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ANTONIO DE GUEVARA - RELOJ DE PRINCIPES. EL TERCERO LIBRO

Comiença el tercero Libro del Relox de príncipes, en el qual se tracta de las particulares virtudes que los príncipes han de tener, es a saber: de la justicia, de la paz, de la magnificencia, etcétera.

Capítulo primero

Que los príncipes y grandes señores deven trabajar de administrar a todos ygualmente justicia, y pone el auctor en este caso muy notables cosas.

Dezía y afirmava Egidio Fígulo, uno de los famosos philósophos que uvo en Roma, que entre los dos signos del Zodíaco que son León y Libra ay una virgen que se llama Justicia, la qual moró entre los hombres en tiempos antiguos, y después que se enojó dellos subióse a los cielos. Este philósopho quísonos dar a entender que la justicia es una virtud tan suprema, que trasciende la capacidad humana, pues en los altos cielos hizo su morada, y no halla persona que en toda la tierra la acoja en su casa. Durante el tiempo que los hombres fueron castos, mansos, amorosos, piadosos, sufridos, zelosos, verdaderos y honestos, moró la Justicia acá en la tierra con ellos; mas después que se tornaron adúlteros, crueles, superbos, impacientes, mentirosos y blasphemos, acordó de dexarlos y subirse a los cielos; de manera que concluýa este philósopho que por las maldades que cometían los hombres en la tierra se absentó dellos para siempre la Justicia. Aunque paresce ser esta fictión poética, el fin para que se dixo es de muy alta doctrina, lo qual parece claro en que doquiera que ay un poco de justicia, no ay ladrones, no ay mentirosos, no ay homicidas, no ay crueles, no ay blasfemos; finalmente digo que en la casa o república que reposa la justicia ni saben cometer vicios, ni menos dissimular con viciosos.
Homero, queriendo engrandecer la justicia, no supo más que dezir sino que los reyes son hijos del gran dios Júpiter, y esto no por la naturaleza que tienen, sino por el oficio de justicia [620] que administran, de manera que concluye Homero en que a los príncipes justos y justicieros no los han de llamar sino hijos de dioses. El divino Platón, en el libro iiii de su República, dezía que el mayor y más supremo don que los dioses dieron a los hombres fue que, siendo como son de tan vil massa, se governassen con justicia. Y oxalá todos los que leyeren esta escritura sientan bien lo que Platón dezía; porque si el hombre no nasciera con razón y se governara con justicia, entre todas las bestias no uviera tan inútil bestia. Quiten de un hombre la razón con que nasce y la justicia con que se govierna, y mírenle qué tal será su vida, pues ni sabría pelear como los elephantes, ni defenderse como los tigres, ni sabría caçar como los leones, ni arar como los bueyes. Para lo que pienso que aprovecharía es que sería manjar de los ossos y leones en la vida, como agora lo es de los gusanos en la muerte.
Todos los poetas que fictiones inventaron, todos los oradores que oraciones hizieron, todos los philósophos que libros escrivieron, todos los sabios que doctrinas nos dexaron y todos los príncipes que leyes instituyeron, no fue otro su fin sino persuadirnos a que pensemos quán breve y inútil es esta vida y quán necessaria nos es en ella la justicia; porque la corrupción que tiene un cuerpo sin alma, aquélla tiene una república sin justicia. Los romanos no podemos negar sino que fueron superbos, invidiosos, adúlteros, impúdicos, viciosos y ambiciosos; pero junto con esto fueron muy justicieros, por manera que si Dios les dio tantos triumphos siendo ellos cercados de tantos vicios, no fue por las virtudes que en sí tenían, sino por la mucha justicia que administravan.
Plinio en el libro segundo dize que dezía Demócrito que dos eran los dioses que governavan todo lo criado, es a saber: premio y pena; de lo qual podemos colegir que no ay otra cosa más necessaria como es la recta y verdadera justicia; porque ella sola es la que da el premio a los buenos y no dexa sin castigo a los malos. El egregio Augustino, primo De civitate Dei, dize estas palabras: «Tolle iusticiam et quid erunt regna nisi latrocinia.» Por cierto él tenía razón; porque si no uviesse açotes para los vagabundos, mordaza para los blasfemos, ecúleo para los fementidos, fuego para el erege, cuchillo [621] para el homiciano, horca para el ladrón y cárcel para el sedicioso, podríamos afirmar que no avría tantos animales en la montaña como malos y ladrones en la república. En muchas, o en las más de las repúblicas, veo que los más de los días faltan en ellas el pan, el vino, las frutas, las carnes, la leña y otros bastimentos, pero jamás veo que faltan hombres malos. Pues yo juro que hiziéssemos dellos tan buen barato, que por sola una ternera trocaríamos a quantos malos ay en la república. No vemos otra cosa en las repúblicas sino cada día açotar, degollar, arrastrar, empozar y ahorcar; mas con todo esto son tantos los malos que ay, que si a todos los que delante la justicia divina merescen la horca los pusiessen en la horca, faltarían verdugos que los justiciar y aun horcas do los poner.
Dado caso que según la variedad de las tierras y provincias se ayan variado los ritos y leyes en ellas, hállase por verdad que jamás uvo ni avrá en el mundo alguna tan bárbara tierra, la república de la qual no estuviesse fundada sobre justicia; porque dezir y afirmar que puede conservarse un pueblo sin justicia es dezir y afirmar que puede vivir un pez fuera del agua. ¿Cómo es possible que pueda vivir sin justicia una república, pues no puede governarse sin ella una persona sola? Plinio en una epístola dize que, teniendo él mismo cargo de una provincia en África, preguntó a un ombre anciano y en la governación experto que qué haría para administrar bien la justicia. Respondióle el viejo: «Haz de ti mismo justicia si quieres ser buen ministro della; porque el buen juez con la vara derecha de su vida ha de medir la república. (Y dixo más.) Si quieres ser con los hombres recto y delante los dioses limpio, guárdate de tener presunción en el oficio; porque los juezes superbos y presuntosos muchas vezes se desmandan en palabras y aun exceden en las obras.» Dize allí Plinio que se aprovechó más del consejo que le dio aquel buen viejo, que de todo quanto avía leýdo.
¡O!, a quánto se obliga el que de administrar justicia se encarga; porque si el tal es hombre recto, cumple con lo que es obligado; mas si el tal es injusto, justamente ha de ser de Dios punido y de los hombres acusado. Quando los príncipes [621] mandan a sus criados y vassallos algunas cosas y no salen con ellas de la manera que les fueron encargadas, para todas pueden tener excusas, excepto los que goviernan reynos y provincias; porque ninguno dexa de administrar justicia si no es por falta de sciencia y esperiencia, o por sobra de passión y malicia. Un capitán, si pierde una batalla, puédese excusar con dezir que le huyó la gente al tiempo de romperla; un catariberas puédese excusar con dezir que eran levantadas las garças; un correo puédese excusar con dezir que los ríos yvan crescidos; un montero puédese excusar con dezir que era amontada la caça; mas un governador de república ¿qué excusa puede tener para que no haga justicia?
Faltarle deve conciencia, y aun no le deve sobrar vergüença, al hombre que se quiere encargar de una cosa, siendo incierto si saldrá con ella; porque los rostros vergonçosos y los coraçones generosos o han de salir con lo que emprendieron, o han de tener muy legítima causa por lo que lo dexaron. Sepamos qué cosa es justicia y luego sabremos quién es ydóneo para administrarla. Oficio de buenos juezes es defender el bien común, procurar por los innocentes, sobrellevar a los ignorantes, corregir a los culpados, honrar a los virtuosos, ayudar a los huérfanos, hazer por los pobres, refrenar a los cobdiciosos, humillar a los ambiciosos; finalmente deve dar a cada uno lo que le pertenesce por justicia y desapossessionar a los que posseen algo sin justicia. Quando un príncipe manda a uno que tome cargo de justicia y el tal no intervino en procurarla, si por caso no acertasse después en la administración della, podría tener alguna escusa, diziendo que, si lo aceptó, no fue con pensamiento de errar, sino con ánimo de obedecer. ¿Qué diremos de muchos, los quales sin vergüença, sin sciencia, sin experiencia y sin consciencia procuran oficios de justicia?
¡O!, si supiessen los príncipes qué es lo que dan quando dan cargo a uno de governar una república, yo juro que antes le diessen para veynte años hazienda, que no fiarle xx días cargo de justicia. Qué cosa es ver a unos hombres inverecundos, deshonestos, habladores, bulliciosos, glotones, ambiciosos y codiciosos, los quales tan sin empacho piden a los [623] príncipes un oficio de justicia, como si pidiessen por justicia su hazienda propria. Pluguiesse a Dios que parasse el negocio en sólo pedirlo; mas ¿qué diremos?, que lo solicitan, lo procuran, lo importunan, lo sobornan y (lo que más es) que assí como sin vergüença lo piden, no menos sin consciencia lo compran. Pues más ay en este caso, y es que, si los tales malaventurados no alcançan lo que pedían, no les venden lo que querrían (y esto por tener mejor conciencia los que se lo avían de dar, que no ellos en lo rescebir), assí blaspheman y se quexan de los que son a los príncipes aceptos, como si les uviessen fecho grandes agravios. ¡O!, qué trabajo es a los hombres buenos tratar, conversar, complir y satisfazer a los malos; porque no querrían los hombres ambiciosos y cobdiciosos sino que la roptura que ellos tienen en el pedir, aquélla tuviessen los que son buenos en el dar. Muchas vezes me paro a pensar en qué consiste aver en las repúblicas tantos daños, tantos descomedimientos, tantos desafueros, tantos robos, y al fin hallo que todos o los más proceden en que se proveen los ministros de justicia no por vía de conciencia, sino por negociación sola.
Dado caso que a todos pertenezca dessear y procurar la justicia, a ninguno pertenesce tanto procurarla y defenderla como a la Real Persona, que a los súbditos no es menos sino que algunas vezes deven temella, mas los reyes son obligados igualmente a todos administralla. Mucho haze al caso que los príncipes sean limpios en su vida y que tengan muy corregida su casa para que tenga crédito y auctoridad su justicia; porque allende que del hombre que es injusto no se puede esperar cosa justa, muy mal governará toda una república el que aún no sabe governar su misma casa. Los príncipes que son verdaderos en sus palabras, limpios en sus vidas, justos en sus obras; si alguna vez yerran en la administración de la república, todos los escusan diziendo que ellos con malicia no yerran, sino que otros con mal consejo les hazen errar, por manera que al príncipe justo todo lo bueno que haze le atribuyen, y de todo lo malo que le acontesce le escusan.
Plutharco, en el libro ii de su República,, dize que esta diferencia ay de unos príncipes a otros, en que el mal príncipe [624] solamente es obedescido y el buen príncipe es obedecido y amado; y, allende desto, el que es bueno y virtuoso las cosas graves haze ligeras con su bondad, y el que es tyrano aun las cosas ligeras haze pesadas con su maldad. Felice es el príncipe que es obedescido, pero mucho más lo es el que es obedecido y amado; porque el cuerpo cánsase de obedecer, mas el coraçón nunca se harta de amar. Tito, el Emperador, fue una vez preguntado que destas dos cosas, es a saber: premiar a los buenos o castigar a los malos, quál dellas era al príncipe más natural. Respondió Tito: «Quan natural es al hombre el braço derecho y el braço yzquierdo, tan natural es al príncipe el premio y el castigo; mas assí como nos aprovechamos más del derecho que no del yzquierdo, assí el príncipe se ha de preciar más de galardonar que no de castigar; porque el castigo ha de ser de mano agena, mas el galardón ha de ser de su mano propria.»
Quando persuadimos a los príncipes que sean justos y que hagan justicia, no se entiende que degüellen a los homicianos, destierren a los bulliciosos, ahorquen a los ladrones y empozen a los salteadores; porque estas y otras semejantes cosas más pertenescen al oficio de los verdugos que no a los príncipes piadosos. Todo el bien de la justicia está en que el príncipe sea honesto en su persona, cuydadoso en su casa, zeloso de su república y muy delicado en su conciencia; porque los buenos príncipes no se han de preciar de quitar a muchos las cabeças, sino de reformar y tener en paz a las repúblicas. Plutharco, en la Oración consolatoria que escrivió a Apolonio, hablando de las leyes que Prometheo dio a los egypcios, dize que entre otras tenían estas tres leyes, que dezían estas palabras:
«Ordenamos y mandamos que ningún príncipe ponga las manos en otro por ningún enojo que le aya hecho; porque las manos de los buenos príncipes no se han de emplear en vengar injurias, sino en defender y vengar a los injuriados.»
«Ordenamos y mandamos que los príncipes en quanto estuvieren en su república y no fueren a la guerra, no sean osados a traer armas defensivas ni menos ofensivas; porque los buenos príncipes ni han de ser crueles para que maten, ni han de tener vicios porque los maten.» [625]
«Ordenamos y mandamos que el príncipe no sólo no mate con sus manos, mas aun ni vea justiciar alguno con sus ojos; porque delante la presencia del príncipe, quan generoso es que resciban todos honra, tan escandaloso es que pierdan algunos la vida.» [626]


Capítulo II

Do el auctor prosigue su intento y avisa a los príncipes y grandes señores qué manera han de tener en elegir juezes para sus tierras.

Esparciano, en las vidas que escrivió De los treynta tyranos, dize que Ciriaco tyrano tenía un memorial hecho de ciertos senadores que él mismo avía de matar y, como la cosa fuesse descubierta, quitáronle la vida. Otro tyrano que se llamava Regilio, después de muerto halláronle otro memorial de los que él mismo con sus manos avía quitado la vida, y a éste priváronle de sepultura. ¡O!, quántos juezes ay en este mundo, los quales assí se precian y cuentan los que han açotado, desorejado, degollado, ahorcado, desquartizado y muerto, como otros se preciarían de los captivos que uviessen rescatado o de las huérfanas que uviessen casado. Que los juezes conforme a las leyes y fueros castiguen a los malos, lóolo; mas preciarse y alabarse dello, condénolo; porque el juez virtuoso y christiano más se ha de preciar de derramar lágrimas en las yglesias, que no de regar con sangre las picotas. Y añadiendo a lo que he dicho, digo que el buen governador y juez no se ha de alabar de las muertes que ha dado, sino acordarse de las injusticias que ha hecho; porque los daños ajenos hémoslos de callar, y las culpas propias hanse de llorar. Algunos castigos hazen los juezes de los quales murmuran los hombres y los aprueva Dios; otras vezes los condena Dios, aunque los apruevan los hombres; y por esso les es más seguro a los tales juezes pensar no lo que ellos han corregido en sus hermanos, sino lo que ellos merescían por sus pecados. En juzgar a otros pueden los juezes errar (no [627] queriendo errar) por ser los testigos falsos; mas en las cosas proprias no podemos (si no queremos) errar, pues los pecados que hazemos son ciertos; pero ¡ay, dolor! que son algunos tan malos, que estando ellos delante de Dios processados se quieren excusar, y a sus hermanos con testigos falsos osan condenar. Muy gran vigilancia deven tener los príncipes en examinar a los que han de hazer juezes y governadores; porque el juez que no tiene cada día cuenta con su consciencia cada hora hará mill maldades en la república. ¡Ay de la república do los governadores y juezes della no ponen los ojos sino en lo que han de castigar, no emplean el coraçón sino en cómo han de valer, no ocupan las manos sino en robar y no consumen todo el tiempo sino en bullir y trafagar! Y no sin causa digo que son bulliciosos; porque ay muchos juezes los quales ponen más estudio en grangear amigos para se sustentar que no en leer los libros para juzgar y votar.
El juez que nunca lee, el juez que nunca estudia, el juez que nunca abre libro, el juez que nunca está en casa, el juez que de día juega y de noche rúa, ¿cómo es possible que el tal haga verdadera justicia? No puede ser mayor afrenta a la persona, ni aún ygual escándalo en la república, que el juez que ha de juzgar y castigar en los otros los vicios se acompañe él siempre de viciosos. El juez que presume de bueno, y quiere ser bueno, y que le tengan por bueno, en ninguna parte le han de hallar si no es en su casa estudiando, o en el tribunal juzgando. No se confíen los príncipes quando proveen juezes y governadores diziendo que, si saliere alguno malo, le quitarán en breve tiempo; porque los tales son tales y tan mañosos, que si no les faltaron diligencias para alcançar aquellos oficios, no les faltarán mañas para sustentarse en ellos. Quando los príncipes y grandes señores tuvieren algún juez malo, avísoles que le quiten luego o que no muestren dél tener descontento; porque el tal luego amaynará y afloxará en la justicia con pensamiento que le pidirán por su juez los de la república. Ni porque mi pluma reprehende a los juezes ásperos y crueles es mi intención de loar a los juezes que son simples y fríos, negligentes y descuydados, los quales ni saben juzgar, ni osan castigar. Los juezes que juzgan y [628] goviernan no han de ser a todos tan domésticos que se precien todos de mandarlos; porque, en tal caso, si loassen unos su conversación, blasfemarían otros de su justicia.
Aviso, amonesto y ruego a los príncipes que no se contenten solamente con ser verdaderos, piadosos, honestos y virtuosos, ni aun con ser justos; sino ques necessario también que sean justicieros, pues saben que va mucho de ser uno justo a otro que administra justicia; porque de ser él bueno procede la honra de su persona, pero en hazer justicia consiste el bien de su república. ¿Por ventura no es cosa de maravillar ver al príncipe que no sabe dezir una mentira, y ver a sus ministros que no saben dezir una verdad? ¿Por ventura no me tengo de escandalizar ver al príncipe ser sobrio en el comer, y ver a todos sus vassallos destemplados en el comer y bever? ¿Por ventura no es razón de me espantar ver al príncipe casto y honesto, y ver a los suyos en la carne desmandados y dissolutos? ¿Por ventura no es razón de tener admiración ver al príncipe ser justo y amador de justicia, y que pocos de sus ministros quieran administrarla? El fin porque se dize esto es para avisar a los príncipes que no se descuyden con ser ellos castos, sobrios, verdaderos y justos, sino que sepan si sus governadores y juezes son bulliciosos, cobdiciosos, avaros, impúdicos, mentirosos y inverecundos; porque si nos va mucho en que nuestros príncipes sean buenos, tanto y más nos va en que sus ministros no sean malos.
Una de las cosas en que deven proveer los príncipes con sus governadores y juezes es que por ninguna manera consientan se quebranten en sus repúblicas las leyes antiguas y que en su lugar se introduzgan algunas costumbres peregrinas; porque el vulgo es tan vario en lo que dize y tan liviano en lo que pide, que cada día querrían ver nuevo rey y cada hora querrían mudar nueva ley. Plinio, en una epístola que escrive a Escario, dize: «Optime apud persas capitalem per legem fuit prohibitum, novos aut peregrinos mores inducere.» Como si más claramente dixesse: «Era inviolable ley entre los persas que todo hombre que osasse inventar de sí mismo, o traer de tierra estraña alguna costumbre peregrina, que el tal crimen no se pagasse sino con la cabeça.» Como los hombres [629] cada día desminuyen en la virtud y aumentan en vanidad, si no les fuessen a la mano, inventarían cosas tan profanas y costumbres tan peregrinas, con que cada uno asolasse su casa y fuesse ocasión de perder la república; porque los manjares inusitados siempre alteran los estómagos. Quando los crethenses eran maltratados de los rodos, no rogavan a sus dioses que embiassen pestilencia, o guerras, o hambres, o sediciones sobre sus enemigos, sino que permitiessen introduzirse algunas malas costumbres en sus pueblos. No piensen los que esto leyeren que era pequeña maldición la que los crethenses pedían, y que era pequeña vengança la que los dioses de sus enemigos les davan, si lo que pidían les davan; porque de las guerras, y hambres, y pestilencias suelen algunos escapar, mas con los nuevos y peregrinos vicios todos vemos perescer. Al Emperador Sergio Galba de muchas cosas los historiadores le reprehenden, y de sola una le loan, y es que jamás consintió que ni ley nueva se hiziesse, ni costumbre nueva se introduxesse en Roma, y a los que introduzían alguna costumbre nueva gravemente los mandava castigar, y a los que le traýan a la memoria alguna buena costumbre antigua mandávala guardar y a ellos premiar. Para reýr o, por mejor dezir, para escandalizar es ver que algunos nuevos juezes quieren hazer de la república lo que haze un sastre de una ropa, es a saber: bolver lo de dentro afuera, lo de tras adelante, de faldas hazer mangas; lo qual ni ellos lo devrían hazer, ni los pueblos consentir; porque el príncipe no los embía para hazer leyes ni premáticas, sino para que conserven a las repúblicas en sus costumbres buenas.
Deven assimismo los príncipes tener muy gran vigilancia en que con pequeños y con grandes, con ricos y con pobres, tengan ygual la justicia, pues no ay ley divina ni humana que les dé facultad para corromperla; porque si un príncipe no puede sin razón disponer de una hazienda, mucho menos podrá hazer mercedes de la justicia. No le negaremos a un príncipe sino que es señor de los animales, de los peces, de las aves, de los mineros, de los montes, de los ciervos y de los campos; finalmente, que es señor de la mar y de la tierra; pero no le confessaremos que es señor de la justicia; porque [630] no ay otro señor verdadero de la justicia si no es Dios, que es la misma justicia. Quando un príncipe muere y haze testamento, dize: «Yo mando todos mis reynos y señoríos al príncipe mi hijo, al qual dexo por mi legítimo eredero; y mando al infante mi hijo tal estado; y mando a la infanta mi hija tales tierras; a los quales todos encomiendo la justicia, para que la guarden y haga guardar cada uno en su tierra propria.» Es mucho de notar que no dize el padre que manda a su hijo, sino que le encomienda la justicia, por manera que los buenos príncipes deven pensar que no eredaron de sus antepassados a manera de patrimonio la justicia, sino que se la da Dios en confiança. Pues los príncipes de todas las cosas se han de llamar señores si no es de la justicia (que sólo son ministros), osaríamos dezir que el príncipe o gran señor que juzga las causas no según la voluntad divina, sino según la voluntad propria, que al tal no le llamaremos juez justo, sino un ladrón cossario; porque muy peor es el príncipe que hurta a Dios la justicia que no el ladrón que hurta al rey la hazienda.
Suetonio Tranquilo cuenta hartos males de Domiciano, y el mayor de todos fue que a los pobres, y a los huérfanos, y a los que podían poco castigava, y a los ricos y poderosos perdonava, por manera que o los componía por dineros, o dissimulava con ellos por ser sus amigos. Alexandro Severo, xxv Emperador que fue de Roma, dize dél Lampridio que jamás tuvo en su casa hombre malo ni sufrió a pariente ni amigo suyo que fuesse vicioso; y, como una vez desterrasse a unos sobrinos suyos porque eran moços traviessos, dixo a unos que le rogavan por ellos, los quales le ponían delante que se acordasse que eran moços y sobrinos suyos: «His charior est mihi tota republica.» Como si más claro dixera: «No tengo otro pariente más propinco en mi casa que es a toda la república.» ¡O!, altas y muy altas palabras, dignas por cierto que las tengan en sus coraçones los príncipes escriptas, en las quales deven advertir que no dixo «tengo por pariente a una parte de la república», sino «a toda la república»; porque el príncipe que es de Dios temeroso y dessea que le tengan por justo, como quiere indiferentemente ser obedescido de todos, [631] igualmente ha de administrar la justicia a todos. Si no creyeren a mí y a mi pluma, crean a Platón en los libros de su República, el qual da licencia a todos los plebeyos para que cada uno ame a su muger, a sus hijos y a su parentela, y esta manera de amar no quiere que la tengan los príncipes, a los quales persuade que primero que a todas las cosas amen a su república; porque si el príncipe ama otra cosa más que a su república, es impossible sino que por amor de aquello que más ama algún día tuerça la justicia. Quando Platón no da licencia a los príncipes para que se derramen a amar diversas cosas, ¿por ventura aconsejarles ýa que hiziessen algunas injusticias?
Acontece muchas vezes que los príncipes dexan de administrar justicia no porque no la querrían administrar, sino porque no se quieren informar de las cosas que se han de remediar y proveer; y éste es un inescusable descuydo, do pone en detrimento su honra y en gran peligro su conciencia; porque en el día del juyzio si no fuere acusado de la malicia, será condenado por la pereza. El príncipe que tiene cuydado de ver y inquirir los daños de su reyno, podremos dezir que, si los dexa de proveer, es porque no puede más; mas el que tiene negligencia en los ver y saber no podremos dezir sino que, si los dexa de proveer, es porque no quiere. Al príncipe o gran señor que tal osasse hazer ¿qué nombre o renombre le podríamos dar? Dezía yo que al tal no le llamaríamos padre de la república, sino dissipador de su patria; porque no puede ser mayor ni igual tyranía que pedir el médico el salario de la cura sin que jamás aya él puesto las manos en ella. Que los príncipes y grandes señores tengan cuenta de lo que rentan sus rentas, admítolo; pero que se descuyden de saber los daños de sus repúblicas, condénolo; porque para esso dan los pueblos a sus príncipes los tributos, para que los libren de sus enemigos y los defiendan de tyranos.
Para los juezes que quisieren ser malos, aunque diga más, aprovechará poco; mas, para los que quisieren ser buenos, abasta a mi parecer lo dicho. No obstante lo dicho, digo que miren bien por sí los juezes y governadores, y vean si quieren ser tenidos por ministros justos o por crueles tyranos; porque el oficio del tyrano es robar la república y el oficio del buen [632] príncipe es reformarla. Más hazen que piensan los príncipes y grandes señores en ver a todos los que los quieren ver, en oýr a todos los que se quieren quexar; y la causa es que, dado caso que lo que el vassallo pide no aya lugar de se lo dar, o de lo que él se quexa no se puede al presente remediar, a lo menos con esto van contentos, con dezir que ya dixeron a sus príncipes sus quexas y daños; porque los coraçones lastimados muchas vezes descansan en dezir la pena que tienen, sin tener esperança de alcançar lo que quieren. Plutharco, en su Apothémata, dize que una muger pobre y vieja de Macedonia rogava al rey Philipo, padre que fue del Magno Alexandro, que la oyesse de justicia; y, como le fuesse muy importuna, díxole el rey Philipo un día: «Déxame, muger, por tu vida, que por los dioses juro no hallo tiempo para oýr tu querella.» Respondió la vieja al rey: «Mira, rey Philipo, si no tienes tiempo para oýrme de justicia, dexa de ser rey y governará otro la república.» [633]


Capítulo III

De una plática que hizo un villano de las riberas del Danubio a los senadores de Roma, el qual vino a quexarse de las tyranías que los romanos hazían en su tierra. Divídela el auctor en tres capítulos, y es una de las más notables cosas que ay en este libro, assí para avisar a los que juzgan como para consolar a los que son juzgados.

En el año décimo que imperava el buen Emperador Marco Aurelio sobrevino en Roma una general pestilencia; y, como fuesse pestilencia inguinaria, el Emperador retrúxose a Campania, que a la sazón estava sana, aunque junto con esto estava muy seca y de lo necessario muy falta; pero, esto no obstante, se estuvo allí el Emperador con todos los principales senadores de Roma; porque en los tiempos de pestilencia no buscan los hombres do regalen las personas, sino do salven las vidas. Estando allí en Campania Marco Aurelio, fue de unas calenturas muy maltratado; y, como de su condición era tener siempre consigo sabios y la enfermedad requería ser visitado de médicos, era muy grande el exército que en su palacio avía, assí de los philósophos en enseñar, como de los médicos en disputar; porque este buen príncipe de tal manera ordenava su vida, que en su ausencia estavan muy bien proveýdas las cosas de la guerra y en su presencia no se platicava sino cosa de sciencia. Fue, pues, el caso que, como un día estuviesse Marco Aurelio rodeado de senadores, de philósophos, de médicos y de otros hombres cuerdos, movióse entre ellos plática de hablar quán mudada estava ya Roma, no sólo en los edificios, que estavan todos ruynados, mas aun en [634] las costumbres, que estavan todas perdidas; y que la causa de todo este mal era por estar Roma llena de lisongeros y faltarle quien osasse dezir las verdades. Oýdas estas y otras semejantes palabras, el Emperador Marco Aurelio tomó la mano y contóles un muy notable exemplo, diziendo:
En el año primero que fui cónsul, vino a Roma un pobre villano de la ribera del Danubio a pedir justicia al Senado contra un censor que hazía muchos desafueros en su pueblo; y de verdad él supo tan bien proponer su querella y exagerar las demasías que los juezes hazían en su patria, que dudo yo las supiera Tullio mejor dezir, ni el muy nombrado Homero escrevir. Tenía este villano la cara pequeña, los labrios grandes y los ojos hundidos; el color adusto, el cabello erizado, la cabeça sin cobertura, los çapatos de cuero de puerco espín, el sayo de pelos de cabra, la cinta de juncos marinos y la barba larga y espessa; las cejas que le cubrían los ojos, los pechos y el cuello cubierto de vello como osso, y un azebuche en la mano.
Por cierto quando yo le vi entrar en el Senado, imaginé que era algún animal en figura de hombre, y después que le oý lo que dixo juzgué ser uno de los dioses, si ay dioses entre los hombres; porque si fue cosa de espanto ver su persona, no menos fue cosa monstruosa oýr su plática. Estavan a la sazón esperando a la puerta del Senado muchas y muy diversas personas para negociar negocios de sus provincias, pero primero habló este villano que todas ellas, lo uno por ver lo que diría hombre tan monstruoso, y aun porque tenían en costumbre los senadores que en su Senado primero fuessen oýdas las querellas de los pobres que no las demandas de los ricos. Puesto, pues, en el medio del Senado aquel rústico, començó a proponer su propósito y muy por estenso dezir a lo que allí avía venido, en el qual razonamiento él se mostró tan osado como en las vestiduras estremado, y díxoles assí:
¡O!, Padres Conscriptos, ¡o!, pueblo venturoso; yo, el rústico Mileno, vezino que soy de las riparias ciudades del [635] Danubio, saludo a vosotros, los senadores romanos, que en este Senado estáys juntos, y ruego a los immortales dioses que rijan oy mi lengua para que diga lo que conviene a mi patria y a vosotros ayuden a governar bien la república; porque sin voluntad y parecer de los dioses ni podemos emprender lo bueno ni aun apartarnos de lo malo.
Los tristes hados lo permitiendo y nuestros sañudos dioses nos desamparando, fue tal nuestra desdicha y mostróse a vosotros tan favorable ventura, que los superbos capitanes de Roma tomaron por fuerça de armas a nuestra tierra de Germania. Y no sin causa digo que a la sazón estavan de nosotros nuestros dioses sañudos; porque si nosotros tuviéramos a los dioses aplacados, escusado era pensar vosotros vencernos. Grande es vuestra gloria, ¡o! romanos, por las victorias que avéys avido y por los triumphos que de muchos reynos avéys triumphado, pero mayor será vuestra infamia en los siglos advenideros por las crueldades que avéys hecho; porque os hago saber, si no lo sabéys, que al tiempo que los truhanes van delante los carros triumphales diziendo: «¡Viva!, ¡Viva la invencible Roma!», por otra parte los pobres captivos van en sus coraçones diziendo a los dioses: «¡Justicia!, ¡Justicia!»
Mis antepassados poblaron cabe el Danubio a causa que, haziéndoles mal la tierra seca, se acogiessen y se recreassen en el agua húmida; y, si por caso les enojasse el agua inconstante, se tornassen seguros a la tierra firme. Que como son varios los apetitos y condiciones de los hombres, ay tiempo que, huyendo de la tierra, nos refrescamos en el agua; y ay otro tiempo que, espantados del agua, nos acojemos a la tierra. Pero como dixe, ¡o! romanos, esto que quiero dezir, ha sido tan grande vuestra codicia de tomar bienes ajenos, y fue tan desordenada vuestra sobervia de mandar en tierras estrañas, que ni la mar vos pudo valer en sus abismos, ni la tierra vos pudo assegurar en sus campos. ¡O, qué gran consolación es para los hombres atribulados pensar y tener por cierto que ay dioses justos, los quales les harán justicia de los hombres injustos!; porque de otra manera, si los atribulados no tuviessen por cierto que de sus [636] enemigos los dioses no tomassen vengança, ellos mismos a sí mismos quitarían la vida. Es mi fin de dezir esto porque yo espero en los justos dioses que, como vosotros a sinrazón fuistes a echarnos de nuestras casas y tierra, otros vernán que con razón os echen a vosotros de Italia y Roma. Allá en mi tierra de Germania tenemos por infalible regla que el hombre que toma por fuerça lo ajeno pierda el derecho que tiene a lo suyo proprio, y espero yo en los dioses que esto que tenemos por proverbio en aquella patria, ternéys por experiencia acá en Roma.
En las palabras grosseras que digo y en las vestiduras monstruosas que traygo podréys bien adevinar que soy un muy rústico villano, pero con todo esso no dexo de conocer quién es en lo que tiene justo y quién es en lo que possee tyrano; porque los rústicos de mi professión, aunque no sabemos dezir lo que queremos por buen estilo, no por esso dexamos de conocer quál se ha de aprovar por bueno y quál se ha de condenar por malo. Diría, pues, yo en este caso que todo lo que los malos allegaron con su tyranía en muchos días, todo se lo quitarán los dioses en un día, y por contrario, todo lo que los buenos perdieron en muchos años, se lo tornarán los dioses en una hora; porque (hablando la verdad) ser los malos ricos y estar prosperados no es porque los dioses lo quieren, sino porque lo permiten; y si nos quexamos que agora dissimulan mucho, suframos, que tiempo verná que lo castigarán todo. Creedme una cosa, ¡o! romanos, y no dudéys en ella, y es que de la injusta ganancia de los padres viene después la justa pérdida en los hijos. Muchos muchas vezes se maravillan allá en mi tierra qué sea la causa que los dioses no quitan a los malos lo que ganan luego como lo ganan, y para mí la razón desto es porque dissimulando con ellos ayunten poco a poco muchas cosas, y después quando estén muy descuydados se las quiten todas juntas; porque justo juyzio de los dioses es que, pues ellos hizieron a sinrazón mal a muchos, vengan algunos que con razón les hagan mal a ellos. Por cierto el hombre cuerdo, y que de hecho presume de cuerdo, es impossible que en lo que tiene ajeno él tome gusto; [637] porque de otra manera de ninguna cosa terná contentamiento, acordándose que lo que tiene lo tiene mal ganado. No sé, romanos, si me entendéys, pero porque mejor me entendáys digo que estoy espantado, y aun aýna diría escandalizado, cómo el hombre que tiene cosa agena puede assossegar ni dormir sola una hora, pues vee que a los dioses tiene injuriados, a los vezinos escandalizados, a los enemigos contentos, a los amigos perdidos, a los que robó agraviados, y (lo que es peor de todo) tiene a su persona puesta en peligro. Y digo que la tiene puesta en peligro, porque el día que se determina uno de quitarme a mí la hazienda, aquel día me determino yo de quitarle a él la vida. Reo es a los dioses y muy infame entre los hombres el hombre que tiene tan caninos los desseos de su coraçón y tan sueltas las riendas de sus obras, que la miseria agena le parezca riqueza y la riqueza propria le parezca pobreza. Ni me da más que sea griego, que sea bárbaro, que sea romano; que esté absente, que esté presente; digo y afirmo que es y será maldito de los dioses y aborrecido de los hombres el que sin más consideración quiere trocar la fama con la infamia, la justicia con la injusticia, la rectitud con la tiranía, la verdad por la mentira, lo cierto por lo dudoso, teniendo aborrecimiento de lo suyo proprio y estando sospirando por lo que es ajeno.
El que tiene por principal intento allegar hazienda para los fijos y no de ser famoso entre los famosos, justa cosa es que el tal no sólo pierda los bienes allegados, mas aun que sin fama quede infame entre los malos. Como vosotros los romanos naturalmente soys sobervios y os ciega la sobervia, tenéysos por dicho que por tener como tenéys más que todos, por esso soys más honrados que todos, lo qual no es por cierto assí; porque si de hecho queréys abrir los ojos y conocer vuestros proprios yerros, veréys que, si os preciáys ser señores de provincias estrañas, fallaros eys hechos esclavos de vuestras riquezas proprias. Allegad quanto quisiéredes y hazed lo que mandáredes, que a mi parecer muy poco aprovecha tener las casas llenas de hazienda y por otra parte estar los coraçones posseýdos de codicia; porque [638] las riquezas que se allegan por cobdicia y se guardan con avaricia quitan al posseedor la fama y no le aprovechan para sustentar la vida. No se podrá sufrir muchos días, ni menos encubrirse muchos años, ser el hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre los honrados; porque el hombre que es muy amigo de su hazienda es impossible sino que sea enemigo de su fama. ¡O!, si los cobdiciosos tuviessen tanta codicia de su honra propria como tienen de la hazienda ajena, yo os juro por los immortales dioses que ni la polilla de la cobdicia les royesse el reposo de la vida, ni el cáncer de la infamia les destruyesse su buena fama.
Oýd, romanos, oýd esto que os quiero dezir, y plega a los dioses que lo sepáys entender; porque de otra manera yo perdería mi trabajo y vosotros no sacaríades de mi plática algún fructo. Yo veo que todos aborrecen la sobervia y ninguno sigue la mansedumbre; todos condenan el adulterio y a ninguno veo continente; todos maldizen la intemperança y a ninguno veo templado; todos loan la paciencia y a ninguno veo sufrido; todos reniegan de la pereza y a todos veo que huelgan; todos blasfeman de la avaricia y a todos veo que roban. Una cosa digo, y no sin lágrimas la digo públicamente en este Senado, y es que con la lengua todos los más blasonan de las virtudes, y después con todos sus miembros sirven a los vicios. No penséys que digo esto por los romanos que están en el Illírico, sino por los senadores que veo en este Senado. Vosotros, los romanos, en vuestras vanderas traéys por mote estas palabras: «Romanorum est debellare superbos et parcere subiectis.» Por cierto que dixérades mejor: «Romanorum est expoliare innocentes et inquietare quietos»; porque vosotros los romanos no soys sino mollidores de gentes quietas y robadores de sudores ajenos. [639]


Capítulo IV

En el qual el rústico prosigue su plática y arguye contra los romanos, que a sinrazón fueron a conquistar sus pueblos, y prueva por muy buenas razones que por tener ellos a sus dioses enojados, fueron de los romanos vencidos.

Pregúntoos, ¡o! romanos, qué actión teníades vosotros, siendo criados cabe el río Tíberin, a nosotros, que nos estávamos en paz a las riberas del Danubio. ¿Por ventura vístesnos de vuestros enemigos ser amigos, o a nosotros declararnos por vuestros enemigos? ¿Por ventura oýstes acá en Roma dezir que, dexadas nuestras tierras proprias, nos fuemos a conquistar tierras ajenas? ¿Por ventura fuestes avisados que, levantándonos contra nuestros señores, dimos la obediencia a los indómitos bárbaros? ¿Por ventura embiástesnos algún embaxador que nos combidasse a ser vuestros amigos, o vino alguno de nuestra patria a Roma a desafiaros como a nuestros enemigos? ¿Por ventura murió algún rey en nuestros reynos que en su testamento os dexasse por erederos, para que con aquel título nos constriñéssedes a ser vuestros vassallos? ¿Por ventura fallastes alguna ley antigua o alguna costumbre moderna en la qual se aclare que la generosa Germania de necessidad ha de ser subjecta a Roma la superba? ¿Por ventura destruymos vuestros exércitos, tajamos vuestros campos, saqueamos vuestros pueblos, dimos favor a vuestros enemigos, para que por ocasión de vengar estas injurias destruyéssedes a nuestras tierras?
Si vosotros de nosotros o nosotros de vosotros uviéssemos sido vezinos, no fuera maravilla que unos a otros nos [640] destruyéramos; porque muchas vezes acontesce que por ocasión de partir una pobre tierra se levanta entre dos pueblos una prolixa contienda. No por cierto uvo cosa déstas entre vosotros los romanos y nosotros los germanos; porque allá en Alemania tan aýna sentimos vuestra tyranía como oýmos vuestra fama. Si os enojáys desto que he dicho, yo os ruego que os desenojéys con esto que os diré, y es que el nombre de romanos y las crueldades de tyranos en un día llegaron a nuestros pueblos. Ya no sé qué me diga, romanos, del descuydo de los dioses y del atrevimiento de los hombres; porque veo que el que tiene mucho tyraniza al que tiene poco, y el que tiene poco sirve (aunque no quiere) al que tiene mucho, y la codicia desordenada se concierta con la malicia secreta, y la malicia secreta da lugar al robo público, y al robo público no ay quien le vaya a la mano; y de aquí viene a resultar después que la codicia de un hombre malino se ha de cumplir en perjuyzio de todo un pueblo.
Oýd, romanos, oýd, y por los dioses immortales os conjuro estéys atentos a esto que os quiero dezir, y es esto. Mirad bien lo que avéys hecho, que o los dioses se han de descuydar, o los hombres han de fenecer, o el mundo se ha de acabar, o el mundo no será el mundo, o la fortuna hincará el clavo, o se verá lo que nunca fue visto, o lo que ganastes en ochocientos años vernéys a perder en ocho días; porque no puede ser cosa más justa que, pues os hezistes tiranos por fuerça, os tornen esclavos por justicia. No penséys vosotros los romanos que si tomastes y os enseñoreastes de nuestra Germania, que fue por alguna industria de guerra, ca ni soys más bellicosos, ni más animosos, ni más osados, ni aun más esforçados que nosotros; sino que, como nosotros teníamos ofendidos a nuestros dioses, ordenaron ellos en sus secretos juyzios que para castigar a nuestros desordenados vicios fuéssedes vosotros sus crueles verdugos. Ni estiméys a vosotros por tan fuertes, ni tengáys a nosotros por tan flacos, que si los dioses no estuvieran a la sazón de por medio, pudiera ser que no llevárades como llevastes el despojo del campo; porque (hablando la verdad) no alcançastes [641] vosotros la victoria por las armas que llevastes de Roma, sino por los muchos vicios que avía en Germania. Pues si nosotros nos perdimos no por ser covardes, no por ser flacos, no por ser tímidos, sino sólo por ser malos y por no tener a los dioses propicios, ¿qué esperáys será de vosotros, romanos, siendo como soys viciosos, y teniendo como tenéys a los dioses ayrados? Ni porque juntéys grandes exércitos, ni porque os preciéys de grandes thesoros, ni porque tengáys grandes dioses, ni porque levantéys grandes templos, ni porque ofrezcáys grandes sacrificios; no penséys, romanos, que por esso seréys más victoriosos; porque os hago saber, si no lo sabéys, que ninguno tiene más parte con los dioses de quanto tuviere paz con las virtudes. Si los triumphos y vencimiento no estuviessen en más de llevar sotiles ingenios, capitanes diestros, hombres esforçados y exércitos gruessos, por cierto sería harta inadvertencia no procurar de llevar todo esto a la guerra; pero ¿qué diremos?, pues vemos por experiencia que los hombres no pueden dar más de las batallas, y que solos los dioses son los que dan las victorias. Si yo no me engaño, lo que nosotros contra nuestros dioses tenemos ofendido pienso que lo tenemos pagado; pero también creo que las crueldades que vosotros en nosotros avéys hecho y la ingratitud que con los dioses avéys tenido, aún no lo avéys pagado; mas tengo gran certenidad que todo lo avéys de pagar, y en este caso podría ser que como agora nos tratáys como a esclavos, algún día nos reconoceréys por señores.
Después que en este camino he visto las bravas montañas, las diversas provincias, las muchas naciones, las tierras tan ásperas, las gentes tan bárbaras, las muchas y muchas millas que ay de Germania a Roma, yo no sé qué locura le tomó a Roma de embiar a conquistar a Germania; porque si lo hizo con cobdicia de sus thesoros, sin comparación fue más el dinero que se gastó en conquistarla y agora se gasta en sustentarla, que no le renta ni rentará por muchos años Germania, y podrá ser que primero la tenga perdida que no saquen la costa que hizieron por ella. Si me dezís, romanos, que no por más fue Germania conquistada de [642] Roma, sino porque Roma tuviesse esta gloria de verse señora de Germania, también es esto vanidad y locura; porque muy poco aprovecha tener los muros de los pueblos ganados y tener los coraçones de los vezinos perdidos. Si dezís que por esso conquistastes a Germania, por ampliar y ensanchar los términos de Roma, también me paresce éssa una muy frívola causa; porque no es de hombres cuerdos aumentar en tierra y desminuyr en honra. Si dezís que nos embiastes a conquistar a fin que no fuéssemos bárbaros ni viviéssemos como tyranos, sino que nos queríades hazer vivir debaxo de buenas leyes y fueros, tal sea mi vida si la cosa assí sucediera; pero ¿cómo es possible que vosotros deys orden de vivir a los estrangeros, pues quebrantáys las leyes de vuestros antepassados? Muy gran vergüença han de tener de corregir a otros los que veen que ay mucho que corregir en sí mismos; porque el hombre tuerto no toma por adalid al ciego. Si esto es verdad, como de hecho es verdad, conviene a saber: que ni tuvo ocasión, ni menos razón, la superba Roma de conquistar ni tomar a la innocente Germania, andémonos todos a robar, a matar, a conquistar y a saltear, pues vemos el mundo está ya tan corrupto y de los dioses tan desamparado, que cada uno toma lo que puede y mata al que quiere; y (lo que es peor de todo) que tantos y tan grandes males ni los que goviernan los quieren remediar, ni los agraviados dellos se osan quexar.
Soys oy tan inexorables los supremos juezes, y tenéys tan amedrentados a los míseros pobres, que tienen por menos mal sufrir en sus casas las tribulaciones, que no poner delante vosotros algunas querellas, y la causa desto es porque allá en su tierra por ventura no le perseguía sino uno, y aquí en este Senado es desfavorecido de todos, y esto por ser el que querellava pobre y ser aquél de quien querellava rico. Pues fue vuestra dicha y cupo en nuestra desdicha que la superba Roma fuesse señora de nuestra Germania, ¿es verdad que nos guardáys justicia y tenéys en paz y tranquilidad la tierra? No, por cierto, sino que los que van allá nos toman la hazienda y los que estáys acá nos robáys la fama, diziendo que pues somos una gente sin ley, sin razón [643] y sin rey, que como bárbaros incógnitos nos pueden tomar por esclavos. Muy engañados vivís en este caso, ¡o! romanos, ca no me paresce a mí que con razón nos pueden llamar gente sin razón, pues tales quales nos criaron nuestros dioses nos estamos en nuestras casas proprias sin dessear, ni buscar, ni tomar tierras ajenas. Con mucha más razón podremos dezir ser vosotros gente sin razón, pues no contentos con la dulce y fértil Italia, os andáys derramando sangre por toda la tierra. Que digáys nosotros merescer ser esclavos a causa que no tenemos príncipe que nos mande, ni Senado que nos govierne, ni exército que nos defienda; a esto os respondo que, pues no teníamos enemigos, no curávamos de exércitos, y que, pues era cada uno contento con su suerte, no teníamos necessidad de superbo Senado que governasse; que, siendo como éramos todos iguales, no consintíamos aver entre nosotros príncipes; porque el oficio de los príncipes es suprimir a los tyranos y conservar en paz a los pueblos. Que digáys no aver en nuestra tierra república ni policía, sino que vivíamos como viven los brutos animales en una montaña, tampoco en esto como en lo otro tenéys razón; porque nosotros no consentíamos en nuestra tierra tratantes mentirosos, ni bulliciosos, ni honbres que de otras tierras nos truxessen aparejos para ser viciosos y regalados, de manera que como en el vestir éramos honestos y en el comer nos preciávamos de sobrios, no teníamos necessidad de muchos tratos. Porque en nuestra tierra no aya mercaderes de Carthago, azeyte de Mauritania, merchantes de Tiro, azero de Cantabria, olores de Asia, oro de España, plata de Bretaña, ámbar de Sidonia, seda de Damasco, trigo de Sicilia, vino de Candía, púrpura de Arabia, no por esso somos brutos en aquella tierra, ni dexamos de tener república; porque estas y otras semejantes cosas más tienen para despertar muchos vicios, que no para vivir con ellas los hombres virtuosos.
Felice y bienaventurada república es no en la que ay muchos tratos, sino do viven muchos virtuosos; no la que es abundante de muchas riquezas, sino la que se precia de muchas virtudes; no do viven muchos bulliciosos, sino [644] do residen hombres pacíficos. De do se sigue que a la policía de Roma por ser rica emos de tener manzilla, y a la policía de Germania por ser pobre avéys de tener embidia. Pluguiera a los immortales dioses que el contentamiento que teníamos nosotros con la pobreza, ésse tuviérades vosotros con la abundancia; porque desta manera ni fuérades a robarnos la tierra entonces, ni viniéramos a quexarnos a Roma nosotros agora. Bien veo, romanos, que va mucho de lo uno a lo otro; porque vosotros, aunque oýs nuestros trabajos, no por esso perdéys vuestros passatiempos, pero a nosotros mismos jamás se nos enxugan las lágrimas de los ojos, ni jamás cessamos de llorar nuestros infortunios. [645]


Capítulo V

Do el villano concluye su plática, y habla contra los juezes que no hazen justicia y de quán dañosos son los tales en la república.

Bien pensaréys que he dicho todo lo que avía de dezir, y por cierto no es assí. Antes me quedan de dezir algunas cosas, de las quales tomaréys mucho espanto en oýrlas; y sed ciertos que yo no terné miedo en dezirlas, pues vosotros no tenéys vergüença de hazerlas; porque la culpa pública no sufre correctión secreta. Espantado estoy de vosotros, los romanos, embiarnos como nos embiáys unos juezes tan ignorantes y bovos, que por los immortales dioses juro ni nos saben vuestras leyes declarar y mucho menos las nuestras entender. Y el daño de todo esto procede en embiarnos allá no a los más ábiles para administrar justicia, sino a los que tienen más amigos en Roma. Presupuesto que los deste Senado days los oficios de judicatura más por importunidad que no por abilidad, es muy poco lo que se puede dezir respecto de lo que ellos allá osan hazer. Lo que acá les mandáys, yo no lo sé; pero lo que ellos allá hazen, yo os lo diré, y es esto. Vuestros juezes toman todo lo que les dan en público y cohechan lo más que pueden en secreto; castigan gravemente al pobre, dissimulan con las culpas del rico; consienten muchos males por tener ocasión de hazer muchos cohechos; olvidan la governación de los pueblos por darse a plazeres y vicios; aviendo de mitigar los escándalos, son ellos los más escandalosos; el que no tiene hazienda, por demás es pedirles justicia; finalmente, so color que son de Roma, no tienen temor de robar aquella tierra. [646]
¿Qué es esto, romanos? ¿Nunca ha de tener fin vuestra sobervia en mandar, ni vuestra cobdicia en robar? Dezidnos lo que queréys, y no nos hagáys tanto penar. Si lo avéys por nuestros hijos, cargadlos de hierros y tomadlos por esclavos; porque de hierro no los cargaréys más de lo que pudieren traer, pero de preceptos y tributos echáysles los que no pueden sufrir. Si lo avéys por nuestras haziendas, yd y tomadlas todas; porque allá en Germania no tenemos la condición que tenéys aquí en Roma, es a saber: holgáys de vivir pobres no por más de por morir ricos. Si teméys que nos emos de levantar con la tierra, maravillarme ýa si pensássedes tal cosa; porque, según nos tenéys robados y maltratados, aseguradme vosotros que no se despueble, que yo os asseguraré que no se levante. Si no os contentan nuestros servicios, mandadnos cortar las cabeças como a hombres malos; porque no será tan crudo el cuchillo en nuestras gargantas como son vuestras tyranías en nuestros coraçones. ¿Sabéys qué avéys hecho, ¡o! romanos? Que nos emos juramentado todos los de aquel mísero reyno de no llegar más a nuestras mugeres y de matar a nuestros proprios hijos, y esto por no los dexar en manos de tan crudos tiranos como soys vosotros; porque más queremos que mueran con libertad que no vivan con servidumbre. Como hombres desesperados emos determinado de sufrir los bestiales movimientos de la carne en todo el tiempo que nos queda de vida, y esto a fin que ninguna muger más no se haga preñada; porque más queremos sufrir ser continentes veynte o treynta años, que no dexar a nuestros hijos esclavos perpetuos. Si es verdad que han de passar los hijos lo que sufrimos los tristes padres, no sólo es bueno no los dexar vivir, pero aun sería mucho mejor no los consentir nascer. No lo avíades de hazer assí, romanos, sino que la tierra tomada por fuerça, aquélla avía de ser muy mejor regida; porque los míseros captivos, viendo que les administran recta justicia, olvidarían la tyranía passada y domeñarían sus coraçones a la servidumbre perpetua. Pues es verdad que, si nos venimos a quexar de los agravios que hazen vuestros censores allá en el Danubio, que nos oyréys los [647] que estáys aquí en este Senado; y, quando ya os determináys de nos oýr, soys muy largos en lo proveer, por manera que, quando començáys a remediar una costumbre mala, toda la república está ya perdida. Quiéroos dezir algunas cosas dellas porque las sepáys, y dellas para que las emendéys.
Viene un pobre muy pobre a pediros aquí justicia, y, como no tiene dineros que dar, ni vino que presentar, ni azeyte que prometer, ni púrpura que ofrecer, ni favor para se valer, ni entrada para servir; después que en el Senado ha propuesto su querella, cumplen con él de palabra, diziéndole que en breve se verá su justicia. ¿Qué más queréys que os diga, sino que al pobre querellante házenle gastar lo poco que tiene y no le restituyen cosa de lo que pide; danle buena esperança y házenle gastar allí lo mejor de su vida; cada uno por sí le promete favor y después todos juntos le echan a perder; dízenle los más que tiene justicia y dan después contra él la sentencia, por manera que el mísero miserable que vino a quexarse de uno, se torna a su tierra quexoso de todos, maldiziendo sus tristes hados y exclamando a sus dioses justos? Acontece también que algunas vezes se vienen a querellar a este Senado algunos bulliciosos, y esto más con malicia que no con justicia, y vosotros los senadores, dando fe a sus palabras dobladas y a sus lágrimas fingidas, luego proveéys de un censor que vaya a determinar y sentenciar aquellas querellas, el qual ydo y buelto, después tenéys vosotros más que remediar y soldar en los desafueros que aquel juez hizo, que no los escándalos que avía en aquel pueblo.
Quiero, romanos, contaros mi vida, y por ella veréys qué vida passan los de mi tierra. Yo vivo de varear bellotas en el invierno y de segar miesses en el verano, y algunas vezes pesco tanto por necessidad como por passatiempo, de manera que todo lo más de mi vida passo sólo en el campo o en la montaña. Y, si no sabéys por qué, oýd, que yo os lo diré. Veo tantas tyranías en vuestros censores, házense tantos robos a los míseros pobres, ay tantas dissensiones en aquel reyno, permítense tantos daños en aquella tierra, [648] está tan robada la mísera república, ay tan pocos que zelen lo bueno, y espero tan poco remedio de aqueste Senado; que determino como malaventurado desterrarme de mi casa y de mi dulce compañía porque no vea con mis ojos cosa de tanta lástima. Más quiero andarme por los campos solo, que no ver a mis vezinos cada hora llorando. Y, allende desto, los fieros animales, si no los ofendo, no me ofenden; pero los malditos hombres, aunque los sirvo, me enojan. Gran trabajo es sufrir un revés de fortuna, pero mayor es quando se comiença el mal a sentir y no se puede remediar; pero sin comparación es muy mayor quando lleva remedio mi pérdida, y el que puede no quiere y el que quiere no puede remediarla. ¡O!, crudos romanos, no sé si sentís algo de lo que nosotros sentimos, en especial yo que lo digo, veréys cómo lo siento, pues sólo de traerlo a la memoria mis ojos se enternecen, mi lengua se entorpece, mis miembros se descoyuntan, mi coraçón se desmaya, mis entrañas se abren, mis carnes se consumen. ¿Qué será allá, dezidme, en mi tierra verlo con los ojos, oýrlo con los oýdos y tocarlo con las manos? Son por cierto tantas y tan graves las cosas que padece la triste Germania, que los piadosos dioses aún nos tienen manzilla. No quiero rogaros que de mis palabras toméys o no toméys escándalo, sino solamente os ruego entendáys bien lo que digo; porque presumiendo como presumís de discretos, bien veréys que las fatigas que nos vienen de los hombres entre los hombres, con los hombres y por manos de los hombres, no es mucho que las sintamos como hombres.
Hablando con verdad, y aun con libertad, si uviesse de contar por menudo todas las inadvertencias que proceden deste Senado y todas las tyranías que vuestros juezes hazen en aquel mísero reyno, una de dos cosas avía de ser: o castigar a mí si era mentira, o privar a vosotros si era verdad. Una cosa sola me consuela, la qual con algunos malaventurados como yo la pongo algunas vezes en plática, y es que me tengo por dicho ser los dioses tan justos, que sus castigos bravos no proceden sino de nuestras maldades crudas, y que nuestra culpa secreta los despierta a que hagan de [649] nosotros pública justicia. De una cosa sola estoy muy turbado, y que a los dioses no puedo bien tomar tino, y es por qué a un hombre bueno por pequeña culpa dan mucha pena y a un hombre malo por muchas no le dan ninguna, por manera que dissimulan con los unos y no perdonan cosa a los otros. ¡O!, secretos juyzios de los dioses; y si, como soy obligado a loar vuestras obras, tuviesse licencia de condenarlas, osaría dezir que nos hazéys mucho agravio en querernos perseguir por manos de tales juezes, los quales, si justicia uviesse en el mundo, quando nos castigan con sus manos, no merecían tener las cabeças sobre sus hombros. La causa porque agora de nuevo exclamé a los immortales dioses es en ver que no ha sino quinze días que entré en Roma, y he visto hazerse y proveerse tales y tantas cosas en este Senado, que si la menor dellas se hiziesse allá en el Danubio, más pobladas estarían las horcas de ladrones que no están las parras de uvas. Heme parado a mirar vuestra soltura en el hablar, vuestra desonestidad en el vestir, vuestra poca templança en el comer, vuestro descomedimiento en el negociar y vuestro regalo en el vivir; y por otra parte veo que quando llega una provisión vuestra a nuestra tierra, llevámosla al templo, ofrecémosla a los dioses, ponémosla sobre las cabeças, por manera que cotejando lo uno con lo otro, emos de cumplir lo que se manda y blasfemar de los que mandan. Pues ya mi desseo se ha visto donde desseava, y mi coraçón ha descansado en derramar la ponçoña que tenía, si en algo os ha ofendido mi lengua, he aquí me tiendo en este suelo para que me cortéys la cabeça; porque más quiero ganar honra en ofrecerme a la muerte que no que la ganéys vosotros comigo en quitarme la vida.»
Aquí dio fin el rústico a su no rústica plática. Dixo, pues, luego el Emperador Marco Aurelio a los que con él estavan:
«¿Qué os paresce, amigos? ¡Qué nucleo de nuez, qué oro de escoria, qué grano de paja, qué rosa de espina, qué cañada de huesso y qué hombre tan heroyco allí se descubrió! [650] ¡Qué razones tan altas, qué palabras tan concertadas, qué sentencias tan bien dichas, qué verdades tan verdaderas y aun qué malicias tan descubiertas allí descubrió! A ley de bueno vos juro, y aún assí me vea yo libre del mal que tengo, que una hora estuvo el villano tendido en tierra y todos nosotros, las cabeças baxas de espantados, no le podimos responder palabra; porque a la verdad aquel rústico nos confundió con su plática, nos espantó de ver en quán poco tuvo su vida. Avido nuestro acuerdo en el Senado, otro día proveýmos juezes de nuevo para las riberas del Danubio, y mandamos que nos diesse por escripto todo aquel razonamiento para que se assentasse en el libro De los buenos dichos estrangeros que están en el Senado. Proveyóse assimismo que aquel rústico fuesse en Roma hecho patricio, y de los libertos de Roma él fuesse uno, y que del erario público fuesse para siempre sustentado; porque nuestra madre Roma siempre se preció de pagar no sólo los servicios señalados que le hazían, mas aun las buenas palabras que en su Senado se dezían.» [651]


Capítulo VI

Que los príncipes y grandes señores deven mucho advertir en elegir buenos juezes para que administren justicia; porque en esto consiste todo el bien de su república.

Alexandro Magno dizen dél los historiadores que fue en su mocedad muy amigo de caça, en especial si la caça era de montería, y (lo que más es) que no quería caçar garças, ni lechuzas, ni liebres, ni perdizes, sino tigres, pardos, ossos, elephantes, cocodrillos y leones, por manera que este excellentíssimo príncipe no sólo mostrava la excellencia de su ánimo en conquistar a los príncipes superbos, mas aun en caçar a los animales indómitos. Plutharco en su Apothémata dize que el Magno Alexandro tenía un privado suyo que llamavan Créthero, al qual dezía él muchas vezes estas palabras: «Hágote saber, Créthero, que los príncipes de altos pensamientos no sólo han de ser muy rectos en los reynos que goviernan, mas aun han de ser muy considerados en los passatiempos que toman, por manera que la auctoridad que cobraron en lo uno no la vengan a perder en lo otro.» Quando Alexandre dezía estas palabras, de verdad él tenía más auctoridad que no edad, mas al fin él dio en esto exemplo más de imitalle que no de reprehenderle. Digo imitalle no en la caça que se exercitava, sino en el ánimo que tenía.
Los hombres baxos y plebeyos poco va que en unas cosas muestren grandeza y en otras se conozca su poquedad, mas a los príncipes y grandes señores esles gran afrenta y baxeza que en las cosas de veras los acusen de superbos y en las cosas de burlas los noten de livianos; porque el generoso y valeroso [652] príncipe en las cosas graves ha de mostrar gran prudencia y en las cosas baxas mucha grandeza. Fue, pues, el caso que, estando el Magno Alexandro caçando en una aspérrima montaña, topóse él solo con un león ferocíssimo, y, como el buen príncipe quisiesse ganar con el león honra, y el león también quisiesse conservar su vida, fuéronse el uno para el otro; y assí, ambos abraçados, cayeron en tierra, do estuvieron peleando quasi media hora, mas al fin el león quedó allí muerto y el gran Alexandro escapó bien ensangrentado. En toda la Grecia fue esta alexandrina y leonina caça muy nombrada. Digo muy nombrada porque luego los artífices hizieron una obra quadrataria en que estava esculpida. Lisipo y Leocarque, miríficos artífices de antiguallas, hizieron de metal una tal obra, do pusieron al león y al Magno Alexandre cómo peleavan, y a Créthero, un su privado, cómo entre los perros los estava mirando, de manera que aquella obra parecía representar no alguna cosa antigua, sino que el león y Alexandro, y los perros y Créthero estavan vivos en aquella caça. Al tiempo que Alexandro peleó con el león en la montaña, hallóse un embaxador de los espartanos en Macedonia, y dixo al Magno Alexandro esta palabra: «Pluguiera a los inmortales dioses, ¡o! inmortal príncipe, que las fuerças que empleaste con el león en la montaña las emplearas contra algún príncipe por ser príncipe de toda la tierra.» De lo que este embaxador dixo y de lo que Alexandro Magno hizo se puede colegir que, quanto es honesto a los príncipes ser honestos y esforçados, tanto les es inhonesto ser atrevidos y temerarios; porque los príncipes, aunque sean largos de su hazienda, no han de ser pródigos de su vida.
El divino Platón, en el libro x de sus Leyes, dize que Adón y Clivias, famosos philósophos que fueron thebanos, tuvieron entre sí muy gran contienda sobre saber por qué cosas era el príncipe obligado a emplear su vida; porque Clivias dezía que era obligado a morir por qualquiera cosa que tocasse a su honra; Adón dezía que no sino por amparar y defender a su república. Dize Platón que ambos a dos philósophos tuvieron razón en lo que dezían, mas que, dado caso que al príncipe se le ofreciesse ocasión de morir por lo uno o por lo [653] otro, antes deve morir por lo que toca a la justicia que no por sustentar su honra; porque no poca diferencia va morir uno por lo que toca solamente a su persona a morir por lo que cumple a la república.
Aplicando lo que emos dicho a lo que queremos dezir, digo que no queremos de los príncipes y grandes señores que se maten con los leones en la caça, ni aventuren sus personas en la guerra, ni pongan sus vidas en peligro por la república, sino que solamente les rogamos tengan cuydado de proveer las cosas de justicia; porque más natural oficio es de los príncipes andar a caça de viciosos en su república, que no andar a caça de puercos en la montaña. Para que esto los príncipes ayan de fazer y cumplir, no les pedimos el tiempo en que han de comer, han de dormir, han de caçar, han de jugar y se han de recrear, sino que, de xxiiii horas que ay en la noche y en el día, tengan por bien de hablar en las cosas de justicia siquiera una hora. No consiste la governación de la república en que trabajen hasta sudar sus carnes, fatiguen sus personas, derramen su sangre, menosprecien sus vidas y pierdan sus passatiempos, sino que toda su buena governación está en que con atención miren los daños de sus repúblicas y conforme a ellos provean los ministros de justicia. Pues no pedimos a los príncipes y grandes señores que nos den de su hazienda, ni que dexen de comer, ni que dexen de dormir, ni que dexen de jugar, ni que dexen la caça, ni que pongan en peligro su vida, sino que provean a la república de buenos ministros de justicia, no pequeña diligencia devrían poner en los buscar, y después más mayor en los examinar; porque si suspiramos por tener príncipes buenos, con lágrimas emos de pedir no nos quepan en suerte juezes malos.
¿Qué aprovecha que el cavallero sea diestro si el cavallo es desbocado? ¿Qué aprovecha que el patrón de la nao sea cuerdo si el piloto que la rige es loco? ¿Qué aprovecha que el rey sea esforçado si el capitán que da la batalla es covarde? Quiero por esto que he dicho dezir que qué aprovecha que el príncipe sea honesto si el juez que administra su justicia es dissoluto. ¿Qué nos aprovecha que el príncipe sea verdadero [654] si el que administra justicia es un mentiroso? ¿Qué aprovecha que el príncipe sea sobrio si el que administra justicia es un borracho? ¿Qué aprovecha que el príncipe sea manso y benigno si el que administra justicia es un crudo carnicero? ¿Qué aprovecha que el príncipe sea dadivoso o limosnero si el que administra justicia es un ladrón cossario? ¿Qué aprovecha que el príncipe sea cuydadoso y virtuoso si el que administra justicia es un perezoso y vicioso? Finalmente digo que muy poco aprovecha que el príncipe sea en su casa ocultamente justo si junto con esto fía la governación de un público tyrano.
Los príncipes y grandes señores, como están dentro de sus palacios regalados, están ocupados en cosas altas sus pensamientos, no admiten en su secreta compañía sino sus íntimos privados, otras vezes no quieren sino ocuparse en sus passatiempos, ni saben lo que ay de emendar en sus personas y menos lo que han de remediar en sus repúblicas. No quiero ser tan agro en el reprehender, ni tan satírico en el escrevir, que parezca persuadir a los príncipes que vivan no según la alteza de sus estados, sino según viven los estrechos religiosos; porque si ellos se guardan de ser tyranos o ser demasiadamente viciosos, muy poco se nos da que sean un poco regalados, sino que digo y afirmo que los príncipes no cumplen con ser justos, sino que son obligados a fazer justicia. No se pierden las repúblicas porque sus príncipes sean regalados, sino porque son descuydados, que al fin no murmuran los pueblos quando el príncipe recrea su persona, sino quando es remisso en la justicia. Pluguiesse a Dios Nuestro Señor que tanta cuenta tuviessen los príncipes con Dios en las cosas de su conciencia y república, quanta tienen con los hombres en las cosas de su casa y hazienda. Plutharco, en una epístola que escrive al Emperador Trajano, dize: «Mucho me plaze, sereníssimo señor, que sea tal el príncipe, que digan todos no aver en él qué reprehender; mas junto con esto mucho más me pesa que tenga tan malos juezes a que digan todos que no ay en ellos qué loar; porque los defectos de vosotros los príncipes podémoslos callar, mas los excessos de vuestros juezes no se pueden sufrir.» [655]
Muchos príncipes y grandes señores se engañan de pensar que cumplen con sus conciencias en que sean sus personas muy virtuosas, lo qual no es assí; porque no abasta al príncipe que recoja para sí todas las virtudes, sino que es obligado a estirpar de su república todos los vicios. Dado caso que los príncipes no quieren o no pueden por sí mismos governar la república, rogámosles y amonestámosles que busquen buenos ministros de justicia; porque un hombre plebeyo no dará cuenta sino de su vida buena o mala, mas un príncipe dará cuenta de la vida que hizo viciosa y del descuydo que tuvo de su república. Séneca, en una epístola que escrive a un amigo suyo llamado Lucillo, dize: «Lucillo, amigo mío y coraçón mío, yo huelgo que me vengas a ver aquí a Roma, mas ruégote que dexes encomendada a buenos juezes essa ysla de Sicilia; porque ningún plazer tomaría yo con tu vista si por mi ocasión dexasses tú a mal recaudo la república. Y, porque sepas qué condiciones han de tener los que por juezes has de elegir, hágote saber que los tales deven ser justos en sus sentencias, verdaderos en sus palabras, honestos en sus obras, piadosos en sus justicias y, sobre todo, muy limpios en rescebir dádivas. Y si te aviso esto es para que, si velavas por governar bien a tu república, te desveles agora en examinar a quién has de encomendar la governación della.» Diría, pues, yo que todo lo que los philósophos antiguos escrivieron en muchos libros y dexaron por varias sentencias, todo lo resumió Séneca en estas pocas palabras, las quales son tan graves y tan necessarias, que si los príncipes las tuviessen en la memoria para las executar, y los juezes las tuviessen delante los ojos para las cumplir, excusarían de muchos escándalos a la república y librarían a sí mismos de gran cargo de conciencia.
Es cosa no voluntaria sino necessaria que los ministros de justicia sean muy cuerdos, sean muy assentados y sean muy honestos; porque no podría ser cosa más escandalosa y dañosa que al tiempo que los juezes reprehendiessen a los moços de sus mocedades, reprehendiessen a ellos los vicios de sus liviandades. El que tiene oficio público en la república y se assienta públicamente a juzgar en ella, muy gran recaudo deve traer en su persona para que no sea notada de dissoluta; [656] porque el juez inconsiderado y desonesto deve en sí mismo considerar que, si él tiene autoridad para sentenciar a uno la hazienda, ay mil que le juzguen a él la vida y la honra. Dar cargo de regir pueblos a hombres dissolutos y derramados, no sólo es a los príncipes conciencia, mas aun es en gran vilipendio de la justicia; porque en muy poco se tiene la sentencia quando el que la dio merecía ser sentenciado. Plutharco en su Apothémata dize que el rey Philipo, padre del Magno Alexandro, que crió por juez de una provincia a un amigo suyo, el qual juez después que se vio en el oficio, más se ocupava en peynar y en curar los cabellos, que no en abrir y en estudiar en los libros. Informado el rey Philipo de la vanidad y inutilidad de aquel juez, revocóle el poder que le avía dado; y, como se querellasse a todos del agravio y afrenta que se le avía hecho en quitarle el oficio, díxole el rey Philipo: «Si yo te diera el oficio no más de por ser amigo mío, créome que ninguna cosa abastara para quitártelo; porque teniendo (como tenía) entera la voluntad con que te amava, no cabía en razón te quitasse el oficio con que te honrava. Dite yo este oficio con pensamiento que eras cuerdo, sabio, honesto, y aun hombre bien ocupado; y paréceme que te ocupas más en regalar tu persona, que no en governar mi república, lo qual ni tú lo deves fazer, ni yo tampoco consentir; porque tan ocupado ha de estar el juez en la buena administración de la justicia, que no le quede aún tiempo para peynar la cabeça.» Esto, pues, fue lo que dixo el buen rey Philipo al juez que quitava por ser regalado.
Los ministros de justicia no sólo han de ser graves y honestos, mas aun conviene que sean hombres verdaderos y no mentirosos; porque no puede ser cosa más escandalosa al que tiene por oficio de juzgar las verdades no hallen su boca sino llena de mentiras. Quando dos plebeyos contienden sobre una cosa, no con otro fin van delante el juez sino para que averigüe quién tiene la justicia. Pues si el tal juez no es tenido por verdadero, sino por mentiroso, todos ternán su juyzio por falso, por manera que si el pleyteante a más no poder obedeciere a la justicia, a lo menos blasfemará del que dio la sentencia. Ay algunos juezes los quales, hora por ganar [657] más dineros, hora por cobrar más amigos, y aun por perpetuar sus oficios, hazen con los pleyteantes tantos complimientos y desmándanse en tantos ofrecimientos, en que se tienen por dicho los otros que se concluyrán en su favor los pleytos. Los que van a las casas de los juezes, unos van por les rogar, otros por los avisar, otros por los engañar, otros por los importunar, otros por los assechar y muy pocos van por los visitar. De manera que por estas y por otras semejantes cosas, aviso y amonesto a los juezes que, si fueren justos en las sentencias, sean muy recatados en las palabras.
Tales y tan buenos han de ser los ministros de justicia, que ni aya que reprehender en sus vidas, ni tome alguno prenda de sus palabras; porque, si en esto no tienen aviso, acontecerá lo que Dios no quiera que acontezca, y es que en perjuyzio de la justicia agena desempeñará su palabra propria. No abasta que los juezes sean verdaderos en sus palabras, sino es necessario sean muy rectos en sus sentencias, es a saber: que ni por amor afloxen, ni por codicia se corrompan, ni por temor se retraygan, ni con ruegos se ablanden, ni de promessas se ceven; porque de otra manera sería muy gran afrenta y vergüença que la vara que traen en las manos sea derecha y la vida que hazen sea tuerta. Para que los juezes sean rectos juezes mucho deven trabajar en ser libres. Quiero dezir que en las cosas que han de juzgar los tales, impossible es que no yerren si en sus sentencias tienen respecto a cumplir con sus amigos o a vengarse de sus enemigos; porque no es juez justo, sino tyrano oculto, el que con afectión juzga y con passión castiga. Mucho se engañan los que tienen oficios de juzgar y governar en pensar que por afloxar o torcer un poco de la justicia ganarán más amigos en la república, lo qual es tan malo y a Dios tan odioso, que si lo sufre por algún poco de espacio, no por cierto lo dissimulará mucho tiempo; porque Dios Nuestro Señor, como es padre de la verdad, no quiere que tengan títulos de justos los que en su desacato hazen tantas injusticias.
Helio Esparciano, en la Vida de Antonino, dize que, andando este buen Emperador a visitar el Imperio, como estuviesse en Capua y allí preguntasse del estado de los censores si eran [658] justos o si eran remissos, díxole un capuano: «Por los inmortales dioses te juro, Sereníssimo Príncipe, que este censor que aquí tenemos ni es justo, ni haze justicia; y porque no parezca que se lo levante, oye y diréte lo que con él me ha acontescido. Yo le rogué fiziesse por mi amor quatro cosas, las quales eran todas injustas, y de muy buena voluntad él condecendió a todas ellas, de lo qual yo me maravillé y no poco escandalizé; porque quando se las rogué no era con pensamiento que él las avía de hazer, sino por cumplir con los que me lo vinieron a rogar. (E dixo más aquel capuano.) Por el dios Genio te juro que no era yo el su mayor amigo para que diga averlo fecho más por mí que por otro, sino que si fizo por mí aquellas quatro cosas, es de creer que hizo por otros más de quatrocientas; en lo qual deves proveer, Sereníssimo Príncipe, porque los buenos juezes han de oýr a todos con paciencia y después determinar las cosas con justicia.»
Deste tan notable exemplo deven tomar todos los juezes aviso de no tener respecto a los que les ruegan, sino mirar bien lo que les piden; porque, si hazen lo que deven, en tal caso sus enemigos los pregonarán por justos, y, si hazen lo que no deven, Dios permitirá que sus mismos amigos los notarán de tyranos. Los juezes que presumen ser zelosos de la república y cuydadosos de su conciencia no se han de contentar con hazer simplemente justicia, sino que tengan tal concepto dellos en la república, que ninguno ose pedirles ni rogarles cosa fea; porque de otra manera, si en el que pide notássemos poca vergüença, en el juez a quien se pide porníamos alguna sospecha.
Deven assimismo advertir los príncipes que los juezes que pusieren para administrar justicia no se contenten con que sean rectos, sean honestos y sean verdaderos, sino que sobre todo no sean avaros ni cobdiciosos; porque justicia y avaricia mal se compadecen en una persona. Los que tienen cargo de governar pueblos o de sentenciar pleytos mucho se deven guardar que con dones o presentes no sean corrompidos; porque es impossible sino que el día que començare en casa del juez a crecer la hazienda, aquel día se ha de començar a disminuyr la justicia. Ligurgo, y Prometheo, y Numa Ponpilio, [659] ninguna cosa en sus leyes tanto prohibieron ni para otra cosa tan graves penas pusieron como fue para que los juezes no fuessen cobdiciosos y robadores, y de verdad ellos tuvieron alta consideración en lo proveer y prohibir; porque el juez que huelga de tener parte en el hurto, mal sentenciará que se restituya lo hurtado. No se fíen los juezes con dezir que no reciben plata, ni oro, ni sedas, ni joyas, sino que si toman, solamente toman para comer fructas; porque muchas y no pocas vezes acontesce que el juez come la fructa y el pobre pleyteante siente la dentera.
Cícero dize en el libro De legibus que, siendo ya Catón Censorino muy viejo, dixéronle un día los senadores en el Senado: «Ya sabes, Catón, cómo somos en las calendas de Jano, en las quales es costumbre que se repartan los oficios en el pueblo. Hemos acordado de criar a Malio y a Calídano por censores anuales. Dinos si a tu parescer son ábiles y suficientes.» Respondióles Catón Censorino: «Padres Conscriptos, hágoos saber que ni admitto al uno, ni apruevo al otro; porque Malio es hombre muy rico y Calídano es ciudadano muy pobre. Y de verdad en lo uno y en lo otro ay peligro, pues vemos por experiencia que los censores muy ricos son viciosos y los censores muy pobres son muy cobdiciosos. (Y dixo más.) En este caso sería yo de parecer que el censor o juez que eligiéredes, ni sea tan pobre que le falte para comer, ni sea tan rico que le sobre para se regalar; porque la mucha abundancia haze a los hombres viciosos, y otros con la mucha pobreza tórnanse cobdiciosos.» Según el crédito que tenía Catón Censorino, razón es que a sus palabras se den crédito, pues tantos años governó el Imperio Romano, aunque es verdad que no todos los pobres son cobdiciosos, ni todos los ricos son viciosos; mas él lo dezía porque aquellos dos romanos de aquellos dos vicios devían ser notados, y aun porque los pobres dessean tener y todos los ricos se dessean conservar y regalar.
Quál destas dos condiciones de hombres los príncipes ayan de elegir no fácilmente me osaría yo en ello determinar, en que ni aconsejo que, menospreciados los pobres, eliian a los ricos, ni, menospreciados los ricos, eliian a los pobres, sino que sean tales aquéllos a los quales cometieren el oficio de [660] justicia, que conozcan ellos ser de buena conciencia y ser ajenos de cobdicia; porque el juez que tiene rota la conciencia, impossible es que tenga sana la justicia. Para tener sospecha de un juez si es de buena o de mala conciencia, muy gran indicio es ver si él procuró aquel oficio de justicia; porque el hombre que de su propria voluntad procura encargarse de alguna conciencia ajena, no deve tener en mucho la suya propia. [661]


Capítulo VII

De una carta que escrivió Marco Aurelio Emperador a Antígono, su amigo, en respuesta de otra que él desde Sicilia le avía embiado, dándole aviso que los juezes romanos eran muy rigurosos. Divídela el auctor en cinco capítulos, y es letra muy notable contra los juezes crueles.

