombres mortales, los quales sin comparación saben menos que mugeres, no se ternían por dichosos ser mandados de uno con tal que aquel uno sea hombre muy virtuoso? Como el hombre naturalmente sea político, que es ser amigo de compañía, la compañía engendra embidia; la embidia pare discordia; la discordia cria la guerra; la guerra levanta la tyranía; la tyranía dissipa a la república; y, perdida la república, tienen todos en peligro la vida. Por esso es muy necessario que en todo ayuntamiento muchos se rijan por uno, que al fin al fin no ay república bien regida si no la que por un solo bueno es governada. Los muchos inconvenientes que hallaron los antiguos en el tiempo passado les hizo venir a que en la república todos obedeciessen a uno, pues vemos que en el campo todos obedecen a un capitán, en la mar todos a un piloto, en el monesterio todos a un prelado, en la Iglesia todos a un obispo, en la colmena todas a una abeja; y, pues las abejas no están sin rey en la colmena, no es justo estén los hombres sin rey en la república; porque de otra manera en la colmena de las abejas avría miel y en la república de los hombres avría hiel. Los hombres que no quieren rey en la república no son [204] sino los abejones que sin trabajar comen la miel de la colmena, y sería mi parecer en este caso que todo hombre que no quiere ser mandado, como enemigo del bien público públicamente del pueblo fuesse alançado; porque no ay tan gran enemigo de la república como el hombre que procura que aya muchos que manden en ella. En la república tomando uno el cuydado de todos, y todos obedeciendo el mandamiento de uno, será en ello Dios servido, el pueblo aumentado, los buenos honrados, los malos abatidos y los tyranos suprimidos; porque jamás se concluye una congregación de muchos si no se remiten al parecer de pocos. ¡O!, quántos pueblos y reynos por no querer obedecer a sus príncipes con justicia fueron después mandados de crudos tyranos con tyranía; porque muy justo es los que menospreciaron los sceptros de los príncipes piadosos, esperimenten los açotes de los crudos tyranos. Siempre fue, siempre es y siempre será aver en el mundo quien mande y sea mandado, aver quien rija y sea regido, aver quien govierne y sea governado. Y en este caso no diga nadie «yo soy esento», porque fasta oy no se ha visto príncipe ni cavallero que no aya arado so las coyundas deste yugo. Amonesto, ruego y importuno a todos los hombres virtuosos tengan por bien de ser fieles siervos porque todos merezcamos amorosos señores; que al fin al fin el príncipe malo faze que su vassallo sea rebelde y el siervo rebelde torna a su señor tyrano. Mucho está en mano de los pueblos que sean buenos o malos sus governadores; porque no ay príncipe tan remisso que para siempre dissimule lo malo, ni ay governador tan tyrano que en algún tiempo no conozca lo bueno. Muchas vezes permite Dios emperadores en los imperios, reyes en los reynos, governadores en las provincias, señores en las tierras y prelados en las yglesias no según lo requiere la buena governación de los pueblos, sino según lo merece la muchedumbre de sus pecados; porque muchos vemos oy tener cargo de ánimas en la Yglesia, los quales no merecían aun guardar ovejas en la montaña. Que esto sea verdad parece muy claro, porque los tales no goviernan, sino desconciertan; no amparan, sino ofenden; no resisten a los enemigos, sino entregan a los innocentes; no son juezes, sino tyranos; no son [205] clementes, sino carniceros; no aumentadores de república, sino dissipadores de justicia; no conservadores de leyes, sino inventores de tributos; no despertadores de lo bueno, sino mollidores de todo lo malo; finalmente pone Dios malos perlados y governadores no por administradores de sus leyes, sino por verdugos de nuestras maldades. [206]
Capítulo XXIX
Que no ay cosa que más destruya a la república que consentir los príncipes cada día novedades en ella.
En el Libro de los Reyes, capítulo viii, dize la Sagrada Escritura que, siendo ya muy viejo el sancto propheta Samuel, puso en su lugar para regir el pueblo a dos hijos suyos llamados Joel y Abia; porque naturalmente los padres han gana de dexar en honra a los hijos. Residían y tenían la judicatura los hijos de Samuel en la ciudad de Bersabee, que era el último lugar de Judea, y el viejo fuesse a morar a la ciudad de Ramatha, y juntos todos los hombres honrados y ancianos del pueblo de Israel ordenaron para embiar a Samuel una embaxada y que la llevassen los más ancianos de la sinagoga; porque los antiguos fueron en esto muy avisados, de jamás negociar cosas públicas por manos de moços. Llegados los viejos a Ramatha, dixeron a Samuel estas palabras: «Tú, Samuel, eres viejo, y ya por tu vejez no puedes regir al pueblo. Como padre piadoso encomendaste a tus hijos la governación del pueblo. Hazémoste saber en este caso que tus hijos son muy avaros lo uno; resciben presentes de los pleyteantes lo segundo; hazen muchas injusticias a los pobres lo tercero. Por esso, danos un rey que nos rija, y este rey ha de yr delante nosotros a la batalla; porque ya no queremos juezes que nos juzguen sino reyes que nos defiendan.» El viejo Samuel, oýda la embaxada, afrentóse mucho de lo que le dixeron los viejos de Judea, lo uno por ser sus hijos malos, lo otro porque les querían quitar los oficios. Y de verdad tenía razón Samuel sobre tal caso estar afrentado y penado; porque los vicios y travessuras de los moços cuchillos son que traspassan los [207] coraçones de los padres viejos. Visto por Samuel que todos los hebreos estavan determinados en quitar la governación del pueblo a sus hijos, no tuvo otro remedio sino quexarse a Dios deste agravio; y Dios, oýdas sus querellas, respondióle estas palabras: «No estés triste, Samuel, que en pedir como piden rey, no menosprecian a tu persona, sino menosprecian a mi Providencia; y no te maravilles que dexen a tus hijos porque son traviessos, pues dexaron a mí su Dios y se fueron en pos de los ýdolos falsos. Pues piden rey, yo tengo determinado de darles rey; pero diles primero las condiciones del rey, y son éstas: el rey que os tengo de dar tomará a vuestros hijos con sus carretas y bestias, y embiarlos ha cargados de fardaje y ropas; y, no contento con esto, hará a vuestros hijos correos para sus caminos, tribunos y centuriones para sus batallas, y farálos labradores, ortelanos de sus huertas, segadores de sus panes, herreros de sus armas. Ternéys fijas delicadas y veréys mal gozo dellas, porque el rey que os daré harálas boticarias para curar los heridos de sus guerras, harálas cozineras en su palacio y harálas panaderas en su despensa. El rey que os diere, si tratare mal a vuestros hijos y hijas, muy peor tratará vuestras haziendas; porque los mejores prados que tenéys pacerán sus ganados, de vuestras viñas cogerán las mejores uvas, de los olivares escogerán el mejor azeyte y azeytunas. Y, si algún fruto después desto quedare en los campos, querrán que lo cojan no vosotros, sino sus escuderos. Pues más ha de hazer el rey que os tengo de dar: de diez caýzes de trigo le avéys de dar uno; de diez vacas le avéys de dar una; de diez ovejas le avéys de dar una; de manera que de todo lo que cogeredes en el campo, aunque no queráys, avéys de dar a vuestro rey diezmo. De vuestros esclavos y esclavas más se ha de servir el rey dellos que no vosotros; y tomará a todos los moços a los quales vosotros pagáys sueldo; y tomará a todos los bueyes que estén arando y trabajando en vuestras eredades; y llevarlos ha a trabajar a sus bosques y huertas, de manera que pagaréys vosotros la soldada y aprovecharse ha el rey dellos para su [208] hazienda. Todo lo sobredicho ha de tener el rey que les tengo de dar.» La historia que aquí he contado no es patraña de Ovidio, ni es égloga de Virgilio, ni es fictión de Homero, sino sentencia y palabras de Dios vivo y verdadero, el qual ni sabe burlar, ni menos mentir. ¡O!, juyzios de Dios ascondidos, ¡o!, ignorancia de los mortales, que pedimos y no sabemos lo que pedimos, ni para qué lo pedimos, ni a quien lo pedimos, ni adónde lo pedimos, ni quándo lo pedimos; lo qual todo causa en nosotros muchos daños; porque no errar en elegir y acertar en el pedir muy pocos de los mortales lo suelen alcançar. Piden los hebreos remedios, y ofréceles Dios más daños; piden quien los rija, y dáles Dios quien los destruya; piden rey, y ofréceles tyrano; piden quien los mantenga en justicia, y amenázalos con tyranía; piden quien no los coheche, y dales quien los robe; piden quien liberte a sus hijos, y dales quien se los torne esclavos; finalmente pensando los hebreos ser libres de los juezes que tomavan presentes de grado, dióles Dios un rey que se los tomasse por fuerça. ¡O!, quántas y quántas vezes ha de ser Dios rogado que dé príncipes en la república y perlados en su Iglesia no a peso de nuestra culpa, sino a medida de su clemencia. Dize Platón, libro i De legibus, que una de las cosas que los sicionios tuvieron por excelencia en su policía fue guardar mucho sus ciudades que no uviesse mudança en la governación dellas, y a la verdad aquellos bárbaros fueron cuerdos en hazerlo y Platón fue muy sabio en loárselo; porque no ay cosa que más destruya a la república que consentir cada día novedades en ella. Parece todo esto ser verdad en los hebreos, los quales en sus goviernos fueron muy bulliciosos, ca primero se governaron por patriarchas, como fue Abraham; después se governaron por prophetas, como fue Moysén; después se governaron por capitanes, como fue Josué; después se governaron por juezes, como fue Gedeón; después se governaron por reyes, como fue David; después se governaron por pontífices, como Abdías; finalmente, descontentándose los hebreos de todos éstos, permitió Dios que cayessen en manos de [209] Antíoco, y de Tholomeo, y Herodes, que fueron tyranos. Fue esta penitencia por Dios muy bien ordenada, según que lo merecía su culpa; porque muy justo fue que los que no supieron gozar de la libertad de Judea gustassen la cruda servidumbre de Babylonia. La condición que tuvieron los inquietos hebreos, la misma tuvieron en su govierno los superbos romanos, los quales en el principio de su imperio se governaron por reyes; después por los diez viratos; después por los cónsules; después por los dictadores; después por los censores; después por los tribunos; después por los senadores; finalmente vinieron a ser governados por emperadores tyranos. Todas estas mudanças y modos de governaciones inventó el Imperio Romano no por más de por ver si pudiera librarse del ageno señorío; porque eran tan superbos en este caso los romanos, que amavan la muerte con libertad y aborrecían la vida con captiverio. Dios que lo tenía assí ordenado y sus tristes hados se lo tenían assí prometido, quando los romanos acabaron de assolar a todos los reyes y reynos de la tierra, començaron a gustar la servidumbre tyránica de Roma. Anden y anden todos los hijos de vanidad, por mucho que los esclavos limen los grillos, los súbditos alcen el pleyto omenaje, los vassallos levanten la obediencia, los súbditos inventen guerras, los reyes ganen reynos, los emperadores alcancen imperios, quieran o no quieran, que mayores o menores, menores o mayores, todos se han de conocer por siervos. Regla es infalible que mientra vivimos en la carne jamás por jamás podemos de nosotros sacudir el yugo de la servidumbre. Y no digáys los príncipes que por ser príncipes poderosos de la servidumbre soys esentos; porque sin comparación es más intolerable tener los coraçones cargados de cuydados, que no tener los pies y gargantas rodeadas de hierros. Un esclavo, si es bueno, aflóxanle los hierros; pero a vosotros, los príncipes, quanto más soys mayores, más os aploman los cuydados; porque el príncipe que de la república es zeloso un momento no tiene el coraçón assosegado. Un esclavo espera que le han de ahorrar en la vida, pero vosotros jamás esperáys ser libres hasta la muerte. A un esclavo échanle los grillos por peso, [210] pero a vosotros cárganos los cuydados sin medida; porque en el coraçón triste más pesa una onça de cuydado, que pesan sobre el cuerpo diez quintales de hierro. Un esclavo estando solo quebranta o lima sus hierros, pero en vosotros la soledad atormenta al coraçón con mil cuydados; porque los lugares solitarios vergeles son de los coraçones afligidos. Un esclavo no tiene que satisfazer ni con quien cumplir más de con uno, mas los príncipes tenéys de cumplir con todos; porque el buen príncipe sólo el tiempo ha de tener para sí, y a sí y a lo que tiene cabe sí ha de querer para todos. Dezía el divino Platón, y dezía bien, que el que menos parte ha de tener en el príncipe ha de ser el mismo príncipe; porque el príncipe para que sea todo suyo no ha de tener parte en sí mismo. Un esclavo, si trabaja de día, sin cuydado reposa y duerme de noche; mas a vosotros los príncipes los días se os passan en oýr importunidades y las noches en dar unos indigestos sospiros. Finalmente digo que a un esclavo, sea bueno, sea malo, acabada la vida se acaba su pena sin que dél aya más memoria; mas ¿qué hará un triste de príncipe quando muere, que si ha sido bueno de su bondad ay poca memoria, y si ha sido malo jamás se le cae la infamia? Esto he dicho, porque mayores y menores, siervos y señores, en Aquél sólo deven conoscer señorío que por sólo hazernos señores vino a ser siervo en este mundo.
Capítulo XXX
Quándo començaron los tyranos a tyranizar, y quándo començó y por qué el señorío en los hombres de mandar y ser mandados, y como el señorío que el príncipe tiene en el reyno es por mandamiento divino.
Dexadas aparte las historias poéticas y las fictiones antiguas, hablando la verdad según las historias divinas, el primero enamorado del mundo fue nuestro padre Adán, el qual comió la mançana vedada, y esto no tanto por traspassar la jussión divina, sino por no contristar a su muger Eva; porque muchos oy siguiendo esto sufren mucho tiempo tener la conciencia dañada por no ver un día a su muger descontenta. El primero homicida del mundo fue Caín, el primero que murió en el mundo fue Abel, el primero bígamo del mundo fue Lamech, la primera ciudad del mundo fue de Enoch fundada en los campos de Edón, el primero músico del mundo fue Tubalcaín, el primero que navegó en el mundo fue Noé, el primero tyrano del mundo fue Membroth, el primero sacerdote del mundo fue Melchisedech, el primero rey del mundo fue Anrraphel, el primero duque del mundo fue Moysén, el primer que se llamó emperador en el mundo fue Julio César; porque hasta aquel tiempo los que governavan llamávanse cónsules, censores y dictadores, y desde Julio César acá sólo se llaman emperadores. La primera batalla que leemos averse dado en el mundo fue en los Valles Silvestres, que por otro nombre se llaman agora el Mar Salado, porque gran parte de lo que entonces era tierra viva es agora Mar Muerto. No nos puede engañar la Sagrada Escriptura, la qual de toda verdad está llena, y por ella paresce que mil y ochocientos años passaron [212] desde el principio del mundo en que no se juntó gente a dar batalla en campo; porque todo aquel tiempo que el mundo no tuvo ambición ni codicia, todo aquel tiempo no supo qué cosa era guerra. Razón es que digamos en esta escritura qué fue la ocasión de darse en el mundo la primera batalla, porque los príncipes queden avisados y los curiosos queden satisfechos. Fue el caso éste, que Bassa, rey de Sodoma; Bersa, rey de Gomorra; Sennaar, rey de Adamee; Semehar, rey de Siboin; y Vale, rey de Segor; todos estos cinco reyes, siendo tributarios a Chodorlaomor, rey que era de los elamitas, todos cinco reyes conspiraron contra él no queriendo pagarle tributo ni reconocerle vassallage. Y esto no es de maravillar, porque los reynos tributarios siempre fueron bulliciosos. Fue esta rebelión en el terciodécimo año del reynado de Chodorlaomor, y luego el siguiente año Anrraphel, rey de Sennaar, y Arrioch, rey de Ponto, y Atadal, rey de los alófilos, juntáronse con Chodorlaomor, y después de todos juntos començaron a hazer guerra y destruyr las tierras de los enemigos; porque antigua malicia es de la guerra, no pudiendo aver a los enemigos culpados, saquear y destruyr a los innocentes pueblos. Los unos ofendiendo y los otros defendiendo, al cabo viniendo en un campo todos juntos, diéronse la batalla como con dos enemigos, y los muchos fueron vencidos de los pocos y los pocos quedaron vencedores de los muchos. E quiso Dios permitir esto en la primera batalla del mundo para que tomen exemplo los príncipes que todos los reveses de la guerra no vienen sino por no terner en la guerra justicia. Si Chodorlaomor se contentara con sus términos, como se avían contentado sus antepassados, y no conquistara a los reynos sus vassallos, ni los fiziera sus tributarios, ni ellos a él perdieran la vergüença, ni él con ellos viniera en batalla; porque de ser los unos ambiciosos y de ser los otros codiciosos vienen las enemistades en los pueblos. Dicho de los que contendieron primero de señorío, veamos agora de dó uvo primero origen la servidumbre, y este nombre de siervos y señores si fue en los siglos antiguos, y si fue introduzida en el mundo la servidumbre por concierto de hombres virtuosos o fue inventada por ambición de tyranos; [213] porque mandar uno y obedecer otro es una de las novedades del mundo. La primera servidumbre del mundo uvo principio del primero que fue caçador en el mundo, según cuenta la Divina Escriptura, y fue de esta manera. El patriarcha Noé tuvo tres hijos, los quales se llamaron Sem, Cham, y Japhet, y este segundo hijo que fue Chan engendró a Chus, y este Chus engendró a Membroth, y este Membroth hízose caçador de bestias fieras en las montañas. Éste fue el primero que començó a tyranizar las gentes, haziendo fuerça a sus personas y tomándoles por fuerça sus haziendas, y llamávale la Escriptura oppressor hominum, que quiere dezir «hombre que acossa y opprime a los hombres»; porque los hombres de mala vida siempre son enojosos y pesados a la república. Éste enseñó a los caldeos a adorar el fuego, éste fue el primero que inventó de ser señor absoluto y que le reconociessen todos vassallage, y este maldito tyrano dio fin a la edad dorada, en la qual eran todas las cosas comunes en la república; porque entre los antiguos sólo las vidas tenían proprias, que las voluntades y haziendas todas eran comunes. En mucho es de tener ser el tyrano malo en su persona, pero en más se ha de tener ser alborotador de su república, y en mucho más se ha de tener ser destruydor de las buenas costumbres de su patria; pero lo más iniquo de todo es dexar alguna costumbre mala introduzida en la república; porque muy digno es tener renombre de infamia el que no sólo fue malo entre los suyos, pero aquel malo trabajó que se imitasse en los siglos advenideros. Quiere sentir Eusebio que este Membroth, después que uvo destruydo el reyno de pestilencia, con ocho hijos varones vino en Ytalia y edificó la ciudad de Camesa, la qual después en tiempo de Saturno se llamó Valencia, y a la postre en tiempo de Rómulo se llamó y se llama agora Roma. E, si esto es assí, no es maravilla que en los tiempos passados aya sido Roma de tyranos posseýda y de tyranos combatida, pues fue de tan famosos tyranos fundada; porque assí como Hierusalem fue fija de reyes pacíficos en Asia, assí Roma fue madre de príncipes superbos en Europa. Las historias de los gentiles que no alcançaron las Escrituras divinas, de otra manera ponen el primero señorío y la [214] servidumbre quándo entraron en el mundo; porque los ydólatras no sólo no conocieron al Criador del mundo, pero aun ignoraron quándo començaron muchas cosas del mundo. Dizen, pues, que el tyrano Membroth tuvo entre los otros un hijo que tuvo por nombre Bello; y este Bello fue el primero que reynó en la tierra de Siria; y éste fue el primero que inventó guerras en la tierra; y éste puso entre los assirios la primera gerarchía; finalmente murió, aviendo reynado sesenta y cinco años en Asia y dexando en grandes guerras a toda la tierra. La primera monarchía del mundo fue la de los assirios y duró mil cccii años, y el primero rey fue Bello, y el último rey do se acabó fue Sardanápalo, al qual quando le mataron fallaron entre unas mugeres hilando a la rueca, y de verdad aquella ynominiosa muerte fue en él muy bien empleada; porque el príncipe no ha de defender con las ruecas lo que sus antepassados ganaron con las lanças. Como emos dicho, Membroth engendró a Bello, y tuvo por muger a Semíramis; y Semíramis fue madre de Nino; y Nino sucedió a su padre en la tyranía y en el imperio; y la madre y el hijo, no contentos de ser tyranos, inventaron statuas de dioses nuevos; porque la malicia humana ante prosigue el mal que los malos inventaron que no el bien que los buenos començaron. Emos querido mostrar cómo el abuelo, y el padre, y la madre y el nieto, unos en pos de otros fueron ydólatras y bellicosos, porque vean los príncipes y grandes señores que no de pacíficos y virtuosos, sino de hombres ambiciosos y sediciosos començaron sus imperios. Hora sea Membroth el primero que hizo tyranías, hora sea Bello su hijo el primero que inventó guerras, hora sea Chodorlaomor el primero que inventó batallas, hora sean otros que no cuentan las Escripturas, tomando cada uno por sí y después todos juntos, ellos fueron ocasión en el mundo de hartos escándalos. Consentir esto tiene mucha culpa nuestra inclinación; porque para el mal los que tienen crédito son muchos, y para el bien los que tienen poder son pocos. [215]
Capítulo XXXI
Do el autor habla de la edad dorada y de la miseria humana que tenemos agora.
En aquella primera edad y en aquel siglo dorado todos vivían en paz, cada uno curava sus tierras, plantava sus olivos, cogía sus frutos, vendimiava sus viñas, segava sus panes y criava sus hijos; finalmente, como no comían sino de sudor proprio, vivían sin perjuyzio ageno. ¡O!, malicia humana, ¡o!, mundo traydor y maldito, que jamás dexas las cosas permanescer en un estado; y, si te llamo traydor, no te maravilles, porque al tiempo que nos es más favorable la fortuna, entonces nos hazes cruda execución de la vida. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, que, aviendo passado dos mil años del mundo sin saber qué cosa era mundo, Dios permitiéndolo y la malicia humana lo inventando, los arados tornaron en armas, los bueyes en cavallos, las aguijadas en lanças, las rejas en saetas, el picote en malla, las hondas en ballestas, la simplicidad en malicia, el trabajo en ociosidad, el reposo en bullicio, la paz en guerra, el amor en odio, la caridad en crueldad, la justicia en tyranía, el provecho en daño, la limosna en robo y, sobre todo, la fe en ydolatría; finalmente el sudor que sudavan en provecho de su hazienda tornaron a derramar sangre en daño de su república. En esto se muestra el mundo ser muy mundo, y en esto se muestra la malicia humana ser muy maliciosa, en que huelga uno de enfermar porque aquél muera; huelga uno de tropeçar porque aquél cayga; huelga uno de ser pobre porque aquél no sea rico; huelga uno de estar desfavorecido porque aquél no esté privado; huelga uno de estar triste porque aquél no esté alegre; finalmente somos [216] tan malos, que despedimos el bien de nuestras casas sólo porque entre el mal por puertas agenas. Quando el Criador crió la machina y redondez de todas las cosas, luego a cada cosa dio sus lugares y estancias, conviene a saber: que dio el cielo impirio a las inteligencias; a las estrellas, el firmamento; a los planetas, los orbes; a los elementos, el mundo; a las aves, el ayre; a la tierra, el centro; a los peces, el agua; a las serpientes, los centros; a las bestias, las montañas; de manera que a todo lo que está criado le señaló Dios lugar do tome reposo. Los príncipes y grandes señores no tomen vanagloria diziendo que son señores de la tierra, que a la verdad de todo lo criado sólo Dios es el señor verdadero, que el hombre mísero no tiene más en ello del uso y frutos; porque si nos paresce justo gozar el provecho de lo criado, muy más justo es reconoscer en Dios el su primero señorío. Yo no niego (mas antes confiesso) que todas las cosas crió Dios para que sirviessen al hombre, con tal condición que el hombre sirviesse a Dios; pero quando el hombre se levantó contra Dios, luego las criaturas se rebelaron contra el hombre; porque justamente es desobedescido en todo aquél que no quiso obedecer un mandamiento solo. ¡O, quánta desventura tiene la criatura no por más de aver desobedecido a su Criador, en que si el hombre guardara en el Paraýso su mandamiento, Dios conservara en el mundo su señorío; pero las criaturas que Él crió para su servicio, aquéllas le son ocasión de mayor enojo; porque la ingratitud del beneficio mucho lastima en el coraçón discreto! Gran compassión es ver al hombre quién fue en el Paraýso y quién pudiera ser en el Cielo, y ver quién es agora en el mundo y, sobre todo, después ver qué será en el sepulchro; porque en el Paraýso terrenal fue innocente, en el cielo fuera beato, y en el mundo está agora cercado de cuydados, y en la sepultura estará después roýdo de gusanos. Veamos agora de la desobediencia que tuvimos al mandamiento divino qué fructo emos sacado en el mundo; porque harto simple es el que se atreve a cometer un vicio sin sacar dél un deleyte para el cuerpo. A mi parecer, de aquel pecado que cometieron nuestros padres en el Paraýso quedó esta servidumbre a nosotros sus hijos en el mundo, en que si entro [217] en el agua, me ahogo; si toco el huego, me quemo; si llego a un perro, me muerde; si amenazo a un cavallo, me hiere; si resisto al ayre, me derrueca; si persigo a la serpiente, me emponçoña; si acosso al osso, me mata; finalmente el hombre que quería comer a los hombres en la vida sin piedad, las entrañas le roen los gusanos en la sepultura. ¡O!, príncipes y grandes señores, cargaos de brocados, acumulad muchos thesoros, juntad muchos exércitos, inventad muchas justas, buscad grandes passatiempos, vengaos de vuestros enemigos, servíos de vuestros vassallos, casad en altos reynos a vuestros hijos, fazeos temer de todos los tyranos, emplead los cuerpos en muchos regalos, dexad muchos reynos a vuestros erederos, levantad para dexar memoria superbos edificios; que yo juro por Aquél que me ha de juzgar tengo más compassión a vuestras ánimas pecadoras que no imbidia a vuestras vidas regaladas, porque muy en breve se os acabarán los passatiempos y muy en breve os entregarán a los hambrientos gusanos. ¡O!, si pensassen los príncipes, aunque nazcan príncipes y se ayan criado en grandes estados, cómo el día que nascen del vientre de su madre, luego en pos dellos sale la muerte en busca de su vida, y aquí toma, y allí toma; quando sanos, quando enfermos; hora cayendo, hora levantando; jamás los dexa una hora fasta encerrarlos en la estrecha sepultura. Pues es verdad como es verdad que lo que posseen los príncipes en esta vida es poco y lo que esperan en la otra es mucho, por cierto yo estoy maravillado, y aun escandalizado, porque los príncipes que han de estar tan estrechos en la sepultura osan vivir con tantas larguezas en esta vida. Por ser ricos, por ser señores, por tener estados, no deven los hombres tener sobervia, pues veen quán frágile es la condición humana; porque al fin al fin la vida tenémosla arrendada como alcavala de viento, mas la muerte tenémosla por perpetuo juro; la muerte es un patrimonio que sucessivamente se ereda, pero la vida es un juro de por vida que cada día se quita; porque la muerte tiénenos por tan suyos, que muchas vezes viene sin nos avisar, y la vida tiénenos por tan estraños, que muchas vezes se nos va sin se despedir. Pues si esto es verdad como es verdad, ¿por qué los príncipes y grandes señores son tan [218] atrevidos, que assí quieren mandar en casa agena, que es esta vida, como en su casa propria, que es la sepultura? Dexadas las opiniones dichas, digo que por solo el pecado entró la servidumbre en el mundo, porque, si no oviera pecadores, de creer es que no oviera señores ni siervos. Caso que la servidumbre generalmente entró en el mundo por el pecado, digo que el señorío de los príncipes es por mandamiento divino, ca Él dixo: «Por Mí el rey govierna, y por Mí el príncipe administra justicia.» Concluyo esta materia con esta razón, que pues es verdad los príncipes ser puestos por mano de Dios para governar, nosotros somos obligados en todo y por todo a los obedecer; porque no ay mayor pestilencia para la república que levantar contra su príncipe la obediencia. [219]
Capítulo XXXII
Cómo el Magno Alexandro, después que venció al rey Darío en Asia, fue a conquistar a la gran India, y de lo que le acontesció con los garamantes, y cómo tiene más fuerça la buena vida que ningún aparato de guerra.
En el año ab urbe condita de quatro mill y novecientos y setenta, en la quinta edad del mundo, siendo summo sacerdote en Jerusalem Jado, y siendo cónsules Romanos Decio y Mamilio, en el tercer año de la monarchía de los griegos; el Magno Alexandro, hijo de Philippo, rey de Macedonia, dio la última batalla a Darío, rey de Persia, en la qual Alexandro escapó herido, el rey Darío quedó muerto, y el imperio de los persas se passó a los griegos; porque los príncipes mal fortunados no sólo pierden las vidas con que nacieron, mas aun pierden los reynos que eredaron. Después que Darío fue muerto, y Alexandro se vio señor del campo, y los persas y medos quedaron subjectos a los griegos, aunque muchos reyes y señores en aquellas crudas batallas fueron muertos, parecióle al gran Alexandro que era poco verse señor de los reynos de Asia, y acordó de yr en persona a conquistar a la gran India; porque los coraçones superbos alcançando lo que desseavan mucho, luego comiençan tenerlo en poco. Reparados sus exércitos y puestos governadores en todos los reynos de Asia, partióse el Magno Alexandro a conquistar la India, y, como tuviesse jurado y a sus dioses prometido que en todo el mundo no avía de aver más de un Imperio, y éste que avía de ser suyo, y que jamás pornía sus pies en reyno ageno que no quedasse por suyo, toda la tierra por do Alexandro yva, a mejor librar quedava destruyda o sojuzgada; porque a la verdad [220] los coraçones tyránicos hasta conseguir su propósito malo ningún respecto tienen al daño ageno. Yendo, pues, Alexandro su camino, conquistando reynos y destruyendo provincias, acaso dixéronle que de la otra parte de los montes Ripheos, a las vertientes que corren a la India, avía unas gentes bárbaras, los quales se llamavan los garamantes, y que éstos jamás de persas, ni medos, ni romanos, ni de griegos avían sido conquistados; porque dellos no alcançavan triumpho, pues no tenían armas, ni sacarían provecho, pues no tenían riquezas. El Magno Alexandro, que para tomar reynos superbos era muy animoso y de ver cosas estrañas era muy amigo, acordó no sólo de embiar a ver la tierra, mas aun de yr él mismo en persona y dexar de sí allí alguna eterna memoria como lo hizo de hecho, en que dexó allí unas aras como Hércules dexó en Gades unas colunas; porque es el coraçón humano tan superbo que no sólo trabaja por igualar con muchos, pero aun procura de passar a todos. Fueron embaxadores para que dixessen a los garamantes cómo venía el Magno Alexandro, y les contassen las feroces guerras que avía fecho, y las crudas batallas que avía vencido, y cómo el poderoso rey Darío era ya muerto, y que toda Asia estava so su imperio, y que toda la tierra se le rendía, y que contra su mandamiento no avía lança alçada. Estos y otros muchos miedos les pusieron, porque muchas vezes espantan más las palabras de los hombres animosos que no las lanças de los hombres covardes. Dize Lucio Bosco, libro iii De antiquitatibus grecorum, cuyo es el original desta historia, que aquellos bárbaros, después que les hablaron los mensageros de Alexandro, ni se turbaron con la embaxada, ni se pusieron en huyda, ni hizieron aparejo de guerra, ni tomaron en las manos armas, ni se pusieron en resistencia y, lo que más es, que de la ciudad do estavan no se fue persona, ni salió ninguno fuera de su casa; finalmente, que a ninguno de los de Alexandro hablavan palabra, ni dieron respuesta. A la verdad en lo que hazían estos bárbaros eran cuerdos, porque muy por demás es persuadir con palabras a los hombres que de hecho hazen una cosa. Cosa es espantable lo que cuentan destos garamantes los historiadores, conviene a saber: que todas las casas eran iguales, [221] todos los hombres andavan de una manera vestidos, no tenían más eredades unos que otros, en el comer no eran voraces, en el bever vino eran temperatíssimos, pleytos y enojos totalmente dellos eran agenos, no sufrían entre sí hombres ociosos, no tenían armas porque no tenían enemigos; finalmente hablavan pocas palabras, y las que hablavan eran muy verdaderas. Informado el Magno Alexandro de los garamantes y de su vida, y cómo a sus capitanes no hazían ninguna resistencia, y que no querían hablar palabra, acordó llamarlos en su presencia, y rogóles mucho que si avían sabios entre ellos viniessen, y por escripto o por palabra le hablassen alguna cosa; porque Alexandro era tan amigo de sabios que todos los reynos que tomava luego los dava, excepto a los sabios que tomava y llevava para su persona. Cuenta Quinto Curcio que muchas vezes dezía el Magno Alexandro que un príncipe era bien empleado gastar sus thesoros todos en conquistar un reyno sólo por cobrar y alcançar la conversación de un sabio, y de verdad tenía razón Alexandro; porque más provecho les será a los príncipes estar en la vida arrodeados de sabios que no dexar en la muerte muchos tesoros a sus erederos. Venidos, pues, en presencia de Alexandro algunos de los garamantes, uno dellos, al parecer más anciano, y a la verdad más sabio que todos, habló él solo callando todos, y dixo estas palabras en nombre de todos. [222]
Capítulo XXXIII
De una habla que hizo un sabio de los garamantes al Magno Alexandro, en la qual le prueva que valen ellos más por tenerse en poco y tener poco, que no él por tener mucho y tenerse en mucho; y que es sobrada locura querer mandar mucho aviendo de vivir poco.