Marco Aurelio, colega en el Imperio, tribuno del pueblo y que agora está enfermo; a ti, Antígono, el desterrado, dessea salud para sí, y descanso para ti, y consolación en los dioses consoladores.
Por huyr los enojosos calores de Roma y por leer unos libros que me traxeron del reyno de Palestina, me vine aquí a Capua. Y, por mucha priessa que me di en las jornadas, todavía me alcançaron unas calenturas, las quales son más enojosas que peligrosas, porque me toman con frío y no se me quitan del todo. A veynte días andados del mes de Jano recebí la segunda letra tuya, y fue el caso que tu carta y mi calentura todo vino a una hora, pero fue tanto el enojo que tomé con la calentura, que no pude luego leer tu carta. No me paresce que tenemos buena mano, tú en ser corto ni yo en ser prolixo; porque ni mi letra larga quitó a ti las congoxas, ni tu carta corta quitó a mí las calenturas. Agora que se va entibiando el sentimiento que uve de tu trabajo y arde más el desseo que tengo de tu remedio, querríate dezir algo y socorrerte con algún consejo, pero hallo que la consolación que tú has menester yo no la puedo dar, y la que yo te puedo dar tú no la has menester. En esta carta no será lo que en la otra primera, sino que trabajaré lo menos mal que pudiere [662] de responderte y no me ocuparé en consolarte; porque estoy con esta enfermedad tan dessabrido, que ni tengo inclinación de querer escrivir, ni tampoco tomo gusto en cosas de plazer. Si acaso esta carta no fuere tan sabrosa, no tan compendiosa, no tan consolativa como las que yo te solía embiar, echarás la culpa no a la voluntad, que te dessea servir, sino a la enfermedad, que no le da lugar; porque los enfermos harto tienen que contentar a los médicos sin complir con los amigos. Si tu consolación estuviesse no en más de escrivirte muchas cartas y en ofrecerte muchas palabras, por cierto para hazer esto yo pelearía con mis calenturas; pero ¿qué aprovecha a ti, ni qué me satisfaze a mí, teniendo poco hazer ofrescimientos de mucho? Hablando a este propósito, acuérdome que en las antiguas leyes de los rodos estavan estas palabras: «Rogamos y amonestamos que visiten y consuelen a todos los captivos, y a todos los peregrinos, y que están desconsolados; pero junto con esto ordenamos y mandamos que ninguno en la república sea osado a dar consejo sin que con el consejo no dé el remedio; porque al coraçón aflicto las palabras consuélanle poco quando no vienen embueltas en algún remedio.» Por cierto la ley de los rodos es buena, y el romano que la guardare será muy mejor. Sey cierto que te desseo ver, y aun yo sé que tú me querrías hablar y todas tus quexas me dezir. Y no me maravillo; porque el coraçón lastimado más descansa contando sus males proprios que no oyendo consolaciones ajenas.
Muchas cosas me escrives por tu letra, las más de las quales nunca avían venido a mi noticia, y la más essencial dellas es que me das aviso los oficiales y justicias ser muy rigurosos en esse reyno, y que por esso están éssos de Sicilia muy mal con el Senado. Hasta oy nunca de tu boca te oý mentira, y esto me mueve a creer todo lo que dizes por tu carta, que en lo demás bien tengo que, según los de essa ysla son bulliciosos, ellos dan ocasión a los juezes que sean bravos; porque regla general es que, do los hombres son descomedidos, los ministros de justicia han de ser rigurosos. Ya que en otros reynos no acontesciesse, es de creer que acontescería aý en essa ysla, de la qual dize el proverbio antiguo: «Todos los insulanos son [663] malos, pero los sículos son peores que todos.» Están oy tan apoderados los malos en sus maldades, y están tan amedrentados los buenos con todas sus virtudes, que, si no uviesse un poco de brío en la justicia, los malos acocearían al mundo y los buenos se acabarían muy presto. Dexado esto y veniendo al propósito, digo que, considerando de quántos males estamos cercados y a quántas miserias somos subjectos, no me maravillo de las humanidades que cometen los humanos, pero escandalízome de las crudas justicias que hazen nuestros juezes; por manera que con más razón los podemos llamar tyranos que matan por fuerça, que no censores que administran justicia. De una cosa estoy muy espantado y quasi ajeno de mi juyzio: en que, siendo derecho la justicia de los dioses y siendo ellos los ofendidos, se quieren llamar piadosos; y nosotros, teniendo la justicia emprestada y no siendo ofendidos, nos gloriamos de ser crueles. No sé yo quál es el hombre que osa lastimar a otro hombre, pues vemos que los dioses perdonando sus proprias injurias alcançaron nombres de clementes, y nosotros castigando injurias ajenas nos quedamos con nombres de tyranos. Con mal estarían los hombres, y donosos dioses serían los dioses, si fuessen tan severos sus castigos como son feos nuestros pecados; porque, si nos midiessen con esta medida, sólo un demérito de una culpa abastaría para quitarnos la vida.
No puede con razón llamarse hombre entre los hombres, sino salvaje entre los salvajes, el que, olvidándose que es de carne flaca, sin piedad las carnes de otro hombre atormenta. Si se mira un hombre de pies a cabeça, no hallará en sí cosa que le mueva a crueldad, y verá en sí muchos instrumentos para exercitar la piedad, ca él tiene ojos con que mire a los necessitados, tiene pies con que vaya a los templos, tiene manos para ayudar a todos, tiene lengua para favorescer a los huérfanos, tiene coraçón para amar a los dioses; finalmente tiene juyzio para conocer lo malo y tiene discreción para seguir lo bueno. Si los hombres deven mucho a los dioses por darles tales instrumentos para ser piadosos, no menos les deven por quitarles las ocasiones de ser crueles, ca no les dieron cuernos como a toro, no les dieron cola como a culebra, [664] no les dieron uñas como a gato, no les dieron ponçoña como a serpiente; finalmente no les dieron tan peligrosos pies como a cavallo para acocear, ni les dieron tan fieros dientes como a león para morder. Pues los dioses son piadosos, y nos criaron piadosos, y nos mandaron ser piadosos, ¿por qué los nuestros juezes quieren ser crueles? ¡O!, quántos juezes que son indómitos, crueles y severos ay oy en el Imperio Romano los quales, so color de zelar la justicia, echan a perder la república; porque no con zelo de justicia sino con desseo de alcançar fama, se dexaron vencer de la malicia y negaron su propria naturaleza. Yo no me maravillo que un censor o juez romano tenga embidia de mi casa, quiera mal a mis amigos, dé favor a mis enemigos, menosprecie a mis fijos, ponga los ojos en mis fijas, se acobdicie de mi hazienda y ponga la lengua en mi persona; pero de lo que me escandalizo es que muchos juezes assí son golosos de despedaçar carnes umanas, como si ellos fuessen ossos y las carnes umanas colmenas. [665]


Capítulo VIII

En el qual Marco Aurelio prosigue su carta contra los juezes crueles, y pone dos exemplos, uno de un juez romano crudelíssimo y otro de un rey de Chipre piadoso.

A ley de bueno te juro, Antígono, que, siendo yo mancebo, conoscí a un censor o juez en Roma que avía nombre Licaónico, varón que era de alta statura, las carnes tenía ni gruessas ni flacas, los ojos algo eran sanguinolentos, en sangre era de los patricios, en la cara le faltavan muchas barbas y en la cabeça le sobravan muchas canas. Este Licaónico fue en Roma grandes tiempos censor; en las leyes romanas era bien docto, y en las costumbres y judicatura muy esperimentado; de su natural condición hablava poco, y en las respuestas que dava era muy resoluto. Entre todos los que fueron en sus tiempos en Roma tuvo en estremo esta excellencia, conviene a saber: que a todos ygualmente administrava justicia, y a los negociantes con muy gran brevedad despachava; porque jamás le pudieron inclinar con ruegos, ni corromper con dones, ni engañar con palabras, ni torcer por amenazas, ni aceptar de ninguno promessas. Junto con esto era hombre muy austero en la condición, severo en las palabras, inflexíbile en los ruegos, cruel en los castigos, sospechoso en los negocios y, sobre todo, era aborrescido de muchos y temido de todos. Quánto era este Licaónico aborrescido no se puede dezir, y quánto era de todos temido no se puede pensar; porque en Roma quando alguno estava injuriado, luego dezía: «¡Viva por muchos años Licaónico!»; y quando los niños lloravan, luego les dezían las madres: «Guárdate de Licaónico», y luego callavan; por manera que con sólo el nombre de Licaónico [666] espantavan a los hombres y acallavan a los niños. Has tanbién de saber, Antígono, que quando se levantava en una ciudad algún alboroto o en alguna provincia se recrescía algún escándalo, ya se tenían todos por dicho que no avía de yr allá sino Licaónico, y que a él avían de proveer en el Senado. Y (hablando la verdad) quando él llegava a la tal ciudad o provincia, no sólo los sediciosos avían huydo, pero muchos de los innocentes se avían absentado; porque era Licaónico un hombre tan absoluto y tan achacoso, que a unos por hechores, a otros por consentidores; a éstos porque no favorescieron, aquéllos porque lo encubrieron, ninguno se escapava de ser atormentado en la persona o castigado en la hazienda.
¿Piensas tú, Antígono, que fueron pocos los que este juez açotó, quarteó, empozó, degolló, ahorcó, afrentó, desterró y descepó en el tiempo que los príncipes romanos le truxeron consigo? Por los immortales dioses te juro, y assí me valga el dios Genio, que assí estavan proveýdas de pies, y manos, y cabeças de hombres las picotas, como de vacas y vitellas las carnecerías. Estava ya este Licaónico tan encarniçado en derramar sangre humana, que jamás él estava tan conversable, ni tenía el rostro alegre, como el día que avía de empozar alguno en el río Thíberim, o ahorcar en Monte Celio, o degollar a la vía Salaria, o atormentar en la cárcel Mamortina. ¡O cruda, o fiera, o inaudita la condición que este juez Licaónico tenía, ca no era possible que se uviesse criado en braços de romanas delicadas, sino en entrañas de serpientes ponçoñosas! Torno otra vez a dezir que es impossible que éste se crió con delicada leche de mugeres, sino que mamó crudelíssima sangre de tigres. Si este Licaónico era cruel porque se lo dava su condición, maldigo la tal condición; si lo hazía porque de la justicia tenía zelo, yo maldigo al tal zelo; si lo hazía por cobrar más honra, yo maldigo su honra; porque maldito será de los dioses y aborrecido de los hombres el hombre que quita a otro la vida (aunque sea por justicia) no por más de alcançar para sí fama. Mucho se desirven los dioses, y mucho daño reciben los pueblos, en que el Senado de Roma al juez atinado llama floxo y al juez carnicero llama justo; por manera que ya en el pueblo romano no tienen crédito los que sanan con [667] olio, sino los que curan con huego. Si alguno lo piensa, a lo menos yo no lo pienso, que quando murió Licaónico se acabaron con él todos los juezes crueles; porque en todo el Imperio Romano no uvo más de un Licaónico, y agora en cada pueblo ay más de tres o quatro. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, y es que en aquellos tiempos, como todos los juezes que administravan la justicia eran piadosos, fue muy nombrado Licaónico por ser cruel; pero agora, como todos son crueles, espantámonos de un juez si es piadoso.
En el año xii de la fundación de nuestra madre Roma, el primero rey della fue Rómulo, el qual embió a todos los pueblos comarcanos un edicto para que todos los hombres que anduviessen desterrados, todos los que estuviessen aflictos, todos los que fuessen perseguidos y todos los que estuviessen necessitados, todos se viniessen a Roma; porque allí serían amparados de sus enemigos y socorridos en sus trabajos. Divulgada la fama por toda Italia de la piedad y clemencia que Rómulo hazía en Roma, si los annales de los antiguos no nos engañan, más vezinos tuvo Roma en x años que no tuvieron Babilonia y Carthago en ciento. ¡O, glorioso el coraçón de Rómulo que tal inventó, gloriosa la lengua que tal mandó, y gloriosa Roma, pues sobre clemencia y piedad se fundó!
En los libros originales que estavan en el alto Capitolio hallé una vez muchas cartas escritas al Sacro Senado y Pueblo Romano, y en el principio de las cartas dezían estas palabras: «Nos, el Rey de los parthos en Asia, a los Padres Conscriptos de Roma, y al pueblo venturoso de Roma y Ytalia, y todos los que con el Senado tienen aliança, los quales tienen nombres de romanos y renombres de clementes, salud a las personas vos embiamos, paz y tranquilidad para vosotros y nosotros a los dioses pedimos.» Mira, pues, Antígono, qué título tan glorioso de clementes tenían nuestros primeros romanos, y qué exemplo de clemencia dexaron para todos los emperadores advenideros, por manera que, pues los bárbaros estrangeros los llamavan piadosos, no es de creer que con sus súbditos y naturales serían crueles. Según que los antiguos trabajaron por ser de todos amados, y según las crueldades que agora hazen los juezes para ser temidos, si los dioses acaso [668] resuscitassen a los muertos y paresciessen delante dellos en juyzio los vivos, yo juzgo que juzgarían y yo digo que dirían que éstos no son sus hijos, sino sus enemigos; no aumentadores de la república, sino ladrones de su clemencia.
Teniendo edad de treynta y siete años halléme un invierno en la ysla de Cethim, que agora se llama Chipre, en la qual ay un monte pequeño (aunque fragoso) que se llama el monte Archadio, do se cría la yerva flabia, de la qual dizen los antiguos que, si la cortan, destila de sí sangre, y aquella sangre aprovecha para que si ensangrientan a una persona con ella estando caliente (aunque no quiera), os ha de amar; y si la untan con sangre fría, os ha de aborrescer. Desto desta yerva no pongas en ello dubda, ca yo hize la esperiencia, en que unté con aquella sangre a una persona, la qual primero perdió la vida que no el amor de mi persona. Uvo en aquella ysla un rey muy exemplar en vida y muy famoso en clemencia, aunque es verdad que por escripto ni por palabra no pude saber el nombre que tenía, mas de quanto estava sepultado sobre quatro colunas en un sepulcro marmóreo, y en torno del sepulchro estava un letrero escripto en griego, y muy antiguo, el qual entre otras muchas cosas dezía estas palabras:
«Todo el tiempo que los inmortales dioses me dieron vida, ésta fue la orden que tuve en governar a mi república. Lo que pude hazer por bien, nunca lo hize por mal. Lo que pude alcançar con paz, nunca lo tomé por guerra. A los que pude vencer con ruegos, nunca los espanté con amenazas. Lo que pude remediar secreto, nunca lo castigué en público. A los que pude corregir con avisos, nunca los lastimé con açotes. A ninguno jamás castigué en público, que primero no le avisasse en secreto. Nunca consentí a mi lengua que dixesse mentiras, ni permití a mis orejas que oyessen lisonjas. Refrené a mi coraçón a que no desseasse lo ajeno y persuadíle a que se contentasse con lo suyo proprio. [669] Velé por consolar a los amigos y desveléme por no tener enemigos. Ni fui pródigo en gastar, ni cobdicioso en rescebir. Nunca de una cosa hize castigo sin que primero no perdonasse quatro. De lo que castigué tengo pena y por lo que perdoné tengo alegría. Nascí hombre entre los hombres y por esso comen mis carnes aquí los gusanos. Fui virtuoso entre los virtuosos y por esso descansa mi espíritu con los dioses.»
¿Qué te paresce, Antígono, que epithafio es éste, y qué príncipe devía ser aquél, del qual diría yo que devía ser muy gloriosa su vida, pues está oy tan immortal su memoria? A ley de bueno te juro, y assí los dioses me sean propicios en lo bueno, no tengo tanta embidia a Pompeyo con su Helia, a Semíramis con su India, a Ciro con su Babylonia, a Gayo con su Gallia y a Scipión con su África, como tengo a solo este rey de Chipre en su sepultura; porque más gloria tiene él allí en aquella fiera montaña siendo muerto, que ellos tuvieron en la superba Roma siendo vivos. [670]


Capítulo IX

En el qual Marco Aurelio Emperador prosigue su carta contra los juezes crueles, y pone unas palabras que dixo el Emperador Nero muy buenas, y pone una instrución que dio el Emperador Augusto a un juez que embiava al reyno de Dacia.

Ni por lo que escrivo en esta carta, ni por lo que el rey de Chipre tenía en su sepultura, no es mi intención de defender a los malos para que por sus males y atrevimientos no sean castigados; ca, desta manera, peor sería yo en favorescerlos, que no ellos en ser malos, porque ellos pecan por flaqueza y yo pecaría por malicia. Mas en este caso parésceme a mí, y aun a todos los que tienen buen parescer, que pues la culpa en los hombres es natural y la pena que nos han de dar no es sino voluntaria, que los ministros de justicia en administrar la justicia deven mostrar que lo hazen por zelo de la república y no con ánimo de vengança, porque los culpados tengan ocasión de emendar la culpa passada y no de vengar la injuria presente. Dezía el divino Platón en los libros de su República que dos cosas han de tener los juezes delante sus ojos, conviene a saber: que en el juzgar cosas de hazienda no muestren cobdicia y en el castigar alguna persona no muestren vengança; porque los juezes tienen licencia para castigar los cuerpos, pero no la tienen para lastimar los coraçones. Nero, el Emperador, fue muy infame en su vida y muy cruel en su justicia, pero con todas sus crueldades acaesció que, como un día le truxessen a firmar una sentencia para degollar a unos homicianos, dando un gran suspiro, dixo estas palabras: «¡O, quién nunca deprendiera a escrevir por me escusar desta [671] sentencia firmar!» Por cierto el Emperador Nero por aver dicho tan gloriosa palabra en tal tiempo y coyuntura él merescía inmortal memoria, pero después de su tan perversa vida estragó tan notable sentencia; porque (hablando la verdad) abasta una mala obra a desauctorizar muchas palabras buenas.
¡O, quántos lugares y reynos han sido perdidos no tanto por los males que los malos en ellos cometieron, quanto por las desaforadas justicias que los ministros de justicia executaron; porque, pensando con su rigor corregir los daños passados, despertaron escándalos nunca oýdos! A todos es notorio quién fue y qué tal fue el Emperador Augusto, el qual en todas las virtudes fue muy estremado de bueno, ca era generoso, esforçado, magnánimo, cuerdo y zeloso, y, sobre todo, muy piadoso; porque, allende que en otras cosas mostró su piedad y clemencia, él fue el que ordenó que ningún príncipe firmasse sentencia de muerte con sus manos, ni viesse justiciar a ninguno con sus ojos. De verdad que la ley fue bien congrua, y para la limpieza de los emperadores assaz necessaria; porque a los príncipes mejor les paresce defender sus tierras con la lança que firmar sentencias de muerte con la péñola. Era este buen Emperador Augusto muy curioso en elegir los ministros de justicia, y muy cuydadoso en enseñarles cómo se avían de aver con la república, avisándolos no sólo lo que avían de hazer, mas aun de lo que se avían de guardar, lo qual no podía ser cosa mejor; porque los ministros de justicia yerran en no hazer lo que deven, pero más yerran en hazer lo que no deven.
Estava en Capua un governador que se llamava Escauro, el qual era juez justo, aunque algo severo, y a este Escauro embió el Emperador Augusto al reyno de Dacia para que tuviesse cargo de aquella provincia, y entre otras cosas diole estas palabras por memoria:
«Amigo Escauro, he acordado de removerte de Capua y cometerte la governación de la provincia de Dacia, do has de representar la majestad de mi persona. Y deves mucho mirar que, pues yo te mejoro en honra y hazienda, que tú deves mejorar la vida y templar la justicia; porque hasta [672] aquí un poco has sido en la justicia riguroso y en la vida inconsiderado. Avísote, y ruégote, y mándote que mudes el estilo en la vida y que mires mucho por mi honra y fama, ca bien sabes tú que los príncipes romanos no tienen más honra, ni más bien en su república, de ser buenos o malos los ministros de su justicia. Si quieres hazer lo que yo querría que hiziesses, hágote saber que yo no te confío mi honra, ni te cometo mi justicia, para que seas émulo de innocentes ni verdugo de pecadores, sino que con la una mano ayudes a los buenos a se tener y con la otra ayudes a los malos a se levantar. E, si quieres saber más en particular mi intención, yo te embío para que seas ayo de huérfanos, abogado de biudas, socrocio de heridos, báculo de ciegos y padre de todos. Sea, pues, la resolución de todo que, a mis enemigos halagando y a mis amigos regalando, a los flacos sobrellevando y a los fuertes favoresciendo, de tal manera seas todo para todos, guárdandote de ser parcial a ninguno, que, a fama de piadoso, los míos huelguen de estar y los estraños desseen de me venir a servir.»
Ésta, pues, fue la instrución que dio el Emperador Augusto al governador Escauro; y, si bien se quieren mirar sus palabras, aunque ellas fueron pocas, fueron assaz compendiosas, y oxalá en los coraçones dessos nuestros juezes estén escriptas.
Dízesme por tu letra que los juezes que embió el Senado a essa ysla no son muy honestos, ni aun están sin sospecha de ser un poco cobdiciosos. ¡O!, triste de república do los juezes en ella son crueles, son desonestos y son cobdiciosos; porque los juezes crueles ¿qué harán sino matar innocentes?; los juezes cobdiciosos ¿qué harán sino robar a los pobres?; los juezes desonestos ¿qué harán sino escandalizar a los buenos? Diría yo que a la tal y tan desdichada república más seguro le sería morar en las montañas con los animales brutos, que no ser governada de juezes tan iniquos; porque los leones, que son los animales más feroces, si en su presencia un caçador se le derrueca por tierra, no le tocará el léon ni aun en la ropa. ¡O!, Antígono, amigo mío, ¿y piensas tú que, si es desdichada la república que tales juezes sufre, que por esso será dichosa [673] Roma que los provee? A ley de bueno te juro que yo tengo por peores a los senadores que los embiaron, que no a los juezes que fueron. Penoso le es a un coraçón generoso yr a pedir justicia al hombre que ni mantiene verdad, ni guarda la justicia, pero muy mayor pena le es ver a un juez el qual con sus tyranías ha tyranizado mucho y a muchos pobres ha hecho muchos agravios, y después no con la vida que haze, sino con la auctoridad que tiene presume corregir a todos. El censor o juez que tiene por oficio de castigar a todos los viciosos, obligación tiene a carescer de todos los vicios; porque de otra manera el que tiene el tal oficio tiraniza la justicia, y el que la sustenta es traydor a su república. Es impossible que ninguno sea buen censor si no tiene la auctoridad de su oficio por acessoria y su limpia vida por principal.

El fin para que se proveen juezes en las provincias es para difinir las causas dudosas, para reparar los muros caýdos, para favorescer a los que pueden poco, para yr a la mano a los que pueden mucho; que, para lo demás, no ay república tan pequeña do no sepan poner a un ladrón en la horca sin que venga un censor de Roma a ordenarles la sentencia. ¡O!, quántos juezes ay oy en Roma que han ahorcado a muchos, no aguardándoles más de al primero hurto, y quédanse ellos libres aviendo robado a todo el pueblo, los quales deven tener por cierto que si se les alarga el castigo, no por esso se les perdona el hurto; porque las culpas que los hombres dissimulan en la vida, los dioses después las castigan en la muerte. Gran bien es para la república y no poca honra para el príncipe que tiene cargo della, quando un juez o censor es tan honesto en su persona y tan escrupuloso en su justicia, que de ningún vicio de los que él en otros castiga no está notada o infamada su persona; porque mucho se pervierte la orden de justicia quando un ladrón pone a otro ladrón en la horca. [674]


Capítulo X

En el qual Marco Aurelio prosigue su plática contra los juezes crueles, y pone una muy notable plática que un embaxador del reyno de Judea fizo en el Senado de Roma, quexándose de los juezes que governavan aquella tierra.

En el año tercero después quel gran Pompeyo tomó a la ciudad de Helia, que agora se llama Hierusalén, a la sazón era adelantado en aquella tierra por los romanos un romano que avía nonbre Valerio Graco, el qual era diestro en las armas, mañoso en los negocios y honesto en la vida; pero junto con esto en la conversación era dessabrido y en el administrar de la justicia era muy riguroso. Como los judíos se vieron no sólo subjectos, mas aun maltratados de los romanos, acordaron de embiar su embaxada a Roma para que informassen al Senado de las tyranías que passavan en aquella tierra. Y para este efecto embiaron a un judío, hombre anciano según parecía en sus canas, y muy docto en las letras hebraycas, griegas y latinas; porque los hebreos son de su mismo natural para las sciencias muy ábiles y para las armas muy covardes. Venido, pues, aquel hebreo de Judea a Roma, habló en el Senado desta manera:
«¡O!, Padres Conscriptos, ¡o!, pueblo venturoso; vuestros venturosos hados lo permitiendo o, por mejor dezir, nuestro Dios a nosotros nos desamparando, Hierusalem, que de todas las ciudades era señora en Asia y de todos los hebreos era madre en Palestina, vémosla agora ser sierva y tributaria de Roma, del qual caso ni nosotros nos hemos [675] de maravillar, ni vosotros os avéys de ensobervescer; porque los árboles más altos, aquéllos son de los vientos más combatidos. Grandes fueron los exércitos con que fuemos por Pompeyo enseñoreados, pero muy mayores fueron nuestros pecados, pues por ellos merescemos ser de nuestro Dios desamparados; porque nosotros, los hebreos, tenemos un Dios que no nos pone debaxo del bien o del mal de fortuna, sino que nos govierna con su misericordia y justicia.
Quiero que oygáys una cosa de mi boca, y más quisiera que la viérades por experiencia, y es que tenemos nosotros un Dios tan bueno, que si entre cincuenta mil malos uviera de nosotros solos diez mil buenos, viérades los romanos como lo vieron los egypcios quánto valía y podía más nuestro Dios solo que todos los dioses vuestros juntos. Nosotros los hebreos un solo Dios tenemos, un solo Dios adoramos, en un solo Dios creemos, y a Éste desseamos servir, aunque no le servimos. Y, caso que no le serviéssemos, con tal que no le ofendiéssemos, Él es tan bueno, que ni nos haría provar a qué sabe su rigurosa mano, ni a nuestro triste pueblo pornía como puso en captiverio. Ni nuestro Dios nos puede engañar, ni lo que dizen nuestras escripturas pueden mentir, y es que no más de quanto nosotros fuéremos pecadores, tanto vosotros seréys nuestros señores; y quanto durare la yra del Dios de los hebreos, tanto durará la potencia de los romanos; porque al nuestro desdichado reyno no os le dio nuestro Dios por vuestros méritos, ni aun porque érades dél legítimos erederos, sino porque fuéssedes verdugos de nuestros pecados. Después que la voluntad de nuestro Dios fuere complida, después que fuere alçada su yra, después que nosotros uviéremos purgado la culpa, después que él nos mire con sus ojos de clemencia; nosotros cobraremos lo que emos perdido y vosotros perderéys lo que avéys mal ganado. Y podría ser que, como agora nosotros de vosotros somos mandados, verná tiempo que nosotros de vosotros seamos obedescidos. Y porque en esta materia los ebreos sienten uno, y vosotros, los romanos, sentís otro, y ni vosotros me avéys de poder hazer [676] adorar a muchos dioses, ni yo seré tampoco bastante de atraeros a creer en un Dios; remítolo todo al Dios y Criador de todas las cosas, con cuya potencia somos criados y con cuya bondad somos regidos.
Veniendo, pues, al caso de mi embaxada, ya sabéys cómo desde inmemorable tiempo acá siempre Roma ha tenido paz con Judea y Judea ha tenido amistad con Roma, por manera que nosotros os favorescíamos en la guerra y vosotros nos conservávades en la paz. No ay cosa más desseada de todos en general que es la paz, y no ay cosa más aborrescida que es la guerra, y con todo este presupuesto vémoslo con nuestros ojos, y aun leémoslo de nuestros passados: que siempre el mundo estuvo en contienda y sienpre la quietud estuvo desterrada; porque a la verdad, si vimos a muchos sospirar por la paz, a muchos más vemos emplearse en la guerra. Si vosotros desechássedes a los que os remotinan a mal nos querer, y nosotros no creyéssemos a los que nos incitan para nos rebelar, ni Roma sería tan cruel con Judea, ni Judea aborrescería tan de coraçón a Roma. La mayor señal y la mayor coluna de la paz es quitar de por medio a los perturbadores de la paz; porque muchas vezes se pierden las amistades y se incitan las guerras no tanto por el interesse de los unos ni de lo otros, quanto por la indiscreción de los medianeros. Quando una república está levantada contra otra república, es impossible que duren mucho los enojos si los que se atravessaron de por medio son cuerdos; pero si acaso el que tomó la mano es más apassionado en el negocio, que no lo es el enemigo con quien yo me combato, al tal dirémosle que mayor maña se da a echar en la lumbre leña, que no traer agua para matarla.
Todo esto digo, romanos, a causa que, después que fue desterrado Archelao, hijo del gran rey Erodes, de Judea, avéysnos embiado en su lugar a Pomponio, y Marco, a Rufo, y Valerio para que fuessen adelantados y juezes nuestros, los quales han sido quatro landres o plagas, la menor de las quales abastava emponçoñar a toda Roma, ¡quánto más al pobre reyno de Palestina! ¿Qué mayor monstruosidad puede [677] ser, que los juezes que embía Roma a quitar las costumbres malas de los malos sean ellos inventores de nuevos vicios? ¿Qué mayor afrenta se puede hazer a la justicia, que los juezes que avían de castigar las mocedades de los moços se glorían de ser capitanes de livianos? ¿Qué mayor infamia para Roma, que los que han de ser justos en toda justicia y dar de sí exemplo en todas las virtudes sean malos en toda maldad y sean mollidores para todos los vicios? ¿En qué se paresce más vuestro descuydo y su tyranía, sino que públicamente dizen todos en Asia que los ladrones de Roma ahorcan a los ladrones de Judea? ¿Qué más queréys que os diga, ¡o! romanos, sino que ya tenemos en poco a los ladrones que saltean en las fieras montañas en comparación de los juezes que nos roban en nuestras casas proprias?
¡O!, quán tristes fueron nuestros hados el día que a los romanos fuimos subjectos, en que ya ni tememos a los ladrones que nos roban en los caminos, ni tememos al huego que nos quema la hazienda, ni tememos a los tyranos que nos hazen guerra, ni tememos a los assirios que nos saquean la tierra, ni tememos a los ayres corruptos que nos traen pestilencia, ni tememos a la pestilencia que nos quita la vida; pero tememos a vuestros crudos juezes que nos perturban la república y nos roban la fama. No sin causa digo que perturban la república, ca dexado lo que dizen, dexado lo que intentan, dexado lo que roban; luego escriven al Senado por congraciarse con él no lo bueno que hallan en los ancianos, sino las mocedades que veen en los moços, y como acá los senadores lo oýs y no lo veys, days más crédito a uno que ha tres meses sólo que entró en la provincia, que no a los que ha treynta años que goviernan a la república. Catad, senadores, que en este Senado os han puesto por más sabios, por más honestos, por más esperimentados y por más cuerdos. Pues en esto más que en todo se verá si soys cuerdos: en que no creáys a todos; porque si son muchos y de muy varias naciones los que a vosotros tratan, muy más varias son las intenciones y fines con que os hablan.
Miento si no han vuestros juezes tanto torcido en la justicia y afloxado en la disciplina, que han a la juventud de Judea [678] enseñado invenciones de vicios, que ni de nuestros padres fueron oýdas, ni en los libros leýdas, ni aun en nuestros tiempos vistas. Vosotros, los romanos, como soys valerosos y poderosos, desdeñáysos tomar consejos de los hombres que pueden poco, lo qual no devríades hazer, ni aun a vuestros amigos aconsejar; porque saber y tener no todas vezes se suelen parear. De quantos consejos ha tomado Judea de Roma, tome agora éste Roma de Judea, conviene a saber: que si ganaron vuestros capitanes muchos reynos derramando sangres, hanles de conservar vuestros juezes no con rigurosidad derramando sangres, sino con clemencia juntando coraçones. ¡O! romanos, amonestad, mandad, rogad y avisad a los juezes que embiáys a governar las provincias estrañas que empleen más sus coraçones en el bien del reyno que no las manos en aumentar vuestro fisco; porque de otra manera infamarían a los que los embían y dañarían a los que goviernan. No por otra cosa vuestros juezes no son obedescidos en las cosas justas, sino porque mandaron primero muchas cosas injustas. Los mandamientos justos hazen los coraçones blandos, y los mandamientos injustos tornan a los hombres duros. Es la malicia humana tan inclinada a mandar, y esle tan enojoso venir a ser mandada, que aun mandándonos bien obedescemos mal, ¡quánto más, mandando mal, querer ser obedescidos bien!
Creedme, romanos, una cosa, y no dubdéys en ella. Y es que de la mucha liviandad y poca madureza en los juezes ha nascido el poco temor y la mucha desvergüença en los súbditos. Todo príncipe que diere cargo de justicia al que vee no ser ábile para ella (y esto no tanto porque sabe bien administrar la justicia, sino porque se da buena maña en aumentar la hazienda) téngase por dicho que, quando no catare, verá su honra en infamia, su crédito perdido, su fazienda desminuyda y algún notable castigo en su casa. Y porque tengo otras cosas para en secreto, quiero concluyr esto que es público, en que finalmente digo que, si queréys conservar nuestro reyno (por el qual os pusistes en muchos peligros), guardadnos en justicia y teneros emos en reverencia; mandad como romanos y obedesceremos como [679] hebreos; dadnos un presidente piadoso y ternéys a todo el reyno seguro. ¿Qué más queréys que diga, sino que, si no soys crudos en castigar nuestras flaquezas, seremos muy obedientes a vuestras premáticas? Antes que nos provéys a mandar, tened por bueno de nos rogar; porque rogando con mansedumbre y no mandando con presumpción hallaréys en nosotros el amor que suelen hallar los padres en los hijos, y no la trayción que suelen hallar los señores en sus siervos.» [680]


Capítulo XI

En el qual Marco Aurelio concluye su carta contra los juezes crueles y entre otras cosas pone lo que le acontesció al rey Boco y las palabras que el abuelo deste rey dixo en el Senado.

Todo lo sobredicho habló aquel hebreo, y no sin gran admiración fue oýdo de todo el Senado. ¡O, Roma sin Roma, que ya no tienes sino los muros y estás hecha un prostíbulo de vicios!, ¿qué heziste, dime, quando un hombre estrangero te afrentó y te lastimó en medio de tu Senado? Regla general es que do ay corrupción de costumbres, siempre se pierden las libertades; lo qual paresce muy claro en Roma, porque los romanos, que en otros tiempos yvan a vengar sus injurias a tierras estrañas, agora vienen de tierras estrañas a afrentarlos en sus casas proprias.
Pues está tan dañada la justicia de Roma, ¿qué tal piensas tú que pienso yo estará allá en essa ysla de Sicilia? Dime, te ruego, Antígono: ¿de dó piensas viene oy tan gran escándalo en el pueblo y tan gran quiebra en la justicia? Si acaso tú no lo sabes, oye, que yo te lo diré. Ésta, pues, es la orden por do todo va sin orden, conviene a saber: que los privados de los príncipes importunando, y el príncipe no resistiendo; ellos le engañando, y él dexándose engañar; los unos con cobdicia, y los otros con ignorancia; dan a quien avían de quitar, y quitan a quien avían de dar; honran a quien les deshonra, y deshonran a quien los honra; detienen a los justos, sueltan a los cobdiciosos, menosprecian a los expertos, fíanse de los livianos; finalmente proveen no a los oficios de personas, sino a las personas de oficios. Pues oye, Antígono, que más te diré. [681] Estos miserables de juezes, después de proveýdos, como se veen entronizados en los oficios de que no eran dignos, y que es muy mayor la autoridad de sus oficios que no el merecimiento de sus personas, házense luego temer haziendo desaforadas justicias; toman estado de señores grandes a costa del sudor de los pobres; suplen con malicia lo que les falta de discreción; y (lo que es peor de todo) que miden la justicia ajena con su utilidad propria. Pues oye, que más te diré. Ya que estos malignos juezes se veen engolfados en el golfo de varios negocios, faltándoles los remos de saber, y las velas de la cordura, y las áncoras de la experiencia, no sabiendo remediar los males pequeños, inventan otros mayores, perturban la paz común por solo su bien particular, y al fin lloran su daño proprio y pésales del bien ageno. No puede ser cosa más justa sino que, pues ellos se emboscaron en oficios a ellos no provechosos, sufran (aunque no quieran) sus daños, por manera que los unos por se los dar quedan infamados, y los otros por los procurar quedan perdidos. Pues oye, que más te diré. Has de saber que los principios destos juezes son sobervia y ambición, y sus medios son embidia y malicia, y sus fines son muerte y destrución; porque jamás las hojas estarán verdes do las raýzes son secas. Si mi consejo fuesse en este caso tomado, los tales juezes ni de los príncipes serían privados, ni aun de los privados serían defendidos, sino que como hombres sospechosos al bien común devrían ser alançados no sólo de la república, mas aun de la vida. Grande es la desvergüença de los que en el Senado oficios piden, pero muy mayor es el atrevimiento de los privados que se los procuran, y podemos dezir a los unos y a los otros que ni el temor de los dioses los retrae, ni el del príncipe los refrena, ni la vergüença los impide, ni la república los acusa; finalmente ni la razón los manda, ni la ley los sojuzga. Pero oye, que más te diré. Has de saber que ésta es la forma que los senadores tienen en repartir los oficios, ca una vez los dan a sus amigos en pago de su amistad, otra vez los dan a sus criados en pago de sus servicios, y aun algunas vezes los dan a los hombres solícitos no por más de que no les sean más importunos, por manera que muy pocos son los oficios que a los virtuosos sólo [682] por ser virtuosos son proveýdos. ¡O!, Antígono, amigo mío, hágote saber que para Roma conservar su fama y para la república ser bien regida, la diligencia que los juezes ponen en el Senado para que les den oficios, aquélla avían de poner los del Senado en buscar hombres virtuosos para encomendarles tales cargos; porque el oficio de justicia hase de dar no al que mejor lo procura, sino al que mejor lo meresce.
En el año de la fundación de Roma de seyscientos y xl y ii tuvo el Pueblo Romano muchas guerras juntas por todo el mundo, conviene a saber: a Gayo Celio contra los de Tracia; a Gneo Cardón, su hermano, contra los sardos; a Junio Sila contra los cimbros; a Aminucio Rufo contra los dacos; a Servilio Scipión contra los macedonios; y a Mario, el cónsul, contra Jugurta, rey de los númidas. Y entre todas, ésta era la guerra más famosa y aun más peligrosa; porque si Roma tenía contra el rey Jugurta muchos exércitos que le conquistavan, Jugurta tenía dentro de Roma buenos amigos que le favorescían. Era en aquellos tiempos rey de los mauritanos el rey Boco, el qual fue amigo de Jugurta, y al fin después él fue ocasión que Jugurta se perdiesse y Mario le prendiesse. A estos dos reyes llevó el cónsul Mario a Roma, y triumphó dellos llevándolos delante su carro triumphal, cargadas sus gargantas de hierros y llenos sus ojos de lágrimas, el qual tan infortunado caso lloraron todos los romanos que lo vieron y puso gran compassión a los estraños que lo oyeron. Aquella tarde, después que el triumpho fue acabado, determinóse en el Senado que al rey Jugurta le cortassen la cabeça y que el rey Boco quedasse con la vida, aunque sin su tierra, y fue la ocasión ésta. De muy largos tiempos tenían en costumbre los romanos de no justiciar algún hombre sin que con gran diligencia se mirassen los libros antiguos, por ver si alguno de sus antepassados avía hecho algún notable servicio a Roma, por do aquel miserable mereciesse que le perdonassen la vida. En un libro que estava en el alto Capitolio hallaron escripto cómo su abuelo del rey Boco fue muy sabio y muy amigo del Pueblo Romano, y que una vez vino en Roma, y allí hizo muchas oraciones en el Senado, y entre otras notables sentencias, halláronse en aquel libro que él avía dicho estas palabras: [683]
«¡Ay del reyno ado son tales todos, que ni los buenos entre los malos, ni los malos entre los buenos son conoscidos! ¡Ay del reyno que es recetáculo de todos los simples y destierro de todos los sabios! ¡Ay del reyno do los buenos son covardes y los malos son muy atrevidos! ¡Ay del reyno ado desprecian a los pacíficos y amparan los sediciosos! ¡Ay del reyno ado los que velan por su bien matan y a los que se desvelan por su mal coronan! ¡Ay del reyno do se permiten pobres sobervios y los ricos que sean tyranos! ¡Ay del reyno do todos conocen el mal y ninguno osa procurar el bien! ¡Ay del reyno do se cometen tan malos vicios públicos, que en otras tierras no osarían cometerlos secretos! ¡Ay del reyno do todos todo lo que dessean procuran, todo lo que procuran alcançan, todo lo que es malo piensan, todo lo que piensan dizen, todo lo que dizen pueden, todo lo que pueden osan; finalmente todo lo que osan ponen por obra, y después no ay un bueno que lo resista! En este tan infortunado reyno, o en pueblo que sea tan desdichado, guárdese cada uno de ser vezino; porque en breve verán sobre él o la yra de los dioses, o la furia de los hombres, o despoblarse de buenos, o tomarle tyranos.»
Otras muchas cosas se contenían en aquella plática, las quales no hazen al propósito desta mi letra, mas de quanto me paresce que fue cosa muy justa fuesse perdonado el nieto por los méritos del abuelo tan sabio.
Esta mi carta leerás allá en Sicilia a todos los pretores y juezes que residen en ella, y será el caso que se la leerás y amonestarás en secreto, con apercibimiento que, si no se emiendan, los castigaremos en público. Ya te escreví este otro día que en lo que tocava a tu destierro yo te sería buen amigo, y sey cierto que por gozar de la amistad antigua y por desempeñarte mi palabra emplearé por ti mi persona. A Panucio, mi secretario, escrivo te socorra con dos mil sextercios, con los quales [684] relieves tu pobreza, y de acá te embío esta mi letra con que consueles tu coraçón triste. No te digo en ésta más, sino que de los dioses, contentamiento; de todo lo que tienes, buen gozo; de tu persona, descanso; con tus amigos reposo tengas y gozes, amigo mío Antígono. Los males corporales, los enemigos crueles, los hados lastimosos se aparten de mí, Marco. Por parte de tu muger Rufa saludé a mi Faustina; ella suya y yo tuyo, la visitación con alegría rescebimos y con agradescimiento te la tornamos. Cesso no cessando de dessear ver acá en Italia a tu persona, y ver allá en essa ysla a mi quartana. [685]


Capítulo XII

Do el auctor persuade a los príncipes y grandes señores que sean amigos de la paz y que huyan las ocasiones de la guerra.

Octavio Augusto, segundo Emperador que fue de Roma, lóanle todos aver sido en su persona tan bueno y tan bienquisto en todo el Imperio Romano, que dize dél Suetonio Tranquilo que, quando se moría algún romano en aquellos tiempos, davan muchas gracias a los dioses porque se les acabava a ellos la vida ante que su príncipe supiesse qué cosa era muerte. No contentos con esto, en los testamentos mandavan a sus erederos fijos que cada año ofreciessen de sus proprias haziendas muy grandes sacrificios en todos los templos de Roma porque los dioses alargassen a su príncipe los días de la vida. Aquélla con verdad se podía llamar edad dorada y tierra bienaventurada, do el príncipe amava a su república y la república adorava a su príncipe; porque muy pocas vezes suele acontescer que uno sea contento con los servicios de todos, ni aun todos se satisfazen de la governación de uno. No por otra cosa los romanos desseavan para aquel buen príncipe más que para sí mismos la vida sino porque les tenía en paz la república. Mucho es de loar la virtud del Emperador Augusto, y no menos es de ensalçar el agradescimiento del pueblo; él por lo merescer y ellos por lo agradescer; porque (hablando la verdad) muy pocos son los que tan excessivamente amen a otros, que por amarlos aborrezcan a sí mismos.
No ay hombre tan humilde, que en las cosas de honra no querría a todos passar delante (si no es en la muerte, que se [686] querría hallar a la postre). Y paresce esto muy claro en que ora se muera el padre, hora la madre; hora el marido, hora la muger; hora el hijo, hora el vezino; al fin al fin cada uno se conorta de la muerte ajena con tal condición que quede en salvo su propria vida. Un príncipe que es manso, es sufrido, es magnánimo, es sobrio, es limpio, es honesto y es verdadero, por cierto el tal por justicia meresce ser amado; pero sobre todo y más que todo el príncipe que de hecho tiene en paz a toda su república, injusticia le hazen si no ruegan todos a Dios por su vida. ¿Qué bien puede tener la república en la qual ay dissensión y guerra? Diga cada uno lo que quisiere, que sin paz ninguno goza de lo que tiene, ninguno come sin sobresalto, ninguno duerme con reposo, ninguno anda por camino seguro, ninguno se fía de su vezino; finalmente digo que, en tiempo que no ay paz, cada día nos amenaza la muerte y cada hora se nos quiere despedir la vida.
Bueno es que el príncipe alimpie sus reynos de ladrones; porque no puede ser cosa más injusta que del trabajo y sudor de los pobres coman y gozen los vagabundos. Bueno es que el príncipe alimpie el reyno de hombres blasphemos; porque muy injusto es osen blasfemar del Rey del Cielo los que no osan poner la lengua en el príncipe de la tierra. Bueno es que el príncipe alimpie su república de tahúres y jugadores; porque el juego es una tan mala polilla, que roe la ropa nueva y desentraña la madera seca. Bueno es que el príncipe reforme sus reynos de los combites pródigos y de los superfluos vestidos; porque de gastar los hombres mucho en cosas superfluas les vienen después a faltar para las cosas necessarias. Pero pregunto agora yo: ¿qué aprovecha que el príncipe destierre a todos los vicios de su república si por otra parte la tiene puesta en guerra?
El fin porque los príncipes son príncipes es para encaminar lo bueno y evitar lo malo; pero ¿qué diremos?, pues en tiempo de guerra ni pueden los príncipes atajar los vicios, ni yr a la mano a los viciosos. ¡O!, si supiessen los príncipes y grandes señores qué daño hazen a sí y a sus casas el día que emprenden guerras, yo pienso, y aun afirmo, que no sólo no las querrían començar, mas aun ningún privado suyo se las [687] osasse mentar; y, si alguno le aconsejasse lo contrario, con razón le trataría como a mortal enemigo. Los que aconsejan a los príncipes que busquen paz, amen la paz y conserven la paz, gran sinrazón les hazen si no son oýdos, si no son amados y si no son creýdos; porque el consejero que por cosa liviana aconseja a su príncipe que emprenda guerra, diría yo que al tal o le sobra cólera, o le falta conciencia. Acontesce algunas vezes que está el príncipe enojado o turbado a causa que le escriven avérsele remontado una provincia, o que ha otro príncipe entrado en su tierra; y, como sobre el caso junta Consejo, ay algunos tan atrevidos consejeros, que tan fácilmente votan que se quebrante luego la paz, como otros botarían que se diesse fin a la guerra.
Quando un príncipe en cosas semejantes pide un consejo de súbito, no le han de responder de súbito; porque las cosas de la guerra con mucha prudencia se han de mirar y sobre muy grande acuerdo se han de determinar. Nunca el rey David emprendió guerra, aunque era prudentíssimo, sin que primero no tomasse con Dios consejo. El buen Judas Machabeo nunca entró en batalla que no hiziesse a Dios primero una oración devota. Los griegos y los romanos nunca osavan hazer guerra a sus enemigos sin que primero ofreciessen a sus dioses sacrificios y aun se aconsejassen primero con los oráculos. Las cosas de justicia, las recreaciones de su persona, el premio de los buenos, el castigo de los malos y el repartir de las mercedes, puédelas el príncipe comunicar con un privado; pero las cosas de la guerra primero las deve averiguar con Dios que con otro ninguno, porque el príncipe nunca de sus enemigos avrá cumplida victoria si en las manos de Dios no pone primero su querella.
Los que aconsejan a los príncipes -hora sea en cosas de guerra, hora sea en cosas de paz- acuérdense desta palabra, y es que tales consejos le den quando estuvieren en su cámara, quales le darían si ellos se viessen a la muerte en la hora postrimera; porque en aquel último punto ninguno osa hablar con lisonja, ni menos encargar su conciencia. Quando se trata de guerra, deven pensar los que la tratan que, si vienen en rompimiento, ha de cargar sobre sus conciencias todo el [688] daño; y que, si no tuvieren hazienda con que lo satisfazer, tienen una triste ánima que todo lo ha de pagar. Deven los hombres amar tanto la paz y deven tanto aborrescer la guerra, que sería yo de voto y parescer que el aparejo que haze en su conciencia un sacerdote para dezir missa, aquél deve hazer el que ha de votar en consejo de guerra. Los príncipes, como son hombres, no es maravilla que sientan las injurias como hombres y que las quieran vengar como hombres; pero para esso tienen personas prudentes en sus consejos, para que los desapassionen y les mitiguen los enojos; porque a los príncipes nunca sus consejeros les han de consejar tales cosas estando ayrados de las quales tengan razón de estar quexosos después de pacíficos.
Prosiguiendo nuestra jornada en contar los bienes que se pierden en perder la paz y los males que se recrescen en admitir la guerra, digo que entre otros males harto mal es que en tiempo de guerra se ponen a saco todas las virtudes y se ponen en almoneda todas las riquezas; porque regla general es que la hora que se comiença la guerra contra los enemigos, luego se cargan de vicios todos los vassallos. Todo el tiempo que los príncipes y grandes señores tienen guerra, aunque son señores de sus reynos por derecho, no por cierto lo son de hecho, pues en aquel tiempo más trabajan los señores por contentar a los vassallos que no los vassallos a los señores, y esto hazen ellos porque les ayuden contra sus enemigos y les empresten de sus dineros. O los príncipes se rigen por aquello a que la sensualidad los combida, o por aquello con que la razón se contenta. Si quieren seguir la razón, aún sóbrales mucho de lo que tienen; mas si quieren seguir su sensual apetito, no ay cosa con que se contenten; porque si es cosa impossible agotar la mar de agua, no es menos difícil satisfazer un coraçón de todo lo que dessea.
Si los príncipes emprenden guerra con dezir que les tienen tomada su tierra y que dello tienen conciencia, miren que la tal conciencia no sea errónea; porque no ay guerra en el mundo tan justificada de la qual no salgan los príncipes con algún escrúpulo de conciencia. Si los príncipes emprenden la guerra no por más de por aumentar su estado y grandeza, [689] digo que ésta es una vana esperança; porque las más vezes tan estragados y tan perdidos quedan de una guerra, que tienen después que pagar toda su vida. Si los príncipes emprenden guerra por vengar alguna injuria, también hazerlo por esto es cosa superflua; porque muchos van a las guerras injuriados de sola una cosa y después vienen injuriados y lastimados de muchas. Si los príncipes emprenden guerra no por más de por ganar honra, también me parece que es inútil conquista; porque no me parece a mí que es la fortuna persona tan abonada a que de sus manos se fíe la honra, la hazienda y la vida. Si los príncipes emprenden guerra por dexar de sí en los siglos futuros alguna memoria, no menos esto que lo otro me parece cosa vana; porque, miradas y examinadas las historias de los siglos passados, sin comparación son más los príncipes que por entrar en guerras quedaron infamados, que no los que por vencer batallas se hizieron famosos. Si los príncipes emprenden guerra por pensar que en la otra tierra ay más plazeres y deleytes que no en la suya, digo que pensar esto procede de poca experiencia y menos conciencia; porque a un príncipe no le puede ser mayor vergüença ni conciencia que por tener él más vicios y passatiempos haga guerra a reynos estraños.
No se engañen los príncipes en pensar que ay en tierras estrañas muchas más cosas que ay en sus tierras proprias, que al fin no ay tierra ni nación en el mundo do no ay invierno y verano, noche y día, sanos y enfermos, ricos y pobres, tristes y alegres, amigos y enemigos, vicios y virtudes, vivos y muertos. Finalmente digo que en todas las partes son todas las cosas unas si no son las inclinaciones de los hombres, que son diversas. Querría yo preguntar a los príncipes y grandes señores, los quales son y quieren ser muy regalados, qué les falta dentro de sus reynos, aunque los reynos sean pequeños. Si quieren caçar, tienen montañas; si quieren pescar, tienen ríos; si quieren passear, tienen riberas; si se quieren refrescar, tienen baños; si se quieren alegrar, tienen músicos; si se quieren vestir, tienen ricos paños; si quieren dar, tienen dineros; si se quieren aviciar, tienen mugeres; si se quieren desenojar, tienen huertas; si les fatiga el calor, tienen tierras frías; si les [690] enoja el invierno, tienen tierras calientes; pues, si quieren comer, ¿es verdad que les falta manjares? El que con paz tiene todas estas cosas en su tierra propria, ¿por qué con guerra las quiere buscar en tierra ajena? Muchas vezes se mudan los hombres de una tierra a otra no por ser más limosneros o virtuosos, sino por tener más libertad y oportunidad para los vicios; y después sálenles tan al revés sus pensamientos, a que no se hartan de suspirar por lo que dexaron y de llorar por buscar lo que buscaron. Ay tan pocas cosas de que tomemos en este mundo contentamiento, que si por caso en alguna parte hallare alguno alguna cosa de que se contentar, guárdese no le engañe el demonio en dezir que en otra parte se podrá mejor fallar y recrear; porque doquiera y por doquiera que vamos ay tanta penuria de plazeres y ay tanta opulencia de pesares, que para consolarnos en cien años apenas hallamos uno, y para atormentarnos hallamos mil a cada passo. [691]


Capítulo XIII

Do el auctor pone los provechos que se siguen de la paz, y de cómo muchos príncipes començaron por muy pequeñas ocasiones grandes guerras.

Dimo, rey muy antiguo que fue de Ponto, dixo a un philósopho que tenía consigo: «Dime, philósopho. Yo tengo salud, yo tengo honra, yo tengo riqueza, ¿por ventura ay más que dessear entre los hombres o ay más que pedir a los dioses en esta vida?» Respondióle el philósopho: «Veo lo que nunca vi, y oyo lo que jamás leý; porque salud, riqueza y honra pocas vezes los dioses las fían de una sola persona; y, si alguna vez concurren juntas en algunos, es tan breve el tiempo que las posseen, que más razón tienen de llorar porque se las quitaron, que no de alabarse porque las posseyeron. E dígote más, rey Dimo: muy poco aprovecha que te ayan dado los dioses todas estas cosas si no te dan contentamiento con ellas, lo qual pienso yo que no te han dado ni aun te darán; porque son los dioses tan justos en el repartir, que a los que dan el contentamiento quitan la riqueza, y a los que dan la riqueza quitan el contentamiento.» Plutharco, en el primero de su Política, pone este exemplo, y no dize el nombre del philósopho.
¡O!, quán gran beneficio es el que haze Dios a los príncipes y grandes señores en darles salud, darles riquezas y darles honra; pero si con ellas no les dio contentamiento, digo que en dárselas les dio trabajo y peligro; porque si es mayor el trabajo del pobre que no el trabajo del rico, sin comparación es mayor el descontentamiento del rico que no el descontentamiento del pobre. De tener los hombres en poco la salud [692] vienen a enfermar, de tener en poco las riquezas vienen a ser pobres, y de no saber qué cosa es honra vienen a ser desonrados. Quiero dezir que los príncipes descuydados hasta que son descalabrados en la guerra siempre tienen en poco la paz. El día que los príncipes mandáys pregonar guerra contra vuestros enemigos, aquel día days libertad a que sean malos todos vuestros vassallos; y si dezís que no es vuestra intención que sean malos, digo que es verdad, pero junto con esto les days ocasión a que no sean buenos.
Sepamos qué cosa es guerra, y por allí se verá si es bueno o si es malo andar en ella. En las guerras no se trata sino matar los hombres, robar los templos, saquear los pueblos, despojar los innocentes, libertar a los ladrones, deshermanar a los amigos y despertar a los sediciosos; las quales cosas todas no se pueden hazer sin gran detrimento de la justicia y sin gran escrúpulo de la consciencia. No nos pueden negar los hombres bulliciosos que, si dos príncipes emprenden entre sí guerra, dado caso que ambos tengan la querella, en solo uno ha de estar la verdadera justicia; de manera que el príncipe que impugnare lo justo o defendiere lo injusto no saldrá de aquella guerra justificado; no saliendo justificado, quedará condenado, y la condenación será que todos los daños, homicidios, incendios, fuerças y robos que se hizieren en la una y en la otra república, todo será a cuenta del que emprende guerra injusta. Y, si el tal príncipe no tuviere otro príncipe que se lo pida en esta vida, terná justo juez que se lo castigue en la otra. El príncipe que es virtuoso y presume de ser christiano, antes que comience la guerra deve considerar qué daño o qué provecho sacará della, en que, si no sale con aquella empresa, él pierde la hazienda y la honra; y, si sale con ella, dado caso que alcançó lo que desseava, por ventura su desseo era en detrimento de la república, y entonces no ha de querer que el desseo de uno se prefiera al provecho de todos. Quando Dios Nuestro Señor a los príncipes para príncipes crió, y la gente por sus señores los aceptó, es de creer que nunca Dios tal mandara, ni los hombres tal aceptaran, si pensaran que los príncipes avían de seguir no lo que eran obligados, sino a lo que eran inclinados; porque si los hombres siguen a [693] lo que la sensualidad los inclina, siempre errarán; pero si se dexan governar por el ditamen de la razón, siempre acertarán. Ya que los príncipes no dexen de emprender guerra por el peligro de su conciencia, o por el daño de su hazienda, o por la pérdida de su honra, ¿no lo deven hazer por la obligación que tienen a su república, la qual son obligados a conservar en paz y justicia?; porque nosotros no emos menester governadores que nos busquen enemigos, sino príncipes que entresaquen de nosotros a los malos.
El divino Platón, en el quarto libro De legibus, dize que le preguntó uno por qué engrandecía tanto a los lidos y reprehendía a los lacedemonios. Respondió Platón: «Si loo a los lidos, es porque nunca se ocuparon sino en labrar los campos; y si reprehendo a los lacedemonios, es porque nunca supieron sino conquistar reynos y pueblos. Y por esso digo que es más bienaventurado el reyno do los hombres tienen las manos llenas de callos de arar con la reja, que no do tienen los braços quebrantados de pelear con la lança.» Estas palabras que dixo Platón son muy verdaderas, y oxalá en las puertas o en los coraçones de los príncipes estuviessen escriptas. Plinio en una epístola dize que proverbio fue muy usado entre los griegos que aquél era rey que nunca vio rey. Por semejante podemos nosotros dezir que aquél sólo sabe gozar de la paz muy desseada el qual nunca supo qué cosa era guerra. Por insensato y innocente que sea uno, no avrá quien no juzgue por más bienaventurado al que emplea el paño en alimpiarse el sudor de la cara que no al que le rompe para tomar la sangre de la cabeça.
Los príncipes y grandes señores que son amigos de guerra deven considerar que no sólo hazen daño en general a todos, mas aun en especial le hazen a los buenos. Y la razón es que como éstos por su voluntad no pelean, no saquean, no alborotan y no matan, esles necessario comportar las injurias y sufrir sus daños y pérdidas; porque ya no son buenos para la guerra sino los hombres que tienen en poco la vida y en mucho menos la conciencia. Si las guerras fuessen solamente con los malos contra los malos y en daño de los malos, poco las sentirían los que presumen de buenos; pero ¡ay, dolor! [694] que los buenos son los perseguidos, los buenos son los robados y los buenos son los muertos; porque, de otra manera, si fuessen como dixe malos contra malos, poco se nos daría que venciessen los unos, y muy menos que fuessen vencidos los otros.
Pregunto agora yo: ¿qué fama, qué honra, qué gloria, qué vitoria, ni qué riqueza se puede ganar en una guerra que no valgan más los buenos que murieron en ella? Ay en el mundo tanta penuria de buenos y ay tanta necessidad en las repúblicas dellos, que si fuesse possible con lágrimas de los sepulcros los avían de resucitar y no llevarlos a la guerra como a carnecería a morir. Plinio en una epístola y aún Séneca en otra epístola dizen que como rogassen a un capitán romano que con su exército entrasse a un gran peligro, del qual peligro se le seguía a él mucha honra, aunque poco provecho a la república, respondió: «Por ninguna cosa yo entraría en esse peligro si no fuesse por dar la vida a un ciudadano romano; porque más quiero yo yr rodeado de muchos buenos a Roma que yr cargado de thesoros a mi casa.» Cotejando príncipe con príncipe, y ley contra ley, y christiano con pagano, sin comparación se ha de tener en más el ánima de un christiano que no la vida de un romano; porque el buen romano tenía por ley morir en la guerra, pero el buen christiano tiene por precepto de bivir en paz.
Suetonio Tranquilo, en el segundo De Cesaribus, dize que entre todos los príncipes romanos no uvo príncipe tan amado, ni aun en todas las guerras tan venturoso, como fue Augusto, y la razón desto es porque aquel buen príncipe jamás començó alguna guerra que no tuviesse muy gran ocasión para començarla. ¡O!, de quántos príncipes no paganos sino christianos de los quales hemos oýdo y leýdo todo lo contrario desto, es a saber: que fueron tan pródigos de su conciencia, que nunca emprendieron una guerra que fuesse justa, a los quales yo juro y prometo que, si la guerra que acá hizieron fue injusta, la pena que allá tienen es justíssima. Xerses, rey de los persas, estando un día comiendo, truxéronle unos higos hermosos y sabrosos de la provincia de Athenas, el qual allí en la mesa hizo juramento por los dioses immortales y por los huessos de sus passados de no comer jamás higos de [695] su tierra, sino de Athenas, do avía los mejores higos de Grecia. Lo que el rey Xerses juró de palabra, él lo cumplió por obra, en que luego se fue a conquistar toda la Grecia no más de por hartarse de los higos della, por manera que él inventó aquella guerra no sólo como príncipe liviano, mas como hombre goloso y vicioso. Dize Tito Livio que los galos, como gustaron el vino de Italia, luego tomaron las armas y fueron a conquistarla sin tener otra razón mayor ni menor de hazerles guerra, de manera que los franceses a troque del vino de Italia dieron su sangre propria. El rey Antígono soñó una noche que veýa al rey Mitrídates con una hoz en la mano, el qual a manera de labrador segava a toda Italia, y cayóle tanto temor deste sueño al rey Antígono, que se determinó de matar al rey Mitrídates, de manera que este insensato rey por creer en un sueño liviano puso en armas a todo el mundo. Estando los longobardos en Pannonia, oyeron dezir que en Italia avía dulces fructas, sabrosas carnes, olorosos vinos, hermosas mugeres, buenos pescados, pocos fríos y templados calores, las quales nuevas no sólo los movió a las dessear, mas aun tomaron las armas para yr a Italia a conquistar; por manera que los longobardos no vinieron a Italia por vengarse de sus enemigos, sino por tener allí más vicios y regalos. Grandes tiempos passaron en los quales los carthaginenses y romanos fueron amigos, pero después que supieron aver en España grandes minas de oro y plata, luego se levantó entre ellos muy cruda guerra, de manera que aquellos dos generosos reynos por robar la hazienda ajena destruyeron a sus tierras proprias. Son auctores de todo lo sobredicho Plutharco, Paulo Diácono, Beroso y Tito Livio. ¡O, secretos juyzios de Dios, que tal permites! ¡O, immensa bondad de ti, mi Señor, que tal sufres! ¿Cómo? ¿Y no ha de aver más sino que un príncipe por soñar un sueño en la cama, otro por robar los thesoros de España, otro por huyr los fríos de Ungría, otro por bever los vinos de Italia, otro por comer higos de Grecia; pusiessen a fuego y a sangre toda la tierra? No se encruelece mi pluma contra todos los príncipes que tienen guerras, sino contra aquéllos que tienen guerras injustas; porque, según dezía Trajano, más vale guerra justa que no paz fingida. [696]
Loo, apruevo y engrandezco a los príncipes que son cuydadosos y animosos en conservar lo que les dexaron sus passados; porque, dado caso que sobre desaposessionarlos dello vengan con otros príncipes en rompimiento, quanto su enemigo ofende a la conciencia en lo tomar, tanto ofende él a su república en no lo defender. Mucho me satisfazen las palabras que el divino Platón dize en el quinto libro de sus Leyes, y son éstas: «No conviene que seamos estremados en loar a los que tienen paz, ni seamos descomedidos en reprehender a los que tienen guerra; porque ya puede ser que, si uno tiene guerra, sea con fin de alcançar paz; y, por contrario, si uno tiene paz, sea con fin de hazer guerra.» A la verdad dixo muy gran verdad Platón; porque más vale dessear breve guerra por larga paz, que no breve paz por larga guerra. Preguntado el filósofo Chilón en qué se conoscería un governador bueno o un governador malo, respondió: «No ay cosa en que un hombre bueno y un hombre malo se conozcan como es sobre lo que debaten; porque el príncipe tirano muere por tomar lo ajeno, pero el príncipe virtuoso trabaja por defender lo suyo.» Quando el Redemptor del mundo se partió deste mundo, no dixo «la mi guerra os doy, la mi guerra os dexo», sino «la mi paz os dexo y la mi paz os doy», de do se sigue que el buen christiano más obligación tiene a conservar la paz que Christo tanto le encomienda, que no a inventar una guerra para vengar su injuria propria. Si los príncipes hiziessen lo que avían de fazer, y en este caso me quisiessen creer, por ninguna cosa temporal avían de consentir sangre humana derramar, si no fuesse por Aquél que por nosotros quiso su sangre en la Cruz offrescer; porque los buenos christianos tienen obligación de llorar por sus peccados, pero no tienen licencia de derramar sangre de sus enemigos. Finalmente digo, ruego, exorto y amonesto a todos los príncipes y grandes señores que por Aquél que es príncipe de paz amen la paz, procuren la paz, conserven la paz y bivan en paz; porque en la paz ellos serán ricos y sus pueblos bienaventurados. [697]


Capítulo XIV

Do comiença una carta de Marco Aurelio Emperador a Cornelio, su amigo, en la qual trata de los trabajos de la guerra y de la vanidad del triunpho. Es letra para los príncipes amigos de guerra y que se dan poco por la paz.

Marco, Emperador romano, a ti, Cornelio, su fiel amigo, salud a la persona y dichosa fortuna contra la adversa fortuna para ti y para sí a los immortales dioses demanda.
Dentro de quinze días que vine de la guerra de Asia, de la qual triumphé aquí en Roma, acordándome que fueste en los tiempos passados compañero de mis trabajos, embiéte luego a llamar por darte plazer de mis triumphos; porque los coraçones generosos más gozan del gozo de sus amigos que no de sus plazeres proprios. Si tomaras trabajo de venir quando yo te embié a llamar, soy cierto que por una parte sintieras mucho plazer de ver la grandeza de riquezas que yo traýa de Asia y ver el recibimiento que a mí me hazían en Roma, pero por otra parte no pudieras contener las lágrimas de ver tantos géneros de gentes captivas, los quales entravan delante los carros triumphales despojados y aherrojados para dar mayor gloria a los vencedores y que fuessen más afrentados los vencidos. Pocas vezes vemos hazer un día de sol muy claro al qual no aya precedido una gran ruciada en verano, o una muy frýa elada en invierno. Quiero dezir por esta comparación que una de las infelicidades que tiene la felicidad umana es que muy pocos veremos en este mundo prósperos cuya prosperidad no proceda de aver sido otros infelices y malaventurados, en cuyas riquezas o oficios sucedieron éstos. De venir a ser unos muy pobres, alcançan a ser otros muy ricos; por [698] ser éstos abatidos, vienen aquéllos a ser muy prosperados; de llorar mucho los unos, vienen a reýr tanto los otros; de manera que si no decienden los arcaduzes altos vazíos que están en la anoria, no pueden subir los que están abaxo cargados de agua. Hablando, pues, según la sensualidad, holgaras de ver aquel día nuestro triumpho, en que por la abundancia de riquezas, por la muchedumbre de cativos, por la diversidad de los animales, por la grandeza de los capitanes, por la ferocidad de los ingenios que truximos de Asia y con que entramos en Roma, pudieras muy bien conocer los peligros que passamos en aquella guerra; porque (hablando la verdad) fue la cosa entre nosotros y los enemigos tan porfiada, que a mejor librar escapamos los que escapamos los cuerpos con muy feroces heridas y quasi sin sangre traemos todas las venas. Hágote saber, mi Cornelio, que son gentes muy bellicosas los parthos, y en las cosas de guerra son determinados y osados, y, como se hallan en su tierra, de coraçón defiende cada uno su casa; y, que digamos que no, ellos lo hazen de verdad como hombres cuerdos y capitanes valerosos; porque si nosotros, los romanos, a sin razón y con ambición ymos a tomar lo ajeno, muy justo es que ellos con razón y justicia defiendan lo suyo proprio.
Sobra de malicia y falta de cordura es tener ninguno al capitán romano embidia del triumpho que le da su madre Roma; porque sepan los que no saben que por solo un día que le da de gloria arriscó el triste mil vezes la vida. Pues callo lo que es más, conviene a saber: que todos los que el triste triumphador lleva a la guerra y quedan en Roma, todos son crudos juezes de su fama; porque el tal no es juzgado por lo que merece su persona, sino por lo que les enseña su embidia. Aunque me tienen por hombre sufrido, y aun no por muy desacordado, pero hágote saber, mi Cornelio, que no ay paciencia que lo sufra, ni avrá coraçón que lo dissimule, ver a muchos romanos tener tanta embidia y aun burlar con la lengua de los triumphos ajenos, como sea verdad que ellos de puros covardes jamás osaron seguir los exércitos; porque ya antigua pestilencia es de los hombres malignos burlar y deshazer con malicia todo aquello que ellos no osaron emprender [699] por pereza. Todo esto no bastante, conviene saber: poner en la guerra tantas vezes en peligro la vida y después estar por tantas lenguas la honra, es nuestra locura tan loca y la reputación de los hombres tan vana, que sólo por un dezir vano más que por ningún provecho nuestro holgamos enrriscar la honra con trabajo más que gozar la vida con descanso; porque los hombres vanos no más de porque otros hombres vanos hagan dellos memoria, ellos mismos se ofrecen a qualquier trabajo y pena.
Por los immortales dioses te juro, mi Cornelio, que, el día de mi triumpho, allí do yva en el carro triumphando, allí yva pensando quán desplomado está el juyzio de todos los deste siglo; porque, siendo amonestados, siendo compelidos y siendo llamados de la razón, aún no la queremos oýr; y por contrario, siendo reprehendidos, siendo maltratados, siendo aborrecidos del mundo, lo queremos seguir y servir. Si yo no me engaño, prosperidad es de hombres locos y falta de buenos juezes querer entrar en casas ajenas por fuerça y no querer descansar en sus casas propias de grado. Quiero dezir que más fácilmente seguiríamos las virtudes y seríamos virtuosos, que yríamos en paz de los vicios y no seríamos viciosos; porque (fablando la verdad) los hombres que en todo y por todo quieren cumplir con el mundo, ellos se ofrecen a infinito trabajo y cuydado.
¡O, Roma, Roma, maldita sea tu locura y maldito sea el que crió en ti tanta sobervia! Y maldito sea de los hombres y aborrecido sea de los dioses el que inventó en ti esta pompa!, porque han sido muy pocos los que con verdad la han alcançado y han sido infinitos los que por ella se han perdido! ¿Qué mayor vanidad ni qué ygual liviandad puede ser que a un capitán romano porque conquistó los reynos, alteró los pacíficos, assoló las ciudades, allanó las fortalezas, robó a los pobres, enriqueció a los tyranos, agotó los thesoros, derramó muchas innocentes sangres, hizo a infinitas mugeres biudas y quitó a muchos nobles las vidas, y después en pago de todo este daño recíbele Roma con gran triumpho? ¿Pues quieres que te diga otra mayor locura, la qual es tal, que ninguna otra con ella se yguala? Hágote saber que murieron infinitos en la guerra y [700] llévase uno solo la gloria, por manera que aquellos tristes aún no merecieron para sus cuerpos sepultura y vasse un capitán triumphando solo por Roma.
Por los inmortales dioses te juro, y passe esto como entre amigos secreto, que el día de mi triumpho quando desde el carro triumphal yva mirando a los míseros captivos cargados de hierros, y contemplava los thesoros que traýamos robados que eran de muchos innocentes, y oýa a las cuytadas biudas llorar por sus maridos, y me acordava de tantos nobles romanos que en Asia quedavan muertos; aunque mostrava plazer en lo público, yo llorava gotas de sangre en secreto; porque no es hombre de los que nacen en el mundo, sino una de las furias que residen en el infierno, el que del daño ajeno toma plazer proprio. No sé yo en qué possessión me tenga al príncipe o capitán que viene de la guerra y pide y procura de entrar triumphando en Roma; porque si él piensa (como es razón que piense) las heridas que trae en su cuerpo, los thesoros que ha gastado, los lugares que ha quemado, los peligros que ha passado, los daños que ha rescebido, los muchos ombres que a sinrazón ha muerto, los amigos que ha perdido, los enemigos que ha cobrado, lo poco que del reposo ha gozado, lo mucho que a muchos es obligado; en tal caso diría yo que este tal devría ser recebido con sospiros y él entrar derramando lágrimas de los ojos. En este hecho del triumpho ni alabo a los assirios, ni tengo embidia a los persas, ni me satisfazen los macedonios, ni apruevo a los caldeos, ni me contentan los griegos, a los troyanos maldigo y a los carthaginenses condeno: en que no con zelo de justicia, sino con ravia de sobervia por ocasión de alcançar estos triumphos, a sus reynos pusieron en muchos trabajos y a nosotros dexaron ocasión de perdernos. ¡O, Roma maldita, maldita fueste, maldita eres y maldita serás!; porque si los hados no me mienten, y el juyzio no me engaña, y fortuna el clavo no hinca, verán de ti, Roma, en los siglos advenideros lo que vemos agora nosotros de los reynos passados, conviene a saber: que como te heziste con tyranía señora de señores, con justicia te tornen a ser sierva de siervos.
¡O!, Roma desdichada, y muy desdichada te torno a llamar; dime, yo te ruego: ¿por qué estás oy tan cara de cordura [701] y tan barata de locura? ¿Dónde están tus antiguos padres que te fundaron y honraron, en cuyo lugar tienes agora tantos tyranos que te assuelan y te infaman? ¿Dónde están tantos buenos varones generosos y virtuosos como tú criaste, en cuyo lugar tienes agora tantos vicios y vagabundos? ¿Dónde están los que por tu libertad derramaron su sangre, en cuyo lugar sucedieron los que por subjetarte perdieron la vida? ¿Dónde están tus strenuos capitanes que con tanta vigilancia ampliaron y defendieron tus muros de los enemigos, en cuyo lugar sucedieron los que te derrocaron los muros y te poblaron de vicios y viciosos? ¿Dónde están tus grandes sacerdotes, los quales siempre oravan en los templos y aplacavan a los dioses con sacrificios, en cuyo lugar han sucedido los que no saben sino violar los templos y con sus maldades indignar a los dioses? ¿Dónde están tantos philósophos y oradores que con sus consejos te governavan, en cuyo lugar aora han sucedido tantos simples y ignorantes que con sus malicias te pierden? Acabáronsete, ¡o! Roma, todos aquellos antiguos, y sucedimos los que agora somos modernos. Y si tú con verdad conocieras la virtud de aquéllos y adevinaras la poquedad de nosotros, el día que ellos acabaron la vida, aquel día no avía de quedar en ti piedra sobre piedra, y desta manera olieran aquellos campos a huessos de virtuosos, y no como agora, que hieden a cuerpos de hombres viciosos. ¿Por ventura eres tú más antigua que Babilonia, más hermosa que Helia, más rica que Cartago, más fuerte que Troya, más poblada que Thebas, más cercada que Corintho, más deleytosa que Tyro, más fértil que Bizancio, más alta que Camena, más inexpugnable que Aquileya, más privillegiada que Gades, más torreada que Capua y más arriscada que Cantabria? Perecieron estas tan insignes y generosas ciudades, estando arreadas de tantas virtudes y guardándolas tantos virtuosos, ¿y esperas tú permanecer, estando apoderada de tantos vicios y poblada de tantos viciosos? ¡O!, madre mía Roma, ten una cosa por averiguada: que la gloria que agora es de ti fue primero dellas, y la destrución que fue dellas será después de ti; porque desta manera va el mundo rodando, en que todos los trabajos que agora nosotros oýmos de los passados, dirán de nosotros los advenideros. [702]


Capítulo XV

Do Marco Aurelio prosigue su carta, y pone la orden que tenían los romanos en hazer la gente de guerra, y cómo es escandalosa cosa yr mugeres y sacerdotes a ella, y de los desafueros que hazen los capitanes y la otra gente de guerra.

Agora te quiero contar, amigo mío Cornelio, la orden que tenemos de hazer la gente de guerra, y por ella verás la gran desorden que ay en Roma; porque en los siglos passados no uvo cosa más mirada ni corregida que fue la militar disciplina, y por contrario no ay cosa aora más dissoluta que es nuestra gente de guerra. Derrámase, pues, por el Imperio la nueva cómo el príncipe emprende de nuevo una guerra. Luego se engendran muy varios pareceres en los pueblos, echando sobre la guerra diversos juyzios, en que unos dizen que es justa y el príncipe que la emprende es justo; otros dizen que es injusta y el príncipe que la haze es tyrano; los pobres y sediciosos apruévanla con fin de yr a robar bienes agenos; los ricos y pacíficos condénanla por gozar de sus bienes proprios; por manera que no justifican o condenan la guerra según zelo de justicia, sino según lo poco o mucho que se les seguirá de aquella empresa.
Mando yo, que soy Emperador romano, poner edicto de guerra a fin que se ha rebelado una ciudad o una provincia. Házense las cerimonias acostumbradas en Roma, conviene a saber: lo primero, llamar a los sacerdotes que vayan luego a orar a los inmortales dioses; porque jamás el Pueblo Romano salió de Roma a derramar sangre de sus enemigos sin que primero los sacerdotes derramassen lágrimas en los templos. [703] Lo segundo, va todo el Sacro Senado al templo del dios Júpiter, y allí juran todos con solemníssimo juramento que si los enemigos contra quien van quisieren nueva confederación con Roma o pidieren perdón de la injuria hecha, que, pospuesta toda vengança, no les negarán la clemencia. Lo iii, el cónsul que está señalado por capitán de aquella guerra va al alto Capitolio, y allí haze un voto soleníssinmo a uno de los dioses (de quien él fuere más contento) que le ofrecerá una cierta cosa si buelve victorioso de aquella guerra; y, aunque la joya y promessa sea muy costosa, todo el pueblo se obliga a pagarla. Lo quarto es que ponen en el Campo Marcio la vandera de la águila, que es la antigua insignia romana; y esto es para que se tengan por dicho todos los romanos que ningún espectáculo ni fiesta se ha de celebrar en Roma entretanto que sus hermanos están en la guerra. Lo quinto, súbese un pretor encima de la puerta Salaria, y allí toca la trompeta para hazer gente de guerra, y sacan las vanderas para entregarlas a los capitanes; y es cosa espantosa de ver en que, assí como un capitán se apodera de la vandera, assí tiene licencia para cometer toda maldad y vileza, de manera que tiene por gentileza robar las tierras do passa y engañar a los con que trata.
Quánta licencia tengan de hazer mal y ser malos los que goviernan la guerra, paresce muy bien en los que traen en su compañía, ca los fijos dexan a sus padres; los siervos, a sus señores; los discípulos, a sus maestros; los oficiales, a sus oficios; los sacerdotes, a los templos; los criados, a sus amos; y esto no por más de que, so color de las libertades de la guerra, no los pueda castigar ninguna justicia. ¡O!, Cornelio, amigo mío, no sé cómo comience a dezir esto que te quiero contar, conviene a saber: que nuestra gente de guerra, después que salen de Roma, ni tienen temor a los dioses, ni acatamiento a los templos, ni reverencia a los sacerdotes, ni a sus padres obediencia, ni a las gentes vergüença, ni temor a la justicia, ni compassión de la patria, ni memoria que son hijos de Roma, ni aún tampoco que se les ha de acabar la vida, sino que, pospuesta toda vergüença, aman el injusto ocio y aborrecen el justo trabajo. Pues oye, que aún más te diré. Y, por mucho que yo diga, es muy poco respecto de lo que ellos hazen, [704] en que unos roban los templos y otros rebuelven ruydos; éstos quebrantan las puertas y aquéllos hurtan las ropas; quando prenden los libres, quando sueltan los presos; las noches passan en juegos, los días en blasphemias; oy pelean como leones, mañana huyen como covardes; unos se amotinan contra los capitanes y otros se passan a los enemigos; finalmente para todo lo bueno son inábiles y para todo lo malo se tienen por libres. Pues ¿qué te diré de sus torpedades, las quales aun he vergüença yo de escrevirlas? Dexan sus mugeres proprias, llevan mugeres ajenas; a las hijas de buenos desonran y a las innocentes vírgines engañan; ni dexan vezina que no combidan ni huéspeda que no fuercen; deshazen el antiguo matrimonio y cada año buscan un casamiento nuevo; por manera que hazen todo lo que quieren y ninguna cosa de lo que deven.
¿Piensas agora tú, mi Cornelio, que pocos males se le siguen a Roma de yr tantas malas mugeres a la guerra?, ca por su causa los hombres ofenden a los dioses, son traydores a su patria, niegan su parentela, vienen a estrecha pobreza, viven con infamia, hurtan la hazienda ajena, gastan la suya propria, jamás tienen vida quieta, ni reyna verdad en su boca; finalmente por amor dellas muchas vezes se rebuelve la guerra y muchos buenos pierden la vida. Dexémonos de razones y vengamos a las hystorias. Bien sabes tú que la mayor parte de Asia más conquistada y enseñoreada fue de las mugeres amazonas que de ningunas otras gentes bárbaras. Aquel mancebo generoso y valeroso Poro, rey de la India, porque faltavan hombres y le sobravan mugeres fue vencido del Magno Alexandro. Aníbal, monstruoso capitán de carthaginenses, tanto tiempo fue señor de Italia, quanto no consintió muger en la guerra; y, como se enamoró de una moça de Capua, luego le vieron las espaldas en Roma. Si Scipión Africano no alimpiara los reales romanos de luxuria, nunca la invencible Numancia fuera assolada. El capitán Sila en la guerra de Mithrídates y el animoso Mario en la guerra de los zimbros porque en sus exércitos no consintieron mugeres malas, por esso de los enemigos uvieron tantas victorias. En tiempo de Claudio Emperador, los tharentinos y capuanos estavan muy públicos [705] enemigos, a tanto que los unos contra los otros sacaron en campo sus exércitos, y acaso un día en los reales de los capuanos rebolviéronse dos capitanes, sobre que tenían ambos con una muger públicos amores; y, como los reales se perturbassen todos, dieron sobre ellos los tharentinos, de do se siguió que fue vencida Capua por ocasión de una muger perdida. Yo tuve en esta guerra de los parthos diez y seys mil de cavallo, y ochenta mil peones, y treynta y cinco mil mugeres; y fue en este caso tan grande la desorden, que desde la hueste uve de embiar a mi Faustina y a otros senadores a sus casas algunas mugeres que sirviessen a los viejos y criassen a los niños. Nuestros antepassados llevavan antiguamente mugeres a la guerra para guisar de comer a los sanos y curar de los heridos; pero agora llevámoslas para que tengan ocasión los covardes de afeminarse y los esforçados de aviciarse; porque al fin los enemigos assestan a la cabeça, pero las mugeres hieren al coraçón.
Quiero que sepas otra cosa, mi Cornelio, y es que los galos, los vulcanos, los flámines, los regios, los quales son sacerdotes de la madre Cibiles, del dios Vulcano, del dios Mars y del dios Júpiter, pospuesto el temor de sus dioses, dexando desiertos sus templos, desechando sus honestos hábitos, no se acordando de sus sanctos ritos, quebrantando sus estrechos votos; vanse infinitos dellos para los exércitos, do viven aun más deshonestos que otros; porque cosa es muy común los que en algún tiempo presumieron de retraýdos y vergonçosos, después que se perdieron venir a ser muy bulliciosos y desvergonçados. Cosa es desonesta y aun peligrosa traer sacerdotes en la guerra; porque su oficio es aplacar a los dioses con lágrimas y no indignar a los hombres con armas. Si acaso dixeren los príncipes que es bueno llevar sacerdotes a los exércitos para ofrescer a los dioses sacrificios, a esto respondo que los templos están dedicados para orar y los campos para pelear, por manera que en un lugar quieren los dioses ser temidos y en el otro honrados y sacrificados. En el año de la fundación de Roma de cccxv passó en Asia el cónsul Vietro, que yva contra los palestinos, los quales se avían rebelado contra los romanos, y de camino fuesse por el templo de [706] Apolo en Delphos, y, como allí hiziesse al dios Apolo una oración muy larga porque le revelasse si bolvería de Asia con victoria, respondióle el oráculo: «Si quieres tú, ¡o! cónsul Vietro, bolver victorioso de tus enemigos, restituye los sacerdotes que llevas de nuestros templos; porque nosotros los dioses no queremos que los hombres que escogimos para solo nuestro servicio vosotros los llevéys a los bullicios del mundo.» Si es verdad, como es verdad, lo que Apolo dixo al cónsul Vietro, no me parece que es cosa justa consientan a los sacerdotes yrse perdidos a la guerra, que como tú sabes, mi Cornelio, sin comparación es muy mayor la ofensa que ellos fazen en yrse a perder que no el servicio que hazen a los príncipes en querer pelear.
Dexemos a los sacerdotes en sus templos para orar y veamos cómo los capitanes se suelen elegir, y en este caso hallarás que el día que a un patricio le señala por capitán el Senado, le pruevan si sabe jugar de armas en el amphiteatro, le lleva el cónsul al alto Capitolio consigo, le ponen el palio de la águila en los pechos, le echan la púrpura en los ombros, le dan del erario público dineros. Luego este tal crece en tanta sobervia, que, no acordándose de la pobreza passada, piensa a la buelta que buelva le harán emperador de Roma. Cosa es muy común que, quando a los hombres de baxo suelo la fortuna los sube en algún alto estado, es mucho lo que presumen, y muy poco lo que saben, y muy menos lo que valen, por manera que si sus flacas fuerças se ygualassen con sus altos pensamientos, uno solo abastaría para vencer a los enemigos y aun para ganar muchos reynos.
Han tomado agora una costumbre los capitanes en Roma, y dízenme que es invención de Mauritania, conviene a saber: que se entretexen la barba, herízanse los cabellos, entonan las palabras, mudan las vestiduras, acompáñanse de homicianos, andan lo más del tiempo armados, trabajan por parecer hombres fieros; finalmente tienen en poco ser amados y tómales vanagloria de ser temidos. ¿Y sabes, mi Cornelio, quán temidos quieren ser?, que un día, estando en Pentápolin un capitán mío, yo le oyendo y él no me viendo, sobre que no le dexavan hazer todo lo que él quería en la posada, dixo a una [707] huéspeda suya: «Vosotros, los villanos, aún no conocéys capitanes de exércitos. Pues sabe, si no lo sabes, madre, que jamás tiembla la tierra sino quando es amenazada de algún capitán de Roma, y nunca los dioses embían rayos sino do nosotros no somos obedescidos.» Pues has oýdo lo que dixo, oye el esfuerço que tuvo; y fue tal, que este capitán, dando yo una cruda batalla en Arabia, él sólo huyó y desamparó la vandera, el qual hecho, aviéndolo hecho a tal hora, por muy poco me hiziera perder la batalla, la qual acabada yo le hize cortar la cabeça; porque al punto del encontrar con los enemigos más daña uno que huye que aprovechan dos mil que acometan. Muchas vezes le oý yo al Emperador Trajano, mi señor, que los hombres que en tiempo de paz hazían mayores fieros, de hecho eran en la guerra mayores covardes. Acontece que muchas cosas se expiden por tener una buena eloqüencia, otro por darse buena maña, otro por poner gran diligencia, otro por abrir bien la bolsa. Y a la verdad, éste es el que más y mejor en Roma negocia; pero las cosas de las guerras y que de hecho han de llegar a las armas, no consisten en blasonar mucho delante los amigos en la plaça, sino en acometer a los enemigos en la batalla; que al fin fin los hombres muy verbosos por la mayor parte son descoraçonados.
¿Qué más quieres que te diga, mi Cornelio, de los agravios que hazen estos capitanes por las tierras do passan, y de los escándalos que levantan en las provincias do passan? Hágote saber que no haze tanto daño la carcoma a la madera, la polilla a las ropas, la centella a las estopas, la langosta a las miesses, ni el gorgojo a los graneros, como hazen los capitanes en los pueblos; porque ni dexan animal que no matan, ni huerta que no hurtan, ni vino que no beven, ni colmena que no catan, ni templo que no roban, ni caça que no corran, ni sedición que no levantan, ni vileza que no intenten. Pues más hazen, lo qual no se les devría consentir hazer, conviene a saber: que comen de gracia sin querer pagar, y no quieren servir sin ser muy bien pagados. Y lo peor de todo es que, si les pagan, luego lo baratan o juegan; si no les pagan, luego hurtan o se amotinan, por manera que con la pobreza andan descontentos y con la riqueza viven viciosos. Ha venido el [708] caso a tanto corrompimiento, y ay oy en Roma de la gente de guerra tan gran descuydo, que no parece cada capitán sino caudillo de homicianos, origen de sediciosos, émulo de buenos, despertador de todos los malos, cabeça de los ladrones, pirata de los cossarios; finalmente no digo que lo parecen, pero afirmo que son verdugos de virtuosos y buytrera de viciosos. No querría dezirlo, pero todavía lo avré de dezir, que es la burla tan burlada, y va la cosa tan perdida, que a estos malaventurados, aunque son nuestros amigos domésticos, ni ay príncipe que los enseñoree, ni justicia que los castigue, ni miedo que los reprima, ni ley que los sojuzgue, ni vergüença que los enfrene, ni pariente que los corrija, ni castigo que les abaste, ni aun muerte que los acabe; sino que ya como a hombres que no tienen remedio les dexamos comer de todo. [709]


Capítulo XVI

Do Marco Aurelio prosigue su carta, y llora y nunca acaba de exclamar por qué Roma tomó guerra con Asia, y de los grandes daños que se siguen en los pueblos de que sus príncipes toman guerras con reynos estraños.

¡O!, triste de ti, Roma, que no solía en ti aver esta malaventura, sino que quanto más te vas haziendo antigua, tanto te veo más desdichada; porque en las escripturas lo leemos, y aun con los ojos lo vemos, que quanto una ciudad o persona fue en los principios más fortunada, tanto en la vejez le es más contraria la fortuna. Por cierto en los tienpos antiguos y en aquellos siglos gloriosos (digo quando tú eras poblada de verdaderos romanos, y no como agora, que no tienes sino hijos espurios), tan disciplinadas eran las huestes que salían de ti, ¡o! Roma, como los philósophos y academias que estavan en Grecia. Si las escripturas griegas no me mienten, Philipo, el gran rey de Macedonia, por esso es tan nombrado en las hystorias, y su hijo, el Magno Alexandro, por esso fue tan venturoso en las guerras, porque tenían sus huestes tan corregidas, que más parescía Senado que regía que no campo que peleava. A lo que podemos colegir de Tito Livio y de los otros escriptores, desde el ditador Quinto Cincinato hasta el noble Marco Marcelo fueron los tiempos más prósperos que uvo en el Imperio Romano; porque de antes fatigáronla reyes, y después fue perseguida de tyranos. En aquellos tiempos tan felices, una de las mayores felicidades que tenía Roma era tener la disciplina militar muy corregida, y entonces Roma començó a descaer quando nuestros exércitos se començaron a dañar; porque si los de la guerra tienen [710] treguas con los vicios, no podrán los de la república tener paz con las virtudes.
¡O!, maldita seas Asia, y maldito el día que contigo tomamos conquista; porque el bien que se nos ha seguido de ti hasta agora no le emos visto, y el daño que de ti nos vino para siempre en Roma será llorado. ¡O!, Asia maldita, gastamos en ti nuestros thesoros y tú empleaste en nosotros tus vicios; a troque de hombres fuertes, embiástenos tus regalos; expugnamos tus ciudades y tú triumphaste de nuestras virtudes; allanamos tus fortalezas y tú destruyste nuestras costumbres; triumphamos de tus reynos y tú degollaste a nuestros amigos; hezímoste cruda guerra y tú conquistástenos la buena paz; de fuerça tú fueste nuestra y de grado nos somos tuyos; injustos señores somos de tus riquezas y justos vassallos de tus vicios; finalmente eres, ¡o! Asia, un triste sepulcro de Roma, y tú, Roma, eres fétida sentina de Asia.
Pues nuestros antiguos padres se contentavan con Roma sola, ¿por qué nosotros, sus hijos, no nos contentaremos con Roma y Italia, sino que fuemos a conquistar a Asia, do aventuramos nuestra honra y gastamos toda nuestra riqueza? Si aquellos antiguos romanos, (siendo como eran varones tan heroycos en el vivir, y tan estremados en el pelear, y tan cuerdos en el mandar, y tan moderados en el tener) se contentavan con aquel poco término, ¿por qué nosotros, no siendo tales como ellos, no nos contentaremos con un reyno rico y vicioso? No sé yo qué locura nos tomó de yr a conquistar a Asia y no contentarnos con Roma, ca no estava Italia tan pobre de riquezas, ni tan despoblada de ciudades, ni tan huérphana de gentes, ni tan sola de ganados, ni tan inculta de bastimentos, ni tan seca de buenas fructas, que de todas estas cosas no teníamos más que tuvieron nuestros padres, y aun que merecimos tener nosotros sus hijos. Para comigo diría yo que es falta de juyzio o sobra de sobervia querer nosotros exceder a nuestros passados en señorío no ygualando con ellos en mérito.
De todas cosas estoy contento yo de mis antepassados, excepto que fueron un poco sobervios y bulliciosos, y en esto bien les parescemos sus hijos, en que no sólo somos sobervios y bulliciosos, mas aun cobdiciosos y maliciosos; por manera [711] que en las cosas de virtud quedamos muy atrás, y en las obras no lícitas passámosles muy adelante. ¿Qué es de las grandes victorias que nuestros passados uvieron en Asia? ¿Qué es de la infinidad de oro que robaron en aquella tierra? ¿Qué es de la muchedumbre de captivos que captivaron en aquella guerra? ¿Qué es de la ferocidad de los animales que embiaron a Italia? ¿Qué son de las riquezas que cada uno truxo para su casa? ¿Qué son de los poderosos reyes que prendieron en aquella conquista? ¿Qué son de las fiestas y triumphos con que entraron triumphando en Roma? ¿Qué quieres que te diga, mi Cornelio, en este caso?, sino que todos los que inventaron la guerra son muertos, todos los que fueron a Asia son muertos, todos los que defendían aquella tierra son muertos, todos los que entraron triumphando en Roma son muertos; finalmente todas las riquezas y triumphos que nuestros padres truxeron de Asia, ellas y ellos al fin en breve tiempo uvieron fin, si no son los vicios y regalos de los quales no vemos fin.
¡O!, si supiessen los príncipes cuerdos qué cosa es inventar guerras en reynos estraños, qué trabajos buscan a sus personas, qué cuydados a sus pensamientos, qué alborotos a sus vassallos, qué fin a sus thesoros, qué pobreza a sus amigos, qué plazeres a sus enemigos, qué perdición para los buenos, qué libertad para los malos y qué dan que dezir a los estrangeros; finalmente siembran un universal daño en sus naturales reynos y dexan una mala ponçoña a sus erederos proprios. A ley de bueno te juro, que si como yo lo siento lo sintiessen, y como yo lo gusto lo gustassen, y aun como yo lo he experimentado lo experimentassen, no digo yo que con derramamiento de sangre tomaría reynos por fuerça, pero aun ofreciéndomelos con lágrimas no los tomaría de balde; porque (hablando la verdad) no es de príncipes cuerdos no más de por substentar lo ageno, poner en peligro lo suyo proprio.
Pregunto agora yo: ¿qué provecho saca Roma de la conquista de Asia? Pongo caso que sea osada de conquistarla, sea poderosa en expugnarla, sea importuna en combatirla y sea dichosa en tomarla; ¿por ventura será fortunada en sustentarla? En este caso digo y afirmo, y de lo que digo no me arrepiento, que [712] Asia es possible tomarla, pero es locura presumir de sustentarla. ¿No te parece suprema locura presumir de substentar a Asia, pues jamás nos viene nueva de una victoria que no sea víspera de otra batalla, y para substentar aquella guerra nos roban a toda Italia? En Asia se gastan nuestros dineros, en Asia perescen nuestros hijos, en Asia murieron nuestros padres, para Asia nos echan tributos, en Asia se consumen los buenos cavallos, a Asia llevan nuestros graneros, en Asia se crían todos los ladrones, de Asia nos vienen todos los bulliciosos, en Asia perecen todos los buenos, de Asia nos embían todos los vicios; finalmente en Asia se gastan todos nuestros thesoros y en Asia nos matan a todos los excellentes romanos. Pues si este es el servicio que Asia haze a Roma, ¿para qué quiere Roma continuar la guerra de Asia?
Otros príncipes primero que nosotros conquistaron a Asia, y tomaron a Asia, y posseyeron a Asia, pero al fin, como vieron que era tierra do ni temían a los dioses, ni conocían subjeción a príncipes, ni estavan atados a leyes ni fueros, acordaron de dexarlos; porque hallaron por experiencia que toda la gente de Asia ni con guerras les cansan los cuerpos, ni con beneficios les pueden ganar los coraçones. ¿No se atrevieron aquellos príncipes sustentar a Asia por tierra, y pensamos nosotros socorrerla por mar? ¿Desamparáronla ellos, siendo vezinos, y queremos nosotros sustentarla de lexos? A mi parescer, Asia es una tierra do todos los cuerdos emplearon su cordura, do todos los locos probaron su locura, do todos los sobervios mostraron su sobervia, do todos los príncipes entraron con potencia, do todos los tyranos emplearon su vida; pero al fin fin ni aprovechó a los unos el querer, ni a los otros el saber, ni muy menos el poder. Yo no sé quál es el hombre que esté bien con Asia, quiera bien a Asia, diga bien de Asia, ni favorezca las cosas de Asia, pues ella nos da ocasión a que tengamos que dezir cada día, tengamos que suspirar cada noche y tengamos que llorar cada hora. Si los hombres alcançassen el secreto de saber los hados en que criaron los dioses a Asia, no debatirían tanto en la conquista della; porque los dioses criáronla en tal signo para que fuesse un pasto común do todos pazcan, una plaça común do todos vendan, un hostal [713] común do todos posen, un tablero común do todos jueguen, una casa común do todos moren, una patria común do todos quepan, y de aquí viene que Asia es desseada de muchos y es enseñoreada de pocos; porque, siendo como es común patria, quiere cada uno hazerla su tierra propria.
Por ventura pensarás tú, mi Cornelio, que he dicho ya todos los males de Asia. Pues oye, que agora de nuevo quiero formar una querella, ca según los daños que se le han seguido de Asia a nuestra madre Roma, faltará tiempo para escrevir, mas no materia que dezir. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, conviene a saber: que jamás capitán romano mató a diez mil asianos con las armas que llevó de Roma, que no perdiesse más de cien mil romanos con los vicios que truxo a Roma, de manera que ellos murieron a manos de sus enemigos con honra y a nosotros nos prostraron los vicios con infamia. Pregunto agora yo: ¿quáles fueron los que inventaron comer en los ausonios públicos, cenar en los huertos secretos, vestirse las mugeres como hombres en el theatro, enmascararse las caras los sacerdotes de Jano, ungirse los hombres como mugeres en el baño, yr oliendo los senadores al Senado, vestir púrpura los príncipes contra el decreto antiguo, comer dos vezes al día como comía Dionisio el tyrano, tener muger y concubina como lo hazen los de Tyro, dezir tales blasfemias a los dioses quales jamás fueron oýdas en el Imperio? Estos diez vicios de Asia, Asia los embió presentados a Roma. En los tiempos que en aquellas partes de Oriente andava muy encendida la guerra, diez muy valerosos capitanes truxeron estos x vicios a Roma, y pérdonales aquí los nombres de no querer nombrarles mi pluma, porque sus tan torpes culpas no obscurezcan sus claras hazañas. Antes que Roma tomasse conquista con Asia, éramos ricos, éramos pacíficos, éramos sobrios, éramos sabios, éramos honestos y, sobre todo, vivíamos contentos; pero después acá hémonos dado tan buena maña a olvidar la policía de Roma y a deprender los regalos de Asia, que assí pueden oy deprenderse todos los vicios en Roma, como oýr todas las sciencias en Grecia. Por lo sobredicho podrán ver todos los príncipes guerreros qué provecho sacan de conquistar reynos estraños. [714]
Dexemos agora los vicios que en las guerras se cobran, de las virtudes y virtuosos que allí se pierden. Hablemos de los dineros, los quales los príncipes tanto buscan y aman. Y en este caso digo que no ay rey ni reyno puesto en estremada pobreza, sino el que toma con reyno estrangero estremada conquista. ¡O!, mi Cornelio, ¿y tú no has visto cómo los príncipes más por voluntad que no por necessidad pierden sus thesoros, piden los agenos, no les abastan los suyos, toman los de los templos, buscan grandes empréstidos, inventan crudos tributos, dan que dezir a los estraños, enemístanse con los suyos; finalmente ruegan a sus vassallos y humíllanse a sus enemigos?
Pues te he dicho los daños de la guerra, quiérote agora dezir quál es el origen de la guerra; porque es impossible que el médico aplique al paciente congrua medicina si no sabe de qué humor aquella enfermedad peca. Los príncipes, como nacieron de hombres, se criaron con hombres, se aconsejan con hombres y viven con hombres, y al fin al fin ellos son hombres, ora por sobervia que les sobra, hora por consejo que les falta, ymaginan ellos (y aun dízenles otros) que, aunque tienen mucho, respecto de otros príncipes pueden poco. Ítem les dizen que, si es grande su hazienda, ha de ser muy mayor su fama. Ítem les dizen que el buen príncipe en muy poco han de tener lo que eredó de sus padres respecto de lo mucho más que ha de dexar a sus hijos. Ítem les dizen que jamás príncipe dexó de sí buena memoria sino inventando una cruda guerra. Ítem les dizen que la hora que a uno eligen emperador de Roma libremente puede conquistar toda la tierra. Oýdas, pues, por los príncipes estas frívolas razones, como es baxa su fortuna y altos sus pensamientos, luego se declaran contra sus enemigos, luego abren sus tesoros, luego juntan grandes exércitos, y al fin de todo permiten los dioses que, pensando ellos de tomar lo ajeno, gastan y pierden lo suyo proprio.
¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, que, podiendo con paz ser ricos, queréys con guerra ser pobres. ¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, que, deviendo y podiendo ser amados, buscáys con que seáys aborrecidos. ¡O!, príncipes, no sé [715] quién os engaña, que, pudiendo gozar de la vida segura, os cometéys a los baybenes de la fortuna. ¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, en que tengáys en poco lo mucho vuestro y tengáys en mucho lo poco ajeno. ¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, en que, teniendo todos necessidad de vosotros, vosotros os ponéys en necessidad de todos. Hágote saber, mi Cornelio, que por muy agudo y solícito que sea un príncipe más que todos los que le precedieron en Roma, es impossible que le sucedan prósperamente todas las cosas de la guerra; porque en lo más peligroso de la guerra o le faltan los dineros, o no le acuden los vassallos, o los tiempos le son contrarios, o halla passos peligrosos, o le faltan los bastimentos, o se le amotinan los capitanes, o viene socorro a sus contrarios; de manera que se vee el triste tan triste, que más guerra hazen a su coraçón los pensamientos, que no a su tierra los enemigos. Aunque un príncipe no tomasse guerra sino por no sufrir la gente de guerra, devría dexar qualquiera guerra. Pregúntote, mi Cornelio: ¿qué igual trabajo a su persona, o qué mayor daño a su reyno del rey pueden hazer sus enemigos, que sea igual ni mayor que el que hazen sus exércitos? Los enemigos, a lo más, roban la frontera, mas nuestros exércitos roban toda la tierra; a los enemigos osámoslos y podémoslos resistir, mas a los nuestros ni podemos, ni los osamos hablar; los enemigos, quando más más, saltean una vez al mes y vanse, mas los nuestros roban cada día y quédanse; los enemigos tienen miedo a sus enemigos, pero los nuestros ni temen a sus enemigos, ni han piedad de sus amigos; los enemigos, quanto más van, más afloxan y se desminuyen, pero los nuestros quanto más van, más se encruelescen y crescen. Yo no sé qué más guerra que tener los príncipes en sus reynos gente de guerra; porque, según nos muestra la experiencia, éstos son delante los dioses muy culpados, a los príncipes importunos, a los pueblos enojosos, de manera que viven en daño de todos y sin provecho de ninguno. Por el dios Mars te juro, mi Cornelio, y assí él en las batallas rija mi mano, que más quexas tengo en el Senado de los robos que hazen mis capitanes en el Illírico, que no de todos los enemigos del Pueblo Romano. [716]
Por esto que digo, y por mucho más que me callo, yo tengo más temor de criar una vandera de cien hombes de guerra que dar a treynta mil hombres una cruda batalla; porque aquélla, bien o mal, en una hora la despacha ventura, mas con éstos no me puedo apoderar en toda mi vida. Dirásme tú, mi Cornelio, que, pues soy emperador romano, por qué no pongo en esto remedio, pues todo lo conozco y todo me es notorio; ca el príncipe que en dissimulación se passa la culpa ajena, con razón le condenaremos en que es ya suya propria. A esto respondo que yo no soy poderoso para poner en ello remedio sin que deste remedio no nasciesse otro mayor daño. Y, como tú no has sido príncipe, no podrás caer en esto que digo; porque muchas cosas conoscen los príncipes con su cordura, para el remedio de las quales ellos no tienen potencia. Assí fue, assí es y assí será; assí lo hallé, assí lo tengo y assí lo dexaré; assí lo leý en los libros, assí lo vi con mis ojos y assí lo oý de mis passados; finalmente te digo que assí lo inventaron nuestros padres, assí lo sustentamos nosotros, sus hijos; y, por su mal, assí lo dexaremos a nuestros erederos. Diréte una cosa, y imagino que no yerro mucho en ella; y es que, visto el mucho daño y ningún provecho que trae la gente de guerra a nuestra república, pienso que hazerla y sustentarla, o es locura de los hombres, o açote dado de los dioses; porque no puede ser cosa más justa que permitir los dioses que sintamos en nuestras casas proprias lo que hazemos que otros lloren en casas agenas.
Todas estas cosas te he escripto, mi Cornelio, no porque va nada en que las sepas, sino que descansa mi espíritu en dezírtelas; porque, según dezía Alcibíades, las arcas y las entrañas siempre a los amigos han de estar abiertas. Panucio, mi secretario, va de mi parte a visitar essa tierra. Dile para ti de camino essa carta. Aý te embío dos cavallos; pienso que te contentarás dellos, porque son lusitanos. Las armas y riquezas que tomé a los parthos ya las tengo todas repartidas, pero todavía te embío dos carros dellas. Mi Faustina te saluda y te embía un espejo muy rico para tu hija y un joyel de pedrería para tu hermana. No más, sino que pido a los dioses a ti den buena vida y a mí buena muerte. Marco, el tuyo, escrive a ti, Cornelio, el suyo. [717]


Capítulo XVII

En el qual el auctor amonesta a los príncipes y grandes señores en que, quanto más les cargaren los años, tanto más son obligados a afloxar en los vicios.

Aulo Gelio, en el segundo libro De noctibus acticis, dize que fue costumbre entre los romanos antiguos de honrar y tener en gran veneración a los viejos, y era ésta tan inviolable ley entre ellos, en que ninguno que fuesse generoso en sangre, ni que fuesse poderoso en riquezas, ni que fuesse venturoso en vencer batallas, podía preceder a los muy viejos ya cargados de canas, por manera que como a dioses los adoravan y como a sus padres los honravan. Entre otras, estas preeminencias tenían los viejos, es a saber: que en los combites ellos se assentavan en cabecera; en los triumphos ellos yvan delante; en los templos ellos se assentavan solos; en el Senado primero hablavan que todos; en el vestir ellos tenían los vestidos doblados; en el comer ellos solos podían cenar ascondidos; en los testimonios sólo por su palabra avían de ser creýdos. Finalmente digo que a los viejos en todas las cosas los servían y en ninguna cosa los enojavan.
Después que el Pueblo Romano emprendió guerra en Asia, luego afloxaron las buenas costumbres de Roma, y fue la ocasión desto que, como no tenían gente para sustentar la república a causa de la mucha gente que moría en la guerra, ordenaron los romanos que se casassen todos los mancebos, y todas las donzellas, y todas las biudas, y todos los biudos, y todos los libertos, y todos los esclavos; y que la honra que hasta allí se hazía a los viejos, dende en adelante se hiziesse a los hombres casados, aunque fuessen moços, por manera que el [718] más honrado en Roma era no el que tenía muchos años, sino el que tenía muchos hijos. Esta ley se hizo poco antes del primero bello púnico, y llámase primero bello púnico la primera guerra que uvo entre Roma y Carthago. Duró esta costumbre de ser más honrados los casados que no los viejos hasta el Emperador Augusto, el qual fue tan enemigo de novedades, que renovó en Roma todos los muros de piedras nuevas y renovó en la república todas las buenas costumbres antiguas. Ligurgo ordenó en las leyes que dio a los lacedemonios que, quando passassen cabo los viejos, los moços hiziessen gran reverencia a los viejos; y ordenó que, doquiera que hablassen los viejos, fuessen obligados de callar los moços; y ordenó que, si por caso algún viejo perdiesse la hazienda y viniesse a estrema pobreza, que el tal pobre viejo fuesse sustentado de la república, y que en la tal sustentación se tuviesse respecto no sólo de socorrerle para sustentar, mas darle para se regalar.
Plutarco en su Apothémata cuenta que, andando Catón Censorino visitando los barrios de Roma, halló a un viejo a la puerta de su casa solloçando y de sus ojos muchas lágrimas llorando; y, preguntado por Catón cómo estava tan maltratado y por qué a la sazón estava tan lastimosamente llorando, respondióle el viejo:
«¡O!, Catón, los dioses consoladores te consuelen en toda angustia, pues te has hallado en poderme consolar en esta tan triste hora, que, como tú mejor que yo sabes, las consolaciones del coraçón son como las melezinas del cuerpo, las quales aplicadas en un tiempo sanan, y a las vezes usando dellas en otro tiempo dañan. Pues ves a mis manos enclaviiadas, a mis pies hinchados, a mi boca sin dientes, a mi cara arrugada, a mi barba blanca, a mi cabeça pelada; siendo como eres discreto, escusado sería preguntarme por qué lloro; porque los hombres ya de mi edad, aunque no lloren por lo poco que tienen, devrían siempre llorar y sospirar por lo mucho que viven. El hombre que está cargado de años, atormentado de enfermedades, perseguido de enemigos, olvidado de sus amigos, visitado de infortunios y rodeado de disfavor y pobreza; el tal yo no sé para qué [719] quiere larga vida, porque los dioses no ay cosa con que más se venguen de los vicios que cometimos, que es con darnos muchos y muy largos años. Si, como agora soy viejo, fuesse moço, y algún moço me hiziesse alguna injuria, por cierto yo no rogasse a los dioses que le diessen la muerte, sino que le alargassen la vida; porque al hombre que vive mucho lástima es oýrle lo que ha passado. Sabe si no lo sabes, Catón, que yo tengo edad de setenta y siete años, y en este tiempo he enterrado a mi padre y a mi madre, y a una abuela, y a dos tías, y a cinco tíos. Después enterré a nueve hermanas y a onze hermanos; en pos dellos enterré a tres mugeres legítimas y a cinco esclavas que tuve por amigas. Enterré assimismo a quatorze hijos varones y a siete hijas casadas. No contenta con esto la muerte, enterré treynta y siete nietos y quinze nietas, y (lo que es más lastimoso de todo) enterré a dos amigos míos, uno que morava en Capua y otro que residía aquí en Roma, la muerte de los quales sentí más que toda la de mi casa y parentela; porque no ay en el mundo ygual pérdida con perder hombre al que de coraçón ama y dél es amado. Contentarse devieran los tristes hados con aver poblado a mi casa de tan grandes infortunios, sino que, después de todo y sobre todo, dexáronme un maldito nieto que me eredasse, y dexáronme a mí para que toda mi infelice vida llorasse. ¡O!, Catón, por lo que deves a bueno te ruego, y por los immortales dioses te conjuro que, pues eres romano virtuoso y eres censor del pueblo, proveas una de dos cosas, es a saber: que este mi nieto me sirva o des orden en que yo muy presto me muera; porque muy gran crueldad es que me persigan los que son vivos, pues ha quarenta y dos años que no hago sino llorar muertos.»
Informóse muy bien Catón de lo que el viejo se quexava y, como hallasse ser verdad lo que le dezía, llamado en su presencia el moço, díxole Catón esta palabra:
«Si fueras tú, hijo, el que avías de ser, a mí escusaras de pena y a ti de trabajo; mas, pues assí es, ruégote que tengas en lo que te mandare paciencia, y sey cierto que no te [720] mandaré cosa que no sea conforme a justicia; porque los moços viciosos como tú mayor vergüença han de tener por las mocedades que cometieron que no pena por la pena que por ellas les dieron. Mando lo primero que seas públicamente açotado, porque traes a tu abuelo roto y suzio. Mando lo segundo que de todos los confines de Roma seas desterrado, y esto porque eres moço vicioso. Mando lo tercero que seas de todos los bienes que eredaste deseredado porque no obedesces a tu abuelo; y la causa porque doy esta tan cruda sentencia es porque de aquí adelante no se atrevan los moços a desacatar y desobedescer a los viejos, y aun también porque no piensen los que eredaron muchos dineros les han de consentir sean más viciosos que otros.»
Phálaris, el tyrano, escriviendo a un amigo suyo que era viejo, dízele una palabra, la qual paresce más de philósopho que no de tirano, y es ésta: «Maravillado (y aun escandalizado) estoy de ti, amigo mío Verto, en saber como sé que en los años eres muy viejo y en las obras eres no poco moço; y, aunque me pena que ayas perdido el crédito de saber en la Academia, más me pesa en que por ti se perderá el privilegio que suelen tener los viejos en Grecia, conviene a saber: que todos los salteadores, todos los ladrones, todos los fementidos y todos los homicianos, más seguros estavan quando se asían de las canas de los viejos que no quando se acogían a las aras de los templos.» ¡O!, quánta bondad, ¡o!, quánta integridad, ¡o!, quánta prudencia, ¡o!, quánta cordura, ¡o!, quánta innocencia devían tener en sí antiguamente los hombres viejos, pues en Roma los honravan como a dioses y en Grecia se acogían a sus canas como a los templos.
Plinio, en una epístola que escrive a Fábato, dize que Pirro, rey de los epirotas, preguntó a un philósopho que traýa consigo que quál era la mejor ciudad del mundo. Respondió aquel philósopho: «La mejor ciudad de todo el mundo es Molerda, lugar que es de dozientos fuegos en Achaya, porque los muros todos son de piedras negras y los que la goviernan tienen todos las cabeças blancas. (E dixo más.) ¡Ay de ti, Roma!, ¡ay de ti, Carthago!, ¡ay de ti, Numancia!, ¡ay de ti, Athenas!, [721] ¡ay de ti, Egypto!; cinco ciudades que se tienen por las mejores del mundo, de cuya opinión yo soy contrario, porque en ellas se precian tener los muros muy blancos, y no han vergüença de tener en sus senados senadores moços.» Bien habló este philósopho, y pienso que ninguno dirá menos de lo que yo digo. Este nombre senex es nombre latino y quiere dezir viejo, y deste nombre senex desciende este nombre senador, que assí se llamavan los que governavan a Roma; porque el primero rey que fue Rómulo eligió cien hombres viejos para governar la república y mandó que toda la otra juventud romana se empleasse en la guerra.
Pues emos dicho la honra que en los tiempos antiguos se hazía a los hombres antiguos, razón es de saber agora desde qué año en adelante contavan a los hombres ser viejos para que los honrassen por viejos; porque los dadores de las leyes, como establescieron las honras que a los viejos se avían de hazer, también ordenaron desde qué día y año avían de començar. Muchos de los philósophos antiguos pusieron seys edades, desde que el hombre nace hasta que el hombre muere, es a saber: puericia, que dura hasta los siete años; infancia, que dura hasta los dezisiete; juventud, que dura hasta los treynta; viril edad, que dura hasta los cincuenta y cinco años; senetud, que dura hasta los setenta y ocho; decrépita edad, que dura hasta la muerte; y desta manera llamavan a uno viejo desde que cumple los cincuenta y cinco años. Aulo Gelio, libro x, capítulo xxvii, dize que Tulio Hostilio, rey que fue de los romanos, acordó de contar todos los viejos y mancebos que avía en el pueblo, y sobre averiguar quáles se llamarían infantes, y quáles se llamarían moços, y quáles se llamarían viejos, uvo no poca contienda entre los philósophos romanos. Finalmente determinóse por el rey y por el Senado que los hombres hasta los dezisiete años se llamassen infantes, y hasta los quarenta y seys se llamavan moços, y que desde los quarenta y siete se llamassen viejos.
Si queremos guardar la ley de los romanos, ya sabemos desde qué tiempo somos obligados de llamar y honrar a los hombres por viejos, mas junto con esto es razón que sepan los viejos a qué proezas y virtudes son obligados para que con [722] razón y no con fictión sean servidos; porque (hablando la verdad) si cotejamos obligación con obligación, más obligación tienen los viejos a la virtud que no los mancebos a la servidumbre. No podemos negar que, de todos los estados, de todas las naciones, grandes y pequeños, viejos y moços, son obligados a ser virtuosos, pero en este caso más culpa ternían los unos que no los otros; porque muchas vezes el moço, si peca, es porque le falta experiencia, mas el viejo, si peca, es porque le sobró malicia. Séneca, en una epístola, dize estas palabras: «Hágote saber, Lucilo, amigo mío, que estoy muy enojado, estoy muy quexoso, y estólo no de algún amigo o enemigo, sino de mí mismo y no de otro. Y la razón que para esto tengo es que me veo en los años viejo y me siento en los vicios moço, por manera que es muy poco lo que he servido a los dioses y es muy menos lo que he aprovechado en los hombres. (E dize más Séneca.) El que se precia de ser viejo y quiere por viejo ser honrado deve ser templado en el comer, honesto en el vestir, sobrio en el bever, atentado en el hablar, prudente en el aconsejar; finalmente deve ser muy paciente en los dolores que le combaten y muy limpio de los vicios que le tientan.» Digno es de mucha loa el gran Séneca en dezir tales palabras, pero mucho más lo serán los viejos si conforme a ellas hazen las obras; porque si de los contrarios vicios los viéssemos apartados y de tales virtudes los viéssemos compuestos, dexar los ýamos de servir y començarlos ýamos de adorar. [723]


Capítulo XVIII

En el qual el auctor amonesta a los príncipes y grandes señores a que después que llegaren a viejos sean templados en el comer, sean sobrios en el bever, sean honestos en el vestir y, sobre todo, que sean muy verdaderos en el hablar.

Conforme al cónsejo de Séneca, deven los viejos ser muy templados en el comer, lo qual les conviene a ellos hazer no sólo para la reputación de sus personas, mas aun para la conservación de sus vidas; porque los viejos voraces y golosos son perseguidos con enfermedades proprias y son infamados con lenguas ajenas. Los hombres ancianos, digo los que son generosos y virtuosos, lo que han de comer ha de ser limpio, ha de ser bien adereçado y, sobre todo, que se les dé con sazón y tiempo; porque de otra manera el comer mucho y de muchas cosas a los moços házelos enfermar, mas a los viejos constríñelos a morir. Los moços, aunque coman no limpio, coman mucho, coman apressurado y coman hablando, no podemos menos hazer sino con ellos dissimular; mas los viejos que comen mucho, comen suzio, comen apressurado y comen parlando, de necessidad los emos de reprehender; porque los hombres honrados y ancianos con tanta gravedad han de estar a la mesa comiendo, como si estuviessen en un Consejo votando. No es mi intención de persuadir a los viejos flacos a que coman poco, sino de amonestarles que no coman más de lo necessario. No les quitamos comer cosas delicadas, sino que se guarden de las cosas superfluas. No les aconsejamos que dexen de comer teniendo necessidad, sino que huyan de toda curiosidad; porque a los hombres viejos, si [724] les es lícito comer hasta hartar, no les es honesto comer hasta revessar.
Vergüença he de lo escrevir, pero más vergüença deven tener muchos hombres de lo hazer, y es que la hazienda que han ganado y la que de sus antepassados han eredado toda la han comido y bevido, de manera que ni han hecho una casa, ni han comprado una viña, ni aún han casado una hija; sino que, venidos a la vejez, las tristes hijas andan por mesones y ventas, y los pobres padres por hospitales y yglesias. Quando uno viene a pobreza porque se le quemó la casa, o se le hundió una nao, o se lo sacaron por pleyto, o lo gastó en competir con su enemigo, o le acontesció otro caso desastrado; paresce que todo hombre es obligado a socorrerlo, y quebranta el coraçón en mirarlo; mas el hombre que lo gastó en sacar vestidos exquisitos, en buscar vinos muy preciados y en comer manjares muy costosos, en el tal diría yo que es muy bien empleada la pobreza que passa y aun es digno de toda palabra injuriosa; porque entre los trabajos no ay otro ygual trabajo a ver hombre que él fue ocasión de padescerlo.
Ítem, según el consejo de Séneca, deven advertir los hombres ancianos en que no sólo sean templados en el comer, mas aun que sean sobrios en el bever, y esto assí para la conservación de su salud como para la reputación de su honestidad; porque, si los médicos antiguos no nos engañan, más se azedan y estragan los cuerpos umanos con lo demasiado que bevemos, que no con lo superfluo que comemos. Si yo dixesse a los viejos que no beviessen vino, podríanme dezir que no era consejo de christiano; mas, presupuesto que lo han de bever, y por ningún parescer lo han de dexar, amonéstolos, exórtolos y ruégolos que bevan poco, y lo que bevieren que sea templado; porque el demasiado y desordenado bever no torna a los moços sino borrachos, mas a los viejos tórnalos borrachos y locos. ¡O!, quánto pierden de auctoridad y desminuyen de su gravedad los hombres honrados y ancianos que en el bever no son sobrios, lo qual parece verdad en que del hombre que está cargado de vino, aunque fuesse el más sabio del mundo, loco sería el que dél tomasse consejo. [725]
Plutharco, en un libro que hizo De fortuna romanorum, dize que en el Senado de Roma dio grandes bozes un hombre anciano, diziendo que un mancebo le avía de tal manera deshonrado, que merescía por las injurias que le avía dicho ser muerto. Como fuesse llamado el moço para que diesse razón de lo que avía dicho, dixo:
«Padres Conscriptos, aunque os parezco moço, no soy tan moço que no conozco al padre deste viejo, el qual fue romano valeroso y algo pariente mío. Y, como vi que su padre ganó mucha hazienda y no poca honra, y esto en la guerra peleando; y vi que este pobre viejo la gastava toda comiendo y beviendo, díxele un día: 'Mucho me pesa, señor tío, de lo que oygo de tu honra en la plaça, y mucho más me pesa de lo que veo hazerse en tu casa, es a saber: que en la sala do se armavan cincuenta hombres en una hora, se estén agora emborrachando cien chocarreros cada día, y (lo que es peor) que, assí como tu padre a los que entravan en su casa les mostrava las vanderas que en la guerra avía ganado, assí agora tú a los que entran en tu casa les muestras cien tinajas de vino.' Mi tío se ha quexado de mí, en el qual caso a él, que es el quexoso, hago juez contra mí, que soy el acusado; mas plega a los immortales dioses que no mereciesse él más pena por sus obras que yo merezco por mis palabras; porque, si él fuera discreto, aceptara la correción que yo le hize en secreto y no viniera a pregonar sus defectos en este Senado.»
Oýda por el Senado la querella del viejo y la escusa del moço, dieron por sentencia que al viejo quitassen la hazienda, y proveyéronle de un tutor para que governasse a él y a su casa; y, allende desto, mandaron al tutor que no le diesse a bever gota de vino, pues de borracho estava notado. Por cierto la sentencia que dio el Senado fue muy justa; porque el hombre viejo y que se toma de vino tanta necessidad tiene de un ayo como la tiene el niño, y tanta necessidad tiene de un tutor como la tiene un loco.
Laercio compuso un libro De conviviis philosophorum y cuenta algunos antiguos combites do se juntaron en uno a comer [726] algunos grandes philósophos. Y, dado caso que los manjares eran muy simples, los combidados eran muy sabios, y la causa por que se juntavan no era a fin de comer, sino para averiguar algunas graves doctrinas, sobre que tenían los philósophos entre sí algunas diferencias; porque en aquellos tiempos, como eran muchos los estoycos y muchos los peripatéticos, estavan entre sí los philósophos muy divisos. Quando los philósophos estavan assí juntos comiendo, no por cierto se desmesuravan en el comer, ni se desmandavan en el bever, sino que se levantava entre los maestros y los discípulos, y entre los moços y los viejos, una muy dulce porfía, es a saber: sobre quál dellos diría algún secreto de philosophía o alguna profunda y grave sentencia. ¡O!, felices aquellos combites, y no menos felices los que allí eran combidados; mas ¡ay, dolor! que los que agora combidan y los que agora son combidados no son por cierto tales quales eran los antiguos; porque ya no se hazen combites de philósophos, sino de golosos; no para disputar, sino para murmurar; no para averiguar cosas dudosas, sino para tratar de vidas agenas; no para confirmar amistades antiguas, sino para començar dissensiones nuevas; no para deprender alguna dotrina, sino para provar alguna golosina; y (lo que es peor de todo) que los viejos, si debaten sobre mesa con los moços, no es sobre quién dize más graves sentencias, sino sobre quién ha bevido más y más llenas las taças.
Paulo Diácono cuenta en la Historia de los longobardos que quatro longobardos viejos hizieron un combite en el qual se bevieron los unos a los otros los años, y era desta manera: desafiávanse a bever dos a dos, y contavan los años que cada uno avía, y el que comigo competía avía de bever tantas vezes quantos años yo avía, y por semejante yo avía de bever los años que él avía. Y por lo menos el uno de los quatro combidados avía cincuenta y ocho años, y el segundo avía sessenta y tres, y el tercero avía ochenta y siete, y el quarto avía noventa y dos; de manera que no se sabe si lo que comieron en aquel combite fue mucho o poco, pero sabemos que el que menos bevió, bevió cincuenta y ocho vasos de vino. Desta tan mala costumbre vinieron los godos a hazer aquella ley que es de [727] muchos leýda y de pocos entendida, do dize: «Mandamos, so pena de la vida, que ningún viejo beva a otro los años estando a la mesa.» Y esto se hizo porque eran tan dados al vino, que más eran las vezes que bevían que no los bocados que comían. Los príncipes y grandes señores, ya que son ancianos, deven ser en el bever muy sobrios, pues quieren de los moços ser muy acatados; porque, hablando con verdad y aun con libertad, después que un viejo fuere del vino tomado, más necessidad tiene que de braço le lleve el moço a su casa, que no que le quite el bonete y le hable con reverencia.
Ítem deven tener los príncipes y grandes señores muy gran advertencia en que, después que llegaren a ser viejos, en los vestidos que truxeren no sean notados de moços; ca, dado caso que traer vestidura polida o curiosa no haga pobre ni rica a su república, no podemos negar que no haze mucho al caso para la reputación de su persona, porque la vanidad y curiosidad de los vestidos arguye gran liviandad de pensamientos. Según la variedad de las edades, assí ha de ser la diversidad de las vestiduras, lo qual parece claro en que se visten de una manera las donzellas, las casadas se visten de otra, las biudas se visten de otra; y por semejante manera diría yo que una ha de ser la vestidura de los niños, otra la de los moços y otra la de los viejos, la qual ha de ser muy más honesta que todas; porque los hombres que tienen ya canas no se han de auctorizar con preciosas vestiduras, sino con obras muy virtuosas. Andar muy limpios, andar muy bien vestidos y andar bien acompañados, esto no lo prohibimos a los viejos, mayormente a los generosos y valerosos; pero andar muy polidos, andar muy trepados, andar muy costosos, andar muy curiosos y, sobre todo, en la variedad de los vestidos ser estremados, perdónenme los viejos que esto no es oficio sino de moços locos; porque lo uno sabe a honestidad y lo otro pregona liviandad. Confusión es de dezirlo, pero mayor es hazerlo, es a saber: que muchos viejos de nuestro tiempo ponen no poca solicitud en escofiar las cabeças, en raparse las barbas, en buscar cabelleras ruvias, en traer joyeles a las gargantas, en sembrar de cabos de oro las gorras, en buscar invenciones de muchas medallas, en poblar los dedos de ricas sortijas, en [728] andar perfumados con cosas olorosas, en buscar nuevos trajes de vestiduras; finalmente digo que, teniendo la cara toda arrugada, no pueden sufrir en su ropa ni sola una arruga.
Todos los historiadores antiguos acusan a Quinto Hortensio, el romano, en que todas las vezes que se vestía tenía un espejo delante su cara, y tan de espacio y tan por orden componía los pliegues de la ropa, como la muger compone los cabellos en la cabeça. Este Quinto Hortensio siendo cónsul, yendo un día por Roma, topóse con él otro cónsul en una calleja estrecha; y, como al passar del uno y del otro se le deshiziessen los pliegues de la ropa, quexóse en el Senado del otro cónsul como de quien le avía hecho gravíssima injuria, diziendo que merescía perder la vida. Auctor es de todo esto Macrobio en el iii libro de los Saturnales.
No sé si me engaño, mas podríamos dezir que toda la curiosidad que los viejos tienen en andar polidos, curiosos, costosos, ataviados, limpios y frescos, no es por más de por desmentir a la vejez y pretender de tener derecho a la mocedad. ¡Qué lástima es de ver a muchos hombres ancianos, los quales como higos se caen de maduros, y por otra parte es maravilla verlos cómo en la edad se hazen moços!; y en este caso digo que pluguiesse a Dios que les viéssemos ahorrar de los vicios que tienen y no desmentir de los años que han. Ruego y exorto a los príncipes y grandes señores, a los quales Dios Nuestro Señor los quiso llegar a viejos, que no se afrenten ni se desprecien de ser viejos; porque (hablando la verdad) el hombre que no ha gana de parescer viejo, gana tiene de vivir en las liviandades de moço.
Ítem deven tener muy gran advertencia los hombres honrados en que, después que llegaren a viejos, no estén sus amigos sospechosos, sino que de amigos y enemigos sean tenidos por verdaderos; porque la mentira en boca de un moço no es más de mentira, pero en la boca de un viejo es una muy cruda blasphemia. Los príncipes y grandes señores, en especial después que llegaren a viejos, de una manera se han de aver en el dar y de otra en el hablar; porque los buenos príncipes las palabras han de vender por peso y las mercedes han de hazer sin medida. Muchas vezes se quexan los hombres [729] ancianos, diziendo que los mancebos no quieren conversar con ellos, y a la verdad si en esto ay culpa, la culpa está en ellos mismos, y la razón desto es en que si se juntan alguna vez a conversar y passar tiempo, si acaso un viejo parlero toma la mano en el hablar, jamás por jamás sabe acabar, por manera que algunas vezes querría más un hombre discreto andar a pie seys leguas que escuchar a un viejo plático tres horas.
Si con tanta eficacia persuadimos a los viejos a que sean honestos en el vestir, no por cierto les daremos licencia que sean dissolutos en el hablar, pues va mucha diferencia de notar a uno ser curioso en el vestir, o acusarle de ser malicioso en el hablar; porque traer vestiduras preciosas injuria a pocos, mas las palabras injuriosas lastiman a muchos. Macrobio, en el i libro sobre el Sueño de Scipión, cuenta de un philósopho llamado Chritón, el qual vivió ciento y cinco años, y hasta los cincuenta años fue muy traviesso, mas después que vino a ser viejo fue tan recatado en el comer y bever, y fue tan avisado y limitado en el hablar, que jamás le vieron hazer cosa digna de ser reprehendida, ni jamás le oyeron palabra que no fuesse digna de ser notada. Conforme a este exemplo, bien daríamos a muchos licencia para que hasta los cincuenta años fuessen moços, con tal que dende en adelante se vistiessen como viejos, anduviessen como viejos, hablassen como viejos y se preciassen de ser viejos; mas ¡ay, dolor! que toda la primavera se les passa en flores y agraz, y después primero se caen en la sepultura de podridos que estén sazonados para cogerlos.
Quéxanse también los viejos que no toman su parescer los moços, y la escusa desto es ser ellos en sus pláticas muy pesados; porque si piden a un viejo su parescer en un caso, luego se comiença a entonar, y a dezir que en vida de tales y tales reyes y señores de buena memoria se fazía esto y se proveýa esto otro, de manera que quando un moço les pide consejo de cómo se avrá con los vivos, comiença el viejo a contarle la vida de todos los muertos. La razón porque los viejos son amigos de hablar largo es que, como ya por la vejez no pueden ver, ni pueden andar, ni pueden comer, ni pueden dormir, querrían que todo el tiempo que aquellos miembros se ocupavan en hazer sus oficios, todo le ocupasse la lengua en [730] contar de los tiempos passados. Después de lo dicho, no sé más qué aya de dezir, sino que nos contentaríamos con que tuviessen los hombres viejos su carne tan castigada como tienen a su lengua de parlar martyrizada. Aunque en todo sea feo el mucho hablar y, junto con esto, sea escándalo no tratar verdad, mucho más se afea este vicio en los príncipes ancianos y en los otros señores generosos, los quales tienen por oficio no sólo de tratar verdad, mucho más aun de castigar a los enemigos della; porque de otra manera los generosos y valerosos cavalleros no poco perderían de su auctoridad en que no vean en sus cabeças sino canas, y por otra parte no fallen en sus bocas sino mentiras. [731]


Capítulo XIX

De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a Claudio y a Claudina, a los quales reprehende mucho porque, siendo viejos, bivían a manera de moços. Divide el auctor la carta en quatro capítulos, y es letra muy notable para reprehender a los hombres viejos que son viciosos y dissolutos.