«Costumbre es, ¡o!, Alexandre, entre los garamantes hablarse pocas vezes unos a otros, y casi nunca hablar con los estrangeros, en especial si son hombres bulliciosos y escandalosos; porque la lengua del hombre maligno no es sino pregonera del coraçón apassionado. Quando nos dixeron que venías a esta tierra, luego determinamos de no salir a recebirte, ni ponernos en resistirte, ni alçar los ojos a mirarte, ni abrir la boca para hablarte, ni mover las manos para enojarte, ni levantar guerra para ofenderte; porque muy mayor es el aborrecimiento que nosotros tenemos con las honras y riquezas que tú amas, que no el amor que tú tienes a las honras y riquezas que nosotros aborrescemos. Has tenido por bien que te veamos no te queriendo ver, y te sirvamos no te queriendo servir, y te hablemos no te queriendo hablar; somos contentos de lo fazer, con tal condición que seas paciente en nos escuchar, y lo que te dixéremos más servirá para que emiendes tu vida que no para que desistas de la conquista de nuestra tierra; ca muy justo es que sepan los príncipes de los siglos advenideros por qué nosotros tenemos en tan poco lo que es claramente nuestro, y por qué tú mueres y trabajas en tomar lo que es claramente ageno. ¡O!, Alexandre, pregúntote una cosa, a la qual dudo si sabrás responderme a ella, porque los coraçones superbos [223] siempre tienen los juyzios ofuscados. Dime: ¿adónde vas?, ¿de dónde vienes?, ¿qué quieres?, ¿qué piensas?, ¿qué desseas?, ¿qué procuras? y ¿hasta qué reynos o provincias se estienden tus desordenadas codicias? No sin causa te pregunto lo que te pregunto, conviene a saber: qué es lo que quieres, qué es lo que demandas, qué es lo que buscas, ca pienso que no sabes lo que buscas; porque el coraçón superbo y ambicioso él mismo de sí mismo no sabe con qué será satisfecho. Como eres ambicioso, engáñate la honra; como eres pródigo, engañáte la cobdicia; como eres moço, engáñate la ignorancia; como eres superbo, engáñate el mundo; de manera que sigues la gente y no sigues la razón, sigues tu parecer proprio y dexas el consejo ajeno, amas los lisongeros y sacudes de ti los sabios; porque los príncipes y grandes señores más quieren ser loados con mentira que ser reprehendidos con verdad. Yo no sé a qué causa todos los príncipes bivís tan engañados a tener en vuestras casas reales truhanes y lisongeros, porque en casa de los príncipes si ay uno que blasone sus hazañas, ay diez mil que blasfeman sus tyranías. Yo te miro con tales ojos, ¡o!, Alexandre, que primero darán los dioses fin a tu vida primero que pongas tú fin en tu guerra; porque el hombre criado en bullicio su quietud es estar inquieto. Véote rodeado de exércitos; véote cargado de tyranos; véote robar los templos; véote sin provecho gastar tus tesoros; véote matar a los innocentes; véote inquietar a los pacíficos; véote enemistado con todos; véote carescer de amigos, que es el mayor mal de todos. Pues tan horrendos trabajos como éstos, impossible es que tú los sufras sino o porque tú eres loco o porque los dioses te lo han dado por castigo. Muchas vezes permiten los dioses que, estándose los hombres asossegados y quietos, se meten en algunos profundos negocios, y esto no para que sean honrados en lo presente, sino para que sean castigados de lo passado; porque son los dioses tan justos, que tarde o temprano ningún malo ha de quedar sin castigo. Dime, te ruego: ¿por ventura no es sobrada locura tornar a muchos pobres por hazer a ti solo rico?, ¿por ventura no es sobrada locura querer tú mandar como tyrano y que todos pierdan la possessión de su señorío?, ¿por [224] ventura no es sobrada locura en perjuyzio de nuestras vidas querer tú dexar en el mundo muchas memorias?, ¿por ventura no es sobrada locura que aprueven los dioses tu apetito desordenado y condenen el querer y parecer de todo el mundo?, ¿por ventura no es sobrada locura querer con lágrimas de pobres y biudas alcançar tan sangrientas victorias?, ¿por ventura no es sobrada locura querer con sangre de innocentes bañar la tierra por alcançar en el mundo una loca fama?, ¿por ventura no te paresce sobrada locura, aviendo los dioses entre tantos repartido el mundo, quererle tú usurpar y robar para ti solo? ¡O!, Alexandre, no son éstas obras de criatura nacida entre los hombres mortales, sino de furia nacida y criada entre las furias infernales; porque no estamos obligados a juzgar los hombres por la buena naturaleza que tienen, sino por las buenas o malas obras que hazen. Maldito es si no lo fue, y maldito será si no lo es, el hombre que quiere vivir lo que vive en perjuyzio de todos, no más de porque le loen de esforçado en los siglos advenideros; porque muy pocas vezes permiten los dioses gozar en buena paz lo que se ganó de mala guerra. Quiérote preguntar: ¿qué es la insolencia que te movió a rebelarte contra tu señor, el rey Darío, el qual después que fue muerto intentaste a conquistar todo el mundo, y esto no como rey heredero, sino como tyrano advenedizo; porque propriamente aquel se llama tyrano que a sinrazón ni justicia se apodera del bien ageno? O tú buscas justicia, o tú buscas paz, o tú buscas riquezas, o tú buscas honras, o tú buscas reposo, o tú buscas favor para tus amigos, o buscas vengança de tus enemigos. Pues yo te juro, Alexandre, que ninguna de todas estas cosas halles en las jornadas que tú andas; porque los panales dulces no se crían entre las hieles amargas. ¿Cómo creeremos que buscas justicia, pues contra razón y justicia tyranizas toda la tierra? ¿Cómo creeremos que buscas paz, pues a los que te resciben hazes tributarios y a los que te resisten tratas como a enemigos? ¿Cómo creeremos que buscas reposo, pues pones escándalo en todo el mundo? ¿Cómo creeremos que buscas clemencia, pues eres un verdugo de la flaqueza humana? ¿Cómo creeremos que buscas riquezas, pues no te abastan tus thesoros proprios, ni [225] lo que te cabe de los vencidos, ni lo que te ofrecen los vencedores? ¿Cómo creeremos que buscas provecho para tus amigos, pues de los amigos viejos has tornado enemigos nuevos? Hágote saber, Alexandre, que el mayor al menor ha de dar doctrina, y el menor al mayor ha de tener obediencia; solamente entre los iguales está la amicicia, pero tú, como no sufres igual en el mundo, no esperes jamás tener amigo en el mundo; porque muchas vezes los príncipes con la ingratitud pierden muy buenos amigos y con la ambición cobran muy peores enemigos. ¿Cómo creeremos que buscas vengança de tus enemigos, pues tomas tú de ti mismo más vengança estando vivo que tomarían de ti tus enemigos si te tuviessen preso? Caso que fuesse verdad que en otro tiempo oviessen a Philipo, tu padre, maltratado, y a ti, su hijo, agora desobedecido, más sano consejo te sería cobrarlos por amigos que no confirmarlos por enemigos; porque los coraçones piadosos y generosos, quando de alguno toman vengança, de sí mismos hazen carnicería. No podremos con verdad dezir que tus trabajos son bien empleados por alcançar la honra generosa, pues tienes la conversación y vida tan aviessa; porque la verdadera honra no consiste en lo que dizen los lisongeros, sino en lo que hazen los señores. No se gana la honra andando rodeado de malos, sino teniendo conversación con los buenos; porque la mucha familiaridad con el malo muy sospechosa haze la vida del bueno. No se gana la honra ahorrando thesoros para la muerte, sino expendiéndolos muy bien en la vida; porque cosa provada es que el hombre que tiene su fama en mucho que ha de tener el dinero en poco, y el hombre que tiene el dinero en poco es señal que tiene su fama en mucho. No se alcança la honra matando innocentes, sino destruyendo tyranos; porque toda la armonía de la buena governación de los príncipes está en castigar a los malos y premiar a los buenos. No se alcança la honra tomando a otro lo ageno, sino dando de lo suyo proprio; porque no ay cosa que más hermosee la magestad del príncipe que en hazer mercedes muestre su grandeza y en tomar servicios no muestre codicia. Finalmente, te quiero hazer saber quién es el que alcança y tiene la honra [226] en esta vida, y es no el que passa la vida en guerra, sino aquél a quien toma la muerte en paz. ¡O!, Alexandre, véote que eres moço y desseas mucha honra; pues hágote saber que no ay cosa en que más baybenes dé la honra que es en dessear y procurar mucho la honra; porque los hombres ambiciosos si no alcançan lo que quieren, quedan con infamia, y de alcançar lo que buscavan no se les sigue honra. Créeme una cosa, Alexandre, que la verdadera honra, para que sea honra, hase de merescer muy bien merecida, y por ninguna manera ha de ser procurada; porque toda honra que se procura con tyranía al fin al fin ha de parar en infamia. Compassión te tengo, Alexandre: veo que careces de la justicia porque amas la tyranía; veo que caresces de la paz porque amas la guerra; veo que no eres rico porque has tornado el mundo pobre; veo que caresces de reposo porque buscas el bullicio; veo que no tienes honra porque andas con infamia a ganalla; veo que careces de amigos porque los has tornado enemigos; finalmente, te veo que no te vengas de tus enemigos porque tú para ti eres verdugo de sus desseos. Pues que assí es, ¿para qué vives en esta vida, pues careces de los bienes por los quales se ha de dessear la vida? Por cierto, el hombre que sin provecho suyo y en daño ageno passa la vida por justicia le avían de quitar la vida; porque no ay cosa que más presto pierda la república que tolerar hombres inútiles en ella. Hablando, pues, las verdades, de las quales los príncipes soys muy pobres, yo creo que por esso tú conquistas el mundo, por no reconocer señor en el mundo, y junto con esto quieres quitar a tantos la vida, para que con su muerte alcances tú mucha fama. Si los príncipes guerreros y crueles como tú de todos los que matan eredassen las vidas para aumentar sus vidas como eredan sus haziendas para aumentar sus casas, aunque no fuesse justa sería tolerable la guerra; pero ¿qué aprovecha que pierda oy el siervo la vida y quede el señor aplazado de la muerte para mañana? ¡O!, Alexandre, sobra es de locura o falta de cordura querer mandar mucho aviendo de vivir poco. Los hombres presuntuosos y ambiciosos, que miden sus obras no con los pocos días que han de vivir, sino con los altos pensamientos que tienen de mandar, la vida se les passará [227] en trabajo y la muerte con peligro; y el remedio desto es que el hombre sabio y cuerdo si no alcança lo que quiere, conténtese con lo que puede. Hágote saber, Alexandre, que no está la perfeción de los hombres en ver mucho, en oýr mucho, en saber mucho, en procurar mucho, en trabajar mucho, en alcançar mucho, en posseer mucho, en poder mucho, ni en mandar mucho; finalmente digo que aquel hombre es perfecto que no merece lo que tiene a su parecer proprio, y merece mucho más de lo que tiene al parecer ageno. Nosotros tenemos por opinión que aquél es indigno de la honra que piensa ser digno della, y por esso tú, Alexandre, mereces ser esclavo de todos, porque piensas merecer el señorío de todos. Por los dioses immortales te juro, yo no sé qué mal te supo ser amigo y vassallo del rey Darío, ni sé qué sabor tomas en querer el señorío del mundo; porque a la verdad más vale la servidumbre en paz que no señorío en guerra, y el hombre que contradixere todo lo sobredicho, dígole que tiene el gusto estragado.» [228]
Capítulo XXXIV
En el qual el sabio de los garamantes prosigue su plática, en la qual muestra que perpetuar la vida no se puede comprar por mucha hazienda, y de siete leyes que tenían aquellos bárbaros, y que los reynos que los príncipes ganan son finitos, pero los cuydados que echan sobre el coraçón son infinitos.
«No me negarás, ¡o!, Alexandre, que tenías más salud siendo rey de Macedonia que no agora que eres señor de toda la tierra; porque los trabajos excessivos hazen los hombres no estar concertados. No me negarás, Alexandre, que quanto más ganas y tienes crece en ti más el apetito de ganar y tener; porque al coraçón que arde en llamas de codicia no le han de cargar de leña de riqueza, sino ahogarle con tierra de la sepultura. No me negarás, Alexandre, que lo mucho tuyo te parece poco y lo poco ageno te paresce mucho; porque los dioses dieron en penitencia al coraçón ambicioso y codicioso que con lo poco ni con lo mucho estuviesse contento. No me negarás, Alexandre, que, si has ganado muchos thesoros, has perdido muchos y muy buenos amigos; porque general maldición es sobre los ricos que amamos sus riquezas y aborrecemos sus personas. No me negarás, Alexandre, que, si de veras tomas el pulso a tu coraçón codicioso, verás en él que primero se te acabará la vida regalada que no la cobdicia maldita; porque si mucho tiempo se apoderan del coraçón los vicios, sola la muerte es bastante para alançarlos. No me negarás, Alexandre, que teniendo más que todos gozas menos que ninguno; porque el príncipe que tiene mucho todo se ha de ocupar en defenderlo, pero el príncipe que tiene poco [229] tiene mucho tiempo para gozarlo. No me negarás, Alexandre, que, de todo lo que ganas, siendo señor solamente llevas el nombre, y los otros siendo vassallos se llevan todo el provecho; porque los coraçones enconados de cobdicia en adquirir y allegar descansan, y en gastar y gozar lo ganado mueren. Finalmente, no me negarás, Alexandre, que lo que has ganado en esta tan prolixa conquista es poco y lo que has perdido de tu sabiduría y reposo es mucho; porque los reynos que has adquirido son finitos, pero los cuydados que has ayuntado sobre tu coraçón son infinitos. Hágote saber una cosa, y es ésta: que soys más pobres los señores ricos que no los vassallos pobres, porque no es más rico el que tiene más que merece, sino el que quiere aun menos de lo que tiene. Por esso vosotros los príncipes no tenéys nada, porque si estáys llenos de thesoros, estáys muy pobres de buenos desseos. Dacá, Alexandre, entremos en cuenta, y veamos qué es el fin de tu conquista. O tú eres hombre, o tú eres dios; si eres alguno de los dioses, haznos que seamos inmortales, y, si esto hizieres, toma a nosotros y a nuestros bienes, porque perpetuar para siempre la vida no se puede comprar por ninguna hazienda. ¡O!, Alexandre, hágote saber que por esso nosotros no curamos de fazerte guerra, porque vemos que a ti y a nosotros se nos ha de acabar presto la vida; que al fin al fin resabio tiene de locura en casa ajena hazer morada propria. Si tú, Alexandre, como Dios nos diesses vida perpetua, cada uno trabajaría por defender su casa propria, mas como sabemos que se nos ha de acabar presto la vida, dásenos muy poco que a ti o a otro quede nuestra hazienda; porque si es locura en casa agena hazer morada propria, muy mayor locura es el que pierde la vida tomar dolor por la hazienda. Presupuesto, Alexandre, que no eres dios sino hombre, por los inmortales dioses te conjuro vivas como hombre, andes como hombre, hables como hombre, te trates como hombre, te contentes como hombre, no quieras más que hombre, no dessees más que hombre, no procures más que hombre; porque al fin al fin te has de morir como hombre, y te han de enterrar como hombre, y metido en la sepultura avrá de ti poca memoria. Ya te dixe que me pesava por verte animoso, verte dispuesto, [230] verte moço; agora me pesa de ver quán engañado te trae el mundo, y lo que siento de ti es que entonces conocerás el daño quando ya tu daño no llevare remedio; porque el mancebo superbo primero que sienta la herida tiene ya del coraçón asida la yerva. Vosotros, los griegos, llamáys a nosotros los destas montañas bárbaros, y en este caso digo que nosotros holgamos ser bárbaros en las lenguas y ser griegos en las obras, y no como vosotros, que tenéys las lenguas de griegos y tenéys las obras de bárbaros; porque no es bárbaro el que obra bien y habla mal, sino el que tiene la lengua aguda y tiene la vida mala. Pues lo he començado, a causa que no quede de dezir ninguna cosa, quiero dezirte qué tal es nuestra ley y nuestra vida, y no tengas en mucho oýrlo dezir, pero ten en mucho verlo guardar; porque las obras de virtud infinitos son los que las blasonan y muy pocos los que las guardan. Hágote saber, Alexandre, que nosotros tenemos poca vida, tenemos poca gente, tenemos poca tierra, tenemos poca hazienda, tenemos poca codicia, tenemos pocas leyes, tenemos pocas casas, tenemos pocos amigos y, sobre todo, carecemos de enemigos, porque el hombre cuerdo ha de ser amigo de uno y enemigo de ninguno. Junto con esto, tenemos entre nosotros mucha hermandad, tenemos mucha paz, tenemos mucho amor, tenemos mucho asossiego y, sobre todo, tenemos mucho contentamiento; porque más vale la quietud de la sepultura que no sufrir la vida descontenta. Nuestras leyes son pocas, y a nuestro parecer son buenas, las quales se encierran en siete palabras. Ordenamos que nuestros hijos no hagan más leyes de las que nosotros sus padres les dexamos, porque las leyes nuevas hazen olvidar las buenas costumbres antiguas. Ordenamos que no tengan nuestros sucessores más de dos dioses, el un dios será para la vida y el otro dios será para la muerte; porque más vale un dios servido de veras que muchos dioses servidos de burla. Ordenamos que todos se vistan de un paño, se calcen de un modo, no trayga ninguno más vestidos uno que otro; porque la variedad de las vestiduras engendra locura en las gentes. [231] Ordenamos que ninguna muger esté casada con su marido más años de quanto oviere parido tres hijos, porque la abundancia de los hijos haze a los hombres ser cobdiciosos; y, si alguna muger pariere más hijos, delante sus ojos sean a los dioses sacrificados. Ordenamos que todos los hombres y mugeres sobre todas las cosas traten verdad, y si alguno tomaren en mentira, sin tomarle en otra culpa muera porque dixo mentira; porque solo un hombre mentiroso abasta a perder un pueblo. Ordenamos que ninguna muger viva más de quarenta años y el hombre viva hasta cincuenta, y, si entonces no fueren muertos, sean a los dioses sacrificados; porque gran ocasión es a los hombres para ser viciosos pensar que han de vivir muchos años.» [232]
Capítulo XXXV
Que los príncipes deven trabajar por saber para qué son príncipes, y de quién fue el philósopho Thales, y de doze preguntas que le hizieron, y de la respuesta que dio a todas, y de la competencia que avía entre los sabios de Grecia y los capitanes de Roma, y que el príncipe sobre todos ha de ser mejorado, excepto en la justicia, la qual ha de ser ygual entre él y su república.
Es común y antigua sentencia, y por el pagano Aristótiles muchas vezes repetida, que al fin al fin todas las cosas se hazen por algún fin; porque no ay obra buena ni mala que no tenga algún fin el que la comiença. Si preguntas algún ortolano qué es su fin de regar tanto las plantas, responderá que por sacar algún dinero de sus ortalizas. Si preguntas al río por qué va tan raudo y apressurado, responderá que es su fin de tornar a las mares de do uvo principio. Si preguntas a los árboles por qué echan flores a la primavera, responderán que por fin de dar fruta en la otoñada. Si viéssemos a un caminante que passa los puertos con nieves, los ríos con peligros, los montes con sospechas, el verano con siestas, el invierno con aguas; si le preguntamos: «Amigo, ¿qué es el fin de vuestro camino, por el qual sufrís tan insufrible trabajo?», y él nos respondiesse: «Por cierto, señor, yo no sé más que vos el fin dello, y ni sé por qué me sufro este trabajo.» Pregunto yo agora qué determinaría un hombre prudente de aquel innocente caminante. Por cierto, al tal hombre sin más ser oýdo le sentenciarían por loco, porque harto es malaventurado el que por su trabajo no espera premio. Viniendo, pues, al propósito, un príncipe que se engendró como los otros hombres, nasció [233] como los otros hombres, se crió como los otros hombres, vive como los otros hombres, muere como los otros hombres, y junto con esto manda a todos los hombres; al tal si le preguntássemos para qué le dio Dios tal señorío, y él nos respondiesse que no sabe más de quanto se nasció con ello, en este caso juzgue cada uno quán indigno sería el tal rey del reyno; porque impossible es que sepa uno administrar justicia si no sabe primero qué cosa es justicia. Los príncipes y grandes señores oyan esta palabra y encomiéndenla para siempre a la memoria, y es ésta. Quando aquel Opífice eterno se determinó de hazer reyes y señores en este siglo, no crió a los príncipes para que coman más que todos, ni bevan más que todos, ni duerman más que todos, ni hablen más que todos, ni huelguen más que todos, ni menos que se regalen más que todos, sino que quando mandó que mandassen más que todos, fue con condición que fuessen obligados a ser mejores que todos. Cosa es muy injusta y que engendra no poco escándalo en la república ver a un poderoso con quánta auctoridad manda a los virtuosos y con quánta desvergüença es señor de todos los vicios. Yo no sé quál es el señor que a su vassallo osa por una culpa dar castigo viendo él en sí que por cada cosa meresce ser castigado; porque monstruosa cosa es que el que es del todo ciego quiera curar al que no le falta más de un ojo. Preguntado el gran Catón Censorino qué tal avía de ser el rey para ser bueno, de manera que fuesse amado y temido, y no menospreciado, respondió: «El buen príncipe ha de ser como el triaquero, el qual, si no le empece la ponçoña, vende muy bien su triaca. Quiero dezir que aquel castigo es muy acepto al pueblo, el qual no se da por hombre vicioso. Jamás por jamás el triaquero será creýdo si la prueva de la triaca en la plaça no oviere hecho; quiero dezir que no es en él otra cosa la buena vida sino una muy fina triaca para curar su república. Y ¿qué otra cosa es tener en una mano el rejalgar que quita la vida y tener en la otra mano la triaca que resiste a la muerte sino el hombre que blasona con la lengua de las virtudes y emplea las fuerças en los vicios? Para que un señor de todo en todo sea obedecido es necessario que en su persona [234] todo lo que mandare aya executado; porque de las obras virtuosas ningún señor se puede ni deve exemir dellas.» Ésta fue la respuesta que dio Catón Censorino, el qual a mi parescer habló más como christiano que no como romano. Aquel Dios humanado, aquel Christo verdadero, quando por nosotros quiso venir al mundo, treynta años empleó en sólo obrar, y solos dos años y medio empleó en obrar y predicar; porque el coraçón humano mucho más se persuade con la obra que vee que no con la palabra que oye. Deprendan, pues, los que son señores del que es verdadero Señor, y deprendan los príncipes a saber para qué son príncipes; porque jamás será buen piloto el que por las bravas mares no ha navegado. A mi parecer, si un príncipe quiere saber para qué es príncipe, yo diría que para governar muy bien la república y mantener a todos en justicia, y esto no ha de ser con palabras que espanten y obras que escandalizen, sino con palabras dulces que animen y con obras buenas que edifiquen; porque el coraçón generoso no puede mostrar resistencia si lo que le mandan se lo mandan con buena criança. Los que quieren domar a los animales silvestres y bravos, entre cient vezes que los amenazan, sola una vez los açotan; y, si los tienen atados, por otra parte les hazen muchos beneficios, de manera que la ferocidad del animal se pierde con la mansedumbre del hombre. Pues si esta experiencia tenemos de los animales silvestres, conviene a saber: que por bien se doman, mucho más la emos de tener de los hombres que son racionales, conviene a saber: que por bien obedezcan; porque no ay coraçón humano tan indómito que el buen tratamiento no le haga manso. ¡O!, príncipes y grandes señores, quiéroos dezir en una palabra lo que ha de hazer el buen señor y governador en su república. Todo príncipe que tiene la boca llena de verdades, y tiene las manos abiertas a mercedes, y tiene las orejas cerradas a mentiras, y tiene el coraçón abierto a clemencias; el tal es bienaventurado y el reyno que le tiene se puede llamar muy dichoso; porque aviendo en el príncipe verdad, y largueza, y clemencia no pueden morar injusticia ni tiranía en la república. Por el contrario, todo príncipe que tiene el coraçón encarniçado en tiranías, y tiene la boca llena de [235] mentiras, y tiene las manos sangrientas de crueldades, y tiene las orejas inclinadas a lisonjas; el tal es muy malaventurado y muy más lo es el pueblo que está so su govierno; porque es impossible aver paz ni verdad en la república si el que la govierna es amigo de lisonjas y de mentiras. En el año de cccc y xl ante que Christo encarnasse, que era en el año ccxliiii ab urbe condita, siendo rey de Persia Darío el quarto, y siendo cónsules romanos Bruto y Lucio, floreció en Grecia el gran philósopho Thales, el qual fue príncipe de los siete sabios famosos, por ocasión de los quales todos los reynos de Grecia rescibieron muy gran gloria; porque más jactancia tenía Grecia de los sabios que tenía que no Roma de los capitanes que criava. Tenían en aquellos tiempos muy gran competencia los romanos y los griegos, en que dezían los griegos que eran mejores porque tenían más sabios; los romanos dezían que ellos lo eran porque tenían más exércitos. Replicavan los griegos que no sabían hazer leyes sino en Grecia; dezían a esto los romanos que si se hazían las leyes en Grecia, no se guardavan sino en Roma. Dezían los griegos que en Grecia avía grandes achademias para criar sabios; dezían los romanos que en Roma avía grandes templos para adorar sus dioses, y que al fin al fin en más se ha de tener un servicio hecho a los dioses immortales que no el provecho que pueden aprovechar los hombres. Preguntado un cavallero thebano qué le parecía de Roma y de Grecia, respondió: «Digo que ni me parecen mejor los romanos que los griegos, ni los griegos que los romanos; porque los griegos ponen su gloria en las lenguas y los romanos en las lanças, pero nosotros ponémosla en las obras virtuosas; porque más vale una buena obra que todas las lanças largas de Roma ni las lenguas agudas de Grecia.» Tornando, pues, al propósito, este philósopho Thales fue el primero que halló la tramontana o norte para navegar; y el primero que halló la división de los años, la grandeza de la luna y del sol; y el primero que dixo las ánimas ser inmortales y que el mundo tenía ánima; y, sobre todo, no quiso ser casado, porque a la verdad los cuydados de contentar a la muger y criar a los hijos mucho añubla a los delicados juyzios de los sabios. Fue este philósopho Thales en estremo muy pobre y, [236] burlando unos de su pobreza, él compró toda la oliva del año siguiente, ca conoció por astrología que avía de aver gran penuria della el tercero año, y desta manera mostró a sus émulos que por su voluntad aborrecía la riqueza y amava la pobreza; porque no es pobre generoso el que contra su voluntad carece de los bienes deste mundo. Fue este philósopho un espejo entre todos los sabios de Grecia; y fue muy acatado de todos los reyes de Asia; y fue su nombre muy nombrado en Roma; y fue tan sabio, que a todo lo que le preguntavan respondía de improviso, lo qual procedía de hombre muy agudo, y en verdad era gran cosa, porque los más de los hombres mortales ni quieren saber, ni saben preguntar, ni menos saben responder. Fuéronle a este philósopho hechas diversas preguntas, según dize Diógenes Laercio, en la respuesta de las quales mostró la grandeza de su sabiduría, la riqueza de su memoria y la subtileza de su juyzio, y son las siguientes. Fue preguntado lo primero: ¿Qué cosa es Dios?; respondió Thales: «Dios es la cosa más antigua entre todas las antigüedades, porque a Dios ni los passados le vieron principio, ni los futuros le verán fin.» Preguntáronle lo segundo: ¿Quál era la cosa más hermosa?; respondió Thales: «El mundo es el más hermoso, porque toda la artificial pintura no puede ygualar con la menor parte que hizo naturaleza.» Preguntáronle lo tercero: ¿Quál es la cosa más grande?; respondió: «La cosa más grande es el lugar, porque el lugar do cabe todo de necessidad ha de ser mayor que todo.» Preguntáronle lo quarto: ¿Quién es el que sabe más?; respondió: «No ay ninguno tan sabio como es el tiempo, porque sólo el tiempo halla las cosas nuevas y renueva las cosas passadas.» Preguntado lo quinto: ¿Quál es la cosa más ligera?; respondió: «El entendimiento es más ligero que todo, porque el entendimiento ni toma trabajo en discurrir por la tierra, ni corre peligro en passar la mar.» Preguntado lo sexto: ¿Quál es la cosa más fuerte?; respondió: «El hombre necessitado es el hombre más esforçado, [237] porque la necessidad abiva el entendimiento del rudo y al covarde faze esforçado en el peligro.» Preguntado lo séptimo: ¿Quál es la cosa más dificultosa de conocer?; respondió: «Conoscer el hombre a sí mismo, porque no avría contienda en el mundo si el hombre se conociesse a sí mesmo.» Preguntado lo octavo: ¿Qué cosa es más dulce para ganar?; respondió: «Lo que se dessea es dulce ganancia, porque muy gran plazer toma la persona acordarse del trabajo que passó en alcançar lo que desseava.» Preguntado lo nono: ¿Quándo descansa el hombre enemistado?; respondió: «Quando vee a su enemigo muerto o abatido, porque a la verdad la prosperidad del enemigo crudo cuchillo es al coraçón lastimado.» Preguntado lo décimo: ¿Qué hará el hombre para vivir justamente?; respondió: «El consejo que da a los otros que le tome para sí, porque todo el error de los mortales está en que les sobran los consejos para los otros y les falta uno bueno para sí.» Preguntado lo undécimo: ¿Qué bien tiene el que no es avaro?; respondió: «El tal es libre de los tormentos del avaricia y cobra amigos para su persona, porque al avaro los pensamientos le atormentan porque no guarda y los hombres le persiguen porque no gasta.» Preguntado lo duodécimo: ¿Qué tal ha de ser el príncipe que a otros ha de governar?; respondió: «Primero ha de governar a sí y después a los otros, porque es impossible esté la sombra derecha estando la vara que haze la sombra tuerta.» Por ocasión desta última respuesta he querido poner todas estas preguntas, para que vean los príncipes y grandes señores cómo cada uno dellos es una vara de justicia y no es otra cosa la república sino una sombra de aquella vara, la qual en todo y por todo ha de ser muy derecha; porque luego se siente en la sombra de la república si la justicia o la vida del que govierna está torcida. Dando, pues, conclusión a todo lo sobredicho, si me preguntasse un príncipe que para qué es príncipe, yo le diría [238] una sola palabra y es ésta. El que es Príncipe verdadero os ha hecho príncipe deste mundo para que seáys destruydor de los erejes, padre de los huérfanos, amigo de los sabios, émulo de los maliciosos, verdugo de los tyranos, remunerador de los buenos, açote de los malos, defensor de la Iglesia, único zelador de la república y, sobre todo, soys mero esecutor de la justicia, començando primero de vuestra casa y persona; porque en todas las cosas se sufre mejoría excepto en la justicia, que ha de ser igual entre el príncipe y la república. [239]
Capítulo XXXVI
De quién fue el gran philósopho Plutarco, y de las palabras que dixo al Emperador Trajano; y cómo el buen príncipe es cabeça de la república; y que, estando sana esta cabeça, no puede estar enferma la república; y de cinco leyes de los rodos que dispone la manera del castigar a los malos; y de cómo si es bueno bivir debaxo de justa ley, es muy mejor bivir debaxo de justo rey.