Marco, Emperador romano, nascido en el monte Celio, a vosotros, marido y muger, Claudio y Claudina, vezinos y moradores de mi barrio, mucha salud vos embía y emienda en la vida vos dessea.
Estando como yo estoy en la conquista de Asia, y residiendo siempre vosotros en Roma, muy tarde sabemos de allá nuevas, y pienso que tan tarde llegan allá nuestras cartas; pero todavía a todos los que van doy para vosotros recomendaciones, y a todos los que vienen pregunto por vuestra salud y personas. Cómo y quánto soys de mi coraçón bien queridos, no lo preguntéys a otros, sino a vuestros coraçones proprios; y, si vuestro coraçón lo dize que soy amigo sospechoso, yo me doy por condenado. Si acaso os dize vuestro coraçón que yo os amo, siendo verdad que os aborrezco; o si acaso dize que os aborrezco, siendo verdad que os amo; por cierto al tal coraçón yo le sacaría de mis entrañas y le daría a comer a las bestias, porque no ay peor engaño que el que hombre haze a sí mismo. Si me engaña el estraño, dévolo dissimular; si me engaña el enemigo, téngolo de remediar; si me engaña mi amigo, dévome dél quexar; pero si me engaño yo a mí mismo, ¿con qué me he de consolar? Ca no ay paciencia que lo sufra, engañarse el coraçón en una cosa sólo de no aver pensado [732] profundamente en ella. Por ventura me arguyréys que ni de allá tengo cuydado, ni letra ninguna os he escripto después de tanto tiempo. A esto respondo que no echéys la culpa a mi negligencia, sino a la gran distancia de tierras que ay de aquí a Roma, y aun a los muchos negocios de Asia; porque, entre otros, este mal tiene la guerra, que nos priva de la dulce conversación de la patria. Siempre presumí de ser vuestro, y agora de ninguno como de vosotros lo soy tanto; y, pues siempre supistes de mí lo que desseávades saber, halle yo en vosotros lo que me conviene hallar, que al fin a ningunos he visto tener tanto, valer tanto, saber tanto, ni ser en todo tan poderosos, que algún día no tuviessen necessidad de sus fieles amigos.
Dezía el divino Platón (y dezía bien) que el hombre que de coraçón ama, ni en absencia olvida, ni en presencia se descuyda; ni en la prosperidad se allega, ni en la adversidad se aparta; ni sirve por provecho, ni ama por interesse; finalmente, el caso de su amigo defiéndele como el suyo propio. Varias fueron las opiniones que tuvieron los antiguos en dezir para qué fin se tomavan los amigos, pero al fin resumiéronse que para tres cosas hemos de hazer eleción dellos: lo primero, hemos de tener amigos para tratar y conversar con ellos, porque, según los sobresaltos desta vida, no ay tiempo tan dulcemente gastado como el que se gasta en conversación del buen amigo. Lo segundo, hemos de tener amigos para descubrirles todos nuestros pensamientos, porque muy gran alivio es al coraçón triste contar a un amigo sus ansias y sentir que las siente el otro de veras. Lo tercero, hemos de buscar y elegir amigos para que nos ayuden a nuestros trabajos, porque poco aprovecha a mi coraçón que oya con lágrimas el amigo lo que le digo y después por remediarme no dé un passo. Lo quarto, hemos de buscar y conservar los amigos para que sean protectores de nuestros bienes, y aun también que sean censores de nuestros males, porque el buen amigo no menos es obligado a apartarme de los vicios que me infaman, que librarme de los enemigos que me matan. Ha sido mi fin de deziros todo esto para que si en esta carta topáredes alguna palabra dessabrida, la toméys en paciencia, considerando que el amor que os tengo me incita a dezirlo y la fidelidad [733] que os devo no me dexa callarlo, ca muchas cosas se han de sufrir a los amigos (aunque las digan de veras), una palabra de las quales no se ha de sufrir a otros (aunque las digan de burla).
Vengo, pues, a contar el caso, y plega a los inmortales dioses no sea más de lo que a mí me han dicho y sea menos de lo que yo sospecho. Gayo Furión, no poco pariente vuestro y muy mucho amigo mío, passando que passava al reyno de Palestina, vínome a ver aquí a Antiochía, y contóme muchas novedades de Italia y muchas nuevas de Roma; y entre las otras una más que todas encomendé a la memoria, la qual me echó muy gran risa de que la oý y no poca lástima después que en ella pensé. ¡O!, quántas cosas luego tomamos en burla las quales, después de bien rumiadas, nos acarrean mucha pena. Tenía el Emperador Adriano, mi señor, un truhán que avía nombre Belfo, mancebo gracioso y agudo, aunque muy malicioso, según los tales lo tienen en uso; y, como cenassen unos embaxadores de Germania con el Emperador en mucho regozijo y alegría, el truhán començó a dezir a cada uno de los que allí estavan una gracia embuelta en una malicia; y, conosciendo Adriano que unos se demudavan, otros murmuravan y otros se corrían, dixo al truhán: «Amigo Belfo, por tu vida y mi servicio, que no digas alguna maliciosa burla en esta cena con que después, pensando en ella, tengamos mala noche en la cama.»
Díxome Gayo Furión tantos escándalos acontescidos en Italia, tantas novedades hechas en Roma, tantas mudanças de nuestro Senado, tantas renzillas de mis vezinos, tantas liviandades de vosotros entrambos, que yo me espanté de oýrlas y he vergüença de escrivirlas. Y no es nada el dezir que me las dezía, sino ver con quánto descuydo él me las contava, ymaginando que, como él lo dezía sin tomar pena, assí yo lo rescibía sin dárseme por ello cosa, como sea verdad que con cada palabra que me dezía, me tirava al coraçón una saeta; porque muchas vezes nos dizen algunos algunas cosas con descuydo las quales nos lastiman el coraçón en lo vivo. Al juyzio y opinión de todos, dízeme que estáys muy viejos; y al juyzio y parescer vuestro, tenéysos por muy moços. Y dizen más: que assí [734] os vestís y componéys agora de nuevo, como si de nuevo viniéssedes agora al mundo. Y dizen más: que de ninguna cosa os mostráys tan enojados como quando os llaman viejos. Y dizen más: que en los theatros do se juegan los palios y en los campos do se corren los animales brutos, no soys vosotros los postreros. Y dizen más: que no se inventa juego ni liviandad en Roma que no se registre primero en vuestra casa. Finalmente dizen que assí os days a plazeres, como quien nunca espera pesares.
¡O!, Claudio y Claudina, por el dios Júpiter os juro que yo he vergüença de vuestra desvergüença, y estoy afrentado de vuestra afrenta, y sobre todo estoy muy penado de vuestra mucha culpa; porque al tiempo que os avíades de alçar a vuestra mano, entrastes a soldada de nuevo con el mundo. Muchas cosas cometen los hombres, las quales, aunque al parescer son graves, la desculpa que dan dellas las haze leves, pero (hablando la verdad) a vuestras liviandades y culpas yo no hallo una razón con que las escuse y hallo dos mill por donde las condene. Dezía el philósopho Solón Solonino en sus leyes a los athenienses que, si el moço errasse, fuesse levemente amonestado y gravemente punido, pues era rezio; y el viejo, si errasse, fuesse levemente punido y gravemente amonestado, pues era flaco. Lo contrario desto dezía Ligurgo en sus leyes a los lacedemones, conviene a saber: que si el moço pecasse, fuese levemente punido y gravemente amonestado, pues pecava por inocencia; y el hombre viejo que delinquía fuesse levemente amonestado y gravemente punido, pues pecó por malicia. Siendo como fueron de tanta auctoridad en aquellos siglos passados estos dos philósophos, y son de tanto peso sus leyes y sentencias, gran temeridad sería no admitir algunas dellas. Ni admitiendo lo uno, ni reprobando lo otro, es mi parescer que gran escusa es para los moços la ignorancia, y gran condenación para los viejos la esperiencia.
Torno otra vez a dezir que me perdonéys, amigos míos, y no lo devéys tener en mucho que no sea yo muy recatado en el hablar, pues no lo soys vosotros en el vivir, porque de vuestra negra vida toma la tinta mi péñola. Bien me acuerdo yo aver oýdo que tú, Claudio, fueste assaz suelto y dispuesto [735] quando moço; y tú, Claudina, fueste no poco graciosa y hermosa quando moça; de manera que a tus fuerças tenían embidia muchos y la hermosura de Claudina era desseada de todos. No quiero, amigos y vezinos míos, escriviros en esta letra, ni traéroslo a la memoria, si tú, Claudio, empleaste tus fuerças en servicio de la república, y si tú, Claudina, sacaste mucha honra de tu hermosura, ca los hombres de muchas gracias suelen ser notados de muy graves culpas. Aquéllos que contigo luchavan, ¡o! Claudio, ya son muertos; aquéllos que tú desafiavas ya son muertos; aquéllos que te servían, ¡o! Claudina, ya son muertos; aquéllos que delante ti sospiravan ya son muertos; aquéllos que por ti morían ya son muertos. Y, pues son muertos aquéllos y sus liviandades, ¿no pensáys que avéys de morir vosotros y vuestras locuras? Pregunto agora yo a la mocedad del uno y a la hermosura del otro: ¿qué tenéys de aquellos passatiempos?, ¿qué tenéys de aquellos regalos?, ¿qué tenéys de aquella abundancia?, ¿qué tenéys de aquel contentamiento?, ¿qué tenéys de los plazeres del mundo?, ¿qué tenéys de la vanidad passada?, ¿qué esperáys llevar de todo esto a la estrecha sepultura? ¡O!, bovos de vosotros y inocentes de nosotros, y cómo se nos passa la vida sin saber en ella vivir, ca no está la felicidad en tener corta o larga la vida, sino en saber bien emplearla. ¡O!, hijos de la tierra y discípulos de vanidad, ¿agora sabéys que buela el tiempo sin mover las alas, camina la vida sin alçar los pies, esgrime la fortuna sin mover los braços, despídese el mundo sin dezirnos cosa, engáñannos los hombres sin mover los labrios, consúmese la carne sin que nadie lo sienta, muere el coraçón sin llevar remedio; finalmente, pásase nuestra gloria como si nunca fuera y la muerte nos saltea sin llamar primero a la aldava? Por inocente que sea uno y por loco que sea otro, no podrá negar que es impossible en la profunda mar hazer huego, en los riscos muy altos hazer camino, de las sangres delicadas hazer nervios, de las venas muy blandas hazer huessos. Quiero dezir que tan possible es para mí que la flor muy verde de la juventud no se torne algún día marchita con la vejez. [736]


Capítulo XX

En el qual el Emperador prosigue su carta y persuade a Claudio y Claudina que, pues son ya viejos, no deven creer al mundo, ni a sus regalos.

Esto que agora he dicho más aprovecha para avisar a los moços que no para doctrinar a los viejos; porque vosotros ya avéys passado la primavera de la puericia, y el estío de la juventud, y el otoño de la viril edad, y agora estáys en el invierno de la vejez, do paresce muy mal la cabeça nevada de canas traerla como moço llena de locura. Los moços, como no saben que se les ha de acabar la mocedad, no es maravilla que sigan al mundo; pero los viejos, que se veen ya deste engaño desengañados, ¿por qué de nuevo se van en pos de los vicios? ¡O, mundo, y cómo eres mundo! Es tan poca nuestra fuerça, y tan grande nuestra flaqueza, que tú lo queriendo y nosotros no lo resistiendo, en el golfo más peligroso nos engolfas, en las breñas más espessas nos emboscas, por las sendas más cerradas nos descaminas y por los caminos más pedregosos nos adiestras. Quiero dezir que en los riscos de mayores favores nos enrriscas, porque de allí con un puntapié después nos despeñes. ¡O! mundo, en el qual todo es mundo, cincuenta y dos años ha que en ti nascí, en los quales todos nunca me dixiste una verdad y tométe en diez mill mentiras; nunca cosa te pedí que no me la prometiesses; nunca cosa me prometiste que jamás tú me la diesses; nunca contigo traté que no me engañasses; jamás a ti me allegué que no me perdiesse; finalmente nunca vi en ti cosa porque te oviesse de amar y todo quanto en ti vía era digno de aborrescer. Esto presupuesto, no sé qué ay en ti, ¡o! mundo, o qué falta en nosotros tus [737] mundanos, que si nos aborresces, no te sabemos aborrescer; si nos riñes, sabémoslo dissimular; si nos das de coces, querémoslo sufrir; si nos das de palos, querémoslo callar; aunque nos persigues, no nos queremos quexar; aunque nos tomas lo nuestro, no te lo queremos pedir; aunque nos engañas, no nos queremos a engaño llamar; y (lo peor de todo) que nos despides de tu casa y nosotros no nos queremos yr della. No sé qué se es esto, no sé de dó procede esto, no sé en qué ha de parar esto, que al mundo que no nos quiere seguimos, y a los dioses que nos aman aborrecemos. Muchas vezes hago cuenta con mis años del tiempo passado, otras vezes rebuelvo mis libros para ver lo que he leýdo, y aun otras vezes ruego a mis amigos me den algún buen consejo, y no es para más de alcançar lo que he dicho y saber esto que quiero dezir.
Estando yo leyendo en Rodas rethórica; teniéndome allí Adriano, mi señor; siendo que era de edad de treynta y dos años; mi carne juvenil, no menos flaca que tierna, acontescióle que, puesta en aquella primavera, hallóse en soledad, y la soledad con la libertad olieron al mundo; y, oliendo, sentíle; y, sentiéndole, seguíle; y, seguiéndole, alcancéle; y, alcançándole, asíle; y, asiéndole, provéle; y, provándole, gustéle; y, gustándole, amargóme; y, amargándome, aborrescíle; y, aborresciéndole, dexéle; y, dexándole, tornóse; y, tornándose, rescibíle; finalmente el mundo me combidando y yo no le resistiendo, cincuenta y dos años de un pan hemos comido y en una casa hemos morado. ¿Queréys saber de qué manera el mundo y yo en una casa vivíamos o, por mejor dezir, en un coraçón morávamos? Pues oýd, que en una palabra lo diré. Quando yo al mundo veýa bravo, servíale; quando él me veýa triste, regalávame; quando yo le veýa próspero, pedíale; quando él me veýa alegre, engañávame; quando yo desseava una cosa, ayudávamela a alcançar; después, al mejor tiempo que la gozava, tornávamela a quitar; quando me veýa descontento, visitávame; quando me veýa contento, olvidávame; quando me veýa abatido, dávame la mano para subir; y quando me veýa alto, echávame un traspié para caer; finalmente, quando pienso que tengo algo en el mundo, hallo que todo lo que él tiene es un sueño. [738]
Si es algo lo que he dicho del mundo, mucho más es lo que quiero dezir de mí, y es que sin comparación es muy mayor mi locura que no su malicia; porque, siendo yo tantas vezes engañado, me ando en pos del engañador. ¡O! mundo, mundo, tienes tanto tino en tus desatinos, que nos traes a todos desatinados. De una cosa estoy maravillado, y que a mí mismo no puedo tomar tino, y es que sin interesse ninguno que nos vaya, pudiendo yr por la puente, arrodeamos por el vado; estando el vado seguro, nos aventuramos yr por el golfo; estando el camino seco, nos ymos por los trampales; teniendo manjares de vida, buscamos ponçoña de muerte; holgamos de nos perder, pudiendo bien acertar; finalmente digo que sin interesse cometemos la culpa, viendo con ella venir la pena.
Muy gran vigilancia deven tener los hombres cuerdos en ver lo que hazen, desaminar lo que dizen, tentar lo que emprenden, mirar a quién se allegan y, sobre todo, conoscer de quién se fían; porque es de tan baxo saber nuestro juyzio, que para engañarnos basta uno y para desengañarnos no pueden con nosotros diez mill. Tienen tan gran cuydado de nosotros, digo el mundo de engañarnos y la carne de regalarnos, que, siendo como es el camino estrecho, la senda fragosa, la jornada larga y la vida corta, jamás están nuestros cuerpos sino cargados de vicios y nuestros coraçones sino llenos de cuydados. De muchas cosas en este mundo me he espantado, pero de la que más me he escandalizado es que, siendo los otros buenos, les hazemos encreyente que son malos; y, siendo nosotros malos, queremos persuadir a los otros crean que somos buenos, y sólo porque nos tengan por buenos, assestamos al blanco de las virtudes y desarmamos en el terrero de los vicios.
Quiero confessar una cosa, la qual descubierta sé que a mí se me seguyrá infamia, pero por ventura algún hombre cuerdo tomará aviso della, y es ésta. En cincuenta y dos años de mi vida, yo he querido provar todos los vicios desta vida, no por más de por provar si ay en qué se satisfaga la malicia humana. Y, después de todo mirado, después de todo pisado y después de todo provado, hallo que quanto más como, más me muero de hambre; quanto más bevo, tengo más sed; quanto más [739] huelgo, me siento más quebrantado; quanto más duermo, estoy más desvelado; quanto más tengo, me veo más cobdicioso; quanto más desseo, más me atormento; quanto más procuro, menos alcanço; finalmente, jamás tanto pené por cosa, que después de alcançada no me empalagasse y luego de otra apetito no tuviesse. Suprema demencia es pensar ninguno que mientra vive en la carne ha de satisfazer a la carne; porque al fin poder podrá ella quitarnos la vida, mas nosotros no a ella su desordenada cobdicia. Si los hombres hablassen con los dioses, o los dioses comunicassen con los hombres, la primera cosa que les preguntaría es por qué hizieron finitos a nuestros tristes días y infinitos a nuestros malos desseos. ¡O!, crueles dioses, ¿qué es esto que hazéys, o qué es esto que permitís? ¿Ha de ser verdad que nunca hemos de passar ni solo un día bueno de vida, sino que en gustaduras desto y de aquello se nos ha de passar la vida? ¡O! intollerable vida humana, en la qual ay tantas malicias de que nos guardar, y tantos peligros de tropeçar, y aun tantas cosas en nosotros de considerar, que entonces a ella y a nosotros nos acabamos de conocer quando se llega ya la hora de avernos de morir.
Sepan los que no lo saben que el mundo toma nuestro querer, y nosotros de bovos no se le queremos negar; y, después de apoderado en nuestro querer, constríñenos a que queramos el nuestro no querer, por manera que muchas vezes querríamos hazer algunas obras virtuosas, y por avernos ya dexado en manos del mundo no osamos hazerlas. Usa de otra cautela el mundo, y es que a fin que no nos resabiemos con él, loa que loemos el tiempo passado, con tal condición que vivamos según el tiempo presente. E dize más el mundo, que, si nosotros empleamos las fuerças en sus vicios, él nos da licencia que de las virtudes tengamos buenos desseos. ¡O!, si lo viesse yo en mis días que la solicitud que pone el mundo en conservar a sus mundanos, pusiessen los mundanos en apartarse de sus vicios, yo juro que los dioses tuviessen más siervos, y el mundo y la carne no tuviessen tantos esclavos. [740]


Capítulo XXI

En el qual el Emperador Marco Aurelio prosigue su plática, y prueva por muy buenas razones que, pues los viejos quieren ser servidos y honrados de los moços, deven ser más honestos y virtuosos que ellos.

Todo lo sobredicho lo he dicho por ocasión de ti, Claudio, y de ti, Claudina, los quales dos, quando de setenta años no queréys salir de la cárcel del mundo, do tenéys ya los miembros podridos, ¿qué esperança ternemos de los moços que no han sino xxv años? Si no me engaña mi memoria, quando yo allá estava, ya teníades nietos casados, y visnietos desposados, y aun choznos nascidos. Y, pues esto es verdad, paréceme a mí que, espremido el razimo, no es sino para los animales el borujo; cogida la fructa, de ningún valor es la hoja; después de llevada la prensa, mal puede moler el molino. Quiero dezir que el hombre ya muy viejo dévese tener por afrentado de vivir tanto en el mundo. No penséys, amigos, que se sufre tener la casa llena de nietos y dezir a los otros que han pocos años; porque en cargando el árbol de fructas, luego las flores se caen o se tornan marchitas. Estado he pensando entre mí qué es lo que vosotros podíades aver hecho para que paresciéssedes moços y acortássedes los años, y no sé otra razón sino que quando casastes a Lamberta, vuestra hija, con Drusio, y a vuestra nieta, Sophía la hermosa, con Tuscidano, los quales todos eran tan moços, que apenas las moças avían xv años ni los moços xx, como a vosotros sus abuelos os sobrava edad y os faltavan dineros, imagino que les distes cada xx años de los vuestros en lugar de los dineros del dote. Podíase desto colegir que os quedastes con los [741] dineros de los nietos y sacudistes de vosotros los años proprios. Mucho quisiera, amigos míos, como oý dezir que fuestes moços y muy moços, veros con mis ojos viejos y muy viejos, no digo en la edad que os sobra, sino en el seso que os falta. ¡O!, Claudio y Claudina, notad, notad esto que os quiero dezir, y siempre en la memoria lo devéys de tener. Yo os hago saber que sustentar la mocedad, desfazer la vejez, vivir contentos, esentarnos de trabajos, alargar la vida y oxear la muerte; estas cosas no son en manos de los hombres que las dessean, sino en manos de los que las dan, los quales según su justicia, y no nuestra cobdicia, nos dan la vida por peso y la muerte sin medida.
Una cosa hazen los viejos, la qual es causa de escandalizar a muchos, y es que quieren ellos primero hablar en los consejos; quieren de los moços ser más servidos; quieren en los conbites los primeros assentamientos; quieren en todo lo que dizen ser siempre creýdos; quieren en los templos estar más altos que otros; en el repartir de los oficios quieren ellos los más honrados; en cosa que ellos votan no quieren ser contradichos; finalmente quieren tener el crédito de viejos y hazer la vida de moços. Todas estas preeminencias y privilegios justo y justíssimo es que las tengan los viejos, los quales desde muchos tiempos en servicio de la república han empleado sus años; pero junto con esto, avísoles y requiéroles que la auctoridad que les dan sus canas no la desmerezcan por sus malas obras. ¿Por ventura será cosa justa que el moço humilde y honesto reverencie al viejo indómito y sobervio? ¿Por ventura será cosa justa que el moço benívolo y amoroso reverencie al viejo embidioso y malicioso? ¿Por ventura será cosa justa que el moço cuerdo y sufrido reverencie al viejo impaciente y loco? ¿Por ventura será cosa justa que el moço liberal y magnánimo reverencie al viejo escasso y codicioso? ¿Por ventura será cosa justa que el moço solícito y cuydadoso reverencie al viejo descuydado y perezoso? ¿Por ventura será cosa justa que el moço abstinente y sobrio reverencie al viejo goloso y regalado? ¿Por ventura será cosa justa que el moço continente y casto reverencie al viejo luxurioso y dissoluto? No me parescen a mí que estas cosas son para que por ellas merezcan [742] ser honrados, sino reprehendidos y castigados; porque los viejos más pecan en el mal exemplo que dan que no en la culpa que cometen.
No me podrás tú negar, Claudio, amigo mío, que avrá treynta y tres años que, estando ambos en el theatro mirando un espectáculo, como viniesses tarde y no hallasses assentamiento, dexiste a mí, que estava assentado: «Levántate, Marco, hijo, que, pues tú eres moço, justo es des el lugar a mí, que soy viejo.» Si es verdad que ha treynta y tres años que querías ya lugar en los theatros como viejo, dime -yo te ruego, y aun conjuro: ¿con qué ungüento te has untado, o con qué agua te has lavado, para remoçarte y tornarte moço? ¡O!, si tú, Claudio, uviesses hallado alguna medicina o descubierto alguna yerva con la qual a los hombres quitasses las canas de la cabeça y a las mugeres quitasses las arrugas de la cara, yo te juro, y aun asseguro, que tú fuesses más visitado y servido en Roma que no lo es el templo de Apolo en Asia. Bien te acordarás tú de Annio Prisco el viejo, vezino que era nuestro y algo pariente tuyo, el qual, como yo le dixesse un día que no me hartava de oýr sus buenas palabras y de mirar sus ancianas canas, díxome él: «¡O!, Marco, hijo, bien parece que no has sido viejo, y por esso hablas como moço, ca las canas, si honran a la persona, lastiman mucho al coraçón; porque la hora que nos veen viejos los estraños nos aborrecen y los nuestros no nos aman. (E díxome más.) Hágote saber, hijo Marco, que muchas vezes mi muger y yo hablamos en particular coloquio de los años que ha cada uno, y como ella me mira tanto y le parezco tan viejo, dígole y júrole que aun soy moço; porque las canas me han venido por erencia y la vejez por dolencia.» Acuérdome también que a este Annio Prisco le cupo de ser senador un año, y, como le pesasse mucho de parecer viejo y en estremo trabajasse de que le tuviessen por moço, acordó de raparse la barba y la cabeça a navaja, lo qual era muy prohibido a los censores y senadores de Roma; y, como entrasse un día con los otros senadores en el alto Capitolio, dixéronle: «Di, hombre: ¿de dónde eres?, ¿qué quieres?, ¿a qué vienes? y ¿cómo has sido osado, no siendo senador, de entrar en este Senado?» Respondió él: «Yo soy Annio Prisco el viejo. [743] ¿Qué es esto, que agora me avéys desconocido?» Replicáronle ellos: «Si tú fuesses Annio Prisco, no vernías assí rapado, ca en este Sacro Senado no puede ninguno entrar a governar la república si no fuere honestíssima su persona y truxere cubierta de canas la cabeça. Y tú desde agora te ten por desterrado y por privado del oficio; porque los viejos que viven como moços, como moços han de ser castigados.» Bien sabes tú, Claudio, y Claudina, que esto que he dicho no es fición de Homero, ni fábula de Ovidio, sino que vosotros le vistes con vuestros ojos y yo le ayudé para el destierro con algunos dineros, y no es nada sino que se fue desterrado de Roma a Capua, de do le desterraron otra vez por las liviandades que por la ciudad de noche hazía, y no me maravillo desto, ca, según vemos por experiencia, los viejos que están muy encarniçados en los vicios muy peores son de corregir que los mancebos.
¡O, quánta malaventura tienen los viejos los quales se han dexado envejecer en los vicios!; porque más peligroso es el huego en una casa vieja que no en una nueva, y una reziente cuchillada no es tan peligrosa como una fístola podrida. Aunque los viejos no fuessen honestos y virtuosos por el servicio de los dioses, por el provecho de la república, por el dezir de los pueblos y por el exemplo de los moços, devríanlo ser sólo por el descanso de sí mismos. Un pobre viejo, si no tiene dientes, ¿cómo será goloso? Si no tiene calor, ¿cómo podrá comer? Si no tiene gusto, ¿cómo le sabrá el bever? Si no tiene fuerças, ¿cómo podrá adulterar? Si no tiene pies, ¿cómo podrá andar? Si tiene perlesía, ¿cómo podrá hablar? Si tiene gota artética, ¿cómo podrá jugar? Finalmente los semejantes hombres mundanos y viciosos emplearon sus fuerças quando moços en querer todos estos vicios provar, y agora que son viejos pésales de todo su coraçón de que no los pueden cumplir. Sobre todas las culpas, a mi parecer ésta es la más suprema culpa en los viejos, conviene a saber: que, constándonos que un viejo ni ha dexado parte del mundo que no ha andado, ni ha dexado vileza que no ha atentado, ni ha dexado fortuna que no ha corrido, ni ha dexado bueno que no ha perseguido, ni ha dexado malo a que no se ha allegado, ni ha dexado vicio que no ha provado; passando, pues, el [744] malaventurado tantos tienpos en estos vicios, ya que el mundo le ataja los passos con enfermedades y trabajos, no le pesa tanto para ser virtuoso de los vicios que le sobran, quanto para ser vicioso de las fuerças que le faltan. ¡O!, si nosotros fuéssemos dioses, o si no, que los dioses nos diessen licencia para que conociéssemos los pensamientos de los viejos como vemos con los ojos las obras de los moços, yo juro al dios Mars, y aun a la madre Verecinta, que sin comparación castigássemos más los malos desseos que tienen de ser malos los viejos, que no las liviandades ni travessuras de los moços.
Dime, Claudio, y dime tú, Claudina: ¿pensáys vosotros por ventura que por traeros como moços dexaréys de parescer viejos? ¿Vosotros no sabéys que nuestra naturaleza es corrupción de nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo es mollidor de nuestros sentidos, y nuestros sentidos son alcaydes de nuestra ánima, y nuestra ánima es madre de nuestros desseos, y nuestros desseos son verdugos de nuestra juventud, y nuestra juventud es atalaya de nuestra vejez, y nuestra vejez es espía de nuestra muerte, y la muerte al fin es el mesón do toma posada la vida, y donde la mocedad se nos va huyendo por pies, y de la vejez aun no podemos escapar cavalgando? Holgaría que tú, Claudio, y tú, Claudina, me dixéssedes qué halláys en la vida, por qué os contenta tanto la vida, después que avéys passado ochenta años de vida. O vosotros avéys sido en este mundo malos, o avéys sido buenos: si avéys sido buenos, tened por bueno yros a gozar con los dioses buenos; si avéys sido malos, justíssimo es que os muráys porque no seáys más malos, que (hablando la verdad) los que en setenta años han sido de mala vida, poca esperança ternemos de su emienda. Adriano, mi señor, estando en Nola de Campania, truxéronle un sobrino suyo del estudio, en el qual el niño no avía aprovechado poco, ca venía gran griego y latino, y junto con esto el moço era hermoso y honesto. Y, como el Emperador Adriano le amasse tanto aquel sobrino, díxole estas palabras: «No sé, sobrino, si te diga que seas bueno o que seas malo; porque si eres malo, será en ti mal empleado el vivir; si eres bueno, luego te has de morir; y por esso vivo yo más que todos, porque soy peor que todos.» Por estas palabras que dixo Adriano, mi [745] señor, da claramente a entender que a los buenos en breve les saltea la muerte y a los malos se les alarga mucho la vida. Opinión fue de un philósopho que los dioses, como son tan profundos en sus secretos y tan justos en sus obras, a los hombres que menos aprovechan en la república, aquéllos alargan mucho más la vida. Y que él no lo dixera vémoslo nosotros por experiencia; porque a un bueno y que de la república es zeloso o le llevan los dioses, o le matan los enemigos, o le acaban los trabajos.
Quando el gran Pompeyo y Julio César se enemistaron, y de aquella enemistad en crudas guerras vinieron, cuentan los annales de aquel tiempo que vinieron en favor de Julio César los reyes y gentes de Occidente, y en socorro del gran Pompeyo todos los más poderosos de Oriente; porque estos dos príncipes eran amados de pocos y servidos y temidos de muchos. Entre las otras gentes varias y estremadas que vinieron de Oriente en las huestes del gran Pompeyo fueron unos bárbaros muy bárbaros, los quales dezían ser moradores a la otra parte de los montes Ripheos, a las vertientes que corren a la India. Tenían en costumbre estos bárbaros de no querer vivir más de cincuenta años, y para esto, quando llegavan a la tal edad, hazían grandes hogueras de huego y allí se quemavan vivos, y por su voluntad se sacrificavan a los dioses. No se espante nadie de lo que emos dicho, pero espántese de lo que queremos dezir, conviene a saber: que el día que uno cumplía los cincuenta años, assí vivo se echava en los huegos, y los parientes y hijos y amigos del tal hazían muy gran fiesta, y la fiesta era que comían las carnes de aquel muerto medio quemadas y bevían en vino o agua los polvos de sus huessos, por manera que las entrañas de los fijos vivos eran sepulcros de los padres muertos. Todo lo sobredicho vio con sus proprios ojos el gran Pompeyo, a causa que algunos cumplieron los cincuenta años estando en su campo, y como el caso era tan monstruoso, muchas vezes después lo contava Pompeyo en el Senado.
Sienta en este caso cada uno lo que quisiere, y condene a estos bárbaros quanto mandare, que yo no dexaré de dezir lo que siento: ¡O, siglo dorado, que tales hombres tuvo! [746] ¡O, gente bienaventurada, de la qual en todos los siglos advenideros con razón avrá perpetua memoria! ¡Qué menosprecio del mundo, qué olvido de sí mismos, qué acocear de fortuna, qué açote para la carne, qué en poco tener la vida, quán en menos tener ni temer la muerte pudo ser mayor! ¡O, qué freno para viciosos!; ¡o, qué espuelas para virtuosos!; ¡o, qué confusión para los que aman la vida!; ¡o, qué exemplo tan grande para no temer la muerte nos dexaron! Pues éstos de su voluntad menospreciavan la vida propria, bien es de pensar que no morirían por tomar la hazienda agena. No por más de por pensar que nunca ha de aver fin nuestra vida, jamás ha fin nuestra cobdicia. ¡O, gloriosa gente y diez mil vezes bienaventurada!, que, dexada la sensualidad propria y vencido el natural apetito de querer vivir, no creyendo a lo que veýades, teniendo la fe en lo que nunca vistes; fuistes a los hados a la mano, salistes a la fortuna al camino, derrocastes por suelo a la vida, hurtastes el cuerpo a la muerte y, sobre todo, ganastes honra con los dioses no que os alargassen más la vida, sino que tomassen lo que vos sobrava de la vida. Archagento, çurujano de Roma, y Antonio Musa, médico del Emperador Augusto, y Esculapio, padre de la Medicina, pocos sextercios ganaran en aquella tierra. ¿Quién mandará a aquellos bárbaros fazer entonces lo que hazen agora los romanos, conviene a saber: xaroparse a la mañana, tomar píldoras a la noche; serenar sueros, tomar ordeates; untar el hígado, correr por desopilar el baço; sangrarse oy, purgarse mañana; comer de una cosa y abstenerse de muchas? No es de creer que quien de balde busca la muerte, diera dineros por alargar la vida. [747]


Capítulo XXII

En el qual el Emperador Marco Aurelio concluye su carta y dize quánto peligro se les sigue a los viejos de vivir como moços, y para remedio dello dales muy buenos consejos.

Veniendo, pues, al caso, de ti, ¡o! Claudio, y Claudina, parésceme que aquellos bárbaros siendo de cincuenta años y vosotros aviendo más de sessenta, sería justo que, pues soys mayores en la edad, fuéssedes yguales en la cordura; si no quisiéredes como ellos tomar la muerte dulce, a lo menos emendéys la vida mala. Acuérdome no avrá muchos años que Fabricio el moço, hijo de Fabricio el viejo, me tenía ordenada una mala burla, de la qual si vosotros no me avisárades se me siguiera una notable afrenta, y, pues entonces me hezistes tan buena obra, querríaosla pagar en la misma moneda; porque entre los amigos no ay igual beneficio con desengañar al engañado. Hágoos saber, si no lo sabéys, pobres viejos, que estáys ya tales, que tenéys los ojos hundidos, las narizes húmidas, los cabellos blancos, el oýr perdido, la lengua torpe, los dientes caýdos, la cara arrugada, los pies hinchados y los pechos ahogados. Finalmente digo que, si supiesse hablar la sepultura, como a caseros suyos os podía compeler por justicia viniéssedes a poblar su casa.
Gran compassión es de tener a los mancebos y a su juvenil ignorancia, porque a los tales entonces se les abren los ojos para conocer los infortunios desta vida quando se les acaba la vida y los emplazan para la sepultura. Dezía el divino Platón en el libro de República que a los moços vanos y locos en vano les damos consejos buenos; porque la juventud es sin [748] experiencia de lo que sabe, sospechosa de lo que oye, incrédula de lo que le dizen, menospreciadora del consejo ajeno y muy pobre del suyo proprio. Caso que esto es verdad, como es verdad, yo os digo, Claudio y Claudina, que sin comparación no es tan mala la ignorancia que tienen de lo bueno los moços como la obstinación que tienen en lo malo los viejos; porque los dioses inmortales muchas vezes dissimulan mil ofensas cometidas por ignorancia, y por otra parte no perdonan una culpa cometida por malicia. ¡O!, Claudio y Claudina, yo no me maravillo que como hombres olvidéys a los dioses que os criaron, olvidéys a los padres que os engendraron, olvidéys a los parientes que os favorecieron, olvidéys a los amigos que os honraron; pero de lo que me escandalizo es que vosotros mismos olvidéys a vosotros mismos, conviene a saber: que nunca miráys qué avéys de ser hasta que soys lo que no querríades ser, y esto sin poder tornar atrás. Despertad, pues en el sueño estáys ahogados; abrid los ojos, pues estáys adormecidos; acostumbraos a trabajar, pues soys vagabundos; aprended lo que os cumple, pues soys simples; no os descuydéys de lo que os conviene, pues soys ya tan viejos. Quiero dezir que os concertéys de espacio con la muerte antes que os hagan execución en la vida.
Cincuenta y dos años ha que tengo conocimiento de las cosas deste mundo, pero jamás conocí en él muger tan cargada de años, ni hombre viejo que tuviesse tan podridos los miembros, que por falta de fuerças dexassen de ser buenos si quisiessen ser buenos, ni aun por la misma ocasión dexassen de ser malos si quisiessen ser malos. Cosa es maravillosa de ver, y muy digna de notar, en que todas las cosas corporales del hombre se envegescen si no es el coraçón interior y la lengua exterior; porque el coraçón siempre está verde para pensar maldades y la lengua siempre tiene abilidad para dezir mentiras y malicias. Sería mi parescer que, pues es passado el verano alegre, vos aparejéys para el invierno herizado; y si os queda poco del día, vos deys priessa a tomar posada. Quiero dezir que si el día de la vida passastes con trabajo, trabajéys porque la noche de la muerte vos tome en puerto seguro. Las burlas passen por burlas y las veras tomemos por veras, conviene a saber: que [749] sería cosa muy justa, y aun para vuestra honra necessaria, que todos los que os vieron en otro tiempo ser moços locos, os viessen agora estar muy retraýdos; porque no ay cosa con que más se olviden las liviandades de la mocedad que mostrando mucho reposo y gravedad en la vejez. Quando el cavallero passa la carrera, no le culpan que el cavallo lleve descrinadas las crines; mas después que es llegado a su puesto, justo es que aderesce su cavallo.
¿Qué mayor confusión puede ser a la persona, ni igual afrenta a nuestra madre Roma, que ver lo que vemos oy en ella, es a saber: andar ruando por las plaças, yrse a ver los theatros, assentarse en los coliseos los viejos que se caen de podridos como los moços que agora ciernen para pámpanos? Vergüença he de dezirlo, pero más me escandalizo de verlo, ver a los viejos romanos cómo cada día se sacan las canas por no parescer viejos, hazen a menudo la barba por parescer moços, el calçado traen muy justo, las camisas muy descubiertas, el palio todo encarnado, la insignia romana muy esmaltada, argolla de oro a la garganta como los daços, tintinábulos en la ropa como los saphiros, nacre en los sombreros como los griegos y perlas en los dedos como los indios. ¿Qué más queréys que diga después de lo que tengo dicho, sino que traen las ropas anchas y largas como los tharentinos, y las traen de color de croco como los vándalos, y cada semana las sacan nuevas como histriones, y (lo peor de todo) que assí se precian de ser enamorados como quando eran muy moços? Que los viejos sean combatidos, y aun vencidos de los juveniles desseos, no es de maravillar, porque es tan natural aquel bestial apetito como lo es el comer quotidiano; pero que los viejos, siendo viejos, sean públicamente dissolutos, justamente desto se deven escandalizar todos; porque los viejos carnales y viciosos ofenden a los dioses con el hecho y escandalizan a la república con el escándalo.
¡O!, quántos he conoscido yo en Roma que fueron muy estimados en la mocedad, y después por emboscarse en estas liviandades lo perdieron en la vejez, y (lo peor de todo) que ellos perdieron el crédito; sus parientes, el favor; y sus innocentes, hijos el provecho; porque muchas vezes permiten los [750] dioses que, aviendo los padres cometido la culpa, sobre solos los hijos decienda la pena. El muy famoso Gaguyno Catón, que descendía del antiguo linaje de los sabios Catones, fue en Roma flamen dialis cinco años, pretor tres, censor dos, dictador uno, cónsul cinco vezes. Siendo de edad de sessenta y cinco años, diose a seguir, y a servir, y a requerir a Rosana, hija de Gneo Curcio, dama por cierto harto moça y no poco hermosa, y assaz de muchos desseada y festejada. Andando, pues, el tiempo, y el dios Cupido haziendo su oficio, encarnó tanto el amor en el coraçón del triste viejo, a que quasi vino a perder el sentido, en que después de aver consumido toda su fazienda en servirla, todo el día sospirava y toda la noche llorava no más de por verla. Acontesció que devieran dar a la dama Rosana unas enojosas calenturas, con gran hastío de no poder comer; y, como se le antojassen unas uvas, y por ser temprano aún en Roma no eran maduras, sabido esto por Gaguino Catón, embió al río Rin por ellas, a parte que avía gran suma de millas. Como la cosa fuesse divulgada por Italia, y en Roma lo supiesse ya todo el pueblo, y de la liviandad se diesse noticia al Senado, mandaron los Padres Conscriptos que Rosana fuesse con las vírgines vestales en el templo encerrada y el viejo perpetuamente de Roma desterrado; porque a ellos fuesse castigo y a los otros exemplo. De verdad que me hizo gran lástima verlo, y aun agora tengo no pequeña pena en escrevirlo, porque vi al padre morir con infamia y a los fijos vivir con pobreza. Bien creo yo que todos los que este exemplo oyeren y todos los que esta escriptura leyeren afearán el hecho del viejo enamorado y aprovarán por buena la sentencia que contra él dio el Senado; pero yo juro que si tantos moços tuviesse Gaguyno Catón en su destierro como terná viejos enamorados que sigan su exemplo, no avría en Roma tantos hombres perdidos, ni mugeres mal casadas.
Muchas vezes acontesce que los hombres viejos, mayormente siendo generosos y valerosos, son avisados de sus criados, son reprehendidos de sus parientes, son rogados de sus amigos y son acusados de sus enemigos por andar en passos tan desonestos. Responden a la tal demanda que no son enamorados sino de burla. Siendo yo moço muy moço, no menos [751] en el seso que en la edad, una noche en el Capitolio topé con un mi vezino, el qual era tan viejo, que me podía tener por nieto, y díxele esta palabra: «Señor Fabricio, y vos ¿también enamorado?» Respondióme él: «Señor Marco, ya veys que mi edad no sufre ser enamorado, y si lo soy, soylo por passatiempo.» Por cierto yo me maravillé toparlo a tal hora, y me escandalizé darme él tal respuesta. En los viejos de mucha edad y gravedad las tales reqüestas no se pueden llamar amores, sino dolores; no passatiempo, sino perder tiempo; no burla, sino burlería; porque de los amores de burla se les sigue infamia de veras. A ti, Claudio, y Claudina, pregunto qué otra cosa soys los viejos enamorados sino un círculo delante la taverna, do todos piensan que ay vino y no venden sino vinagre. Ítem son como los huevos muy blancos, y después los hallan de dentro güeros. Ítem son como herida sobresana y está hecha una fístola. Ítem son como píldora dorada, la qual gustada tiene en sí gran amargura. Ítem son como las redomas que en las boticas están quebradas y tienen los sobrescritos nuevos. Ítem son como el tremedal elado, en el qual no ay passo seguro. Ítem son como una portada nueva y dentro está la casa toda podrida. Finalmente el viejo enamorado es como el cavallo de axedrez, que ayuda a perder el dinero y no puede sacar a nadie de peligro. Nótese esta palabra, y para siempre encomiéndese a la memoria, conviene a saber: que el viejo vicioso y luxurioso no es sino como el puerro, que tiene las barbas blancas y las porretas verdes.
Paréceme a mí, si os pareciesse a vosotros, que no devríades aguardar de quebrar las alas al tiempo quando no es razón que aya pluma en ellas. No os engañéys, amigos y vezinos míos, diziendo que para todo ay tiempo; porque la emienda está en manos de vosotros que la avéys de hazer, pero el tiempo está en manos de los dioses que le han de repartir. Vengamos, pues, al remedio para remediar este gran daño, y sea que lo que pudiéredes andar de día, no lo aguardéys andar para la noche de la vejez; porque mal corta el cuchillo gastado el azero, y el que está avezado a carne, mal se amaña a roer los huessos. Ítem os digo y aviso que, si la casa de podrida y vieja se nos va a caer, la apoyemos no con cuentos de madera, [752] sino con pensar la estrecha cuenta que emos de dar a los dioses de la vida y a los hombres de la fama. Ítem digo que, si la viña de todas nuestras virtudes está vendimiada, demos sino ál la rebusca de la emienda. Pues las cubas de nuestra cosecha se estragaron con malas y perversas obras, remostémoslas con mosto nuevo de nuevos y buenos desseos. Son los dioses tan aplazibles de servir y tan buenos de contentar en los servicios que les devemos por los bienes que nos hazen, que, si no les podemos todo pagar con buenas obras, toman en descuento buenos desseos. Finalmente digo que si tú, Claudio, y Claudina, ofrescistes la harina de la juventud al mundo, ofrezcáys aora los salvados de la vejez a Dios.
Yo os he escripto largo, y más de lo que tenía en el pensamiento. Saludadme a la vezindad toda, especial a Drusia Patrocla, biuda y generosa romana. Acuérdome que Gorvina, vuestra nieta, me hizo un plazer el día de la madre Verecinta; aý embío dos mil sextercios: serán los mil para ayudar a casarla y los otros para ayudar a relevar vuestra pobreza. Mi Faustina está mala, daréys otros mil sextercios a las vírgines vestales porque rueguen a los dioses por ella. A ti, Claudina, embía mi Faustina una arca; por los immortales dioses juro no sé qué embía en ella. A los dioses ruego que, pues soys viejos, os den buena muerte, y a mí y a mi Faustina nos dexen hazer buena vida. Marco del monte Celio os escrive de su propria mano. [753]


Capítulo XXIII

Do el auctor persuade a los príncipes y grandes señores que miren mucho en los inconvenientes que trae consigo el vicio de la avaricia, y que el hombre avariento es a Dios y al mundo odioso.

El gran Alexandro, rey de Macedonia, y el infelice Darío, rey que fue de Persia, no sólo fueron diferentes en las guerras y conquistas que traýan, mas aun en las condiciones y inclinaciones que tenían; porque Alexandro era naturalmente amigo de dar y gastar, y el rey Darío por contrario fue amigo de allegar y guardar. Como la fama de Alexandro se divulgó por todo el mundo ser príncipe dadivoso y no cobdicioso, amávanle mucho los suyos y desseávanle servir los estraños; al triste rey Darío, como estava infamado de mucha avaricia y de poca largueza, desobedescíanle los suyos y aborrecíanle los estraños, de do se puede collegir que los príncipes y grandes señores dando se hazen ricos y guardando se tornan pobres. Plutharco cuenta en su Apotémata que, después que el rey Darío fue muerto y Alexandro uvo de toda Oriente triumphado, estando en la plaça de Athenas un hombre thebano engrandesciendo la fortuna de Alexandro por lo mucho que ganó, y declamando la infelicidad de Darío por tanto como perdió, dixo a grandes bozes un philósopho:
«Muy engañado vives, ¡o! thebano, en pensar que el un príncipe perdió muchos señoríos y que el otro príncipe ganó muchos reynos; porque Alexandro Magno no ganó sino las piedras y las tejas de las ciudades, porque con su [754] largueza ya tenía ganadas las voluntades de los ciudadanos; y por contrario el infelice rey Darío no perdió sino las piedras y las tejas de las ciudades, porque con su escasseza y avaricia ya tenía perdidas las voluntades de todos los de Asia. (E dixo más aquel philósopho.) Los príncipes que quieren engrandescer sus estados y ensanchar sus reynos en sus conquistas deven primero ganar las voluntades con ser generosos y dadivosos, y después embiar a sus exércitos a conquistar las fuerças y muros; porque de otra manera muy poco les aprovechará enseñorear las piedras si están rebeldes las voluntades.»
Puédese de lo dicho colegir que lo que ganó Alexandro lo ganó por ser largo y magnánimo, y lo que perdió el rey Darío lo perdió por ser avaro y mísero; y desto no nos maravillemos, porque los príncipes y grandes señores que de avaricia son vencidos, dudo yo que se vean ellos de muchos reynos vencedores.
Es tan feo, es tan malo, es tan odioso y es tan peligroso el vicio de la avaricia, que si se pusiesse a escrevir todos los males que en él ay mi pluma, no sería más que presumir de agotar el mar de agua; porque en las entrañas do entra el avaricia haze que sirva a los vicios y adore a los ýdolos. Si un hombre cuerdo se parasse a pensar el trabajo y desassossiego que consigo mismo trae este maldito vicio, dudo yo que osasse ninguno ser en él vicioso. Aunque el avaro no tuviesse otro trabajo sino acostarse siempre con peligro y levantarse con cuydado, me parece que es harto trabajo; porque el tal, de que se acuesta, piensa que le han de matar en la cama, o que durmiendo le han de decerrajar la arca; y de que se levanta, levántase con temor si ha de perder lo ganado y con cuydado de aumentar lo poco en mucho. En el primer libro de su República dezía el divino Platón esta palabra: «Por esso los hombres no son ricos, porque nunca deprendieron hazerse ricos; ca el hombre que quiere perpetua y verdaderamente hazerse rico, primero ha de reprimir la cobdicia que no ocuparse en allegar hazienda; porque el hombre que no pone límites a su desseo, siempre se le hará poco, aunque se vea señor del mundo.» [755] Fue por cierto esta sentencia digna de tal varón. Mucho satisfaze a mi juyzio la sentencia de los estoycos, de la qual Aristóteles haze mención en su Política, do él dezía que a las grandes necessidades siempre precedieron grandes riquezas, y que no ay estremada pobreza sino do uvo mucha abundancia, de do se sigue que a los príncipes y grandes señores que tienen mucho, a éssos falta mucho; porque a los hombres que siempre tuvieron poco, no les puede faltar sino poco.
Si motejamos a los mundanos de viciosos, siempre tienen escusas para escusarse en dezir por qué fueron viciosos, excepto en el vicio de la avaricia, en el qual y del qual no tienen ninguna escusa; porque si tienen alguna frívola razón para se escusar, ay dos mil para los condenar. Pongamos en todos los principales vicios exemplo, y veremos cómo sólo el de la avaricia quedará condenado y no escusado. Si argüymos a un príncipe o a un gran señor por qué es elevado y presumptuoso, respondernos ha que tiene mucha ocasión para serlo, porque natural inclinación es de los hombres querer antes mandar con trabajo que no servir con reposo. Si argüymos a uno que es furioso y en la yra súbito, respondernos ha que no nos maravillemos dél, pues no nos maravillamos del sobervio; porque el enemigo y vezino no tiene más auctoridad de enojar a uno que el otro tiene de vengarse dél. Si argüymos que es carnal y vicioso, respondernos ha que no puede abstenerse de aquel pecado; porque, si puede uno evitar los actos impúdicos, siempre está peleando con los pensamientos malos. Si argüymos a uno que es descuydado y perezoso, respondernos ha que no merece ser culpado; porque es de tan mala carona nuestra naturaleza, que, si la trabajamos, luego se cansa; y, si la relevamos, luego se regala. Si argüymos a uno que es glotón y goloso, respondernos ha que sin comer y bever no podemos vivir en este mundo; porque la Divina Palabra no dixo que dañavan al hombre los manjares que entravan por la boca, sino los inmundos pensamientos que salían del coraçón.
Como dezimos destos pocos de vicios, podríamos poner escusas en todos los otros, mas al vicio de la avaricia ninguno le [756] puede dar escusa verdadera; porque con el dinero atesorado ni el ánima se puede aprovechar, ni menos se puede el cuerpo regalar. Dezía Boecio en su libro De Consolación que entonces son buenos los dineros no quando en nuestro poder los tenemos, sino quando dellos nos desfazemos; y de verdad la sentencia de Boecio es muy alta, porque desechando el dinero alcança hombre lo que quiere, mas teniéndolo consigo para ninguna cosa le es útil ni provechoso. Podránnos dezir los hombres ricos y avarientos que si allegan y guardan no es sino para los años caros y secos, do remediarán a sus parientes y amigos. A esto les respondemos que ellos no atesoran para remediar a los pobres en semejantes necessidades, sino para poner a las repúblicas en otras mayores; porque, según entonces venden caro y según lo mucho que dan a logro, yo juro que juren los míseros pobres que más daño les hizo el avariento con lo que les emprestó que no el año seco en lo que les quitó.
Los hombres generosos y virtuosos no deven dexar de hazer bien con temor que vernán años caros, que al fin al fin si acaso viniere un año estrecho, todo lo haze estrechar la costa un poco, y en tal tiempo y en tal caso, aquél sólo se podrá llamar bienaventurado que por ser largo en la limosna holgará de estrechar su mesa. Los hombres cobdiciosos y avaros guárdense que por guardar muchas haziendas no den mal cobro de su ánima, que ya podrá ser quando viniere el año caro el tal avariento sea ya muerto, por manera que antes que llegasse el tiempo de vender su trigo a gran precio, dieron sus ánimas de balde al demonio. ¡O, quánto bien haze Dios a los hombres generosos en darles coraçones generosos!, y ¡o, quánta malaventura tienen los hombres avaros, en tener como tienen los coraçones estrechos!; porque si los avarientos gustassen quán dulce cosa es el dar, aun lo necessario para sí no podrían tener.
Ya que los míseros y avaros no tienen coraçón para dar a los amigos, repartir con los parientes, socorrer a los pobres, emprestar a los vezinos y sostener a los huérfanos, ¿es verdad que osan espenderlo consigo mismos? Digo que no, por cierto; porque ay honbres tan cativos de lo que tienen, que dan [757] por tan mal empleado lo que consigo mismos gastan, como lo que otros de su hazienda les hurtan. ¿Cómo dará de vestir al desnudo el hombre que de escasso y mísero para sí mismo no se atreve a hazer un sayo? ¿Cómo dará de comer al pobre famélico el que de puro mezquino come el pan de salvado y centeno por venderlo de trigo? ¿Cómo hospedará a los peregrinos en casa el que de pura miseria aún no es para trastejarla? ¿Cómo visitará los hospitales y socorrerá a los enfermos el que muchas vezes pone en condición su propria salud y vida por no dar un real al cirujano y otro a la botica? ¿Cómo socorrerá de secreto a los pobres y necessitados el que a sus hijos y criados trae descalços y desnudos? ¿Cómo ayudará a casar a las pobres donzellas huérfanas el que dexa envegescer en su casa a sus proprias hijas? ¿Cómo dará de su hazienda propria para redemir los captivos el que no quiere pagar la soldada a sus criados proprios? ¿Cómo dará de comer a hijos de pobres fidalgos el que siempre está llorando lo que comen aun sus proprios hijos? ¿Cómo creeremos que dará de vestir a una pobre biuda el que no quiere dar a su muger aun para una toca? ¿Cómo se obligará a fazer cada día una limosna ordinaria el que dexa el domingo de yr a missa por no ofrescer una blanca? ¿Cómo dará el hombre avaro una cosa de gracia, pues por no gastar un real se acuesta muchas noches sin cena? Finalmente digo que nunca nos dará de su hazienda propria el que siempre está llorando por la hazienda agena. [758]


Capítulo XXIV

Do el auctor prosigue su propósito, y por maravilloso estilo toca las poquedades en que cae el hombre avaro.

Una de las cosas en que la divina Providencia muestra nosotros no entender el modo de su governación es ver que a un hombre le da juyzio para conoscer las riquezas, le da fuerças para buscarlas, le da maña para allegarlas, le da cordura para sustentarlas, le da ánimo para defenderlas y le da larga vida para posseerlas, y junto con esto no le da licencia para gozarlas, sino que permite que assí como él a sinrazón se hizo señor de lo ajeno, con razón le hagan esclavo de lo suyo proprio. En esto se conoce de quánta más excellencia es la virtuosa pobreza que no la raviosa avaricia, en que a un pobre da Dios contentamiento con lo poco y a un rico le quita el contentamiento con lo mucho, por manera que al ombre avaro los enojos se le recrecen de hora en ora y las ganancias no vienen sino de feria en feria. Comparemos a un hombre rico y avaro con un pobre ollero, y veamos quién se aprovecha más: el ollero de las ollas que haze de barro, o el avariento del dinero que tiene enterrado. Sin que yo responda se está ya esto respondido, y es que es muy mejor el uno con el lodo que no el otro con el oro; porque el ollero gana su vida en vender las ollas y el avariento pierde su alma en guardar las riquezas.
A los altos príncipes suplico, y a los grandes señores ruego, y a los otros generosos y plebeyos amonesto, se acuerden siempre desta palabra y la encomienden a la memoria, y es ésta. Digo y afirmo que, por muy guardado y encerrado que tenga un hombre el dinero, muy más guardado y encerrado lo [759] tiene de sí mismo; porque si echa dos llaves al tesoro para lo guardar, a su coraçón echa siete llaves por no lo gastar. Guárdense, guárdense los hombres generosos y valerosos, y no se avezen a guardar y atesorar dineros; porque si una vez en athesorar están los coraçones encarniçados, no por más de ahorrar una dobla se dexarán caer en mil poquedades cada día. Podían dezir los plebeyos, y que no son muy ricos, que ellos no pueden allegar muchos tesoros, pues no pueden guardar arriba de ciento o dozientos ducados. A esto respondo que, considerados los estados, tanto mal haze uno en atesorar diez ducados como otro diez mil; porque no está la culpa en guardar y asconder muchas o pocas riquezas, sino en que por guardarlas dexamos de hazer muchas buenas cosas.
Cosa muy nueva es para mí ver que mayor fuerça haze en los avarientos la escasseza que no haze en otros la conciencia; porque ay muchos que, no obstante la conciencia, se aprovechan de la hazienda ajena, y los avarientos, más de miseria que no de conciencia, aún no se aprovechan de su hazienda propria. Con muy sobrada ansia y no poca diligencia andan los hombres avarientos a poner recaudo que las avenidas no lleven los molinos, los ganados no pazcan las dehesas, los caçadores no armen la caça, el solano no estrague el vino, los que le deven algo no se alcen con el dinero, los ratones no le royan el trigo y los ladrones no le hurten de su casa algo; mas al fin de ninguno guardó tanto su hazienda como es de su misma persona; porque todos los otros tarde o temprano siempre tienen oportunidad para algo le hurtar, pero el avariento jamás tiene coraçón para un ducado trocar.
Compassión es de tener a un hombre avariento, el qual por voluntad y no por necessidad trae la capa raýda, los çapatos sin suelas, las agujetas sin cabos, el cinto sin hierros, el sayo roto, el sombrero viejo, las calças descosidas, el bonete grassiento y la camisa sin mangas; finalmente digo que muchos destos miserables fingen que traen luto por algún finado, y no es sino por no sacar un poco de paño fino. ¿Qué no hará el avariento quando no por más de por no sacar medio real de la bolsa se está dos meses sin fazer la barba? ¿Pues es verdad que los avarientos, si tratan mal sus personas, que tienen [760] bien ataviadas sus casas? Digo que no, por cierto, sino que verán en su casa las cámaras llenas de arañas, las puertas desquiciadas, las ventanas hendidas, los encerados rotos, la vasija quebrada, los suelos dessolados, los tejados con goteras, las sillas desconcertadas, las casas suzias y las chimineas caýdas, por manera que para hospedar a un pariente o amigo le han de aposentar en casa de un vezino o pedir emprestado todo lo necessario.
Dexemos aparte la vestidura que viste y la casa do mora, y veamos quán espléndida tiene el avaro la mesa, es a saber: que de sus huertas no come sino la fruta caýda; de sus viñas, la uva podrida; de los ganados, la carne enferma; del trigo, lo que está mojado; del vino, lo que está estragado; del queso, lo que está ratonado; de los tocinos, lo que está escalentado; de la leche, lo desnatado. Finalmente digo que la felicidad que ponen los glotones en el comer, aquélla ponen los avarientos en el guardar. ¡O, quán infelices son los glotones! y ¡o, quán malaventurados son los avarientos!; porque el gusto del uno consiste en lo que passa por la garganta y la felicidad del otro consiste en lo que encierra en la arca.
Ya que los avaros traen mala vestidura, tienen pobre mesa, moran en mala casa, ¿es verdad que miran por lo que toca a su honra?, sino que si los cuytados tuviessen tan largos los oýdos para oýr como tienen el coraçón para allegar y guardar, cada momento oyrían cómo los llaman hombres míseros, renoveros, avarientos, cuytados, hambrientos, usureros, crueles, desconocidos, ingratos, fementidos, desalmados y malaventurados. Finalmente digo que son en la república odiosos, que de mejor gana pornían en sus personas las manos que no en sus famas las lenguas. Harta malaventura tiene el hombre avariento, en que si tiene con alguno alguna competencia, no hallará un amigo que acuda a su casa y hallará cien ladrones que le roben su hazienda. Para vengarse el hombre de algún enemigo suyo, si es avariento, no le ha de dessear otro mal sino que viva mucho; porque muy peor vida se da el avariento con su avaricia que nosotros le daríamos con una gran penitencia.
Si me dixessen a mí los hombres ricos que fuelgan de carecer de generosas casas, pues las podían tener; y de curiosos [761] vestidos, pues los podían traer; y de manjares delicados, pues los podían comer; y esto que lo hazen no porque son avaros, sino porque son christianos; en tal caso justa cosa sería que mi pluma cessasse. Mas ¡ay, dolor! que las cosas de la honra tienen en poco y las cosas de la conciencia tienen en mucho menos. Si dize el avariento que si guarda la hazienda la guarda para fazer limosna, digo que no lo creo; porque vemos cada día que si le pide un pobre limosna, luego le dize que le ayude Dios porque no trae blanca hecha. Tiénense ya por dicho los avarientos que no han de dar en su casa limosna, sino la carne grassa, la cozina fría, el tocino rancio, el queso ratonado, el pan duro, los trapos viejos y las blancas quebradas, por manera que más parece que descombran la casa que no que hazen limosna. Si nos dizen los avarientos que lo que guardan lo guardan para cumplir algunas deudas por sus antepassados a él encargadas, digo que ésta es frívola escusa, pues vemos que los testamentos de sus padres y de sus madres, y aun de sus abuelos, no están cumplidos, ni aún les passa por pensamiento de los cumplir, lo qual parece bien claro porque desde la hora que a sus padres metieron en la sepultura, nunca más ardió allí una candela. El que de puro avaro y mezquino se dexa morir de hambre y de frío, no pienso yo que sacará a su padre de purgatorio. Si nos dize el avariento que todo lo que guarda no es sino para hazer una generosa capilla y dexar en ella una piadosa memoria, a esto respondo que, si el tal lo haze de su sudor proprio y tiene restituydo todo lo mal ganado, que el tal edificio es bendito y de todos será loado; mas si quiere el avariento que vivan muchos en mucha pobreza por hazer él para sí una sepultura rica, esto ni lo manda Dios, ni lo admite la Iglesia; porque de clamores y sudores ajenos no son aceptos a Dios los tales sacrificios. Si nos dizen los avarientos que, si athesoran, no es sino para mandar en la muerte dezir muchas missas que se digan en las iglesias por las ánimas, digo que loo este propósito si no ay más peligro en el caso; mas ¡ay, dolor! que piensa un avariento que descarga todos sus cargos sólo con mandar dezir un treyntanario por los muertos, dexando robados y echados al ospital a dos mil hombres vivos. Por más seguro ternía yo que [762] los príncipes y grandes señores gastassen sus dineros en casar pobres huérfanas en la vida, que no que mandassen dezir muchas missas en la muerte; porque las más vezes los erederos que quedan hazen dezir de las missas muy pocas, pero de las pobres huérfanas piérdense muchas. ¡O, con quánta razón se puede loar que saca ánimas de purgatorio el que escusa a las pobres donzellas que no caygan en los vicios del mundo!
Acontece que un hombre solícito y codicioso, con desseo de adquirir hazienda se halló en Medina de España, en León de Francia, en Lisboa de Portugal, en Londres de Inglaterra, en Anvers de Flandes, en Milán de Lombardía, en Florencia de Italia, en Palermo de Sicilia, en Viana de Austria, en Braga de Bohemia y en Buda de Ungría; finalmente con los ojos ha visto a toda Europa y por la contratación tiene noticia de toda Asia. Pongamos caso que en cada lugar destos ganó hazienda, y la que ganó no fue con muy sana conciencia, sino que, según la variedad de los tratos, assí fueron diversos los pecados. En tal caso, si al tiempo de la muerte, quando el avariento reparte entre sus hijos los dineros, repartiesse también los pecados, por manera que, desposseýdo de la hazienda, estuviesse libre de la culpa, aún passaría; mas ¡ay, dolor! que se quedan los hijos con los dineros holgando y vase el pobre de su padre con los pecados al infierno. [763]


Capítulo XXV

De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a un amigo suyo llamado Cincinato, el qual se tornó mercader en Capua, aviendo sido primero cavallero en Roma, y devídela el auctor en tres capítulos. Es letra muy notable para reprehender a los cavalleros que presumen de sangres delicadas y por otra parte sin empacho tratan en mercaderías.

Marco Aurelio, Emperador romano, juntamente con su hermano Annio Vero, colega en el Imperio por oficio, y dél censorino; a ti, Cincinato el capuano, salud a la persona y esfuerço contra la siniestra fortuna te dessea.
Desde la gran fiesta de la madre Verecinta ni criado de tu casa he visto, ni letra de tu mano he leýdo, la qual cosa me ha puesto sospecha que o tu salud ha corrido peligro, o a nuestra amistad tienes ya en menosprecio; porque la amistad muy estrecha requiere comunicación o visitación muy continua. No te descuydes de aquí adelante con tan gran descuydo, ni nos olvides con tran gran olvido, digo de nos venir a visitar, a lo menos de a menudo nos escrevir; porque las letras de los cordiales amigos, aunque del todo no nos quitan el desseo de la presencia, a lo menos susténtannos la esperança. Sé que a esto que te digo me has de replicar que tienes en la república de Capua tantas cosas que hazer, que es impossible tú poderme escrevir; pero a esto te respondo que en ningún negocio puedes estar tan ocupado, que sea legítimo impedimento de no comunicar o escrevir a tu amigo; porque sólo aquel tiempo podemos dezir que vivimos que en servicio de los dioses y en conversación de los amigos expendemos: todo el otro [764] tiempo que gastamos en hablar, en negociar, en trabajar, en dormir, en comer o descansar, no lo emos de assentar en el libro de la vida, sino en el registro de nuestra muerte; porque en las semejantes obras, aunque el cuerpo se recrea, el coraçón no descansa.
Pues yo te juro, amigo, que es impossible que el hombre de cosa tome contentamiento teniendo el coraçón desassossegado; porque no está nuestra consolación en los huessos o nervios del cuerpo, sino en las vivas potencias del ánima. Días ha que yo te conozco, días ha que tú me conosces; días ha que yo te amo, y días ha que tú me amas. Pues es verdad que somos amigos tan antiguos, justa cosa es con buenas obras nuestra amistad renovemos; porque falsamente usurpan el nombre de amigos los que entre sí no se comunican más que si fuessen estraños. El hombre que a mí no me habla o no me escrive; ni me vee, ni me visita; ni me da, ni le doy; no querría que fuesse mi enemigo, pero en lo demás poco se me da se pregone por mi amigo, porque no consiste en más la peculiar amicicia de que los amigos se abran las entrañas y se comuniquen las personas.
Por ventura dirásme tú Cincinato que la gran distancia que ay de Roma a essa tierra ha sido ocasión de resfriarse nuestra amicicia, porque los coraçones delicados con la presencia de lo que aman arden y con la absencia de lo que dessean penan. A esto te respondo que los vinos delicados, quanto más son desterrados de do nacen, tanto más fuerça toman. Quiero dezir que en esto se conocen los verdaderos amigos, en que quanto más están apartadas las personas, tienen más juntas las voluntades. Dime, yo te ruego, Cincinato: pues siempre me hallaste fiel amigo en tu servicio, ¿por qué estás sospechoso de mi fiel desseo? Las hojas verdes de fuera arguyen no estar seco el árbol de dentro. Quiero dezir que las buenas obras en público pregonan qué tales sean las entrañas en secreto. Si tú, Cincinato, presumes de ser verdadero amigo de tu amigo, quiero que sepas esta regla de amistad, y es que do no ay perfecto amor, siempre ay quiebra en el servicio; y por contrario, el que perfectamente ama, perfecta y perpetuamente sirve. Yo fuy, soy y seré tuyo; injusticia me harás si no eres tú todo mío. [765]


Capítulo XXVI

En el qual el Emperador Marco Aurelio prosigue su carta y notablemente pone las cosas que los hombres generosos han de hazer y de las malas que se han de guardar.

En los tiempos passados, quando yo era moço y tú eras viejo, yo te servía a ti con dineros y tú a mí con buenos consejos; pero ya es otro mundo, en que, como te sentencien tus canas por viejo y tus obras te acusen de moço, necessario será mudemos de estilo, a que yo te socorra con buenos consejos, aunque tú no me des de tus dineros; porque te tengo en possessión de tan cobdicioso, que no darás un sextercio de plata por todos los consejos ni consejeros de Roma. Por lo mucho que te quiero y por lo que a ley de amistad devo, te quiero agora dar un consejo con el qual podrás saber qué es lo que un hombre bueno deve hazer para que de los dioses sea amado y de los hombres sea amado y temido. Si quieres tú, mi Cincinato, vivir quieto en este mundo, ten siempre en memoria lo que aquí te embío escripto.
Lo primero, acuérdate de los beneficios que has rescebido y trabaja de olvidar las injurias que te han hecho. Lo segundo, estima en mucho lo poco tuyo y ten en poco lo mucho ajeno. Lo tercero, allégate siempre a los buenos y apártate siempre de la conversación de los malos. Lo quarto, muéstrate grave con los mayores y más comunicable con los menores. Lo quinto, a los presentes trabaja de hazer buenas obras y de los absentes di siempre buenas palabras. [766] Lo sexto, las graves pérdidas de fortuna siempre las ten en poco y las muy pequeñas de la honra estímalas siempre en mucho. Lo séptimo, nunca por alcançar una cosa aventures muchas, ni por muchas cosas dubdosas no aventures una cierta. Finalmente, te ruego y aviso que no tengas más de a uno por amigo y te guardes de tener a alguno por enemigo.
Estas cosas ha de tener el que entre los buenos por bueno se quiere contar. Yo sé que tomarás plazer de ver quán bien estos mis consejos van escriptos; pero yo le tomaría muy mayor si los viesse en ti cumplidos; porque dar y escrevir buenos consejos es cosa fácil, mas ponerlos todos por obra es cosa difícil. Por tener yo contigo amistad tan estrecha, y por ver la mucha abilidad que en ti avía, siempre procuré para ti oficios honrosos aquí en Roma, en que por mi intercessión fueste edil, y tribuno, y repartidor de gajes, y maestro de la cavallería; en los quales oficios tú te avías con tanta cordura, que a mí davan gracias en el Senado porque te los procurava, y para ti alcançavas en ellos perpetua memoria.
He sabido agora una cosa de ti, la qual ni quisiera saberla, ni menos que por ti tal cosa passara, conviene a saber: que dexaste el oficio de ser pretor en la guerra y te has emboscado a tratar por mar y por tierra mercaduría, por manera que los que te conocieron cavallero en Roma te veýan agora mercader en Capua. Escriviendo esta letra tuve no poco espacio suspensa la pluma, y no por más de ver quál afearía en ti primero: el generoso oficio que dexaste, o la vileza y poquedad a que te abatiste. Si te olvidavas a ti, acordáraste de tus antepassados, los quales murieron en trabajos sólo por dexar a sus hijos y nietos armados cavalleros. Y que vengas agora tú, y la libertad que ellos ganaron derramando su sangre por los campos, la pierdas tú por cobdicia de dineros... Ymagino (y pienso que en ello no me engaño) que si resuscitassen tus antepassados, según fueron de honra ambiciosos, que con nervios y huessos te comiessen a bocados; porque los hijos que a sus padres quitan la honra, justamente les podían a ellos quitar la vida. Las villas, las casas, los montes, los aqüeductos, los [767] bosques, las bestias, los siervos, las joyas y los dineros que nos dexaron nuestros antepassados, al fin todo perece con los largos tiempos; no ay otra cosa que dello podamos tener perpetua si no es la generosa fama que nos dexaron de su vida. Pues si esto es verdad, como es verdad, el fijo en quien la fama de sus antepassados se acaba, gran infamia es de sus parientes le dexen vivir más sobre la tierra. Quando el sabio Cicerón tenía muy próspera la fortuna, y toda la república por su consejo se governava, como en el saber y en el tener le viessen tan poderoso, acaso motejóle uno diziéndole que era de baxo linaje, a lo qual respondió Cicerón: «Doy muchas gracias a los dioses, porque tu alto linaje se acaba en ti y mi pobre linaje comiença a subir en mí.» Gran compassión y muy gran lástima es saber de un linaje quántos buenos y generosos dél son muertos, y por contrario ver agora a sus hijos cómo son perdidos y viciosos, por manera que tanta memoria ay de los presentes por la infamia, como de los passados por la fama.
Espantado me tienes, Cincinato, que sea verdad ayas dexado de conquistar a los enemigos como cavallero romano y te tornasses mercader como un pobre plebeyo. ¿Quieres hazer mal a los domésticos y dexar a los estraños? ¿Quieres quitar la vida a quien nos da vida y escusar de muerte a quien nos quita la vida? ¿Quieres a los bulliciosos dar asossiego y a los asossegados quitar su reposo? ¿Quieres dar a los que nos toman lo nuestro y tomar a los que nos dan de lo suyo? ¿Quieres librar a los condenados y condenar a los innocentes? ¿Quieres ser tirano de tu república y no defensor de tu patria? A todo esto se aventura el que dexa las armas y se mete en mercadería.
Entre mí he estado pensando qué te movió a dexar la cavallería, con la qual tenías tanta honra, y tomaste oficio de do se te siguiesse tanta infamia. Digo que era infame para ti, que andavas en la guerra, que para los que nascieron en el oficio es honroso en la república. Hágote saber, Cincinato, que no es mi fin de condenar a los tratos, ni a los tratantes, ni dezir mal de los que mercan, ni de los que venden; porque assí como sin cavalleros no se puede hazer buena guerra, assí por [768] semejante sin mercaderes no puede vivir la república. Para mí yo no alcanço otra razón por que ayas dexado la guerra y trates en mercaduría sino que de viejo, como ya no podías saltear en las sierras, agora de tu espacio estando assentado robarás en las plaças. ¡O, pobre de ti, Cincinato! Pues compra barato y vende caro; promete mucho y cumple poco; recibe con una medida y vende con otra; vela cómo no te engañen algunos y desvélate como en semejantes cosas soléys hazer los que en mercadurías usáys tratar; que al fin al fin yo te juro que la medida con que los dioses medirán tu vida, ella será más justa que no la de tu tienda. Tomado has oficio con el qual lo que los otros tus compañeros hurtaron en muchos días, tú solo coheches en una ora; y después verná tiempo que todo lo bien ganado y todo lo mal ganado pierdas no en una ora, que es mucho, sino en un momento, que es menos. Por mucho que valgamos, por mucho que tengamos, por mucho que podamos, y aun por mucho que vivamos, al fin son los dioses tan justos, que todo lo malo que hazemos les emos de pagar, y por todo lo bueno que obramos nos han de remunerar; por manera que muchas vezes permiten los dioses que uno solo sea verdugo de muchos y después el tiempo largo castigue a todos. [769]


Capítulo XXVII

Do Marco Aurelio concluye su carta y persuade a Cincinato, su amigo, tenga en poco las cosas del mundo, y que el hombre, por mucho que sea sabio, siempre tiene necessidad de ajeno consejo.

Si pensasse que tu cordura tenía tan al cabo al mundo y a sus liviandades como el mundo tiene a ti y a tus días, según lo pregonan tus canas, escusarías a mí de trabajo en persuadirte y a ti de enojo en oýrme; pero a puerta de tan gran descuydo, razón es se toque el aldava de algún aviso. Por fina que sea la navaja, siempre tiene necessidad de passar por la muela. Quiero dezir que por claro que tenga uno el juyzio, de tiempo a tiempo siempre tiene necessidad de consejo. Muchas vezes yerran los hombres cuerdos no porque ellos querrían errar, sino que las cosas son de tan mala digestión, que su cordura no las abasta a digerir, a cuya causa es necessario que su voluntad se desembote, su juyzio se dessolline, su parescer proprio se desmarañe, su memoria se avive y, sobre todo, que de quando en quando siempre tome un filo en el voto y parescer ajeno.
Los hombres que quieren hazer altos, y amplos, y generosos edificios muy gran vigilancia tienen en que vayan bien cimentados; porque doquiera que los fundamentos no son fixos, los edificios son peligrosos. Los omenajes deste mundo (conviene a saber: los prósperos estados sobre que rondamos los hijos de vanidad) sobre instable arena están fundados; de manera que, por muy prósperos y valerosos que sean, un poco de ayre los mueve, y poco de calor de prosperidad los abre, y una lluvia de adversidad los desmorona, y, quando no catamos, la [770] muerte todo por tierra lo allana. Ya que los hombres veen que no pueden ellos ser perpetuos, procuran de perpetuarse levantando superbos edificios y dexando a sus hijos grandes estados, en lo qual no menos que en todo lo otro digo que son locos; ca, puesto caso que las palas sean de oro, y los açadones de plata, y los que cimientan sean reyes, y los que edifican sean nobles, y junto con esto en cavar consuman mil años hasta desentrañar la tierra y vean los abismos; yo les juro que no hallen roca firme ni peña viva do hagan segura su casa y perpetúen su memoria.
Los dioses immortales todas las cosas comunicaron a los hombres mortales si no fue la immortalidad, y por esso se llaman ellos immortales, porque nunca mueren; y nosotros por esso nos llamamos mortales, porque cada día morimos. ¡O!, mi Cincinato, acábanse las personas, ¿y piensas que no se han de acabar las haziendas? Hora verde, ora madura, ora podrida, ora cogida, ora sacudida; de apartarse ha la fruta desta vida del árbol de la carne mísera. Y esto no lo tengo en nada, porque es morir al natural, sino que muchas vezes en hoja o flor de la juventud nos lleva la elada de una enfermedad o el pedrisco de una desdicha; por manera que, quando pensávamos amanescer con la vida, anochecemos con la muerte. Enojosa, costosa, reboltosa y prolixa es de texer la tela, mas quanto se texe en muchos días, se corta en un momento. Quiero dezir que es cosa muy lastimosa ver a un hombre con quánto trabajo se acaba de criar, y con quánta costa en estado de honra se uvo de poner, y después, quando no catamos, él y ello lo vemos todo perecer sin memoria de cosa quedar.
¡O!, mi Cincinato, por el amor que nos tenemos te ruego, y por los dioses immortales te conjuro, no creas al mundo, el qual tiene por condición debaxo de poco oro absconder mucho orín; so color de una verdad cárganos de mil mentiras; con un breve deleyte nos mezcla diez mil pesares; a los que muestra más amor engaña más aýna; a los que da más de sus bienes procura mayores daños; a los que le sirven de burla haze mercedes de veras, y a los que lo aman de veras dales los bienes de burla; finalmente digo que al sueño más seguro nos despierta con mayor peligro. O tú conosces al mundo y a [771] sus engaños, o no. Si no le conosces, ¿por qué le sirves?; si le conoces, ¿por qué le sigues? Dime, yo te ruego: ¿no ternías tú por loco al ladrón que comprasse la soga con que le ahorcassen, y al homiciano que hiziesse el cuchillo con que le degollassen, y al salteador que mostrasse el pozo do le empozassen, y al traydor que se fuesse a la plaça do le quarteassen, y al amotinador que él mismo se descubriesse para que le apedreassen? Pues yo te juro que eres tú muy mayor loco si, conociendo al mundo, sirves y sigues al mundo.
Una cosa te quiero dezir, y ella es tal y tan alta, que jamás la deves olvidar, conviene a saber: que más fe emos menester los honbres para no creer las vanas vanidades que vemos con los ojos, que no para creer las grandes maravillas que oýmos con los oýdos. Torna, yo te aviso, a leer y a ruminar esta palabra que he dicho, porque es sentencia de muy profundo misterio. ¿Piensas tú, Cincinato, que los hombres ricos y de grandes estados que por tener muchos dineros por esso tienen pocos cuydados? Pues hágote saber, amigo, que son de tal condición los bienes deste mundo, que antes que un pobre hombre encierre en su arca diez mil sextercios, primero se apoderan de su coraçón cien mil cuydados y enojos. Viéronlo los passados, vémoslo los presentes, verlo han los advenideros: que los dineros que alcançamos son finitos, pero los cuydados y pleytos que consigo traen son infinitos. Pocas casas pintadas, ni estados generosos emos visto en Roma que a cabo de poco tiempo no tengan graves cuydados en su coraçón, crudas enemistades con sus vezinos, grandes embidias de sus erederos, descomedidas importunidades de sus amigos, peligrosas malicias de sus enemigos y, sobre todo, tienen en el Senado no pequeñas goteras de pleytos, y a las vezes por quitar una gotera de su hazienda hazen quatro goteras en su honra.
¡O!, quántos he conoscido yo en Roma a los quales acontesció que todo aquello que allegaron ellos en Roma para dexarlo al hijo que más querían, con mucho descuydo se lo goza otro eredero que no pensavan. No puede ser cosa más justa que todos los que engañaron a otros con sus engaños en esta vida, se hallen engañados de sus vanos pensamientos en la [772] muerte. Muy injustos serían los justos dioses si todo lo malo que los malos proponen de hazer les diessen tiempo y lugar para que lo uviessen de cumplir; pero son los dioses tan mañosos y sabios, que permiten y dissimulan con los malos para que comiencen y prosigan las cosas según su querer y fantasía, y después al mejor tiempo córtanles la cabeça por dexarlos con mayor lástima. Crudos serían los dioses, y muy grave les sería de sufrir a los hombres, si lo que allegaron los malos en perjuyzio de muchos buenos, se lo dexassen gozar en paz por muchos años.
Sobrada locura me parece a mí saber que nascimos llorando, ver que emos de morir sospirando, y que con todo esto osemos vivir riendo. Querría yo preguntar al mundo y a sus mundanos que, pues entramos en el mundo llorando y salimos dél sospirando, ¿por qué quieren vivir riendo?, ¿por qué la regla para medir por todas partes se ha de igualar? ¡O!, Cincinato, ¿quién te ha engañado, que para un cántaro de agua que has menester del piélago deste mundo, quieres dessollar las manos con la soga de los cuydados, y quebrantar el cuerpo en la polea de tantos trabajos y, sobre todo, aventurar tu honra propria por una herrada de agua ajena? A ley de bueno te juro que por mucha agua que saques, y por mucho dinero que tengas, tan muerto de sed quedes beviendo de aquel piélago, como quando estavas sin agua en el campo.
Vista ya tu edad, si comigo tomaras consejo, pidieras a los dioses la muerte para descansar como viejo cuerdo, y no les pidieras riquezas para malvivir como moço loco. A muchos he llorado en Roma con lágrimas de los ojos quando los veýa deste mundo partir, y a ti, mi Cincinato, he llorado y lloro con gotas de sangre por verte a este mundo tornar. El crédito que tenías en el Senado, la sangre de tus antepassados, la amistad mía, la auctoridad de tu persona, la honra de tu parentela y el escándalo de la república uviera de refrenar en ti tanta cobdicia. ¡O!, pobre de ti, Cincinato, cata que las canas honradas que se van a caer en nobles exercicios se han de ocupar. Pues eras limpio en la sangre, valeroso en la persona, anciano en los días y no malquisto en la república, uvieras de considerar que vale más la razón por las sendas de los buenos, [773] que no la común opinión que es camino ancho de los malos; porque si es estrecho para andar por el uno, no tiene polvo con que se cieguen los ojos como el otro.
Quiérote dar un consejo, y, si te hallares mal con él, no me tengas más por amigo. Sea, pues, el consejo que no te cures cargar más de sevo pegajoso de la temporal riqueza, pues tienes tan poco pavilo de vida, porque los tales y en tal edad como tú vémoslos derretir, mas no alumbrar. Después deste consejo quiérote dar un aviso, y es que jamás te fíes en la presente prosperidad, porque siempre es agüero de alguna fortuna desdichada. Pues te enriscaste en tan escabroso risco como loco, parésceme que te deves descender por tu pie como cuerdo, y desta manera dirán todos en el pueblo que Cincinato descendió, mas no cayó. Concluyr quiero mi carta, y nota bien la conclusión della, conviene a saber: que maldito seas tú y tu oficio, en el qual queréys los mercaderes vivir pobres por morir ricos. Torno otra vez a maldeziros, y a tornaros a maldezir, porque la cobdicia de un malo se ha de cumplir en perjuyzio de muchos buenos.
Mi Faustina te saluda, y no poco ha sentido ella saber que tratas en mercadería y que tienes tienda en Capua. Aý te embío un cavallo en que andes, y una de las ricas cañas de Trípol a que te arrimes; embíote un anillo muy estimado y un pomo de espada de Alexandría, y estas cosas no te las embío porque tú las has menester, sino por no perder la buena costumbre que tengo de dar. Pamphilia, tu tía y mi vezina, es muerta, y séte dezir que no murió muchos días ha en Roma muger que de sí dexasse tal fama, en que ella concertava a los enemistados, socorría a los pobres, visitava a los desterrados, carescía de enemigos, tenía a todos por amigos, y aun oý dezir que ella sola alumbrava a todos los templos. Prescilla, tu sobrina, está buena, aunque por la muerte de su madre anda agora muy desconsolada, y sin duda tiene razón; porque solos los dolores que las madres passan en nos parir, aunque las llorássemos con gotas de sangre, no se los podríamos pagar. Los dioses sean en tu guarda, y a ti, y a mí, y a mi Faustina nos aparten de la siniestra fortuna. Marco del monte Celio te escrive de su propria mano. [774]


Capítulo XXVIII

Do el auctor persuade a los príncipes y grandes señores que se guarden de ser míseros, y que la largueza y la manificencia mucho conviene a la real persona.

Pisístrato, famoso tirano que fue entre los atenienses, como no pudiessen sus amigos sufrir tantas crueldades como hazía, desamparánronle y fuese cada uno para su casa; lo qual visto por el tirano, juntó en un fardel todos sus vestidos y dineros, y, tomado a cuestas, fuesse para sus amigos; y, derramando delante dellos muchas lágrimas, díxoles estas palabras: «Yo traygo aquí mi ropa y mi hazienda, con determinación que, si tornáys a mi compañía, nos yremos todos a mi casa; y, si no queréys yr en mi compañía, acuerdo de quedarme en la vuestra; porque si estáys cansados de me seguir, yo estoy muy ganoso de os servir, pues sabéys que no se pueden llamar verdaderos amigos los que no se sufren unos a otros.»
Plutharco en su Apotémata dize que este tyrano Pisístrato fue en demasía muy rico y fue en estremo muy avaro, por manera que se cuenta dél que el oro o la plata que una vez entrava en su poder jamás se lo veýan dar ni trocar, sino que si tenía necessidad de comprar alguna cosa, si no se la presentavan de voluntad, hazíala tomar por fuerça. Como llegasse a la muerte, y de hecho muriesse este tirano, acordaron los de Athenas de traer un peso y pesar a Pisístrato y a su thesoro. Fue el caso maravilloso que seys vezes pesó más la plata y el oro que su cuerpo muerto. Avía a la sazón en Athenas un filósofo por nombre Lido, al qual, como preguntassen los athenienses qué harían de aquel tesoro y qué harían de aquel cuerpo muerto, respondió: [775]
«Los que son vivos y reconoscieren aquí algo que el tyrano les uvo tomado, parésceme que les sea luego restituydo. Y no os maravilléys porque yo no mando que se atesore en el tesoro de la república; porque no quieren los dioses que se haga rica la república con el robo de los tyranos, sino con el sudor de los vezinos. Si quedaren algunas riquezas, y no parescieren aquéllos a quien fueron tomadas, parésceme que entre los pobres deven ser distribuydas; porque no puede ser cosa más justa que con las riquezas que este tyrano hizo a muchos pobres, con ellas mismas fagamos nosotros a muchos ricos. En lo que toca a su sepultura, parésceme que deve ser el cuerpo entregado a las aves que le coman y a los perros que le royan, y no os parezca esta sentencia cruel, pues no somos obligados a hazer más por él en la muerte que él hiziera por sí mismo en la vida, el qual, vencido de la avaricia, no se atrevió comprar siete pies de tierra en los quales le hiziessen la sepultura. E quiero que sepáys que los dioses han hecho oy gran bien a toda Grecia en tirar a este tirano la vida, y el un bien es que se libertan muchas riquezas, y el otro bien es que se desocupan muchas lenguas; porque los thesoros deste tirano hazían gran falta en la república y nuestras lenguas ocupávanse la mayor parte del día en dezir mal de su persona.»
Parésceme que tocó este philósopho dos daños que haze el hombre avaro en la república, es a saber: que teniendo mucha plata y oro ascondido se quita el trato y comercio de que vive el pueblo; y el otro daño es que, como es de todos aborrescido, causa en los coraçones mucho rancor y odio, por manera que a los ricos haze murmurar y a los pobres blasfemar. Una cosa leý en las leyes de los longobardos digna por cierto de saber y no menos de imitar, y fue que ordenaron entre sí que todos los que tuviessen plata, y oro, y dineros, y sedas, y brocados, lo registrassen delante la justicia cada año, y esto a fin de no les consentir athesorar mucho, sino que en comprar, y vender, y tratar se derramassen las riquezas por el pueblo, por manera que el hombre que no quería gastar el dinero en provecho de su casa se lo tomavan para el bien de la república. [776] Si hiziessen oy los christianos lo que hazían los longobardos, no avría tantos tesoros ascondidos, ni en cada pueblo avría tantos avaros; porque no puede ser cosa más injusta que tenga athesorado un rico con que podrían vivir mil pobres.
La maldita avaricia, y la desordenada cobdicia, no podemos negar sino que a todos los estados estraga, y que a toda buena ropa apolilla; pero, hablando a la verdad y aun con libertad, no ay cosa que ella más denigre y afee que es a las cosas poderosas y a las personas generosas; porque más peligrosa es una mota que cae en el ojo, que no un carbunco que nasce en el pie. Agesilao, muy famoso rey que fue de los lacedemonios, preguntado por un thebano quál era la palabra más injuriosa que a un rey se podía dezir y quál era la palabra con que más le podían honrar, respondió: «El generoso príncipe de ninguna cosa tanto se ha de enojar como dezirle que es rico, y de ninguna cosa tanto se ha de alegrar como de llamarle pobre; porque la gloria del buen príncipe no consiste en los muchos tesoros que tiene, sino en las grandes mercedes que haze.» Fue por cierto esta palabra una muy real sentencia, y digna que los príncipes la encomienden a la memoria. Alexandre, Pirro, Nicanor, Tholomeo, Pompeyo, Julio César, Scipión, Aníbal, Marco Porcio, Augusto, Chitón, Trajano, Theodosio, Marco Aurelio, todos éstos fueron príncipes muy poderosos y valerosos; mas junto con esto los escritores que escrivieron los grandes hechos que hizieron en la vida, también escrivieron la pobreza con que les tomó la muerte, por manera que no menos son engrandescidos por las riquezas que espendieron, que por las hazañas que hizieron.
Dado caso que los hombres baxos y plebeyos sean avaros, y los príncipes y grandes señores también sean avaros, la culpa de los unos no es ygual a la culpa de los otros, aunque al fin todos son culpados; porque el pobre, si guarda, es porque no le falte; mas el cavallero, si atesora, es para que le sobre. Y en tal caso diría yo que maldito sea el cavallero el qual trabaja porque le arrastre la hazienda y no se le da nada que con dos palmos no le llegue al suelo la fama. Los príncipes y grandes señores, pues quieren que los tengan por generosos y valerosos, querría yo saber qué es la ocasión que tienen para ser escassos. [777] Si dizen que lo que guardan lo guardan para comer, no tienen en esto razón, que al fin al fin por mal que coma un rico, todavía ay muchos que querrían más lo que sobra a sus mesas que no lo que ellos llevan para comer en sus casas. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para se vestir y ataviar, tampoco tienen en esto razón; porque la grandeza de los señores no consiste en que anden ellos muy vestidos, sino en proveer que no anden sus criados hechos pedaços. Si dizen que lo que guardan lo guardan para retener en sus recámaras buenas joyas, en sus salas buenas tapicerías, tampoco les admitirán esta respuesta; porque todos los que entran en los palacios de los príncipes más miran a los que están en su cámara si son virtuosos, que no a los paños que están en la sala si son ricos. Si dizen que lo que guardan lo guardan para cercar las villas de su tierra o para fazer fortalezas en su frontera, también ésta con las otras es fría respuesta; porque los buenos príncipes no han de trabajar sino de ser bienquistos, que si son en sus reynos bienquistos no pueden en el mundo tener tan fuertes muros como son los coraçones de sus vassallos. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para casar a sus hijos, tampoco tienen razón, que, pues los príncipes y grandes señores tienen gran patrimonio, no ay necessidad de athesorar mucho thesoro; porque, si los hijos fueren buenos, aumentarán lo que eredaren; mas, si por desdicha fueren malos, perderán lo que les dexaren. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para las guerras, tampoco es ésta justa escusa; porque la tal guerra, si no es justa, ni el príncipe la emprenderá, ni el pueblo tal le aconsejará; mas si la guerra es justa, entonces la república -que no él- han de hazer la costa, porque en las guerras justas y justificadas poco es que den al príncipe la fazienda, sino que cada uno vaya allí a morir con su persona. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para tener que dar y repartir en fin de sus días, a esto digo que no sólo no es cordura, mas aun es suprema locura; porque a la hora de la muerte más vale que los príncipes se alegren de lo que ellos dieron que no que se alaben los otros de lo mucho que eredaron.
¡O!, quán inconsiderados y quán malaconsejados son los príncipes y grandes señores en querer dexarse infamar de [778] cobdiciosos y avarientos, y esto no por más de por juntar unos pocos de malditos thesoros; porque, según nos enseña la esperiencia, ninguno puede ser avariento de la fazienda sin que sea pródigo de la honra. Plutarco, en el libro que hizo De fortuna Alexandri, dize que el Magno Alexandro tenía un privado que se llamava Perdica, el qual, como viesse que Alexandro todo lo que con gran costa ganava con gran facilidad lo dava, díxole un día: «Dime, Sereníssimo Príncipe: pues das todo lo que tienes a los otros, ¿qué es lo que dexas para ti?» Respondióle Alexandro: «Quédame la gloria de lo que he dado y ganado, y quédame la esperança de lo que he de dar y ganar. (E dixo más.) Dígote de verdad, Perdica: si pensasse que pensavan los hombres que lo que yo tomo lo tomo por cobdicia o por avaricia, por el dios Mars te juro ni combatiesse una almena, ni por ganar a todo el mundo anduviesse una jornada, sino que es mi intención de tomar para mí la gloria y repartir entre los otros la hazienda.» Palabras tan altas príncipe muy alto avía de dezirlas como las dixo.
Si no me engaña lo que he leýdo en los libros y lo que he visto con los ojos, aun para ser los hombres ricos les conviene ser dadivosos; porque los príncipes y señores que naturalmente son magnánimos en el dar, siempre son fortunados en el tener. Muchas vezes acontece que un hombre, dando poco, es tenido por largo, y otro hombre, dando mucho, es tenido por escasso. Y todo este daño está de no saber que la escasseza y largueza no consiste en el mucho dar o poco dar, sino en saberlo dar; porque las mercedes que se hazen sin razón y tiempo ni aprovechan al que las recibe, ni las agradece al que las dan. Un hombre avaro más da en una vez que da otro que es magnánimo en veynte, y la diferencia que ay de la largueza del uno a la escasseza del otro es que el generoso da lo que da a muchos, mas el escasso da lo que da a uno, de la qual inadvertencia se deven mucho guardar los príncipes; porque si en tal caso, si oviesse un hombre solo que loasse su largueza, avría diez mil que blasfemassen de su avaricia. Acontesce muchas vezes a los príncipes y grandes señores que de verdad en el hazer mercedes son largos, sino que en darlo a quien lo dan son desdichados. Y todo esto proviene de pensar ellos [779] que lo dan a personas virtuosas y bien acondicionadas, y aciertan a darlo a las que después le son ingratas y desconocidas, por manera que a los unos no ganaron por amigos con lo que les dieron, y a los otros cobraron por enemigos por lo que les quitaron. No abasta a los príncipes y grandes señores tener gran ánimo para dar, sino saber quándo, cómo, adónde y a quién lo han de dar; porque de otra manera, si por el atesorar fuessen acusados, por lo que diessen serían reprehendidos.
Quando los hombres han perdido lo que tienen en juegos, en adulterios, en combites y en otros semejantes vicios, mucha razón es que estén afrentados; mas quando lo han espendido como hombres generosos y magnánimos, no deven vivir descontentos; porque el hombre cuerdo no ha de tomar pesar por lo que pierde, sino porque se le pierde mal, ni ha de tomar plazer por lo que da quando no lo da bien. Dión griego cuenta en la Vida de Severo el Emperador que, como un día en la fiesta del dios Jano hiziesse grandes mercedes assí a sus criados como a otros estrangeros, y por esta causa fuesse muy loado de todos los romanos, dixo él: «Pensaréys agora vosotros los romanos que estoy muy alegre por las mercedes que he hecho y muy vanaglorioso por las alabanças que me avéys dicho; pues por el dios Mars vos juro, y assí el dios Jano nos dé buen año, que no es tan grande el plazer que tengo por lo que he dado, quanta es la pena que tengo por lo que no puedo dar.» [780]


Capítulo XXIX

Do el auctor prosigue su intento y persuade a los que presumen de cavalleros que por ningún interesse se abatan a viles oficios.

Plutharco en su Apothémata cuenta que el rey Ptolomeo el quinto era príncipe de tan buena condición y de tan llana conversación, que muchas vezes se yva a las casas de sus familiares amigos a cenar, y las más noches se quedava en sus casas a dormir. Y por cierto en este caso él se demostrava ser de los suyos muy quisto, porque (hablando la verdad) un príncipe de cuya vida depende el bien de la república, de pocos se ha de fiar en la mesa y de muy menos en la cama. Otra cosa hazía este rey Ptolomeo, es a saber: que quando combidava a comer o cenar a sus amigos o a otros estrangeros, pidía emprestado de uno las sillas; de otro, los manteles; de otro, las taças; de otro, las mesas; y assí de todas las otras cosas, porque era príncipe tan pródigo, que quanto compravan sus criados a la mañana ya lo tenía él dado a la tarde. Juntáronse un día todos los generosos del reyno de Egypto, y rogáronle mucho que se fuesse a la mano en el dar, porque él vivía necessitado y afrentado, y dello estava todo su reyno corrido, a los quales él respondió: «Muy engañados vivís todos los de Egypto en pensar que el príncipe pobre y necessitado vive corrido y afrentado. Oso yo dezir en este caso que se deve tener por muy dichoso el príncipe pobre y necessitado, porque los buenos príncipes más se han de preciar de hazer a otros ricos que no de tener ellos muchas riquezas.» ¡O, bienaventurada república que meresció tal príncipe tener!, y ¡o, bienaventurada lengua que tal sentencia supo dezir! Por cierto [781] este buen príncipe aconsejava bien a todos los otros príncipes, es a saber: que les era más honesto y aun provechoso hazer a otros ricos que no ser ellos ricos; porque si tienen mucho, nunca faltará quien les pida, y si tienen poco, nunca faltará quien les sirva.
Suetonio Tranquillo, libro De cesaribus, dize que el Emperador Thito una noche después de cena de lo íntimo de su coraçón dio un gran sospiro; y, preguntado de los que estavan a la mesa por qué sospirava, respondió: «Amisimus diem, amici.» Por las quales palabras quería dezir este buen Emperador que no contava aquel día entre los días de su vida, pues no avía hecho alguna merced aquel día. Con verdad este príncipe era generoso, éste era valeroso, éste era magnánimo; pues suspirava y le pesava no por lo mucho que en muchos días avía dado, sino porque le faltó un día que dar. Pelópidas el thebano fue hombre en su tiempo muy valeroso y aun no poco rico, y, como fuesse muy fortunado en el tener y no escasso en el dar, diziendole uno que por qué en el dar era tan pródigo, respondió él: «Si te paresce que doy mucho, aún a mí me paresce que yo avía de dar más, pues las riquezas me han a mí de servir y no yo a ellas de adorar; porque más quiero que me llamen despensero de mi hazienda que no mayordomo de mi casa.» Plutarco en su Apotémata dize que el rey Darío, queriendo motejar al Magno Alexandro de pobre, embióle a dezir que a dó tenía sus thesoros para hazer contra él los exércitos, al qual respondió el Magno Alexandro: «Dezid al rey Darío que él tiene en arcas de metal sus thesoros, y que yo no tengo otros thesoros sino los coraçones de mis amigos. Dezidle más: que a todos sus thesoros un hombre solo se los puede hurtar, mas mis thesoros, que son mis amigos, él ni todos me los pueden quitar.» Conforme a lo que dixo Alexandro, osaría yo dezir que no se puede llamar pobre el que de amigos está rico, ni se puede llamar rico el que de amigos está pobre; porque, según se vio por experiencia, Alexandro con sus amigos quitó al rey Darío los thesoros, y Darío con sus thesoros no fue poderoso de quitar a Alexandro sus amigos.
Los que de su natural son hombres vergonçosos, y en el estado que tienen son generosos, deven trabajar mucho de [782] huyr este renombre de avaros; porque sin comparación es más la honra que se pierde que no la hazienda que se gana. Si los príncipes y grandes señores de su natural inclinación fueren magnánimos, sigan su natural; y, si por caso de su propria naturaleza fueren inclinados a escasseza, háganse fuerça. Y, si esto no quisieren hazer, desde agora les digo que algún día se avrán de arrepentir; porque regla general es que las muy desordenadas codicias siempre despiertan contra sí muy venenosas lenguas. Piensa tú, hermano, en ti que tanto quanto tú velares por quitar a otro la fazienda, tanto el otro se ha de desvelar por quitarte a ti la honra; y, si en tal caso pones en peligro la honra, no pienso que tienes muy segura la vida; porque no ay ley que lo disponga, ni paciencia que lo sufra, ver que de mi sudor proprio quiera mi vezino vivir muy regalado. En tanto tiene un hombre pobre una pobre capa, en quanto tiene un rico una regalada vida. Síguese, pues, luego en buena conseqüencia que, si el rico quita al pobre la capa, que el pobre ha de quitar al rico la vida.
Phoción fue un hombre entre los griegos no poco nombrado y estimado, y esto no tanto porque era sabio quanto por el menosprecio que tenía de las cosas del mundo; al qual como el Magno Alexandro le embiasse cien marcos de plata, dixo a los que se la llevavan: «¿Por qué Alexandro, vuestro príncipe, me embía a mí esta plata más que a ningún otro philósopho de los que ay en Grecia?» Respondieron ellos: «Embíala a ti, y no la embía a otro, porque ha oýdo que eres tú philósopho menos cobdicioso y más virtuoso.» Respondió a esto Phoción: «Dezid a Alexandro que, si él no sabe qué cosa es ser príncipe, yo sé muy bien qué cosa es ser philósopho; porque el oficio del philósopho es menospreciar thesoros de príncipes, y el oficio del príncipe es pedir consejos a los philósophos. (E dixo más Phoción.) Diréys tanbién a Alexandro que en esto que me embiava no se mostró ser piadoso amigo, sino ser muy cruel enemigo; porque teniéndome por bueno, tal qual pensava que yo era, tal me avía de ayudar a ser.» Fueron estas palabras dignas de tal varón.
Compassión es de tener a un hombre generoso verle notado y infamado de avariento, el qual no más de por ahorrar [783] un poco de hazienda se abate a hazer oficios los quales pertenescen más a hombres baxos que no a hombres generosos y cavalleros, de do se sigue que ellos viven infamados y están todos sus amigos afrentados. Declarándome más, digo que paresce gran poquedad que dexe un cavallero el oficio de cavallería y que se meta a hazer el oficio de agricultura, es a saber: que los cavallos tornan en bueyes, las lanças en rejas, los escudos en trillos, los escuderos en gañanes, las armas en coyundas; finalmente huelga de yrse a una aldea a trabajar y rehúye de la frontera de pelear. ¡O!, quánto han degenerado algunos cavalleros de nuestro tiempo de lo que fueron sus padres en el tiempo passado; porque sus antepassados preciávanse de los moros que avían muerto, y sus fijos no se precian oy sino de las cargas de trigo que han cogido; no sabían suspirar los antiguos cavalleros sino quando se veýan en algún passo muy peligroso, y lloran oy sus sucessores desque no llueve en el mes de mayo; competían los padres sobre quál dellos podía más lanças mantener, compiten agora los hijos sobre quál dellos se da mejor maña a ahorrar; lo que se platicava entre los antiguos es que la casa de Hulano mantenía dozientas lanças y la de Hulano trezientas, y lo que se platica agora entre los modernos es tal casa es de seys cuentos y tal de diez, y en tal caso diría yo que, pues unos se precian de tener muchos cuentos como los otros se preciavan de mantener muchas lanças, que no es otra cosa sino que los padres empuñavan la espada por el pomo y los hijos la toman por el cuento.
Todas las buenas artes están pervertidas y el arte de cavallería está más pervertida que todas; y no sin causa la llamo arte, porque no poco tiempo consumieron los antiguos philósophos en escrevir las leyes que devían guardar los cavalleros. Como agora parece ser más estrecha la orden de los cartuxos, assí en otro tiempo era más estrecha la orden de los cavalleros, a los quales yo juro y prometo que si ellos como cavalleros guardassen las leyes de cavallería, que ni en la vida les quedasse tiempo para ser viciosos, ni en la muerte los arguyéssemos como malos christianos. El verdadero y no fingido cavallero no deve ser sobervio, no malicioso, no furibundo, no goloso, no covarde, no suzio, no escasso, no mentiroso, no blasfemo, [784] no perezoso; finalmente digo que se deve preciar el tal no ser cavallero de espuela dorada, sino de vida muy corregida.
¡O!, si pluguiesse al Rey del Cielo que tanto examen hiziessen oy los príncipes de aquéllos a quien encomiendan las ánimas, como hazían los romanos de aquéllos de quien fiavan las armas. Antiguamente no davan la libertad de cavallero sino al que era en sangre limpio, en el cuerpo dispuesto, en el hablar concertado, en la guerra exercitado, en el coraçón animoso, en las armas venturoso y en la vida limpio; finalmente avía de ser de todos abonado y ninguno avía de estar dél quexoso. Los cavalleros en quien resplandescían estas virtudes también tenían ya en Roma muchas libertades, es a saber: que ellos solos podían traer anillo, cavalgar a cavallo, traer muceta, tener escudo, comer a puerta cerrada, bever en plata, hablar en el Senado, hazer desafío, pedir vandera, tener armas, tomar embaxada y ser guarda de las puertas de Roma. Es auctor desto Blondo en el libro De Italia illustrata. Si no nos engaña Plinio en una epístola, y Plutarco en su Política, y Séneca en una tragedia, y Cicerón en una paradoxa, no avía cosa en que tanto los antiguos pusiessen los ojos como era en examinar a los que armavan cavalleros. Ya no es assí, sino que en alcançando uno dineros para comprar un mayorazgo, sin más ni más luego se llama cavallero, y (lo que es peor de todo) que, si se haze cavallero, no es por cierto para pelear contra los enemigos, sino para cometer con más libertad los vicios. Para que sea uno buen christiano deve contemplar a Christo crucificado, y para ser uno buen cavallero deve mirar las armas de su escudo, las quales ganó su abuelo o bisabuelo; porque allí verán que no las ganaron estándose viciosos en sus casas, sino derramando sangre en las fronteras. [785]


Capítulo XXX

De una carta que escrivió Marco Aurelio Emperador a Mercurio, vezino de Samnia, el qual era mercader y avía por la mar perdido cierta mercadería. Divídela el auctor en dos capítulos, y es letra muy notable para los que por mar tratan hazienda y en la tierra tienen mucha cobdicia.

Marco Aurelio, Emperador romano, oriundo del monte Celio; a ti, Mercurio, su especial amigo, salud y consolación en los dioses consoladores.
Bien paresce somos amigos, pues nos hazemos obras de amistad, ca en sabiendo yo acá tu desdicha luego despaché un tabelario para te consolar, y en oyendo tú allá mi enfermedad luego embiaste a un tu amigo para me visitar, de do se sigue que si tú me tenías en la memoria, yo no te tenía olvidado. He sabido cómo el tabelario mío que yva y el mensagero tuyo que venía se toparon en Capua, y el uno llevava mi desseo para ti y el otro traýa una carta tuya para mí. Y, si tan curiosamente leýste la mía como yo con atención oý la tuya, claramente conoscerías por ella que mi coraçón estava lleno de cuydados y tu spíritu quedava lleno de congoxas. Agradézcote, y doyte muchas gracias, en averme embiado a consolar de mis tercianas, y vino tu visitación y consolación a tal hora que a la sazón se me acabava de quitar la calentura; pero si los dioses dexassen este hecho en mis manos como han tenido por bueno de assentar las calenturas en mis miembros, ni dexaría a tu consolación que se fuesse, ni daría lugar a la calentura que se tornasse.
¡O!, quán grande es nuestra sobervia y quán mísera es la miseria humana; y digo esto porque presumo de tomar [786] muchos reynos a otros y no puedo alançar una calentura de mis huessos. Dime, yo te ruego, Mercurio: ¿qué aprovecha que desseemos mucho, procuremos mucho, alcancemos mucho y que presumamos mucho, pues tenemos los días tan breves y las fuerças tan flacas? Gran tiempo ha que tú y yo nos amamos, y largos años ha que nos conoscemos, y el día que tu amistad se confió de mi fe, luego mi fe se obligó a que tus males fuessen míos y mis bienes fuessen tuyos, que (según dezía el divino Platón) aquella sola es verdadera amicicia do los cuerpos son diversos y la voluntad no es más de una. Por muy sospechosa amistad tengo yo do están más remotos los coraçones que estrañas las voluntades; ca muchos ay en Roma los quales son amigos de otros no más de lengua porque no viven de sus amigos más de diez casas, y tienen los coraçones entre sí apartados diez mil leguas. Quando tú te fueste de Roma y yo me vine de Samnia, ya sabes el concierto que hezimos en Capua del qual yo no me salgo agora, sino que soy otro tú acá con tal que tú seas otro yo allá, de manera que mi absencia con tu presencia y tu presencia con mi absencia siempre se hallen.
Por relación de tu tabelario supe que era muy perdida tu hazienda, pero por lo que venía en tu carta conoscí que era muy mayor la congoxa de tu persona. Lo que acá emos sabido es que embiavas una nao cargada de mercaderías a Grecia, y que los marineros y factores, queriendo más aprovecharse de su cordura que no cumplir con tu cobdicia, echaron en la mar las mercaderías y sólo trabajaron de salvar sus personas. A la verdad, en tan peligroso y estrecho caso ni tú tienes razón de los acusar, ni ellos tienen obligación a te satisfazer; porque no puede ninguno hazer mayor locura que por hazienda agena aventurar la vida propria. Perdóname, Mercurio, por lo que he dicho, y más me has de perdonar por lo que quiero dezir; y es que como los marineros y factores ni eran tus hijos, ni parientes, ni amigos, con tal que tus mercaderías tomaran saludable puerto, poco se te diera a ti que quedaran ellos ahogados en aquel mar profundo. Pues más te digo, aunque no lo quisiera dezir, ni menos lo quisieras tú oýr, conviene a saber: que según lo poco que a los codiciosos [787] se os da de los hijos ajenos, y, según el desordenado amor que tenéys con vuestros bienes proprios, a ti digo que de lo mucho que lloras por aver perdido tanto de tu ropa, aunque los vieras anegados a todos no derramaras una lágrima; porque los mercaderes romanos más lloran por diez sextercios que no pueden cobrar, que por diez hombres que mueran cobrándolos.
No me parece cosa justa, ni aun honesta, que hagas lo que me dizen que hazes, y es quexarte de tus factores y acusar a los marineros, queriendo cobrar de los pobres hombres en la tierra lo que en su poder tienen los peces de la mar, que (como tú bien sabes) la salud, y la vida, y la fama ninguno es obligado darlas a troque de hazienda. ¡O!, quán gran compassión te tengo Mercurio, en que la nao alivió a sí y cargó a ti; y lo peor es que, según mi juyzio y tu sentido, no echaron los pilotos tantos fardeles en la mar, quantos cuyados cayeron en tu coraçón. Nunca vi hombre de tal condición como la tuya, en que vees que la nao hasta que echó las joyas en la mar no pudo navegar segura y tú cargas de riquezas para caminar a la sepultura.
¡O!, congoxosas y malditas riquezas, con las quales ni en las altas mares, ni en las firmes tierras están seguras nuestras personas. Conoscida tu propriedad, yo antes me obligaría a buscar tu plomo y estaño que no a tu coraçón lastimado; porque al fin tu plomo aplomó en un lugar del profundo mar, pero tu cobdicia está derramada por toda la tierra. Si acaso oy muriesses y los médicos te abriessen las entrañas con una navaja, yo juro por la madre Verecinta, madre que es de todos los dioses de Roma, que antes hallassen tu coraçón ahogado con el plomo que no vivo en el cuerpo. No puedes tú agora enfermar de tercianas simples como yo, que calor en el cuerpo y dolor en el spíritu quartana doble te causarían, y en tal enfermedad no te puedes curar en la cama, sino en la nao; no en la tierra, sino en el mar; no con phísicos, sino con pilotos; porque los físicos llevarte ýan tu dinero y los pilotos mostrarte ýan dó cayó tu plomo.
No te congoxes, amigo mío Mercurio, que si tú no tienes al plomo contigo en la tierra, ello tiene a ti consigo allá en el mar; [788] y consuélate, que si de antes lo tenías en las arcas, agora lo tienes en las entrañas; porque allí está anegada tu vida do tiene assiento hecho tu plomo. ¡O!, Mercurio, ¿agora sabes que el día que encomendaste tu hazienda a las sospechosas rocas, y tus desseos a las altas olas, y tu raviosa avaricia a los importunos vientos, y el plomo tuyo a las aguas agenas, que quan desseosos yvan tus factores de la ganancia, avías tú de quedar tan cierto de la pérdida? Si cayeras en este aviso o hizieras esta diligencia, ahogárase su desseo y escapara tu esperança, ca los hombres que osan cometer sus riquezas a las mares, según son peligrosas y inciertas, no han de entristecerse por lo que se anega, sino alegrarse con lo que escapa.
Sócrates, aquel antiguo y gran philósopho, acordó de enseñarnos (no por palabra, sino por obra) en quán poco se avían de tener los bienes desta vida, ca echó en la mar no plomo, sino oro; no poco, sino mucho; no ajeno, sino suyo; no por fuerça, sino de voluntad; no con fortuna, sino con cordura; finalmente mostró en aquel heroyco hecho tan gran ánimo, que ningún codicioso se alegrara tanto de averlo fallado en la tierra, quanto aquel filósofo se alegró de averlo echado en la mar. Mucho es lo que Sócrates hizo, pero en mucho se ha de tener lo que entonces dixo, conviene a saber: «Engañosas riquezas, quiérovos ahogar antes que vosotras a mí me ahoguéys.» Pues Sócrates se temía y se recelava de sus riquezas proprias, ¿por qué los cobdiciosos no temen de tener robadas las haziendas agenas? No se osó aquel sabio fiar del oro fino, ¿y fiávaste tú del plomo duro? Echad suertes ambos a dos: Sócrates es de Athenas y tú eres de Samnia. Ved quál de vosotros erró o acertó: él en llevar oro de la tierra a la mar, o tú por la mar traer oro a la tierra; y soy cierto que los antiguos romanos dirán que él, pero los presentes cobdiciosos dirán que tú. Lo que en este caso me paresce es que tú, preciándolo, eres menospreciado, y Sócrates, despreciándolo, es de todos preciado. [789]


Capítulo XXXI

En el qual Marco Aurelio prosigue y concluye su carta, do reprehende mucho a su amigo Mercurio porque estava triste, y dízele qué cosa es fortuna; y pone en el fin las condiciones de los avaros.

Dízeme este tu tabelario que estás muy triste, que das bozes de noche, que apellidas a los dioses, que despiertas a los vezinos y, sobre todo, que tienes sobrada quexa de averte assí tratado fortuna. Pésame de tu tristeza, porque la tristeza es amiga de soledad, enemiga de conpañía, desseosa de tinieblas, estraña de conversación y eredera de desesperación. Pésame que das bozes de noche, ca es indicio de locura, señal de poca paciencia, prueva de no aver cordura, clara esperiencia de locura; porque a la hora que todo el mundo se cubre con tinieblas, tú sólo descubres el coraçón a bozes. Pésame que te tomas con los dioses, diziendo que son crueles, en que si algo te quitaron por tu sobervia, te lo tornassen por tu umildad; porque quanto ofendemos a los dioses con la culpa, tanto los aplacamos con la paciencia. ¡O!, Mercurio, amigo mío, ¿y tú no sabes que es mayor la paciencia que tienen los dioses en dissimular nuestras culpas, que no la que tienen los hombres en sufrir sus castigos?; porque nosotros injustamente los ofendemos y ellos muy justamente nos castigan. Pésame que tú con bozes y quexas escandalizas a los vezinos, que (como tú sabes) siempre unos vezinos tienen embidia de otros vezinos, en especial los pobres de los ricos; y de mi voto y parescer tú dissimularías la pena y tomarías con todo plazer y alegría; porque si acaso tu riqueza les causó embidia, tu sufrimiento los mueva a conpassión. Pésame que te quexas de la fortuna, ca la [790] fortuna, como es conoscida por tantos, no se sufre ser infamada por uno, y con la fortuna más vale pensar cómo te has de remediar que no cómo te has de quexar; porque ay muchos hombres que en pregonar sus trabajos son muy solícitos y en buscar su remedio son muy perezosos.
¡O!, innocente de ti, Mercurio, después de estar tan desacordado, ¿acuerdas agora quexarte de la fortuna de nuevo? ¿Con la fortuna, que todos hazen tregua, osas tú desafiarla? ¿Nosotros desarmamos las vallestas y descuelgas tú las lanças? ¿Aún no sabes qué cosa es guerra y quieres gozar de la victoria? ¿Están todos entrampados y quieres passar tú seguro? ¿Qué más quieres que te diga, pues te veo tomar con la fortuna? ¿Y tú no sabes que ésta es la que los muros altos combate y los carcomidos defiende? ¿E tú no sabes que ésta es la que puebla los inabitables desiertos y despuebla los pueblos poblados? ¿Y tú no sabes que ésta es la que de los enemigos haze amigos y de los amigos torna enemigos? ¿Y tú no sabes que ésta es la que a los vencedores vence y a los vencidos da la victoria? ¿Y tú no sabes que ésta es la que de traydores haze fieles y de fieles sospechosos? Finalmente quiero que sepas que la fortuna es la que rebuelve a los reynos, desbarata los exércitos, abate a los reyes, sublima a los tyranos, da vida a los muertos, entierra a los vivos. ¿No te acuerdas del mote que tenía el segundo rey de los lacedemonios encima de sus puertas, que dezía estas palabras: «Ésta es la casa do el hombre haze lo que puede y la fortuna lo que quiere»? Por cierto ellas eran altas palabras y como de alto ingenio compuestas; y si yo en este caso soy creýdo, de todos los cuerdos hombres deven ser muy bien notadas, porque no encima de las puertas, sino dentro de las entrañas las deven tener escriptas. Mejor conoscía éste a la fortuna que tú, pues se tenía por depositario y no por eredero, y quando algo perdía como tú, pensava que tornava lo que en él fue depositado, y no que le tomavan lo suyo. No viven los hombres por cosa tanto descontentos en esta vida como por tomar impressión que los bienes temporales (que por cierto tiempo deposita en ellos fortuna) los han de tener y posseer por toda su vida. Hora que los dioses lo permitan, hora que nuestros tristes hados lo merescen, veo que a los [791] que más estados y riquezas tienen en esta vida, más crudas coces les da fortuna, por manera que con verdad osaremos dezir que sólo el que está encastillado en la sepultura está seguro de los baybenes de la fortuna.
Dízeme tu tabellario que este verano adereçavas para venir a Roma, y agora en invierno quieres navegar para Alexandría. ¡O!, infelice de ti, Mercurio; dime, yo te ruego: ¿de quándo acá has perdido el seso, en que quando se acaba tu vida de nuevo comiença tu avaricia? ¿Hallavas dos ciudades más estremadas para tractar tus mercaderías, conviene a saber: a Roma, que es verdugo de virtuosos, y a Alexandría, que es cabeça de viciosos? Y, si amas mucho a estas dos ciudades, oye, pues, las mercaderías que se venden en ellas. En Roma cargarás tu cuerpo de vicios y en Alexandría hinchirás tu coraçón de cuydados, y a ley de bueno te juro que, si acaso comprares algo de lo que ay allá, o vendieres algo de lo que llevas de acá, tú traygas más hambre de lo que dexares que no contentamiento de lo que truxeres. ¿Tú no te acuerdas que agora es invierno y que has de passar la mar, en la qual (si pilotos no me engañan) la calma más segura es vigilia de mayor tormenta? Podrásme dezir que tus naos yrán vazías y que por esso navegarán seguras. A esto respondo que tú las embiarás más cargadas de avaricia que no vernán cargadas de seda. ¡O!, qué buen troque sería si la avaricia de Italia se comutasse por seda de Alexandría; yo te juro que en tal caso su seda fletasse una nao y nuestra avaricia armaría a toda una flota. Grande es la cobdicia a la qual la vergüença del mundo no reprime, ni el temor de la muerte no ataja; y esto digo por ti, que pues en tal tiempo te atreves a navegar, o te sobra cobdicia, o te falta cordura.
Para satisfazer a mí y para escusar a ti con los que por ti me preguntan no sé qué les dezir, sino que te desconoscen los dioses y te conoscen las mares, y que las inquietas aguas conoscen al inquieto coraçón, y que las rocas duras conoscen al coraçón duro; finalmente un viento conosce a otro viento. Dime, yo te ruego: ¿qué vas a buscar, pues en tal tiempo dexas el reposo de tu casa y navegas a Alexandría? ¿Por ventura vas al golfo Arpino, donde los marineros echaron tu plomo? Cata, Mercurio, que mires bien lo que hazes, en que [792] pensando de tomar a los peces el plomo duro, no les dexes allá tus carnes blandas; porque a muchos conoscí yo en Roma, los quales por cobrar algo de lo que avían perdido, perdieron todo lo que les avía quedado. ¡O!, Mercurio, amigo mío, nota, nota, nota para siempre esta última palabra, en la qual conoscerás qué es lo que andáys los avaros a buscar en esta vida. Tú buscas cuydado para ti, embidia para tus vezinos, espuelas para los estraños, despertador para los ladrones, peligro para tu cuerpo, damnación para tu fama, remate de tu vida, oxeo para tus amigos, ocasión para tus enemigos; finalmente buscas maldiciones para tus erederos y crudos pleytos para tus hijos.
No puedo alargar más esta letra por ocasión que ya me retienta la calentura. Ruégote que ruegues por mí allá a los dioses de Samnia, que al fin en nuestras enfermedades poco nos aprovechan los médicos si contra nosotros están los dioses indignados. Mi Faustina te saluda y dize que le pesa mucho de tu pérdida; aý te embía una rica joya para Fabila, tu hija. Aý te embío una provisión para que te den una nao en recompensa del plomo; si navegares con ella no te vengas por Rodas, porque se la tomamos a sus pyratas. Los dioses sean en tu guarda, y a ti, y a mí, y a mi Faustina nos den buena vida con los nuestros y buena fama con los estraños. No te escrivo de mi mano porque no tengo salud para hazello. [793]


Capítulo XXXII

Que los príncipes y grandes señores deven considerar quán mísera es la naturaleza humana, y que muchas cosas naturales tienen los animales brutos las quales no tienen los hombres racionales.

Midas, antiquíssimo rey de Frigia, fue en su persona príncipe muy vicioso y en su governación fue hombre muy tyrano, el qual no se contentava con tyranizar a sus tierras proprias, mas aun traýa cossarios por la mar y ladrones por la tierra para robar las tierras agenas. Fue este Midas muy conoscido en todos los reynos de Oriente, a que osó dezirle un thebano amigo suyo: «Hágote, saber, ¡o! rey Midas, que todos los de tu reyno te aborrescen y todos los reynos de Asia te temen, y esto no por lo mucho que puedes, sino por las mañas y trayciones de que usas, por cuya ocasión todos los estraños y todos los tuyos tienen hecho voto a los dioses de jamás reýr mientra tú fueres vivo, ni de jamás llorar después que fueres muerto.» Plutharco, en el libro de su Política, dize que, quando este rey Midas nasció, unas hormigas llevavan trigo a la cuna y metíanlo al niño en la boca; y, si el ama se lo quería sacar, apartava el niño la boca y no dexava sacar grano della. Espantados todos de aquella novedad, preguntaron al oráculo que qué significava aquel prodigio, el qual respondió que aquel niño sería muy rico, y junto con esto sería muy avaro, y esto era lo que significavan las hormigas henchirle la boca de trigo y después él no querer dar ni sólo un grano. Y assí acontesció, en que el rey Midas fue muy rico y muy avaro; porque jamás supo dar cosa, sino que se la avían de tomar por fuerça o se la avían de hurtar con cautela. [794]
En las academias de Athenas florescía en aquellos tiempos un philósopho por nombre Sileno, el qual en letras y vida era varón muy famoso; porque si era muy conoscido el rey Midas por tener muchas riquezas, no menos por cierto lo era el philósopho Sileno por menospreciarlas. Peregrinando el philósopho Sileno por los confines de Frigia, fue preso por los ladrones que andavan salteando por aquella tierra; y, como le llevassen delante el rey Midas, dixo al filósofo Sileno: «Tú eres philósopho y yo soy rey, y agora eres tú mi prisionero y yo soy tu rey. Quiero que luego en la hora me digas qué es lo que me puedes dar en rescate de tu persona, que te hago saber que no me está bien que algún philósopho more en mi tierra; porque vosotros los philósophos, como los bienes deste mundo no podistes alcançar, dezís que de vuestra voluntad los quisistes renunciar.» Respondió a esto el philósopho Sileno: «¡O!, rey Midas, bien paresce que sabes más executar la tiranía que no hablar de la philosophía; porque nosotros los philósophos no hazemos caso que estén presos los cuerpos con tal que tengamos libres las voluntades. Muy innocente es tu demanda en demandar rescate por mi persona, que o tú me tienes por philósofo, o no. Si no soy filósofo, ¿qué es la causa que temes tenerme en tu reyno; porque ya podría ser que antes me tornasses tú a mí tyrano que no yo a ti philósopho? Si me tienes por philósopho, ¿por qué me pides dinero, pues sabes que yo soy philósopho, soy artífice, soy poeta y soy músico, por manera que el tiempo que tú has gastado en allegar riquezas, he yo consumido en deprender sciencias? Pedir a un philósopho plata y oro por el rescate de su persona o es palabra de burla, o es invención de tyranía; porque después que en este mundo nascí, jamás riquezas cayeron en mis manos, ni menos tuvieron parte en ellas mis desseos. Si tú, ¡o! rey Midas, quisieres escucharme, y con fe de príncipe lo que dixere creerme, yo te diré quál es la mayor cosa (y aun en pos della la segunda) que los dioses pueden dar en esta vida, y podrá ser que te sean tan gratas de oýr y tan provechosas para vivir, que a mí saques de entre los enemigos y a ty yo saque de entre los tyranos.»
Oýdas estas palabras, el rey Midas libremente le dio licencia para que dixesse aquellas dos cosas, prometiéndole y [795] jurándole que con toda paciencia se pornía a oýrlas. El philósopho Sileno, avida licencia para libremente hablar, tomando en las manos un instrumento començó a tañer, y a cantar, y a dezir que el mayor don que los dioses podían dar a un hombre era no le dexar nascer; y el segundo beneficio era ya que le constreñían a nascer, que luego en nasciendo le hiziessen morir; porque los niños ni tenían apetito de vivir, ni lástima de morir. Estas dos cosas provó aquel philósopho con tan altas y tan naturales razones, que era cosa monstruosa ver al philósopho con quánto fervor cantava y ver aquel tyrano quán de coraçón llorava. Por cierto fue muy profunda la sentencia que aquel philósopho dixo, y mucha razón tuvo aquel rey tenerla en mucho; porque si nos paramos a considerar de qué somos, para qué somos, y qué somos, y qué seremos (es a saber: que somos de tierra, y somos tierra, y somos para la tierra, y nos hemos de tornar tierra), ni nos cansaríamos de sospirar, ni nos hartaríamos de llorar.
Una de las mayores vanidades que yo hallo entre los hijos de vanidad es que se ponen a considerar las propriedades de las estrellas, la influencia de los planetas, el movimiento de los orbes, y no quieren considerar a sí mismos, de la qual consideración sacarían hartos provechos, porque de ponerse el hombre a pensar en las cosas estrañas viene a olvidar las suyas proprias. ¡O!, si considerássemos la corrupción de que somos formados, la immundicia de que somos engendrados, el trabajo infinito con que nascemos, el prolixo discurso con que nos criamos, las muchas çoçobras con que vivimos y, sobre todo, el gran peligro con que moriremos, yo afirmo y juro que en la tal consideración hallemos mill ocasiones para dessear la muerte y no una para alargar la vida.
Ocúpense los hijos de vanidad muchos años en las academias, y allí deprendan rethórica, exercítense en philosophía, lean a Platón, oyan a Aristóteles, deprendan de coro a Homero, estudien en Cicerón, escudriñen a Tolomeo, ocúpense en Xenophón, escuchen a Tito Livio, no olviden a Aulo Gelio y sepan a Ovidio; que yo digo y afirmo que no podemos dezir que sabe poco el hombre que sabe conocer a sí mismo. Dezía (y dezía bien) Eschines el philósopho que no es la menor [796] sino la mayor parte de philosophía conocer el hombre para qué es su persona; porque si el hombre considerasse profundamente qué cosa es hombre, más cosas hallaría dentro de sí mismo que le combidassen a humillarse que no que le incitassen a ensobervecerse. Si lo miramos sin passión y si lo examinamos con razón, yo no sé qué ay en el hombre. ¡O!, mísera y frágil naturaleza humana, la qual tomada por sí vale poco y comparada a otra cosa vale menos; porque el hombre vee en los animales muchas cosas de que les aver embidia y los animales veen en el hombre muchas más de que le tener manzilla.
Dexada aparte la excellencia del ánima racional y la esperança que tenemos de la vida eterna, si se coteja el captiverio de los hombres con la libertad de los animales, con razón podremos dezir que los animales viven una vida plácida y la que los hombres viven no es sino una muerte prolixa. Si nos paramos a considerar desde que el hombre nace y el bruto animal nace, fasta que el hombre muere y el bruto animal muere, en quántas más cosas fueron mejorados los animales que no los hombres, con razón podremos dezir que naturaleza se uvo con los animales como piadosa madre y a nosotros nos trató como injusta madrastra. Comencemos, pues, a contar muy particularmente el origen del uno y el principio del otro, y veremos quán bien fueron dotados los animales y quán deseredados quedaron los míseros hombres. [797]


Capítulo XXXIII

Do el auctor prosigue su intento, y con maravilloso artificio compara la miseria de los hombres con la libertad de los animales.

Con mucha atención devemos considerar que ningún animal silvestre ni doméstico tarda tanto tiempo en se formar, y perfecionar, y nacer como es el mísero hombre, el qual de sangre menstruada y de una ascorosa materia a manera de embrión es formado, y en las entrañas de su madre está nueve meses ascondido. Qué cosa es ver a una yegua en el tiempo que está preñada, la qual si es menester anda, acarrea, muele, ara, corre, pelea y haze todo exercicio de agricultura, por manera que para tanto es quando está preñada como quando está libre y senzilla. Lo contrario acontesce en una princesa y gran señora, la qual en el tiempo de su preñado cánsase de andar, enójase de estar echada, arrójase por los estrados, come muy poco, reviessa lo que ha comido, aborrece lo que es provechoso, tiene antojo de lo que le haze daño; finalmente una muger preñada de ninguna cosa se contenta y consigo misma está dessabrida.
¿Pues es verdad que, si somos cargosos, enojosos y penosos a nuestras madres en el tiempo del preñado, que les somos seguros en la hora del parto no por poco peligro? ¡O!, infame condición humana, en la qual los animales, si nacen, nacen sin matar a sus madres; mas los míseros hombres antes que se vean nascidos son enojosos y penosos, y al tiempo del nacer son a sí y a sus madres peligrosos, lo qual parece muy claro en que el aparejo que haze un hombre que se quiere morir, aquél es obligada a hazer una muger quando quiere parir. [798]
Ítem es de considerar que un animal, aunque no tenga sino dos pies, como son las aves, sabe andar, y se sabe mover, y puede correr; mas el hombre quando nace, ni sabe andar, ni se sabe mover, y muy menos puede ni sabe correr, por manera que más es un papagayo que carece de manos, que no el hombre que tiene pies y manos. Lo que se haze con un niño en la infancia no es sino un presagio de lo que ha de padecer en el progresso de la vida, es a saber: que assí como al malhechor no se contentan de llevarlo preso, sino que le tienen con esposas y cepo aherrojado, assí al mísero del hombre quando entra en la cárcel desta vida, luego le atan pies y manos en la cuna, por manera que el innocente infante primero es atado y faxado de la partera, que no abraçado ni amamantado de la madre.
Ítem es de notar que un animal a la hora que nace, aunque no sabe quién es el padre que le engendró, a lo menos conoce a la madre que le parió; y paresce esto muy claro en que, si la madre tiene leche, luego el hijo se le cuelga de sus tetas, y si por caso no tiene leche, vase en pos de sus pisadas o métese debaxo de sus alas. No es assí del mísero hombre, sino que el día que nace ni conoce al Criador que le crió, ni al padre que le engendró, ni a la madre que le parió, ni a la partera que le rescibió; ni sabe ver con los ojos, ni sabe oýr con los oýdos, ni sabe distinguir con el gusto, ni sabe qué cosa es tacto, ni sabe aprovecharse del odorato; sino que, pertenesciéndole a él el señorío sobre todas las cosas criadas, le vemos nacer el más inábil de todas las bestias.
Ítem es de considerar que un animal, por pequeño que sea, sabe buscar los pechos de su madre para mamar, o busca los campos para pacer, o escarva los muladares para comer, o vase a las fuentes y ríos para bever. Y esto no lo deprende por discurso de tiempo que otro animal se lo aya enseñado, sino que, luego que es nacido, luego sabe lo que le es necessario. No nació con tanto bien el mísero hombre, el qual ni sabe comer, ni sabe bever, ni sabe andar, ni se sabe vestir, ni sabe pedir, ni sabe quexar; y (lo que más es) aún apenas sabe ni quiere mamar; porque muchas vezes querrían las madres dar a sus hijos si pudiessen la sangre de sus entrañas y no pueden [799] con ellos aun que tomen la leche de sus pechos. ¡O!, gran miseria de la naturaleza umana, en que los brutos animales luego que nacen saben conocer, y se dan a buscar, y tienen instinto en elegir lo que les está bien para buscar su bestial vida, y el mísero hombre no sólo no lo sabe buscar, mas aun ofreciéndoselo no lo sabe conocer.
Ítem es de notar que naturaleza a todos los animales dio vestidura con que se amparassen del enojoso verano y se defendiessen del erizado invierno, lo qual parece ser verdad en que a las ovejas dio lana; a las aves dio plumas; a los puercos, espinas; a los cavallos, pelos; a los ossos, vello; a los peces, escamas; y a las tortugas, conchas; finalmente digo que ningún animal tiene necessidad de hazer con sus manos alguna vestidura, y mucho menos tiene necessidad de pedirla a otro animal emprestada. De todo esto fue privado el mísero hombre, el qual nace desnudo y muere desnudo, sin llevar consigo ni traer consigo ni solo un vestido, y, si quiere en el progresso de la vida usar de alguna vestidura, a los animales ha de pedir el cuero y la lana, y él ha de poner el trabajo y la industria. Querría yo preguntar a los príncipes y grandes señores si quando nacen, si traen consigo algunos vestidos, y si quando mueren, si llevan consigo algunos thesoros. A esto se responde que no, por cierto, sino que de una manera mueren y nacen, y nacen y mueren, assí los ricos como los pobres y los pobres como los ricos; porque, dado caso que en esta vida la fortuna haze diferencia de los unos a los otros en los estados, nuestra naturaleza al tiempo del nascer y morir nos iguala a todos.
Es también de considerar que si a los animales proveyó naturaleza del vestir, también les quitó el cuydado de lo que avían de comer, y está esto muy claro en que ningún animal para sí solo aró, ni cavó, ni podó, ni sembró; sino que se contentan y passan su vida unos con mosquitos del ayre, otros con granos de los caminos, otros con yervas de los campos, otros con hormigas de la tierra, otros con ovas del agua, otros con huessos de los muladares, y otros con raýzes de las plantas, y otros con frutas caýdas; finalmente digo que tan sin cuydado se acuestan todos los animales a dormir como si otro día no [800] tuviessen necessidad de comer. ¡O!, quánta merced hiziera Dios al mísero hombre si le quitara el trabajo de se vestir y el cuydado de buscar de comer; mas ¿qué hará el mísero hombre, que primero que coma ha de barbechar, ha de arar, ha de sembrar, ha de regar, ha de segar, ha de trillar, ha de alimpiar, ha de moler, ha de cerner, ha de amassar y ha de cozer, lo qual todo no se puede proveer sino con cuydado del espíritu, y no se puede hazer sino con el sudor proprio? Y, si por caso en este caso se aprovechare alguno de los sudores agenos, a lo menos comerá de sus pecados proprios.
En otra cosa nos exceden los animales, y es que las yervas, o las hojas, o las flores, o la paja, o la cevada, o el pan, o la carne, o la fruta que comen, o el agua que beven, ni toman trabajo porque esté sazonado, ni toman pesar porque esté dessabrido; finalmente tales quales naturaleza las quiso criar, sin más los guisar ni mejorar ellos son contentos de los comer. Ninguna cosa perderían los hombres si en este caso se conformassen con los animales, mas ¡ay, dolor! que ay muchos viciosos y glotones, a los quales ni falta para vestir y aún les sobra para se mantener; y, no contentos con esto, son tan glotones en comer de muchas cosas y son tan epicúreos en comer cosas diferenciadas, que a las vezes les cuestan más enojos el adereçarlo que no les costó trabajos ni dineros el allegarlo.
Ítem es de saber que los animales, quando nacen, nacen con conocimiento de lo que les está bien y de lo que les está mal, y vémoslo esto en que el cordero huye del lobo, el gato huye del perro, el ratón huye del gato y el pollo huye del milano, por manera que, en abriendo que abren los animales los ojos, luego conocen a los amigos que han de seguir y a los enemigos de que se han de guardar. Al mísero miserable del hombre de todo en todo le fue negado este tan eroyco privilegio; porque muchos bestiales hombres ha avido en el mundo los quales no sólo no alcançaron cosa de lo que les convenía saber quando nacieron, mas aun con la ignorancia y necedad que vivieron, con aquélla se murieron. ¡O!, tristes de nosotros todos los que en este mal mundo nacimos; porque ni sabemos lo que nos está mal, ni sabemos qué avemos de comer, ni sabemos de qué nos avemos de abstener, ni sabemos a [801] quién avemos de aborrecer, ni acertamos en los que emos de amar, ni sabemos de quién nos avemos de confiar, ni sabemos de quién nos avemos de guardar, ni sabemos qué es lo que emos de elegir, ni sabemos qué es lo que emos de desechar; finalmente digo que pensamos muchas vezes entrar por un vado seguro y después a tres passos damos con nosotros en el piélago.
Devemos assimismo considerar que a todos los animales, assí bravos como domésticos, dio naturaleza armas con que se defendiessen, y aun con que ofendiessen a sus enemigos. Lo qual parece ser verdad en que dio a los galápagos conchas; a las aves, alas; a los ciervos, pies ligeros; a los elefantes, trompas; a las serpientes, escamas y ponçoña; a las águilas, uñas; a los halcones, picos; a los leones, dientes; a los toros, cuernos; y a los ossos, fuerças; finalmente digo que dio a las raposas sagacidad para se saber asconder y dio a los peces alas para saber nadar. Dado caso que los míseros hombres tienen hartos enemigos, no más en esto que en todo lo otro fueron por cierto privilegiados, y lo que no sin lágrimas se puede dezir es que los animales que para el servicio del hombre fueron criados, dessos mismos animales son agora los hombres corridos. Y porque no parezca que hablamos de gracia, piense cada uno en sí qué es lo que passamos con los animales en esta vida, en que los leones nos espantan, los ossos nos despedaçan, los lobos nos roban, los perros nos muerden, los gatos nos arañan, las serpientes nos emponçoñan, los toros nos acuernan, las aves nos desobedecen, los ratones nos importunan y las arañas nos enojan; y (lo que más es de todo) que un mosquito nos chupa la sangre de día y una pulga nos quita el sueño de noche. ¡O!, pobre y muy pobre del mísero hombre, el qual para sustentar esta mísera vida todas las cosas que ha menester entre los animales las ha de mendigar, lo qual parece claro en que los animales le acarrean la leña, los animales le traen agua, los animales le llevan por los caminos, los animales le labran las viñas y los animales le cogen el pan; finalmente digo que si el hombre recibe algún bien, no tiene con qué pagarlo, y, si le hazen algún mal, no tiene más de la lengua con que vengarlo. [802]
Ítem es de notar que a un animal, aunque le carguen de palos, le abran a açotes, le lleven caminos aspéros, le quiten los mantenimientos y se le mueran los fijos; por ninguna de todas estas cosas le sentimos entristecer y mucho menos llorar; y, ya que quisiesse llorar, él por cierto no lo sabría hazer, porque los animales en poco tienen nacer y en mucho menos morir. No es assí de los mezquinos hombres, los quales no saben sino llorar la ingratitud de sus amigos, llorar la persecución de sus enemigos, llorar la muerte de sus hijos, llorar la falta que tienen de bastimentos, llorar casos que les suceden muy desastrados, llorar los testimonios que les levantan falsos, llorar mil tristezas que se les assientan en sus pensamientos; finalmente digo que muchas vezes la mayor consolación que los hombres tienen en esta vida es hazer a sus ojos unos arroyos de agua. Preguntemos a los príncipes y grandes señores qué oficio saben el día que nacen, es a saber: si saben hablar como oradores, si saben caminar como correos, si saben governar como reyes, si saben pelear como cavalleros, si saben arar como labradores, si saben labrar como plateros o si saben enseñar como maestros. Respondernos han aquellos niños que no sólo todo esto que les preguntamos ignoran, mas aun no saben dezir que no lo saben. Tornémosles a preguntar qué es lo que saben ellos, pues no saben cosa de las que les preguntamos nosotros. Respondernos han que ninguna otra cosa saben hazer si no es en naciendo hartarse de llorar. Huelguen y tomen plazer todos los que navegan por este mar tan peligroso, y duerman a buen sueño si les parece que el viento de la adversidad está bien asossegado; que, si yo no me engaño y algo deste mundo conozco, a los que vimos al punto de su nacimiento embarcar llorando, dudo que tomen tierra en la sepultura riendo. ¡O!, infelice vida (y dígole yo muerte) aquélla que los mortales tienen por vida, en la qual todas las sciencias, todas las artes y todos los oficios tenemos necessidad de consumir largos tiempos en aprenderlos, y al fin más es lo que dexamos que no lo que aprendemos; y, de lo que aprendemos, lo más dello olvidamos: sólo el oficio de llorar ninguno le ha menester aprender; porque nacimos llorando y vivimos, y hasta agora ninguno emos visto morir riendo. [803]
Ítem es de notar que los animales con las inclinaciones que nacen, con ellas viven y mueren, es a saber: que el lobo sigue las ovejas y no a las abejas; el galgo sigue a las liebres y no a los ratones; y la araña sigue a las moscas y no a los páxaros; el açor sigue a los páxaros y no a los peces; finalmente digo que un animal, si le dexan en paz buscar de comer, en ninguna otra cosa le verán desmandar. Lo contrario desto acontesce en los hombres, los quales aunque su naturaleza los crió flacos, no es intención del Criador que sean maliciosos; mas ¡ay, dolor! que ellos, como no huyen de la flaqueza y se abraçan con la malicia, la presunción que han de tener de ser buenos tornan en sobervia; el desseo que han de tener de la innocencia tornan en embidia; la furia que han de tomar contra la malicia tornan en yra; la largueza que han de tener con los buenos tornan en avaricia; la necessidad que tienen de comer tornan en gula; la vigilancia que han de tener sobre su ánima tornan en pereza; finalmente digo que los animales, quantas más fuerças tienen, tanto más sirven, y los hombres, quantas más gracias tienen, menos con ellas valen. Considerada la innocencia del animal bruto y la malicia del hombre malicioso, sin comparación es menos mala la compañía de los animales que no la conversación de los hombres; porque al fin al fin si tratáys a un animal, no ay más de una cosa de que dél os ayáys de guardar, mas si tratáys con un hombre apenas ay una cosa en que dél os podáys fiar.
Ítem es de notar que jamás se vio ni se leyó de algún animal en esta vida el qual tuviesse cuydado de su sepultura, sino que después de muertos a unos despedaçan los leones, a otros desmiembran los ossos, a otros roen los perros, otros quedan por essos campos, otros comen los ombres, otros pican las hormigas, de otros se hartan las aves; finalmente las entrañas de los unos son sepulcros de los otros. No es assí del mísero hombre, el qual consume no poco de su hazienda en hazer para sí sepultura, y esto es una de las cosas más vanas que ay en esta mísera vida; porque no puede ser otra mayor vanidad (ni aun liviandad) que preciarse el hombre de sepultura hermosa y darse poco de tener la vida suzia. Yo juraré [804] que juren oy todos los muertos se les da muy poco estén sus cuerpos sepultados en los mares profundos, o en los muladares suzios, o los ayan comido animales bravos, o se ayan quedado en los campos insepultados, con tal condición que sus ánimas estén colocadas en los celestiales coros. Hablando a ley de christiano, osaría yo dezir que muy poco aprovecha estén los cuerpos entre piedras labradas, y por otra parte estén las tristes ánimas ardiendo en las llamas vivas. ¡O!, míseros de nosotros, ¿por ventura no tenemos hartas cosas en esta vida que buscar, que procurar, que trabajar, que sudar, que cumplir, que suspirar y aun que llorar, sin que tomemos congoxa de saber a dó nos hemos de sepultar? Ay hombres tan infieles y tan vanos, que se les da muy poco que a cada uno dellos condenen la vida por mala con tal que loen a su sepultura de rica. Con los que son vivos hablo, y de los que son muertos digo, que si oy les diessen licencia para tornar a este mundo, que ellos se ocupassen más en emendar sus excessos y pecados que no en reparar sus sepulcros aunque los hallassen caýdos. No sé en este caso más que dezir, sino que acordarse los hombres que han de morir digo que es cordura, mas hazer gran cuenta del enterramiento digo ser notable locura. [805]


Capítulo XXXIV

De una carta que embió Marco Aurelio, Emperador de Roma, a Domicio, vezino de Capua, consolándole en un destierro, el qual fue desterrado por un roydo que levantaron él y otro sobre correr un cavallo. Es letra muy notable para el hombre que estando seguro le sucedió un caso peligroso.