En los tiempos de Trajano Emperador floreció en su corte un philósopho por nombre Plutarco, varón muy limpio en la vida y muy sabio en la sciencia y muy estimado en Roma; porque el Emperador Trajano precióse mucho de tener sabios en su compañía y de hazer notables edificios por doquiera que andava. Éste es el que escrivió las Vidas que llaman de Plutarco, conviene a saber: de muchos griegos y romanos; sobre todo compuso un libro el qual intituló Doctrina de príncipes, y ofrecióle al Emperador Trajano; en aquella escriptura mostró él la integridad de su nobleza, el zelo a la república, la alteza de su eloqüencia y la profundidad de su sabiduría; porque fue muy elegante en el escrevir y muy dulce en el hablar. Entre las otras cosas dignas de notar que escrivió en aquel libro fueron aquellas palabras las quales avían de estar escriptas con letras de oro do dizen assí: «Hágote saber, señor mío Trajano, que tú y tu Imperio no soys sino un cuerpo místico, a manera del cuerpo vivo y verdadero, porque han de estar tan conformes que el Emperador se alegre en tener tales súbditos y el Imperio se precie de tener tal señor. Y porque pintemos el cuerpo mýstico que es el Imperio a manera de un hombre vivo, has de saber que la cabeça, que [240] es sobre todos, es el príncipe que lo manda todo; los ojos con que vemos son los buenos en la república que seguimos; las orejas que oyen lo que dezimos son los vassallos que hazen lo que mandamos; la lengua con que hablamos son los sabios de quien las leyes y doctrinas oýmos; los cabellos que cuelgan de la cabeça son los agraviados que piden al rey justicia; las manos y los braços son los cavalleros que resisten a los enemigos; los pies que sustentan a todos los miembros son los labradores que dan de comer a todos los estados; los huessos duros que sustentan a la carne flaca son los hombres sabios que llevan el trabajo de la república; los coraçones que no vemos público son los privados que dan los consejos en el consejo secreto; finalmente la garganta que junta el cuerpo con la cabeça es el amor del rey y del reyno que hazen una república.» Estas palabras dixo el gran Plutarco a Trajano, y de verdad el ordiembre y repartimiento fue de muy alto juyzio, porque tres propriedades tiene la cabeça, las quales convienen mucho al governador de la república. La primera condición es que assí como la cabeça en el cuerpo es lo más alto de todos los otros miembros, assí la auctoridad del príncipe es mayor que la de todos los otros estados; porque sólo el príncipe tiene auctoridad de mandar y todos tienen obligación de le obedescer. Caso que aya muchos nobles, muchos ricos y muchos generosos en la república, siempre deven reconoscer vassallage al señor della; porque los generosos príncipes cada día relevan a muchos de la servidumbre, pero jamás esentan a nadie del vassallage. Los que son muy valerosos y muy poderosos en un reyno dévense contentar con lo que se contentan las almenas en el castillo, conviene a saber: que están más altas que el adarve y más baxas que el omenaje; porque el hombre cuerdo y de honrado estado no ha de mirar al príncipe que es omenaje poderoso, sino a la barrera y barbacana, que es el pobre menospreciado. Quiero dezir una palabra y enójese quien se enojare della, que no es otra cosa los grandes señores querer mandar al rey y a su república, sino tener siempre los braços y las manos encima de la cabeça. Por lo mucho que he oýdo, y por lo mucho que he leýdo, y aun por lo mucho que en mis tiempos ha acontescido, aviso y [241] amonesto a todos los que vernán después deste siglo que, si quieren gozar de su hazienda, si quieren tener segura su vida, si quieren ser libres de tyranía, y quieren vivir en paz en la república, no consientan aver más de un rey en un reyno y un señorío; porque regla general es que en la república do mandan muchos, al fin ella y ellos se han de perder todos. Vemos por experiencia que naturaleza nos compuso de muchos nervios, de muchos huessos, de muchas carnes, de muchos dedos y de muchos dientes, y de todos éstos se compone un cuerpo, y este cuerpo no tiene más de una cabeça; porque de muchos estados se compone la república, y no ha de aver más de un príncipe para governalla. Si fuesse en mano de los hombres poner príncipes, también ternían auctoridad para quitarlos, pero si es verdad, como es verdad, que los pone Dios, a mi parescer ni puede, ni deve quitarlos otro sino Dios; porque las cosas que ya van medidas por el juyzio divino, no tiene licencia de echarles el rasero el parescer humano. No sé qué ambición pueden tener los medianos, ni qué embidia los menores, ni qué sobervia los mayores para mandar y no querer ser mandados, pues somos ciertos que en este cuerpo de la república el que vale más valdrá por un dedo cortado de la mano, o por una uña seca del pie, o por un cabello cortado de la cabeça. Viva cada uno en paz en su república y reconozca a su príncipe obediencia, y el que no lo hiziere y contradixere, sépase que como dél procede la culpa, en él redundará la pena; porque antigua sentencia es que el que contra el príncipe alçare lança le ponga a sus pies la cabeça. Lo segundo es comparado el rey a la cabeça porque la cabeça es principio de la vida humana. Todas las más cosas que naturaleza cría hazen sus operaciones hazia arriba. Vemos la tierra que vaporea hazia arriba, las plantas crecen hazia arriba, las mares ondean hazia arriba, los árboles brotan hazia arriba, el fuego todo su fin es subir a lo alto; sólo el mísero honbre crece hazia abaxo, porque la carne humana que no es sino tierra, y nació de tierra y vive en la tierra, todo su fin es yr a parar en la tierra. Bien dixo Aristóteles que el hombre no era sino un árbol plantado al revés, cuya raýz es la cabeça, el tronco es el cuerpo, las ramas son los braços, la corteza es [242] la carne, los ñudos son los huessos, la tea es el coraçón, la carcoma es la malicia, la goma es el amor, las flores son las palabras y las frutas son las buenas obras. Para el hombre andar a derechas, do tiene los pies avía de tener la cabeça, y do tiene la cabeça avía de tener los pies, pues la cabeça es la raýz y los pies son las ramas; pero en este caso yo juro que correspondemos con nuestro principio, porque si al revés tenemos plantada la carne, muy más al revés tenemos encaminada la vida. Viniendo, pues, al propósito, digo que no menos principio tiene el reyno del rey que el rey del reyno, lo qual paresce claro porque las leyes y fueros el rey las da al reyno, y no el reyno al rey; las mercedes y dones del rey vienen al reyno, y no del reyno al rey. Inventar guerras, tomar treguas, hazer pazes, premiar a los buenos y reprimir a los tyranos, del rey al reyno procede, y no por lo contrario; porque a la magestad sola del príncipe pertenece ordenar y mandar, y a la república pertenesce autorizar y obedescer. Assí como en el superbo edificio es mayor peligro que esté movediza una piedra del fundamento que no que se caygan quinientas tejas del tejado, assí es más de acriminar una sola desobediencia hecha a la justicia, que no cien excessos hechos en la república, porque de una pequeña desobediencia hemos visto levantarse mucho escándalo en la república. ¡O!, quánto le va al rey en ser de su reyno muy amado, y ¡o!, quánto le va al reyno que sea de todos su rey muy temido, porque el rey que no es de su reyno amado, no puede vivir quieto, y el reyno que de su rey no es temido, no puede ser bien governado. El reyno de Trinacria que agora llaman Cicilia, siempre fue en sus príncipes muy estremado, porque en los tiempos antiguos o lo governavan reyes muy virtuosos y esforçados, o lo governavan tyranos crudos y maliciosos. En los tiempos de Severo el Emperador uvo en Cicilia un rey que uvo nombre Lelio Pío, assaz virtuoso y en todo el Imperio Romano muy estimado, y a este propósito hallamos que se hizieron las siguientes leyes en aquel reyno: Ordenamos que si entre personas iguales se hizieren unos a otros injurias, dellas sean castigadas, dellas dissimuladas; [243] porque do está la enemistad arraygada más aprovecha reconciliar las voluntades que no castigar las personas. Ordenamos que si el mayor fuere ofendido del menor, la tal ofensa sea poco reprehendida y sea muy bien castigada; porque el atrevimiento y desvergüença del siervo no se remedia sino con grave castigo. Ordenamos que si alguno contradixere el mandamiento del príncipe en público, sin tomar más dilación muera por el;o, porque del injusto mandamiento han de suplicar con reverencia y no desacatarlo con escándalo. Ordenamos que si alguno contra el príncipe levantare la república, qualquiera sin pena le pueda cortar la cabeça; porque muy justamente es privado de la cabeça propria el que quiere que aya muchas cabeças en república agena. Es auctor de todo lo sobredicho Heriano, libro iiii De regibus rodorum, do pone muchas y muy singulares leyes y costumbres que tuvieron los antiguos no para pequeña confusión de los modernos; porque a la verdad no sólo nos excedieron en hazer obras buenas, pero aun en dezir palabras profundas. Tornando, pues, al propósito, mucho trabaja la vida humana por defender siempre la cabeça, en tanto que alguno se dexa cortar la mano por no ser en la cabeça herido, para denotar que un enojo en la república es cuchillada que manca, mas la desobediencia al príncipe es herida que mata. Si a mí me preguntassen qué connexidad han de tener entre sí los príncipes con su república, yo les respondería esta palabra. Digo que todo el bien del reyno y del rey está en que el rey se acompañe de buenos y no sufra entre sí malos; porque es impossible que el príncipe sea amado de su república si la compañía que tiene cabe sí es sospechosa. Ítem deve el rey amar de veras a su reyno y el reyno no deve servir de burla a su rey; porque la república que conoce de su príncipe ser amada ninguna cosa para su servicio hallará dificultosa. Ítem el rey trate a sus súbditos como a fijos y los súbditos sirvan a su rey como a padre; porque al fin al fin el buen padre no puede sufrir ver peligrar a los fijos, ni los buenos hijos no saben desobedecer a su padre. Ítem el rey deve ser justo en sus [244] mandamientos y el reyno deve a su rey ser fiel en los servicios; porque si es bueno vivir debaxo de justa ley, muy mejor es estar debaxo de justo rey. Ítem deve el rey defender a sus vassallos de los enemigos y ellos deven a su rey pagarle muy bien sus tributos; porque el príncipe que tiene a la república limpia de tyranos, justamente es señor de los bienes de todos. Ítem el rey deve tener en paz a su república y el reyno deve tener en mucho acatamiento a su persona; porque el príncipe que es tenido en poco, jamás su mandamiento será bien obedecido; finalmente te digo, que el buen rey deve velar por hazer a su reyno plazer y el reyno fiel dévese desvelar por quitar a su rey de pesar; porque no se puede llamar desdichado el príncipe que de su república es bienquisto. [245]
Capítulo XXXVII
Que assí como en la cabeça están los dos sentidos del oler y del oýr, assí el príncipe, que es cabeça de la república, ha de oýr a todos los agraviados y ha de conoscer a todos para pagarles los servicios; y que los cuerdos príncipes han de ser en el oýr a todos prontos y en el determinar han de ser graves.
Dicho emos cómo el príncipe es cabeça de la república; es de saber agora una cosa muy notable, y es que, assí como en la cabeça están todos los sentidos, assí en el príncipe deven estar todos los estados; porque las virtudes que están entre muchos derramadas han de estar en un príncipe recogidas. No tienen por oficio los pies de ver, sino de caminar; no tienen por oficio las manos de oýr, sino de trabajar; no tienen por oficio los ombros de oler, sino de sustentar; todos estos oficios no a los miembros que son los vassallos, sino al rey solo pertenesce exercitarlos. No es otra cosa la cabeça sola tener ojos, y no ninguno de los otros miembros, sino que el príncipe y no a otro como señor de todos pertenesce conocer a todos; porque Julio César a todos los de sus huestes conoscía y por sus proprios nombres los llamava. Amonesto y mucho amonesto a los príncipes que esto oyeren y leyeren, que huelguen de visitar y ser visitados, ver y ser vistos, comunicar y ser comunicados; porque las cosas que no vemos con los ojos no las podemos amar con las entrañas. Ítem es de saber que la cabeça sola tiene oýdos para denotar que al rey y no a otro pertenesce oýr a todos y tener abiertas las puertas a los que tienen negocios; porque no es pequeño bien para la república tener con su príncipe fácil audiencia. [246] Helio Esparciano loa mucho al Emperador Trajano que, como estuviesse ya en el cavallo para yr a la guerra, se tornó apear sólo para oýr una querella que le dava una muger pobrezita, la qual cosa fue muy notada en Roma; porque si los hombres no fuessen vanos más honra darían a un príncipe por una obra de justicia que no por aver vencido una batalla. No sólo es justo, mas antes digo que es trabajoso para él y enojoso para el vulgo que el príncipe se esté siempre encerrado; porque de cerrar las puertas los príncipes a sus vassallos viene no abrir las entrañas los súbditos a sus señores. ¡O!, quántos y quántos escándalos se levantan en la república sólo por no dezir los príncipes una palabra. Julio César era emperador muy virtuoso, pero de que ya estava en la cumbre del Imperio, en el negociar era algo pesado y, por no oýr a uno que le quería dezir cómo yva vendido, le dieron xxiii puñaladas en el Senado. Lo contrario se lee de Marco Aurelio Emperador, el qual era con todos tan familiar que, como fuesse monarcha y los negocios que están agora repartidos entre muchos dependían dél solo, jamás tuvo portero en su casa, ni camarero, ni jamás por negociar solo con él se tuvo algún negociante de un día arriba. De verdad que es el príncipe muy corto, y aun aýna diría indigno de ser amado, que a los que le sirven con muchas y buenas obras él sea escasso aun de buenas palabras; porque los cuerdos príncipes han de ser en el oýr a todos promptos y en el determinar los negocios graves. Muchos vienen a hablar a los príncipes con presupuesto que ni han de aceptar sus consejos, ni conceder sus ruegos; y, con todo esto, quieren y importunan de ser oýdos; y a la verdad deven ser de su señor oýdos, porque el coraçón preñado y lastimado mucho descansa en ser oýdo. Ítem pregunto: ¿por qué en sola la cabeça está el sentido del olfato para oler, y no en las manos, ni en los pies, ni en otra parte del cuerpo, sino que al príncipe que es cabeça de todo pertenesce conocerlo todo y ser informado cómo vive cada uno? En las grandes y espessas montañas los castizos canes más por el oler que no por el ver descubren la caça. Quiero dezir que es impossible que un príncipe siendo solo pueda conocer a todos y oýr a todos, y por esso es necessario [247] que sea informado de la vida de todos; porque no puede el príncipe governar bien a su república si no conoce las particularidades della. Necessario es que el buen príncipe conozca a los buenos para los honrar; porque infame es la república do los malos no son conocidos y los buenos no son honrados. Necessario es que el príncipe conozca a los malos para los corregir; porque gran mal ay en la república do sin ninguna vergüença la maldad de los malos es solapada. Necessario es que el príncipe conozca a los sabios para con ellos se aconsejar; porque los antiguos romanos no llamavan ni tenían por consejo sino al que de philósophos y de viejos estava poblado. Necessario es que el príncipe conozca a los que son hábiles para hazerlos enseñar; porque en las cortes de los príncipes romanos siempre uvo capitanes que enseñavan las armas y varones doctos que enseñavan las sciencias. Necessario es que el príncipe conozca a los pobres de su reyno para los socorrer; porque de tal manera han de compassar los príncipes a la república que ni sobre a los ricos para los vicios, ni falte a los pobres para las necessidades. Necessario es que el príncipe conozca a los presumptuosos y maliciosos para los humillar; porque los pobres con la embidia y los ricos con la sobervia en breve espacio suelen destruyr a una generosa república. Necessario es que el príncipe conozca a los pacíficos para en paz y quietud los conservar; porque oficio es del buen príncipe desplumar los altos pensamientos de los bulliciosos y dar alas de favor a los pacíficos. Necessario es que el príncipe conozca a los que le han hecho servicios, para que por sus servicios sean gualardonados; porque el generoso coraçón con muy pequeñas mercedes se obliga a hazer muy grandes hazañas. Es necessario que el príncipe conozca a los nobles de su reyno, para que avida oportunidad los tome en su servicio; porque muy justo es que el hombre que está dotado de virtudes y nobleza sea preferido a todos los otros en la república. Finalmente digo que el príncipe deve conocer a los murmuradores para jamás los creer y a los que le dizen las verdades para siempre los amar; porque acerca del buen príncipe ninguno ha de estar tan privado como el hombre verdadero y ninguno ha de ser tan aborrecido como el hombre mentiroso. [248] ¡O, quánto es necessario al príncipe tener buen conocimiento de todo su reyno porque no le engañen como le engañan a cada passo! Al fin al fin, los más de los príncipes todos son engañados no por más de por no querer ser avisados y informados de hombres discretos; porque muchos hablan con los príncipes y dizen tales palabras, que parescen sonar a su servicio, y por otra parte es su fin de engañarlos y guiar el negocio a su provecho. Helio Esparciano dize que Severo Alexandre, xxv Emperador romano, fue hombre muy virtuoso, y entre las cosas de que le loan es que tenía en su cámara un familiar libro do tenía escritos a todos los nobles del Imperio, y quando vacava algún oficio no le dezían más de quanto estava vacuo; porque el buen emperador no le proveýa porque se le pidiesse uno ni otro, sino por la información que tenía en su libro secreto. Yo juraré que juren los príncipes que en el repartir de las mercedes si yerran no yerran porque querrían errar, pero no podré negar que gravemente yerran en no se querer informar, y si se informan valdría más no se informar; porque nunca al príncipe dará sano consejo el que pretiende en el consejo algún interesse proprio. Todo el bien de los príncipes está en saber elegir lo mejor de las prosperidades y lo más seguro de las adversidades, y saber repartir las mercedes entre los buenos, y en este caso deven los príncipes tener más consideración a los que le han hecho muy buenos servicios que no a las muchas importunidades de privados, porque de otra manera agradecería la merced al criado que la procuró y no al príncipe que la dio. Todo esto que dezimos no presta más de persuadir que, pues el príncipe es señor de todos, es mucha razón esté informado del estado y condición de todos, porque de otra manera a cada passo le engañarán mil maliciosos que ay en la república. Concluyendo, torno a dezir que si el príncipe no es informado de la vida de todos, la corteza se le fará substancia; el huesso, cañada; el salvado, harina; la escoria, oro; la paja, grano; las hezes, vino; la hiel, miel. Quiero dezir que, al tiempo de repartir las mercedes, pensando de dar en el blanco desarmará en el terrero. [249]
Capítulo XXXVIII
De la gran fiesta que celebravan los romanos al dios Jano el primero día de enero, y de una gran largueza que hizo el Emperador Marco Aurelio en el día de aquella fiesta, y que los príncipes virtuosos tienen necessidad de ser muy sufridos quando saben que son murmurados, y que es de tener gran compassión a los príncipes, porque si son malos están en desgracia de los buenos, y si son buenos luego son murmurados de los malos.
Entre las fiestas celebérrimas que inventaron los antiguos romanos fue una la fiesta del dios Jano, y ésta celebrávanla el primero día del año que agora es en el mes de enero; porque los ebreos començavan su año en principio de março y los romanos començavan el año el primero día de enero. A este dios Jano pintavan los romanos con dos caras para demostrar que era fin del año passado y principio del año presente. A este dios Jano estava dedicado un templo sumptuosíssimo en la ciudad de Roma, y llamávanle el templo de paz, y era tenido en muy gran reverencia, y ofrecíanle muchos sacrificios todos los ciudadanos romanos, a causa que los guardasse de sus enemigos; porque no ay gente a quien aya tan prósperamente sucedido la guerra, que no se ovieran mejor hallado con paz. Quando los emperadores romanos yvan a la guerra o venían de la guerra, lo primero visitavan el templo de Júpiter, lo segundo el templo de las vírgines vestales, lo tercero el templo de Jano; porque era ley en Roma que el emperador lo último que visitasse a la partida fuesse el templo de Júpiter, y a la buelta lo primero que visitasse fuesse el [250] templo de Jano. Y sepan aquí los curiosos y amigos de antigüedades que a los emperadores quando yvan a la guerra en el templo de las vírgines vestales les echavan la muça sobre los ombros, y en el templo de Júpiter le besavan el pie los senadores, y en el templo de Jano le besavan las muñecas los cónsules; porque desde el tiempo que el cruel Silla mató a tres mill vezinos que le besavan la mano derecha, jamás le besaron más las manos a ningún emperador de Roma. Pues si los emperadores gentiles no salían de Roma sin visitar los templos malditos, ni tornavan a Roma sin primero tomar la bendición de aquellos dioses descomulgados, mucho mejor deven hazer esto los príncipes christianos, los quales saben que sus templos son al Dios verdadero consagrados y están dedicados a los oficios divinos; porque el príncipe que, olvidado Dios, encomienda sus hechos a los hombres, él verá cómo sus negocios se expiden como por manos de hombres. Prosiguiendo, pues, el propósito, el día que se celebrava la fiesta del dios Jano holgavan en todos los barrios de Roma, porque las fiestas de Mars, de Júpiter, de Jano, de Venus, de Verecinta holgavan en toda Roma, y las fiestas de los otros dioses como eran muchos holgávanse por barrios. Vestíanse los romanos aquel día sus mejores ropas, porque tenían en costumbre que el romano que no tuviesse vestidura diferenciada para honrar la fiesta, o se avía de salir aquel día de Roma o estarse encerrado en casa. Ponían aquel día muchas luminarias encima las casas, y encendían a las puertas muchas hogueras, y hazían muchas farsas los pantomimos y muchos juegos los juglares, porque las fiestas de los hombres vanos más son para regozijar sus cuerpos que no para reformar sus espíritus. Velavan toda la noche en los templos, soltavan aquel día a todos los presos que por deudas estavan presos, y del erario público eran las deudas pagadas, y sin esto tenían por costumbre en Roma que a todos los patricios que venían a pobreza los sustentavan de los bienes de la república. Tenían aquel día puestas mesas de comer a las puertas con muy gran abundancia de manjares, de manera que avía de valer más lo que sobrasse que no lo que se gastasse; porque los hombres vanos en los semejantes regozijos más loan lo que se desperdicia [251] que no lo que aprovecha. Pesquisavan aquel día por todos los pobres, para que de todas cosas fuessen muy proveýdos; porque era ley entre los antiguos que ninguno osasse hazer fiesta en público sin que primero proveyesse a todos los pobres de su barrio. Pensavan los romanos que si en aquel día gastassen con mucha largueza, el dios Jano, que era dios de los temporales, los sacaría de toda penuria, diziendo que el dios Jano es dios muy agradecido, y que si gastassen por él poco, él les daría mucho. Hazíanse muchas processiones en la fiesta del dios Jano, no todos juntos, sino que el Senado yva por sí, los flámines por sí, los censores por sí, los plebeyos por sí, las matronas por sí, y las donzellas por sí, y las vírgines vestales por sí, y todos los embaxadores estrangeros yvan en processión con los captivos. Era costumbre en Roma que aquel día el Emperador se vistiesse la toga, que era la insignia imperial, y todos los captivos que le podían tocar con la mano eran libres, y todos los malhechores eran perdonados, y todos los desterrados eran absueltos; porque los príncipes romanos jamás se hallaron en alguna fiesta que no hiziessen algún acto de clemencia o hiziessen merced de alguna notable cosa. Era en aquel tiempo emperador en Roma Marco Aurelio, marido que fue de la hermosa Faustina, el qual un día en la fiesta de Jano dexada la processión de los senadores, sin llevar guarda consigo metióse en la processión de los cativos, los quales fácilmente le tocaron la ropa, y assí fácilmente alcançaron la libertad por ellos muy desseada. Digo muy desseada porque, a la verdad, el hombre que está cativo de muy pocas cosas tiene contentamiento. Y porque no ay cosa buena hecha por algún bueno que luego no sea contrariada de otro malo, fue aquel hecho tan retraýdo de los malos quanto fue alabado de los buenos; porque no ay cosa de buena obra que no la cerque la espina de alguna intención mala. De una cosa he visto larga esperiencia en esta mísera vida, conviene a saber: que assí como entre los buenos se señala uno por bueno, assí entre los malos se señala uno por malo, y lo peor que hallo en esto es que no tiene tanta gloria el virtuoso de la virtud quanta desvergüença tiene el malicioso de su maldad; porque naturalmente la virtud haze al hombre recogido y el [252] vicio torna al hombre dissoluto. Esto se dize porque en el Senado de Roma avía un senador por nombre Fulvio, el qual era muy blanco por las canas y muy obscuro por las malicias, de manera que por la ancianidad era honrado en Roma de muchos y por la malicia era en el Imperio aborrescido de todos. Trabajava este senador Fulvio en los tiempos de Adriano a suceder en el Imperio, y a esta causa siempre tuvo por competidor a Marco Aurelio, y doquiera que se hallava siempre hablava dél como de enemigo; porque el coraçón toxicado de embidia no puede consigo dezir aun una palabra. Estava tan lastimado este senador de ver que Marco Aurelio siendo moço, y él siendo viejo, le avía llevado el Imperio, que jamás hazía Marco cosa buena en público que no la desfiziesse y anichilasse él en secreto; porque natural cosa es a los que tienen dañadas las entrañas por ocasión de muy pequeñas cosas derramar sus malicias. Muchas vezes me paro a pensar quál es mayor, la obligación que tienen los buenos a contradezir el mal o la osadía que tienen los malos para contradezir el bien; porque no ay bestia en el mundo tan osada como el malo después que a las gentes pierde la vergüença. Oxalá y pluguiesse a Dios fuesse tanta la liga y esfuerço de los buenos en las cosas buenas, como es la hermandad y desvergüença de los malos en las cosas de maldad; porque un virtuoso para una obra de virtud no aya quien ge la ayude a obrar, y después que la ha obrado bien tiene mil a se la contradezir. Querría que todos los que leéys en esta escriptura encomendássedes mucho a la memoria esta palabra, y es que en los malos el summo mal de sus maldades es quando, olvidados de ser hombres y acoceada la razón, a la verdad y a los virtuosos van a la mano, y del todo afloxan las riendas al vicio; porque si es malo ser uno malo, muy peor es no querer que sea otro bueno. Aviso a los príncipes y a los grandes señores, que en haziendo alguna obra virtuosa no les ha de faltar quien diga que es mal hecha, y si han menester esfuerço para ser virtuosos, tienen necessidad de paciencia para sufrir a los hombres malignos; porque el coraçón generoso más siente la embidia agena que no el sudor que sudó su carne flaca. No se deven espantar los [253] príncipes y grandes señores aunque les digan que de sus buenas obras son murmurados, que al fin al fin son hombres y tratan con hombres, y no pueden escaparse de las miserias de los hombres; porque jamás uvo príncipe en el mundo tan exento que con lenguas de malos no fuesse açotado. Por cierto, es de tener gran compassión a los príncipes, agora sean buenos, ora sean malos; porque si son malos, están en enemistad de todos los buenos; y si son buenos, luego son retraýdos y murmurados de todos los malos. El Emperador Octavio fue muy virtuoso y fue de émulos muy perseguido, y como le dixessen que por qué sufría haziendo bien a todos ser murmurado de muchos, respondió: «Mirad, amigos, quien libertó a Roma de los enemigos, también libertó las lenguas de los hombres malos; porque no es justo se loen de libertad las piedras y se quexen las lenguas que están atadas.» De verdad que este buen Emperador Octavio se mostró en estas palabras príncipe de coraçón generoso, y que de las superfluas murmuraciones de los malos tenía poco cuydado, como a la verdad no lo ha de tener el hombre virtuoso; porque regla general es que los vicios siempre paren defensores y las virtudes siempre crían émulos. En el libro De legibus dezía el divino Platón (y dezía bien) que los malos siempre son dobladamente malos, porque traen armas defensivas para defender sus males proprios y traen armas ofensivas para ofender los bienes agenos. Deven los hombres virtuosos velar mucho por buscar a los buenos y dévense mucho desvelar por guardarse de los malos; porque un hombre bueno con un dedo puede mandar a todos los virtuosos, y para guardarse de un solo malo ha menester pies y manos y amigos. Dezía Temísthocles, el thebano, que no sentía él otro mayor trabajo en el mundo que su honra propria dependiesse de parescer ageno; porque rezio caso es la vida y honra de un bueno esté a medida de la lengua de un malo. Assí como en la fragua las prunas ignitas no pueden estar sin centellear, ni lo corrupto puede estar en los muladares sin heder, assí el que tiene las entrañas sanas prorumpe en palabras amorosas y el que tiene las entrañas dañadas sobresale en palabras lastimosas; porque si de hornija podrida arde el fuego, es impossible ser el humo claro. En [254] los amores profanos, poco tiempo el amor del enamorado se puede refrenar; quiero dezir que mucho menos tiempo la passión del coraçón apassionado se puede asconder, porque los sospiros son los que hazen alarde del coraçón lastimado y las palabras son las que descubren al hombre malicioso. Dize Pulio, libro i De Cesaribus, que Marco Aurelio el Emperador era virtuoso en el obrar, sabio en el conoscer, justo en el sentenciar y zeloso en el castigar, pero sobre todo era muy prudente en el dissimular, y en esto era él muy cuerdo; porque hombre bien sufrido jamás fue sino bien librado. Con el sufrimiento y cordura vemos que de negocios malos se hazen razonables, y de razonables se tornan buenos, y de buenos se tornan muy buenos. Por el contrario contesce en los que sobresalen más de lo que es menester; porque hombre que no es bien sufrido, aun en las cosas muy justas no se espere buen tratamiento. Muchas vezes solía dezir Marco Aurelio el Emperador: «Julio César alcançó el Imperio con la lança, Augusto fue emperador por erencia, Calígula lo alcançó porque su padre venció a Germania, Nero sostuvo el Imperio con tyranía, Tito fue emperador porque sojuzgó a Judea, el buen Trajano alcançó el Imperio por su esfuerço y nobleza; pero yo no alcance el Imperio sino por sola paciencia, porque mayor excelencia es sufrir las injurias de los maliciosos que no disputar en las achademias con los sabios.» Y dezía más este buen emperador: «En la governación del Imperio mucho más me ha aprovechado la paciencia que no la sciencia; porque la sciencia aprovecha sólo para descanso de la persona, mas la paciencia aprovecha a la persona y a la república.» Julio Capitolino dize que el Emperador Antonio Pío fue príncipe muy sufrido, en tanta manera que muchas vezes estando en el Senado veýa a los que le amavan y otros que con el pueblo le rebolvían, y era tanta su templança que ni los amigos por el desagradescimiento quedavan tristes ni los enemigos por algún disfavor quedavan quexosos. Queriendo, pues, en este capítulo juntar el fin con el principio, digo que como el Emperador Marco Aurelio se metió entre los captivos, y este hecho romano fuesse por todos loado, aquel senador Fulvio no pudo tener prudencia para sufrirlo [255] y dixo al emperador estas palabras, medio burlando: «Señor Emperador, maravillado estoy; ¿por qué te das a todos, como la reputación de los emperadores no se pueda conservar sino siendo esquivos?» Oýdo por Marco lo que en presencia de todos le dixo el senador Fulvio, tuvo muy gran sufrimiento y con un rostro alegre dixo: «La demanda que oy me pone el senador Fulvio quédese para mañana, porque será más madura mi respuesta y estará más mansa su cólera.» Venido, pues, otro día al Senado en el Capitolio, según lo dize Pulio en la Vida de Marco, este buen emperador en presencia de todos dixo estas palabras. [256]
Capítulo XXXIX
De la respuesta que dio Marco Aurelio Emperador al senador Fulvio delante todo el Senado porque le avía motejado que por ser tan amigable a todos no guardava la autoridad de los emperadores graves; y de cómo este buen Emperador en su respuesta dize que los príncipes pierden mucho por ser esquivos y ganan mucho en ser bien acondicionados; y que tales han de ser los reyes y grandes señores, que aya quien ruegue a Dios por su vida, y aya quien después de la muerte tenga dellos memoria.
«Padres Conscriptos y Sacro Senado, no quise responder ayer a lo que me dixo el senador Fulvio, lo uno que como nos detuvimos en los sacrificios era tarde, y lo otro que para responder a sus palabras me parecía temprano; porque señal es de poca sabiduría y de mucha locura el hombre que a cada pregunta luego da respuesta. La licencia que tienen los simples de preguntar, de aquella licencia están privados los sabios para responder; porque la pregunta procede de ignorancia, mas la respuesta ha de proceder de cordura. Buenos estavan los hombres sabios si a todas las cosas oviessen de satisfazer y responder a los hombres simples y maliciosos (los quales muchas vezes preguntan más para lastimar que para aprovechar, más para tentar que para saber), y las tales preguntas deven los hombres cuerdos con dissimulación passarlas; porque los sabios y prudentes deven tener las orejas muy abiertas para oýr y deven tener las lenguas muy cerradas para callar. Hágoos saber, Padres Conscriptos y Sacro Senado, que yo deprendí esto poco que sé en Rodas, en [257] Partínuples, en Capua, en Tharanto, y todos mis preceptores me dezían que éste era el fin de andar los hombres por los estudios sólo para saberse valer entre los hombres maliciosos y descomedidos; porque no aprovecha para otra cosa deprender sciencia sino para tener la vida corregida y para tener la lengua muy encerrada. Las cosas que oy dixere en este Sacro Senado, protesto que no las digo por odio ni malquerencia, sino sólo por satisfazer a lo que toca a la autoridad de mi persona; porque las cosas de la honra hanse primero de satisfazer por palabra y después vengarse por la lança. Veniendo, pues, al propósito, y dirigiendo las palabras a ti, el cónsul Fulvio, a lo que me preguntas que por qué me doy a todos a esto respondo que por esso me doy a todos porque todos se den a mí. Bien sabes tú, Fulvio, que yo he sido cónsul como tú, y tú no has sido emperador como yo; pues créeme en este caso, que de ser el príncipe sacudido y desamorado vienen a tenerle poco amor en el pueblo. Ni lo quieren los dioses, ni lo permiten las leyes, ni lo sufre de grado la república que los príncipes sean señores de muchos y no se comuniquen sino con pocos; porque de ser los príncipes muy comunicables en la vida vinieron los antiguos a hazerlos dioses después de la muerte. El pescador cossario para pescar diversos peces en el río no se va con un cebo solo, y para pescar en la mar brava no se va el marinero con una red sola. Quiero dezir que las voluntades profundas que están en los profundos coraçones a unos dándoles dones, a otros diziéndoles dulces palabras, a estos con buenas promessas, a aquéllos con ciertas esperanças se los hemos de ganar; porque los buenos príncipes más han de trabajar por ganar los coraçones de sus súbditos que no por conquistar los reynos estraños. Los coraçones avaros y cobdiciosos no tienen passión porque les cierren las entrañas con tal que les abran las arcas, pero los hombres generosos y valerosos en poco tienen que les cierren los thesoros de las arcas con tal que en sus amigos hallen las entrañas abiertas; porque jamás se puede pagar el amor si no se paga con otro amor. Los príncipes y grandes señores, como son señores de muchos, forçados son servirse de muchos; y, serviéndose de muchos, están obligados a satisfazer a muchos; y [258] esto assí en general como en particular no pueden descargar con sus servidores, porque no menos es obligado el príncipe de pagar el servicio a su criado que el padre de las compañas el jornal al jornalero. Pues si esto es verdad como es verdad, ¿qué harán los tristes de los príncipes que tienen muchos reynos, y teniendo muchos reynos tienen muchos cargos, y para satisfazer aquellos cargos tienen pocos dineros? En este caso haga cada uno lo que mandare y tome el consejo que le pluguiere, que yo aconsejaría a los otros lo que he esperimentado en mí, y es que el príncipe sea de tan buena conversación con los suyos, y sea tan afable y comunicable con todos, que con sola su dulce conversación se den todos por bien pagados; porque los príncipes con las mercedes solamente pagan los servicios a sus servidores, pero con las buenas palabras pagan los servicios y roban los coraçones. Vemos por esperiencia que muchos merchantes más quieren comprar caro de una tienda porque el mercader es gracioso, que no comprar barato de otra tienda porque el vendedor es dessabrido. Quiero dezir que ay muchos que quieren más servir a un príncipe de balde que no a otro príncipe por dinero, porque no ay servicio tan mal empleado como el que se haze al hombre dessabrido y desconocido. Jamás faltan en las casas de los príncipes hombres malignos y bulliciosos, los quales imponen a sus señores cómo aumentarán las rentas, echarán tributos y impornán empréstidos, y no ay uno que les diga cómo ganarán las voluntades de sus súbditos, pues saben que es más necessario que estén bienquistos que no que sean muy ricos. Aleve es a su príncipe el que le acarrea mucho thesoro y con esto le aparta del amor de su pueblo. Mucho deven trabajar los señores de ser tan conversables con sus súbditos, que amen más por voluntad servirlos, que no por el pago de sus dineros; ca, faltándoles dineros, luego cessan los servicios y suceden mil descontentamientos, lo qual no es en los voluntariosos servidores; porque el que de coraçón ama ni en la prosperidad se ensobervesce, ni en la adversidad se retrae, ni en la pobreza se quexa, ni en el disfavor se descontenta, ni en la persecución se desmaya; finalmente el amor y la vida no han fin hasta la sepultura. [259] Por experiencia vemos que vale más la grangería de los pobres labradores de Cicilia que no los dineros de los escuderos de Roma, porque el labrador cada vez que va al campo saca provecho y el escudero cada vez que sale a la plaça buelve sin dinero. Por esta comparación quiero dezir que la grangería de los príncipes ha de ser que sean afables, sean comunicables, sean mansos, sean piadosos, sean benignos, sean generosos y, sobre todo, sean muy amorosos, para que sepan que con esto y no con dineros se ganan los coraçones de sus súbditos; porque a un príncipe esle muy enojoso y aun peligroso querer las voluntades de sus criados ganar por dinero. Deven los príncipes trabajar de ser bienquistos, siquiera porque hallen quien les ayude a sentir sus infortunios, lo qual no es en los príncipes malquistos, ca todos se huelgan de sus trabajos; porque a la verdad el coraçón que tiene pena mucho descansa en ver que otros tienen dél lástima. Deven assímismo los príncipes trabajar de ser bienquistos porque en la muerte sean de sus criados y amigos llorados; porque tales deven ser los príncipes que aya quien a los dioses ruegue por su vida y aya quien después de su muerte los tenga en la memoria. ¡O!, quán mal fortunado es el príncipe y quán desdichada es la república en la qual el pueblo no sirve al señor sino por las mercedes y el señor no los ama ni los defiende sino por los servicios; porque jamás entre los hombres el amor es fixo quando anda algún interesse de por medio. De muchas piedras y de una clave que está sobre todas se fabrica el edificio, y de muchos pueblos y de un príncipe que es mayor que todos se compone la república; porque no se puede llamar príncipe el que no tiene república, y no se puede llamar república la que no tiene príncipe, que es la cabeça. Si geometría no me engaña, la cal que junta piedra con piedra súfrese que sea mezclada con arena, mas la piedra que cierra la bóveda ha de ser con cal viva; y esto con razón, porque apartándose las piedras ábrese la pared, mas cayéndose la clave perece el edificio. De buena razón el que fuere sabio sin más dezir me avría entendido, pero todavía aplicaré la comparación a mi propósito. El amor entre vezino y vezino bien se sufre que sea aguado, pero el amor del príncipe con su pueblo requiérese [260] que sea puro. Quiero dezir que el amor entre los amigos bien puede passar por algún tiempo, aunque sea tibio, pero el amor entre el rey y su pueblo corre muy gran peligro si no es amor verdadero; porque do ay amor perfecto no ay palabra ni servicio fingido. Muchas passiones en los barrios de Roma vi ser atajadas en un día, y sola una que se levantava entre el señor y la república hasta la muerte no la veya concluyda; porque muy trabajosa cosa es concertar a uno con muchos y a muchos con uno. En este caso, que es ser los unos sobervios y ser los otros rebeldes, ni quiero salvar a los príncipes, ni dexar de condenar a los pueblos, porque al fin el que hallaremos de ellos más salvo, merescerá ser bien reprehendido. ¿De dó pensáys que vienen oy los señores con enojo mandar cosas injustas y a los súbditos no les obedecer aun en las cosas justas? Pues oýd, que yo os lo diré. El señor haziendo de hecho y no de derecho quiere fundir las voluntades de todos en el crisol de su juyzio, y sacar de sí y de todos un solo parecer y querer; porque los señores assí como pueden más que todos, assí piensan que saben más que todos. Lo contrario acontece en los súbditos, los quales tocados de una no sé qué frenesí, desplomando el buen juyzio de su señor, quieren que su príncipe quiera no lo que él quiere para todos, sino lo que cada uno dessea para sí; porque son oy los hombres tan vanos y tan locos, que cada uno piensa que en él solo ha de poner el príncipe los ojos. Por cierto, grave cosa es (aunque muy usada) querer uno que le vengan las vestiduras de todos, y tan terrible es querer todos les armen las armas de uno. Pero ¿qué haremos, Padres Conscriptos y Sacro Senado, que con esta locura nos dexaron el mundo nuestros padres, y con esta porfía le tenemos nosotros sus hijos, y con esta pertinacia le dexaremos a nuestros herederos? ¡O!, quántos príncipes de mis antepassados he leýdo y oýdo averse perdido sólo por ser çahareños y despegados, y de ninguno he leýdo ni oýdo averse perdido por ser comunicable y amoroso. Quiero dezir algunos exemplos que he leýdo en mis libros porque vean los señores qué ganan en la buena conversación y qué pierden en la mucha estrañeza. El reyno de los siciomios fue mayor en armas que no el de los caldeos, y fue menor en antigüedad que no el de los assirios, y en este [261] reyno uvo una debastía que llaman ellos un linaje de reyes, la qual les duró ccxxv años porque todos aquellos reyes fueron de loable conversación, y otra debastía no duró sino quarenta y tres años porque aquellos príncipes salieron hombres de mala condición. Los reyes muy antiguos como gozaron de la paz que los modernos carecemos, y ygnoraron las guerras que agora tenemos, siempre fueron amigos de buscar reyes que fuessen antes de buena conversación para la república que no esforçados ni bulliciosos para la guerra. Según dize Homero en su Yllíada, los muy antiguos egypcios llamavan a sus reyes epíphanos, y tenían por costumbre que sus epíphanos entrassen siempre en los templos de los dioses descalços y, como un epíphano mal acondicionado entrasse en el templo calçado, luego del reyno fue privado y en su lugar otro elegido. Pondera allí Homero que aquel rey era superbo y mal acondicionado, y los egypcios por esto le privaron del reyno tomando por ocasión que no avía entrado en el templo del dios a pies descalços; porque a la verdad quando los señores son malquistos, con pequeña ocasión se les levantan los pueblos. Dize el mismo Homero que los indómitos parthos llamavan a sus reyes arsácidos, y que el sexto arsácida fue del reyno privado y aun desterrado no por más sino que, siendo presunptuoso, combidóse a las bodas de un cavallero y no quiso yr siendo combidado a las bodas de un pobre plebeyo. Dize Cicerón en sus Tosculanas que en los siglos passados mucho persuadían los pueblos a sus príncipes para que comunicassen con los pobres y se apartassen de los ricos; porque con los pobres deprenden los príncipes a ser piadosos y con los ricos no deprenden sino a ser regalados. Bien sabéys, Padres Conscriptos, cómo esta nuestra tierra primero se llamó la gran Grecia, después se llamó Lacia, después se llamó Italia, y en el tiempo que era de los lacios llamavan a sus reyes murranos, y de verdad que si tuvieron los términos de la tierra estrechos, a lo menos tuvieron muy grandes los ánimos. Dizen los annales de aquellos tiempos que al tercero Silvio suscedió un murrano, el qual era superbo, ambicioso y mal acondicionado, en tanta manera que por el temor de los populares dormía siempre encerrado, y a esta causa le privaron del reyno; [262] porque dezían los antiguos que el rey a ninguna hora de la noche ni del día ha de tener a sus súbditos la puerta cerrada. Tarquino, que fue último rey de los primeros siete reyes romanos, fue muy ingrato a su suegro, fue infame a su sangre, fue traydor a su patria, fue cruel a su persona y cometió adulterio con Lucrecia, pero no le llaman ingrato, ni infame, ni cruel, ni traydor, ni adúltero, sino Tarquino el Superbo sólo por aver sido mal acondicionado. A ley de bueno vos juro, Padres Conscriptos, que si el triste de Tarquino en Roma fuera bienquisto, por el adulterio de Lucrecia nunca él del reyno fuera privado; porque al fin si cada liviandad de moço fuesse por entero castigada, en muy breve espacio no avría república. Otras maldades y atrevimientos antes de Tarquino y después de Tarquino se cometieron por emperadores viejos en el Imperio Romano, las quales eran tales que hazían muy pequeñas las de aquel moço liviano; porque a la verdad, tanteando la poca edad de los unos y la mucha experiencia de los otros, la mayor culpa que comete el moço no es sino un contrapeso de la menor culpa que comete el viejo. Julio César, último ditador y primero Emperador, siendo loable costumbre el Senado saludar al emperador de rodillas y el emperador levantarse a ellos y a sus mesuras, por no querer de presumptuoso guardar esta cerimonia con xxiii puñaladas le quitaron la vida. Thiberio fue emperador y infámanle de borracho; Calígula fue emperador y acúsanle cometer con sus hermanas maleficio; Nero fue emperador y mató a su madre y a Séneca, su maestro, y por esto alcançó renombre de cruel para siempre en Roma; Sergio Galva fue emperador y muy vorace, en que de una assentada hizo gastar siete mil aves en una cena; Domiciano fue emperador y de todas las maldades y tacañerías fue muy notado, porque las maldades que estavan derramadas por cada uno se hallavan juntas en Domiciano solo. Todos estos míseros príncipes al cabo fueron arrastrados, empozados, ahorcados y degollados. Yo vos juro, Padres Conscriptos, que no fueron ellos muertos por aquellos vicios, sino porque fueron superbos y mal acondicionados; porque al fin al fin el príncipe con solo un vicio no puede hazer mucho daño en el pueblo, pero con la estrañeza y condición mala destruye a la república. [263] Ténganse por dicho los grandes señores que, si dan muchas ocasiones para mal los querer, después una muy pequeña abasta a sus súbditos para ge lo mostrar; porque el señor, si no muestra su odio, es por no querer; pero el vassallo, si no venga su coraçón, es por no poder. Creedme, Padres Conscriptos y Sacro Senado, que assí como los médicos con poco ruybarbo purgan muchos umores de los cuerpos, assí los príncipes sabios con muy pequeña benivolencia de las entrañas de sus súbditos quitan mucha carcoma. Para estar bien concertados los miembros con su cabeça, a mí parece que el pueblo deve a su príncipe obediencia y a sus mandamientos, y acatamiento a su persona, y el buen príncipe deve tener igual la justicia con todos y dulce conversación con cada uno. ¡O!, bienaventurada república en la qual el príncipe halla obediencia en los pueblos, y los pueblos hallan amor en el príncipe; porque del amor del señor nace la obediencia en el súbdito y de la obediencia del vassallo nasce el amor en el señor. El emperador en Roma es como la araña en medio de la tela, do si un estremo de aguja toca a un estremo de la tela, por passito que sea luego lo siente el araña. Quiero dezir que todas las obras que haze el emperador en Roma, luego son publicadas en toda la tierra; porque al fin al fin los príncipes como están en el miradero de todos, muy mal pueden encubrir sus vicios. Bien veo, Padres Conscriptos, que oy he sido juzgado de malicia umana por aver acompañado a la processión de los captivos; y me dexé tocar dellos porque gozassen del privilegio no de ser jamás captivos; y en este caso yo doy gracias a los immortales dioses porque me hizieron emperador piadoso para soltar los presos y no me hizieron crudo tyrano para prender los libres. Como dize el proverbio que de un tyro se matan dos páxaros, assí fue ayer en este caso; porque el beneficio fue para estos míseros captivos, pero el favor fue para todos los reynos estraños. ¿Y no sabéys que el buen príncipe y virtuoso quando quita los hierros de los pies de los captivos, que los echa a los coraçones de sus tierras y reynos? Concluyendo, digo que es más seguro a los príncipes y aun más provechoso a la república servirse en sus casas de coraçones libres con amor que no de vassallos aherrojados con temor.» [264]
Capítulo XL
De una carta que embió Marco Aurelio Emperador a Pulión, su amigo, en la qual reprehende a los romanos los quales querían que sus emperadores fuessen cortos en el escrevir, y por otra parte dissimulavan si eran largos en el robar; y que la vida del príncipe no es sino un relox que concierta a toda la república; y de quién fue Periandro el tyrano, y de los epigramos que puso en su sepultura, y de las leyes buenas que hizo; y de cómo fueron muy varios los fines en que los antiguos pusieron su bienaventurança.
Marco, Emperador romano, tribuno del pueblo, pontífice magno, cónsul segundo, padre de la patria, monarcha de toda la monarchía; a ti, Pulión, su amigo antiguo, buenos hados contra la siniestra fortuna te dessea. La carta que me embiaste desde Capua recebí aquí, en Bithinia, y, si la escreviste con buen coraçón, yo la leý con buenos ojos, de lo qual deves tú estar muy contento; porque antiguo dicho es del Homero que aquello que con buenos ojos se mira, con dulce coraçón se ama. En fe de los immortales dioses te protesto que no te escrivo como emperador romano, que es como suele escrevir el señor al siervo, ca desta manera avíate de escrevir muy breve y muy de propósito, lo qual no conviene hazerse con el peculiar amigo; porque las cartas de hombres pesados nunca avían de començar y las cartas de nuestros amigos nunca se avían de acabar. Escrívote, mi Pulión, como a un particular amigo, como a un antiguo compañero, como aquél que es de mis desseos fiel secretario, en cuya conversación jamás tomé pesadumbre, y en cuya boca nunca [265] hallé mentira, y en cuya promessa jamás sentí falta; y, esto siendo, pues, como es assí, trayción cometería yo en ley de amicicia si de mis entrañas te ascondiesse alguna cosa; porque todo lo que está represado en el coraçón lastimado no ha de ser sino para comunicarlo con el buen amigo. ¿Piensas tú, Pulión, que un emperador romano que tiene poco trabajo en escrevir como emperador, en hablar como emperador, en andar como emperador, en comer como emperador, finalmente estar de propósito como emperador? Y desto no me maravillo, porque a la verdad la vida del emperador virtuoso no es sino un relox que concierta o desconcierta al pueblo. De lo que yo me maravillo es de la locura de Roma, de la vanidad de la república, en que dizen todos que el príncipe, para que sea grave y del pueblo muy estimado, ha de andar muy passo, ha de hablar muy poco, ha de escrevir muy breve, de manera que en escrevir cartas le quieren corto y en conquistar reynos estraños no le reprehenden que sea largo. Los hombres sabios deven dessear que sus príncipes tengan la condición mansa porque no decline a tyranía; y tengan la intención buena para hazer a todos igual la justicia; tengan los pensamientos buenos para no dessear reynos agenos; tengan el coraçón limpio para que no esté apassionado; tengan las entrañas sanas para perdonar las injurias; tengan amor a los suyos para servirse dellos; tengan conocimiento de los buenos para honrarlos; tengan noticia de los malos para resistirlos; que en lo demás poco nos va que el rey ande rezio, que coma mucho, que escriva breve; porque no está el daño en los defectos que ay en su persona, sino en el descuydo que tiene de su república. Gran consolación recebí, mi Pulión, con tu letra; mayor la recibiera con tu presencia, porque las cartas de los amigos antiguos no son sino un despertador de los tiempos passados. Mucho gozo es al mareante de hablar del peligro en el puerto; al caçador, hablar del frío que ha passado estando al huego; al caminante, fablar del camino quando está ya en reposo; al capitán, hablar de la batalla en el día del triumpho. Quiero dezir que es un gozo sobre todos los gozos los que se veen prósperos y fueron viejos amigos hablar de los acérrimos trabajos que passaron quando eran moços. Créeme una cosa, y [266] no dudes en ella, que no ay hombre que sepa fablar, ni sepa posseer, ni sepa conocer, ni sepa gozar, ni sepa conservar los bienes que le dieron los dioses sino aquél que le costaron muchos trabajos; porque muy de coraçón amamos aquello que con nuestro puro sudor alcançamos. Pregúntote una cosa: ¿quién deve más a los dioses, o quién es más estimado entre los hombres: Trajano el justo, criado en todas las guerras de Dacia, Germania y España, o Nero el cruel, criado en todos los plazeres y regalos de Roma? Por cierto, él uno no fue sino entre las espinas rosa y el otro no fue sino entre las flores hortiga. Esto digo porque el buen Trajano en todos los siglos advenideros a todos olerá la rosa de su vida, y Nero el cruel a todos los advenideros hará ronchas con la hortiga de su infamia. No digo todos porque muchos son que fueron buenos, pero por la mayor parte los príncipes que fueron criados en regalo cada uno dio mal recaudo de su reyno; porque como no han experimentado en sí qué cosa es trabajo proprio, descuýdanse y tienen en poco el trabajo ajeno. No quiero, mi Pulión, que pienses ya te tengo olvidado después que los dioses me subieron al Imperio, porque si entrambos subimos el rebentón de la mocedad, yo quiero que juntos descansemos en lo llano de la vejez. Bien me acuerdo que tú y yo barbechávamos en Rodas por las letras, y después sembramos en Capua por las armas; plugo a los dioses que las miesses de mi fortuna madurassen aquí en Roma, y a ti y a otros mejores que no yo no quiso dar la fortuna ni sola una espiga. No doy licencia que tu pensamiento esté de mí sospechoso, pues en mi coraçón estás pregonado de fiel amigo, porque si la variable fortuna fió de mí que yo le vendimiasse su viña, créeme que no te faltará en mi casa una buena rebusca. Nunca los dioses justos lo manden, ni mis tristes hados lo permitan, que hallando yo veynte años tus puertas abiertas, hallasses tú un momento mis entrañas cerradas. Después que a la cumbre del Imperio me truxeron mis hados, dos cosas he mucho tenido delante los ojos, conviene a saber: no me vengar de mis enemigos, ni ser ingrato a mis amigos; porque ruego a los dioses que, si con ingratitud ha de ser infamada mi fama, antes con olvido sea en la sepultura enterrada mi vida. [267] Ofrezca un hombre quantos sacrificios quisiere a los dioses, haga quantos servicios pudiere a los hombres, que el amigo que fuere ingrato amigo, en todo y de todos merece ser reprochado. Porque veas, mi Pulión, los amigos antiguos en quánto han de ser tenidos, quiérote contar un exemplo de un philósopho, del qual no recibirás pena en oýrlo. Cuentan las muy antiguas historias de los griegos que entre los siete sabios de Grecia fue uno que llamaron Periandro, el qual fue príncipe y governador mucho tiempo, y concurrió en él tanta biveza de ingenio por una parte, y tanta cobdicia de los bienes deste mundo por otra, que dudan los historiadores quál fue mayor: o la filosofía con que doctrinava en la Academia, o la tiranía con que robava la república; porque a la verdad la sciencia que no está sobre verdad fundada mucho daña a la persona. En el año segundo de mi imperio estuve en la ciudad de Corintho, y allí vi la sepultura do estavan los huessos de Periandro, en torno de la qual sepultura de letras griegas y antiguas estava este epigrama. Aquí cabe Periandro en esta estrecha sepultura, cuya tyranía no cabía en toda la gran Grecia. Aquí yaze Periandro, muerto do comen sus carnes los gusanos, el qual biviendo comía los bienes de los huérfanos. Aquí yaze Periandro el tyrano, el qual vivió en perjuyzio de muchos y murió en provecho de todos. Aquí yaze Periandro el tyrano, cuya vida quitó muchas vidas, cuya muerte escusó muchas muertes. Aquí yaze Periandro el tyrano, cuya vida fue derramar sangre de pobres y cuyo fin fue aprovecharse de sudores agenos. Aquí yaze Periandro el corintho, el qual en las leyes que ordenó se mostró justo y en no guardar ninguna se mostró tyrano. Aquí yaze Periandro el tyrano, el qual en ochenta años acabó su tyranía y para siempre durará en Corintho su infamia. Más letras avía en la sepultura, sino que como la sepultura estava en un campo sola, las muchas aguas la tenían gastada, de manera que con mucha pena se leýa la letra. Y a la verdad [268] ella era antigua y en su tiempo devía ser sumptuosa cosa, pero el mal reparo la tenía perdida. Y no es de maravillar, porque al fin al fin es tan poderoso el tiempo largo, que a los hombres famosos pone en olvido y a los superbos edificios derrueca por el suelo. Si quieres saber, mi Pulión, en qué tiempo fue este filósofo tyrano, hágote saber que quando Cathania famosa ciudad fue edificada en Cicilia cabe el monte Ethna, y quando Perdica era rey quarto de Macedonia, y quando Cardieca era rey tercero de los medos, y quando Candarol era rey quinto de los libios, y quando Asaradoch era rey ix entre los assirios, y quando era xii rey Merodach entre los caldeos, y quando reynava Numa Pompilio, segundo rey entre los romanos; en los tiempos destos reyes buenos reynava Periandro entre los assirios. Razón es que sepas otra cosa, y es que este Periandro fue tyrano no sólo de hecho pero aun de fama, que no hablavan de otra cosa en toda la Grecia; pero, junto con esto, aunque tuvo malas obras, tuvo buenas palabras, y procurava que las cosas de la república fuessen bien corregidas; porque al fin al fin no ay hombre tan bueno, que no hallen en él qué reprehender, ni ay hombre tan malo, que no vean alguna cosa que loar. Acuérdome que, siendo yo ni muy viejo ni muy moço, vi una vez al Emperador Trajano, mi señor, cenar en Agripina, y acaso movióse plática de hablar de los buenos y malos príncipes passados, assí griegos como romanos, y todos los que allí estavan loavan mucho al Emperador Octavio, y por contrario vituperavan todos a Nero el cruel; porque antigua costumbre es lisongear a los príncipes presentes y murmurar de los príncipes passados. El buen Emperador Trajano en la mesa quando comía y en el templo quando orava por maravilla le veýan hablar palabra; y aquel día, como vio que los unos se extremavan en loar al Emperador Octavio y los otros aplomavan más de lo que era menester en acusar al Emperador Nero, díxoles el buen Trajano: «Yo huelgo que vosotros loéys al Emperador Octavio, pero pésame que en mi presencia digáys mal del Emperador Nero ni de otro ninguno; porque gran infamia es del [269] príncipe bivo consentir que en su presencia digan mal de ningún príncipe muerto. Por cierto el Emperador Octavio fue muy bueno, pero no me negaréys que no pudiera ser mejor; y el Emperador Nero fue muy malo, pero también pudiera ser peor. Digo esto porque Nero en los primeros cinco años de su imperio fue mejor que todos y en los otros nueve siguientes fue peor que todos, de manera que si ay de qué le vituperar, también ay de qué le loar. Los hombres virtuosos, quando hablan de príncipes muertos delante los príncipes que son bivos, son obligados a loar una sola virtud que tuvieron y no tienen licencia de afear los vicios que le notaron; porque el bueno merece galardón porque para la virtud se haze fuerça, y el malo también merece perdón porque pecó por la flaqueza.» Todas estas palabras dixo estando yo presente el buen Trajano, y fueron con tanta severidad dichas, que todos los que allí estavan se demudaron las caras, de manera que dende adelante todos tenían refrenadas las lenguas; porque a la verdad no siente tanto el hombre incorregible la disciplina dura como el hombre vergonçoso siente sola una palabra áspera. He querido contar esto, mi Pulión, para que si Trajano tornó por Nero y falló en él qué loar, no menos pienso lo mismo del tyrano Periandro, al qual si condenamos por las malas obras que hizo, salvarle hemos por las buenas palabras que dixo y por las muy corregidas leyes que hizo; porque en el hombre malo no ay cosa más fácil que aconsejar y no le es cosa más difícil que el bien obrar. Caso que Periandro hizo diversas leyes para la república de los corinthos, de las muchas no contaré aquí sino muy pocas que son las siguientes: Ordenamos que, si acaso alguno sobre palabras matare a otro, con tal que no sea por engaño que no muera por ello, sino que le hagan siervo perpetuo del hermano o pariente más propinco; porque menor pena es la muerte breve que no la servidumbre larga. [270] Ordenamos que, si alguno fuere ladrón cossario no muera por ello, pero con fierros de hierro sea en la frente bien señalado, de manera que sea por tal conocido; porque en los hombres de vergüença mayor mal es la infamia larga que no la vida corta. Ordenamos que el hombre o muger que en perjuyzio de otro dixere alguna mentira por espacio de un mes entero trayga una piedra en la boca; porque no es razón se suelte en el hablar el que es desenfrenado en el mentir. Ordenamos que todo hombre o muger que en la república fuere reboltoso, con gran vituperio sea alançado del pueblo; porque impossible es ser ninguno amigo de los dioses siendo enemigo con sus vezinos. Ordenamos que, si alguno en la república rescibiere algún beneficio de otro y después le provare que fue ingrato de tal beneficio, que en tal caso que muera por ello; porque el hombre ingrato del beneficio no merece bivir en el mundo. Mira, pues, mi Pulión, esta antigüedad que te he contado, en cómo eran los corinthos tan piadosos con los homicianos, y piadosos con los ladrones cossarios, y por contrario sin más ocasión mandavan matar a los hombres ingratos. Y de verdad a mi parecer los corinthos tenían razón, porque a un hombre cuerdo no ay cosa que assí le haga desacordado como es ver a uno que le es ingrato del beneficio. Toda esta historia de Periandro te he querido contar no por más de que veas y conozcas, pues tanto afeo la ingratitud del beneficio, trabajaré no me noten de ingrato; porque no es virtuoso el que reprehende mucho los vicios, sino el que totalmente se aparta dellos. Ten de mí esta palabra, y sey cierto que no la digo fingida, y es que, aunque soy emperador romano, siempre te seré fiel amigo y presumiré de serte agradecido, ca no tengo por menor gloria conservar un amigo con la prudencia que aver alcançado el Imperio por la philosophía. Una cosa pides por la letra que me embiaste, a la qual para responderte me veo no en pequeña congoxa, porque quisiera más abrir las arcas para embiarte dineros para tus necessidades [271] que no abrir los libros para responder a tus preguntas. Aunque es a mi costa, yo confiesso que tienes razón en esta demanda, y lóote por ello y tórnote mucho a loar; porque al fin al fin más vale procurar de saber un secreto de las antigüedades passadas que no athesorar thesoros para las necessidades advenideras. El philósopho como philósopho atesora sabiduría para passar la vida en paz y esperar la muerte con honra; el codicioso como cobdicioso athesora hazienda para tener la vida en guerra y acabar la muerte con infamia. En este caso, yo te juro que vale más un día que se emplea en la philosophía, que diez mil que se expenden en allegar hazienda; porque la vida de los hombres pacíficos no es sino una peregrinación no mucho enojosa, y la vida de los hombres bulliciosos no es sino una muerte prolixa. Pídesme, mi Pulión, que te escriva en qué todos los de los siglos passados pusieron su bienaventurança, conviene saber: qué fueron los fines tan diversos, en que unos aborrecieron la vida, otros la desseavan, otros alargaron la vida, otros acortavan la vida, otros teniendo plazeres buscavan trabajos, otros teniendo trabajos buscavan plazeres, la qual variedad no procedía sino de tener diversos fines; porque de ser los gustos diversos vienen los ombres a buscar manjares inauditos. Por los dioses immortales te juro que me tiene espantada tu demanda, en ver que para responderte a ella no abasta mi filosofía, porque si lo preguntas por tentarme, motéjasme de presumptuoso; si lo preguntas de burla, motéjasme de liviano; si lo preguntas de veras, motéjasme de simple; si lo preguntas porque me lo quieres enseñar, sey cierto que estoy aparejado para lo deprender; si lo preguntas porque tú lo quieres saber, yo confiesso que no te lo sabré enseñar; si lo preguntas porque desta pregunta fueste preguntado, sey cierto que ninguno con mi respuesta será satisfecho; y, si acaso lo preguntas porque lo soñaste durmiendo, ya que estás despierto no te creas en el sueño, porque todo lo que ymagina de noche la fantasía, ha de pregonar la lengua luego a la mañana. ¡O!, mi Pulión, razón tengo de quexarme de ti, en que no miras por la auctoridad de mi persona, ni miras por el crédito de tu philosophía; porque he miedo que a ti juzguen de curioso en el demandar y a mí me juzguen de [272] simple en el responder. Esto no obstante, determínome responderte no como devo, sino como puedo, no según lo mucho que pides tú, sino según lo poco que sé yo, y esto hago lo uno por cumplir tu mandamiento y lo otro por satisfazer a mi desseo, y dende agora adevino que todos los que leyeren esta carta han de ser crudos verdugos de mi ignorancia. Del philósopho Epicurio En la olimpiada ciii, siendo Serges rey de los persas, y siendo capitán de los peloponenses el crudo tirano Lisandro, diose una famosa batalla entre los athenienses y Lisandro a las riberas del gran río Egón, y fue vencedor della el tyrano Lisandro. Y a la verdad, si no nos engañan los historiadores, sintieron mucho en Athenas aquella rota, a causa que se perdió aquella batalla más por negligencia de sus capitanes que no por la sobrada potencia de los enemigos; porque en la verdad muchas vitorias se alcançan más por la covardía de los unos que no por el esfuerço de los otros. Florecía en aquellos tiempos el philósopho Epicurio, el qual era de mediana estatura, y tenía el ingenio bivo y la memoria prompta, y era medianamente docto en la philosophía, pero era de muy alta eloqüencia, y para animar y aconsejar los capitanes atenienses embiáronle a la guerra; porque los antiguos, quando emprendían guerras, primero elegían los sabios para aconsejar que no a los capitanes para pelear. Entre los otros prisioneros fue preso el philósopho Epicurio, al qual y con el qual holgó y le hizo mucho honra el tyrano Lisandro. Y, después que fue preso, jamás le apartó de tener consigo, y hazía que le leyesse philosofía, y que le contasse historias de los tiempos passados y del esfuerço y virtudes de muchos griegos y troyanos, y desto holgava mucho Lisandro; porque a la verdad los tyranos huelgan mucho en oýr las proezas y virtudes de los passados y después siguen los vicios y maldades de los presentes. Tomado, pues, el triumpho por Lisandro, y teniendo todavía su flota por mar y mucha gente por tierra en las riberas del río Egón, Lisandro el tyrano y [273] todos los capitanes de su campo, olvidados los peligros de la guerra, afloxavan las riendas a la carne flaca, de manera que en gran perjuyzio de la república traýan una vida muy dissoluta; porque el fin de los príncipes tyranos es sacudir de sí los trabajos proprios y gozar de los sudores ajenos. Avíase criado Epicurio en la muy corregida academia de Athenas, do los philósophos bivían en tan estrecha pobreza que durmían en la tierra desnudos y aun no se hartavan de agua fría; ninguno dellos tenía casa propria; aborrecían el dinero como pestilencia; trabajavan por poner paz do avía discordia; eran únicos defensores de la república; jamás fablavan palabra ociosa; era entre ellos sacrilegio dezir mentira; finalmente era inviolable ley entre ellos que al philósopho ocioso le desterrassen y al vicioso que le matassen. El malaventurado de Epicurio, olvidada la doctrina de sus maestros, y teniendo en poco la gravedad a que son obligados los sabios, dando lugar que se apoderassen dél los vicios parecióle bien aquella vida bestial y voluptuosa, y assí en dicho y en fecho puso su bienaventurança en ella; porque los hombres que de su natural no son virtuosos con pequeña ocasión dan consigo en los vicios. Fue el fin deste bestial philósopho poner su bienaventurança en que los perezosos tuviessen las camas blandas, los delicados no sintiessen calor ni frío, los carnales tuviessen hermosas mugeres, los borrachos sabrosos vinos y los golosos tuviessen dulces manjares. No me maravillo yo de Epicurio, pero maravíllome de la muchedumbre de discípulos que ha tenido, y tiene, y terná en el mundo; porque son muy pocos oy en Roma los que a su sensualidad van a la mano y son infinitos los que se van a sabor del mundo. Y, hablando contigo la verdad, mi Pulión, ni me maravillo que aya virtuosos, ni me espanto que aya viciosos; porque el virtuoso no es mucho que sea bueno, pues espera gozar y descansar con los dioses en el otro mundo, y el vicioso no es mucho que se entregue en los vicios desta vida, pues no espera gozar ni descansar con los dioses en la otra; porque a la verdad de no tener los hombres fe que ay otra vida después desta vida, do han de ser los malos castigados y los buenos remunerados, viene a que anden los viciosos tan aviciados en los vicios. [274] Del philósopho Esquilo Siendo Artabano sexto rey de los persas, y siendo el agricultor Quinto Cincinato, único ditador entre los romanos, en la provincia de Tarsia fue un philósopho llamado Esquilo, varón que fue feo en el rostro, disforme en el cuerpo, feroz en el aspeto y muy de rudo juyzio, aunque fue muy fortunado en el crédito; porque no menor crédito tuvo él entre los tarsos que tuvo Homero entre los griegos. Cuentan deste philósopho que, aunque fue de rudo juyzio, por otra parte tuvo un saber natural muy bueno, y era en los negocios arduos muy atinado, y con los que le injuriavan tenía gran sufrimiento, en las contrariedades y adversidades tenía sobrado ánimo, y de lo que más le tengo embidia es que en la conversación era muy dulce y en hablar era muy sabroso; porque sólo aquel hombre se puede llamar dichoso do todos loan su vida y ninguno reprehende su lengua. Dizen los antiguos griegos en sus historias que este philósofo Esquilo fue el primero que inventó las tragedias y ganava de comer en representarlas, y, como era la invención nueva y sabrosa, no sólo le seguían doquiera que yva muchos populares, mas aun dávanle mucho de sus bienes. E no te maravilles dello, mi Pulión, que es tanta la liviandad de la gente menuda, que para ver cosas vanas yrán todos y para oýr la excellencia de las virtudes no yrá uno. Este philósopho Esquilo, después que uvo escripto muchos libros, en especial en su arte de tragedias, y después que uvo andado muchas y diversas tierras, paró y moró el residuo de la vida acerca de las yslas que están cabe la laguna Meothis; ca, según dize el divino Platón, los filósofos antiguos quando eran moços estudiavan, quando eran ya hombres peregrinavan y quando eran ya viejos se retraýan. A mi parecer, aquellos philósophos en hazer lo que fazían eran cuerdos, y no menos lo serían los hombres que quisiessen oy imitarlos; porque los padres de la prudencia son la sciencia y esperiencia, y en esto consiste la verdadera esperiencia, en que se retrayga el hombre algún día de los bullicios desta vida. Dime, Pulión, yo te ruego: ¿qué aprovecha que un hombre aya deprendido mucho, aya oýdo mucho, aya [275] visto mucho, aya conoscido mucho, aya peregrinado mucho, aya traýdo mucho, aya sufrido mucho, aya esperimentado mucho; si después de todo esto passado no se retrae a gozar un poco del reposo? Por cierto no se puede llamar sabio sino loco el ombre que de su voluntad se ofrece al trabajo y no tiene cordura para procurar el reposo; porque a mi parecer la vida inquieta no es sino una muerte prolixa. Siendo ya muy viejo este filósofo, acaso como estuviesse durmiendo acerca de la laguna Meothis, un caçador tenía una liebre metida en una jaula de barro para caçar otras liebres, y una águila abatióse y llevó en alto la jaula y la liebre; y, como no pudiesse comerla, soltóla y dióle al filósofo sobre la frente, y matóle. Este filósofo Esquilo, como fuesse preguntado en qué consistía la bienaventurança desta vida, respondió que a su parecer y opinión consistía en dormir. La razón que dava para esto era que quando dormimos no nos estimulan los movimientos de la carne; no nos persiguen los enemigos, no nos importunan los amigos; no nos fatiga el invierno erizado, ni nos congoxa el verano prolixo; no tenemos embidia por lo que vemos, no tomamos passión por lo que no alcançamos; finalmente quando dormimos ni sentimos los dolores del cuerpo, ni las passiones del ánima. Para conseguir este fin, conviene a saber: para que en pronto quando estavan enojados o fatigados tomassen el sueño, enseñó a los de su tierra unos brevajos, por manera que assí como el hombre lo bevía, assí luego se dormía. Finalmente, todo el estudio que ponían los epicurios en comer y buscar manjares, esse mismo ponían éstos en dormir y tener buenas camas. Del philósopho Píndaro En el año ab urbe condita, que es desde que Roma se fundó, cclxii, siendo rey de Persia Darío, el segundo deste nombre, el qual fue hijo de Histapsi, y en la línea de los reyes fue quarto rey de Persia, y siendo en Roma cónsules Julio Bruto y Lucio