Marco, Emperador romano, nacido en el monte Celio; a ti Domicio capuano, salud y consolación en los dioses consoladores.
El invierno erizado ha levantado en esta tierra muy grandes vientos, y los grandes vientos han despertado muchas aguas, y las muchas aguas han causado muchas umidades, y las muchas umidades crían muchas enfermedades. Y entre todas las enfermedades desta tierra, es una la gota de mi mano y la ciática de mi pierna. Dezía Eschines el filósofo que la libertad del ánimo y la salud del cuerpo ni se podía poner en precio ni menos comprar por dineros. Dime, yo te ruego: el que no tiene libertad, ¿qué puede?; y el que no tiene salud, ¿qué vale? Tres cosas dezía el divino Platón en los libros de su República: lo primero, que el hombre que no tiene deuda no puede dezir que tiene pobreza; porque la hora que yo devo a otro dinero, el otro (y no yo) es señor de lo mío. Lo segundo, dezía que el hombre que no es siervo ni captivo no tiene razón en dezir que alguna otra cosa le puede hazer malaventurado; porque en ninguna cosa se muestra tan cruel la fortuna como en quitarnos la libertad desta vida. Lo tercero, dezía que entre todos los bienes temporales no ay mayor, ni aun otra ygual felicidad como es la riqueza de salud; porque el [806] hombre que de enfermedad es perseguido, ni con las riquezas tiene contentamiento, ni en los deleytes toma gusto.
En los tiempos de nuestros antiguos padres, quando Roma estava bien corregida, no sólo ordenavan las cosas de la república, mas aun proveýan en lo que tocava a la salud de cada persona, por manera que velavan en conservar los cuerpos y se desvelavan en destruyr los vicios. Siendo cónsules Gneo Patroclo y Junio Albo, como vieron que ordinariamente la ciudad de Roma en los veranos era malsana, prohibieron y mandaron que en los meses de julio y agosto, lo primero que no uviesse lugar público de mugeres; porque la sangre de los moços corrompíase en aquellos actos venéreos. Lo segundo, prohibieron que las frutas de Salon ni las frutas de Campania no se truxessen a vender a Roma; porque las romanas delicadas, con el calor, y los pobres, con la pobreza, no comían en el verano sino fructa, y desta manera estavan llenas de fructa las plaças y pobladas de calenturas las casas. Lo tercero, prohibieron que ningún vezino fuesse osado andar de noche al sereno; porque los moços locos y livianos, de las liviandades y amores que tratavan de noche, se les seguían enfermedades y dolores para de día. Lo quarto, prohibieron que ninguno fuesse osado vender públicamente en Roma vino de Candia o de España; porque en el estío del verano, como el sol es tan intensíssimo, mata como rejalgar a los moços el vino. Lo quinto, mandaron que se alançassen los muladares, se alimpiassen las calles y se barriessen las casas; porque de estar los ayres corruptos se suele engendrar pestilencia en los pueblos. Quando Roma estava rica, quando Roma estava próspera, de todas estas cosas se guardavan en su república, pero ya después que se levantó Cathilina el tyrano, después que la escandalizaron Sila y Mario, después que la tyranizaron César y Pompeyo, después que la robaron Octavio y Marco Antonio, después que la infamaron Calígula y Nero; poco cuydado avía en Roma de que entrasse ni se vendiesse vino de España o de Candia; porque más se guardavan del cuchillo del enemigo que no de los calores del verano. Razón tuvieron los antiguos en dezir lo que dixeron de Roma, que a la verdad ella es malsana, y esto digo porque ni puedo andar, aunque lo pruevo, ni puedo escrevir, aunque quiero. [807]
Quando yo era en Roma moço, ni me dolía la cabeça con el sereno, ni sentía encenderme la sangre el vino, ni me fatigavan los calores del verano, ni me dava pena por andar descalço el invierno; pero ya que soy viejo, ni ay calor que no me destemple, ni ay frío que no me traspasse. De ser los hombres muy desordenados en la mocedad vienen a ser muy enfermos en la vejez. ¡O!, si los hombres mortales, después que algunos tiempos fueron viejos, pudiessen acabar con los dioses a que los tornassen moços, yo te juro a ley de bueno que ellos supiessen guardarse mejor que se guardaron de los engaños del mundo, y ellos pusiessen muy mejor recaudo en la salud del cuerpo. Presupuesto que los hombres fueron viciosos en la mocedad, yo no me maravillo que sean enfermos en la vejez, que al fin los que no amaron la virtud, no es mucho que tuviessen en poco la salud. Todo lo sobredicho he dicho a causa que sepas y creas cómo estoy enfermo, y que no puedo escrevirte tan largo como tú quisieras y yo desseava, por manera que resultará de aquí a que llore yo tu pena y a ti te pese de mi gota.
Acá he sabido cómo el día de la gran fiesta del dios Jano, por ocasión de correr un cavallo tú y Patricio, tu vezino, levantastes un gran alboroto; y fue tal el ruydo, que te confiscaron los bienes, te derrocaron la casa, te desterraron los hijos, priváronte por diez años del Senado, quitaron de senador a tu nieto, echáronte para siempre de Capua y a tu competidor pusieron en la cárcel mamortina, por manera que de aquella pequeña furia tenéys que llorar toda la vida. Todos los que de allá vienen y todos los que de allá escriven nos dizen que estás tan triste en el coraçón y estás tan dessabrido en la condición, que ni desechas malos pensamientos, ni admites consolación de amigos. No pienses que digo esto a fin que estoy dello escandalizado, que, según las muchas mudanças que ha hecho en mí fortuna, grandes días ha sé qué cosa es tristeza; porque el hombre que de verdad está triste, de día sospira, de noche vela, en compañía se congoxa, con la soledad descansa, aborrece la luz, ama las tinieblas, la tierra riega con lágrimas, los cielos rompe con sospiros, lo passado le da pena, de lo advenidero no tiene cuydado, desconsuélase con quien le consuela y en contar sus penas descansa; finalmente el [808] hombre atribulado de ninguna cosa está contento y consigo mismo está dessabrido. Créeme, Domicio, amigo, que si te paresce que he tocado bien las condiciones del hombre atribulado, no ha sido otra la razón sino como los tristes hados me las hizieron todas provar, de allí nasció saberlas yo también escrevir, que al fin al fin las cosas que tocan a las congoxas del espíritu y a los trabajos del cuerpo, mucho va de averlas uno leýdo a averlas otro padecido.
Si tú lo sientes allá como yo lo siento acá, materia es que a ti y a tus amigos ha de dar mucha pena, pensar que por tan poca cosa pierdes a ti y a tu parentela; y (hablando contigo la verdad) a mí pésame de verte perdido, pero mucho más me pesa en tan poca agua verte anegado. Quando los hombres son generosos y tienen los pensamientos muy altos, conforme a sus estados han de tomar los enemigos. Quiero dezir que, quando un noble se aventurare de poner en riesgo a su persona y hazienda, dévelo hazer sobre cosa de gran importancia, que al fin al fin más infame es el que vence a un labrador que no el que es vencido de un cavallero. ¡Quán varia es fortuna, y en quán poco espacio acontece una desdicha! En esto que agora quiero dezir, a mí condeno, a ti acuso, a los dioses me quexo, a los muertos cito y a los vivos llamo para que vean cómo delante los ojos traemos los males y no los conocemos; con las manos los palpamos y no los sentimos; so los pies los traemos y no los vemos; a la oreja nos hablan y no los oýmos; dannos muchas bozes y no los entendemos; cada día nos avisan y no los creemos; finalmente entonces sentimos el peligro quando ya nuestro mal no lleva remedio.
No se descuyden los hombres en pensar que en las cosas baxas no aya peligros, ca, según nos muestra la experiencia, con muy pequeño ayre se derrueca la fruta, con pequeña centella se abrasa una montaña, en pequeña roca se hiende una nao, en pequeña piedra tropieça el pie, con pequeño anzuelo se toma gran pez, de muy pequeña herida muere una gran persona. Por esto que he dicho quiero dezir que es tan frágil nuestra vida y es tan absoluta la fortuna, que por aquella parte por la qual estávamos sin recelo, por allí nos vino todo el peligro. Dezía Séneca, escriviendo a su madre Albina, [809] la qual estava desterrada de Roma: «Tú, madre mía Albina, eres mi madre, y yo soy tu hijo; tú eres anciana, y yo aún no soy viejo; pero jamás creý a la fortuna aunque dezía querer comigo fazer paz o tregua. (Y dezía más.) Todo lo que en mí la fortuna depositava, assí de sus riquezas como prosperidades, yo ge lo guardava en tal lugar que a qualquiera hora de la noche pudiesse ella llevarlo sin que a mí me quitasse el sueño, por manera que si lo llevava de las arcas, a lo menos no me lo sacava de las entrañas.» Por cierto las palabras fueron ponderosas y como de tal varón dichas. El Emperador Adriano, mi señor, traýa un anillo de oro en el dedo, el qual dezía aver sido del buen Drusio Germánico, y dezían las letras del anillo: «Illis gravis est fortuna, quibus est repentina.» Que quiere dezir: «Para solos aquéllos es grave la fortuna, los quales viven sin sospecha della.» Veo yo por experiencia que en la fístola cerrada y no abierta pone el çurujano el peligro; en los baxos profundos, y no en las olas altas, se teme el piloto; de la celada secreta, más que no de la batalla pública, se reguarda el buen guerrero. Quiero dezir que el ombre cuerdo se deve guardar no de los estraños, sino de los suyos; no de los enemigos, sino de los amigos; no de la guerra cruda, sino de la paz fingida; no del daño público, sino del oculto peligro.
¡O!, quántos emos visto que en los desastrados casos de la fortuna la fortuna no los pudo derrocar, y después tomándolos descuydados les hizo caer. Pregunto agora yo: ¿qué quietud puede tener la persona, ni quién se fiará jamás de la próspera fortuna, pues por una cosa tan liviana vimos un tan gran ruydo en Capua y tanta perdición en tu casa y persona? Si nosotros conociéssemos a la fortuna, no terníamos tanta querella della, que (hablando la verdad) como ella es toda para todos y a todos querría tener contentos, aunque al fin a todos trae burlados, todos sus bienes nos da a muestra y nosotros tomámoslos por erencia; dánoslos emprestados y tomámoslos por perpetuos; dánoslos de burla y tomámoslos de veras; y al fin al fin como ella es burladora y de nosotros se anda burlando, pensamos que nos da lo ageno y tomános lo nuestro proprio. Hágote saber que conociendo lo que conozco de la fortuna, ya no quiero temer a los ventisqueros de sus trabajos, [810] ni me espantan sus rayos ni truenos; ni creeré a la serenidad de sus plazeres, ni fiaré de sus dulces halagos; ni haré cuenta de sus amigos, ni me allegaré a sus enemigos; ni tomaré plazer por lo que me da, ni tomaré pesar por lo que me quita; ni velaré porque me diga verdad, ni me desvelaré porque me diga mentira; finalmente ni reyré porque me quiera, ni lloraré porque me despida. Quiérote agora dezir, amigo Domicio, una cosa muy alta, y ruégote mucho la encomiendes a la memoria. Es nuestra vida tan dubia y es la fortuna tan repentina, que ni siempre hiriendo amenaza, ni siempre amenazando hiere. El hombre que presume de cuerdo y en todas las cosas quiere estar proveýdo, ni ande con tanta çoçobra, que piense a cada baybén caer; ni viva tan descuydado, que no piense aun en lo muy llano trompeçar; porque la falsa fortuna muchas vezes frecha y no hiere, y otras vezes hiere y no frecha.
Pues tengo más edad que tú en los años, y tengo más experiencia de los negocios, si notaste lo que te he dicho, acuérdate bien de lo que te quiero dezir, y es que aquella parte de la vida es más peligrosa la qual el mucho descuydo la haze segura. ¿Quieres que te muestre por exemplo todo lo que te he dicho por palabra? Mira a Hércules el tebano, el qual escapó de tantos peligros por mar y por tierra, y después vino a morir a manos de una su amiga. Laomedón, gran capitán de los griegos, no peligró en diez años que tuvo guerra con Troya, y matáronle después la noche que entró en su casa. El invencible Alexandro Magno no murió en toda la conquista de Asia y de la gran India, y matáronle después con un poco de ponçoña en Babilonia. El gran Pompeyo no murió en la conquista de su enemigo, y después matóle su amigo Ptolomeo. El animoso Julio César en cincuenta y dos batallas no pudo ser vencido, y matáronle después con veynte y tres puñaladas en el Senado. Aníbal, monstruoso capitán que fue de los cartaginenses, la vida que no le pudieron quitar en diez y siete años los romanos, él mismo después se la quitó por no venir a manos de sus enemigos. Asclipio, medio hermano que fue del gran Pompeyo, no peligró en veynte años que anduvo por la mar cossario, y después se ahogó sacando agua de un pozo. [811] Diez capitanes muy escogidos que tuvo Scipión en la conquista de África, burlando en una puente cayeron y allí todos se ahogaron. Bíbulo el bueno, yendo triumphando en el carro por Roma, cayó una teja que le hendió la cabeça, de manera que aquella gloria vana fue fin de su vida buena. ¿Qué más quieres que te diga, sino que a Lucía, mi hermana, teniendo una aguja en los pechos y un hijo en los braços, como el niño burlando diesse una puñada a la madre, por aquella parte acertó entrar el aguja por do sacó a la madre el alma? Gneo Ruphino, varón que fue doctíssimo y aun pariente mío, peynándose un día sus canas, metióse una brizna por la cabeça, de la qual se le fizo una mortal postema, y assí dende a poco uvo fin su vida, aunque no su doctrina y memoria.
¿Qué te paresce, Domicio? Por los immortales dioses te juro que, como te he contado estos pocos, pudiera dezir de otros infinitos. ¡Qué infortunio después de tanta fortuna, qué ignominia después de tanta gloria! ¡Qué peligro después de tanta seguridad! ¡Qué desdicha después de tanta dicha! ¡Qué triste noche después de tan claro día! ¡Qué rescebimiento tan malo después de camino tan prolixo! ¡Qué sentencia tan cruda después de pleyto tan porfiado! ¡O, qué mal descante de muerte después de tan buen principio de vida! Yo siendo ellos no sé qué me querría, pero ellos siendo yo, antes eligiría trabajosa vida y honrosa muerte que no infame muerte y honrosa vida. El hombre que quiere le tengan por hombre, y no que le noten de animal bruto, deve dessear y trabajar mucho por bien vivir y muy mucho más por mejor morir. Porque al fin al fin la muerte mala pone duda en la vida buena y la muerte buena es escusa de la vida mala.
Ya te escreví en el principio de la carta cómo me maltratava la gota. Dígolo porque quisiera mucho escrevirte más largo, y aun la letra que fuera de mi propria mano. Dos días ha que pelean entre sí el amor que te tengo y el dolor que me tiene: mi voluntad te dessea escrevir y mis pulgares no pueden la péñola tomar. El remedio desto es que, pues yo no puedo lo que quiero como tuyo, quieras tú lo que yo puedo como mío. No digo en esto más, sino que me han dicho que hazes aý en Rodas una casa; embíote quatro mil sextercios [812] para ayuda della. Mi Faustina te saluda, y con mis males no anda sana. Hannos dicho que se te parece la ferida; aý te embío un peso de bálsamo de Palestina: cúrate con ello la cara y no se parecerán los puntos della. Si hallares almendras verdes, y nuezes ya quajadas, y nochizos de campo, Faustina te ruega se los embíes a otro camino. Para ti te embío una ropa, y para tu muger, una saya. Concluyo en que ruego a los immortales dioses te den lo que yo desseo para ti y a mí den lo que desseas para mí. Aunque por mano ajena te escrivo, de todo mi coraçón te amo. [813]


Capítulo XXXV

Que los príncipes y grandes señores deven tener particular cuydado en ser abogados de las biudas y ser padres de los huérfanos.

Aurelio Macrobio, en el tercero libro de sus Saturnales, dize que en la generosa ciudad de Athenas avía un templo que se llamava el templo de la Misericordia, y teníanle los athenienses tan cerrado y tan guardado, a que sin licencia del Senado no podía entrar en él alguno; porque allí solamente estavan las estatuas de los príncipes piadosos, y no entravan a orar allí sino los hombres misericordiosos. Muy gran vigilancia traýan los athenienses en no hazer algunas obras atroces, a causa de no ser notados de crueles, y de aquí vino que en Athenas la mayor injuria que podían dezir a uno era que nunca avía entrado en la Academia de los filósofos a deprender, ni que avía entrado en el templo de la Misericordia a orar, por manera que en lo uno le notavan de simple y en lo otro le acusavan de cruel.
Dizen los historiadores que la más generosa estatua que en aquel templo avía era de un rey atheniense, el qual fue muy rico y fue muy dadivoso, y sobre todo fue muy piadoso. Y déste se dize que, allende de los thesoros que dio a los templos y de las riquezas que distribuyó entre los pobres, tomó por empresa de criar en Athenas a todos los huérfanos y dar de comer a todas las biudas. ¡O!, quánto mejor parecía en aquel templo la estatua de aquel rey piadoso, el qual criava a los huérfanos, que no las vanderas que cuelgan en la iglesia del capitán que robó las biudas. Todos los príncipes antiguos (digo de los que fueron generosos y valerosos, y que no [814] tuvieron resabio de tyranos), aunque en algunas cosas fueron denotados, siempre se preciaron de ser clementes y benignos, por manera que la ferocidad y crueldad que mostravan con los enemigos, recompensavan en la benignidad y clemencia que usavan con los huérfanos.
Plutharco en su Política dize que ordenaron entre sí los romanos que todo lo que sobrava en los combites que se hazían en las bodas o en los triumphos, que todo fuesse para las biudas y huérfanos; y era ya tan introduzida esta costumbre en Roma, que si algún rico se aprovechava de lo que avía sobrado, se lo podían los huérfanos pedir por hurto. Arístides philósopho, en una oración que hizo de las excellencias de Roma, dize que tenían en costumbre los príncipes de Persia de no assentarse a comer hasta que a las puertas de sus palacios se tañiessen unas trompetas, las quales eran más sonorosas que sabrosas, y esto para que concurriessen allí todos los huérfanos y biudas; porque era ley entre ellos que todos los manjares que sobravan de aquellas reales mesas, todo era para personas necessitadas. Phálaris el tyrano, escriviendo a un amigo suyo, dize estas palabras:
«Rescebí tu letra corta, y junto con ella recebí tu reprehensión, que era más áspera que larga. Y, dado caso que luego me dio pena, después que torné en mí rescebí alegría; porque a la fin más vale una amorosa reprehensión del amigo que no una fingida adulación del enemigo. Entre otras cosas de que allá me acusan, dizes que dizen allá que me tienen por muy tyrano porque desobedezco a los dioses, desacato a los templos, mato a los sacerdotes, persigo a los innocentes, robo a los pueblos y (lo peor de todo) que ni me dexo rogar, ni me consiento conversar. A lo que dizen que desobedezco a los dioses, ellos por cierto dizen la verdad; porque si yo hiziesse todo lo que los dioses quieren, muy poco haría de lo que los hombres me piden. A lo que dizen que desacato los templos, también digo que es verdad; porque los inmortales dioses más quieren a nuestros coraçones limpios que no que tengamos sus templos dorados. A lo que dizen que mato a los sacerdotes, también [815] confiesso que es verdad; porque son tan absolutos y tan dissolutos, que más servicio hago yo a los dioses en matarlos que no hazen ellos en ofrecer sacrificios. A lo que dizen que robo a los pueblos, también confiesso que es verdad; porque defendiéndolos como los defiendo de los enemigos, justa cosa es que den ellos de comer a mí y a mis criados. A lo que dizen que no me dexo rogar, digo también que es verdad; porque piden ellos cada día cosas tan injustas, que para ellos y para mí es muy mejor no otorgárselas. A lo que dizen que no me dexo conversar, digo que dizen verdad; porque todas las vezes que vienen a mi casa no es tanto por darme alegría, quanto es por pedirme o cohecharme alguna cosa. A lo que dizen que no soy piadoso con los míseros ni oyo a los huérfanos, esto digo que no quiero consentir; porque yo juro por los immortales dioses que a huérfanos y a biudas jamás estuvieron mis puertas cerradas.»
Trebilio Pulión, en la Vida de Claudio, Emperador, dize que una muger muy pobre y biuda vino una vez delante Claudio el Emperador toda llena de lágrimas a pedirle justicia. Fue movido a tanta piedad aquel buen príncipe, a que no sólo lloró como llorava ella, mas con sus manos le alimpió las lágrimas de la cara. Y, como estuviessen con el Emperador muchos nobles romanos, dixo al Emperador Claudio uno dellos: «Abasta para la auctoridad y gravedad de los príncipes romanos que oyan a sus súbditos de justicia, sin que con sus manos les enxuguen las lágrimas de la cara.» Respondió a esto Claudio el Emperador: «Los buenos príncipes no se han de contentar con hazer no más de lo que hazen los juezes justos, sino que en hazer justicia se conozca en ellos ser piadosos; porque muchas vezes los que vienen delante los príncipes más contentos van con el amor que les muestran, que no con la justicia que les hazen. (E dixo más.) A lo que dizes que es de poca auctoridad y de menos gravedad ponerse un príncipe a llorar con una pobre biuda y enxugarle con sus manos la cara, a esto te respondo que más quiero con mis súbditos tomar parte de sus angustias, que no darles ocasión a que [816] tengan sus ojos llenos de lágrimas.» Por cierto éstas fueron palabras dignas de notar y aun de imitar.
Dado caso que la clemencia en todas las cosas merezca ser alabada, mucho más deve ser loada quando en las mugeres se executa; y, si generalmente en todas, mucho más y más en las que están tristes y desconsoladas; porque las mugeres muy fácilmente se atribulan y con gran dificultad se consuelan. Plutharco y Quinto Curcio alaban el buen tratamiento que hizo el Magno Alexandro a la muger y hijos del rey Darío después que Darío fue del todo vencido, y engrandescen todos tanto esta clemencia, que aýna le darían a Alexandro tanta gloria por la piedad que uvo con los hijos, como por la victoria que uvo del padre. Como supo el infelice rey Darío la clemencia que con su muger y hijos avía usado el buen Alexandro, embióle unos embaxadores para que de su parte le diessen muchas gracias por lo passado y le rogassen hiziesse lo mismo en lo porvenir, diziendo que ya podría ser que los dioses y fortuna amansassen contra él la saña y se lo pagasse en la misma moneda. A estos embaxadores respondió Alexandro estas palabras: «Dezid de mi parte al rey Darío que no me dé gracias por la buena obra que a estas mugeres captivas he hecho, pues es cierto que ni la fiziera porque fuera mi amigo, ni la dexara de hazer porque fuera mi enemigo, sino que la hize por lo que es obligado a hazer un gentil príncipe en tal caso; porque yo tengo de emplear mi clemencia con las mugeres que no saben sino llorar, y han de sentir mi gran potencia los príncipes que no saben sino pelear.» Fueron por cierto estas palabras dignas de tal príncipe.
Muchos tienen embidia al sobrenombre de Alexandro, que es llamarse grande, y llámase Alexandre Magno porque si fue grande su coraçón en las cosas que emprendía, fue muy mayor su ánimo en las ciudades y reynos que dava. Muchos tienen embidia al renombre de Pompeyo, que es el Gran Pompeyo, y llámase assí porque este excellente romano se vio vencedor de xxii reynos y se halló otra vez acompañado de veynte y cinco reyes. Muchos tienen embidia del renombre de Scipión Africano, y llámase Africano porque venció la generosa ciudad de Cartago, la qual en riquezas era mayor que Roma y en [817] armas y potencia competía con toda Europa. Muchos tienen embidia al renombre de Scipión Asiano, y llámase Scipión Asiano porque venció y domó a la superba Asia, la qual hasta su tiempo no era sino un general cimenterio de Roma. Muchos tienen embidia al inmortal renombre de Carlomagno, y llámase Carlos el Grande porque, siendo como era un rey pequeño, no sólo venció y triumphó de muchos reyes y reynos estraños, mas aun dexó la gran silla del Imperio en sus reynos proprios.
No me maravillo de los superbos príncipes que tengan embidia destos tan valerosos príncipes; mas, si yo fuesse ellos, no sé qué me haría, pero ellos siendo yo, digo y afirmo que más embidia ternía al renombre del Emperador Antonio Pío que al nombre ni renombre de todos los príncipes del mundo. Los otros príncipes, si alcançaron aquellos superbos nombres, fue con robar a muchas tierras, derrocar muchos templos, tyranizar muchos pueblos, dissimular con muchos tyranos, persiguiendo a muchos innocentes y quitando a muchos buenos no sólo las haziendas, mas aun las vidas; porque tiene tan mala propriedad el mundo, que para hazer muy famoso el nombre de uno ha de obscurescer los nombres de muchos. Ni en tal empresa, ni con tal título alcançó su nombre y renombre el Emperador Antonio Pío, sino que si le llaman Antonio el piadoso, es porque no supo sino ser padre de huérfanos y no se preciava sino ser abogado de biudas. Deste excellentíssimo príncipe se lee que él mismo oýa y juzgava en Roma las querellas de los huérfanos, y para los pobres y biudas siempre en su palacio estavan las puertas abiertas, por manera que los porteros que tenía en su palacio no eran para prohibir la entrada a los pobres, sino para detener que no entrassen los ricos. Muchas vezes los escriptores dizen que dezía este buen príncipe: «Los buenos y generosos príncipes a los huérfanos y biudas las entrañas han de tener abiertas para remediarlos, y nunca cerrar las puertas para oýrlos; porque el dios Apolo dixo que el príncipe que no advertiere en juzgar bien los negocios de los pobres, nunca los dioses permitirán sean bien obedescidos de los ricos.» ¡O!, altas y muy altas palabras, las quales pluguiesse no al dios Apolo, sino al Dios [818] verdadero que en los coraçones de los príncipes estuviessen escriptas; porque no puede ser cosa más injusta y desonesta que en casa de los príncipes y grandes señores los ricos y los locos hallen cabida, y las biudas y los huérfanos aun no hallen audiencia.
Bienaventurado, y no una sino muchas vezes será bienaventurado, el que tuviere tanta memoria y hiziere tanta cuenta de los pobres y aflictos que les abra su coraçón para consolarlos y no cierre sus arcas para remediarlos; porque el tal desde agora le protesto y asseguro que en el estrecho día del juyzio sea el processo de su vida con piedad juzgado. [819]


Capítulo XXXVI

Que sin comparación es muy mayor el trabajo de las mugeres biudas que no el de los hombres biudos, y que por esso deven los príncipes tener más compassión dellas que no dellos.

Compassión es de tener a un hombre generoso y valeroso quando le vemos triste, solo y biudo, en especial si con la muger que perdió estava a su contento casado; porque, si el tal no se ha de casar, él perdió su dulce compañía; y, si piensa de casarse, sea cierto que aciertan pocos en muger segunda. Muy gran desmando viene a la casa generosa morirse en ella la muger que la governava, porque luego el marido se descuyda, los hijos se desmandan, los criados emperezan, las criadas se desvergüençan, los amigos se olvidan, la casa se cae, la ropa se gasta y la hazienda se pierde; finalmente en casa del hombre biudo son muchos a hurtar y muy pocos a trabajar. Muy profundos y muy lastimosos son los pensamientos del hombre biudo; porque, si piensa de casarse, entristécese de dar a sus hijos madrasta; si no se piensa casar, siente pena en ver que le queda la jornada larga; por manera que el triste honbre suspira por la muger que perdió y llora la que ha de tomar.
Dado caso que esto sea verdad, mucho va de la biudez de las mugeres a la biudez de los hombres, lo qual está muy claro en que un hombre después de biudo lícitamente puede andar fuera de su casa, puede salir por los campos, puede hablar con sus vezinos, puede negociar por sus amigos, puede pleytear sus pleytos y aun puede conversar y se recrear en lugares honestos; porque comúnmente los hombres no son tan [820] estremados en sentir la muerte de sus mugeres, como las mugeres son estremadas en sentir la muerte de sus maridos. No se dize esto en disfavor de los hombres prudentes y cuerdos, a los quales vemos por la muerte de sus mugeres hechos sus ojos unos arroyos de lágrimas, sino por muchos otros hombres vanos y livianos, los quales, en passando los nueve días de las honras, los verán sin vergüença andar ogeando ventanas.
No es assí, por cierto, de las tristes mugeres, a las quales después de biudas no les es lícito andar fuera, ni salir de casa, ni hablar con los estraños, ni negociar con los suyos, ni conversar con los vezinos, ni pleytear con los deudores, sino que conforme a sus tristes estados se han de tapiar en sus casas y se han de encerrar en sus cámaras, do tienen por oficio de regar los estrados con lágrimas y romper los cielos con sospiros. ¡O, quán triste!, ¡o, quán enojoso!, ¡o, quán peligroso es el estado de las biudas!: en que si una biuda sale de su casa, la juzgan por deshonesta; si no quiere salir de casa, piérdesele su hazienda; si se ríe un poco, nótanla de liviana; si nunca se ríe, dizen que es ypócrita; si va a la iglesia, nótanla de andariega; si no va a la iglesia, dizen que es a su marido ingrata; si anda mal vestida, nótanla de estremada; si tiene la ropa limpia, dizen que se cansa ya de ser biuda; si es esquiva, nótanla de presumptuosa; si es conversable, luego es la sospecha en casa; finalmente digo que las desdichadas biudas hallan a mil que juzguen sus vidas y no hallan a uno que remedie sus penas.
Mucho pierde la muger que pierde al padre que le engendró, o a la madre que la parió, o a los hermanos que mucho amó, o a los amigos que conosció, o a la hazienda que allegó; pero digo y afirmo que no ay otra igual pérdida en el mundo con perder una muger a un buen marido, porque en las otras pérdidas no ay más de una pérdida sola, mas en ésta del marido se pierden todas las otras juntas. Después que una muger vee a su querido marido en la sepultura, querríale yo preguntar qué bien le puede quedar en su casa, pues sabemos todos que el marido (si era bueno) era sombra de sus trabajos, era el remedio de sus necessidades, era inventor de [821] sus plazeres, era el verdadero amor de sus entrañas, era el señor de su persona y era el gran ýdolo que ella adorava; finalmente era fiel mayordomo de su casa y buen padre de sus hijos y familia.
Quédele familia o no le quede familia; quédenle hijos o no le queden hijos; quédele hazienda o no le quede hazienda: en uno y en otro le queda trabajo a la triste biuda. Si por caso queda pobre y no le queda hazienda, piense cada uno qué tal puede ser su vida; porque la triste sinventura, o ha de aventurar la persona para ganarlo, o ha de perder la vergüença para pedirlo. Una muger de buena parte, una muger generosa, una muger delicada, una muger regalada, una muger bien afamada, una muger que ha de mantener hijos y familia; sobra de razón tiene para estar angustiada de ver que, si se ha de mantener con la aguja, aun no tiene para pan y agua; si lo ha de ganar con su cuerpo, pierde su alma; si lo ha de pedir a otros, házele vergüença; si ha de despedirlos de su casa, cae de su honra; si ha de cumplir el alma de su marido, ha de vender su ropa; y, si no quiere pagar las deudas, llévanla delante la justicia. Como naturalmente las mugeres sean tiernas, ¿qué coraçón les abastará para sufrir tantas afrentas y qué ojos se absternán de no derramar infinitas lágrimas?
Si por caso le queda fazienda a la triste biuda, no pocas çoçobras le quedan con ella, en que tiene trabajo de grangearla, tiene muchos gastos en sustentarla, tiene muchos pleytos en defenderla, tiene muchos trabajos en aumentarla, y al fin tiene muchos enojos en repartirla; porque todos sus hijos y erederos más se ocupan en pensar cómo la han de eredar que no en la manera que la han de servir. Quando llegué a este passo, no poco espacio tuve suspensa mi pluma en ver si tocaría o no tocaría esta tecla, es a saber: que muchas vezes las pobres biudas ponen en público la demanda de su hazienda, y los juezes de secreto pídenles la possessión de su persona, por manera que primero se haze justicia de su honra que no se averigüe el derecho de su justicia. Si por caso a la muger biuda no le queda fijo, no por esso queda sin trabajo: lo uno en que queda la sinventura muy sola, lo otro que los parientes del marido la despojan de la hazienda; porque en [822] este caso son a las vezes los erederos tan descomedidos, que por una capa raýda o por una arca quebrada hazen a la triste biuda una afrenta.
Si por caso a las tristes biudas les quedan hijos, allí digo yo que les quedan los trabajos doblados, ca, si los tales son pequeños, passan mucho peligro en criarlos, por manera que todas las horas y momentos viven las madres con sobresaltos de sólo pensar en la vida y salud de sus niños. Si por caso los hijos que les quedan son grandes, no por cierto los trabajos que con ellos les quedan son pequeños, en que por la mayor parte salen o sobervios, o desobedientes, o maliciosos, o perezosos, o adúlteros, o golosos, o blasfemos, o tahúres, o reboltosos, o mentirosos, o locos, o bovos, o resabidos, o enfermizos; por manera que la vida de las tristes madres es llorar la muerte de los padres y remediar los desatinos de los hijos.
Si es grande el trabajo que les queda a las madres con los hijos, digo que es intolerable el que les queda con las hijas; porque, si la hija es aguda, piensa que se le ha de perder; si es simple, piensa que se la han de engañar; si es fermosa, harto tiene que la guardar; si es fea, no la puede casar; si es bien acondicionada, no la querría de sí apartar; si es malacondicionada, no la puede sufrir; si es recogida, no tiene con qué la remediar; si es dissoluta, no la osa castigar; finalmente si la saca fuera, teme que se la infamen; si la dexa en casa, ha miedo que se la hurten. ¿Qué hará la triste biuda viéndose cargada de hijas y rodeada de hijos, los quales son ya de tal edad, que es tiempo de remediarlos y no tiene aún para mantenerlos? Ya que remedien algún hijo y casen alguna hija, ¿es verdad que por esso saldrá la triste biuda de congoxa? Digo que no, por cierto, sino que por muy bien que escoja personas ricas y dispuestas no podrán escapar, sino que el día que hinchen sus casas de nueras y yernos, aquel día cargan sus coraçones de penas y cuydados.
¡O!, pobres biudas, no vos engañéys y imaginéys que en tener ya a vuestros hijos casados y vuestras hijas remediadas, que dende en adelante viviréys más alegres y contentas; porque, dexado aparte lo que le pidirán los nietos y lo que le hurtarán [823] los yernos, al tiempo que la vieja piensa estar más segura, los moços le pornán pleyto sobre la hazienda. ¿Qué nuera ay en esta vida la qual de coraçón ame a su suegra, y qué yerno ay en el mundo que no deseredara a su suegro? Cayga una pobre biuda mala, la qual tenga un yerno o una nuera en casa. Tómenles juramento destas dos cosas quál dellas querría más: curar a su suegra con esperança de sanarla, o yr a enterrarla con esperança de eredarla. Yo juro que jurassen los tales holgarían más dar un ducado al cura por la sepultura, que no dar un real al boticario por la purga. Séneca, en una epístola, dize que naturalmente los suegros aman a las nueras y los yernos son amados de las suegras; y por contrario dizen que las suegras naturalmente aborrescen a las nueras y los suegros naturalmente aborrescen a los yernos. Mas esta regla no la tengo yo por general, porque nueras ay que merescen ser adoradas y yernos ay que son dignos de ser muy quistos.
Otro trabajo les suele venir a las biudas, y es que, quando a una triste biuda le queda un solo hijo, al qual ella tiene en lugar de padre, en lugar de hermano, en lugar de hijo, en lugar de marido; y, quando no se cata, delante sus ojos le vee muerto; y, como tenía la vida del hijo a lágrimas pesada, no puede (aunque quiere) tomar la muerte en paciencia, por manera que si del innocente hijo entierran el cuerpo muerto, de la triste madre entierran el coraçón vivo. Dexemos aparte quando los hijos mueren, y preguntemos a las madres qué es lo que sienten quando ellos enferman, y respondernos han que todas las vezes que les enferman los hijos se les renueva la muerte de sus maridos, imaginando que será de los unos lo que fue de los otros. Y (hablando la verdad) no es de maravillar que ellas se teman, porque más peligro tiene una viña quando está en cierne que no quando tiene ya la uva madura.
Suele recrecer a las biudas otro trabajo, el qual entre los trabajos no es el más pequeño, es a saber: el descuydo de los amigos de su marido y la ingratitud de los que allí se uvieron criado y conversado, los quales todos, después que le llevaron a la sepultura, nunca más entraron por las puertas de su casa si no es a pedir servicios viejos o a levantar pleytos nuevos. He [824] querido contar o, por mejor dezir, brevemente tocar los trabajos de las mugeres biudas con fin de persuadir a los príncipes que las remedien, y para amonestar a los juezes que las oyan, y rogar a todos los virtuosos que las consuelen; porque es en sí la obra tan divina, que más meresce cada uno en remediar los trabajos de una sola que no yo en escrevir las angustias de todas ellas juntas. [825]


Capítulo XXXVII

De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a Lavinia romana, consolándola de la muerte de su marido. Es letra muy notable para consolación de las biudas, en especial las que son generosas señoras. Divide el auctor la carta en dos capítulos.

Marco del monte Celio, Emperador romano, cónsul primero, tribuno del pueblo, Pontífice Magno, destinado contra los dacos; a ti, la muy generosa matrona Lavinia romana, muger que fueste de mi Claudino el bueno, salud y consolación en los dioses consoladores te embía.
Según lo que meresce tu persona, y según lo que a tu marido yo devía, bien pienso que tu sospecha estará reñida con mi descuydo; porque a tus muy lastimosas llagas han acudido mis consolaciones muy perezosas. Acordándome de tu nobleza (que no puede faltar), y imaginando que te acordarás de mi voluntad (que siempre te desseó servir), soy cierto que, si me acusare tu sospecha, me defenderá tu cordura; porque (hablando la verdad) si soy el postrero en te consolar, fuy el primero en tus dolores sentir. Caso que la ignorancia sea un crudo verdugo de las virtudes y una espuela para todos los vicios, no menos acontesce a las vezes que el sobrado saber desassossiega a los sabios y escandaliza a los innocentes; porque, según vemos por experiencia, los hombres muy resabidos, éstos son los que caen en casos muy peligrosos. Muy mejor nos hallamos los latinos con la ignorancia de los vicios que no se hallaron los griegos con el conocimiento de las virtudes; y la razón desto es porque de las cosas que ignoramos, ni tenemos pena por las alcançar, ni menos tenemos dolor por las perder. [826] Ha sido mi intento de dezir esto porque he sabido lo que no quisiera saber, y he oýdo lo que no quisiera oýr, conviene a saber: que son acabados ya los días y trabajos de Claudino, tu marido, y comiençan agora de nuevo los de ti, Lavinia, su muger.
La muerte del buen Claudino, amigo mío y marido tuyo, días avía que yo la sabía, aunque la dissimulava; y por el dios Mars te juro que no era por no querer llorar a él, sino por no desconsolar a ti; porque me parescía que era suprema crueldad a la que estava lastimada con sola la absencia de tanto tiempo, por mi mano fuesse muerta con la muerte de tan desseado marido. Inhumana y injusta cosa era de quien yo recebí buenas obras, recibiesse de mí tan malas nuevas. Tenían los antiguos cartaginenses por ley que si al padre avían de dezir la muerte de su hijo, o al hijo avían de dezir la muerte de su padre, o a la muger avían de dezir la muerte del marido, o al marido la muerte de la muger, o por semejante avían de dezir otra triste y lamentable muerte a otro alguno; el que avía de traer la tal nueva, avía de ser uno de los que en la cárcel estavan condenados a perder la vida. Parescíales a los cartaginenses que el hombre que dezía a otro cómo su hermano, o pariente, o amigo se avía muerto, que luego le avían de matar, o él se avía de morir, o a lo menos no devía en su presencia jamás parescer. Si en este caso la ley de los cartaginenses era justa, por no caer en aquella pena justo fue que no te diesse yo tan mala nueva; porque todas las vezes que vemos al que nos dixo alguna cosa dessabrida, siempre con su vista se nos renueva la llaga.
Después que murió Claudino tu marido, no he tenido una hora de descanso sólo de pensar quándo vernía a tu noticia tan triste y tan lastimosa nueva; pero ya que sé cómo lo sabes, tengo doblada la pena; porque agora siento su muerte, siento mi soledad, y siento tu desconsuelo, y siento el daño que de su muerte se le sigue al Imperio Romano. Tú perdiste un romano generoso en la sangre, moderado en las prosperidades, sufrido en las adversidades, animoso en los trabajos, solícito en los negocios, prudente en los consejos, fiel con sus amigos, astuto con sus enemigos, zeloso de la república y muy [827] honesto en su persona. Y, sobre todo, y de lo que más le tengo embidia, es que jamás a hombre escandalizó con su vida, ni lastimó con su lengua. Tantas y tan opulentas virtudes como éstas pocas vezes las emos visto en una persona acumuladas; porque (hablando la verdad) si por menudo se desaminassen las vidas de muchos los quales presumen de muy virtuosos, yo juro que hallassen más que reprehender que no que loar. Pues que perdiste tan buen marido y yo perdí tan fiel amigo, obligados somos tú de llorar tan gran pérdida y yo de sospirar por tan buena compañía; y esto no ha de ser por Claudino, el qual está ya descansado con los dioses, sino por nosotros, que quedamos en poder de tantos malos; porque los muertos descansan como en puerto seguro, pero nosotros aún navegamos por un piélago muy peligroso.
¡O, triste de ti, mi coraçón, y cómo te veo entre la yunque y el martillo!, conviene a saber: desacompañado de buenos y arrodeado de malos, por cuya ocasión muchas vezes me paro a pensar quál lloraré primero: los malos que son vivos, o los buenos que son muertos; porque al fin tanto nos lastima el mal que hallamos como el bien que perdemos. Muy gran pena es ver morir a los ombres buenos y virtuosos, pero yo por mayor pena tengo ver vivir a los malos y viciosos; pero, según dize el divino Platón, querer los dioses matar a los buenos que los sirven y dar larga vida a los malos que los ofenden es un tan profundo caso, que cada día le lloramos y jamás el secreto dél alcançamos. Dime, yo te ruego, Lavinia: ¿agora sabes tú que son de tan buena conversación los dioses a do ymos quando morimos, y son de tan mala intención los hombres con quien tratamos en quanto vivimos, que assí como los malos nascen para morir, assí los buenos mueren para vivir? Porque el hombre bueno, aunque muere, vive; y el hombre malo, aunque vive, muere.
Yo te juro por la madre Verecinta, y assí el dios Júpiter sea en mi guarda, que no lo digo fingido esto que quiero dezir; y es que, considerando el descanso que con los dioses tienen los muertos, y vistas las ansias y trabajos que acá tenemos los vivos, digo y afirmo otra vez que tienen ellos más compassión de nuestra vida que nosotros tenemos dolor de su muerte. [828] Aunque la muerte de los hombres fuesse como la muerte de los animales, conviene a saber: que ni oviesse furias que atormentassen a los malos, ni uviesse dioses que premiassen a los buenos, devríamos estar consolados de ver morir a nuestros amigos no por más de por verlos ya libres de tantos trabajos. El plazer que tiene el piloto de verse en puerto seguro, la gloria que tiene el capitán de ver el día de la victoria, el descanso que tiene el caminante de ver acabada la jornada, el contentamiento que tiene el artífice de ver en perfeción su obra: todo esto tienen los muertos en verse ya fuera desta mísera vida. Si los hombres nascieran para siempre vivir, muy justo sería llorarlos quando los vemos morir; pero, pues es verdad (como es verdad) que nascieron para morir y después de la muerte está su vida, diría yo que emos de llorar no a los que mueren presto, sino a los que viven mucho. Yo soy cierto que Claudino, tu marido, acordándose de lo que passó en esta vida y viendo el descanso que tiene en la otra, aunque los dioses le hiziessen emperador de Roma, él no saliesse ni por un día de la sepultura; porque, tornando al mundo, avía otra vez de morir; mas, estándose con los dioses, espera para siempre vivir.
Mucho te ruego, señora Lavinia, no rompas ya más los cielos con tantos sospiros, no riegues la tierra con tan lastimosas lágrimas, pues sabes que Claudino, tu marido, está en lugar do no tiene tristeza, sino alegría; do no tiene pena, sino descanso; do no llora, sino que ríe; do no sospira, sino que canta; do no tiene enojos, sino plazeres; do no teme ya muerte, sino que tiene perpetua la vida. Pues si esto es verdad, como es verdad, justo es que a la muger biuda se le alivie la congoxa con pensar que su marido ya no tiene pena. Muchas vezes me paro a pensar qué es lo que deven pensar las biudas quando se vieren congoxadas para sacudir de sí tristezas y congoxas, y hallo por mi cuenta que no deven pensar en la buena compañía passada, ni menos pensar en la triste soledad que tienen presente, ni tampoco deven pensar en cosa que les dio plazer en este mundo, sino acordarse del descanso que esperan advenidero; porque la verdadera biuda la conversación ha de tener con los vivos y sus finales desseos con los muertos. [829] Si hasta aquí penavas esperando a tu marido a que viniesse a tu casa, gózate agora que él te espera en la suya, en la qual yo te juro que seas tú mejor tratada de los dioses que no lo fue él acá de los hombres; porque en este mundo no sabemos qué cosa es gloria y allá no saben qué cosa es pena.
Licinio y Pósthumo, tus tíos, me han dicho que en el llorar eres muy estremada, y que no quieres admitir consolación alguna. En este caso yo no siento que hagas tú tanto sentimiento por Claudino, que parezca tú sola averle perdido; que, pues todos le gozamos en la vida, todos tenemos obligación de llorar en su muerte. Los coraçones tristes y lastimados no sienten en este mundo otro mayor dolor que es ver a otros que se alegran de sus dolores. Lo contrario desto es que el coraçón triste y lastimado no tiene otro mayor alivio ni descanso en los graves y crudos toques que le da la fortuna sino pensar que otros tienen pena de su pena. Quando yo estoy triste y desconsolado, gran consolación tengo de ver cabe mí a mi amigo, y que me dize mi coraçón que él siente lo que yo siento; por manera que todo lo que mi amigo llora con sus ojos y todo lo que siente de sus lástimas, assí como él lo carga sobre sus fuerças, assí lo descarga de mis entrañas.
Octavio Augusto Emperador, según dizen sus historias, halló a las riberas del Danubio una nación de gentes que tenían una costumbre tan estremada, que jamás fue vista de los ojos ni leýda en los libros, y era ésta. Juntávanse dos amigos y yvan a las aras de los templos, y allí se confederavan amigo con amigo, por manera que se casavan los coraçones como se casan la muger y el marido los cuerpos, jurando y prometiendo allí a los dioses de jamás llorar ni tomar pena por ningún infortunio que viniesse a su persona, sino que mi amigo avía de venir a llorar y remediar mis trabajos como si fuessen suyos, y yo avía de yr a llorar y remediar los suyos como si fuessen míos proprios. ¡O, siglo glorioso!, ¡o, edad bienaventurada!, ¡o, gente de eterna memoria!, en la qual eran los hombres tan columbinos y eran los amigos tan verdaderos, que, olvidando sus trabajos, lloravan los trabajos agenos. ¡O, Roma sin Roma!, ¡o, tiempo mal espendido!, ¡o, vida en nosotros mal empleada!, ¡o, descuydo que siempre está sin cuydado!, están [830] oy las entrañas tan desentrañadas en lo bueno y están los coraçones tan assentados en lo malo, que, olvidados ya los hombres ser honbres y tornados peores que fieros salvajes, yo afano por darte la muerte y tú mueres por quitarme la vida; tú lloras por verme reýr y yo río por verte llorar; yo procuro que tú no subas y tú penas porque yo no caygo; finalmente sin provecho ninguno nos perdemos y sin sacar interesse holgamos de nos acabar de perder. A ley de bueno te juro, señora Lavinia, que, si tu remedio estuviesse en mi mano como tu dolor está en mi coraçón, ni estaría yo lastimado con tu triste lloro, ni tú tan penada de la soledad de tu marido; pero ¡ay de mí! que tengo coraçón para sentirlo y no tengo fuerças para remediarlo. [831]


Capítulo XXXVIII

En el qual el Emperador Marco Aurelio prosigue su carta y persuade a las mugeres biudas se conformen con la voluntad de los dioses, y también les aconseja que sean muy honestas.

Pues tu remedio y mi desseo no se pueden cumplir a causa de que resuscitar ni aun de hablar con los muertos no tenemos poder, es mi parescer que este caso le devemos tú y yo poner en manos de los dioses, los quales saben mejor repartir que nosotros sabemos escoger. ¡O!, señora Lavinia, mucho te ruego, como amigo te aviso, de veras te aconsejo y de todo mi coraçón te importuno tengas por bien lo que han hecho los dioses, te conformes con la voluntad de los dioses y no quieras más de lo que quieren los dioses, ca ellos solos saben (y en lo que saben no yerran) por qué a tu marido saltearon tan en breve con la muerte y a ti su muger alargan tanto tiempo la vida. Siendo como son los dioses tan sabios y poderosos, ¿quién es el que osará ser juez de sus profundos juyzios? Los dioses saben muy bien quién los sirve y quién los ofende; quién los quiere y quién los aborresce; quién los alaba y quién los blasphema; quáles son gratos y quáles son ingratos. E dígote más, que muchas vezes se sirven más los dioses de los que están encerrados en las sepulturas que no de los que andan orando por los templos de Roma. Ya que quieras tú entrar con los dioses en cuenta, deves mirar y considerar que te dexaron hijos con que te consueles, te dexaron hazienda con que tu pobreza passes, te dexaron amigos con que te favorezcas, te dexaron parientes con que te honres, te dexaron fama con que te precies, te dexaron salud con que vivas; finalmente [832] digo que es muy poco lo que los dioses nos quitan respecto de lo mucho que nos dexan.
De una manera nos emos de aver con los hombres y de otra con los dioses, ca a los hombres algunas vezes es necessario hazerles rostro para umillarlos, pero con los dioses es necessario andar pecho por tierra para atraerlos. Si no nos engaña el oráculo de Apolo, muy más aýna se aplacan los dioses con la umildad que los adoramos, que no con los suntuosos sacrificios que les ofrecemos. Pues tú, señora Lavinia, eres biuda y eres muger cuerda, ruega a los dioses que te guarden tus hijos, que te defiendan tu fama, que no te aparten tus amigos, que no se dissipe tu hazienda y que conserven la salud de tu persona, y, sobre todo, que estés en su gracia; porque desta manera no podrás ganar ni perder tanto en tu vida quanto los dioses te pueden dar o quitar en una hora. ¡O!, si supiesse una muger biuda quán poco gana con los hombres y quánto pierde con los dioses en no tener en las adversidades paciencia; porque la mucha impaciencia provoca a los dioses muchas vezes a yra. Vemos por experiencia en los cuerpos umanos que ay unas enfermedades las quales no se sanan con palabras que nos dizen y después sanan con algunas yervas que nos ponen; lo contrario acontesce en otras enfermedades, a las quales no les aplicando medicinas se sanan con solas palabras. Es mi fin de traer esta comparación para que sepan todos que los coraçones aflictos y hechos mar de pensamientos algunas vezes se consuelan más con un beneficio que hazen en la persona que no con muchas palabras que le dizen a la oreja; otras vezes más se alegra un coraçón triste con una palabra sola de su amigo que con todos los servicios del mundo.
¡O, triste de mí!, que assí en lo uno como en lo otro en todo estoy falto; ca, considerando tu grandeza y mi poquedad, véome tan inábil, que para consolarte no tengo sciencia y para remediarte no tengo hazienda; pero tengo gran lástima, si lástima se rescibe en cuenta. No quiero pagar con papel y tinta lo que yo puedo hazer por mi persona; porque el hombre que consuela no más de con palabra pudiendo remediar con obra declárase aver sido amigo fingido en el tiempo passado y aun que le tengan no por fiel amigo en el tiempo advenidero. [833] No haré yo contigo, señora Lavinia, lo que oy usan hazer los romanos con las biudas de Roma, conviene a saber: que, en muriendo el marido, todos van a visitar la biuda, todos escriven a la biuda, todos se le ofrecen a la biuda, todos consuelan a la biuda y todos lloran con la biuda; y, dende a pocos días, si la triste biuda ha menester un poco de favor en el Senado, assí se sacuden de hazerlo como si nunca a su marido ovieran conoscido, ni jamás con ella ovieran tratado.
La fama de las biudas romanas es muy delicada, a causa que de su honestidad o desonestidad depende la fama de su persona, la honra de su parentela, el crédito de sus hijos y la memoria de los muertos. Por esso es saludable consejo en los hombres prudentes que a las biudas hablen pocas palabras y las obras buenas sean muchas; porque ¿qué les aprovechan a las biudas tristes que tengan las arcas llenas de cartas de promessas y tengan las orejas llenas de palabras de lisonjas? Si hasta aquí me has tenido por vezino tuyo y por pariente de tu marido, ruégote que de aquí adelante me tengas por marido en el amor, por padre en el consejo, por hermano en el servicio y por abogado en el Senado. Y cumplirse ha todo esto tan de veras, que yo espero que con verdad dirás: «Lo que perdí en muchos, hallé en Marco Aurelio solo.» Bien sé yo, y bien lo sabes tú, que quando los coraçones están apoderados de tristeza, los pensamientos se turban, la memoria se embota, la carne tiembla, el juyzio se altera y la razón se retira. Y, pues al presente la desconsolación y tristeza en tu casa tienen su morada, los dioses me desamparen si yo te desamparare y los dioses me olviden si yo te olvidare, sino que assí como Claudio el muerto hasta a la muerte fue todo mío, assí Marco Aurelio quanto tiempo viviere será todo tuyo. Pues yo te quiero tanto, y tú confías de mí tanto, y tú agora estás llena de dolores, y yo tengo el coraçón cargado de cuydados; sea, pues, el caso que tú, señora Lavinia, tengas auctoridad de mandarme como a cosa tuya y yo tenga licencia de rogarte y avisarte lo que tocare a tu honra y persona; porque a las vezes tanta necessidad tienen las biudas de un buen consejo como de un mediano remedio.
Mucho te ruego que dexes las estremidades de las biudas romanas, conviene a saber: cerrar las puertas, ronper las tocas, [834] acortar las vestiduras, andar descalças, pintar las caras, comer a solas, llorar en las sepulturas, tresquilar a las criadas, coger el agua de las goteras, yr de noche a las encruzijadas, poner bellotas sobre las sepulturas, cortarse con los dientes las uñas, untar con sangre de herizo las gargantas; ca estas y otras semejantes liviandades no sólo no convienen a la gravedad de las matronas hazerlas, mas aun ni verlas ni saberlas. Como no aya estremo en que en el estremo no aya vicio, hágote saber, señora Lavinia, si no lo sabes, que las biudas estremadas fatigan a sí, enojan a sus amigos, ofenden a los dioses, desconsuelan a los suyos y al fin no aprovechan a los muertos y dan que dezir a los maliciosos.
Sería yo de parescer y voto que las mugeres que son matronas y biudas, tal estado y vestido deven tomar el día que los dioses llevaren a sus maridos desta vida, qual ellas le entienden de tener por toda su vida. ¿Qué aprovecha que una muger biuda esté un mes en su casa encerrada y después la topen entre año por todas las plaças de Roma? ¿Qué aprovecha que se absconda por algunos días de sus parientes y amigos, y después sea ella la primera en los coliseos y teatros? ¿Qué aprovecha que las mugeres biudas en el principio de su biudez anden maltratadas, si después compiten en hermosura con las romanas casadas? ¿Qué aprovecha que las biudas tengan por algunos días las puertas cerradas, si después se freqüentan sus casas más que no las de otras? ¿Qué aprovecha que a las mugeres biudas las vean llorar mucho por sus maridos, y después las vean reýr mucho más en sus passatiempos? Finalmente digo que poco aprovecha que la muger haga y muestre gran sentimiento por el marido muerto si ella de secreto tiene ya otro marido buscado; porque la biuda virtuosa y honesta luego se le paresce en el trage que toma.
Quiérote contar, señora Lavinia, una cosa que aconteció en Roma, porque no pienses que hablo de gracia. Uvo antiguamente en Roma una generosa romana, muger que fue del noble Marco Marcello, la qual se llamava Fulvia. Fue el caso que, como esta romana muger viesse enterrar a su marido en el campo Marcio, y del gran pesar que tenía se arañasse la cara, se messasse los cabellos, se rompiesse toda la ropa, se [835] cayesse en el suelo desmayada; teniéndola dos senadores los braços porque más no se lastimasse, díxoles Gneo Flavio censorino: «Soltadle las manos a Fulvia, que la jornada de la biudez ella la quiere andar oy toda.» Hablando la verdad, yo no sé si este romano Flavio avía hablado con el oráculo o si él era adivino, pero soy cierto que acertó en todo lo que dixo. Por aver sido esta Fulvia muger de tan excellentíssimo romano como fue el buen Marco Marcello, no quisiera que a ella le oviera acontecido tan desastrado caso, y fue que entretanto que se quemavan los huessos de su Marco Marcello, ella se estava concertando con otro marido, y (lo que más fue) que a uno de los senadores que la llevavan de braço dio allí la mano como romana a romano de perpetuo casamiento. Fue el caso tan feo, y justamente de tantos afeado, que afrentó a todas las romanas presentes y dio ocasión a que jamás en Roma crean ya a biudas. No lo digo, señora Lavinia, con pensamiento que tú assí lo has de hazer, que a ley de bueno te juro ni mi coraçón lo sospecha, ni la autoridad de tan grave romana lo demanda; porque ternías tú sola la culpa y sería a mí solo la afrenta. Mucho te encomiendo la honestidad que deves a matrona romana y el retraymiento que se requiere en tan generosa biuda; porque si te fatigare la soledad que sientes de los muertos, te consuele la buena reputación en que te tienen los vivos. No quiero por agora más dezirte, sino que tal sea tu fama entre los presentes y assí hablen de ti los absentes, que a los malos eches freno para callar y a los buenos pongas espuelas para te servir; porque a la biuda de mala fama en la sepultura la avían de meter en vida.
De acá no ay al presente qué te escrevir; porque las letras son peligrosas para confiar dellas cosas delicadas, y aun porque tu coraçón no está agora en disposición de oýr nuevas. Razón es que sepas cómo tus amigos y parientes hablamos en el Senado, y la merced y oficio que en Bizancio tenía tu marido se ha traspassado a tu hijo. Y ten en mucho lo que te dieron y en mucho más lo que allí de ti todos dixeron, conviene a saber: que, aunque Claudino tu marido no oviera sido vezino de Roma, aquello y mucho más se te avía de dar por sola tu fama. Mi Faustina te saluda, y diré que nunca la vi llorar [836] tanto por cosa quanto ha llorado por tu desdicha; porque sentía tu pérdida, que era grande, y mi tristeza, que no era pequeña. Aý te embío iiii mil sextercios en dinero, con pensamiento que ternás necessidad dellos, assí para tus necessidades, como para pagar tus deudas; porque a las biudas romanas más son las demandas que les ponen y los pleytos que les levantan que no la fazienda que sus maridos les dexan. Los dioses que dieron descanso a Claudino, tu marido, tengan por bien de dar consolación a ti, Lavinia, su muger. Marco del monte Celio te escrive de su propria mano. [837]


Capítulo XXXIX

Que los príncipes y grandes señores deven ser menospreciadores de las cosas del mundo; porque al fin todo lo que ay en el mundo es un manifiesto engaño.

Platón, Aristóteles, Pitágoras, Empédocles, Demócrito, Seleuco, Epicurio, Diógenes, Thales y Metrodoro tuvieron entre sí tanta contienda y diferencia sobre pintar y descrevir el mundo y sus orígines y propriedades, en que por sustentar cada uno su opinión se hizieron los unos a los otros más guerra con las péñolas que no se fazen los enemigos con las lanças. Pitágoras dezía que esto que llamamos mundo es una cosa y lo que llamamos universo es otra. Thales el filósofo dezía que no avía más de un mundo, y por contario Metrodoro el astrólogo porfiava que avía infinitos mundos. Diógenes dixo que era el mundo infinito, y Seleuco dixo que no dezía verdad, sino que era finito. Aristóteles quiso sentir que el mundo era eterno, mas Platón claramente dixo que el mundo tuvo principio, aunque no terná fin. Epicurio dezía que el mundo era redondo como bola. Empédocles dezía que no era como bola, sino como huevo. Chilo, el filósofo, disputó en el monte Olimpo que el mundo era como los hombres, es a saber: que tenía ánima sensitiva y intellectiva, y Aristóteles defiende que el mundo ni tiene ánima sensitiva ni intellectiva. Sócrates dixo en su academia, y escrivió en su doctrina, que después de xxxvii mil años tornarían todas las cosas assí como avían sido, es a saber: que él mismo nacería y se criaría y leería en Athenas, y Dionisio tornaría a tyranizar a Siracusa, y Julio César a enseñorear a Roma, y Aníbal a conquistar a Italia, [838] y Scipión a pelear con Cartago, y Alexandro a pelear con Darío, y assí de todas las otras cosas passadas. En estas y en otras tan vanas qüestiones y especulaciones gastaron los filósofos antiguos muchos años, escrivieron innumerables libros, fatigaron sus juyzios, consumieron largos tiempos, peregrinaron por muchos reynos, sufrieron infinitos trabajos, y al fin al fin las verdades que fallaron fueron pocas, y las neciencias y simplicidades que escrivieron fueron muchas; porque la menor parte de lo que ignoraron fue muy mayor que todo lo que supieron.
Quando tomé la péñola en la mano para escrevir de la vanidad del mundo, no fue mi intención de reprehender ni tratar deste material mundo, el qual consta de quatro elementos, es a saber: de tierra, que es fría y seca; de agua, que es úmida y fría; de ayre, que es cálido y úmido; y de huego, que es seco y cálido; por manera que, tornando desta manera al mundo, no ay razón para que dél nos podamos quexar, pues sin él no podemos corporalmente vivir. Quando el Pintor del mundo vino en este mundo, muchas vezes se quexava y reprehendía al mundo, y no es de creer que reprehendía al agua, que se dexó dél acocear; ni al ayre, que cessó en la mar de ventear; ni a la tierra, que en su muerte mostró temblar; ni a la luz, que cessó de alumbrar; ni a las piedras, que se quisieron quebrantar; ni a los pesces, que se consintieron tomar; ni a los árboles, que se dexaron secar; ni a los monumentos, que se permitieron abrir; porque la criatura reconoció en su Criador la omnipotencia y el Criador halló en las criaturas la devida obediencia.
Muchas vezes y a muchas personas oýmos dezir «¡o, triste mundo!», «¡o, mísero mundo!», «¡o, engañoso mundo!», «¡o, instable mundo!», por manera que nunca cessamos de quexarnos y jamás él dexa de engañarnos. ¡O!, quántos ay en el mundo los quales, aunque se quexan, no sabrían dezir quién es aquél de quien se quexan, y por esto es razón que sepamos quién es este mundo, de qué es este mundo, dó está este mundo, de qué se compone este mundo, y quién es el señor deste mundo; pues en él todas las cosas son tristes, todas son instábiles, todas son míseras, todas son engañosas y todas son maliciosas, [839] lo qual no se puede entender deste mundo material; porque en el fuego, en el ayre, en el agua y en la tierra; en la luz, y en las planetas, y en las piedras, y en los árboles; ni ay tristeza, ni ay miseria, ni ay engaño, ni malicia. El mundo do nascimos, do vivimos y do morimos muy diferente es del mundo de quien nos quexamos, del mundo contra quien peleamos, del mundo del qual nos recatamos, del mundo en el qual vivimos siempre con sospecha y que no nos dexa reposar ni sola una ora. Declarando, pues, ya nuestro intento, no es otra cosa este mal mundo sino la mala vida de los mundanos, do la tierra es la avaricia, el fuego es la codicia, el agua es la inconstancia, el ayre es la locura, las piedras son la sobervia, las flores el contentamiento, los árboles altos son los pensamientos, la mar profunda es el coraçón; finalmente digo que el sol deste mundo es la prosperidad y la luna es continua mutabilidad. El príncipe deste tan mal mundo es el demonio, de quien dezía Christo: «El príncipe deste mundo agora será alançado fuera.» Y esto dixo el Redemptor del mundo con fin que a los mundanos y a sus mundanas vidas llamava mundo; porque siendo ellos siervos del pecado, de necessidad avían de ser vassallos del demonio.
La sobervia, la avaricia, la embidia, la blasfemia, los regalos, los plazeres, la luxuria, la pereza, la glotonía, la yra, la malicia y la vanidad y locura: éste es mundo contra quien peleamos toda nuestra vid, y do los buenos son príncipes de los vicios y do los vicios son señores de los viciosos. Cotejemos los trabajos que passamos con los elementos y los que padecemos entre los vicios, y fallaremos que es muy poco el peligro que tenemos en la mar, ni en la tierra, respecto del que se nos recrece de nuestra mala vida. ¿Por ventura no tienen más peligro los que caen de un codo en alto de sobervia que no los que caen de una roca altíssima? ¿Por ventura no tiene más peligro el que es perseguido a embidia que no el que está descalabrado de una pedrada? ¿Por ventura no tienen más peligro los hombres entre los vicios y regalos que no entre los animales feroces y brutos? ¿Por ventura no tienen más peligro los que se dexan quemar en el fuego de la avaricia que no los que viven cabe el monte Ethna? Finalmente digo que tienen más peligro [840] los que se cevan de pensamientos altos que no los que tienen los altos árboles que son de importunos vientos combatidos.
Éste, pues, éste es el mundo, nuestro crudo enemigo; éste es el amigo fementido; éste es el que nos tiene siempre en trabajo; éste es el que nos quita nuestro reposo; éste es el que nos roba nuestro thesoro; éste es el que se haze temer de los buenos; éste es el muy amado de los malos; éste es el muy pródigo de bienes agenos; éste es el muy escasso de sus bienes proprios; éste es el mullidor de todos los vicios; éste es el verdugo de todas las virtudes; éste es el que entretiene a los suyos con falagos y éste es el que atrae a los estraños con regalos; éste es el que roba la fama de los muertos y éste es el que mete a saco la fama y vida de los vivos; finalmente digo que este mal mundo es el que con todos tiene cuenta y éste es al qual ninguno osa cuenta pedir.
¡O!, vanidad de vanidad, do todo huele a vanidad, do todo suena vanidad, do todo sabe a vanidad, do todo paresce vanidad; y muy poco es parecer vanidad sino que de hecho es vanidad; porque tan gran falso testimonio levantaría el que dixesse que en este mundo ay cosa fixa, sana y verdadera como el que dixere que en el Cielo ay cosa instable, caduca y falsa. Porque vean los príncipes vanos quán vanos son sus trabajos y quán vanos son sus pensamientos, hagamos a un príncipe vano que les diga cómo le fue con las vanidades deste mundo; porque si no creyeren a lo que escrive mi pluma, den fe a lo que esperimentó su persona. Son, pues, éstas sus palabras en el libro llamado Ecclesiastés:
«Yo, Ecclesiastés, hijo del rey David, fui rey en Jerusalén, y pensé y propuse en mi coraçón de provar y gozar todos los géneros de plazeres y deleytes desta vida por ver si me satisfaría en ella alguna cosa, la qual, después de alcançada, reposasse mi coraçón con ella; porque este péssimo exercicio han tomado para sí los hijos de vanidad, en que siendo como son capazes de pocas cosas, quieren indagar y escudriñar muchas. Por poner en efecto lo que mi coraçón avía pensado, engrandescí los términos y alargué los mojones [841] de mis reynos; hize grandes palacios para morar y muchas casas de plazer para me recrear; planté muchas viñas para comer uvas tempranas y bever vinos delicados; hize muchas huertas para me passear y aderecé muy hermosos jardines para cenar; enxerí varios árboles para comer varia fructa y planté otros árboles para que me hiziessen sombra; de muy altas montañas truxe caños de agua para regar las huertas y, junto con esto, para tener peces hize grandes albercas; para dehesas hize grandes cercadas y planté espessos bosques para criar venados; posseý muchos millares de ovejas y tuve innumerables cabañas de vacas; de esclavos tuve gran número para labrar las huertas y compré muchas esclavas para el servicio de mis casas; tuve cantores que me cantassen y músicos que delante mí tañessen; hize buscar mugeres aldeanas que cantassen y con ellas tenían serranas que baylassen; fueron tantos y tan grandes los tesoros que junté en mi tierra, que en tan poco se tenía la plata en mi casa quan en poco se estima el lodo en otra. Finalmente digo que ninguna cosa dessearon ver mis ojos que no la vieron, ni cosa dessearon oýr mis orejas que no la oyeron, ni cosa dessearon tocar mis manos que no la tocaron, ni cosa dessearon oler mis narizes que no la olieron, ni cosa dessearon los desseos de mi coraçón alcançar que no la alcançassen; y, después de visto, y gustado, y tocado, y probado, y posseýdo todo esto, vi que todo era una vanidad de vanidad y una liviandad de liviandad.»
Esto, pues, fue lo que el sabio Salomón dixo hablando de las cosas del mundo, el qual, como lo dixo de palabra, lo avía experimentado en su misma persona. Dando fe (como es razón que se dé) a tan alta dotrina, no sé yo qué es lo que más puede en este caso mi pluma dezir, pues dize que, después de averlo todo provado, averlo posseýdo, averlo gustado, halló que todo es vanidad quanto procuramos y tenemos en este mundo. ¡O!, príncipes y grandes señores, yo os ruego, y per viscera Christi amonesto, entréys con mucho tino en este profundo piélago, pues su tino es un desatino que trae a todos desatinados; porque todos los que caminaren por su camino, [842] al tiempo que pensaren yr más seguros se hallarán en meytad del camino perdidos. Ninguno se desconcertará con el mundo sobre el querer vivir en su casa, que de día y de noche tiene a todos los mundanos la puerta abierta, haziendo la entrada llana y segura; mas ¡ay de nosotros!, si allá entramos, y mucho más ¡ay de los que cargaren de sus vicios y se aprovecharen de sus regalos!; porque después que nos empalagamos y de aver entrado en él nos arrepentimos, por ninguna parte hallamos salida segura sin que primero escotemos muy bien la posada.
No sé yo cómo no son los mundanos cada momento engañados, pues miran superficialmente al mundo con los ojos y le aman profundamente con el coraçón, que si ellos quisiessen ser tan profundos en le considerar como son livianos en le mirar y seguir, hallarían y verían muy claro que jamás el mundo halaga con prosperidad sin que amenaze con adversidad, por manera que debaxo de la mayor suerte, que es el seys, está la menor suerte, que es el as. Aconsejaría yo a los príncipes y grandes señores que ni creyessen al mundo, ni a sus regalos; y mucho menos creyessen a sí mismos, ni a sus vanos pensamientos, los quales muchas vezes piensan que, después que uvieren trabajado y tuvieren mucho tesoro, gozarán de su trabajo sin que nadie les dé enojo, ni menos les vaya a la mano. ¡O!, quán vano es el tal pensamiento, y quán al revés sucede después todo esto; porque es de tan mala condición el mundo, que si nos dexa reposar el primero sueño, assí a nosotros como a lo que tenemos allegado, quando ya viene a la mañana, y aún a las vezes dende a una hora, nos despierta con otro nuevo cuydado y tiene buscado para lo que tenemos otro nuevo dueño. [843]


Capítulo XL

Do el auctor prosigue su intento y habla muy profundamente contra los engaños del mundo.