Collatino, los quales fueron los primeros cónsules en Roma, en la gran Thebas de Egipto fue un philósopho por [276] nombre Píndaro, y era príncipe de todo aquel reyno. Deste philósopho Píndaro se dize que en la philosophía excedía a todos sus contemporáneos, pero que en la música y tañer instrumentos excedió a todos sus antepassados; porque afirman dél los thebanos que jamás tuvo ninguno tanta prontitud en la lengua para hablar como él tenía presteza en la mano para tañer. Fue este Píndaro gran philósopho moral y no fue muy estimado en la philosophía natural, ca él era hombre callado, retraýdo y muy virtuoso, por manera que sabía mejor obrar que no hablar; lo qual es oy contrario en nuestros sabios de Roma, porque saben poco y parlan mucho, y (lo que es peor) las palabras dízenlas compuestas y las obras buenas házenlas fingidas. El divino Platón, en el libro de sus Leyes, haze mención deste philósopho, y Junio Rústico en la Thebayda cuenta dél una cosa, y es que, estando en Thebas un embaxador de los lidos, como viesse que Píndaro era muy virtuoso en la vida y muy desgraciado en la habla, díxole estas palabras: «O, Píndaro, si tus rudas palabras fuessen tan limadas delante los hombres como son tus obras limpias delante los dioses, por essos mismos dioses inmortales te juro fuesses tan estimado en la vida como lo fue Prometeo y dexasses en la muerte de ti tanta memoria como dexó el gran Homero en toda la Grecia.» Preguntado este philósopho Píndaro en qué consiste la bienaventurança, respondió estas palabras: «Es de saber que el ánima interior por la mayor parte en muchas cosas sigue al cuerpo exterior; y, presupuesto esto, digo que aquél se puede llamar bienaventurado que no tiene dolores en el cuerpo; porque a la verdad, estando la carne lastimada, no puede en el coraçón reynar alegría.» Siguiendo, pues, los thebanos el consejo de Píndaro, sobre todas las naciones fueron muy solícitos en apartar de dolores a sus cuerpos. Dize Annio Severo que se sangravan cada mes por la sangre demesiada, usavan cada semana vómitos por las repleciones, continuavan los baños por evitar opilaciones, traýan olores muy suaves contra los lugares immundos, finalmente no ponían en otra cosa estudio los thebanos sino en conservar y regalar sus cuerpos. [277] Del philósopho Zenón En la olimpiada cxxxiii, siendo cónsules en Roma Gneo Servilio y Gayo Brisio, los quales fueron destinados contra los áthicos luego el mes de enero que fueron electos, y en el xxix año que reynava Tholomeo Philadelpho, este gran Tholomeo a la costa de Alexandría edificó una torre a la qual puso por nombre Faro, por amor de una amiga suya que se llamava Faro de Dolovina. Estava esta torre edificada sobre quatro ingenios de vidrio, y era la torre ancha y alta, en quadra hecha, y eran las piedras de toda la torre trasparentes, a manera de vedrieras, de manera que siendo la torre de xx pies en ancho, si una candela ardía dentro veýan la luz los que estavan defuera. Hágote saber, mi Pulión, que los antiguos historiadores estimavan en tanto este edificio que lo mientan por uno de los siete edificios del mundo. En los tiempos que esto passava fue en Egypto un philósopho por nombre Zenón, por cuyo consejo y industria Tholomeo hizo aquella torre tan famosa, y aun por su consejo Tholomeo governava su tierra; porque antiguamente los príncipes que no se governavan por sabios en la vida, escrivíanlos en el registro de los locos en la muerte. Como era fuerte aquella torre y tenía consigo mucha alegría, lo más del tiempo el gran Tholomeo tenía allí a la su muy querida amiga, lo uno porque estuviesse guardada, lo otro porque estuviesse contenta. Y él tenía a sus mugeres en Alexandría, pero lo más del tiempo estava con Faro Lodovina; porque antiguamente los persas, siciomios y los caldeos no se casavan sino para tener hijos que eredassen sus bienes, que en lo demás con las amigas tenían sus vicios y plazeres. Preciávanse mucho los egypcios (digo los hombres que no eran sabios) de ser grandes luchadores, y sobre este caso con los estrangeros hazían muchos desafíos. Y como los exercicios del luchar fuessen continuos, avía entre ellos notables maestros; porque a la verdad, freqüentándose muchas vezes una cosa, siempre el que la freqüenta saldrá maestro della. Fue el caso que como en aquella torre estuviessen muchos egypcios dados al oficio de luchar, entre otros avía uno al [278] qual ninguno le podía derrocar; y un día antojósele al philósopho Zenón de luchar, y de fecho luchó y derrocó en el suelo al gran luchador, el qual de ninguno hasta allí avía sido derrocado. Esto hecho tomóle a Zenón tanto contentamiento de su persona, que dixo con su lengua y escrivió con su péndola que no consiste en otra cosa la bienaventurança sino en tener fuerças y maña para derrocar y poner a sus pies a otra persona. El fundamento deste philósopho fue que derrocar a uno en tierra es mayor género de victoria que no vencer a muchos en la guerra, ca en la guerra injustamente lleva uno sólo la victoria, pues fueron muchos en alcançarla; mas en la lucha, como es suya sola la conquista, suya sola es la victoria, y por esso está en ella la bienaventurança, mayormente que desto más que de otra cosa queda el ánima más contenta; porque a la verdad aquélla diremos en este mundo bienaventurança do el coraçón está contento y el cuerpo no está resabiado. Del philósopho Anatharso En los tiempos que reynava entre los medos Heritace, vii rey que fue dellos, y en el tiempo que reynava en Roma Tarquino Prisco, quinto rey de romanos, fue en las partes de Scithia un philósopho por nombre Anatharso, natural de una ciudad llamada Epiménides. Nuestro Cicerón loa mucho la doctrina deste philósopho y dize que no sabe quál fue mayor en él destas dos cosas, conviene a saber: la muy profunda sciencia que le dieron los dioses, o la muy cruda malicia con que le persiguieron sus émulos; porque a la verdad, según dize Pitágoras, los más privados y regalados de los dioses, aquéllos son los más perseguidos y malquistos de los hombres. Siendo, pues, como era este Anatharso de nación scitha, la qual entre los romanos es tenida por muy bárbara, acontesció que un romano malicioso quiso lastimar con palabras a este philósopho, y hízolo de hecho, y a la verdad movióse más con malicia que no con simpleza; porque las palabras maliciosas pregonan estar las entrañas dañadas. Díxole, pues, aquel romano a este [279] buen philósopho: «No es possible, Anatharso, que tú seas de la nación scitha, porque hombre de tanta eloqüencia no se sufre ser de tierra tan bárbara.» Respondióle Anatarso: «Muy bien has dicho, y en este caso consiento en tus palabras, aunque no acepto tu intención, porque tú con razón me puedes vituperar de mala tierra y loarme de buena vida, y yo con muy mayor razón te puedo acusar de mala vida y loarte de buena tierra. En este caso sey tú juez solo: entre ambos, ¿quál de nosotros terná más gloria en los siglos advenideros, tú que naciste romano y vives como bárbaro, o yo que nací bárbaro y vivo como romano; que al fin al fin en la huerta desta vida más quiero ser mançano verde y llevar fruta que no ser líbano seco derramado por tierra?» Passados grandes tiempos en que Anatharso avía estado en Roma y en Grecia, siendo como era ya viejo, con el amor de la patria acordó que ya deviera tornarse a Scithia, y era a la sazón rey de Scithia un hermano suyo por nombre Cabdino, el qual tenía el nombre de rey y los hechos de tyrano. El buen philósopho, como vio a su hermano hecho tyrano y vio el reyno tan dissoluto, acordó con buenos consejos corregir a su hermano; y con buenas leyes dar orden en el pueblo; lo qual visto por los bárbaros, como a hombre que inventava nuevos ritos de vivir en el mundo, en conformidad de todos públicamente fue muerto; porque te hago saber, mi Pulión, que no ay mayor señal que una república está llena de vicios que quando mata o destierra de sí a los buenos. Llevando, pues, como le llevavan a este philósopho a matar, mostró sentir mucho la muerte y que le pesava de coraçón dexar la vida, por cuya ocasión díxole uno esta palabra: «Di, Anatharso, siendo tú hombre tan virtuoso, y siendo tú gran sabio, y siendo ya tan anciano, no me parece devrías tomar pesar por dexar este mísero mundo; porque el hombre virtuoso deve dessear compañía de virtuosos, de los quales carece este mundo; y el hombre sabio deve procurar tratar con otros sabios, de los quales carece este mundo; y el hombre anciano deve tener en poco perder la vida, pues sabe con quántos trabajos se passa la vida; porque a la verdad especie es de loco el que ha passado una muy prolixa y aun muy peligrosa jornada y llora [280] y le pesa porque se vee al fin della.» Respondióle Anatharso: «Muy buenas palabras dizes, amigo, y oxalá sea tal tu vida quales son tus consejos; pero pésame que en este tan gran conflito ni tengo juyzio para gustarlo, ni tengo tiempo para agradecértelo; porque te hago saber que no ay lengua humana que pueda explicar lo que un hombre siente quando se quiere morir. Yo muero y, como tú vees, solamente me matan porque soy virtuoso, y ninguna cosa tanto siento como no me poder vengar de mi hermano Cabdino, porque a mi parecer en esto consiste toda la bienaventurança, conviene a saber: la injuria que a sin razón es hecha vengarla antes que pierda hombre la vida. Loable cosa es que el philósopho perdone las injurias, assí como suelen hazer los buenos y virtuosos philósophos, pero tanbién sería justo que las injurias que perdonamos los hombres injuriados que tomassen cargo de vengarlas los dioses justos; porque muy dura cosa es ver que un tyrano quita la vida a un bueno, y que de aquel tyrano jamás sus amigos vean castigo.» Paréceme a mí, Pulión, que este philósopho en vengar un agravio puso toda la felicidad deste mundo. De los sármatas El monte Cáucaso, según dizen los cosmógraphos, parte por medio a la gran Asia, el qual comiença en la India y fenece en Scithia, y, según la variedad de las gentes que habitan en sus aldeas, assí aquel monte tiene diversos nombres, y las vertientes que corren a la India tienen en sí gran variedad de gentes, porque quanto más las tierras son montuosas, tanto se crían en ellas gentes más bárbaras. Entre las otras tierras que están a la sombra de aquel monte son los sármatas, y riega aquella tierra de Sarmacia el río Thanays, y en esta provincia a causa de las grandes frialdades no se cría vino, como sea verdad que en todo el Oriente no ay nación tan amiga dello; porque la privación de una cosa pone mayor apetito a dessearla. Esta gente de Sarmacia es gente bellicosa, aunque a la verdad es desarmada, y danse muy poco por comer manjares delicados y mucho menos por vestir preciosos vestidos, [281] porque toda su felicidad en este mundo no consiste sino en hartarse de vino. En el año de la fundación de Roma de cccxviii, nuestros antiguos padres destinaron contra los sármatas y otras naciones bárbaras a Lucio Pío cónsul. Y, como fuesse entre ellos varia la fortuna, después que andava encendida la guerra, finalmente vinieron a treguas, y todos los capitanes de los sármatas con sus tierras se hizieron subjetos al Imperio Romano sólo porque el cónsul Lucio Pío en un combite los hartó de vino. Passada la guerra y subjeta a Roma toda la tierra de Sarmacia, el cónsul Lucio Pío vínose a Roma y en remuneración de su trabajo pidió que le diessen el acostumbrado triumpho, el qual no sólo le fue negado, pero aun en pena de su maleficio fue públicamente degollado, y en torno de su sepulcro fue puesto este epitaphio por sentencia y voluntad del Sacro Senado. Aquí yaze Lucio Pío cónsul, el qual venció a los sármatas, y fue esta infame conquista en el año cccxviii desde la fundación de Roma. Venciólos no como vencen romanos, sino como suelen engañar los tyranos. Venciólos no en la guerra con armas, sino en la mesa con manjares. Venciólos no peleando con peligro, sino comiendo de reposo. Venciólos no con lanças en el campo, sino emborrachándolos de vino. El día que Lucio Pío pidió el triumpho, aquel día fue degollado. Puso el Sacro Senado este epitaphio para que los capitanes romanos en él tomen exemplo; porque la magestad de los romanos no consiste en vencer a los enemigos con vicios y regalos, sino con armas o con ruegos. Sintieron mucho los romanos el atrevimiento que hizo Lucio Pío cónsul; y, no contentos con averle al triste degollado y, sobre todo, puéstole en la sepultura aquel infame título, luego se pregonó en Roma cómo todo lo que avía hecho Lucio Pío el Sacro Senado [282] lo dava por ninguno; porque era ley muy antigua que quando alguno degollavan por justicia también le quitavan toda la autoridad que avía tenido en Roma. No contentos con esto, el Sacro Senado escrivió a los sármatas en que les alçavan el pleyto omenaje que avían hecho de estar subjectos a Roma, y que de nuevo los tornavan a poner en su libertad, y esto hazían porque no era costumbre entre los generosos romanos ganar imperios emborrachando a los enemigos con vino, sino derramando su sangre propria en el campo. Esto he dicho, mi Pulión, porque a mi parescer el cónsul Lucio Pío vio que los sármatas ponían toda su felicidad en hartarse de vino. Del philósopho Chilón En la xv debastía de los lacedemonios, siendo rey de los medos Deodeo, y siendo rey de los lidos Gigión, y siendo rey de los caldeos Merrea, y siendo rey entre los macedonios Argeo, y siendo rey de los romanos Tullio Hostilio, en la olimpiada cxxvii, fue en Athenas un philósopho natural de Grecia por nombre Chilón, el qual es uno de los siete sabios que tienen los griegos entre sus thesoros. Andavan en aquellos tiempos entre los dos reynos de Athenas y Corintho muy travadas guerras, según colegimos los que las historias griegas leemos. Después que Troya fue destruyda jamás uvo paz en los reynos de Grecia, porque no fue tan grande la guerra que hizieron los griegos a los troyanos, quanta después fue la que se hizieron los unos a los otros. Los griegos, pues, como eran prudentes, repartían los oficios de la república según la abilidad que tenía cada persona, conviene saber: que a los esforçados cometían las guerras, a los pacíficos las governaciones, a los sabios encomendavan las embaxadas de tierras estrañas, y a esta causa los de Athenas embiaron a los de Corintho al philósopho Chilón para tratar de la paz. Llegando este philósopho a la ciudad de Corintho (por ventura aquel día devía ser en ella fiesta), hallólos a todos jugando, en que los moços jugavan a la bola por los campos, los viejos jugavan a los dados por las plaças, las mugeres jugavan al alquerque en las huertas, los sacerdotes jugavan a la ballesta [283] cabe los templos, los senadores jugavan a las tablas en los consistorios, los gladiatores jugavan de esgrima en los theatros, los niños jugavan por las calles con los huessos; finalmente a todos los corinthos falló ocupados en juegos. Visto esto por aquel virtuoso filósofo, sin hablar palabra ni decender de la cavalgadura tornóse a su patria sin querer explicar la embaxada, y, como los corinthos fuessen en pos dél y le preguntassen por qué no dezía a lo que venía, respondióles: «Amigos, yo vine de Athenas a Corintho no con poco trabajo, y agora torno de Corintho a Athenas no poco escandalizado, y podéyslo ver en que no he querido hablar palabra a persona de quantos estávades en Corintho; porque yo no traygo autoridad para hazer pazes con jugadores perdidos, sino con governadores sabios. No me mandaron a mí en Athenas hazer liga con los que tienen las manos ocupadas en los dados, sino con los que tienen los cuerpos quebrantados en las guerras y los ojos quemados en los libros; porque los hombres que tienen guerra con los dados, es impossible tener paz con los vezinos.» Dichas por Chilón estas y otras semejantes palabras, tornóse para Athenas. Hágote saber, mi Pulión, que tienen por summa felicidad los corinthos ocupar días y noches en juegos, y no lo tomes a burla, que a mí me dixo un griego, estando yo en Antiochía, que más felicidad tenía un corintho en ganar un juego que un capitán romano en ganar un triumpho. En todas las cosas según dizen fueron los corinthos hombres cuerdos y templados, si no fue en los juegos en que además fueron viciosos. Paréceme, mi Pulión, que respondo más largo de lo que demandava tu demanda, y aun de lo que quería mi salud, que es poca, de manera que tú ternás allá fastidio en leer y yo terné acá trabajo en escrevirlo. Quiero en breve hazerte una summa de todos los otros que se me ofrecen a la memoria, los quales en varias y diversas cosas pusieron su bienaventurança. De Crathes philósopho Crathes el philósopho puso la felicidad en próspera navegación, diziendo que el que navega impossible es que tenga [284] perfecta alegría, imaginando cómo entre la muerte y la vida no está más de una tabla, por cuya causa jamás el coraçón se siente tan bienaventurado como después de aver passado algún mar bravo y mira a la mar desde el puerto. De Estilphón el philósopho Estilphón el philósopho puso la felicidad en tener gran poderío, diziendo que el hombre que puede poco, vale poco y tiene poco, injusticia le hazen los dioses en que viva mucho; porque aquél sólo es bienaventurado que tiene poderío para repremir a sus enemigos y tiene con qué socorrer y remunerar a sus amigos. De Seménides philósopho Seménides el philósopho puso la felicidad en ser el hombre bienquisto en su pueblo, diziendo que los hombres austeros y que son mal acondicionados a las montañas los avían de embiar a morar con los brutos; porque no ay igual felicidad en esta vida con que un hombre vea que todos le aman en su república. De Arquita philósopho Arquita el philósopho puso la felicidad en vencer batallas, diziendo que naturalmente el hombre es tan amigo de sí y de salir con su apetito, que aun en muy pequeñas cosas y burlando no querría ser vencido; porque a la verdad liberalmente el coraçón humano sufre todos los trabajos desta vida sólo con pensar que algún día alcançará victoria. De Gorgias philósopho Gorgias el philósopho puso la felicidad en oýr cosas que aplazen, diziendo que no siente tanto la carne una grave [285] herida quanto siente el ánima una mala palabra; porque a la verdad no ay música tan dulce a las orejas como son sabrosas al coraçón las buenas palabras. De Crisipo philósopho Crisipo el philósopho puso la felicidad en hazer grandes edificios, diziendo que los hombres que no dexan de sí alguna memoria, su vivir y morir no ha sido más que de una bestia; porque los famosos y superbos edificios no son sino inmortales pregones de coraçones generosos. De Antístenes philósopho Antístenes philósopho puso la felicidad en tener fama después de la muerte, diziendo que con verdad no se puede llamar pérdida sino aquélla do se pierde la fama; porque el hombre cuerdo en muy poco ha de tener la muerte si por virtudes y hazañas dexa la fama viva. De Euríspides philósopho Euríspides el philósopho puso la felicidad en tener muger hermosa, diziendo que el descontentamiento que tiene el que tiene muger fea, antes le faltará tiempo que no qué dezir a la lengua; porque a la verdad el que alcança muger virtuosa y hermosa, de razón no tiene más que dessear en la vida umana. De Sófocles philósofo Sófocles el philósopho puso la felicidad en tener hijos que sucedan al padre, diziendo que el daño que tiene el que carece de hijos es el más supremo sobre todos los trabajos; porque [286] la mayor felicidad es tener honra y hazienda en esta vida, y después de muy gozada tener hijos que sucedan en la erencia. De Palemón philósopho Palemón el philósopho puso la felicidad en ser él hombre eloqüente, diziendo y jurando que el hombre que no sabe hablar en todas las cosas, no es tan pariente de los hombres como es de las bestias; porque al parecer de muchos no ay igual bienaventurança en esta triste vida con ser hombre de dulce lengua y honesta vida. De Temístocles philósopho Temístocles el philósopho puso la felicidad en descender de hombres generosos, diziendo que el hombre que es de linaje obscuro no parece que tiene obligación a hazerse hombre famoso; porque a la verdad las virtudes y proezas de los passados no son sino un despertador que despierta para grandes cosas de los presentes. De Arístides el philósopho Arístides el philósopho puso la felicidad en tener mucho de los bienes temporales, diziendo que el hombre que no tiene aun para comer y sustentar la vida humana, mejor consejo le sería de su voluntad yrse a la sepultura; porque sólo aquél se puede llamar en este mundo bienaventurado que no tiene necessidad de entrar por las puertas de su vezino. De Heráclito philósopho Heráclito puso la felicidad en tener tesoros, diziendo que el hombre pródigo y desperdiciado por mucho que tenga [287] siempre será a todos importuno; porque a la verdad respectos tiene de hombre cuerdo el que para las necessidades futuras guarda algún secreto thesoro. Ya avrás sabido, mi Pulión, cómo ha siete meses que estoy quartanario, y por los dioses inmortales te juro que en el passo que estoy escriviendo esto, me tiembla la mano, y es señal que me quiere tomar el frío, por cuya ocasión avré de dar fin a tu mandamiento, aunque no a mi desseo; porque entre los verdaderos amigos, aunque cessen las obras con que se sirven, no por esso se han de resfriar las entrañas con que se aman. Si me preguntas, amigo mío Pulión, de todo lo sobredicho qué es lo que siento, y a quál de las sobredichas opiniones más me allego, a esto respondo que yo en este mundo no confiesso alguno poder ser bienaventurado; y si alguno ay, allá le tienen los dioses consigo, porque escogiendo de una parte el camino llano, enxuto y sin lodo, y de la otra el camino bravo y lodoso y pedregoso, más llamaremos a esta vida despeñadero de malos que no seguridad de buenos. Sólo quiero dezir una palabra, y mira bien lo que quiero dezir por ella, y es si entre los infortunios de la fortuna osamos dezir aver en este mundo bienaventurança, aquél sólo llamaremos bienaventurado al qual de la íntima adversidad le levantó su prudencia y después en la cumbre de la felicidad se sostuvo con cordura. No quiero (y aunque quiero, no puedo) más alargar, sino que los immortales dioses sean en tu guarda, y a ti y a mí nos aparten de la siniestra fortuna. Como estás allá tan apartado en Bithinia, bien sé que querrías te escriviesse nuevas de Roma, y al presente no ay cosa nueva, sino que los carpentanos y lusitanos en España andan muy rebueltos. De Illírico recebí letras cómo están los bárbaros asossegados, aunque la hueste que allí está en guarda está algo temerosa, a causa que en la frontera toda ha andado pestilencia. Perdóname, mi Pulión, que estoy tan dessabrido, que aun de mí mismo no me acuerdo; porque es tan crudo mal la quartana que el hombre quartanario de ninguna cosa toma contento. Aý te embío dos cavallos de los mejores que [288] me traxeron de la Ulterior España; y también te embío dos copas de oro de las más ricas que me presentaron de Alexandría; y a ley de bueno te juro quisiera embiarte dos o tres oras de las que me atormenta mi quartana, de doze que me dura quando me toma. Mi Faustina te saluda, y de su parte y de la mía a Cassia, tu madre anciana y noble biuda, nos recomienda. Marco, Emperador romano, te escrive de su propria mano, y de nuevo te torna a saludar a ti, Pulión, su amigo antiguo. [289]
Capítulo XLI
Que los príncipes y grandes señores no se han de preciar por ser dispuestos y hermosos; y de cómo los thebanos heran enemigos de los que en estremo eran hermosos y de las mugeres que en estremo eran feas; y que ningún príncipe dexó de sí fama inmortal por aver sido de hermoso rostro, sino por aver hecho grandes hazañas con la lança en el puño.
En el tiempo que Josué triumphava entre los ebreos, y en el tiempo que Dárdano desde la Gran Grecia passó a Samothracia, y en el tiempo que los hijos de Agénor fueron en busca de su hermana Europa, y en el tiempo que Sículo reynava en Trinacria, la qual después de su nombre se llamó Sicilia; en Asia la mayor, en el reyno de Egipto, fue edificada una gran ciudad llamada Thebas, la qual edificó el rey Busiris, de quien Diodoro Sículo en su Bibliotheca habla muy largo. Plinio, en el xxxvi de su Natural hystoria, y Homero, en el segundo de su Helíada, y Stacio por todo el libro de su Thebayda, cuentan grandes maravillas desta ciudad de Thebas, lo qual se ha de tener no en poco sino en mucho; porque de autores tan graves no es de creer que hablando de veras escrivirían fictiones. Dizen que tenía Thebas en torno de sí para andar la andadura de quarenta millas, y que los muros en alto tenían treynta estados y en el ancho tenían seys. Dize también que tenía la ciudad cien puertas además fuertes y sumptuosas, y en cada puerta dozientos de cavallo en guarda. Passava por medio de Thebas un río poderoso, el qual en moliendas y pescado a la ciudad hazía mucho provecho. Quando Thebas estava en su prosperidad, dizen que llegó a [290] tener dozientos mill huegos y, lo que más es, que se enterravan allí todos los reyes egypcios; y, según dize Strabo, De situ orbis, quando Thebas fue destruyda de los enemigos hallaron en ella lxxvii sepulcros de reyes antepassados. Y es de notar que todos aquellos sepulcros eran de reyes virtuosos; porque era inviolable costumbre entre los egypcios que al rey que avía sido malo en la vida en la muerte no le diessen sepultura. Ante que fuesse la valerosa Numancia fundada en Europa, y la rica Carthago en África, y la venturosa Roma en Italia, y la hermosa Capua en Campania, y la gran Argentina en Germania, y la muy conquistada Helia en Palestina, sola Thebas en todo el mundo era la más nombrada. Fueron estos thebanos entre todas las naciones muy nombrados, assí por sus riquezas como por sus edificios, y aun porque en sus leyes y ritos tuvieron muchos estremos (y todos los hombres estremados, aunque no quieran, sus estremos los hazen ser conocidos). Dize Homero que los thebanos tenían cinco costumbres, por las quales se estremavan de todas las otras naciones. La primera era que, en llegando a edad de cinco años, a todos los niños con un fierro ardiendo hazían en las frentes una señal a manera de thau, porque querían ellos que doquiera que estuviesse el thebano por aquella señal de thau fuesse entre todos conocido. La ii era que en Thebas a todos los niños que avían dos años luego les sacavan las chuecas de las rodillas porque tuviessen para andar más ligeras las piernas. La ocasión que tenían para hazer esto era que los egypcios tenían a los animales por dioses, y a esta causa quando algún egypcio yva camino jamás yva cavallero, porque no pareciesse que él yva sobre su dios assentado. La iii era que los vezinos de Thebas no sólo no se casavan con gente de estrañas naciones, mas aun los hazían casar parientes con parientes; porque casándose deudos con deudos fuessen más firmes los matrimonios y tuviessen ocasión de ser mayores amigos. La iiii costumbre era que ningún thebano podía hazer casa para do morasse, sin que primero hiziesse la sepultura do se enterrasse. No me parece que en esto los thebanos eran estremados, sino hombres cuerdos; y aun a ley de verdad juro que lo eran más que nosotros, porque si nosotros siquiera de [291] pensamiento gastássemos dos horas al día en fabricar nuestra sepultura, impossible es que no corrigiéssemos algún día la vida. La v costumbre era que a todos los niños que en estremo eran hermosos a todos los ahogavan en las cunas, y a todas las niñas que en estremo eran feas a todas las matavan y sacrificavan a las diosas, diziendo que quando estavan los dioses descuydados entonces se engendravan los hombres hermosos y las mugeres feas; porque el hombre muy fermoso no es sino muger hombruna y la muger fea no es sino bestia montesina. El dios mayor de los thebanos era Ysis, y éste era un toro bermejo criado en el río Nilo, y tenían por ley que todo hombre que fuesse bermejo le matassen y sacrificassen a su dios Isis en el templo. En contrario desto hazían con los animales, ca como su dios era un toro bermejo, ninguno era osado matar algún animal bermejo, de manera que les era lícito matar los hombres y no a los animales. Yo no alabo que era bien hecho que los thebanos matassen a sus niños, ni apruevo que hazían bien en sacrificar a los hombres rufos, ni me parece bien que reverenciassen a los animales bermejos, pero espántome porque tenían aborrecimiento con las mugeres feas y con los hombres fermosos, pues de fermosos y feos estuvieron y están poblados todos los siglos presentes y passados. Pues si aquellos bárbaros, viviendo como vivían en ley de mentira, al hombre que los dioses davan hermosura ellos le quitavan luego la vida, más razón es que nosotros que somos christianos tengamos en poco la hermosura del cuerpo, pues las más vezes della se sigue la fealdad del ánima. Debaxo del christalino yelo está el cenagal peligroso, en la muralla labrada se cría la culebra maldita, en lo interior del diente blanco taladra el neguijón importuno, en el paño muy fino haze la polilla mayor estrago, el árbol más frutífero es más perseguido del gusano. Quiero dezir que debaxo de lindos cuerpos y de muy fermosos rostros se asconden muchos y muy horrendos vicios. Por cierto en los moços no muy cuerdos, sino que son un poco livianos, no es otra cosa la buena disposición y fermosura sino madre de muchos vicios y madrastra de todas las virtudes. Créanme una cosa los príncipes y grandes [292] señores (digo a los que presumen de hermosos y bien dispuestos), que do ay mucha abundancia de gracias corporales, para sostenerlas ha de aver muy gran hueste de virtudes; porque los árboles más altos de más importunos vientos son combatidos. Tomar vanagloria de alguna cosa deste mundo, por muy perfeta que sea, digo que es vanidad de vanidad, pero tener presunción de fermosura del cuerpo digo que es liviandad de liviandad. Entre todas las cosas agradables que naturaleza dio a los mortales, no ay cosa más superflua en el hombre y menos necessaria que es la buena disposición o hermosura; porque a la verdad por ser hermosos o por ser feos ni somos más amados del Criador, ni por esso dexamos de ser aborrecidos de la criatura. ¡O!, ceguedad mundana, ¡o!, vida que nunca vive, ¡o!, muerte que nunca acaba, yo no sé por qué del acidente desta hermosura ningún hombre osa tomar vanagloria, pues sabe que toda la gentileza de su carne está secrestada para la triste sepultura y toda la delicadez de sus miembros se ha de confiscar para los hambrientos gusanos. Burlen y mofen los grandes de los pequeños, los fermosos de los feos, los sanos de los contrahechos, los blancos de los negros, los derechos de los corcobados, los gigantes de los enanos, que al fin al fin todos han de aver fin. Por cierto, a mi parecer por ser los cipreses muy derechos, los laureles muy altos, los plátanos muy sombrosos, los cedros muy hermosos, los nebros muy odoríferos, los álamos muy altos y ventosos, no por esso estos árboles son más fructíferos. Por esta comparación quiero dezir que aunque un hombre generoso sea muy derecho en el cuerpo, muy alto por el linaje, muy sombroso por el favor, muy hermoso en el rostro, muy odorífero en la fama, muy alto y muy poderoso en la república, no por esso es de mejor vida; porque a la verdad no se rebuelven los pueblos por los simples labradores que trabajan en los campos, sino por los hombres regalados y viciosos y vagabundos. Si no me engaño, debaxo de las enzinas secas se mantienen los animales gruessos, el árbol enano da la fructa primera, entre las pungentes espinas se crían las odoríferas rosas, el castaño erizado nos da las castañas sabrosas. Quiero dezir que los hombres feos y pequeños a las vezes en la república [293] son más provechosos, porque los rostros pequeños y los rostros morenos indicios son de coraçones esforçados. Dexemos los ombres vanos, que son de carne que presto se acaba, y hablemos de los hedificios superbos y generosos que son de piedra, en los quales si andamos a mirar qué tales fueron, podremos alcançar el vestigio de su grandeza, pero no alcançaremos la manera de su fermosura; porque es el tiempo tan privilegiado, que a lo más hermoso quita de súbito la hermosura, y lo que parece perpetuo en breve espacio faze que no aya dello memoria. También quiero dexar los edificios antiguos, sino que vengamos a los edificios de nuestros tiempos, y veremos que no ay hombre que haga una casa muy fuerte y muy hermosa que por poco que viva no vea perdido el lustre della; porque hartos hombres ancianos desde los cimientos vieron fazerse una grande y hermosa casa, y después la vieron caýda y despoblada. Que sea todo esto verdad parece muy claro en que o desdizen los cimientos, o se desmoronan las paredes, o blandea la madera, o se abren las junturas, o nascen nuevas goteras, o se levantan los suelos, o se podrecen las ventanas, o se quebrantan las puertas, en manera que por el menor de estos casos se pierden los edificios. Pues ¿qué diremos de los retretes enluzidos, de las salas pintadas y de los corredores blanqueados, lo qual todo en muy breve espacio o carbón de niños, o candelas de moços, o hachas de pajes, o clavos de reposteros, o humo de chimineas, o telas de arañas causan que las paredes estén más feas que ante estavan hermosas? Pues si esto es verdad como es verdad, pregunto agora yo: ¿qué esperança terná el hombre que será firme la fermosura de su cuerpo, pues vemos tal destroço por aquella hermosura que es de piedra y madera y de cal y de ladrillo? ¡O!, príncipes descuydados, ¡o!, hijos de vanidad atrevidos, no se os acuerda que toda vuestra loçanía está subjecta a la opilación del baço, al calor del hígado; al dolor del estómago, a la hinchazón de los pies; a la discordia de los humores, a los movimientos de los cielos; a las conjunciones de la luna, a los eclipsis del sol; al enojoso verano, al importuno invierno. Por cierto y por verdad, no sé yo cómo entre tantos sobresaltos [294] estáys tan vanagloriosos los hombres hermosos, pues una pequeña calentura no sólo quita la hermosura, pero aun para la cara amarilla. De una cosa estoy maravillado, y aun aýna diría escandalizado, conviene saber: que todas las cosas del cuerpo quieren los hombres que estén limpias, la ropa limpia, el sayo limpio, la cama limpia, la mesa limpia; sola la triste ánima sufren que esté suzia. Osaré dezir, y a fe de christiano afirmar, que querer tener la casa limpia (la qual hizo el hombre) y querer sufrir el ánima suzia (la qual plasmó Dios), o es por falta de cordura, o por sobra de locura. Querría yo saber qué excellencia tienen aquellos que están dotados de hermosura sobre aquellos que naturaleza privó della. ¿Por ventura tiene dos ánimas el hombre hermoso y no tiene más de una el hombre feo? ¿Por ventura los hermosos son los sanos y los feos son los enfermos? ¿Por ventura los hermosos son los sabios y los feos son los simples? ¿Por ventura en los hermosos está el esfuerço y en los feos la covardía? ¿Por ventura los hermosos solos son bien fortunados y los feos son los abatidos? ¿Por ventura solos los que son hermosos están esentos de vicios y los que son feos están privados de virtudes? ¿Por ventura solamente los que son hermosos tienen de juro perpetuo la vida y los que son feos son obligados a poblar la sepultura? Digo que no, por cierto. Pues si esto es verdad, ¿por qué burlan los gigantes de los enanos, los blancos de los negros, los derechos de los corcobados, los hermosos de los feos; pues saben que la hermosura de que tienen vanagloria se les acabará oy o mañana? Uno que es hermoso y dispuesto no por esso es más virtuoso, y uno que es feo y mal aliñado no por esso es más vicioso, de manera que ni la virtud depende de la gentileza del cuerpo ni tampoco el vicio procede de la fealdad del rostro; porque cada día vemos la fealdad ser hermoseada con virtudes y la hermosura ser afeada con vicios. No todo aquél que es derecho en las espaldas es recto ni derecho en las obras, porque a la verdad peor es tener una corcoba en las costumbres que tener quatro corcobas en las espaldas. Ítem digo que por ser uno grande no es por esso de mayor esfuerço y por ser uno pequeño no por esso es menos [295] esforçado; de manera que no es regla general que el cuerpo alto arguya coraçón animoso ni que el hombre pequeño arguya coraçón desmayado; porque por experiencia lo vemos que muchos hombres quanto son mayores, tanto son más covardes, y otros quanto son de cuerpos más pequeños, tanto son de coraçones más finos. Dize la Divina Escriptura del rey David que era roxo en la cara y en el cuerpo no grande, sino de mediana estatura, pero a Golías, el valentíssimo gigante, como ambos viniessen en pelea matóle de una pedrada y con su misma espada le cortó la cabeça. E no se deve nadie maravillar que un pastorcico pobre matasse a un valentíssimo gigante, porque muchas vezes del pedernal muy pequeño sale centella muy viva, y de la roca muy grande no sale ni una centella. Pues más hazía el rey David, que siendo él en el cuerpo pequeño y en la edad muy moço, descarrillava a los leones, quitava los corderos a los ossos de la boca y, lo que más es, uvo día que por su propria mano y lança mató ochocientos hombres en una batalla. Aunque no nos hallamos en aquel tiempo, bien podremos adevinar que en ochocientos hombres que matava, por lo menos más de trezientos dellos serían más presumptuosos que no él en linage, más ricos en la hazienda, más hermosos de rostro y más altos de cuerpo; pero ninguno dellos fue tan esforçado, pues él escapó vivo y ellos quedaron muertos en el campo. Julio César, aunque no fue pequeño de cuerpo, fue muy mal proporcionado, ca la calva tenía toda pelada, la nariz además muy aguileña, una mano más corta que otra, la cara (aún siendo moço) la tenía arrugada, la color algo amarilla, y, sobre todo, andava siempre desabrochado, y el ceñidero medio floxo y caýdo; porque a la verdad los hombres de ingenio delicado pocas vezes le emplean en componer el cuerpo. Fue Julio César en su cuerpo tan mal ataviado, que después de la batalla de Pharsalia dixo un vezino romano al gran orador Tulio: «Dime, Tulio, ¿por qué tú, siendo tan sabio, seguiste las parcialidades de Pompeyo y no alcançaste que Julio César avía de ser señor y monarcha del mundo?» Respondió a estas palabras Tulio: «Dígote de verdad, amigo, que a Julio César ver como le vi en la mocedad tan mal ceñido me hizo [296] tenerle en poco.» Mejor le conoció el viejo de Silla, el qual, como veýa a Julio César andar mal ceñido y peor ataviado siendo moço, muchas vezes dezía Silla en el Senado: «Guárdaos de este moço mal ceñido, porque si no le atajan los passos con tiempo, éste ha de matar y acocear al pueblo romano.» Según dize Suetonio Tranquillo in libro De Cesaribus, aunque Julio César era de gesto feo, temían tanto sólo de nombrar su nombre en el mundo, que si acaso los reyes y príncipes hablavan de Julio César sobre cena, de miedo aquella noche no podían dormir hasta la mañana. Como en la Galia Góthica Julio César diesse una batalla, acaso un cavallero galo prendió a un cavallero cesarino, y, llevándole preso, dixo el prisionero «Chaos, César», que quiere dezir «dexa a César», lo qual oýdo tomóle tan gran pavor de oýr el nombre de César, que, dexado el prisionero, sin más ocasión se cayó del cavallo. Vean agora aquí los príncipes que para ser hombres valerosos quán poco al caso haze que sean feos ni que sean hermosos; pues Julio César, siendo feo, sólo con nombrar su nombre a todos hazía perder el color del rostro; porque a la verdad más feos eran los príncipes de su tiempo por covardía, que no era Julio César en la cara por naturaleza. Aníbal, venturoso capitán y príncipe que fue de carthaginenses, llámanle monstruo no sólo por las hazañas que hizo en el mundo, pero aun por la mala proporción de su cuerpo, ca de dos ojos le faltava el ojo derecho, y de dos pies echava tuerto el pie yzquierdo; junto con esto era muy cejunto y, sobre todo, era pequeño de cuerpo y muy feroz en el rostro. Las hazañas y conquistas que hizo Aníbal con el pueblo romano largamente las cuenta Tito Livio; solamente diré una, la qual cuenta un historiador harto aficionado a las cosas de Roma, y es ésta. Frontón, libro De magnitudine penorum, cuenta que en xvii años que Aníbal conquistó a Italia fueron tantos los romanos que mató, que si los hombres muertos se tornaran vacas y la sangre derramada se tornara vino, abastara para dar en su exército a comer y bever a ochenta mil peones que tenía en su campo y diezisiete mil de cavallo que tenía en su exército. Pregunto agora yo: ¿quántos y quántos fueron en aquellos [297] tiempos dispuestos en los cuerpos, hermosos en los rostros, de los quales está oy tan olvidada su fermosura, quanto ay y avrá destos capitanes inmortal memoria?, porque ningún príncipe dexó de sí eterna fama sólo porque fue de hermoso rostro, sino porque emprendió grandes cosas con la lança en el puño. El Magno Alexandre no fue más dispuesto ni hermoso que otro, porque dizen dél sus coronistas que tenía la garganta pequeña, la cabeça grande, la cara verdinegra, y los ojos un poco turvios, y el cuerpo pequeño, y los miembros no muy bien proporcionados. Con toda esta fealdad destruyó a Darío, rey de los persas y medos, y sojuzgó a todos los tiranos, apoderóse de todos los castillos, prendió a muchos reyes, degolló y desposseyó a señores de altos estados, saqueó a todos los ricos pueblos, despojó a todos los erarios y, sobre todo, temblava delante dél toda la tierra sin osar contradezirle una palabra. [298]
Capítulo XLII
De una carta que embió Marco Aurelio Emperador a un sobrino suyo, en la qual le cuenta cómo desde niño le huvo criado y puesto al estudio, y que después ha salido muy vicioso. Y, como este moço presumiesse de muy dispuesto, pruévale por muchas y altas razones que preciarse los hombres de hermosos es señal de ser livianos. Finalmente habla de la miseria humana, diziendo que es ajeno de toda razón nos dé a la rodilla la vida y nos arrastre la locura.
Cuenta Sexto Cheronense, libro ii De vita Aurelii, que el buen Marco Aurelio Emperador tuvo una hermana por nombre Annia Milena, la qual parió un hijo que se llamó Epésipo, y fue este moço no sólo sobrino mas aun discípulo de Marco; y, después que fue criado Emperador, embió al sobrino a Grecia para que estudiasse la lengua griega, por destetarle de los vicios de Roma. Era este mancebo Epésipo de muy claro juyzio, dispuesto en el cuerpo y en estremo muy hermoso en el rostro; y, como en su juventud se preciasse más de hermoso mancebo que no de eloqüente philósopho, el tío como lo supo en Roma escrivióle una carta a Grecia en esta forma. Comiença la carta Marco, Emperador romano, cónsul primero, tribuno del pueblo, Pontífice magno; a ti, Epésipo, mi sobrino y discípulo, salud y disciplina te dessea. En las tres calendas de deziembre vino Annio Vero, tu primo, y toda la parentela se [299] holgó con su venida, y más en dezirnos nuevas de Grecia; porque a la verdad quando el coraçón tiene absencia de lo que mucho ama, hora ni momento está sin sospecha. Después que Annio Vero, tu primo, en general habló a todos y a todos dio nuevas de sus amigos y hijos, él y yo nos retraýmos, y diome una carta tuya, la qual es muy contraria a todo lo que de allá me escriven de Grecia; porque tú escrívesme te embíe dineros para continuar el estudio, y de allá me escriven que cada día eres más moço y te metes más en el mundo. Eres mi carne, eres mi sangre, eres mi sobrino; fuiste mi discípulo y fueras mi hijo si fueras bueno; pero nunca los dioses lo manden que tú seas mi sobrino ni yo te llame mi hijo durante el tiempo que tú fueres moço liviano; porque con el hombre vicioso ningún bueno puede ni deve tener parentesco. No puedo negar sino que te amava de coraçón, y assí de tu perdición me pesa de coraçón; y, quando leý las cartas de tus desatinos, hágote saber que se me saltaron las lágrimas de los ojos; pero quiero tener paciencia, porque los hombres sabios y cuerdos aunque les pena oýr semejantes cosas, plázeles por remediar sus pérdidas. Bien sé que no te acordarás, pero también sé que lo avrás sabido que Annia Milena, tu madre y hermana que fue mía, quando murió la desdichada murió muy moça, por manera que no avía sino deziocho años, y tú no tenías edad de quatro oras; ca tú naciste a la mañana y ella murió al medio día, de manera que quando el hijo començó la vida, la madre gustó la muerte. Séte dezir que perdiste una madre y yo perdí en ella una hermana que dudo oviesse otra mejor en Roma, ca era sabia, cuerda, prudente, honesta y hermosa; y por nuestros tristes hados prudencia, honestidad y hermosura no de ligero se halla en una muger romana. Allende que tu madre era mi hermana, en averla yo criado y casado, era de mí muy querida, y quando ella murió aquí en Roma, a la sazón leýa yo en Rodas retórica; porque era tan estrema mi pobreza, que por ninguna manera otra cosa yo no tenía sino lo que a leer retórica ganava. Quando me llegó la triste nueva en cómo Annia Milena, mi hermana, era muerta, absentándose de mí toda la consolación humana, apoderósse en mí tanto la tristeza que me [300] temblavan los mienbros, se me descoyuntavan los huessos, lloravan sin descansar los ojos, apressurávanse los solloços, a cada passo le tomavan al coraçón mil desmayos, de lo íntimo de las entrañas dava los sospiros; finalmente, esecutando en mí su privilegio tristeza, la alegre compañía me dava pena y con la muy sola soledad descansava. No puedo dezirte por palabra quán de coraçón sentí la muerte de mi hermana Milena, ca durmiendo la soñava, despierto se me representava, acordávame de quando era viva, lastimávame en acordarme que era muerta, descontentávame tanto la vida que holgara meterme en su sepultura; porque a la verdad aquél siente de veras la muerte agena que siempre tiene en tristeza a su vida propria. Acordándome, pues, de lo mucho que mi hermana me quiso en la vida y en qué se lo pagaría yo después de su muerte, ymaginé que en ninguna cosa le podía yo ser tan grato, como en criarte a ti, que eras su hijo y quedavas tan niño; porque éste es el supremo trabajo entre todos los trabajos: quando muere una muger y dexa por criar a sus hijos. Muerta mi hermana, lo primero que hize fue venir a Roma y embiarte a ti a criar a Capua, y allí te dieron a mamar dos años a costa de mis ojos, que como sabes lo que ganava en Rodas a leer rhetórica apenas abastava para la porción quotidiana, sino que de noche leýa extraordinario algunas horas y de aquello pagava la leche que mamavas, de manera que tu criança fue a costa de mi vida. Después ya que te destetaron, embiéte a Bietro a un amigo mío y pariente mío que se llamava Lucio Valerio, con el qual estuviste hasta cumplir los cinco años, dando yo para ti y para él los bastimentos, ca era en estremo muy pobre y era en estremo muy plático, en tanta manera que a todos era enojoso y a mí era pesado; porque a la verdad tan de buena voluntad se han de dar dineros a un hombre muy parlero porque calle como a un sabio porque hable. Cumplidos los cinco años, embiéte a Toringo, ciudad de Campania, a un maestro que estava allí de enseñar niños, que avía nombre Emilio Torquato, el qual porque te enseñasse a leer y escrevir tres años, me dio un hijo suyo porque le leyesse yo griego quatro, de manera que no podía en ti aver [301] provecho sin que a mí no se me recreciesse trabajo. Ya después que avías ocho años y sabías bien leer y escrevir, embiéte a la famosa ciudad de Taranto a estudiar y allí te sostuve quatro años, pagando a tus maestros hartos dineros; porque oy por nuestros tristes hados no ay hombre que quiera enseñar a otro si no es a peso de dinero. No sin lágrimas lo digo, que en los tiempos cincinos, que fueron desde Quinto Cincinato fasta Cina y Catulo, jamás en Roma los maestros de philosophía llevaron dinero por leerla, sino que todos los maestros eran por el Sacro Senado pagados, y ninguno dexava de estudiar por falta de dineros; porque en aquellos tiempos a todos los que querían darse a la virtud y deprender sciencia, a todos los sustentavan del dinero de la república. Nuestros antiguos padres, como eran tan concertados, en todas las cosas tenían orden, ca no sólo repartían por orden los oficios, mas aun pagavan por orden los dineros. De manera que pagavan del erario público lo primero a los sacerdotes de los templos, lo segundo a los maestros de los estudios, lo tercero a las pobres biudas y huérfanos, lo quarto a los cavalleros estrangeros que por su voluntad se avían hecho ciudadanos romanos, lo quinto a todos los veteranos que avían xxvi años continuos servido en la guerra; porque a los tales después que se retraýan a su casa muy honradamente los sustentava en sus casas la república. Passados los xii años, fui yo mismo a Taranto y tráxete a Roma, y allí te leý retórica, lógica y philosophía, y aun mathemáticas y astrología, teniéndote en mi casa, en mi compañía, en mi mesa, en mi cama y, sobre todo, te tenía en mi coraçón y ánima, lo qual has de tener en más que no darte mi casa y hazienda; porque sólo aquél es verdadero beneficio que sin respecto ni interesse es hecho. Túvete comigo desta manera en Laurento, en Rodas, en Partínuples y en Capua, hasta que los dioses me hizieron emperador de Roma, y entonces acordé de embiarte como te embié a Grecia para que deprendiesses la lengua griega, y aun porque de hecho te acostumbrasses a obrar lo que quiere la verdadera philosophía; porque los verdaderos y virtuosos philósophos han de confirmar con las obras lo que pregonan con las palabras. No ay igual infamia [302] en uno que presume de sabio y quiere que le tengan por virtuoso que hablar mucho y obrar poco; porque el hombre de dulce lengua y de mala vida, éste es el que encona y echa a perder la república. Quando te embié a Grecia y te saqué de Roma, no fue por echarte de mi compañía, de manera que aviendo gustado de mi pobreza no gozasses de mis prosperidades; sino que, considerando que eras moço, eras dispuesto, eras libre, tuve miedo que te perdiesses en palacio, mayormente que presumieras de privado, acordándote que eras mi sobrino; porque a la verdad los príncipes que huelgan que sean sus queridos y privados los moços, dan ocasión a que los tengan a ellos no por muy cuerdos y a los moços juzguen por muy livianos. Hete contado lo que en ti y por ti hize en Italia. Quiérote agora hazer saber cómo es notorio todo lo que has hecho y hazes en Grecia, conviene a saber: que, preciándote de moço dispuesto, has dexado el estudio; y menospreciando mis consejos buenos, haste acompañado con moços livianos; y que los dineros que te embío para libros, tú los gastas en vicios y juegos, lo qual todo si es en daño tuyo, no menos es en afrenta mía; porque general cosa es quando un moço sale loco echar la culpa a aquél con quien fue criado. No me pesa porque te di a criar, ni me pesa porque te hize enseñar a leer, ni me pesa porque te hize estudiar, ni me pesa porque te tuve en mi casa, ni porque te tuve en mi mesa, ni te tuve a mi cama, ni aun me pesa porque gasté contigo tanta hazienda; pero pésame de coraçón verdadero que me has dado ocasión a que no te haga ningún beneficio; porque ninguna cosa da tanta pena a los coraçones de los príncipes generosos como no hallar personas ábiles para hazerles beneficios. Hanme dicho que eres dispuesto en el cuerpo y hermoso en el rostro; y que tú presumes dello; y que por gozar de tu gentileza has dexado la philosophía. Mucho me pesa dello; porque al fin al fin la hermosura corporal tarde o temprano perece en la sepultura, pero la virtud y la sciencia fazen al hombre de eterna memoria. Nunca los dioses lo manden, ni las academias de Italia y Grecia lo permitan, tener lleno de philosophía el ánimo estando el rostro gordo y el cuerpo polido; porque el verdadero [303] filósopho entre lo más olvidado tiene las cosas del cuerpo. El verdadero philósopho, para que sea y parezca philósopho, ha de tener los ojos turbados, las pestañas quemadas, la cabeça pelada, las mexillas hundidas, el rostro amarillo, el cuerpo flaco, la carne seca, los pies descalços, la vestidura pobre, el comer poco y el velar mucho; finalmente deve vivir como lacedemonio y hablar como greciano. Las insignias del famoso capitán son heridas y las señales del estudioso philósopho son asperezas; porque tanto se ha de afrentar el sabio en que le llamen gruesso y dispuesto como a un capitán que le llamen covarde y perezoso. Bien me plaze, aunque el philósopho estudie las antiguas antigüedades de sus passados, escriva cosas profundas para los siglos advenideros, enseñen doctrinas salubérrimas a los que agora son bivos, inquiran con diligencia los movimientos de los astros, consideren de dónde se causan las alteraciones en los elementos; pero yo te juro, Epésipo, que jamás estas cosas alcançó ningún sabio de Roma ni de Grecia sino buscando el reposo del espíritu y acoceando los regalos del cuerpo. Yo tengo deudo con los animales por parte del cuerpo y tengo parentesco con los dioses por parte del espíritu; si condescendo a las bestialidades de la carne, torno a mí menos que a mí; y si me inclino y sigo las cosas del espíritu, subo a mí encima de mí; porque a la verdad la sensualidad házenos inferiores de las bestias y la razón házenos superiores que los hombres. Naturalmente la malicia y presunción humana dessea más subir que descendir, y dessea antes valer que desmedrar, dessea antes mandar que no querer ser mandada. Pues si esto es verdad como es verdad, ¿por qué nos abatimos a ser menos que bestias por los vicios, pudiendo encumbrarnos y fazernos más que hombres por las virtudes? Entre todas las elaciones que de sí pueden tener los hombres, no ay cosa más tierna para se quebrar ni ay cosa más dañada para se corromper como es la buena y elegante disposición de que nos queremos ensobervescer; porque a mi parescer no es otra cosa preciarnos de ser dispuestos y hermosos sino preciarnos que soñamos ser muy ricos y poderosos, y en despertando nos hallamos pobres y abatidos. Parece esto ser verdad por lo que quiero dezir. Qué cosa es ver a un mancebo en su [304] primera edad, la cabeça pequeña, los cabellos ruvios, la frente ancha, los ojos negros, las mexillas blancas, la nariz aguileña, los labrios colorados, la barba hendida, el rostro alegre, la garganta sacada, el cuerpo de buena cintura, los braços medianos y los dedos largos; finalmente es tan asseado y tan proporcionado en sus miembros, que se cevan los ojos en mirarle y se emplean los coraçones en amarle. Si este mancebo assí hermoso y dispuesto permaneciesse con la fermosura algún largo tiempo, bien sería dessearla, bien sería procurarla, bien sería guardarla, bien sería alabarla, bien sería conservarla; porque al fin al fin si amamos la hermosura en los animales y en los edificios, con más razón la hemos de dessear en nosotros mismos. Pero ¿qué diremos?, que quando no catamos a esta florezita que ayer en el árbol estava sana, entera y hermosa, y sin sospecha de su pérdida, la elada de una calentura la quema, el viento importuno de una tribulación la tuerce, el cuchillo del enemigo la corta, las abispas de los inopinados casos la desçuman, el agua de las tribulaciones la deshaze, y el calor de las persecuciones la consume; finalmente el gusano de la breve vida la roe y para marchita y después el pedrisco de la muerte la derrueca por tierra. ¡O vida humana, que siempre estás en desdichas!, a los hados llamo crueles y a ti llamo desdichada, pues, ellos lo queriendo y tú dello no reclamando, los plazeres te dan entre sueños y los pesares te dan estando velando; el trabajo te dan en las manos que le gustes y al descanso sólo permiten que le oyas; la adversidad quieren que la prueves, mas a la prosperidad no sino que la veas; finalmente dante por onças la vida y la muerte sin medida. Dizen los malos y viciosos que es gran plazer vivir en plazeres y regalos; pues yo les juro que jamás ninguno de los mortales tuvo tanta consolación y compañía con los vicios, que no quedasse con mayor pena y soledad quando se viesse despedido dellos; porque en el coraçón do mucho tiempo el vicio tuvo su assiento siempre dexa allí un no sé qué ressabio por do quando buelve es recebido. Querría yo que todos abriessen los ojos y viessen cómo viven engañados, ca todos los regozijos que regozijan el cuerpo hazénnos encreyente que vienen de assiento, y por otra parte [305] pássanse de largo por otro camino, y por contrario las enfermedades y tristezas que cauterizan el espíritu, dizen que vienen por huéspedes y alçánsenos por moradores. Maravillado me tienes, Epésipo, porque no sospechas que será de tu hermosura en el tiempo advenidero lo que tú vees agora en la sepultura que es de los del tiempo passado. Quando los árboles están en las huertas, por la variedad de las frutas se conocen sus diferencias, conviene a saber: la enzina en las bellotas, la palma en los dátiles, el plátano en las hojas, las viñas en los razimos, pero después que se seca la raýz, se corta el tronco, se coge la fruta, se cae la hoja, y los echan en el fuego y se tornan ceniza, pregunto agora yo: en essa ceniza, ¿conocerá alguno de un árbol a otro en qué fue la diferencia? Por esta comparación quiero dezir que entretanto que la vida desta muerte y la muerte desta vida viene, todos somos como árboles en la huerta, los quales unos se conocen en las raýzes de sus passados, otros en las hojas de sus palabras, otros en las ramas de sus favores, otros en las frutas de sus riquezas, otros en la corteza de ser feos, otros en las flores de ser hermosos, otros en ser baxos como enanos, otros en ser altos como gigantes, otros en ser secos como viejos, otros en ser verdes como moços, otros en ser fructíferos como ricos, otros en ser estériles como pobres. Finalmente en una cosa sola todos nos parecemos, en que todos sin quedar ninguno a la sepultura caminamos. Pregunto agora yo: quando la muerte barajare a todos éstos en lo último de la vida, ¿qué diferencia avrá entre hermosos y feos en la estrecha sepultura? Por cierto, no avrá una ni ninguna diferencia, y si parece que avrá alguna es de parte de los sepulcros que inventaron los hombres vanos, y no me arrepiento llamarlos vanos; porque no ay igual liviandad en que no contentos los hombres ser vanos en la vida quieren sustentar su vanidad con solemne sepultura. A mi parecer, porque el cedro sea alto y hermoso no por esso su carbón es más blanco, y porque la enzina sea más baxa y fea no por esso su ceniza es más negra. Quiero dezir que muchas vezes permiten los dioses que sean más honrados los huessos de un pobre philósopho que vivió en asperezas que no los huessos [306] de los príncipes que vivieron en muchos regalos. No quiero más amenazarte con la muerte, que, según agora tú estás metido en los vicios desta vida, no querrías que aun te la mentassen por palabra; pero quiero dezirte una cosa aunque recibas pena de oýrla, y es que te criaron los dioses para morir, que te engendraron los hombres para morir, que naciste de las mugeres para morir, que vives en este mundo para morir; finalmente digo que con tal condición nacen oy unos con que mañana se morirán y darán su lugar a otros. Quando los árboles grandes y fructíferos brotan fijos por las raýzes, señal es que se llega el tiempo de cortarles las ramas secas. Quiero dezir que no es otra cosa nacer los niños en casa sino emplazar a los padres y abuelos para la sepultura. Si me preguntan qué cosa es muerte, yo diría que es un atolladero do atollan todos los desta mísera vida; porque a la verdad el que pensó passar más seguro, para siempre quedó allí entrampado. Siempre lo leý de los passados, y muchas vezes lo vi en los presentes, y pienso que lo mismo será en los siglos futuros; que, quando a uno es más dulce la vida, entra de súbito por sus puertas la muerte; y por contrario, quando uno tiene más aborrecida la muerte, sin dezir nada se le despide la vida. ¡O!, dioses immortales, ni sé si os llame crueles, ni sé si os llame piadosos; porque nos days carne, nos days huessos, nos days honra, nos days hazienda, nos days amigos, nos days plazeres, finalmente days a los hombres que sobre todas las cosas sean poderosos, si no es la tassa de la vida, que guardastes para vosotros mismos. Pues no puedo lo que quiero, de necessidad tengo de querer lo que puedo; pero si en mi querer se dexara, yo quisiera más un día seguro de vida que no toda la riqueza de Roma; porque ¿qué aprovecha trabajar de aumentar la honra y la hazienda desminuyéndose cada día un día menos de vida? Tornando, pues, a lo primero, conviene a saber: que te precias de dispuesto y hermoso, querría yo saber de ti y de los otros que soys moços y hermosos si os acordáys que avéys de ser viejos podridos; ca, si avéys de vivir poco, no es razón que tengáys la hermosura en mucho; porque muy ageno de toda razón es que nos dé a la rodilla la vida y nos arrastre la [307] locura. Si los moços pensáys llegar a viejos, devéys acordaros y jamás en esto descuydaros, que el cuchillo que sirve mucho, quando no cata se le acaba el azero. Por cierto, el hombre moço no es más que un cuchillo nuevo, el qual por discurso de tiempo un día se mella en los sentidos, otro día se despunta en el juyzio; oy pierde el azero de las fuerças, mañana le toma el orín de las enfermedades; agora se tuerce con adversidades, agora se embota con prosperidades; quando de muy agudo salta por rico, quando de muy gastado no corta por pobre; finalmente muchas vezes acontesce que quanto más con regalos el filo se haze delgado, tanto más se pone la vida en peligro. Quán cierta cosa es que son necessarios pies y manos para subir a las vanidades de la mocedad, y después de un puntapié rodando descendemos en las miserias de la vejez; porque a nuestro parescer ayer conocimos a uno que era moço y hermoso, y quando no catamos, en haziendo assí, le vemos viejo podrido. Quando yo me paro a pensar y mirar a muchos hombres amigos y no amigos, a los quales no ha muchos años que yo los conoscí muy verdes y muy hermosos, y agora los veo viejos y secos y enfermos y feos, pienso que lo soñé entonces, o que no son ellos agora. Qué cosa es tan espantable y si acaeciesse en uno como acaesce en muchos, casi sería increýble, ver a un hombre mísero y esto en espacio de poco tiempo que se le muda la proporción del rostro, se le pierde el lustre de la cara, la barba ruvia se torna blanca, la cabeça negra se torna calva, en las mexillas hazen surcos las rugas, las nuves ciegan los ojos como cortinas, a los dientes como marfil blancos negrece la tova, a los pies ligeros echa grillos la gota, en los braços rezios pone pasmo la perlesía, la garganta lisa con rugas está plegada y el cuerpo muy derecho en sí mismo está embevido. Sobre todo lo dicho digo esto a ti, Epésipo, que presumes de hermoso, que aquél que por su gentileza era espejo de todos quando moço, tal se vee después de viejo que dubda si es él o otro. Haz lo que quisieres, y préciate de tu hermosura quanto mandares, que al fin al fin no es otra cosa la hermosura en los moços sino un velo para los ojos, unas piuelas para los [308] pies, unas esposas para las manos, una liga para las alas, un sayón del reposo, un ladrón del tiempo, una ocasión de peligros, un terrero de embidia, una sima de luxuria, y finalmente es un mullidor de ruydos y un verdugo de hombres zelosos. Pues has dexado el estudio, ya yo no tengo obligación de embiarte dineros, mayormente gastándolos como los gastas en cosas de moço. Esto no obstante, con Aulo Vegeno te embío dos mil sextercios para tus vestidos, y de verdad que serás muy ingrato si no me reconoces tan buen beneficio; porque más se ha de agradecer lo que se faze por voluntad que no lo que se haze por necessidad. De acá no ay qué hazerte saber, sino que Annia Salaria tu hermana es casada, y ella dize que está contenta. Plega a los dioses que assí sea, porque en los casamientos los hombres pueden ayudar con dinero, pero los dioses son los que han de dar el contentamiento. Si quieres saber de Toringa, tu prima, sabe que embarcó con la flota que yva a España, y a la verdad nunca pensé yo menos della desque estuvo tres días ascondida vía Salaria; porque la moça que temprana haze la vendimia, señal es que ha de parar con gente de guerra. De Annio Rufo, tu amigo y compañero, fágote saber que es ydo a la isla de Ponto, y va con poder y autoridad del Senado para entender en el govierno; y, aunque es moço, junto con ello es sabio, y por esso pienso que dará buena cuenta de lo a él cometido; porque de dos estremos que son, viejos que declinan, moços que saben, yo más me aternía a la prudencia de los moços que no a las canas de los viejos. Mi Faustina te saluda, y sey cierto que en tus negocios a lo menos comigo te es muy propicia, y cada día me importuna que no tenga contigo yra, diziendo que los hombres cuerdos no han de hazer cuenta de las liviandades de los moços, y que no ay viejo sabio sino aquél que en todo fue moço. No te digo en este caso más, sino que siendo tú bueno, al fin no te podré negar que no seas mi sobrino, y mi antiguo criado y discípulo, para que, si en ti viere la emienda, de mí se alce la yra; porque a la verdad entre los coraçones que se aman no ay cosa que desraygue del coraçón la voluntad mala si no es la emienda de la aviessa y mala vida. [309] Por importunidad de mi Faustina te he escrito esta palabra, y no digo más, sino que de su parte y de la mía nos encomiendes a toda la Academia. Los dioses sean en tu guarda, y a ellos plega de dar emienda en tu vida. Marco, Emperador romano, a ti, Annio Epésipo, te escrive de su propria mano. [310]
Capítulo XLIII
Cómo los príncipes y grandes señores en los tiempos passados eran muy amigos de sabios, y de la diligencia que ponían en buscarlos. Es capítulo notable.