El Emperador Trajano dixo una vez a su maestro, que era el gran filósofo Plutharco: «Di, maestro, ¿por qué comúnmente ay más malos que buenos, y por qué sin comparación son más los que siguen los vicios que no los que se abraçan con las virtudes?» Respondióle el gran Plutarco: «Como nuestra natural inclinación sea más inclinada a lascivia y pereza que no a castidad y abstinencia, los hombres que se esfuerçan a seguir las virtudes son pocos y los que afloxan las riendas en pos de los vicios son muchos. Y sabe si no sabes, Sereníssimo Príncipe, que todo este mal procede de yrse gentes en pos de gentes y no razón en pos de razón.» Flaca y mísera es nuestra naturaleza, pero al fin no podemos negar que para todos los trabajos no hallemos remedios en ella, lo qual paresce ser verdad en que si nos congoxa el sol, acogémonos a la sombra; si es trabajo caminar, remediámonos con yr cavalgando; si es peligroso el mar, navegámosle con naos; si nos fatiga el frío, allegámonos al fuego; si nos aquexa la sed, amansámosla con bever; si nos enojan las lluvias, aprovechámonos de los tejados; si ay pestilencia en un lugar, acogémonos a otro; si tenemos enemigos, aprovechámonos de nuestros amigos. Finalmente digo que no ay tristeza y trabajo que no esté para él inventado algún passatiempo.
Presupuesto esto ser verdad, como es verdad, pregunto agora yo a todos los mundanos si por ventura han hallado algún remedio contra los trabajos y engaños deste mundo. Si yo no me engaño, y si algo siento de lo deste mundo, los remedios [844] que el mundo da para los trabajos son por cierto más trabajos que essos mismos trabajos, por manera que son cauterios que no nos sanan las llagas y déxannos quemadas las carnes. Quando las enfermedades no son muy enconadas y peligrosas, muchas vezes huelgan más los enfermos de sufrir unas lentas calenturas que no tomar xaropes ni purgas para quitarlas. Quiero dezir que es el mundo tan engañoso y doblado, que siempre haze lo contrario de todo esto, es a saber: que si nos persuade a vengar una afrenta, es porque recibamos en vengarla otras mil afrentas; y que pensando sacudir de nosotros un cuydado, se nos recrezcan infinitos cuydados; por manera que este maldito adalid, imaginando que nos lleva por tierra segura, al mejor tiempo da con nosotros en la celada.
Los príncipes y grandes señores, en los pensamientos que tienen y en las palabras que dizen tiénense en mucho; y después, en las obras que hazen y en los tratos que tratan, tiénense en poco. Lo contrario de todo esto haze este mal mundo, el qual con todos los que trata en las promessas y halagos es muy manso; y después, en las ventas y compras que haze, es muy cauteloso y sobervio; porque (hablando la verdad) el mundo nos cuesta a nosotros muy caro y nosotros nos vendemos a él muy barato. Mucho dixe en dezir que nos vendemos barato, que a la verdad mejor dixera en dezir que nos damos de balde; porque son muy pocos los que llevan del mundo soldada y son infinitos los que le sirven no más de con una vana esperança. ¡O!, príncipes y grandes señores, avísoos y ruégoos no os fiéys de fe, ni de palabra, ni de promessa deste mundo, aunque jure y perjure que guardará todo lo que con vosotros tiene capitulado, que, dado caso que luego os honre mucho, os halague mucho, os visite mucho, os ofrezca mucho, os dé mucho, no es sino que os lo quiere dar poco a poco, y después en un día quitároslo todo junto; porque es ya vieja costumbre del mundo que aquéllos que él pone más adelante, aquéllos después dexa más atrás.
¿Qué confiança podemos tener nosotros del mundo y de sus halagos y regalos, en pensar que algún día nos emos de ver privados dellos? Y (lo que más es) que se da tan buena maña con los unos y con los otros, que en los hombres que les [845] sobran los años y que era razón que ya les faltassen los vicios, en aquéllos más que en otros sopla más el huego para que ardan más sus tizones. De manera que este malicioso mundo a los ricos pone nueva cobdicia y en los viejos engendra cruda avaricia, y esto en el tiempo que ya no es tiempo della. En mucho se ha de tener que el mundo nos engañe, pero en más se ha de tener pensar que no estamos engañados; porque pensamos estar libres y tiénenos de secreto presos; pensamos estar sanos y tiénenos desahuziados; pensamos que nos sobra mucho y fáltanos todo lo necessario; pensamos tener por muchos años segura la vida y de secreto está contra nosotros emboscada la muerte; pensamos que nos tienen por cuerdos y tiénennos atados como a locos; pensamos que aumentamos la hazienda y desminuymos en la hazienda y aun en la conciencia; finalmente digo que por el camino que pensamos perpetuar la fama y la vida, por allí perdemos la vida y la fama, y esto sin esperança de más cobralla.
¡O, mundo inmundo!, ¡cómo en breve espacio nos rescibes y nos despides!, ¡cómo nos allegas y nos desechas!, ¡cómo nos alegras y nos entristeces!, ¡cómo nos contentas y descontentas!, ¡cómo nos enxalças y nos humillas!, ¡cómo nos castigas y nos halagas! Finalmente digo que nos tienes tan embovescidos y con tus brevajos tan entossigados, que estamos sin ti contigo y, teniendo dentro de casa al ladrón, salimos defuera a hazer la pesquisa. Aunque los hombres son diferentes en los gestos, muy más varios y diferentes son en los apetitos; y, como el mundo tiene ya esperiencia de tantos años, para todos los géneros de gentes tiene sus apetitos aparejados. Y es el caso que, como siente de uno que es presuntuoso, procúrale honras; al que vee ser avaro, procúrale riquezas; al que conoce ser goloso, preséntale manjares; al que sabe que es carnal, cévale con mugeres; al que siente que es perezoso, déxale holgar; y el fin porque todo esto haze es para que después que como a peces los tuviere cevados eche sobre ellos la red de los vicios.
Notad, grandes príncipes; notad, valerosos señores; y es que, dado caso que un príncipe se vea señor de todo el mundo, ha de pensar que de ningún valor es su señorío si el tal [846] príncipe no es virtuoso; porque muy poco aprovecha que sea uno señor de los hombres viciosos si él es siervo de los vicios. Muchos dizen que los engaña el mundo y muchos dizen que no pueden apoderarse con el mundo, a los quales podemos responder que si a las primeras tentaciones quisiéssemos nosotros al mundo resistir, es impossible que tantas vezes él nos osasse acometer; porque de nuestra poca resistencia nace su mucha osadía. Ni sé si lo dissimule, ni sé si lo calle, ni sé si lo diga esto que quiero dezir, pues ello lastima tanto a mi coraçón de sólo pensarlo, en que más prontos siento a mis ojos para llorarlo, que no ábiles a mis pulgares para escrevirlo. Después es el triste caso, que assí se dexa cada uno governar del mundo como si no tuviesse Dios en el cielo, ni uviesse jurado de ser christiano acá en la tierra; porque todo lo que él quiere, queremos; lo que él sigue, seguimos; lo que él elige, eligimos; y (lo que es de mayor lástima) que si dexamos de caer en alguna poquedad, no es porque de nuestro natural la dexaríamos de cometer, sino porque el mundo no nos la quiere mandar.
Poco es lo que he dicho respecto de lo que quiero dezir, y es que nos tiene ya el mundo tan hechos a su mano, que de una hora a otra nos muda el gusto de todas las cosas desta vida, por manera que nos haze aborrescer oy lo que amávamos ayer; nos haze quexar ogaño de lo que mucho loávamos antaño; nos haze despedir agora lo que eligimos no ha mucho tiempo; nos haze tomar nuevo odio con los que teníamos antigua amistad; finalmente digo que nos haze el mundo aborrecer en la vida lo que después muchas vezes lloramos en la muerte. Si el mundo diesse a sus amadores cosa perfeta y cumplida, no sería mucho que por algún tiempo se detuviessen en el servicio de su casa; mas, pues en el mundo son todas las cosas aún no como juro de por vida, sino como un empréstido que se ha de tornar otro día, no sé yo quál es el loco que del mundo espera cosa perpetua; porque todo lo que él da con tal condición lo da con que se lo den quando él lo pidiere, y no que se lo tornen quando ellos quisieren.
¿Por ventura puédenos dar el mundo vida perpetua? Digo que no, por cierto; porque al tiempo que nos es más dulce la [847] vida, entonces nos saltea de súbito la muerte. ¿Por ventura puédenos el mundo dar bienes temporales en abundancia? Digo que no, por cierto; porque jamás tuvo alguno tantas riquezas, que no fuesse más lo que le faltava que no lo que le sobrava. ¿Por ventura puédenos el mundo dar alegría que sea alegría perpetua? Digo que no, por cierto; porque, sacados los días que nosotros emos menester para llorar y las horas necessarias para suspirar, aún no nos queda un momento para reýr. ¿Por ventura puédenos el mundo dar salud perpetua? Digo que no, por cierto; porque los hombres de larga vida sin comparación son más las enfermedades que padecen que no los años que viven. ¿Por ventura puédenos el mundo dar perpetuo reposo y descanso? Digo que no, por cierto; porque, si son pocos los días que vemos al cielo sin ñublos, muy menos son las horas que vemos al coraçón sin cuydados. Pues en este mísero mundo no ay salud perpetua, no ay riqueza perpetua, no ay alegría perpetua, no ay vida perpetua; querría yo saber qué es lo que los mundanos quieren del mundo, pues saben que no tiene cosa buena que les dar el mundo; porque al fin todo lo que da, o es emprestado, o es a logro; y si a logro, no a ganancia de dineros, sino con retorno de vicios.
¡O!, hijos de vanidad, ¡o!, maestros de liviandad, pues ya os determináys de seguir y servir al mundo, no esperéys del mundo sino cosas del mundo; porque en él no ay sino sobervia, invidia, luxuria, odio, yra, blasfemia, avaricia y locura; y, si le preguntáys si tiene en su señorío alguna cosa virtuosa, responderos ha que jamás se vendió tal mercaduría en su tienda. No piense nadie que dará el mundo a nosotros lo que él no tiene para sí; y, si alguna vez queremos con él, y él con nosotros, cambiar alguna cosa, es tan subtil en el vender y tan curioso en el comprar, que lo que toma es colmado y lo que nos da es con peso falso y corta medida. [848]


Capítulo XLI

De una carta que escrivió Marco Aurelio Emperador a un amigo suyo llamado Torcato, en la qual le consuela del destierro que padecía, aunque no dize por qué fue desterrado. Es letra muy notable para conocer las vanidades del mundo.

Marco, Emperador romano, colega con su hermano Annio Vero en el Imperio; a ti, Torcato, vezino de la ciudad de Gayeta, patricio que eres romano desterrado, que estás agora en Rodas; salud y descanso para la persona y esfuerço contra la adversa fortuna te dessea.
Estando en el templo de las vírgines vestales, avrá poco más de tres meses, me dieron allí una letra tuya, la qual venía tal, que ni mis ojos por entonces la pudieron acabar de leer, ni después he tenido coraçón para a ella te responder; porque los casos desastrados de nuestros amigos, si no tenemos facultad para remediarlos, a lo menos tenemos obligación de llorarlos. Tiéneme tan triste tu tristeza, tan penado tu pena, tan congoxado tu congoxa, tan lastimado tu lástima, que si los dioses dieran facultad a los hombres tristes para repartir sus tristezas como la dieron a los ricos para repartir sus riquezas, en fe de los dioses te juro que, como soy el mayor de tus amigos, yo sería el que tomaría más de tus trabajos. Bien sé y bien siento, como hombre que lo ha experimentado, que quanto ay del árbol a la sombra, del huesso a la cañada, del grano a la paja, del oro a la escoria, del sueño a la verdad; tanto ay de oýr los trabajos de otra persona ajena a gustarlos si los gustasse la persona propria; pero consuélate con esto, mi Torcato, que, do los amigos son verdaderos, los bienes y [849] los males entre ellos son comunes. Muchas vezes comigo mismo me paro a pensar qué intento, o a qué fin los immortales dioses dieron a los hombres trabajos, como sea verdad que en sus manos esté vivir nosotros sin ellos, y no hallo yo otra cosa por la qual se devan tolerar los infortunios, sino porque en ellos conocemos quáles son nuestros verdaderos amigos. En la batalla se conoce el hombre esforçado, en la tormenta se conosce el piloto, en la fragua se conosce el oro y en la tribulación se conosce el amigo; porque no cumple mi amigo con hazerme reýr, sino que es obligado de ayudarme a llorar.
Acá lo avía sabido, y agora por tu carta lo he visto, cómo te desterraron de Roma y te confiscaron la hazienda, y que sólo de pura tristeza estás muy malo en la cama. En el qual caso me maravillo no de que estás malo, sino de ser como eres vivo; porque (hablando contigo la verdad) do el coraçón de todo coraçón está lastimado, en breve espacio suele dar fin al cuerpo. Bien veo que sientes (y tienes razón de sentirlo) verte desterrado de Roma, verte perdida tu hazienda, verte fuera de tu patria, verte sin tu parentela; pero no ha de ser esta tristeza tan estremada, que pongas en peligro la vida; porque sólo aquél tiene licencia y aun obligación de aborrescer la vida el qual se acuerda que ni ha servido a los dioses, ni aprovechado a los hombres. Si los negocios del Imperio no me ocuparan y la Magestad Imperial no me estorvara, quisiera y de hecho fuera a consolar a tu persona, do vieras por experiencia quán de voluntad tu desdicha siento. Pero si me tienes por verdadero amigo, deves creer de mí lo que en este caso yo creería de ti, y es que assí como tú fueste el más íntimo amigo que yo tuve en Roma, assí es ésta la cosa que más he sentido en mi vida.
Dime, Torcato, amigo, ¿qué es lo que tú sientes allá que no lo llore yo acá? Podrá ser que tú alguna vez te rías, pero yo siempre lloro. Podrá ser que tú alguna vez te consueles, pero yo siempre estoy triste. Podrá ser que tú alguna vez te alivies la pena, pero yo siempre estoy sospirando. Podrá ser que tú alguna vez de ti sacudas tristeza, pero yo no puedo para mí admitir consolación. Podrá ser que tú te remedies con la vida larga, pero yo no hallo para mí otro más sano remedio que es la [850] muerte breve. Finalmente digo que siento todo lo que tú sientes allá, y siento más todo lo que como amigo devo sentir acá, por manera que de tu pena y de mi pena se ha hecho una cruda pena, con la qual es atormentada mi triste vida. Mucho quisiera yr a ver tu persona y ayudarte a llevar essa carga; pero, pues no puedo, quiero embiarte esta letra, do por ventura hallarás alguna consolatoria palabra, que, como tú sabes, los verdaderos amigos, si no pueden hazer lo que deven, cumplen con hazer lo que pueden.
Si mi memoria no me engaña, bien ha treinta y dos años que tú y yo nos conocemos en Roma, de los quales acá ha hecho en nosotros varias mudanças fortuna, y en los quales todos no te he visto contento un día. Porque si estavas triste, no te agradava cosa, como hombre que tiene hastío; si estavas alegre, todo lo tenías en poco, como hombre empalagado. Pues si es verdad (como es verdad) que en los trabajos estavas dessabrido y en las prosperidades andavas descontento, de manera que en cosa no tomavas gusto, ¿qué es esto, mi Torcato, que de nuevo estás desesperado como si agora de nuevo viniesses al mundo? ¿Treynta y dos años has gozado de los triumphos y prosperidades de Roma, y quéxaste de solos tres meses en que te ha sido contraria fortuna? ¡O!, Torcato, Torcato, ¿y tú no sabes que los hombres sabios y en los quales reyna prudencia más temor tienen a dos días felices desta vida que a dozientos de fortuna muy adversa?
¡O!, quántos he yo visto escapar de sus prosperidades con cargos agenos y vicios proprios, por manera que la gloria vana y prosperidad caduca les duró pocos días, y la lástima de lo que perdieron y las enemistades que cobraron les duró muchos años. Lo contrario de esto acontesce a los hombres atribulados, los quales de sus tribulaciones escapan despojados de vicios, arreados de virtudes; émulos de lo malo, zeladores de lo bueno; amigos de todos y enemigos de ninguno; contentos con lo suyo, no desseosos de lo ageno; finalmente escaparon cautos de la tormenta y salieron del horno sin escoria. ¿Qué más quieres que te diga, sino que los dichosos son vencidos en la paz y los desdichados son vencedores en la guerra? [851]
Una de las sentencias que a mí más me ha contentado de las que dixeron los antiguos es aquélla do dize el divino Platón que no menos necessidad tienen de buen consejo los prósperos muy prósperos que tienen de remedio los tristes muy tristes; porque no menos se cansan los que siempre caminan por un camino llano que los que suben un agro puerto. Según colegí de tu letra, parésceme que, al tiempo que esperavas mayor reposo, te ha sucedido mayor trabajo, y desto ni yo me puedo maravillar, ni tú te deves escandalizar; ca, según nos muestra la experiencia, ya que están en flor se yelan los árboles; al tiempo de desenhornar se quebrantan los vidrios; en seguimiento de la victoria mueren los capitanes; al tiempo de echar la clave caen los edificios; a vista de tierra perecen los pilotos. Quiero por esto que he dicho dezir que, quando pensamos tener ya hechas pazes con la fortuna, entonces nos pone de nuevo una nueva demanda. Toda mudança nueva siempre causa nueva pena en la persona, pero muchas vezes es causa de mayor fortaleza y firmeza; porque el árbol no da tanto fruto do nace como do se traspone, y los olores tanto son más odoríferos quanto más fueren molidos. Quiero dezir que los ombres de altos pensamientos quanto más de los baybenes de la fortuna son impellidos, tanto más se muestran ser valerosos.
O es loco del todo, o tiene gran falta de juyzio el hombre que espera tener en algún tiempo perfecto descanso, imaginando que no le ha de dar ya ningún sobresalto el mundo, sino que ha de venir tiempo en el qual él esté sin temor y cuydado; porque es de tal condición esta mísera vida, que cada día desminuymos en los años y crescemos en los trabajos. ¡O!, Torcato, Torcato, por los inmortales dioses te ruego y en fe de amigo te pregunto: nasciendo tú en el mundo, criándote en el mundo, viviendo tú en el mundo, conversando tú en el mundo, amando tú al mundo, siendo tú hijo del mundo y siguiendo tú al mundo, ¿qué esperavas tú del mundo sino cosas del mundo? ¿Por ventura sólo tú quieres comer la carne sin huesso, el durazno sin cuesco, dar la batalla sin peligro, andar camino sin trabajo, navegar por la mar sin miedo? Quiero dezir que es impossible ninguno de los [852] mortales pueda vivir en el mundo sin que sepa cómo vino a la mala pena del mundo.
Mundo fue siempre, mundo es agora, mundo después de nós será y como mundo a sus mundanos tratará. Los hombres sabios y que de su estado son cuydadosos no se contentan con ver ni saber superficialmente las cosas, sino que profundamente piensan en ellas. Esto digo porque, si tú conocieras a ti y a tu flaqueza, si conocieras la fortuna y a su mudança, si conocieras a los hombres y a sus malicias, si conocieras al mundo y a sus halagos; alçáraste con tiempo a tu mano con honra y no te despidieran ellos al mejor tiempo con infamia. A tanta demencia emos ya venido, que a los dioses que nos criaron no queremos servir, y al mundo que nos persigue no le dexamos de seguir; y lo mejor es que, él no nos queriendo (sino antes nos despidiendo), dezimos que de voluntad le queremos amar y de balde le queremos servir, sabiendo que aquéllos que más tiempo sirvieron al mundo, aquéllos salen de su casa más crudamente llorando.
Muchas vezes me paro a pensar que, según la muchedumbre de los que siguen al mundo, siendo siempre maltratados del mundo, que si el mundo los regalasse como los trabaja, si los consolasse como los atribula, si los abrigasse como los destierra, si los sublimasse como los abate, si los admitiesse como los despide, si los perpetuasse como los consume; imagino en tal caso que ni serían adorados los dioses en el cielo, ni serían venerados los templos en la tierra. ¡O!, Torcato, amigo mío, lo que agora quiero dezir de ti, justamente tú lo puedes dezir de mí, conviene a saber: quán desarmados esperamos a la fortuna, quán sin recelo passamos la vida, quán sin cuydado tomamos el sueño, quán abobados nos andamos en pos del mundo; porque assí fiamos de su palabra, como si jamás uviesse hecho a ninguno ninguna burla. [853]


Capítulo XLII

En el qual Marco Aurelio prosigue su carta y persuade por muy notables razones a todos los que viven en el mundo que se guarden del mundo, y, si lo que dixo arriba fue sabroso de leer, esto es muy digno de a la memoria encomendar.

Dime, yo te ruego, Torcato: ¿qué quieres tú más oýr?, ¿qué quieres tú más ver?, ¿qué quieres tú más saber para conocer al mundo de ver cómo hasta agora te ha tratado el mundo? Pidíasle reposo, dávate trabajo; pidíasle honra, hazíate infame; pedíasle riquezas, dávate pobreza; pedíasle alegría, dávate tristeza; pidíasle ser suyo y él dávate de mano; pidíasle vida y él dávate muerte. Pues si es verdad que te ha tratado desta manera, ¿por qué lloras por tornar a perderte a su causa? ¡O, mundo immundo, quán lexos estás de lo justo y quán lexos ha de estar de ti el que quiere ser justo; porque naturalmente eres amigo de novedades y enemigo de verdades! Una de las lectiones que el mundo lee a sus hijos es que para ser verdaderos mundanos no han de ser muy verdaderos, lo qual assaz nos muestra la experiencia; porque el hombre que anda muy metido en el mundo siempre ay dél sospecha no ser verdadero. Es el mundo un embaydor de malos, un verdugo de buenos; una sima de vicios, un tyrano de virtudes; un émulo de la paz, un amigo de la guerra; un agua dulce de viciosos, una hiel de virtuosos; un defensor de mentiras, un inventor de novedades; una inquietud de ignorantes y un martillo de maliciosos; un tablero de glotonía y un horno de concupiscencia; finalmente es Caribdin do peligran los coraçones y es Scila do se anegan los pensamientos. Presupuesto que éstas [854] son las condiciones del mundo, ¿es verdad que si algún mundano se quexa estar del mundo descontento que mudará él por esso el estilo? No, por cierto, y la razón desto es porque, si se despide algún mundano de su casa, están diez mil livianos a su puerta.
No sé quál es el hombre cuerdo que con tales condiciones quiere vivir con el mundo, pues son muy pocos los vicios que allí gozamos, respecto de los tormentos que padescemos. Yo no digo que lo oýmos con los oýdos, ni lo leýmos en los libros, sino que lo vemos con nuestros ojos a unos hombres resvalar y perder la hazienda; a otros tropeçar y perder el crédito; a otros caer de ojos y perder la honra; a otros atollar y perder la vida. Y, visto esto todo por todos, ¿piensa cada uno ser libre por previlegio do ninguno fue previlegiado? ¡O!, mi Torquato, de una cosa te hago cierto, y es que son de tan mala yazija los hombres de quien nascimos, es tan fiero animal el mundo con quien vivimos, es tan enconada serpiente la fortuna con quien tratamos; que, a mejor librar, o acoceados de sus pies, o mordidos de sus dientes, o arañados de sus uñas, o enconados de su ponçoña, ninguno toma la muerte, ni menos escapa la vida.
Por ventura me podrás dezir que tú has visto alguno en Roma, el qual passó muy larga vida sin que le mostrasse algún mal siniestro fortuna. A esto te respondo que al tal hombre más le has de tener manzilla que no embidia, ca no es por su dicha sino por su mayor desdicha; porque es el mundo tan malicioso, que a tal tiempo aguarda de armarle la çancadilla, de do después le derrueque con mayor lástima. Más aýna mueren los hombres muy sanos con enfermedad de pocos días que no los hombres secos y flacos con enfermedad de muchos años. Por esta comparación quiero dezir que, pues el hombre no puede escapar ni vivir sin trabajos, más vale que los guste pocos a pocos que no de tropel se le entren por su casa juntos. ¡O!, quán aborrecido deve estar de los immortales dioses el hombre que no sabe qué cosa son en este mundo trabajos; porque sólo aquél deve temer a la fortuna que no sabe a qué sabe fortuna. Pues los dioses lo quisieron permitir, y en tu desdicha uvo de caer, en que te hallasses [855] con más peligro do pensavas estar más seguro, como a hombre desdichado razón es te apliquemos algún socrocio porque no pierdas la fama buena, pues has perdido la hazienda mala.
Dime, yo te ruego, Torquato: ¿por qué te quexas como enfermo?, ¿por qué das bozes como loco?, ¿por qué sospiras como desesperado?, y ¿por qué lloras como niño? ¿Saliste del camino y quéxaste averle errado? ¿Navegas por las mares bravas y maravíllaste que te envistan las ondas? ¿Subiste por el rebentón y congóxaste de que te cansas? ¿Entraste por las çarças y no quieres que se te rompan las ropas? ¿Caminas por los pedregales y escandalízaste de que tropieças? ¿En el risco más alto de la montaña pensaste allí tener más segura la vida? Por esto que he dicho quiero dezir que el obstinado servicio que heziste al mundo, ¿pensaste que te le avían de pagar los dioses del cielo? ¿Quieres tú que la fortuna te dé un salvoconduto, siendo como ella es enemiga de muchos, no te le podiendo dar naturaleza que es madre de todos? ¡O!, mi Torquato, lo que no te puede prometer naturaleza, tu piadosa madre, ¿pensavas que te lo avía de dar la fortuna, que es tu muy injusta madrastra? ¿Impossible es que para siempre nos prometa la mar seguridad, el cielo serenidad, el verano nieves y el invierno flores? Por cierto, no. Nota, nota, amigo mío Torquato, que todos los cursos naturales son subjetos a mudança cada año, pero todos los mundanos han de padecer eclipsi cada momento. Pues los bienes naturales no pueden estar siempre en un ser, siendo necessarios, justa cosa es perezcan los bienes de fortuna, pues son superfluos. Muy injustos fueran los dioses si lo que es en daño de tantos hizieran perpetuo, y lo que es en provecho de todos criaran caduco.
No quiero traer a la memoria más la prosperidad que tuviste en el tiempo passado, sino que tratemos de cómo te trata fortuna en el tiempo presente. La sospechosa fortuna quando a tu puerta hazía almoneda, ella sabiendo lo que vendía y tú no conociendo lo que compravas, diote lo caro barato y lo barato te vendió caro; diote lo agro por dulce y lo dulce te tornó agro; lo malo te dio por bueno y lo bueno te tornó por malo; finalmente engañóte en el justo precio, tú no pensando [856] que recebías engaño. No podemos menos hazer los que sin passión este caso emos de juzgar, sino que, si condenamos a la fortuna de maliciosa en el vender, emos de notar a ti de simple en el comprar; porque en la tienda de la fortuna toda mercadería es sospechosa. ¡O!, tristes de nosotros (digo los que con el mundo tratamos), ca no se venden sino mentiras en esta feria, y no se fían sino sobre prendas de nuestra fama, no se pagan sino con el escote de nuestra vida, no nos dan cosa por peso y medida. Los factores desta feria es una gente vagamunda; y lo peor de todo es que, sabiendo como saben que con la fortuna han de perder, a porfía quieren todos de su tienda comprar. Date bien al mundo, ama mucho al mundo, sirve bien al mundo, sigue mucho al mundo, siente bien del mundo; que al fin de la jornada tal qual es el mundo, tal te dan el pago. Querría yo entrar en cuenta no con el mundo, que al fin es mundo, sino con los mundanos amadores del mundo; porque o él es bueno, o él es malo. Si el mundo para ellos es bueno, ¿de qué se quexan?; si el mundo les es malo, ¿por qué le siguen? No pueden (aunque quieren) dexar de confessar uno de dos errores en que están los mundanos caýdos, conviene a saber: que sirven a mal amo o murmuran de buen señor. Dime, amigo mío Torcato, ¿qué es lo que esperavas, pues al mundo tanto tiempo rostro hazías?
Treynta y dos años serviste al mundo y estuviste en su gracia; tiempo era ya que entre ti y él uviesse alguna renzilla. Entre abuelos y nietos, entre padres y hijos, entre tíos y sobrinos vemos grandes debates cada día, ¿y pensavas tú que entre ti y la fortuna la paz avía de ser perpetua? A Belo, rey de los assirios, no le dio sino siete años de prosperidad; a la reyna Semíramis, solos seys; a Labela, rey de los lacedemonios, cinco; al rey de los caldeos, quatro; al Magno Alexandro, tres; a Amílcar, el gran cartaginense, dos; y a nuestro Gayo romano, sólo uno; y a infinitos otros no les dio ninguno. Si el mundo fuesse pacífico, ya no sería mundo; si el mundo fuesse constante, ya no sería mundo; si el mundo fuesse sobrio, ya no sería mundo; si el mundo fuesse verdadero, ya no sería mundo; si el mundo fuesse corregible, ya no sería mundo; finalmente digo que no por otra cosa es el mundo mundo, sino porque [857] con verdad no ay en él cosa digna de ser amada, ni ay cosa que no merezca ser reprehendida. Si tú fueras cuerdo y conocieras algo del mundo, en todo el discurso de los treynta años nunca comieras sin cuydado, ni anduvieras sin cautelas, ni hablaras sin sospecha, ni dormieras sin sobresalto, ni aun te fiaras de qualquier amigo; porque los hombres avisados siempre piensan en que sus enemigos los pueden engañar, en que ellos mismos pueden errar y en que la fortuna los puede empecer.
Yo no sé si está en ser dichoso el mundo o está en ser locos los mundanos, ca si un estraño, o un vezino, o un pariente, o un amigo, o nuestro proprio hermano nos enoja no nos queriendo enojar, jamás aunque nos lo ruega le queremos perdonar; y al mundo, que a sabiendas nos persigue, no le dexamos de seguir, por manera que contra los mosquitos sacamos la espada y a los elefantes queremos matar con una aguja. No ay igual mal en el mundo que es pensar que todas las cosas tiene el mundo en estremo; porque si estamos baxos, siempre sospiramos por subir; si estamos altos, siempre lloramos con temor de caer. Tiene tantos despeñaderos el mundo, y sabemos tan mal tenernos en ellos los mundanos, que, apenas somos caýdos, quando de pies y manos de los vicios nos vemos atados, do nuestra libertad corre tanto peligro. Tiénenos el mundo presos en tan rezio cativerio, a que todos nuestros males con un bramido como bestias los mostramos sentir, pero no como hombres los osamos dezir. No sé en qué está esto, ca veo a unos que se van a caer, veo a otros se querrían remediar, veo a muchos que se querrían valer, veo a todos que se saben quexar; pero al fin no veo a ninguno que se sepa valer.
Estas pocas cosas te he escripto no por más de que vivas de aquí adelante con mayor cuydado, que, como tú sabes, no te digo aquí cosa de la qual no tenga larga esperiencia. El potro que me embiaste salió muy bueno, en especial en el parar de la carrera es muy agraciado. Aý te embió dos mil sextercios con que al presente remedies tus trabajos. Avida oportunidad de lo que toca a tu destierro, yo lo despacharé en el Senado. No te digo más, sino que la consolación de los dioses y el [858] amor de los hombres sea contigo, Torcato; la assechança de los malos y la yra de las furias se aparten de mí, Marco. Mi Faustina te saluda, y de su parte y de la mía a tu suegra Sophonisa y a tu hija Amilda nos recomienda. Marco del monte Celio escrive a ti, Torcato, de su propria mano. [859]


Capítulo XLIII

Que los príncipes y grandes señores no deven ser amigos de juglares y truhanes, y de las leyes que los romanos en este caso tenían hechas.

Ligurgo, Prometeo, Solón y Numa Pompilio, famosos inventores y dadores que fueron de leyes, una de las cosas en que mostraron la sotileza de sus juyzios y el zelo que tenían a sus pueblos fue en ordenarles tales leyes, que les enseñassen no sólo lo que avían de hazer, mas aun de lo que se avían de guardar; porque los expertos y grandes médicos más mérito tienen en preservarnos a que no enfermemos, que no en sanarnos después que enfermamos. Plutarco en su Apotémata nunca acaba de engrandescer a los lacedemones, diziendo que en el tiempo que guardaron sus leyes fueron los más estimados entre los griegos, y después que las quebrantaron fueron los más viles vassallos que tenían los romanos. No consiste la felicidad o infelicidad de los reynos en tener buenas o malas leyes, sino en tener buenos o malos príncipes; porque muy poco nos aprovecha la ley justa si tenemos al rey injusto. Sexto Cheronense en la Vida de Nerva dize que, teniendo guerra los romanos y los griegos, como los embaxadores de ambas naciones competiessen en Rodas sobre quál dellos atraería a los ródanos para que fuessen sus amigos y les diessen favor contra sus enemigos, dixo el enbaxador griego al embaxador romano: «No os avéys de igualar los romanos con los griegos, pues es verdad que dende Roma fuistes por leyes a Grecia.» Respondió el embaxador romano: «Yo te confiesso que dende Roma embiamos por leyes a Grecia, pero no me negarás que dende Grecia truxistes los vicios a Roma; y dígote [860] de verdad que sin comparación nos dañaron más vuestros vicios que nos aprovecharon vuestras leyes.»
Plutarco en una epístola que escrive a Trajano dize estas palabras:
«Escrívesme, Sereníssimo Príncipe, que te has ocupado en ordenar unas leyes nuevas. Más quisiera que te ocuparas en guardar y hazer guardar las leyes antiguas; porque muy poco aprovecha estar el archivo lleno de buenas leyes y que esté la república llena de malas costumbres. A muy pocos príncipes he visto que para hazer leyes no tengan abilidad y para guardarlas no sientan en ellos flaqueza. Y tenemos desto exemplo, ca Nero fue el que hizo mejores leyes en Roma y el que después fue de vida más corrupta; porque muchas vezes permiten los dioses que por manos de algunos hombres malos sean compellidos otros hombres a ser buenos. (Dize más Plutarco.) Si quieres, Sereníssimo Príncipe, fiar tu delicado juyzio de mi pobre consejo, yo te sumaré en muy breves palabras todas las leyes antiguas. Muy breves, muy pocas y muy suaves leyes te embiaré, y éstas no serán para que las pregones en Roma, sino para que las tengas en tu casa; porque si tú has hecho leyes para todos, yo las quiero hazer para ti.
La primera ley es que de tal manera seas guardado, a que no te puedan notar de algún notable vicio; porque si el príncipe es virtuoso, ninguno en su casa osará ser dissoluto.
La segunda ley es que ygualmente guardes justicia al que viene de lexos tierra como al que es muy propinquo a tu persona; porque a tus criados y privados más vale que les repartas de tu hazienda propria que no que les des la justicia ajena.
La tercera ley es que te precies de ser verdadero y que no te tomen en posessión de hablar largo; porque los príncipes que en sus palabras son inciertos y en sus promessas son sospechosos, desampararlos han los amigos y burlarán dellos los enemigos.
La quarta ley es que seas en las condiciones muy manso y en agradecer los servicios muy cuydadoso; porque a los [861] príncipes dessabridos y desgradecidos los dioses los castigan y los hombres los aborrecen.
La quinta ley es que huyas como de pestilencia tener cabe ti a truhanes y lisongeros; porque los tales con su mala vida perturbarán la república y con sus lisonjas escurescerán tu fama.
Si tú, serenísssimo príncipe, quisieres estas cinco leyes guardar, no ternás necessidad de más leyes hazer; porque no ay necessidad de otra ley en la república sino ver que el príncipe es de buena vida.»
Esto, pues, fue lo que Plutarco escrivió a Trajano, y que cada virtuoso deve tener en su coraçón escripto. He querido incidentalmente tocar esta hystoria no por más de aprovecharme de la última ley, do dize que los príncipes no admitan a su conversación lisonjeros ni truhanes, de los quales es razón digamos agora alguna palabra, pues ay muchos hombres que con éstos pierden el tiempo y gastan la hazienda.
En el tiempo que Roma estava muy corregida, dos oficios fueron muy aceptos a los romanos, es a saber: los gladiatores, que eran como hombres que torneavan y muchos dellos con las armas se matavan; y la causa de inventar este juego fue para que los mancebos y los hombres no expertos en la guerra viessen allí espadas sacadas, lanças agudas, desarmar ballestas, darse de cuchilladas, sangre derramada, fieras heridas y hombres muertos; porque desta manera perdían allí el miedo y para yr a la guerra cobravan grande ánimo. El hombre que ha passado un vado, aunque sea de noche se atreve a le passar; mas el que no le ha passado, aunque sea de día, no se atreve a entrar. Quiero dezir que eran muy cuerdos los romanos en mostrar a sus fijos los peligros antes que los metiessen en ellos; porque ésta es la diferencia que ay de un coraçón tímido a otro que es animoso: en que el uno huye de una rueca y el otro no se espanta de una espada. El segundo oficio acepto a los romanos era el de los histriones y pantomimos, que son los truhanes y los que juegan farsas. Éste inventaron ellos para regozijar y alegrar la gente, mayormente a la gente de guerra, a la qual mucho festejavan a la yda y mucho más a la [862] venida; porque de pensar los romanos que con tanta gloria avían de ser rescebidos, yvan con determinación de alcançar la victoria o de morir en la batalla. Los antiguos y verdaderos romanos tenían tanta vigilancia en la policía de sus pueblos, que si consentían truhanes y truhanerías, burlas y a los que burlavan, juegos y a los que jugavan; no era por sobra de vanidad, ni por falta de gravedad, sino que por apartar a los plebeyos a que no se aviciassen en hazer otros particulares juegos querían que todos los plazeres se tomassen juntos.
No sin causa dixe que en común se tomavan los plazeres, es a saber: que ningún romano podía en particular jugar juegos, hazer combites, representar farsas, ni hazer algunas fiestas más de lo que holgava la república, por manera que en Roma a solas trabajavan y juntos se holgavan. Pluguiesse al immenso Dios que tal y tan excelente costumbre romana se pasasse a nuestra christiana república; pero ¡ay, dolor! que ya indiferentemente ricos y pobres, y grandes y pequeños, juegan farsas y corren toros, hazen justas, ordenan combites, sacan divisas, festejan damas, gastan en banquetes, arman justas y inventan fiestas; las quales cosas todas redundan en daño de la república, en destrución de la hazienda y aun en corrupción de la persona; porque de los particulares passatiempos nacen en los hombres vicios proprios.
Servían también en Roma los juglares y truhanes para las grandes fiestas de los dioses, que como los romanos eran tan grandes cultores de sus dioses y tan cuydadosos de sus templos, todos los modos y maneras que podían hallar buscavan para festejarlos. Y de verdad ésta era permissión divina, porque, siendo como eran de burla aquellos dioses, querían que fuessen festejados por hombres burladores. Blondo, en el tercero libro De Roma triumphante, pone algo de lo que he dicho y lo más de lo que quiero dezir, es a saber: que los romanos no menos dieron leyes a los juglares que se andavan burlando por Roma, que a los capitanes que estavan peleando en la guerra; porque a los truhanes y juglares, si les dexavan exercitar oficios de burla, mandávanles que hiziessen las vidas de veras. Entre otras, éstas eran las leyes que tenían los romanos con sus histriones y truhanes: [863]
La primera ley era que mandavan que fuessen todos conocidos y examinados a ver si eran hombres prudentes y sabios; porque tanto quanto más eran los oficios livianos, tanto más querían que estuviessen en poder de hombres cuerdos.
La segunda ley era que los mandavan examinar a ver si eran ábiles y graciosos para exercitar sus oficios, y a la verdad también en esto como en lo otro tenían mucha razón; porque tan loco es como el mismo loco el que escucha a un truhán frío.
La tercera ley era que no se permitía en Roma a ningún truhán o juglar exercitar los tales oficios sin que supiessen otros oficios, por manera que solas las fiestas se ocupavan en burlar y dar plazer, y todos los otros días en sus proprias casas avían de trabajar.
La quarta ley era que ningún truhán o juglar so pena de grandes penas osasse en sus representaciones dezir algunas malicias, y de verdad esta ley para los truhanes y juglares era muy necessaria; porque muchas vezes los que se huelgan con sus liviandades son pocos y los que se quexan de sus malicias son muchos.
La quinta ley era que ningún truhán o juglar fuesse osado de hazer representaciones o dezir donayres en casas particulares, sino en lugares públicos; porque de otra manera los que las dezían se hazían ociosos y los que las oýan se tornavan viciosos.
No contentos los romanos de aver hecho estas leyes, ordenaron que los juglares y truhanes por ninguna representación que uviessen fecho, o por alguna gracia que uviessen dicho no fuessen osados de recebir ningún dinero; y, para evitar sus quexas y satisfazer a sus burlas, tassaron para cada lugar mil sextercios, y éstos que del erario público fuessen pagados. Mucho por cierto es de loar la providencia de los romanos en acordarse de dar manera de vivir a los truhanes y juglares, como la davan a los oficiales de Roma y a los capitanes de la guerra; y no menos en esto que en otra grave cosa mostravan ellos su prudencia, porque un governador de república más trabajo le es corregir a dos locos que governar a cien cuerdos. [864]


Capítulo XLIV

De cómo fueron algunos truhanes en los tiempos antiguos castigados, y de los juglares y truhanes de nuestros tiempos.

Julio Capitolino, en el libro De moribus antiquorum, dize que antiguamente los truhanes y juglares fueron en muy gran precio tenidos, y no les neguemos que no tenían razón, pues con ellos honravan a sus dioses, tomavan sus plazeres, regozijavan sus fiestas; eran hombres agudos, eran muy graciosos, eran honestos y no importunos ni cobdiciosos; porque ninguna gracia ni sazón puede tener la burla si luego se ha de echar mano a la bolsa para pagarla. Hallámosla acotada, pero no la hallamos entera una solemne oración que hizo Cicerón en el Senado increpando mucho a los senadores y a todo el pueblo porque, haziendo un truhán unas representaciones, uvo cierto bullicio; y este truhán se llamava Roscio, el qual fue en Roma tan estimado, a que de mejor gana oýan los romanos lo que Roscio dezía de burla que no lo que Cicerón dezía de veras. No pocas vezes contendían entre sí este juglar Roscio y Tullio sobre quál dellos era de más alto ingenio, es a saber: Roscio en representar una cosa con diversos gestos, o Tullio en dezir una misma sentencia por diversas palabras. Quando leý en Julio Capitolino lo que se ha dicho, no dexaré de confessar mi innocencia, en que a la sazón me tomó no poca risa, de ver que Roscio, siendo príncipe de la locura, se ponía a competir con Tullio, que era padre de la eloqüencia.
Como todas las cosas muy poco permanezcan en un ser, sino que de un día a otro las veamos mudar, peresció entre [865] los romanos la policía de la república, la disciplina de la guerra, la criança de los hijos, el exercicio de los mancebos y la honestidad de los histriones y truhanes; los quales vinieron a ser tan absolutos y tan dissolutos, que muchas vezes fueron ocasión de levantar en los pueblos grandes escándalos. Visto por los romanos que los truhanes que los solían servir con plazeres les davan ya pesares; y que, mandándoles residir en sus oficios, se tornavan vagabundos; y que, tratándolos como a cuerdos, vivían de chocarreros; y que, no contentos con lo que les davan del erario, andavan cohechando a cada uno; determinaron entre sí todos los de Roma que a todos los truhanes y juglares alançassen de la república. Sobre este alançar a los juglares de Roma uvo muchas variedades en ella, porque los príncipes bien disciplinados luego los alançavan, y los príncipes dissolutos luego los tornavan; de manera que una de las señales que tenían en Roma para conocer a un príncipe virtuoso o vicioso era ver si substentava a los truhanes en el pueblo.
Plutharco en su Apothémata dize que los lacedemonios jamás en su república consentieron truhanes ni juglares; y, preguntado un lacedemonio por un embaxador ródano qué fuesse la ocasión de hazer aquella ley, pues los juglares davan plazer con lo que representavan y los truhanes hazían reýr con lo que dezían, respondió: «Algún gran daño oyó, o vio, o leyó Ligurgo que devían hazer los truhanes en la república, pues contra ellos hizo esta ley tan estrecha; pero lo que yo sé es que muy mejor nos hallamos los griegos de llorar con los sabios que no se hallaron los romanos de reýr con los locos.» Dión en la Vida de Trajano cuenta que vino a Roma un juglar de las partes de África que era cosa monstruosa ver lo que representava, y cosa de admiración oýr lo que dezía; y, como rogassen al buen Emperador Trajano que fuesse servido de le oýr, respondió: «No conviene a la auctoridad del príncipe grave y virtuoso que en su presencia se haga ningún acto liviano; porque en tal caso no menos será él notado de liviano que el otro acusado de loco. (E dixo más.) Delante de los príncipes ninguno ha de ser osado dezir palabras desonestas, ni hazer representaciones livianas; y en tal caso tanta pena [866] merescen los que los traen como los que las representan; porque a los príncipes nunca les han de poner delante cosas que los combiden a los vicios, sino con que los despierten a ser virtuosos.» Palabras fueron éstas dignas por cierto de tal varón.
Cuenta Suetonio Tranquilo en la Vida de Augusto que avía en Roma un truhán assaz ingenioso y gracioso. Llamávase Estephanio, y fue el caso que un día de fiesta, queriendo al Emperador hazer servicio a fin que de aquel servicio se le siguiesse algún provecho, fuesse a palacio en hábito de muchacho, y tornó otra vez en vestiduras de matrona romana, y contrahazía tan al natural cada cosa, que no parescía ser él que assí lo representava, sino ser la misma cosa que representava. Mucho se enojó el Emperador Augusto de lo que este truhán avía hecho, y mandó que luego le açotassen en tres teatros. Y, como se quexase que a los vagabundos açotavan una vez y a él mandavan açotar tres, respondió Augusto: «La una vez le açotan por la injuria que hizo a la matrona que representava; la segunda vez le açotan por el desacato que tuvo en osar delante mí representarlo; la tercera vez le açotan por el tiempo que hizo perder a los que lo miravan; porque los truhanes y juglares no merescen tanta culpa por las burlas y juegos que hazen, quanto por el tiempo que ellos y los otros en ellas pierden.» Por cierto el castigo que se dio a aquel truhán fue justo, y las palabras que el buen Augusto dixo fueron justíssimas.
Otro truhán uvo en tiempo del mismo Augusto que avía nombre Pilas, y como el Emperador tenía de Roma desterrados a todos los truhanes, era este Pilas tan gracioso y tan regozijado, que con mucha instancia rogaron al Emperador le alçasse el destierro, el qual ruego no hizieran si desterraran algún filósofo; porque los hombres vanos y livianos antes emplearán quanto tienen por uno que les dize una locura que no por el que les enseña y corrige la vida. Condescendió el Emperador Augusto a lo que le rogava el pueblo, y esto con condición que a Pilas, aquel truhán, le diessen un ayo el qual le pudiesse corregir y castigar como a loco, diziendo que, pues los sabios tomavan a los locos por maestros, él quería también que los locos tuviessen por maestros a los sabios. Fue [867] el caso que, como un día el que tenía cargo del truhán Pilas le riñese por cierta liviandad que avía hecho, o por alguna deshonestidad que avía dicho, enojóse y ayróse el Pilas contra aquél que se lo avía dicho; lo qual sabido por el Emperador, mandóle açotar y para siempre desterrar. Quando Augusto dio esta sentencia, dizen que dixo esta palabra: «Ha sido Roma poderosa a dar fin de sus enemigos y no ha de ser en acabar a los truhanes y locos; y (lo que es peor de todo) que tienen ellos ánimo para nos lastimar y no hemos nosotros de ser osados de los reprehender.»
Mucha razón tuvieron los lacedemonios y los romanos en alimpiar a sus repúblicas de truhanes y juglares; porque éstos son ociosos, viciosos, desonestos y maliciosos, y para la república no poco dañosos. ¿Por ventura no son los truhanes ombres ociosos, pues ellos más que otros comen siempre de sudores ajenos? ¿Por ventura no los podremos llamar viciosos, pues no pueden exercitar sus oficios sino exercitándose en los vicios y tratando con hombres viciosos? ¿Por ventura no se llamarán los truhanes hombres deshonestos, pues no ganan de comer por hazer obras buenas, sino por dezir palabras deshonestas? ¿Por ventura no los llamaremos maliciosos, pues es común costumbre entre los truhanes de que les faltan las gracias acogerse a dezir malicias? ¿Por ventura no diremos, y con mucha razón, que son inútiles y desaprovechados para la república, pues en pago de avernos tornado locos nos llevan nuestros dineros?
Ha venido el mundo a tanta demencia y corrupción, que assí como los hombres graves y cuerdos tienen por afrenta hablar con hombres inquietos y vanos, assí los señores de estado tienen por grandeza tener en su casa a un truhán chocarrero. Si parasse en esto el negocio, aún podríase dissimular; pero ¿qué diremos?, que a las vezes son los señores tan vanos y los truhanes tan agudos, que más cuydado tienen los señores de los contentar que no ellos de a sus señores servir. Acontesce lo que no devría acontescer, y es que en casa de un señor manda más un loco a cabo de un año que ninguno de los que están en casa, aunque sea criado antiguo, por manera que son más aceptas las locuras de uno que los servicios de todos. [868] Vergüença es de lo dezir, y no menos de lo escrivir, que son tan vanos los hijos de vanidad, que assí grangean y sobornan a un truhán para que delante el príncipe les sea propicio, como si fuesse un Cicerón para que orasse por él en el Senado. Torpedad es de ingenio, poquedad de persona, baxeza de coraçón y menosprecio de la fama querer ninguno por manos de locos negociar alguna cosa; porque no le deve sobrar mucha cordura al que en el favor de un truhán pone su esperança.
¿Qué me queda que dezir después de aver dicho esto que quiero dezir? Y es que sólo porque diga un truhán en público «Ha la gala de Fulano. ¡Viva!, ¡viva su generosa persona!», sin más ni más le dan un sayón de seda; y, partidos de allí, si entran en una iglesia, no darán al pobre una blanca. ¡O, qué descuydo de príncipes!, ¡o, qué vanidad de señores, que sobre a los truhanes y falte a los pobres, que aya para el mundo y no para Christo, den a los que piden por amor de su amiga y no den a los que piden por su ánima!; lo qual no devía de ser assí; porque el cavallero que es christiano y no mundano más ha de querer que le abonen los pobres en la muerte que no le alaben los truhanes en la vida. ¿Qué aprovecha para el ánima (ni aun para el cuerpo) que te loen los truhanes por el sayón que les diste y te acusen los pobres por el pan que les negaste? ¿Por ventura aprovecharte ha tanto en que vaya un truhán delante el príncipe vestido de una librea nueva, quanto te dañará el pobre delante de Dios al qual negaste una camisa vieja? Amonesto, exorto y requiero en Jesú Crucificado a todos los cavalleros christianos, miren mucho lo que gastan y con quién lo gastan; lo que dan y a quién lo dan; lo que niegan y a quién lo niegan; porque acerca de los buenos príncipes más aceptas han de ser las necessidades de los pobres que no las gracias de los truhanes. Dad como quisiéredes y repartid como mandáredes, que el día de la muerte quanto reýstes con los truhanes por lo que les distes, tanto lloraréys con los pobres por lo que les negastes. Para aquella hora postrera, grave pena le será al que muere ver de una parte las carnes de los huérfanos desnudas y de la otra parte ver a los truhanes cargados de sus ropas. [869]
De una cosa estoy espantado, y es que indiferentemente cada uno se puede tornar loco sin que le vaya ninguno a la mano, y (lo que es peor de todo) que si una vez se torna uno loco o chocarrero, no abasta después todo el mundo para hazerle tornar a tener seso. A la verdad el tal, aunque no tiene razón, a lo menos tiene ocasión, pues gana él mejor de comer holgando que otros arando y cosiendo. Descuydo es de los que goviernan y improvidencia de la república que un mancebo sano y agudo, dispuesto, rezio y esforçado, no más de porque dize torpedades y chocarrerías y lisonjas, y se anda de casa en casa y de mesa en mesa perdiendo tiempo, luego digan todos que es el más sabroso loquillo del mundo. Otro mal ay en este caso, y es que la misma desgracia no es tan desgraciada a las vezes como ellos, y -ora sean sabrosos, ora sean dessabridos- al cabo todos se quedan en la república por locos. ¿Qué igual locura puede ser la suya con la liviandad de nosotros, pues no menos les pagamos por fríos y desgraciados que por graciosos y sabrosos? ¿No consentían los romanos en sus repúblicas a juglares graciosos y consentimos los christianos en nuestras casas a truhanes fríos? Averiguado está que más peca el que peca con una fea que no con una hermosa, y el que se emborracha con mal vino que no con bueno; y por semejante de mayor culpa son dignos los que pierden tiempo con juglares fríos que con juglares graciosos; porque con un hombre gracioso súfrese tener un poco de passatiempo. [870]


Capítulo XLV

De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a Lamberto, governador de Ponto, en la qual le haze saber cómo ha desterrado a todos los truhanes de Roma y se los embía a aquella ysla. Divídela el auctor en tres capítulos. Es letra muy notable para los que tienen por magnificencia tener un loco en su compañía.

Marco Aurelio, único Emperador romano, señor de la Asia, confederado con la Europa, amigo de los afros y enemigo de los mauros; a ti, Lamberto, governador de la ysla del Ponto, salud a tu persona y amor con los dioses te dessea.
De los aforros que me embiaste ando aforrado, y del baltheo que me presentaste ando vestido, y de los perros de caça estoy muy contento; porque es todo ello tan bueno, que se huelga el cuerpo en gozarlo, y los ojos en mirarlo, y aun el coraçón en agradescerlo. Embiéte a pedir pocas cosas, y las que pedía eran de burla, y parésceme que tú embiásteme muchas y muy de veras, en el qual caso te uviste no como criado, sino como amigo; porque oficio de los buenos y generosos coraçones es ofrescer a sus amigos no sólo lo que les piden, mas aun lo que piensan que les querrían pedir. Por cierto que proporcionaste tú mejor el servicio con tu nobleza que no yo la demanda con mi cobdicia; porque (si te acuerdas) yo te embié a pedir doze aforros, y tú embiásteme doze dozenas; mostré tener gana de unos seys perros de caça, y tú embiásteme doze, los mejores que avía en la ysla. Ha suscedido este caso en tal manera, que yo gano honra y tú cobras buena fama; porque en lo poco que yo pedí verán mi poca cobdicia y en lo mucho que tú embiaste verán tu mucha largueza. [871] Lo que me embiaste te tengo en servicio, y a los dioses ruego siempre te den buen hado, que, como tú sabes, los beneficios sabemos agradescerlos, mas no tenemos poderío para pagarlos; porque el hombre que se atreve a rescebir de otro algún beneficio, oblígase a ser su perpetuo esclavo. Yo no puedo ser tu esclavo, pero seré tu amigo; y huelga desto más que de lo otro; porque, siendo siervo, servirte ýa con temor; mas, siendo amigo, aprovecharte he con amor.
Veniendo, pues, al caso de la ocasión porque agora te escrivo es que, como vees, aý te embío tres naos cargadas de truhanes y de maestros de farsas y locos; y no te los embío todos, porque si te embiara a todos los locos que ay en Roma, de gentes estrangeras oviéramos de poblar toda la tierra. El oficio que éstos tenían era en que los truhanes dezían gracias y aun malicias a las mesas, otros tañían rodajas en las bodas, otros cantavan y contavan donayres a las puertas, otros representavan farsas en las plaças, otros entravan a las matronas romanas con nuevas, otros componían y leýan libros de locuras, y aún yo te juro por Hércules que no faltavan oyentes en aquellas escuelas. Hágote saber, Lanberto, que se han dado essos truhanes tan buena maña en enseñar locura, y la juventud romana se ha cevado tanto en aprenderla, que si los maestros cupieron en tres naos, no cabrían los discípulos en ciento. De una cosa estoy maravillado, y aún aýna diría de los dioses escandalizado, y es: ¿por qué los torvellinos derruecan las casas?, ¿por qué los aguaduchos llevan las puentes?, ¿por qué las eladas yelan las viñas?, ¿por qué los rayos rompen las torres?, ¿por qué los terremotos derruecan los edificios?, ¿por qué los ayres corruptos matan a los hombres cuerdos?; y, junto con esto, ¿por qué no ay una pestilencia que acabe a los locos? ¡O!, triste de ti, Roma, que quien bien te mirare y curiosamente te escudriñare verá en ti que capitanes fuertes, senadores honestos, censores justos, oficiales fieles y príncipes virtuosos, todos éstos te faltan; solamente truhanes, locos y juglares te sobran.
¡O!, qué servicio harías a los dioses, y qué provecho a nuestra madre Roma, si por tres naos de locos nos embiasses siquiera un barco de hombres cuerdos. No quisiera dezirlo, pero al [872] fin no lo dexaré de dezir, y es que yo he visto locos, oýdo he muchas locuras, pero jamás vi tan gran loco ni menos oý tan sobrada locura como a muchos generosos de Roma y Italia que tienen por estado y grandeza tener un truhán en su casa. Yo tengo por más loco al hombre que se precia de mantener a un loco que no a esse mismo loco; porque el loco tiene respecto de cuerdo, pues se llega al cuerdo; mas el cuerdo tiene indicios de loco, pues se allega al loco. ¿Para qué buscan los honbres cosas de burla, pues todo lo deste mundo es una burla burlada? ¿Para qué buscamos locos, pues todo lo que dezimos y hazemos es una porfiada locura? ¿Para qué buscamos truhanes que nos digan donayres fingidos, pues nuestros trabajos no son fingidos sino verdaderos? ¿Para qué holgamos con los que nos lisongean con mentira, pues no ay quien nos diga ni una verdad sola? ¿Para qué buscamos locos fingidos, pues todos los más de nosotros somos locos verdaderos? Veo yo a muchos en Roma que, aun tratando con hombres honestos, son ellos dissolutos; tratando con sabios, son ellos simples; tratando con prudentes, son inconsiderados; y, tratando con locos, ¿piensa alguno que han de ser ellos cuerdos? Si tratáremos con piadosos, piadosos seremos; si tratáremos con crueles, crueles seremos; si tratáremos con mentirosos, mentirosos seremos; si tratáremos con verdaderos, verdaderos seremos; y, si tratáremos con locos, locos seremos; porque quales son los maestros que tenemos y las doctrinas que oýmos, tales son las sciencias que aprendemos y las obras que hazemos.
Dionisio Siracusano, famoso tyrano que fue en Sicilia, dixo a Diógenes el philósopho: «Dime, Diógenes, ¿qué condiciones de gentes han de tener los hombres en su casa y con qué personas han de repartir su hazienda?» Respondióle Diógenes: «El hombre cuerdo, para que viva en paz en su república y para que no vea mal gozo de su hazienda, no deve dar de comer, ni se deve acompañar, sino de los viejos porque le aconsejen y de los moços porque le sirvan, de los amigos porque le favorezcan y de los pobres porque le loen.» Loó mucho el tyrano Dionisio lo que dixo aquel philósopho, pero no supo aprovecharse de aquel consejo; porque, si se mostrava tyrano [873] en el robar, también se mostrava indiscreto en el gastar. Presupuesto que sea verdad lo que dixo Diógenes el philósopho (conviene a saber: que a los ancianos, a los siervos, a los amigos y a los pobres hemos de dar de comer), veamos si por algunas destas razones será justo que se dé de comer a los truhanes.
Lo primero, parésceme que es bien escusado pensar que los truhanes son capazes de darnos consejos, pues no los tienen para sí mismos; porque los hombres que por su voluntad se hizieron locos sería gran locura tratarlos como cuerdos. Lo segundo, parésceme que es pensamiento vano pensar que los truhanes nos han de servir como siervos; porque estos malaventurados sólo por huyr el trabajo tomaron oficio tan inominioso. Lo tercero, paresce cosa vergonçosa y de gran afrenta determinarse algún hombre generoso de tener algún truhán por su familiar amigo, ca los tales ni deven ni pueden ser computados entre los verdaderos amigos, pues nos aman no por lo que valemos, sino por lo que tenemos. Lo quarto, parésceme que es bien escusado pensar que so título de pobres sea justo dar de comer a los truhanes, ca los tales no podemos dezir que tienen pobreza, sino dezir que les falta la riqueza y les sobra la locura. Pues los truhanes y los maestros de farsas para tenerlos por amigos son infames, para tenerlos por servidores son inábiles, para pedirles consejo son imprudentes; parésceme que es cosa liviana gastar con livianos ninguno su hazienda. Como las intenciones sean manifiestas a solos los dioses y muy ocultas a los hombres, no ay cosa en que más los buenos aprueven y manifiesten sus intenciones ser buenas o ser malas, que es en las palabras que dizen y en las compañías que toman. [874]


Capítulo XLVI

En el qual Marco Aurelio prosigue su carta y relata cómo en la ysla de Ponto, do él desterró a los truhanes, halló muchos philósophos enterrados, y pone las causas por que los truhanes fueron desterrados.

Quiero que sepas, Lamberto, que essa tu ysla está con huessos de excellentes varones consagrada, los quales fueron desterrados por príncipes tyranos de Roma. Loan mucho los antiguos a essa ysla, en que se crían en ella piedras ametistas, ciervos mansos, mugeres hermosas, lobos domésticos, perros con cuernos, fructas suaves y fuentes deleytosas; pero yo ni loo, ni dexo de loar estas cosas, las quales gozan los vivos y con las quales quiero cotejar los muertos; porque en más tengo los huessos que cubre la tierra que no las riquezas que cría la ysla. Si no tienes perdido el sentido del odorato, como a mí me huele essa ysla a sabios, assí te hedería a ti Roma a simples; porque, tiempo por tiempo, menos trabajo es sufrir el hedor de un animal podrido que no oýr la plática de un hombre mal considerado.
Quando di fin a las guerras de Asia, víneme por essa ysla, en la qual visité todos los pueblos de los vivos y todos los sepulchros de los philósophos muertos; y dígote en verdad, Lamberto, que fue aquélla una tan enojosa jornada, que se fatigó en ella mucho mi persona, porque por la tierra sufrí muchos trabajos y por la mar me vi en muchos peligros. En essa ciudad de Horbita do tú resides agora, hallarás en medio de la plaça el sepulchro del philósofo Paminio, al qual aprovechó poco la estrecha amistad que tuvo con Ovidio y le dañó mucho la enemistad que tuvo con el Emperador Augusto. [875] A dos millas de Theofonte, so las peñas Arpinas, hallarás el sepulchro del famoso orador Armeno, el qual fue por el cónsul Sila injustamente desterrado; y de verdad, si se derramaron muchas sangres porque Sila no entrasse en Roma, no se lloraron pocas lágrimas quando este philósopho fue desterrado de Italia. En el puerto Argonauto, a la lengua del agua, encima de una roca hallarás los huessos de Coliodro, philósopho recopilador que fue de las leyes antiguas y no poco enemigo de introduzir costumbres nuevas. Fue este buen philósopho desterrado en la prosperidad y furia de los marianos, no por los males que ellos rescibían dél, sino por los vicios que él reprehendía en ellos. En los campos Helinos ay un muy nemoroso soto, dentro del qual están los huessos de Philipo Septeno, que en las siete artes liberales era tan docto como si él mismo las uviera compuesto; fue desterrado por el Emperador Nero, a causa que, como él era tan crudo en la república, persuadíale este philósopho a tener clemencia. En los mismos campos Helinos, fuera del bosque, a la parte del mediodía hallarás el sepulchro del philósopho Vulturno, varón en la astrología muy docto, pero paréceme que poco aprovechó para su destierro, el qual fue desterrado por el mal fortunado de Marco Antonio. No fue desterrado este philósopho porque le quisiera desterrar Marco Antonio, ca no estava dél ofendido, sino que su amiga Cleopatra le tenía por émulo y mortal enemigo; porque las mugeres que viven de mala manera muchas vezes vengan sus coraçones apassionados por manos de sus proprios amigos. Otros muchos sepulchros vi en essa ysla, los nombres de los quales, aunque los tengo en una escritura, no se me ofrecen a la memoria. Basta que a ley de bueno te juro, y en pena de no ser creýdo me ofrezco, si como lo he dicho no lo hallares assí todo.
Dígote verdad, Lamberto, que, visitando aquellos sepulcros sus discípulos, no les tuvieran más obediencia siendo vivos que yo les tenía siendo muertos; y aún es verdad que en todo aquel tiempo estuvieron mis ojos tan bañados en agua como sus huessos estavan cubiertos de tierra. No fueron desterrados estos philósophos por vilezas que cometiessen sus personas, ni por escándalos que cometiessen en sus repúblicas, [876] sino que el demérito de nuestros padres mereció ellos ser privados de compañía de tan excellentes philósophos, y nosotros sus hijos carecer de los huessos de tan famosos sabios. No sé quál es mayor: la embidia que tengo a essa tu ysla, o la compassión que tengo a esta mísera Roma; porque la una es immortal con las sepulturas de los muertos y la otra es infame con las vidas de los vivos.
Mucho te ruego como amigo, y te mando como a criado, que las immunidades que yo di a essa ysla se las guardes sin quebrantarles ni una sola; porque es justo, immo justíssimo, sean privilegiadas de los vivos ciudades pobladas de tales muertos. Desse centurio sabrás muy bien por entero todo lo que a essos presos con nosotros y a nosotros con ellos ha acontescido; porque si escriviesse el triste caso assí como passó de facto, a mí sería trabajo escrevirlo y a ti sería fastidio leerlo. Abaste al presente dezir que el día de la gran solennidad de la madre Verecinta se levantó un tan gran escándalo en Roma por ocasión de los truhanes y pantomimos, que a ley de bueno te juro fue más la sangre que por las plaças quedó derramada, que no el vino que se bevió en aquella fiesta. Y no pienses que digo poco en dezir que fue tanta la sangre que se derramó, como el vino que se bevió; que, como tú sabes, son ya venidos a tanta demencia los ciudadanos de Roma, que el hombre que aquel día estava más borracho, dezían que aquél avía a los dioses hecho mayor sacrificio.
En mucho tengo las crueldades que aquel día vi con mis proprios ojos, pero en mucho más tengo lo que de nosotros dirán en los reynos estraños; porque los hombres vergonçosos y de coraçones generosos no tienen en tanto rescebir una cruda herida, quanto si el que se la dio es hombre de poca manera. Mucha diferencia ay en las redes con que se caçan las aves, y no menos la ay entre los cevos con que se pescan los peces. Quiero dezir que muy diferente es el cuchillo que rompe las carnes del cuchillo que lastima las entrañas; porque las heridas del cuerpo cúranlas los çurujanos, pero las ansias del coraçón solos los dioses son dellas médicos. Roma, nunca vencida de cuerdos, la vi allí acoceada de truhanes. Roma, a los muros de la qual jamás pudieron llegar los [877] cartaginenses, allí vieras sus plaças armadas de truhanes. Roma, la que triumphava de todos los reynos, allí triumphavan della los pantomimos. Finalmente a Roma, que en otro tiempo dava leyes a los bárbaros, allí la vimos hecha esclava de locos.
Estoy en este caso tan lastimado, que ni sé lo que me digo, ni menos lo que me escrivo. Una cosa me consuela, y es que, pues Roma y sus romanos no se consuelan sino con locos, ella y sus hijos no sea castigada sino por las manos de locos. No me parece que en esto la agravian los dioses, que, pues ella con los truhanes se reýa de burla, algún día llorasse con los pantomimos de veras. Podrásme tú dezir, Lamberto, que pues los príncipes somos obligados con todos a tener igual la justicia, por qué dissimulamos en otros muchos escándalos que hizieron de veras y no perdonamos a estos pobres juglares, pues todo lo que inventaron fue cosa de burla. Yo te prometo que, si no uviera más desso que tú piensas, por grave que fue su culpa, todavía fuera mayor mi clemencia; pero yo no los destierro tanto por las sangres que derramaron, quanto por los juyzios que pervertieron. Tórnote otra vez a dezir que no los destierro tanto por ocasionadores de algunas muertes, quanto por maestros de muchas mentiras. Sin comparación es mayor ofensa a los dioses, y mayor daño para la república, en quitar como quitan los truhanes el seso a los hombres cuerdos, que no lo que hazen los homicianos en quitar la vida a sus enemigos. Todo el fin de los pantomimos, de los juglares, de los gladiatores y de los truhanes es persuadir a los hombres a que siempre hablen en burla, traten en burla y desechen de sí tristeza; y todo esto es por cohecharles algo de su hazienda, en el qual caso digo que pluguiesse a los dioses que se contentassen con la hazienda y no nos robassen la cordura.
Scipión el Africano, después que uvo concluydo todas las guerras de África, andávase por Roma no acompañado de los esforçados capitanes, sino de los hambrientos truhanes, lo qual, como lo viesse un philósopho, dixo a Scipión estas palabras: «¡O!, Scipión, según lo mucho que de ti dezían, y según lo poco que en ti vemos, mejor te fuera morir en África que no venir en Roma; porque en absencia tus hazañas nos [878] espantavan y en presencia tus liviandades nos escandalizan. Gran infamia es a ti, y no poco desacato al Sacro Senado, que, aviendo tú vencido a príncipes tan poderosos en África, oses tú andar acompañado de solos truhanes y locos por Roma. Hágote, Scipión, saber que no tuvo tanto peligro tu vida entre los enemigos, quanto tiene agora tu honra entre los locos.» Fueron éstas palabras muy buenas, aunque de la malicia humana muy mal rescebidas; porque a poco tiempo aquel pobre viejo, aunque rico philósopho, fue por los amigos de Scipión desterrado de toda Italia y llevado a essa ysla. [879]


Capítulo XLVII

En el qual Marco Aurelio concluye su carta y pone la causa y el tiempo que la primera vez fueron admitidos los truhanes y juglares en Roma, y de muchos dellos que fueron muy ricos.