Una de las cosas que hizo gloriosos a los siglos antiguos y de inmortal memoria a los governadores dellos fue los príncipes ser diligentes en buscar sabios para traer consigo y los reynos ser obedientes en cumplir lo por ellos aconsejado; porque poco aprovecha que el rey trayga consigo un enxambre de sabios para governar si los del reyno están armados de malicia para no obedecer. Los príncipes que no tienen en mucho el consejo de los sabios, ténganse por dicho que han de tener en poco sus mandamientos; porque la ley que de hecho y no de derecho se ordena no merece ser obedecida. No podemos negar los que rebolvemos las historias de los antiguos, sino que los romanos naturalmente fueron sobervios; pero no podemos negar que quan osados eran en las cosas de la guerra, tan mansos y tan templados se mostravan en las cosas de la república, y a lo cierto en esto mostrava Roma su cordura y potencia; porque assí como con feroces caudillos se destruyen los enemigos, assí con prudentes sabios se goviernan en paz los pueblos. Muchas vezes me paro a pensar de dó procede tanta discordia entre súbditos y señores, y entre príncipes y vassallos; y, echada mi cuenta, hallo que los unos y los otros tienen razón, ca los súbditos quéxanse de la poca benignidad que hallan en sus señores, y los señores quéxanse de la mucha desobediencia que hallan en sus súbditos; porque a la verdad la desobediencia va embuelta con malicia y el mandamiento va encaminado a codicia. Ha crecido tanto [311] la desvergüença del obedecer y hase desenfrenado tanto la ambición en el mandar, que a los súbditos les paresce que el yugo de pluma es de plomo, y por contrario a los príncipes y señores les parece que contra un mosquito que buela han menester de desenvaynar la espada. Todo este daño público no viene sino de no tener los príncipes cabe sí hombres sabios que les aconsejen en secreto; porque jamás uvo príncipe bueno teniendo el consejo malo, ni jamás uvo príncipe malo teniendo el consejo bueno. En los príncipes y prelados que goviernan ay dos cosas: la una es la dignidad del oficio y la otra es la naturaleza de la persona; ya puede ser que uno sea bueno en su persona y malo en su govierno, y por contrario uno sea bueno en su govierno y malo en su persona; y por esso dezía Tulio que jamás uvo ni avrá tal Julio César en su persona ni tan mal governador como él fue para la república. Gran bien es que sea uno buen hombre, pero sin comparación es muy mayor bien que sea buen príncipe; y por contrario gran mal es que sea uno mal hombre, pero muy peor es que sea mal príncipe; porque el mal hombre solamente es malo para sí, pero el mal príncipe no sólo es malo para sí, pero es malo para los otros. Quanto la ponçoña está por el cuerpo más derramada, tanto en mayor peligro pone la vida. Quiero dezir que quanto más puede un hombre sobre la república, tanto más daño haze si tiene la vida aviessa. Yo no sé por qué los príncipes y grandes señores son tan curiosos en buscar los mejores médicos para curar sus cuerpos, y junto con esto son tan remissos en buscar hombres sabios para governar sus reynos; porque a la verdad sin comparación es mayor daño la mala governación en la república que no la enfermedad en su persona. Hasta oy no hemos leýdo ni menos visto por falta de médicos perderse el rey ni perderse sus reynos, pero por falta de sabios consejeros infinitos reyes y reynos hemos visto ser assolados. La falta de un médico puede causar peligro en una persona, pero la falta de un sabio puede acarrear mucha discordia en el pueblo; porque a la verdad en tiempo que ay revoluciones en los pueblos, mayor provecho haze un consejo maduro que cien purgas de [312] ruybarbo. Isidoro, libro iiii de sus Ethimologías, afirma que por espacio de quatrocientos años estuvieron los romanos sin médicos, ca Esculapio, hijo de Apolo, fue el último médico en Grecia, y Archabuto, hombre tan insigne en la medicina, pusiéronle en el templo de Esculapio una estatua; porque eran tan agradecidos los romanos, que a uno que se estremava en hazer una cosa señalada o le pagavan con pecunia, o le ponían estatua, o le libertavan en la república. Ya después que el médico Archabuto era viejo y estava rico, como por ocasión de algunas úlceras y llagas peligrosas cortasse braços y piernas, a los romanos paresciéndoles que era hombre crudo, sácanle por fuerça de su casa y apedréanle en el campo Marcio. Y desto no se maraville nadie, porque a las vezes menos mal es en una enfermedad sufrir los dolores que no esperar los crueles remedios que nos aplican los cirujanos. Es de saber si en el tiempo que Roma estuvo sin médicos si estuvieron los romanos desbaratados y perdidos; a esto respondo que jamás tuvieron ellos tiempos tan prósperos como fue en aquellos cccc años que estuvieron sin médicos; porque entonces se perdió Roma quando en Roma admitieron los médicos y alançaron de Roma los philósofos. No digo esto por prejudicar a los médicos, ni me parecería que los príncipes deven estar sin ellos; y que, según ya es flaca la carne umana, cada día tiene necessidad de ser socorrida; que a la verdad los médicos cuerdos y sabios no nos dan sino sanos consejos, porque no nos persuaden sino a que en el comer, en el bever, en el dormir, en el andar y en el negociar seamos sobrios y tomemos los medios. El fin porque digo esto es persuadir a los príncipes y perlados y grandes señores que de la mucha diligencia que ponen en buscar médicos y de los muchos dineros que gastan en sustentarlos y contentarlos, que hiziessen alguna cosa déstas en buscar hombres sabios para consejar sus personas y poblar sus consejos; porque si supiessen los hombres qué cosa es tener a un sabio que mande su casa, por un solo sabio darían toda su hazienda. No poca compassión es de tener a los príncipes y grandes señores que pierden muchos días en el mes y muchas horas en el día en hablar de guerras, de edificios, de [313] armas, de manjares, de bestias, de caças, de medicinas, y aun a las vezes de vidas agenas; y esto con personas más virtuosas que sabias, los quales ni saben mover plática de alto estilo, ni menos dar conclusión en lo que está platicado. Muchas vezes acontece que el príncipe mueve una plática, y muévela delante aquéllos a los quales por escripto, ni por oýdas jamás vino a su noticia; y después assí se ponen a determinarla o, por mejor dezir, a porfiarla, como si toda su vida ovieran estudiado en ella, lo qual procede de mucha desvergüença y de poca criança; porque los privados delante sus príncipes con licencia pueden hablar, pero por privados que sean con licencia ni sin licencia no les es lícito porfiar. Helio Sparciano, en la Vida de Severo Alexandre, dize que el Emperador Severo fue una vez preguntado por un embaxador de Grecia que quál era la cosa que más pena le dava en Roma. Respondió Severo: «No ay cosa que más enojo me faga que, quando yo estoy en plazer, levanten mis criados una porfía; y no me enojo porque me pesa que las cosas sean disputadas y aclaradas, sino quando uno es muy porfiado sin tener en lo que dize fundamento; porque el hombre que da razón de su dicho no se puede llamar porfiado.» Fue preguntado una vez al grande Emperador Theodosio qué avía de hazer un príncipe para ser bueno. Respondió Theodosio: «El príncipe virtuoso, quando fuere camino, han de yr sabios con él hablando; quando comiere, han de estar sabios a su mesa disputando; quando se retruxere, con sus sabios ha de estar leyendo; finalmente todo el tiempo que le vacare con sus sabios le han de hallar aconsejando; porque no es tan atrevido el cavallero que entra sin armas en la batalla como el príncipe que sin aconsejarse de sabios quiere regir la república.» Lampridio, libro De gestis romanorum, dize que el Emperador Marco Aurelio jamás a su comer, a su acostar, a su levantar, a su caminar, ni en público, ni en secreto permitió que se hallassen con él locos, sino sabios, y a la verdad tenía razón; porque no ay cosa de veras ni de burla que los hombres quieran en este mundo que no la hallen mejor en un sabio que en un loco. Si un príncipe está triste, ¿por ventura no sabrá mejor consolarle un sabio con dichos de la Escriptura [314] que no un loco con palabras de locura? Si un príncipe está próspero, ¿por ventura para sustentarse en aquella prosperidad no le valdrá más acompañarse con un hombre cuerdo que no fiarse de un loco malicioso? Si un príncipe tiene necessidad de dineros, ¿por ventura no le dará el sabio mejores medios para averlos que no un loco, que jamás haze sino pedirlos? Si un príncipe quiere passar tiempo, ¿por ventura no se desenojará mejor oyendo a un sabio historias muy sabrosas de los tiempos passados, que no escuchando a un loco cosas desonestas y aun dichos maliciosos de los tiempos presentes? Lo que dixe de los médicos, lo mismo digo de los locos, ca no digo yo que no los tengan para sus passatiempos, aunque a la verdad mejor diremos que son para perder el tiempo que no para passar el tiempo; porque justamente se llama tiempo perdido lo que se gasta sin servicio de Dios ni provecho del próximo. De lo que estoy maravillado, y aun escandalizado, es no tanto de lo mucho que pueden en casa de los señores los hombres sandios y locos, quanto de lo poco que pueden y en lo poco que tienen a los hombres prudentes y sabios; porque gran injusticia es que en casa de los príncipes entren los locos hasta la cama y no pueda entrar un sabio aun en la sala, de manera que para los unos no ay puerta cerrada y para los otros no ay puerta abierta. Los que agora somos, con razón loamos a los que ante nosotros fueron, no por más sino que en los tiempos passados, siendo muy pocos los sabios y estando el mundo lleno de bárbaros, dessos mismos bárbaros en suprema reverencia los sabios eran tenidos; porque mucho tiempo duró esta costumbre en Grecia, que quando passava un philósopho cabe un greciano se avía de levantar, y aviéndole de hablar no se podía assentar. En contrario desto, todos los que vinieren después reprehenderán a los que agora somos, en que aviendo oy como ay tan gran hueste de sabios, y viviendo no entre bárbaros, sino entre christianos, es lástima verlo y afrenta escrevirlo, ver en quán poco son tenidos; porque oy por nuestros pecados no los que saben más sciencia, sino los que tienen más hazienda, aquéllos mandan más en la república. Yo no sé si los ha ya depravado la sabiduría, o que ya el mundo totalmente tiene perdido el gusto della, que apenas [315] ay oy sabio que limpiamente viva solo por ser sabio, sino que le es necessario aun para ganar de comer ser bullicioso. ¡O!, mundo, ¡o!, mundo, yo no sé cómo escapa de tus manos, ni cómo se defiende de tus peligros el hombre simple y ydiota, quando los hombres sabios y prudentes aun con toda su sabiduría apenas pueden tomar tierra segura; porque todo lo que saben todos los sabios desta vida, todo lo han menester para defenderse de tu malicia. Leyendo lo que leo de los tiempos passados, y viendo lo que veo en los tiempos presentes, en duda estoy quál fue mayor: o la solicitud que tuvieron los príncipes virtuosos en buscar sabios para sus consejos, o la mucha cobdicia que tuvieron otros en descubrir minas y mineros para sus thesoros. Hablando en este caso lo que siento, yo les juro a todos los que tienen cargo de govierno, no me da más sea príncipe, sea perlado, sea hombre privado, que algún día querrían tener cabe sí a un sabio que fuesse verdaderamente sabio, más que no todo el thesoro que tienen athesorado; porque al fin al fin del buen consejo siempre se recrece provecho y del mucho thesoro siempre se presume peligro. Antiguamente quando morían los príncipes virtuosos, y dexavan a sus hijos por sucessores de sus reynos, y junto con esto por ser moços veýan que en las cosas del reyno no quedavan instructos, más solicitud ponían en darles ayos que les enseñassen buenas doctrinas que no en darles mayordomos que les aumentassen sus rentas; porque a la verdad la república, si se defiende con thesoros, no se govierna sino con buenos consejos. Muchos vicios suelen tener los príncipes que son moços, a los quales por una parte la mocedad los combida y por otra la honestidad ge los niega; y, en los tales, los tales vicios son muy peligrosos, en especial si no tienen sabios que para salir dellos les den buenos consejos; porque con la tierna edad no los saben refrenar y por la mucha libertad no se los osan castigar. Sin comparación, los príncipes tienen más necessidad de tener cabe sí sabios para aprovecharse de sus consejos que no ninguno de todos los otros sus súbditos; porque como están en el miradero de todos para mirar, tienen menos licencia que ninguno de su reyno para errar; ca si [316] miran a todos y tienen licencia de juzgar a todos, sin licencia ellos son de todos mirados y aun juzgados. Mucho deven parar mientes los príncipes de quién fían la governación de sus reynos, a quién encomiendan sus exércitos, con quién embían las embaxadas a tierras estrañas, de quién fían el coger y guardar de sus thesoros, pero mucho más deven mirar y examinar a los que eligen por sus privados y consejeros; porque qual fuere la compañía que el príncipe tuviere en su consejo y casa, tal será la fama que tendrá en la tierra estraña y en la república propria. Si contra su voluntad oyen y saben cada día los príncipes la vida de todos los que residen en su república, ¿por qué de su voluntad no examinarán y corrigirán a su casa? Sepan los príncipes, si no lo saben, que de la limpieza de sus criados, de la providencia de sus consejos, de la cordura de su persona y de la orden y concierto de su casa depende todo el bien de la república; porque es impossible estando en el árbol las raýzes secas veamos en las ramas verdes las hojas. [317]
Capítulo XLIV
Cómo el Emperador Theodosio a la hora de la muerte proveyó que sus hijos Arcadio y Honorio fuessen con hombres sabios criados; y de lo que passó entre el ayo destos dos príncipes y un philósopho; y pónense aquí diez géneros de hombres viciosos que han de ser de las casas de los príncipes alançados.
Ignacio, el historiador, cuenta, en el libro que compuso De los dos Theodosios, y de los tres Arcadios, y quatro Honorios, que el primero y gran Theodosio, teniendo edad de cincuenta años y aviendo governado el imperio xi, queriéndose morir como de hecho murió, llamó a Arcadio y a Honorio, sus dos fijos, y dióles a Estellicón y a Rufino por ayos y por governadores de sus estados y señoríos. Ante que muriesse el padre ya avía criado césares a los hijos; y a la verdad los moços no tenían más de cada xvii años; y parecióle al viejo que aún no estavan maduros para governar tantos y tan grandes reynos; y a esta causa les dio tales tutores y ayos. No es regla general ésta: en que si uno ha xxv años tenga más prudencia para governar los reynos que no otro de xvii años, ca cada día lo vemos que aprovamos y loamos x años de uno, y reprovamos y maldezimos xl años en otro. Muchos príncipes ay que, si son en la edad tiernos, son en el seso maduros; y por contrario ay otros príncipes que son en la edad ancianos y son en el seso muy tiernos. Quando murió el buen Emperador Vespasiano, competían sobre el Imperio Tito, su hijo, y otro senador viejo; y a Tito no tachavan otra cosa sino que era muy moço; y, como llegassen a votar sobre el caso, dixo el senador Rogerio Patroclo en el Senado: «Para mí, más quiero príncipe moço y cuerdo que no príncipe viejo y loco.» [318] Tornando, pues, al propósito de los hijos de Theodosio, Estellicón, que fue el ayo de Arcadio, hablando un día con un philósopho griego y muy sabio que avía nombre Epimundo, díxole: Ya sabes, Epimundo, que tú a mí y yo a ti nos conocemos; y cómo en el palacio del Emperador Theodosio, mi señor, nos criamos; y cómo él es muerto y nosotros vivimos; y quánto fuera mejor que él viviera y nosotros muriéramos; porque para ser criados de príncipes ay muchos, pero para ser príncipes buenos ay muy pocos. Yo no siento otro mayor trabajo en este mundo que es conocer a muchos príncipes en su reyno; porque el hombre que ha visto muchos príncipes en su vida, ha visto muchas novedades y tribulaciones en la república. Ya sabes que quando murió Theodosio, mi señor, me dixo estas palabras, y aun las palabras yvan acompañadas de sospiros y bañadas en lágrimas: «¡O!, Estellicón, ya vees que muero y estoy para el otro mundo de camino, do tengo de dar estrecha cuenta de todos los reynos que he tenido a cargo; y a esta causa, quando pienso en mis pecados, tengo gran temor, pero quando pienso en la misericordia de Dios, tengo muy mayor esperança. Justo es que esperemos en su misericordia, pero también es razón que temamos su rigurosa justicia; porque a la verdad no se sufre en la ley christiana vivir como vivimos los príncipes en este mundo con tanto regalo y después sin hazer más penitencia esperemos yrnos derechos al Paraýso. De que pienso los muchos beneficios que de Dios he recebido; de que pienso los muchos pecados que he hecho; de que pienso los muchos años que he vivido; de que pienso lo poco que he aprovechado; de que pienso quán inútilmente he gastado el tiempo, por una parte no me querría morir porque he miedo, y por otra parte no querría más vivir pues ya no aprovecho. El hombre de mala vida, ¿para qué quiere más vida? Ya mi vida es acabada, y el tiempo es muy breve para tomar emienda della. E pues Dios no quiere sino el coraçón contrito, de todo coraçón me arrepiento, y de su justicia para su misericordia [319] apelo; porque según nuestra gran culpa para darnos su eterna gloria, mucho ha Dios de poner de su casa. E protesto que muero en la Sancta Fe Cathólica, y encomiendo a Dios mi ánima, y encomiendo mi cuerpo a la tierra, y a vosotros, Estellicón y Rufino, mis fieles criados, os encomiendo a mis muy caros hijos; porque en esto se vee ser grande el amor de los hijos, en que entre los dolores de la muerte no puede el padre olvidarlos. En este caso una sola cosa os amonesto, una cosa os pido, una cosa os ruego y una cosa os mando; y es que con mis hijos no ocupéys los coraçones en aumentar sus reynos, sino que pongáys los ojos en darles buenos criados; porque sólo de tener comigo hombres virtuosos y sabios alcancé y substenté tantos y tan grandes reynos. Gran bien es que tenga el príncipe capitanes fuertes para la guerra, pero sin comparación es mayor bien tener hombres sabios en su casa; porque al fin la victoria de la batalla consiste en las fuerças de muchos, pero la governación de la república a las vezes se fía del parecer de uno.» Estas tan lastimosas palabras me dixo mi señor Theodosio. Dime, Epimundo, ¿qué haría agora yo para cumplir su mandamiento?, porque no llevava él en su coraçón cosa más atravessada que pensar si sus hijos avían de perder o aumentar la república. Tú, Epimundo, eres griego, tú eres philósofo, tú eres cuerdo, tú eres antiguo criado, tú eres mi fiel amigo; pues por cada una destas cosas eres obligado a darme un sano consejo; porque muchas vezes le oý dezir a Theodosio, mi señor, que no se podía llamar sabio el que tuviesse ni rebolviesse muchos libros, sino el que supiesse y diesse sanos consejos. Respondió a estas palabras el philósopho Epimundo: Ya sabes tú, señor Estellicón, que los antiguos y grandes philósophos nos dexaron por doctrina que los verdaderos philósophos han de ser muy breves en palabras y muy cumplidos en las obras; porque de otra manera parlar mucho y obrar poco más es de hombre tyrano que no [320] de philósopho griego. El Emperador Teodosio fue señor tuyo y fue amigo mío, y digo amigo a causa que es libertad del philósopho griego a ningún superior reconocer vassallazgo; porque no puede tener verdadera sciencia el que para reprehender los vicios tiene cerrada la boca. Una cosa me contentó de Theodosio sobre quantos príncipes uvo en el Imperio Romano, y es que sabía y hablava muy bien de todos los negocios, y tenía muy gran promptitud en la execución dellos; ca todo el daño de los príncipes está que en blasonar de los vicios y virtudes son muy zelosos, y en castigar y executarlos son muy tibios; porque los tales príncipes ni saben permanecer en la virtud que loaron, ni menos resistir al vicio que vituperaron. Yo confiesso que Theodosio fue justiciero, fue piadoso, fue magnánimo, fue sobrio, fue esforçado, fue verdadero, fue zeloso, fue agradescido; finalmente en todas las cosas y en todos los tiempos fue bien fortunado; porque los príncipes virtuosos y venturosos muchas cosas les acarrea fortuna como ellos las querían y otras vezes muy mejor que ellos las pensavan. Presupuesto que es verdad como es verdad que a Teodosio le fueron siempre prósperos los tiempos, estoy en duda si se continuará esta prosperidad en la sucessión de los hijos; porque es tan mudable la prosperidad mundana, que morando con uno solo haze mil mudanças cada momento (quanto más obligarse a permanecer con el segundo eredero). De cavallos castizos suelen salir potros indómitos y rixosos; y assí de padres virtuosos suelen nascer fijos mal disciplinados; porque los tristes hijos eredan de sus padres lo peor, que es la hazienda, y quedan deseredados de lo mejor, que es la nobleza. Lo que siento en este caso, assí del padre muerto como de los hijos vivos, es que Theodosio de hecho fue muy virtuoso, y los hijos tienen habilidad para seguir lo bueno y lo malo, y por esso es necessario que desde agora los pongas en el camino; porque gran peligro tiene el príncipe moço quando desde la mocedad echa por el camino aviesso. Hablar en particular de Arcadio y de Honorio, hágote saber, Estellicón, que es escusado pensar que en ello yo tengo de [321] gastar tiempo; porque las cosas de los príncipes son muy delicadas, y, si tenemos licencia de loar sus hazañas, tenemos obligación a dissimular sus culpas. Como padre sabio rogóte Theodosio que diesses a sus hijos buena compañía, pero yo como amigo te aviso que los guardes de mala; porque al fin al fin acompañarse con malos y despegarse de buenos todo es malo, pero mayor mal se nos sigue de la presencia de los malos que no de la absencia de los buenos. Ya puede ser que esté uno solo y sin compañía de buenos, y con esto sea bueno; pero estar uno acompañado de malos y que con esto sea bueno, yo lo tengo por dudoso; porque el día que se acompaña uno de viciosos, aquel día se obliga estar subjeto a los vicios. ¡O!, Estellicón, pues desseas tanto cumplir lo que te mandó tu señor Theodosio, si no pudieres hazer que Arcadio y Honorio agora que son príncipes moços se acompañen con buenos, a lo menos desvía de su compañía a los malos; porque en las cortes de los príncipes no son otra cosa los hombres viciosos sino unos solicitadores que tiene allí el mundo a que soliciten los vicios. Quántos solicitadores de diversas naciones emos visto tú y yo en Roma, los quales, olvidados los negocios de sus señores, solicitavan para sí vicios y plazeres. Qué tales ayan sido en los tiempos passados los criados de los príncipes, esto yo no lo quiero dezir; pues qué tales ayan de ser cualquiera lo osará declarar. Solamente te quiero dezir no de los que con los príncipes han de privar, sino de aquéllos que aun en las casas reales no avían de vivir; porque los criados y privados de los príncipes avían de ser tan justos, que ni hallasse una tigera qué cortar de su vida, ni tuviesse necessidad de dedal y aguja para remendar su fama. Si tú, Estellicón, has oýdo lo que he dicho, oye agora lo que te quiero dezir y encomiéndalo a la memoria, que por ventura te aprovechará algún día. En casa de los príncipes no deven estar, ni menos privar, hombres sobervios; porque gran inconveniente es que priven con el príncipe los que ni tienen dulces palabras para mandar ni tienen blando coraçón para ser mandados. [322] En casa de los príncipes no deven estar, ni menos privar, hombres embidiosos; porque si entre los privados del príncipe reyna embidia, siempre avrá dissensión en su casa y república. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres yracundos; porque muchas vezes acontesce que de ser los privados mal sufridos vienen a que los pueblos del príncipe estén descontentos. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres avaros ni codiciosos; porque gran ocasión es para que los príncipes no sean de sus pueblos amados ver que sus criados siempre tienen abiertas las manos a recebir servicios. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres carnales; porque lleva tan poca emienda el vicio de la carne, que el privado que con infamia está totalmente de la carne vencido, siempre a su príncipe avía de ser sospechoso. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres voraces ni glotonos; ca como los privados principalmente ayan de servir a sus príncipes de buenos consejos, por cierto (y aun a mi parecer), el hombre después de muy harto, más ábile estará para dar un regüeldo indigesto que no para dar un consejo maduro. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres blasphemos; porque el criado que se atreve a blasphemar de su Criador en público, muy mejor porná la lengua en su príncipe de secreto. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres perezosos ni regalados; porque después de la Providencia divina no ay cosa que más ayude a ser los príncipes poderosos que ser sus criados y privados fieles y solícitos. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres infames; porque no se puede escusar el príncipe que no le redarguyan de culpa quando sostiene en su casa real algún criado infame de pública infamia. En casa de los príncipes no deven estar, ni privar, hombres ydiotas y simples; porque no se pierden los reynos [323] porque sus príncipes sean moços, sean sueltos, sean viciosos, sino porque son simples, son maliciosos y son viciosos sus consejeros. ¡Hay, hay, hay de la tierra do el señor es vicioso, el súbdito bullicioso, el criado cobdicioso y el que da los consejos es simple y malicioso!; porque entonces se acaba de perder la república, quando ygnorancia y malicia reyna en el governador della. Éstas son las palabras que passaron entre sí el noble cavallero Estellicón y el philósopho Epimundo sobre la criança de los príncipes Archadio y Honorio. Y porque vean los juezes y perlados que agora tienen cargo de governar pueblos en quánto los antiguos tenían tener cabe sí sabios, no obstante lo dicho, quiero traer aquí algunos notables y antiguos exemplos. [324]
Capítulo XLV
Cómo Creso, rey de los lidos, fue muy amigo de sabios, y de una carta que escrivió al philósopho Anatharso, y de otra carta que le responde el mismo philósopho; y de siete géneros de hombres viciosos que los príncipes tienen en sus casas, por los quales no es honesto a los hombres sabios morar en ellas.
En el año de la creación del mundo de quatro mil ccclv, en la tercera edad del mundo, siendo rey de los assirios Sardanápalo, y siendo rey de los ebreos Ozías, y siendo pontífice del templo el santo Elchías, y siendo viva Rea, madre que fue de Rómulo, en el segundo año de la primera Olimpiada, tuvo principio el grande y muy famoso reyno de los lidos. Según dize Plinio, libro v Naturalis Historie, Lidia es en Asia la menor, y llamóse primero Meonia, después se llamó Lidia y agora se llama Morea. Este reyno de los lidos tuvo ciudades muy insignes, conviene a saber: a Épheso, a Cholofoir, a Calzomena y a Phorca. El primero rey de los lidos fue Ardisio, varón de gran ánimo y de nación griego, y reynó xxxvi años; el ii rey fue Aliaces, y reynó xiiii años; el iii rey fue Meleo, y reynó xii años; el iiii rey fue Candanle, y reynó iiii años; el v rey fue Gingio, y reynó v años; el vi rey fue Cerdo, y reynó vi años; el vii rey fue Sadiates, y reynó xv años; el viii rey fue Aliates, y reynó xlix años; el ix rey fue Creso, y reynó xv años. Deste rey Creso cuenta Xenophón que fue más esforçado en las cosas de la guerra que no dispuesto en su persona, aunque era coxo de un pie, tuerto de un ojo, en la cabeça no tenía pelo y en el cuerpo le faltava muy poco para ser enano. Junto con esto, fue este rey Creso hombre muy justo, muy [325] verdadero, muy magnánimo, muy piadoso, muy esforçado y, sobre todo, muy enemigo de los ignorantes y muy amigo de los sabios. Deste rey Creso dize Séneca en el libro De clemencia que fue tan amigo de sabios, que los griegos, en los quales estuvo la fuente de la eloqüencia, le llamavan no amador, sino enamorado de sabios; porque jamás hombre enamorado hizo tanto por alcançar una dama, quanto él hazía por traer un sabio a su tierra. Siendo, pues, este rey Creso señor de muchas bárbaras naciones, las quales eran más amigas de bever sangre de innocentes que no de aprender sciencias de hombres prudentes, acordó Creso como excellente príncipe para la consolación de su persona y para el remedio de la república buscar todos los mejores sabios que avía en la Grecia. En aquellos tiempos florecía el muy famoso philósopho Anatharso, el qual, aunque avía nascido entre los scithas, residía en Athenas; porque en la academia de Athenas no reprochavan a los que eran bárbaros, sino a los que eran viciosos. A este filósofo Anatharso embió el rey Creso un embaxador no con poca auctoridad y riqueza a persuadirle, a combidarle, a rogarle y aquellos dones presentarle para que tuviesse por bien de venir a ver su persona y dar orden en la reformación de su república. El rey Creso, no contento con los muchos dones que le embiava y con lo que por su embaxador le ofrescía, de su propria mano le escrivió esta carta. Carta del rey Creso al philósopho Anatharso Creso, rey de los lidos, a ti, Anatharso, el gran philósopho que resides en Athenas, salud a tu persona y aumento de virtud te desea. En esto verás quánto te amo, en que sin verte ni conocerte te escrivo; porque las cosas que por los ojos no han sido vistas pocas vezes del coraçón son amadas de veras. Si tuvieres en poco, como a la verdad es poco, los dones que te embío, ruégote tengas en mucho el ánimo y voluntad con que te los embío; porque los coraçones generosos no lo que les dan, sino lo que les dessean dar reciben. Yo desseo corregir esta tierra bárbara, yo desseo ver emendada la república, [326] yo desseo algún exercicio bueno para mi persona, yo desseo dar otra orden de la que ay en mi casa, yo desseo comunicar con un sabio algunas cosas de mi vida; y ninguna de todas estas cosas se pueden hazer sin tu presencia; porque jamás se hizo cosa buena si no anda de por medio la sabiduría. Yo soy tuerto, yo soy coxo, yo soy pelado, yo soy contrahecho, yo soy enano, yo soy negro, yo soy corcobado; finalmente entre los hombres yo soy monstruo. Pero todas estas fealdades públicas no igualan con otra fealdad que me queda secreta, conviene a saber: que soy tan desdichado, que no tengo comigo un philósopho; porque no ay igual fealdad ni torpedad en el mundo como es no tener compañía o conversación con un hombre sabio. Téngome por muerto, aunque a los simples parezco bivo, y es la causa de mi muerte que no tengo comigo ningún sabio; porque a la verdad sólo aquél vive entre los vivos que está rodeado de sabios. Mucho te ruego que vengas, y por los immortales dioses te conjuro de venir no te escuses; y, si no lo hizieres por lo que yo te ruego, hazlo porque eres obligado; porque muchas vezes condescienden los hombres a hazer aquello que aun no querrían oýr más por cumplir con la nobleza propria que no por satisfazer con la demanda agena. Creerás y tomarás lo que mi embaxador de mi parte te diere y te dixere allá, y por esta mi letra te prometo que, venido acá, seas despensero de mis thesoros, único consejero en mis negocios, secretario de mis secretos, padre de mis hijos, reformador de mis reynos, ayo de mi persona, caudillo de mi república; finalmente Anatharso será Creso porque Creso sea Anatharso. No digo más sino que los dioses sean en tu guarda, y a essos dioses ruego encaminen tu venida etc. Partióse el embaxador para Athenas llevando consigo esta carta y mucho oro y joyas; y acaso estava Anatharso leyendo en la achademia, y el embaxador díxole allí en público la embaxada, y presentóle los dones, y diole la carta, de lo qual estavan todos espantados en la academia; porque los príncipes bárbaros no buscavan philósophos para governar la república, sino para quitarles la vida. El gran philósopho Anatharso, oýda la embaxada, y vistos los dones, y rescebida la carta, sin [327] mostrar mudança en el rostro, ni elación en la persona, ni turbación en la lengua, ni cobdicia en la riqueza, luego allí delante todos los philósophos dio por palabra la respuesta, y conforme a ella escrivió de su propria mano esta carta. Carta del filósofo Anatharso para el rey Creso Anatharso, el menor de los philósofos, a ti, Creso, el mayor y más poderoso rey de los lidos, la salud que le desseas y el aumento de virtud que le embías te embía. Muchas cosas nos dizen acá assí de tu reyno como de ti, y muchas cosas os dizen allá assí de nuestra achademia como de mí; porque mucho se ceva el coraçón umano en saber las condiciones y vidas de todos los del mundo. Dessear y procurar de saber todas las vidas de los malos para emendar las nuestras es bueno; dessear y procurar de saber las vidas de los buenos para imitarlas es muy bueno; pero, ¿qué haremos?, que los malos no dessean oy saber las vidas de los malos sino para encubrirlos, y no dessean saber la vida de los buenos sino para perseguirlos. Hágote saber, ¡o!, rey Creso, que los philósophos de Grecia no sienten tanto trabajo en ser virtuosos quanto sienten en defenderse de los malos; porque a la virtud, si le hazéys rostro, luego de vos se dexa tomar; pero el malo, por beneficios que le hagan, jamás se dexa vencer. Bien tengo yo creýdo que no es tan grande la tyranía de tu reyno como dizen acá, ni tampoco has tú de creer que soy yo tan virtuoso como te informan allá; porque a mi parescer los que cuentan nuevas de tierras estrañas son como los pobres que traen las ropas muy remendadas, que son más los remiendos que añaden de viejo que no el paño que tienen suyo proprio. Guárdate, rey Creso, y no seas tú como son los príncipes bárbaros, que tienen buenos dichos y malos hechos, porque quieren encubrir con dulces palabras la infamia de sus malas obras. No te maravilles de que nosotros los philósophos huyamos de vivir con príncipes que tienen cargo de regir reynos; ca los príncipes malos en sus casas no quieren tener sabios sino para escusa de sus yerros, porque haziendo (como hazéys) las cosas de [328] hecho y no de derecho, queréys que piense el vulgo las hezistes por consejo del sabio. Hágote saber, rey Creso, que el príncipe que dessea regir muy bien su pueblo no se ha de contentar con tener en su casa solamente un sabio; porque no es justo que la governación de muchos se fíe del parecer de un solo. Tu embaxador lo dixo por palabra, y lo mismo suena tu carta: que has sabido cómo a mí me tienen por hombre sabio en toda la Grecia, y que (esto presupuesto) me ruegas tenga por bien de yr a governar tu república. Y por otra parte en hazer lo que hazes me condenas por ydiota, porque pensar tú que yo avía de tomar tu oro, no era otra cosa sino motejarme de necio. Ésta es la suprema prueva del que es verdadero philósopho, conviene a saber: si es verdadero menospreciador de las cosas del mundo; porque jamás se compadecieron la libertad del ánima y la solicitud de los bienes desta vida. ¡O!, rey Creso, hágote saber que no se llama sabio el que sabe más de los cursos del cielo, sino el que sabe menos de las cosas del mundo; porque el verdadero philósopho más provecho halla en ygnorar lo malo que no en aprender lo bueno. Hágote saber que yo tengo edad de sesenta y siete años, en los quales jamás reynó en mí yra si no fue quando me dieron tu embaxada y a mis pies vi puesta tanta riqueza; porque aquel hecho arguyó o que en ti faltava la cordura o que en mí sobrava la cobdicia. Aý te torno a embiar el oro que me embiaste, y tu embaxador te dirá como testigo de vista en qué manera tu oro escandalizó a toda la Grecia, ca jamás fue oýdo ni visto en la achademia de Athenas entrar oro; porque a los philósophos de Grecia no sólo tener riquezas les pornían culpa, mas aun mostrar dessearlas les sería infamia. ¡O!, rey Creso, si no lo sabes, es razón que lo sepas: que en los estudios de Grecia no aprendemos a mandar, sino a ser mandados; no a hablar, sino a callar; no a resistir, sino a obedecer; no adquerir mucho, sino contentarnos con poco; no a vengar offensas, sino a perdonar injurias; no a tomar lo ageno, sino a dar lo nuestro proprio; no a ser honrados, sino trabajar de ser virtuosos; finalmente deprendemos a aborrecer lo que los otros aman, que es la riqueza, y aprendemos a [329] amar lo que los otros aborrecen, que es la pobreza. O tú pensavas que aquel oro yo lo avía de recebir, o no. Si pensaste que yo recibiera tu oro, justo fuera que después tú no me recibieras en tu palacio; porque el hombre cobdicioso gran infamia es que sea al príncipe acepto. Si pensaste que no lo avía de recebir, no fueste cuerdo en tomar trabajo de me lo embiar; porque nunca los príncipes deven emprender tales cosas en que piensen que los súbditos les han de perder la vergüença en ellas. Cata, rey Creso, que aprovecha poco buscar con diligencia al médico y después no hazer cosa de lo que por él es ordenado. Quiero dezir que no aprovechará, mas ante dañará, yr yo a tu república y después no hazer lo que yo ordenare en ella; porque gran daño se sigue con xaropes alterar los humores si después no toman la purga para alançarlos. Por remediar esse tu reyno bárbaro y por satisfazer a tu buen desseo, yo determinaré de condecender a tu ruego y cumplir tu mandamiento, con tal que de las cosas siguientes tú me hagas seguro; porque no ha de hazer el labrador la sementera, si primero no tiene la tierra bien barbechada. Lo primero, has de perder la mala costumbre que tenéys los reyes bárbaros, conviene a saber: en athesorar y no gastar los thesoros; porque todo príncipe que es muy cobdicioso de thesoro es impossible sea capaz de buenos consejos. Lo segundo, has de desterrar no sólo de tu casa, mas aun de tu corte, a todos los hombres lisongeros; porque el príncipe que es amigo de lisonjas necessario es que sea enemigo de verdades. Lo tercero, has de dexar la guerra injusta que agora tienes con los de Corintho; porque todo príncipe que es amigo de guerra estraña forçado ha de ser enemigo de la paz de su república. Lo quarto, has de despedir de tu casa y compañía a todos los juglares y maestros de farsas; porque el príncipe que mucho se ocupa en cosas de burlas, al tiempo del menester mal se aplicará a las cosas de veras. Lo quinto, has de proveer que todos los perezosos y vagabundos de tu persona sean desprivados y de tu casa despedidos; porque ociosidad y pereza crudos enemigos son de la sabiduría. [330] Lo sexto, has de apartar y desterrar de tu Corte y Casa a todos los hombres bulliciosos y mentirosos; porque quando en la casa del príncipe se sufre tratar mentiras, es señal que el rey y el reyno van de caýda. Lo séptimo, has de prometer que en todos los días de tu vida no has de importunarme que reciba ninguna cosa, ca el día que tú me corrompieres con dones será necessario corromperte yo con malos consejos; porque no ay sano consejo sino el del hombre que no es cobdicioso. Si con estas condiciones el rey Creso quisiere al philósopho Anatharso, el philósopho Anatharso querrá la compañía del rey Creso; y si no, más quiero ser discípulo de philósophos que no rey de bárbaros. Vale, felix rex. Quánta fue la humanidad y bondad de aquel príncipe Creso en humillarse a escrivir a un pobre philósopho, y quán grande fue el ánimo del philósopho en menospreciar el oro y dezir lo que dixo sobre aquel caso, no es necessario lo escriva mi pluma, pues lo manifiesta su letra. Noten, pues, aquí los príncipes qué tales han de ser los sabios que han de elegir, y noten aquí los sabios con qué condiciones en las casas de los príncipes han de entrar; porque ésta es una venta en la qual pocas vezes una de las partes no se halla engañada. [331]
Capítulo XLVI
Quién fue Phálaris el tyrano, y cómo fue muy sabio, y cómo mató a un artífice porque inventó un género de tormento, y de las sentencias que dixo en sus epístolas, y cómo fue muy gran amigo de sabios, y de una carta que escrivió a un philósopho que le motejó de tyrano.
En el año último del reyno de los latinos, y en el primero año del reyno de los romanos, siendo rey de los hebreos Ezechías, y siendo pontífice en el templo sancto Azarías, y siendo propheta en Judea Abacuc, y siendo rey en Babylonia Merodach, quando los lacedemonios fundaron a Bizancio, fue el muy famoso tyrano Phálaris. Deste Phálaris dize Ovidio que fue hombre muy feo en el rostro, en los ojos vizco, y de tener riquezas muy cobdicioso, y en todas las cosas que prometía era fementido, con sus amigos era ingrato, y con sus enemigos crudelíssimo; finalmente fue tal, que las tyranías que estavan en otros a pedaços se hallaron en él juntas. Entre todas las iniquidades que inventó, y entre todas las tyranías que obró, tuvo este tyrano una virtud muy grande, y fue que, assí como fue único tyrano entre todos los tyranos, assí fue único amador y amigo de philósophos y hombres sabios. No se halla que, en xxxvi años que tyranizó este tyrano, alguna persona llegasse a su barba, ni con él comiesse a su mesa, ni a solas le hablasse palabra, ni menos durmiesse en su cama, ni tampoco en su cara viesse alegría, si no era algún philósopho o hombre muy sabio, del qual liberalmente él fiava la hazienda y el cuerpo. Dizen que dezía muchas vezes este Phálaris: «El príncipe que sacude de sí sabios y se dexa acompañar y [332] tratar de necios, dígole que, si es príncipe de su república, es crudo tyrano de su persona; porque mayor trabajo es vivir entre simples que no morir entre sabios.» Publio, libro vi De gestis romanorum, dize que un pintor famosíssimo presentó al Emperador Octavio una tabla, en la qual estavan todos los príncipes virtuosos, y al mismo Octavio por príncipe dellos, y al pie de la tabla estavan todos los tyranos, y a Phálaris por capitán de ellos. Vista por Octavio la tabla, loó la pintura y no aprovó la invención della, diziendo: «No me parece cosa justa que a mí, siendo como soy vivo, me pongan por cabeça de todos los virtuosos que son muertos; porque durante el tiempo desta triste vida siempre estamos subjectos a los vicios desta carne flaca. También me parece cosa injusta que a Phálaris pongan por príncipe de todos los tyranos, pues fue verdugo de necios y fue tan gran amador de philósophos.» Como fuesse muy pública la fama por toda Grecia de las crueldades que hazía Phálaris, un vezino de Athenas llamado Perilo, varón subtilíssimo en labrar metales, vínose para Phálaris, diziendo que él le haría un género de tormento en que quedasse su coraçón bien vengado y el hombre reo bien castigado. Fue el caso que aquel artífice hizo un toro de cobre, y en él una puerta por do metiessen al hombre culpado, y, puesto huego debaxo, el toro dava bramidos como si fuera bivo; lo qual era no sólo acérrimo tormento al mísero que lo passava, mas aun ponía gran pavor a los que lo miravan. No nos maravillemos de lo uno ni de lo otro, porque a la verdad el coraçón piadoso y que en crueldades no está encarniçado, tanta piedad tiene de ver padecer a otro como del dolor y tormento que padece él mismo. Visto, pues, por Phálaris la invención del tormento, de la qual esperava su inventor supremo premio, proveyó que al mismo que inventó el tormento metiessen dentro del toro, y que aquella crueldad en él y no en otro fuesse esperimentada. No se mostró, por cierto, Phálaris en este caso crudo tyrano, sino príncipe clementíssimo y philósopho muy sabio; porque no pudo ser cosa más justa que la invención de su malicia se executasse en su carne flaca. A fama que Phálaris era gran amigo de sabios, por muchas vezes le vinieron a ver de Grecia philósophos, y eran muy [333] humanamente dél tratados, aunque a la verdad ellos más se aprovechavan de la hazienda dél que no él de la philosophía dellos. Este tyrano Phálaris no sólo fue de los sabios muy amigo, mas aun él mismo fue muy docto, especial en la philosophía moral fue muy doctrinado, lo qual pareció bien en las epístolas que escrivió de su mano, aunque no en la vida que hizo de tyrano; porque no sé en quál se mostró mayor, o en las sentencias y doctrina que escrivió con su péñola, o en las muertes y crueldades que hizo con su lança. ¡O!, quántos compañeros tuvo en este caso Phálaris, el tyrano, en los tiempos passados, y oxalá no tenga agora algunos en el tiempo presente, los quales en sus dulces palabras no parecen sino al Emperador Nero. Nunca he leýdo otra cosa de los passados, ni he visto de los presentes, sino a muchos que blasonan de las virtudes, y a infinitos que se van en pos de los vicios; porque a la verdad en la lengua somos muy sueltos y en la carne somos muy flacos. Las epístolas que escrivió este Phálaris a todos son manifiestas, digo a los que saben griego o latín, y para los que no lo saben he querido sacar estas sentencias dellas en nuestro vulgar, y esto a fin de dos cosas: la una, para que vean los príncipes quán buena cosa es ser sabios, y que aun los tyranos se preciavan de sabios y de dar buenos consejos; la otra, para que vean los plebeyos quán fácil cosa es bien hablar y quán difícil es bien obrar; porque no ay cosa en este mundo que valga tan barato como es el consejo. Las sententias, pues, de las epístolas de Phálaris son las siguientes, según por más breve y mejor estilo las podimos collegir etc. El particular amor que muestran los príncipes a unos más que a otros muchas vezes causan grandes alteraciones en sus reynos; porque de ser amado uno y de ser desprivado otro, de allí nasce el odio, y del odio nascen los malos pensamientos, y de los malos pensamientos proceden las embidias, y de las embidias vienen en malas palabras, y de malas palabras prorumpen en peores obras; finalmente el príncipe de admitir entre los yguales privança no es otra cosa sino poner fuego a la república. [334] Deven los príncipes prohibirlo, y los hombres cuerdos no consentirlo, en que los hombres bulliciosos no alboroten los pueblos pacíficos; ca, en levántandose un pueblo, luego despierta la cobdicia, crece la avaricia, cae por sí la justicia, enseñoréase la fuerça, reyna la rapina, anda suelta la luxuria, prevalecen los malos, son supprimidos los buenos; finalmente huelgan de vivir cada uno en perjuyzio de otro por encaminar las cosas a su provecho. Muchos hombres vanos levantan alborotos en los pueblos, pensando que a río buelto levantarán y aumentarán sus estados, los quales en breve espacio no sólo pierden la esperança de lo que buscavan, mas aun son desposseýdos de lo que antes tenían; porque no sólo es justo, pero es muy justíssimo, que conozcan los tales por esperiencia lo que no les dexó conocer su ciega malicia. Gran bien es para los pueblos que sus governadores no sean desdichados, sino que de su natural sean venturosos; porque a los príncipes bien fortunados muchas cosas les acarrea fortuna como ellos las quieren y otras les encamina mejor que ellos las piensan. Los príncipes generosos y valerosos, quando se veen con otros príncipes o se hallan en grandes auctos, deven mostrar la franqueza de su coraçón, la grandeza de su reyno, la preeminencia de su persona, el amor de su república, sobre todo la disciplina de su corte y la auctoridad y gravedad de su Consejo y Casa; porque los hombres sabios y curiosos no han de mirar en el príncipe las vestiduras de que anda vestido, pero han de mirar a los hombres de quien toma consejo. Los hombres cuerdos y que no son cobdiciosos, si emplearen sus fuerças en allegar thesoros, han de ocupar los coraçones en gastarlos; porque no ay hombre tan mal aventurado como el que no puede hazerse fuerça a gastar su dinero. Como la fortuna sea señora en todas las cosas, y a ella apliquen las buenas o malas obras, aquél sólo se puede llamar varón heroyco que por ningún revés de fortuna se da por vencido; porque a la verdad hombre es de grandíssimo ánimo aquél que la fuerça de la fortuna no le abaxa la fuerça del coraçón. [334] Si a uno loamos que tiene buena lança, no por esso le loaremos que tiene buena pluma; y si tiene buena pluma, no por esso tiene buena lengua; y si tiene buena lengua, no por esso tiene buena doctrina; y si tiene buena doctrina, no por esso tiene buena fama; y si tiene buena fama, no por esso tiene buena vida; porque de muchos somos obligados a recebir las doctrinas que escrivieron, mas no a imitar las vidas que hizieron. No ay peor oficio entre todos los oficios que es tomar cargo de castigar vicios ajenos, y por esso dél como de pestilencia deven huyr todos los hombres cuerdos, porque de reprehender los vicios más cierto se sigue odio al castigador que no emienda al que es castigado. Mucho bien tiene el hombre que buenos amigos tiene, ca muchos ayudaron a sus amigos quando pudieron, y ayudáranles más si más pudieran; porque el amor verdadero ni dexa de amar ni se cansa de aprovechar. Los hombres cuerdos, aunque ayan perdido mucho, no deven desesperar de alcançarlo en algún tiempo; porque al fin al fin los tiempos no dexan de hazer las mudanças que suelen, ni los amigos cesan de hazer las obras que deven. Los hombres superbos y orgullosos por la mayor parte siempre caen en malos casos, por esso les es loable medicina alguna vez ser perseguidos; porque la adversidad haze al hombre cuerdo que viva más seguro y aun que ande en menos peligro. Por mucho que escusemos al que cometió la culpa, no ay culpado ni culpa que no merezca pena; porque el tal, si la cometió con yra y de súbito, fizo muy mal; y si la cometió sobre pensado y con deliberación, hizo muy peor. Querer hazer todas las cosas por razón es bueno, pero llevarlas todas por orden también es bueno, pero es muy dificultoso; porque los hombres pesados miran tanto en compassar los negocios y ponen tantos inconvenientes en ellos, que jamás se determinan a determinarlos. Ser hombre en los negocios súbito o ser tardío son dos estremos peligrosos en el hombre que tiene govierno, pero destos dos el peor es el que es súbito; porque si por deliberar [336] tarde se pierde lo que se pudiera ganar, por determinarse presto se pierde lo ya ganado. De ser los hombres súbitos se les siguen cada día muchos daños; porque de ser el coraçón mal sufrido y tener el juyzio levantado vienen en pos del hombre alborotos, enojos, mudanças, variedades, y aun vanidades, que pierden la hazienda y ponen en peligro la persona. Como todos naturalmente dessean ser bienaventurados, aquél sólo se puede llamar felice entre todos los felices que con verdad se puede dél dezir que dio doctrina de bien bivir y dexó exemplo de bien morir. Estas y otras muchas sentencias y doctrinas puso el tyrano Phálaris en sus epístolas, de las quales se aprovechó Cicerón en todas sus obras, y no menos Séneca en sus Epístolas, y otros muchos en sus escripturas; porque este tyrano fue breve en las palabras y muy compendioso en las sentencias. Estando, pues, este Phálaris en su ciudad de Agrigentina, escrivióle una carta un philósopho de Grecia, motejándole y agraviándole su tyranía, a la qual carta él responde en esta manera. Carta de Phálaris tyrano para Popharco philósopho Phálaris Agrigentino, a ti, Popharco, el philósopho, salud y consolación en los dioses consoladores. Tu letra recebí aquí en Agrigentina y, aunque la carta venía algo satýrica, no recebí con ella pena; porque de los philósophos y sabios como tú no hemos de agraviar las palabras ásperas que nos dizen, sino hemos de considerar la intención con que nos las dizen. Los hombres enojosos y maliciosos quieren por peso y por medida las palabras, mas los hombres virtuosos y pacíficos no miran sino las intenciones; porque si cada palabra que nos dizen nos ponemos a desaminar, a nosotros daremos pena y en la república siempre pornemos cizaña. Yo soy tyrano y aún estoy en la tyranía, mas por los immortales dioses te juro que iamás me alteró palabra, ora fuesse mala, ora fuesse buena; porque si la dize un bueno, sé que la dize por mi castigo; si la [337] dize un loco, tómola por mi passatiempo. Escrívesme que está toda la Grecia escandalizada de mí de lo que suena allá; pues yo te fago saber que está toda Agrigentina edificada de ti de lo que se dize acá. Y que tengas tú tanta gloria y fama, no pequeña ocasión soy yo para tú alcançarla, porque si no fuessen tan aborrecidos los tyranos, no serían tan amados los philósophos. Tú eres tenido por bueno, y éreslo; y yo soy tenido por malo, y soylo. Pues a mi parecer ni tú te deves ensobervecer por lo uno, ni yo tampoco devo desesperar por lo otro; porque la jornada de la vida es larga y en breve espacio da en ella muchas bueltas fortuna, y ya puede ser que yo de tyrano me torne philósopho y tú de philósopho te tornes tyrano. Cata, amigo, que los largos tiempos muchas vezes hazen que la tierra se torne plata, y la plata y el oro se tornen escoria. Quiero dezir que jamás uvo tyrano en Sicilia ni en Agrigentina que primero no se criasse en la academia de Grecia. No quiero negar que todos los famosos tyranos se criaron en Sicilia, pero también no me negarás que nacieron en Grecia; pues mira quién tiene más culpa: la madre que los parió o la ama que los crió. Yo no digo que sería, pero digo que puede ser, que si yo estuviesse allá en Grecia, sería mejor philósopho que tú, y si tú residiesses aquí en Agrigentina, serías peor tyrano que yo. Querría mucho que pensasses cómo tú estás en Grecia, do podías ser mejor, y yo estoy en Agrigentina, do puedo ser peor; porque tú no hazes tanto bien como deves y yo no hago tanto mal como puedo. Acá vino el gran artífice Perilo y hizo un toro, y en él un género de tormento el más espantable del mundo, y a la verdad yo hize que lo que inventó su malicia supiesse él y no otro por esperiencia; porque no ay ley más justa que los artífices que inventaron arte de matar a otros hagamos que las esperimenten en sí mismos. Mucho te ruego me vengas a ver, y sey cierto que, aunque es grande mi tyranía para ser malo, es mayor tu philosophía para tornarme bueno; porque por buena señal la deve tener el médico quando el enfermo descubre su daño. No te digo más, sino que otra y otra vez te torno a importunar no dexes de me venir a ver, que al fin si no me aprovechare de ti, sey cierto que tú te aprovecharás de mí; y, ganando tú, no podré perder yo. Vale, felix. [338]
Capítulo XLVII
Cómo Philippo, rey de Macedonia, y el Magno Alexandro, y el rey Tholomeo, y el rey Antígono, y el rey Archelao, y Pirro, rey de los epirotas, fueron todos estos grandes amigos de sabios; y cómo se acompañavan y se aconsejavan con ellos; y de cinco cosas por que han de llorar los príncipes; y de tres cosas porque da gracia el rey Pirro a sus dioses.
Si Quinto Curcio no me engaña, Alexandro Magno, fijo que fue de Philippo, rey de Macedonia, no mereció este renombre de Magno porque tuvo más millares de hombres en su exército, sino porque tuvo más philósofos que los otros príncipes en su consejo. Jamás este gran príncipe emprendió guerra que primero por sus sabios y philósofos no fuesse en su presencia examinada la orden y manera que se avía de tener en ella. Y de verdad tenía razón, porque de solas aquellas cosas se ha de esperar próspero sucesso a las quales precedió largo y maduro consejo. Los historiadores que del Magno Alexandro escrivieron, assí griegos como latinos, no saben quál fue mayor en él: o la ferocidad con que hería en los enemigos o la humildad con que tomava los consejos. Caso que los sabios y philósofos que acompañavan a Alexandro eran en número muchos, pero entre todos ellos Aristótiles y Anaxarco y Onosíchrates fueron los sus tres más privados, y en esto se mostró ser muy cuerdo Alexandro; porque los príncipes prudentes han de tomar el consejo de muchos, pero después han de resumir con el parecer de pocos. No se contentava el Magno Alexandro con tener consigo muchos sabios y con embiar a visitar a los que no eran suyos, pero muchas [339] vezes él en persona yva a verlos y a visitarlos y a consejarse con ellos, diziendo que los príncipes de ser siervos de los sabios vienen a ser señores de todos. En los tiempos deste Magno Alexandre fue el philósopho Diógenes, el qual por ruegos ni por promessas jamás quiso no sólo vivir, mas aun ni yr a ver al Magno Alexandre, a cuya causa el Magno Alexandro le fue a ver, y como le rogasse con mucha instancia se quisiesse yr en su compañía, respondióle Diógenes: «O, Alexandro, pues tú quieres ganar honra en llevarme en tu compañía, no es justo yo la pierda en dexar mi achademia, porque, en siguiéndote a ti, tengo de dexar de seguyr a mí; y, en siendo tuyo, avía de dexar de ser mío. Tú has alcançado nombre de Magno Alexandro conquistando el mundo, y yo he alcançado nombre de buen philósopho huyendo del mundo. Y, si tú ymaginas que has acertado, yo pienso que no he errado; y, pues tú no quieres ser menos que Alexandro, no pienses que yo quiero perder la auctoridad de philósopho; porque no ay en el mundo ygual pérdida con perder hombre la libertad propria.» Oýdas por Alexandre estas palabras, dixo a los que estavan en torno dél a altas bozes: «Por los immortales dioses juro, y assí el dios Mars en las batallas rija mi mano, que, si no fuesse el rey Alexandro, querría ser Diógenes el philósopho.» Y dixo más: «A mi parecer, no ay agora otra ygual felicidad sobre la tierra que ser uno el rey Alexandre que mande a todos, o ser Diógenes el philósopho para mandar a Alexandro que manda a todos.» El Magno Alexandro, assí como tuvo por privados a unos philósophos mucho más que a otros, assí tuvo por familiares a unos libros más que a otros, en especial dizen que leýa mucho en la Elíada de Homero, que es libro do se trata la destrución de Troya, y que aquel libro y la lança y la espada ponía quando dormía a la cabecera. Philippo, rey de Macedonia, quando nasció su fijo el Magno Alexandre hizo dos cosas muy notables: la una fue que embió muchos y muy ricos dones a Delphos, a la ysla do estava el oráculo de Apolo, para que los presentassen en aquel templo porque tuviesse por bien de guardarle a su hijo; la otra cosa que hizo fue que luego escrivió una carta al gran philósopho Aristótiles, en la qual dezía estas palabras: [340] Epístola A ti, el philósopho Aristótiles, que lees en la gran Achademia de Grecia, Philippo, rey de Macedonia, salud y paz te dessea. Hágote saber que Olimpias, mi muger, ha parido un hijo, del qual parto ella y yo y toda Macedonia tenemos mucho gozo; porque gran plazer toman los reyes y los reynos quando nascen a los príncipes successores. Hago immortales gracias a los dioses, y he embiado a ofrecer grandes dones en los templos, y esto no tanto porque me dieron fijo, quanto por dármelo en tiempo de tan excelente philósofo. Yo espero que tú le criarás de tal manera, que por erencia será señor del mi patrimonio de Macedonia y por merecimiento será señor de toda Asia; de manera que le llamarán fijo mío y a ti llamarán padre suyo. Vale, felix, iterumque vale, ∧c. Tholomeo Socer, rey viii que fue de los egyptios, fue muy amigo de sabios, y assí de los sabios caldeos como de los philósophos griegos; y esto fue tenido a gran virtud a este rey Tholomeo, porque tan cruda enemistad avía entre los philósophos de Grecia y los sabios de Egypto, como entre los capitanes de Roma y los capitanes de Carthago. Fue este Tholomeo muy docto, y preciávase mucho de estar siempre de philósophos acompañado, y desta manera deprendió las letras griegas, latinas, caldeas, y aun hebraycas, a cuya causa como fuessen xi los reyes Tholomeos, y todos varones bellicosíssimos, a éste ponen por cabeça dellos, y esto no por las batallas que venció, sino por las sciencias que deprendió. Tuvo este rey Tholomeo por muy familiar suyo a un philósopho llamado Estelpón megarense, el qual fue deste príncipe tan amado, que, dexadas aparte todas las mercedes y favores que le hazía, no sólo comía con el rey a la mesa, mas aun muchas vezes el rey le dava a bever lo que sobrava de su copa. Y como los favores que dan los príncipes a sus criados no sean sino un despertador para citar a los maliciosos, acaeció que como este rey estando cenando diesse lo que le sobró de la copa para que beviesse el philósopho, no lo pudiendo sufrir un cavallero egypcio, dixo al rey Tholomeo: «Pienso, señor, que [341] por dexarlo para el philósopho Estelpón nunca te hartas de bever, y también pienso que él jamás mata la sed esperando lo que tú le has de dar.» Respondióle el rey Tholomeo: «Bien dizes que Estelpón no se harta con lo que yo le doy, porque no le haze a él tanto provecho bever lo que sobra de mi copa, quanto provecho haría a ti bever lo que a él sobra de philosophía.» El rey Antígono fue uno de los famosos criados que tuvo el Magno Alexandro, el qual después de su muerte eredó muy gran parte de su imperio; ca el Magno Alexandro quan fortunado fue en la vida, tan infelice fue en la muerte, porque no tuvo hijos que le heredassen la hazienda y tuvo criados que le destroçaron la fama. Fue este rey Antígono hombre muy perdido y en todos los vicios fue muy estremado, pero junto con esto fue de philósophos muy amigo, y esto avíale quedado de la criança del Magno Alexandro, la casa del qual no era sino una escuela de todos los philósophos del mundo. De este exemplo se puede colegir quánto bien hazen los príncipes en hazer que sus criados sean bien doctrinados y enseñados; porque no ay ninguno tan malo ni tan mal inclinado que no se le apegue algo de lo bueno que aprendió quando era niño. Este rey Antígono tuvo gran amistad con dos philósophos que florescían en aquellos tiempos, conviene a saber: Amenedeo y Abión, de los quales dos el Abión era muy docto y en estremo pauperríssimo; porque en aquella edad antigua ningún philósofo osara leer públicamente philosophía si tuviera un real de hazienda. Según dize Laercio, y muy mejor lo trae Publio, libro v De dogmatibus grecorum, estavan tan corregidas las academias de Athenas que el philósopho que más sabía, aquél menos tenía; y el que menos tenía, aquél en más le tenían; de manera que no se gloriavan sino de tener poca hazienda y saber mucha philosophía. Fue el caso que este philósopho Abión enfermó de grave enfermedad, y el rey Antígono embióle a visitar con su proprio hijo, e juntamente con él embióle mucho dinero, porque su vida era conforme a su doctrina, ca vivía en muy estrecha pobreza según convenía a los professos [342] en philosophía. Abión era muy viejo, era muy enfermo, y aquella enfermedad le tenía ya al cabo, de manera que se le acabava el sevo de la carne flaca, pero todavía ardía en él el pavilo de la buena vida. Quiero dezir que no menor ánimo tuvo en menospreciar aquellos dones que el rey Antígono tuvo generosidad en embiárselos. No contento este philósopho con averlo todo menospreciado, dixo al hijo del rey Antígono que le llevava el dinero: «Di al rey Antígono que le agradezco mucho el buen tratamiento que me hizo en la vida y los dones que agora me embiava en la muerte; porque no deve más un amigo a otro amigo de ofrecerle la persona y partir con él la hazienda. E dile al Rey, tu padre, que, pues setenta y cinco años he andado el camino desta vida desnudo, ¿por qué me quiere cargar agora de ropa ni de oro al tiempo de passar tan estrecho piélago como es salir de este mundo? Los egipcios suelen a sus camellos aliviarlos de la carga para passar los desiertos de Arabia, que no doblárgela. Quiero dezir que aquél sólo passa sin trabajo los peligros de la vida que sacude de sí los cuydados de la hazienda. E dile más lo tercero al rey tu padre, que de aquí adelante al hombre que quisiere morirse no le socorra con plata ni con oro, sino con un maduro y sano consejo; porque el oro lo hará dexar la vida con lástima y el buen consejo le hará tomar la muerte con paciencia.» El quinto rey de los macedonios fue uno que se llamó Archelao, el qual dizen que fue abuelo del gran rey Philippo y visabuelo del Magno Alexandro; y este rey se yactava descender de la sangre del rey Menalao, antiguo rey de Grecia y cabeça que fue en la destrución de Troya. Fue este rey Archelao amigo de sabios, y entre los otros tuvo consigo un poeta que se llamava Eurípides, el qual en aquellos tiempos tenía no menos gloria en su género de poeta que la tenía Archelao en ser rey de Macedonia; porque oy en día tenemos en más veneración a muchos sabios por los libros que escrivieron que no a grandes príncipes por los reynos que tuvieron, ni [343] por las batallas que vencieron. Era tan estrecha la privança que tenía Eurípides con el rey Archelao, y tan gran crédito el que tenía Archelao de Eurípides, que ninguna cosa en el reyno de Macedonia se expedía sin que primero por las manos deste philósopho no se examinava. E como los simples naturalmente no querrían estar subjectos a los sabios, aconteció que una noche se detuvo Eurípides mucho hablando con el rey Archelao en hystorias de los passados, y quando se yva el pobre poeta para su casa teníanle espiado sus enemigos, y echáronle unos perros hambrientos, los quales no sólo le despedaçaron, pero aun le comieron, por manera que las carnes fueron sepultadas en las entrañas de los perros y en la sepultura no pusieron sino los huessos roýdos. Sabido por el rey Archelao el triste caso, y como se lo dixeron assí de súbito, sintiólo tanto, que aýna pareciera salir de juyzio. Y desto no se deve nadie maravillar, porque los coraçones humanos mucho se alteran en los desastrados y repentinos casos. Como fue grande el amor que el rey tuvo a Eurípides en la vida, assí fue grande el sentimiento que hizo en su muerte, ca lloró muchas lágrimas de sus ojos, cortó los cabellos de la cabeça, rayó las barbas de la cara, mudó las vestiduras que traýa de rey de Macedonia, y sobre todo hizo tan solemníssimo enterramiento a Eurípides el philósopho como si enterrara a Ulixes, el griego. No contento con todo esto, jamás le vieron al rey Archelao la cara alegre hasta que de todos los malfechores hizo muy cruda justicia; porque a la verdad la injuria o la muerte que se haze o se da al que bien queremos no es sino una fragua do se ha de mostrar lo que le amávamos. Hecha, pues, la justicia de los homizianos, y enterrados aquellos huessos roýdos, dixo un cavallero griego al rey Archelao: «Hágote saber, Rey muy excellente, que está de ti escandalizado todo el reyno de Macedonia, no por más sino que de tan pequeña cosa has mostrado muy sobrada tristeza.» Respondió el rey Archelao: «Cosa es muy platicada entre los sabios que los coraçones generosos no deven mostrar flaqueza aun en los casos muy desastrados; porque, estando el rey triste, no puede (y si puede, no deve) estar su reyno alegre. A [344] mi padre oý dezir una vez que los príncipes nunca avían de derramar lágrimas si no fuesse por una de cinco cosas. Lo primero, ha de llorar el buen príncipe la pérdida y daño de su república; porque el buen príncipe todas las injurias hechas a su persona todas las ha de perdonar y por vengar la menor hecha a su república se ha de perder. Lo segundo, deve llorar el buen príncipe si le han tocado en la honrra; porque el príncipe que no llora gotas de sangre en cosa de la honrra, en vida le avían de meter en la sepultura. Lo tercero, deve llorar el buen príncipe por los que poco pueden y mucho mal passan; porque el príncipe que las calamidades de los pobres no llora, de balde y sin provecho vive sobre la tierra. Lo quarto, deve llorar el buen príncipe la prosperidad y gloria que tienen los tyranos; porque el príncipe a quien no desplaze la tyranía de los malos indigno es de ser amado ni servido de los buenos. Lo quinto, deve llorar el buen príncipe la muerte de los sabios y hombres cuerdos; porque a un príncipe no le puede en su vida venir ygual pérdida con morirse un sabio que governava su república.» Éstas fueron las palabras que respondió el rey Archelao al cavallero griego que le reprehendió porque avía llorado por Eurípides el philósofo. En quánta estimación ayan sido tenidos todos los philósophos y hombres sabios, assí entre los romanos como entre los griegos, no saben dezir otra cosa los escriptores antiguos; pero diré una cosa muy digna de ser notada. Ya es notorio en todo el mundo quién fue Scipión Euthica, y de la gran gloria que por su causa alcançó Roma, y como dél y della en todos los siglos advenideros avrá dél memoria, y esto no sólo porque venció a África, mas aun por el gran valor de su persona. No se deven tener en poco estas dos cosas concurrir en un hombre, conviene a saber: ser virtuoso y ser venturoso; porque muchos de los passados alcançaron gran gloria por la lança y después la perdieron toda con la mala vida. Dizen los escriptores romanos que el primero que escrivió en metro heroyco en lengua latina fue Ennio poeta, y tuvo en tanto las obras deste poeta Scipión Euthica, que, quando murió este [345] tan venturoso romano, mandó en su testamento que encima de su sepultura colgassen la estatua de Ennio poeta. Por lo que hizo el gran Scipión en la muerte podemos adevinar quánto fue amigo de sabios en la vida, pues tuvo por más honrra honrrarse con la statua de un pobre poeta que no colgar encima de su sepultura la vandera con que ganó a África. En los tiempos de Pirro, rey que fue de los epirotas y gran enemigo que fue de los romanos, floreció un philósopho por nombre Cinas, natural de Thesalia, el qual dizen que fue discípulo de Demóstenes. Los historiadores antiguos engrandecen tanto a este Cinas en que dizen que fuesse metro y mensura de toda eloqüencia humana, porque fue muy suave en las palabras y muy profundo en las sentencias. Este Cinas servía de tres oficios en casa del rey Pirro: lo primero, dezía facecias en su mesa, porque en cosas de burla tenía mucha gracia; lo segundo, escrivía los grandes hechos de su hystoria, porque para el estilo tenía gran eloqüencia y para escrivir la verdad era testigo de vista; lo tercero, yva por embaxador a los negocios de grande importancia, porque de su natural era muy agudo y en despachar negocios era muy venturoso. Dava tantos medios en los negocios y tenía tanta persuasión en sus palabras, que jamás se atravessó a hablar en cosa de guerra que no pusiesse una tregua larga o alcançasse paz perpetua. A este Cinas dixo una vez el rey Pirro: «¡O!, Cinas, muchas gracias hago a los dioses immortales por tres cosas: la primera, porque me criaron rey y no me criaron siervo; ca éste es el mayor bien de los mortales, conviene a saber: tener libertad para mandar a muchos y no tener obligación de obedecer a alguno. Lo segundo, hago gracias a los dioses en que me dieron naturalmente coraçón generoso; porque el hombre que en cada trabajo desmaya más le valdría dexar con tiempo la vida. Lo tercero, hago gracias a los dioses en que para governación de mi república y para los grandes negocios de la guerra te me dieron en compañía; porque muchas ciudades me dio tu dulce lengua, las quales no pudo ganar mi cruda lança.» Esto es lo que dixo el rey Pirro a su amigo [346] Cinas el poeta. Vean, pues, aora los príncipes modernos quán amigos de sabios eran los príncipes antiguos; y, como he puesto estos pocos exemplos, pudiera poner otros muchos.
Aquí se acaba el Primero libro del famosíssimo Emperador Marco Aurelio con el Relox de príncipes, en el qual se ha tractado quán necessario es a los príncipes ser buenos christianos y ser amigos de hombres sabios.
BIBLIOGRAFIE:
http://www.filosofia.org/cla/gue/guerp.htm |