Después que essos maestros de farsas y truhanes uvieren tomado tierra en essa ysla, dexarles has andar libres, y no les tomarás cosa de su hazienda, y (junto con esto) ternás cuydado de avisarlos a que no sean osados de exercitar sus oficios; porque, si intentassen de hazer lo contrario, las vidas que acá les perdonamos en Roma, tú se las podrás quitar allá en la ysla. Una cosa te encomiendo, y ruégote no la pongas en olvido, conviene a saber: que los constriñas a los trabajos, y por ninguna manera los consientas andar ociosos; porque la ociosidad es madre de todos los vicios que ay en una persona y de todos los escándalos que se levantan en la república. Pues nosotros no sabemos sino trabajar, y los truhanes no saben sino holgar, diría yo que con más razón podían ellos dezir que nosotros no somos cuerdos, que no dezirles a ellos que son locos; porque injustamente se pueden llamar locos los que se dan maña en comer de sudores agenos.
Visto lo poco en que a los truhanes tenemos, y considerando lo mucho que nosotros presumimos, a ley de bueno te juro, Lamberto, que con más razón burlen ellos de nuestras obras que nosotros nos riamos de sus palabras; porque mejor se aprovechan de nuestra hazienda que nos aprovechamos nosotros de su locura. En el año de dozientos y deziséys de la fundación de Roma, vino en Italia una cruda pestilencia, la qual después de passada acordaron de contar no los millares de [880] hombres que eran muertos, sino los pocos que quedaron vivos. Estando, pues, Roma tan sola y Italia tan assolada, no por más de por dar a la gente alegría y que la ciudad no quedasse tan despoblada, fueron los primeros theatros inventados y la primera vez que fueron los truhanes admitidos; porque hasta aquellos tiempos no sabían otra cosa los romanos sino ofrecer a los dioses sacrificios en los templos y pelear contra sus enemigos en los campos.
¡O!, cosa lastimosa de oýr, en que duró aquella pestilencia inguinaria solos dos años y ha durado la rabia y locura de los pantomimos y truhanes más de quatrocientos. Pluguiera a los immortales dioses que los pocos que quedaron los acabara aquella pestilencia, y no que tan mala gente y tan abominables costumbres se introduxeran en Roma; porque muy mejor le era a nuestra madre Roma que le faltassen los vezinos que no le sobrassen los truhanes y pantomimos. Bien sé, Lamberto, que essos prisioneros van de mí muy quexosos, y las quexas que acá tuvieron principio, allá no ternán fin; pero a mí se me da muy poco dello, porque no son otra cosa las querellas de los malos sino aprovar las justicias que en ellos hizieron los buenos. Los príncipes en lo que mandan, y los juezes en lo que executan, muy poco se han de dar de todas las quexas que dellos pueden tener, con tal que la causa esté justificada y (so color de justicia) a ninguno hagan sinjusticia. En las alabanças que nos dizen para tomar dellas gloria, y en los vituperios con que nos improperan para tomar dellos pena, mucho han de mirar los hombres prudentes quién es el que lo dize, y si es verdad lo que dize, y qué crédito tiene para lo dezir; porque si se tiene por afrenta ser uno vituperado del bueno, también es no poca infamia ser loado del malo.
Después que los hados en este mundo me pusieron, no he visto cosa menos útile a la república, ni mayor liviandad de livianos, ni peor invención de vagabundos, ni más fría recreación de mortales, que es la que se toma con pantomimos y juglares. ¿Qué cosa más monstruosa puede ser que baste la liviandad de un liviano a desplomar el seso de muchos cuerdos? ¿Qué mayor ludibrio puede ser que se tengan todos por dicho que el dicho de un frío loco se ha de festejar con risas de [881] muchos cuerdos? ¿Qué mayor escándalo puede ser que en las casas de los generosos romanos estén siempre las puertas abiertas para los locos y los hombres prudentes las hallen siempre cerradas? ¿Qué crueldad puede ser mayor en Roma que los senadores y ombres ricos den más a un juglar o truhán por una gracia que le dixeron, que dan a los criados por los servicios que les hizeron? ¿Qué mayor robo puede ser que a las guarniciones que están en el Illírico falte y a los truhanes de Roma sobre? ¿Qué igual afrenta puede recebir Roma, que en los tiempos passados mayores estados y memorias dexaron en Italia los pantomimos y truhanes ganados con rodajas y sonitos, que no dexaron muchos capitanes con sus triunfos y armas?
Mira, pues, Lamberto qué diferencia ay de los capitanes a los truhanes, que quando los unos andavan por Roma sembrando sus liviandades de puerta en puerta, los otros yvan de reyno en reyno consumiendo sus haziendas, aventurando sus vidas, peleando con gentes bárbaras y derramando sus sangres proprias. En la Ulterior España, como los celtiberios tuviessen guerra con los gaditanos, acontesció que a los de Celtiberia les faltó al mejor tiempo la moneda, y dos pantomimos se ofrecieron a sustentar por dos años toda la guerra con su hazienda propria, por manera que con las riquezas de dos locos fueron vencidos muchos cuerdos. Quando las amazonas enseñoreavan la Asia, entonces edificaron ellas el gran templo de Diana y, según dizen las historias, sólo con lo que ellas tomaron a un pantomimo se construyó aquel generosíssimo templo. Si las historias de los egypcios no nos engañan, el rey Cadino, que con cien puertas a la gran Thebas edificó, para edificio tan monstruoso no le dieron tanto todos sus amigos y vassallos, quanto le dieron solos dos pantomimos. Quando el buen Emperador Augusto reedificó los muros de Roma (los quales eran de ladrillo, y los hizo él de piedra), para tan costoso y prolixo edificio, más eredó de dos truhanes que se ahogaron en el río, que no le socorrieron del erario, ni le dieron de todo el pueblo. Estando yo en la ciudad de Corintho, vi un sepulchro antiguo, el qual dezían los corinthos estar allí sepultado el su rey primero, y deste rey dizen los historiadores [882] que fue un luchador, otros dizen que fue un hostalero, otros dizen que fue un juglar. Sea lo que fuere, que él tenía oficio de burla y ganóse un reyno de veras. Mira, pues, Lamberto, quánto son los descuydos de los dioses, y quán varios son los casos de la fortuna, y en quán poco se han de tener los bienes desta vida, pues assí se hazen unos memorables por locos, como otros por cuerdos. Una sola cosa de los truhanes me ha caýdo en gracia, es a saber: que en presencia hazen reýr a todos con las locuras que dizen, y de que se van queda cada uno triste por las ropas y dineros que llevan. Por cierto es muy justa sentencia de los dioses los que tomaron vano plazer juntos, lloren la pérdida después apartados.
No quiero más escrevirte al presente, sino que esta letra te embío en griego escripta porque la puedas leer a todos en toda la ysla. Despacharás luego las naos, porque han de llevar provisiones al Illírico. Paz sea contigo, Lamberto; salud y mansa fortuna sea comigo, Marco. El Senado te saluda y la prorrogación de la governación por otro año te enbía. En las calendas de Jano dirás el gaude felix acostumbrado. Mi Faustina te saluda; aý te embía para tu hija una cinta muy rica. En pago de los oficios embíote dos joyeles ricos, y dos cavallos ligeros, y una librança de quatro mil sextercios. Marco del monte Celio te escrive de su propria mano. [883]


Capítulo XLVIII

Que los príncipes y grandes señores deven acordarse que son mortales, y ni porque tengan muchos regalos en la vida, no por esso han de escusarse de saber a qué sabe la sepultura. Pone aquí el auctor notables palabras para no temer la muerte.

Cleóbolo y Bitón fueron hijos de una famosa muger, la qual era sacerdotissa de la diosa Juno, y, como se llegasse el día de la gran solenidad de aquella diosa, aparejaron los hijos un carro en que la sacerdotissa, su madre, fuesse al templo; porque tenían en costumbre los griegos que el día que los sacerdotes avían de ofrescer solemnes sacrificios, o avían de yr en braços, o los avían de llevar en carros. Acatavan tanto sus templos, tenían en tanto sus sacrificios y honravan tanto a sus sacerdotes, que, si algún sacerdote ponía los pies en el suelo, no le consentían aquel día ofrescer sacrificio. Fue, pues, el caso, que, caminando aquella sacerdotissa en su carro, y sus hijos Cleóbolo y Bitón con ella por el camino, súbitamente se cayeron muertos los animales que llevavan el carro bien x millas antes que llegassen al templo de la diosa Juno. Visto que los animales eran muertos, y que la madre no podía yr a pie, y que el carro estava parado, y que no avía otros animales a mano, determinaron los hijos como buenos hijos de tomar a cuestas el yugo, y ceñirse las coyundas, y tirar y llevar aquel carro como si fueran bestias. Y assí fue que, como su madre los truxo en el vientre cada nueve meses, ellos llevaron a ella y al carro diez millas. Como yvan muchos y de diversas partes a la gran fiesta de la diosa Juno, y vieron a Cleóbolo y a Bitón yr uñidos al carro, y llevar en él a su madre al templo, fueron [884] dello muy maravillados, y dezían ser aquellos moços merescedores de grandes premios. Y de verdad justamente lo dezían y ellos lo merescían, porque en tanto se ha de tener el exemplo que davan a que cada hijo reverencie a su padre, como en llevar de aquella manera a su madre. Después que se uvo acabado aquella fiesta, no sabiendo la madre con qué pagar a sus hijos tan buena obra, rogó con muchas lágrimas a la diosa Juno acabasse con los otros dioses sus compañeros que tuviessen por bien de dar a aquellos sus dos hijos la mejor cosa que los dioses suelen dar a sus amigos. Respondióle la diosa Juno que ella era contenta de lo suplicar, y que ella y los otros dioses serían también contentos de lo hazer, y el galardón que por este eroico hecho dieron fue que Cleóbolo y Bitón se acostaron a dormir sanos y otro día los dos amanescieron muertos. Sintiendo mucho la madre la muerte de los hijos, y quexándose a los dioses de los mismos dioses, díxole la diosa Juno: «Si te quexas, no tienes razón de te quexar, pues te dimos lo que pediste y pediste lo que te dimos. Yo soy diosa y tú eres mi sacerdotissa, y a esta causa dieron los dioses a tus fijos la cosa que es a ellos más cara, y ésta es la muerte; porque nosotros los dioses la mayor vengança que tomamos de nuestros enemigos es dexarlos mucho vivir y la mejor cosa que tenemos guardada para nuestros amigos es hazerlos presto morir.» Es auctor desta hystoria Hizearcho en su Política, y Cicerón en el primero de las Tusculanas.
En la ysla de Delphos, do estava el oráculo de Apolo, avía allí un templo sumptuosíssimo, el qual con la gran antigüedad de tiempo se yva todo a caer al suelo, como acontesce a todos los edificios superbos que de tiempo a tiempo no son reparados; porque, si los muros, y omenages, y castillos, y casas fuertes supiessen hablar, también se quexarían porque no los renuevan como se quexan los viejos de que no los regalan. Trifonio y Agamendo eran dos varones griegos, y entre los griegos por hombres sabios y ricos tenidos, los quales se fueron para el templo de Apolo y edificáronle todo de nuevo, y esto con trabajo de sus personas y con gran gasto de sus haziendas. Acabado el edificio del templo, díxoles el dios Apolo que se tenía dellos por muy servido y que en [885] remuneración de su trabajo le pidiessen alguna cosa, que de voluntad les sería otorgada, porque los dioses tenían en costumbre por pocos servicios hazer muchas mercedes. Triphonio y Agamendo respondieron al dios Apolo que ellos por su voluntad, ni por su trabajo, ni por su costa, no le pedían otro premio sino que tuviesse por bien de darles la cosa que al hombre mejor se puede dar y al mismo ombre le esté mejor, diziendo que los míseros hombres ni son poderosos para evitar el mal, ni tienen prudencia para elegir el bien. Respondió el dios Apolo que era contento de pagarles el servicio que le avían hecho y de otorgarles lo que le avían pedido, y fue el caso que, tres días después que passó esto, ya que Triphonio y Agamendo avían solemnemente comido, súbitamente se cayeron los dos juntos muertos a la puerta del templo, por manera que fue el premio de su trabajo sacarles deste trabajo.
El fin de contar estos dos exemplos es para que conozcan todos los mortales que no ay cosa tan buena en la vida como es quando se acaba la vida; y, si en el dexar no es sabrosa, es a lo menos muy provechosa; porque a un caminante acusarle ýamos de gran imprudencia si, yendo sudando por el camino, se pusiesse a cantar, y después, por aver acabado la jornada, se tomasse a llorar. ¿Por ventura no es loco el que va navegando si le pesa de que llega al puerto? ¿Por ventura no es simple el que da la batalla y suspira porque alcançó la victoria? ¿Por ventura no es más vano el que estando en un gran aprieto le pesa de ser socorrido? Pues muy más imprudente, innocente, vano y loco es el que, caminando para la muerte, le pesa de topar con la muerte; porque la muerte es el refugio verdadero, la sanidad perfecta, el puerto seguro, la victoria entera, la carne sin huesso, el pescado sin espina, el grano sin paja; finalmente después de la muerte, ni tenemos que llorar, ni menos que dessear.
En tiempo del Emperador Adriano murió una matrona muy generosa y que del Emperador era parienta, y un filósofo llamado Segundo hizo una oración a sus exequias muy solenníssima, en la qual dixo muchos males de la vida y muchos bienes de la muerte, y, como el Emperador le preguntasse qué cosa es muerte, respondió el philósopho: «La muerte es un eterno sueño, una dissolución de cuerpos, un espanto de ricos, un [886] desseo de pobres, un caso inevitable, una peregrinación incierta, un ladrón del hombre, una madre del sueño, una sombra de vida, un apartamiento de vivos, una compañía de muertos, una resolución de todos, un remate de trabajos y un fin de vagabundos desseos; finalmente es la muerte un verdugo de los malos y sumo premio de buenos.» Bien habló este philósopho, y no obraría mal el que pensasse profundamente en lo que dixo; porque si una gotera cava en una piedra dura, no es menos sino que el pensamiento de la muerte nos hará emendar la vida.
Séneca en una epístola cuenta de un philósopho que avía nombre Basso, al qual, como le preguntassen qué mal avía en la muerte porque los hombres temían tanto la muerte, respondió: «Si algún daño o miedo se recresce en el que se quiere morir, no es propriedad de la muerte, sino vicio del que muere.» Conforme a lo que este philósopho dixo, podemos nosotros dezir que, assí como el sordo no puede juzgar de las consonancias, ni el ciego de las colores, tampoco puede el que nunca gustó la muerte dezir mal de la muerte; porque de todos los que son muertos ninguno se quexa de la muerte y de los pocos que son vivos todos se quexan de la vida.
Si algunos de los muertos tornassen acá a hablar con los vivos, y como quien lo ha experimentado nos dixessen si ay algún mal en la muerte secreto, razón sería tener de la muerte algún espanto, pero porque un hombre que ni vio, ni oyó, ni sintió, ni gustó jamás la muerte nos diga mal de la muerte, ¿por esso emos de aborrecer la muerte? Algún mal deven tener hecho en la vida los que temen y dizen mal de la muerte; porque en aquella postrera hora y en aquel estrecho juyzio es do los buenos son conoscidos y los malos descubiertos. Ni a príncipes, ni a cavalleros; ni a ricos, ni a pobres; ni a sanos, ni a enfermos; ni a prósperos, ni a abatidos: a ninguno veo de los vivos con sus estados estar contentos, si no son los muertos, los quales en sus sepulchros están en paz y quietos, en que ya ni son avaros, codiciosos, superbos, perezosos, vanos, ambiciosos, ni vagabundos, por manera que el estado de los muertos deve ser el más seguro, pues a ninguno vemos con él estar descontento. [887]
Pues los que están pobres buscan con que se enrriquescer, y los que están tristes buscan con que se alegrar, y los que están enfermos buscan con que sanar, ¿por qué los que tienen a la muerte tanto temor no buscan algún remedio para no la temer? Diría yo en este caso que se ocupe en bien vivir el que no quiere temer morir, porque la innocente vida haze ser la muerte segura. Preguntado el divino Platón por Sócrates cómo se avía avido con la vida y cómo se avría con la muerte, respondió: «Hágote saber, Sócrates, que en la mocedad trabajé por bien vivir y en la vejez trabajé por bien morir; y como la vida ha sido honesta y espero la muerte con alegría, ni tengo pena en vivir, ni terné temor de morir.» Fueron por cierto estas palabras dignas de tal varón.
Mucho se sienten los hombres sentidos quando han trabajado y no les pagan su sudor, quando ellos son fieles y no corresponden a su fidelidad, quando a sus muchos servicios les son los amigos ingratos, quando son honrados y no les dan lugares honrosos; porque los generosos y valerosos coraçones no sienten ellos perder el fruto de su trabajo, pero sienten mucho no les reconoscer que han trabajado. ¡O, bienaventurados los que mueren, los quales sin esta afrenta y sin esta pena se está cada uno en su sepultura!; porque en aquel tribunal guárdase a todos tan igualmente la justicia, que en el mismo lugar que merescimos en la vida, en aquél nos colocan después de la muerte. Jamás uvo, ni ay, ni avrá juez tan justo, ni en la justicia tan recatado, que el premio diesse por peso y la pena por medida, sino que algunas vezes castigan a los innocentes y absuelven a los condenados, agravian al que está sin culpa y dissimulan con el culpado; porque muy poco aprovecha al pleyteante que le sobre justicia si al que es su juez le falta conciencia. No es assí, por cierto, en la muerte, sino que se han de tener todos por dicho que el que tuviere buena justicia, segura terná por sí la sentencia.
En tiempo que era censor en Roma el gran Catón Censorino, murió un muy famoso romano, y en su muerte mostró grave esfuerço, y como otros romanos loassen el esfuerço que avía tenido y las palabras que avía dicho, Catón Censorino rióse de lo que dezían y de lo que loavan. Y, preguntado la [888] causa de su risa, respondió: «Espantáysos de que yo me río, y yo ríome de que os espantáys; porque, considerados los trabajos y peligros con que vivimos, y la seguridad y quietud con que morimos, yo digo que es menester más esfuerço para vivir que no osadía para morir.» Es auctor desto Plutarco en su Apotémata. No podemos negar sino que como hombre sabio habló Catón Censorino, pues vemos cada día a personas virtuosas y vergonçosas passar hambre, frío, sed, cansancio, pobreza, afrentas, tristezas, enemistades y infortunios, las quales cosas todas les valdría más ver el fin dellas en un día, que no sufrirlas cada hora; porque menos mal es una muerte honesta que no una vida enojosa.
¡O!, quán inconsiderados son los hombres en pensar que no más de una vez se han de morir, como sea verdad que el día que nascemos comiença nuestra muerte y el día postrero nos acabamos de morir. Si no es otra cosa la muerte sino acabar alguna cosa la vida, razón ay para dezir que murió nuestra infancia, murió nuestra puericia, murió nuestra juventud, murió nuestra viril edad, y muere y morirá nuestra senetud. De lo qual podemos collegir que morimos cada año, cada mes, cada día, cada hora y cada momento, por manera que, pensando traer la vida segura, anda con nosotros la muerte rebuelta. No sé yo por qué los hombres se espantan tanto de morir, pues desde el punto que nascen alguna otra cosa no andan a buscar; porque jamás faltó a alguno tiempo para se morir, ni jamás supo alguno este camino errar.
Séneca en una epístola cuenta que, llorando una romana a un hijo suyo que se le avía muerto muy mancebo, le dixo un philósopho: «¿Por qué lloras, muger, a tu hijo?» Respondió ella: «Lloro porque vivió xxv años y quisiera que viviera cincuenta; porque las madres amamos tan de coraçón a nuestros hijos, que ni nos hartamos de los mirar, ni jamás acabamos de los llorar.» Díxole entonces el philósopho: «Dime, yo te ruego, muger, ¿por qué no te quexas de los dioses por no aver hecho a tu hijo muchos años antes nascer, como te quexas que no le dexaron otros cincuenta años más vivir? ¿Lloras que murió temprano y no lloras que nasció tan tarde? Dígote verdad, muger, que si no te acuerdas de entristecer por lo [889] uno, tampoco deves llorar por lo otro; porque sin determinación de los dioses, ni podemos abreviar la muerte, ni menos alargar la vida.» Conforme a lo que dixo este philósopho, dezía también Plinio en una epístola que la mejor ley que los dioses avían dado a la naturaleza humana era que ninguno tuviesse la vida perpetua; porque con el desordenado desseo de vivir vida larga, nunca holgaríamos de salir desta pena.
Disputando dos philósophos delante el gran Emperador Theodosio, en que el uno se estremava en dezir que era bueno procurar la muerte, y el otro por semejante dezía ser cosa necessaria aborrecer la vida, tomando la mano el buen Theodosio, dixo: «Somos tan estremados todos los mortales en el aborrecer y en el amar, que, so color de amar mucho la vida, nos damos muy mala vida; porque sufrimos tantas cosas por conservarla, que valdría alguna vez más perderla. (E dixo más.) En tanta locura han venido muchos hombres vanos, que también por temor de la muerte procuran de acelerar la muerte, y teniendo consideración a esto sería yo de parescer que ni amemos mucho la vida, ni con desesperación busquemos la muerte; porque los hombres fuertes y valerosos ni han de aborrescer la vida en quanto durare, ni pesarles con la muerte quando viniere.» Todos loaron lo que Theodosio dixo, según dize en su Vida Paulo Diáchono.
Hable cada uno lo que mandare y aconsejen los philósofos lo que quisieren, que de mi pobre juyzio aquél sólo rescibirá la muerte sin pena, el qual mucho antes se apareja a rescebirla; porque toda muerte repentina no sólo al que la gusta amarga, mas aun al que la oye espanta. Dezía Latancio que de tal manera ha el hombre de vivir como si dende a una hora se uviesse de morir; porque los hombres que tuvieren la muerte delante los ojos es impossible que den lugar aun a malos pensamientos. A mi parescer, y aun al parescer de Apuleyo, ygual locura es desechar lo que no se puede huyr, como dessear lo que no se puede alcançar; y dízese esto por los que rehúsan la jornada de la muerte, do el camino es necessario, pero el bolver es impossible. Los que caminan caminos largos, si algo les falta, piden emprestada a la compañía; si algo olvidan, tornan a la posada; y si no, escriven a sus amigos una carta; pero [890] ¡ay, dolor! que si una vez nos morimos, ni nos dexarán tornar, ni podremos hablar, ni nos consentirán escrevir, sino que tales quales nos hallaren, tales nos sentenciarán, y (lo que más terrible es de todo) que la essecución y la sentencia todo se dará en un día.
Créanme los príncipes y grandes señores, y no dexen para la muerte lo que pueden hazer en vida; no esperen en lo que mandaren, sino en lo que uvieren hecho; no confíen en obras agenas, sino en las obras proprias; porque al fin más les valdrá un solo suspiro que todos los amigos del mundo. Aviso, ruego y exorto a todos los hombres cuerdos, y a mí con ellos, que de tal manera vivamos en que a la hora de la muerte podamos dezir que vivimos; y no podemos dezir que vivimos quando no vivimos bien, porque el tiempo que gastaremos sin provecho todo nos le darán por ninguno. [891]


Capítulo XLIX

De la muerte de Marco Aurelio Emperador, y de cómo son muy pocos los amigos que osan dezir las verdades a los enfermos, y toca aquí el auctor quán dignos son de reprehender los que estando sanos no se aparejan para morir.

Viejo ya Marco Aurelio Emperador, no sólo por la mucha edad que tenía, mas aun por los grandes trabajos que avía passado en la guerra, fue el caso que en el año xviii de su imperio, y lxii de su nascimiento, y de la fundación de Roma de quinientos y xliiii, estando en la guerra de Pannonia, que agora se llama Ungría, teniendo cercada una ciudad famosa llamada Vendebona; súbitamente le dio una enfermedad de perlesía, la qual fue tal, que él perdió la vida y Roma perdió el príncipe de mejor vida que nasció en ella. Entre los príncipes gentiles otros tuvieron tantas fuerças como él, otros posseyeron más riquezas que no él, otros fueron tan venturosos como él, otros supieron tanto como él; pero ninguno fue de tan excellente y tan corregida vida como él; porque, examinada muy por menudo su vida, ay muchas obras heroycas que imitar y muy pocas viciosas que detraer.
Fue, pues, la ocasión de su muerte que, andando una noche en torno de sus reales con sus centinelas, súbitamente le dio en un braço una enfermedad de perlesía, por manera que dende en adelante ni podía vestir ropa, ni sacar la espada, ni menos tirar la lança. Cargado el buen Emperador de días y no menos de cuydados, encruelesciéndose más el invierno y sobreveniendo muchas aguas y nieves en sus reales, recrecióle otra nueva enfermedad llamada letargia, la qual [892] cosa puso en los bárbaros mucha osadía y en su hueste mucha tristeza; porque assí era amado de todos como si todos fueran sus hijos. Hechas en él todas las experiencias que por medicinas se pueden hallar y todo lo que en semejantes y tan altos príncipes se suele hazer, una ni ninguna cosa le pudo hazer mejorar; y la razón desto era porque la enfermedad en sí era grave, el Emperador era en días cargado, la tierra le era contraria, el tiempo no le ayudava y, sobre todo, el cuydado y tristeza le combatía. Sin comparación es mayor enfermedad la que procede de tristeza que no la que procede de terciana o quartana, y de aquí viene que más fácilmente se cura el que está lleno de umores corruptos, que no el que está cargado de profundos pensamientos.
Estando, pues, el Emperador assí malo en la cama, a que ya no podía fazer ningún exercicio de guerra, como los suyos saliessen fuera de los reales a hazer una cavalgada y los úngaros saliessen también a defendérsela, asiósse entre los unos y los otros una tan cruda pelea, que por ambas partes fue la cosa bien ensangrentada, por manera que, según la crueldad que allí se hizo, a los romanos yva poco en salir con aquella cavalgada y a los pannonios yva mucho menos en resistirla. Oýdo por el Emperador el mal recaudo, en especial que cinco de sus capitanes avían allí muerto, y que él por estar tan malo no se avía podido hallar en ello, diole de súbito en el coraçón una tristeza que pensaron todos en un desmayo aver acabado la vida. Estuvo assí dos días con tres noches, sin querer ver luz del cielo, ni hablar a persona de la tierra, por manera que el calor era grande, el desassossiego mucho, las vascas continuas, la sed rezia, el comer poco, el dormir ninguno y, sobre todo, la cara tenía atericiada y los labrios se le tornavan negros. A tiempos alçava los ojos, otras vezes juntava las manos; callava siempre y suspirava continuo; tenía la lengua gruessa, a que no podía escupir, y los ojos muy húmidos de llorar; por manera que era muy gran compassión ver su muerte, y muy gran lástima ver la confusión de su casa y la perdición de la guerra.
Muchos capitanes valerosos, muchos honrados romanos, muchos criados fieles y muchos amigos antiguos estavan a todas estas cosas presentes, pero ninguno dellos osava al [893] Emperador Marco hablar, lo uno porque le tenían por tan sabio que no sabían qué le aconsejar, lo otro porque estavan tristes, que no se ocupavan sino en llorar; porque los verdaderos y dulces amigos aun antes que mueran merescen ser llorados. Gran compassión se ha de tener de los que mueren, y esto no porque los vemos morir, sino porque no ay quien les diga lo que han de hazer. Los príncipes y grandes señores mayor peligro tienen quando mueren que ninguno de los otros plebeyos; porque el privado que no osa dezir a su señor que se quiere morir, mucho menos le dirá cómo ha de morir y qué son los descargos que ha de hazer. Muchos van a ver los enfermos, los quales pluguiesse a Dios que no fuessen a visitarlos, y la causa desto es que veen al enfermo hundidos los ojos, secas las carnes, los braços sin pulso, la cólera encendida, la calentura continua, el astío rezio, los desmayos a cada passo, la lengua gruessa y la virtud consumida; y, con estar la casa tan arruinada, dizen al enfermo que tenga esperança, que aún tiene muchas señales de vida.
Como los moços naturalmente desseen vivir y a todos los viejos les dé pena el morir, quando se veen en aquella estrecha ora ni desechan alguna medicina, ni les pesa con qualquier esperança de vida, y de aquí se sigue que muchas vezes se mueren los tristes sin aver confessado sus pecados, ni sin mandar restituyr los daños por ellos hechos. ¡O!, si supiessen los que esto hazen quánto mal hazen; porque quitarme a mí uno la hazienda, perseguir mi persona, perturbar mi fama, derrocar mi casa, escandalizar mi familia, desfazer mi parentela y criminar mi vida, estas obras son de crudo enemigo; pero ser ocasión de perder mi ánima, esta obra es del demonio del infierno. Por cierto que es demonio y aún peor que demonio el hombre que engaña al enfermo, al qual, en lugar de ayudarle a bien morir, pónese a lisongearle con el vivir, en la qual jornada el que lo dize gana poco y el que lo cree aventura mucho; porque a las personas mortales más conviene darles consejo conforme a la conciencia que no dezirles palabras de buena criança.
En todas las cosas somos con nuestros amigos desvergonçados en la vida y hazémonos vergonçosos con ellos en la [894] muerte, lo qual no deve ser assí; porque si los passados no fuessen muertos y de los presentes no viéssemos cada día morir, paresce que sería vergüença y aun espanto dezir al enfermo que él solo ha de morir; pero, pues sabes tú tan bien como él, y él lo sabe tan bien como tú, que todos caminan por esta tan peligrosa jornada, ¿qué vergüença has de tener en dezir a tu amigo que está ya al fin della? Si resuscitassen oy los muertos, ¡o, y cómo se quexarían de sus amigos!, y esto no por más de por no averles dado en la muerte buenos consejos; ca, si el enfermo es mi amigo, ¿por ventura hase de morir porque le diga yo que se apareje para bien morir? No, por cierto, sino que muchas vezes vemos por experiencia que los que están muy aparejados para morir escapan y los que están desapercebidos mueren.
Los que van a visitar a los enfermos ¿qué pierden en persuadirles y en aconsejarles que hagan sus testamentos, que confiessen sus pecados, que descarguen sus cargos, que reciban los sacramentos y que se reconcilien con sus enemigos? Por cierto, todas estas cosas ni embotan la lança para vivir, ni cierran la puerta para bien morir. Jamás vi ceguedad tan ciega, ni ignorancia tan crassa, como es tener empacho o vergüença de aconsejar que hagan los enfermos aquello que son obligados de hazer estando sanos. Según que arriba lo hemos dicho, los príncipes y grandes señores son los que en esto mueren y viven más engañados; y la causa es que, como sus criados no han gana de contristarlos, no osan dezirles que están peligrosos; porque los tales criados y privados, con tal que les manden algo en el testamento, muy poco se les da que muera bien, que muera mal su amo. ¡O, qué lástima es ver morir a un príncipe, ver a un señor, ver a un generoso y ver a un rico si no tiene cabe sí algún fiel amigo que le ayude a passar aquel passo! Y no sin causa digo que ha de ser fiel amigo; porque son muchos los que se apegan en la vida a nuestra hazienda y son muy pocos los que en la muerte se encargan de nuestra conciencia.
Los hombres prudentes y sabios, antes que naturaleza les constriña de fuerça a morirse, deven ellos por su voluntad morir, es a saber: que antes que se vean en aquella estrecha [895] hora tengan ordenadas las cosas de su conciencia; porque si tenemos por loco al que quiere passar la mar sin nao, no por cierto ternemos por cuerdo al que le toma la muerte sin algún aparejo. ¿Qué pierde un hombre cuerdo en tener ordenado su testamento? ¿Qué aventura ninguno de su honra en reconciliarse antes que muera con los que tiene odio y malquerencia? ¿Qué pierde de su crédito el que restituye en la vida lo que le han de mandar restituyr en la muerte? ¿En qué se puede mostrar uno ser más cuerdo que en descargar de su grado lo que después le han de sacar por pleyto? ¡O!, quántos príncipes y grandes señores los quales por no se querer ocupar en hazer su testamento un solo día, hizieron después andar en pleyto a sus fijos y erederos toda su vida, por manera que pensando que dexavan bien de comer a sus hijos, no lo dexaron sino para procuradores y abogados.
El hombre que es verdadero y no fingido christiano de tal manera ha de ordenar su hazienda y corregir su vida cada mañana como si no uviesse de llegar a la noche, y en tal estado le ha de tomar la noche como si no uviesse de ver la mañana; porque (hablando la verdad) para sustentar la vida ay infinito trabajo, pero para tropeçar con la muerte no ay ni un tropieço. Si se diere fe a mis palabras, a ninguno aconsejaré yo que en tal estado ose vivir en el qual por todo lo que ay en el mundo el tal no se querría morir. Los ricos y los pobres, los grandes y los pequeños, los generosos y plebeyos, todos dizen y juran que de la muerte son temerosos, a los quales yo digo y aviso y en Jesú Crucificado amonesto que de sólo aquél podemos con verdad dezir que teme la muerte al qual vemos hazer alguna emienda en su vida.
Deven, pues, los príncipes y grandes señores acabar antes que se acaben, fenescer antes que fenezcan, morir antes que se mueran y enterrarse antes que los entierren; porque si esto acaban ellos consigo, con tanta facilidad dexarán la vida como se mudarían de una casa a otra. Por la mayor parte huelgan los hombres hablar de espacio, andar de espacio, bever de espacio, comer de espacio y dormir de espacio; sólo en el morir sufre el hombre ser pressuroso. No sin causa digo que en el morir son pressurosos, pues los vemos hazer los [896] descargos a priessa, ordenar el testamento a priessa, confessarse a priessa, comulgar a priessa; por manera que lo toman y lo piden tan tarde y tan sin sazón, que más les aprovecha ya para complir con la Yglesia, que no a cada uno para la salvación de su ánima.
¿Qué aprovecha el governalle después de anegada la nao? ¿Qué aprovechan las armas después de rota la batalla? ¿Qué aprovechan los socrocios y emplastos después de los hombres muertos? Por esto que he dicho quiero dezir: ¿qué aprovecha, después que los enfermos están de modorra locos, llamar a los confessores a quien confiessen sus pecados? Muy mal, por cierto, se podrá confessar el que no tiene aún juyzio para se arrepentir. ¿Qué aprovecha llamar al escrivano para entender en las cosas de su conciencia, al tiempo que el enfermo tiene ya la habla perdida? No se engañen los hombres, diziendo: «a la vejez nos emendaremos», «a la muerte nos arrepentiremos», «a la muerte nos confessaremos», «a la muerte restituyremos»; porque a mi parescer, ni es de hombres cuerdos, ni menos de buenos christianos querer que les sobre tiempo para pecar y que les falte para se emendar. Pluguiesse a Dios que el tercio del tiempo que los hombres ocupan sólo en pensar cómo han de pecar ocupassen en pensar cómo han de morir, y la solicitud que ponen en emplear sus malos desseos pusiessen en llorar de coraçón sus pecados; pero ¡ay, dolor! que con tanto descuydo passan en vicios y regalos la vida como si no uviesse Dios que algún día les aya de pedir cuenta. Todo el mundo a rienda suelta peca, con esperança que a la vejez se han de emendar y que en la muerte se han de arrepentir; pero querría yo preguntar al que con esta confiança comete el pecado qué certenidad tiene de llegar a viejo, y qué seguridad le han dado de que para morirse terná mucho tiempo; porque, según vemos por experiencia, muchos son los que no llegan a viejos, y muy muchos los que mueren arrebatados.
No cabe en razón y justicia que cometamos tantos pecados en solo un día, que tengamos que llorar toda nuestra vida, y después para llorar todos los pecados de nuestra vida no queramos más espacio de una sola hora. Según es grande la clemencia divina, abasta y aún sobra en una hora para [897] arrepentirnos de nuestra mala vida; pero junto con esto daría yo por consejo, que, pues el pecador para su emienda no toma más de una hora, que no fuesse ésta la hora postrera; porque el suspiro que se da con voluntad penetra los cielos, mas el que se da con necessidad aún no passa los tejados. Apruevo y loo que los que visitan a los enfermos les aconsejen se confiessen, se comulguen, rezen devociones, se encomienden a los sanctos, suspiren por sus pecados; finalmente digo que es muy bueno hazer todo esto, pero digo que es muy mejor tenerlo hecho; porque el diestro y curioso piloto, quando la mar está en calma, entonces se apercibe él para la tormenta.
El que profundamente quisiere considerar en quán poco se han de tener los bienes desta vida, váyase a ver a un hombre rico quando muere qué tal está en la cama, y verá cómo al triste enfermo le pide la muger el dote; la una hija, el tercio; la otra hija, el quinto; el hijo, la mejoría; el yerno, el casamiento; el phísico, la cura; el esclavo, la libertad; los moços, la soldada; los acreedores, la deuda; y (lo que es más de todo) ninguno de los que han de eredar su hazienda es para darles allí una jarra de agua. Los que esto oyeren o leyeren deven considerar que lo que vieron fazer en la muerte de sus vezinos, lo mismo acontescerá a ellos quando estuvieren mortales enfermos; porque luego que un rico cierra los ojos, luego ay grandes contiendas entre sus erederos, y esto no por cierto sobre quién se encargará de su ánima, sino sobre quál dellos tomará la possessión de la hazienda. No quiero en este caso que aplome más mi pluma, pues los ricos y los pobres de todo esto veen cada día esperiencia, y las cosas muy notorias abasta para los discretos acordarlas sin gastar tiempo en persuadirlas.
El Emperador Marco Aurelio tenía un secretario muy sabio y virtuoso, por cuyas manos passavan todos los negocios del Imperio. Este secretario, como vio a su señor tan enfermo y que, estando a la muerte tan propinco, ninguno de sus parientes y amigos le osava hablar claro, acordó él mismo hazerle un razonamiento, en el qual mostró muy bien lo mucho que él valía y lo mucho que a su señor quería. Llamávase este secretario Panucio, de cuyas virtudes y vida habla Sexto Cheronense en la Vida de Marco. [898]


Capítulo L

De lo que el secretario Panucio dixo al Emperador Marco Aurelio a la hora de la muerte. Es por cierto plática digna de tener en la memoria y para leerla a los enfermos que están ya en la hora postrera.

¡O!, Marco, señor mío, ya no ay lengua que calle, ni ojos que dissimulen, ni coraçón que lo sufra, ni razón que lo permita; ca la sangre se me yela, los nervios se me secan, los poros se me abren, el ánima se me arranca y el espíritu se me desmaya. Y la causa de todo esto es ver que los sanos consejos que davas a los otros no los sabes o no los quieres tomar para ti. Véote, señor mío, morir, y muero por no te poder remediar; porque si los dioses pusiessen en almoneda tu vida, por sólo que te alargassen un día de vida, liberalmente daría yo toda mi vida. Si es verdadera o si es fingida la tristeza que en mí reyna, no es necessario que lo diga mi lengua, pues claramente lo conoscerás en mi cara; porque los ojos están hechos arroyos de lágrimas y el coraçón hecho un mar de pensamientos. Mucho siento carecer de tu compañía, mucho siento el daño que de tu muerte se seguirá a la república, mucho siento la soledad que quedará en tu casa, mucho siento perder lo que pierde oy Roma; pero lo que sobre todo más a mi coraçón atormenta es ver como te vi vivir como sabio y verte agora morir como simple.
Dime, yo te ruego, señor: ¿para qué los hombres deprenden a hablar griego, trabajan por entender el ebrayco, sudan en la lengua latina, gastan tanto tiempo en Grecia, mudan tantos maestros, rebuelven tan diversos libros y consumen en los estudios tantos dineros y años, si no es para saber passar la vida [899] con honra y tomar después la muerte con paciencia? El fin porque los hombres han de estudiar ha de ser para deprender bien a vivir; porque no ay otra tan verdadera sciencia como saber el hombre muy bien ordenar su vida. ¿Qué aprovecha saber yo mucho si de aquel saber yo no saco provecho? ¿Qué aprovecha saber hablar todas las lenguas estrañas si no refreno yo mi lengua de hablar en vidas agenas? ¿Qué aprovecha estudiar en muchos libros si no estudio para más de para engañar a mis próximos? ¿Qué aprovecha saber las propriedades de las estrellas y los cursos de los elementos si no me sé guardar de los vicios? Finalmente digo que aprovecha muy poco preciarse uno de ser maestro de sabios y que en secreto le motejen ser discípulo de locos. La summa de toda la philosophía consiste en servir a los dioses y no ofender a los hombres. Pregúntote, Sereníssimo Príncipe: ¿qué aprovecha al piloto saber el arte de marear y después perescer en la tormenta? ¿Qué aprovecha al esforçado capitán blasonar mucho de la guerra y después no saber dar la batalla? ¿Qué aprovecha a la guía enseñar a otros el atajo y después perder él el camino? Todo lo que digo por ti, señor, lo digo, ca ¿qué aprovecha que teniendo entera la vida sospiravas por la muerte, y agora que se te ofrece la muerte estás llorando por la vida? Una de las cosas en que los hombres prudentes muestran su prudencia es en saber amar y saber aborrescer; porque es muy gran poquedad, y aun aýna diría liviandad, amar oy aquello de que blasfemavan ayer, y blasfemar mañana de lo que adoravan oy.
¿Qué príncipe poderoso, ni qué plebeyo abatido uvo, ni pienso avrá en el mundo como tú, que en tan poco tuviesse la vida y tanto bien dixesse de la muerte? ¡Qué cosas escreví yo, siendo tu secretario, de mi propria mano a diversas provincias del mundo, do dezías tantos bienes de la muerte, a que me hazías algunas vezes aborrescer la vida! ¡Qué fue ver aquella carta que escreviste a la generosa Claudina, biuda romana, consolándola de la muerte que murió su marido en la guerra, a la qual ella respondió que dava por bienaventurada su pena por merescer que tú le escriviesses tal carta! ¡Qué tan lastimosas y (junto con esto) sabrosas cosas escreviste a Antígono [900] sobre la muerte del infante Veríssimo, tu muy querido hijo, la muerte del qual sentiste tanto, a que excediste los límites de philósopho, pero al fin con tu mucha cordura alançaste a tu sobrada tristeza! ¡Qué profundas sentencias, qué palabras tan bien ordenadas escreviste en aquel libro intitulado Remedio de tristes, el qual dende la guerra de Asia le embiaste a los senadores de Roma, y esto fue para consolarlos después de una grave pestilencia, y todo el Senado te respondió que no avía hecho tanto daño la pestilencia, quanto provecho después avía hecho tu doctrina! ¡Con qué nuevo género de consolación consolaste a Helio Fábato, el censor, quando se le ahogó su hijo en el río, en que me acuerdo que quando entraste en su casa le hallamos messando y quando nos despedimos le dexamos riendo! Gneo Rústico el bueno, acuérdome que, estando del último mal malo, yéndole tú a visitar dixístele tales cosas, que en el fervor de tus palabras a él se le arrasaron los ojos de lágrimas, y, preguntado por mí qué fuesse la causa de su lloro, dixo: «Hame dicho el Emperador, mi señor, tantos males de lo que pierdo y tantos bienes de lo que espero, que, si lloro, no lloro por la vida que se me acorta, sino por la muerte que se me alarga.» La persona que tú sobre todos más amaste fue Torquato, al qual obedecías como a padre y servías como a maestro; y, estando este tu fiel amigo muy al cabo para morir y muy desseoso de vivir, embiaste tú a ofrecer sacrificios a los dioses no para que le otorgassen la vida, sino para que le abreviassen la muerte. Estando, pues, yo desto espantado, y aun aýna diría escandalizado, queriendo tu nobleza satisfazer a mi ignorancia, me dexiste en secreto: «No te maravilles, Panucio, verme ofrescer por mis amigos sacrificios de muerte y no de vida; porque no ay cosa que el fiel amigo ha de dessear a su verdadero amigo como es verle salido de los muchos trabajos deste mundo.»
¿Por qué piensas, Sereníssimo Príncipe, que te trayo todas estas cosas a la memoria, sino para dezirte que cómo es possible, yo que te vi tanto blasonar de la muerte, te vea agora con tan mala voluntad dexar la vida? Pues los dioses lo mandan, tu edad lo quiere, tu enfermedad lo causa, tu flaca naturaleza lo permite, la triste Roma lo meresce, la engañosa fortuna lo [901] consiente, en hado de nosotros cae que ayas de morir, ¿por qué por te morir te pones a suspirar? Los trabajos que de necessidad han de venir con esforçado coraçón se han de esperar. El coraçón mísero y flaco primero es caýdo que combatido, pero el coraçón denodado en lo más fuerte del peligro allí cobra más esfuerço. Un hombre eres tú que no dos, una muerte deves a los dioses que no dos; pues ¿por qué quieres, siendo uno, pagar por dos, y no más de por una vida quieres tomar dos muertes? Quiero dezir que antes que se acabe la vida te mueres tú de pura tristeza. Después de aver navegado y en la navegación passado tanto peligro, al tiempo que los dioses te aportan a puerto seguro ¿quieres engolfar otra vez en el piélago más peligroso? ¿Sales con victoria de la vida y quieres morir en el alcance de la muerte? ¿Sessenta y dos años peleaste en el campo sin bolver al mundo la cara y témesle agora, encastillado en la sepultura? ¿No te despeñaste del risco en que estavas enrriscado y tropieças agora por el camino seguro? ¿Conosces mejor el daño que ay en el largo vivir y pones agora dubda en el provecho que se sigue del bien morir? ¿Ha gran quantidad de años que a ti la muerte y la muerte a ti estáys desafiados como crudos enemigos, y agora al tiempo de echar mano a las armas quieres huyr y bolver las espaldas? ¿Sessenta y dos años ha que traes bandos con la fortuna y cierras los ojos al tiempo que has de triumphar della?
Por lo que te he dicho quiero dezir que, pues de voluntad no te vemos tomar la muerte presente, tenemos sospecha no aver sido buena tu vida passada; porque el hombre que no ha gana de yr a parescer delante los dioses justos, señal es que deve estar cargado de vicios. ¿Qué has, Sereníssimo Príncipe? ¿Por qué lloras como niño? ¿Por qué suspiras como desesperado? Si lloras porque mueres, a esto te respondo que no rieras tú tanto quando vivías; porque del demasiado reýr en la vida viene el mucho llorar en la muerte. Los exidos de la república ¿quién jamás los aproprió por su eredad propria? La alcavala del viento ¿quién será osado de assegurarla ser juro seguro? Quiero dezir que murieron, mueren y morirán todos, ¿y entre tantos muertos quieres tú vivir solo? ¿Quieres tú alcançar de los dioses aquello porque ellos son dioses, es a saber: [902] que te hagan immortal como a sí mismos? ¿Quieres tú solo tener por privilegio lo que los dioses tienen por naturaleza? Mi juventud pregunta a tu ancianidad: ¿quál es mejor o, por mejor dezir, quál es menos mal: bien morir o mal vivir? Bien vivir yo dubdo que alguno lo pueda alcançar, según los continuos y varios trabajos que cada día entre las manos solemos traer. Sufrir a la continua hambre, frío, sed, soledad, descontentos, disfavores, tentaciones, persecuciones, desdichas, sobresaltos y enfermedades: ésta no se puede llamar vida, sino una muerte prolixa. Con razón llamaremos a esta vida muerte, pues mil vezes estamos aborridos con la vida. Si un hombre anciano hiziesse alarde de su vida desde que salió de las entrañas de su madre hasta que entró en las entrañas de la tierra, y el cuerpo contasse allí todos los dolores que ha passado, y el coraçón descubriesse todos los golpes de fortuna que ha sufrido; imagino que los dioses se maravillassen y los hombres se espantassen de cuerpo que tal ha sufrido y de coraçón que tal ha dissimulado. Yo tengo por más cuerdos a los griegos, que lloran quando nascen los niños y ríen quando mueren los viejos, que no a los romanos, que cantan quando nascen los niños y lloran quando se mueren los viejos. Con mucha razón nos devemos reýr en la muerte de los viejos, pues mueren para reýr; y con mucha más razón emos de llorar quando nascen los niños, pues nascen para llorar. [903]


Capítulo LI

Do el secretario Panucio sigue su plática, y persuade a los que se mueren que por ninguna cosa que dexan en esta vida deven llevar en la muerte pena.

Pues la vida queda sentenciada por mala, no resta sino que aprovemos todos la muerte ser buena. ¡O!, si pluguiesse a los immortales dioses que, como yo te vi muchas vezes esta materia discutir, assí te supiesses agora della aprovechar; pero ¡ay, dolor! que al hombre muy sabio a las vezes le falta más aýna el consejo. Ninguno ha de ser tan amigo de su consejo proprio, que no se deva dexar al parescer ageno; porque el hombre que quiere dar de cabeça y en todas las cosas seguir su parecer téngase por dicho que en todas o en las más ha de errar. ¡O!, Marco, señor mío, pues eres sabio, eres agudo, eres experimentado y eres anciano, ¿por ventura no tenías adevinado que, como enterraste a tantos, alguno avía de enterrar a ti? ¿Qué pensamientos eran los tuyos en pensar que, viendo tú el fin de sus días, no avían de ver otros el fin de tus años? Pues mueres rico, mueres acompañado, mueres honrado, mueres anciano y, sobre todo, mueres en servicio de la república, ¿por qué temes entrar en la sepultura? Siempre fueste amigo de saber assí cosas passadas como cosas ocultas; pues tú has provado ya a qué saben las honras y las deshonras, la riqueza y la pobreza, la prosperidad y la adversidad, el alegría y la tristeza, el amor y el temor, los vicios y los regalos; parésceme que no te queda ya qué saber sino saber a qué sabe la muerte, y aun te juro que aprendas más en una hora de muerte que en cien años de vida. Pues tú eres bueno, presumes de bueno y has vivido como bueno, ¿no vale [904] más que mueras y te vayas para tantos buenos, que no que escapes y vivas entre tantos malos?
Que sientas la muerte no me maravillo, porque eres hombre; pero maravíllome que no la dissimulas, pues eres discreto. Los hombres cuerdos muchas cosas sienten en el coraçón que les dan pena, pero dissimúlanlas de fuera por el pundonor de la honra. Si toda la ponçoña que en un triste coraçón está opilada se derramasse hecha granos por la carne, ni abastarían paredes para arrimarnos, ni uñas para rascarnos. ¿Qué otra cosa es la muerte sino una trampa con que se cierra la tienda ado se venden todas las miserias desta mísera vida? ¿Qué perjuyzio nos hazen los dioses quando nos llevan para sí, sino que de casa pagiza nos mudan a casa nueva? ¿Y qué otra cosa es la sepultura sino un castillo en que nos encastillamos contra los sobresaltos de la vida y contra los baybenes de la fortuna?
Por cierto que te ha de poner más cobdicia lo que hallamos en la muerte, que lástima lo que dexarás en la vida. Si te da pena Helia Fabricia, tu muger, a causa que está moça, no te fatigues, porque bien descuydada está agora ella en Roma del peligro en que tienes tu vida; y al fin, de que lo sepa, pues ella no se congoxará por tú te morir, no te fatigues tú por ella embiudar. Las mugeres moças como ella, y que son casadas con viejos como tú, al tiempo que se les mueren los maridos, los ojos tienen en lo que han de hurtar y el coraçón con el que se han de casar, y (hablando con devido acatamiento) quando más muestran llorar con los ojos, entonces les retoça más la risa en los pechos. No te fíes en pensar que la Emperatriz, tu muger, es moça, y que no hallará otro emperador con quien se case; ca las tales trocarán brocado raýdo por sayal con pelo. Quiero dezir que más quieren a un pastor moço que no a un emperador viejo. Si te pena por los hijos que dexas, yo no sé por qué, que a la verdad, si a ti pesa agora porque mueres, más les pesava a ellos porque vivías. Unica ave fénix es el hijo que no dessea la muerte a su padre, en que si es pobre, por no le mantener; y si es rico, por más presto le heredar. Pues si esto es assí, como de verdad es assí, no me paresce cordura que canten ellos y llores tú. Si te pena dexar los palacios hermosos y los edificios superbos, no te congoxes [905] por ellos, que yo te juro por el dios Júpiter que, pues la muerte acabó a ti a cabo de sessenta años, que el tiempo consuma a ellos a menos de quarenta. Si te congoxa dexar la compañía de tus amigos y vezinos, no tomes tampoco pena por ellos, pues ellos no la tomarán por ti; porque, entre las otras, una de las lástimas que se han de tener a los muertos es que apenas son enterrados quando son olvidados. Si tomas mucha pena por no morir como murieron otros emperadores en Roma, parésceme que deves de ti sacudir esta tristeza; porque bien sabes tú que suele ser Roma con los que más le sirven tan ingrata, que aun el gran Scipión no quiso en ella tener sepultura. Si te pena el morir por dexar tan gran señorío como es dexar el Imperio, no puedo yo pensar que tal vanidad cupiesse en tu juyzio; porque los hombres no bulliciosos y retraýdos, quando escapan de los semejantes oficios, no piensan que pierden la honra, sino que sacuden de sí una muy enojosa carga.
Pues si ninguna destas cosas te han de poner cobdicia de la vida, ¿qué te pena a ti en que se entre por tus puertas la muerte? Por una de dos cosas se les haze de mal a los hombres morir, es a saber: por el amor que tenemos a lo que dexamos o por el temor que tenemos a lo que esperamos. Pues si no ay cosa en esta vida que se deva amar, y tampoco ay cosa en la muerte que con razón se pueda temer, ¿por qué ninguno se teme morir? Según lo que suspiras, según lo que lloras, según la pena que muestras; para mí yo creýdo tengo que la cosa que en tu pensamiento estava agora más olvidada era que te mandassen los dioses pagar esta deuda; porque, dado caso que todos piensen que se les ha de acabar la vida, ninguno cree que verná por ellos presto la muerte. De pensar los hombres que nunca se han de morir, jamás comiençan de sus culpas se emendar, por manera que la vida y la culpa todo ha fin en la sepultura. ¿E tú no sabes, Sereníssimo Príncipe, que en pos de la noche prolixa viene la mañana húmida? ¿E tú no sabes que tras la mañana húmida viene el sol muy claro? ¿E tú no sabes que en pos del sol claro se suele añublar el cielo? ¿Y tú no sabes que en pos del ñublado obscuro viene el bochorno pesado; y en pos del bochorno pesado vienen los [906] truenos espantosos; y en pos de los truenos espantosos vienen los relámpagos repentinos; y en pos de los relámpagos repentinos vienen los rayos peligrosos; y en pos de los rayos peligrosos viene el pedrisco importuno? Finalmente digo que después del tienpo muy tempestuoso suele hazer claro y sereno. La orden que llevan en encruelescerse y en amansarse los tiempos, aquélla llevan en vivir y morirse los hombres; porque en pos de la infancia viene la puericia, y en pos de la puericia viene la juventud, y en pos de la juventud viene la senectud, y en pos de la senetud viene la edad decrépita, y en pos del remate de la edad decrépita viene la muerte temerosa; finalmente tras la muerte temerosa esperamos la vida segura. Muchas vezes lo he leýdo, y no pocas a ti lo he oýdo, que solos los dioses como no tuvieron principio no ternán fin.
Tampoco me paresce, Sereníssimo Príncipe, ser condición de hombres cuerdos dessear vivir muchos años; porque los hombres que mucho dessean vivir, o es porque no han sentido los trabajos passados de puros bovos, o es que dessean más tiempo para darse a los vicios. No deves tener tú esta quexa, ni menos morir con esta lástima, pues no te cortaron en flor de la yerva, ni te apartaron verde del árbol, ni te segaron en la primavera, ni tampoco te comieron en agraz de la viña. Quiero por esto que he dicho dezir que, si al tiempo quando te era más dulce la vida llamara a tu puerta la muerte, aunque no tuvieras razón de te quexar, tuviérasla de te alterar; porque muy de mal se le haze a un moço dezirle que se ha de morir y dexar el mundo. ¿Qué es esto, señor mío? ¿Agora que está la pared desmoronada, la flor marchita, la uva podrida, el diente de neguijón, la ropa apolillada, la vayna seca, la lança embotada y el cuchillo boto, assí tienes desseo de tornar al mundo, como si nunca conoscieras al mundo? ¿Sessenta y dos años has estado preso en la cárcel del cuerpo y ya de antiguos se te quieren caer los grillos, y tú agora de nuevo quieres hazer otros nuevos? Quien no se harta en sessenta y dos años de vivir en esta muerte o de morir en esta vida, no se hartará en sessenta mil.
El Emperador Augusto dezía que, después que los hombres viven cincuenta años, o de su voluntad se avían de morir, [907] o por fuerça se avían de hazer matar; porque todos los que han tenido alguna felicidad humana hasta allí es la cumbre y término della. Lo demás que los hombres viven de aquella edad todo se les passa en enfermedades graves, en muertes de fijos, en pérdidas de hazienda, en importunidades de yernos, en enterrar amigos, en sustentar pleytos, en pagar deudas, en suspirar por lo passado, en llorar lo presente, en dissimular injurias, en oýr lastimosas nuevas y en otros infinitos trabajos, los quales valiera más a ojos cerrados esperarlos en la sepultura, que no teniéndolos abiertos sufrirlos en esta mísera vida. Al que a los cincuenta años llevan los dioses desta triste vida lo más enojoso ahorra de ver della, por manera que todo lo demás que un hombre vive, va cuesta baxo, no caminando sino rodando, y aun tropeçando y cayendo.
¡O!, Marco, señor mío, ¿y tú no sabes que por el camino que va la vida viene la muerte? ¿Y tú no sabes que ha sessenta y dos años que la vida anda huyendo de la muerte y la muerte ha otro tanto que anda en busca de tu vida; y la muerte partiendo del Illírico (do dexa una grave pestilencia) y tú partiendo de tu casa os avéys aquí topado en Pannonia? ¿E tú no sabes que quando de las entrañas de tu madre saliste a enseñorear la tierra, luego la muerte salió de la sepultura en busca de tu vida? Tú siempre presumiste no sólo ser honrado, mas aun honroso; pues si esto es assí, ¿por qué como honravas a los embaxadores de los príncipes que te los embiavan por su provecho, por qué no honras a ésta que te embían los dioses más por tu provecho que no por su servicio?
Bien te acordarás que, quando Vulcano, mi yerno, me entoxicó, y esto más con cobdicia de mi hazienda que no con desseo de mi vida, tú, señor mío, me fueste a la cama a consolar; y me dixiste que los dioses eran crueles en matar a los moços y eran piadosos en llevar a los viejos; y aún me dixiste más: «Consuélate, Panucio, y no te congoxes en dexar al mundo; porque si naciste para morir, agora mueres para vivir.» Pues, Sereníssimo Príncipe, lo que me dixiste, te digo; lo que me aconsejaste, te aconsejo; y lo que me diste, te torno; finalmente de aquella vendimia toma esta rebusca. [908]


Capítulo L

De lo que el secretario Panucio dixo al Emperador Marco Aurelio a la hora de la muerte. Es por cierto plática digna de tener en la memoria y para leerla a los enfermos que están ya en la hora postrera.

¡O!, Marco, señor mío, ya no ay lengua que calle, ni ojos que dissimulen, ni coraçón que lo sufra, ni razón que lo permita; ca la sangre se me yela, los nervios se me secan, los poros se me abren, el ánima se me arranca y el espíritu se me desmaya. Y la causa de todo esto es ver que los sanos consejos que davas a los otros no los sabes o no los quieres tomar para ti. Véote, señor mío, morir, y muero por no te poder remediar; porque si los dioses pusiessen en almoneda tu vida, por sólo que te alargassen un día de vida, liberalmente daría yo toda mi vida. Si es verdadera o si es fingida la tristeza que en mí reyna, no es necessario que lo diga mi lengua, pues claramente lo conoscerás en mi cara; porque los ojos están hechos arroyos de lágrimas y el coraçón hecho un mar de pensamientos. Mucho siento carecer de tu compañía, mucho siento el daño que de tu muerte se seguirá a la república, mucho siento la soledad que quedará en tu casa, mucho siento perder lo que pierde oy Roma; pero lo que sobre todo más a mi coraçón atormenta es ver como te vi vivir como sabio y verte agora morir como simple.
Dime, yo te ruego, señor: ¿para qué los hombres deprenden a hablar griego, trabajan por entender el ebrayco, sudan en la lengua latina, gastan tanto tiempo en Grecia, mudan tantos maestros, rebuelven tan diversos libros y consumen en los estudios tantos dineros y años, si no es para saber passar la vida [899] con honra y tomar después la muerte con paciencia? El fin porque los hombres han de estudiar ha de ser para deprender bien a vivir; porque no ay otra tan verdadera sciencia como saber el hombre muy bien ordenar su vida. ¿Qué aprovecha saber yo mucho si de aquel saber yo no saco provecho? ¿Qué aprovecha saber hablar todas las lenguas estrañas si no refreno yo mi lengua de hablar en vidas agenas? ¿Qué aprovecha estudiar en muchos libros si no estudio para más de para engañar a mis próximos? ¿Qué aprovecha saber las propriedades de las estrellas y los cursos de los elementos si no me sé guardar de los vicios? Finalmente digo que aprovecha muy poco preciarse uno de ser maestro de sabios y que en secreto le motejen ser discípulo de locos. La summa de toda la philosophía consiste en servir a los dioses y no ofender a los hombres. Pregúntote, Sereníssimo Príncipe: ¿qué aprovecha al piloto saber el arte de marear y después perescer en la tormenta? ¿Qué aprovecha al esforçado capitán blasonar mucho de la guerra y después no saber dar la batalla? ¿Qué aprovecha a la guía enseñar a otros el atajo y después perder él el camino? Todo lo que digo por ti, señor, lo digo, ca ¿qué aprovecha que teniendo entera la vida sospiravas por la muerte, y agora que se te ofrece la muerte estás llorando por la vida? Una de las cosas en que los hombres prudentes muestran su prudencia es en saber amar y saber aborrescer; porque es muy gran poquedad, y aun aýna diría liviandad, amar oy aquello de que blasfemavan ayer, y blasfemar mañana de lo que adoravan oy.
¿Qué príncipe poderoso, ni qué plebeyo abatido uvo, ni pienso avrá en el mundo como tú, que en tan poco tuviesse la vida y tanto bien dixesse de la muerte? ¡Qué cosas escreví yo, siendo tu secretario, de mi propria mano a diversas provincias del mundo, do dezías tantos bienes de la muerte, a que me hazías algunas vezes aborrescer la vida! ¡Qué fue ver aquella carta que escreviste a la generosa Claudina, biuda romana, consolándola de la muerte que murió su marido en la guerra, a la qual ella respondió que dava por bienaventurada su pena por merescer que tú le escriviesses tal carta! ¡Qué tan lastimosas y (junto con esto) sabrosas cosas escreviste a Antígono [900] sobre la muerte del infante Veríssimo, tu muy querido hijo, la muerte del qual sentiste tanto, a que excediste los límites de philósopho, pero al fin con tu mucha cordura alançaste a tu sobrada tristeza! ¡Qué profundas sentencias, qué palabras tan bien ordenadas escreviste en aquel libro intitulado Remedio de tristes, el qual dende la guerra de Asia le embiaste a los senadores de Roma, y esto fue para consolarlos después de una grave pestilencia, y todo el Senado te respondió que no avía hecho tanto daño la pestilencia, quanto provecho después avía hecho tu doctrina! ¡Con qué nuevo género de consolación consolaste a Helio Fábato, el censor, quando se le ahogó su hijo en el río, en que me acuerdo que quando entraste en su casa le hallamos messando y quando nos despedimos le dexamos riendo! Gneo Rústico el bueno, acuérdome que, estando del último mal malo, yéndole tú a visitar dixístele tales cosas, que en el fervor de tus palabras a él se le arrasaron los ojos de lágrimas, y, preguntado por mí qué fuesse la causa de su lloro, dixo: «Hame dicho el Emperador, mi señor, tantos males de lo que pierdo y tantos bienes de lo que espero, que, si lloro, no lloro por la vida que se me acorta, sino por la muerte que se me alarga.» La persona que tú sobre todos más amaste fue Torquato, al qual obedecías como a padre y servías como a maestro; y, estando este tu fiel amigo muy al cabo para morir y muy desseoso de vivir, embiaste tú a ofrecer sacrificios a los dioses no para que le otorgassen la vida, sino para que le abreviassen la muerte. Estando, pues, yo desto espantado, y aun aýna diría escandalizado, queriendo tu nobleza satisfazer a mi ignorancia, me dexiste en secreto: «No te maravilles, Panucio, verme ofrescer por mis amigos sacrificios de muerte y no de vida; porque no ay cosa que el fiel amigo ha de dessear a su verdadero amigo como es verle salido de los muchos trabajos deste mundo.»
¿Por qué piensas, Sereníssimo Príncipe, que te trayo todas estas cosas a la memoria, sino para dezirte que cómo es possible, yo que te vi tanto blasonar de la muerte, te vea agora con tan mala voluntad dexar la vida? Pues los dioses lo mandan, tu edad lo quiere, tu enfermedad lo causa, tu flaca naturaleza lo permite, la triste Roma lo meresce, la engañosa fortuna lo [901] consiente, en hado de nosotros cae que ayas de morir, ¿por qué por te morir te pones a suspirar? Los trabajos que de necessidad han de venir con esforçado coraçón se han de esperar. El coraçón mísero y flaco primero es caýdo que combatido, pero el coraçón denodado en lo más fuerte del peligro allí cobra más esfuerço. Un hombre eres tú que no dos, una muerte deves a los dioses que no dos; pues ¿por qué quieres, siendo uno, pagar por dos, y no más de por una vida quieres tomar dos muertes? Quiero dezir que antes que se acabe la vida te mueres tú de pura tristeza. Después de aver navegado y en la navegación passado tanto peligro, al tiempo que los dioses te aportan a puerto seguro ¿quieres engolfar otra vez en el piélago más peligroso? ¿Sales con victoria de la vida y quieres morir en el alcance de la muerte? ¿Sessenta y dos años peleaste en el campo sin bolver al mundo la cara y témesle agora, encastillado en la sepultura? ¿No te despeñaste del risco en que estavas enrriscado y tropieças agora por el camino seguro? ¿Conosces mejor el daño que ay en el largo vivir y pones agora dubda en el provecho que se sigue del bien morir? ¿Ha gran quantidad de años que a ti la muerte y la muerte a ti estáys desafiados como crudos enemigos, y agora al tiempo de echar mano a las armas quieres huyr y bolver las espaldas? ¿Sessenta y dos años ha que traes bandos con la fortuna y cierras los ojos al tiempo que has de triumphar della?
Por lo que te he dicho quiero dezir que, pues de voluntad no te vemos tomar la muerte presente, tenemos sospecha no aver sido buena tu vida passada; porque el hombre que no ha gana de yr a parescer delante los dioses justos, señal es que deve estar cargado de vicios. ¿Qué has, Sereníssimo Príncipe? ¿Por qué lloras como niño? ¿Por qué suspiras como desesperado? Si lloras porque mueres, a esto te respondo que no rieras tú tanto quando vivías; porque del demasiado reýr en la vida viene el mucho llorar en la muerte. Los exidos de la república ¿quién jamás los aproprió por su eredad propria? La alcavala del viento ¿quién será osado de assegurarla ser juro seguro? Quiero dezir que murieron, mueren y morirán todos, ¿y entre tantos muertos quieres tú vivir solo? ¿Quieres tú alcançar de los dioses aquello porque ellos son dioses, es a saber: [902] que te hagan immortal como a sí mismos? ¿Quieres tú solo tener por privilegio lo que los dioses tienen por naturaleza? Mi juventud pregunta a tu ancianidad: ¿quál es mejor o, por mejor dezir, quál es menos mal: bien morir o mal vivir? Bien vivir yo dubdo que alguno lo pueda alcançar, según los continuos y varios trabajos que cada día entre las manos solemos traer. Sufrir a la continua hambre, frío, sed, soledad, descontentos, disfavores, tentaciones, persecuciones, desdichas, sobresaltos y enfermedades: ésta no se puede llamar vida, sino una muerte prolixa. Con razón llamaremos a esta vida muerte, pues mil vezes estamos aborridos con la vida. Si un hombre anciano hiziesse alarde de su vida desde que salió de las entrañas de su madre hasta que entró en las entrañas de la tierra, y el cuerpo contasse allí todos los dolores que ha passado, y el coraçón descubriesse todos los golpes de fortuna que ha sufrido; imagino que los dioses se maravillassen y los hombres se espantassen de cuerpo que tal ha sufrido y de coraçón que tal ha dissimulado. Yo tengo por más cuerdos a los griegos, que lloran quando nascen los niños y ríen quando mueren los viejos, que no a los romanos, que cantan quando nascen los niños y lloran quando se mueren los viejos. Con mucha razón nos devemos reýr en la muerte de los viejos, pues mueren para reýr; y con mucha más razón emos de llorar quando nascen los niños, pues nascen para llorar. [903]


Capítulo LII

De lo que el Emperador Marco Aurelio respondió a su secretario Panucio, en la qual respuesta da a entender que no muere con pena por dexar este mundo, sino por dexar después de sí a un mal hijo por eredero.

¡O, Panucio! ¡Bien aya la leche que mamaste en Dacia, el pan que comiste en Roma, el enseñamiento que uviste en Grecia y la criança que tomaste en mi casa! Y esto porque me serviste en la vida como buen criado y me aconsejaste en la muerte como fiel amigo. A mi hijo Cómodo mando que te pague los servicios, y a los inmortales dioses ruego que te agradezcan los consejos. Y no sin causa al hijo encomiendo lo uno y a los dioses suplico por lo otro, porque paga de muchos servicios solo un hombre la puede hazer, pero para un buen consejo pagar todos los dioses son menester. El mayor y más alto beneficio que un amigo puede hazer a su amigo es en algún arduo negocio acertar a darle un buen consejo; y no sin causa digo acertar, y no dar, porque suele no pocas vezes acontescer que los que pensavan con sus consejos remediarnos, aquéllos nos meten en mayores peligros.
Todos los trabajos de la vida son arduos, pero el de la muerte es arduíssimo; todos son grandes, pero éste es grandíssimo; todos son peligrosos, pero éste es periculosíssimo; todos ellos al fin en la muerte han fin, si no es el trabajo de la muerte, que no sabemos qué es su fin. Esto que agora digo ninguno lo puede perfectamente conoscer sino quien se viere como me veo agora morir. Por cierto tú, Panucio, me has hablado como sabio; pero, como no conosces mi mal, no aciertas en la cura; ca no está el dolor do pusiste los defensivos, no es [909] aquélla la fístola do diste los cauterios, no estava allí la opilación do aplicaste los socrocios, no eran aquéllas las venas do me diste la sangría, no acertaste bien la herida do me cosiste los puntos. Quiero dezir que más y más dentro de mí en mí avías de entrar para mi mal conoscer. Los suspiros que da el coraçón (digo si los da de coraçón) no piense cada uno que los oye que luego los entiende; porque las ansias y congoxas del spíritu, como los honbres no las pueden remediar, no quisieron los dioses que las uviessen de conoscer. Sin temor y sin vergüença osan dezir muchos que conoscen los pensamientos de otros, en lo qual ellos se muestran ser más livianos que sabios; porque muchas cosas ay en mí que no conozco yo de mí, quánto más el que está fuera de mí.
Acúsasme, Panucio, que temo mucho la muerte, y en este caso digo que temerla mucho, niégolo; pero temerla como hombre, confiéssolo; porque negar yo que temo la muerte sería negar que no soy de carne. Vemos por experiencia que al león teme el elephante; y al elephante, el osso; y al osso, el lobo; y al lobo, el cordero; y el ratón, al gato; y el gato, al perro; y el perro, al ombre; finalmente unos a otros se temen no más de porque no se maten. Pues si los animales rehúyen la muerte, los quales, aunque mueran, ni temen batallar con las furias, ni tampoco gozar con los dioses, quánto más nosotros, que morimos en dubda si nos despedaçarán las furias con sus penas, o si nos acogerán los dioses en sus casas.
¿Piensas tú, Panucio, que yo no veo que es agostada ya mi yerva? Bien sé que es vendimiada mi viña, no me es oculto que se va ya al suelo mi casa, bien sé que ya no ay sino el hollejo de la uva y el pellejo de la carne, y que no ay sino un soplo de toda mi vida. Hasta agora mucho yva de ti a mí, pero agora mucho va de mí a ti; porque tú desde la atalaya miras al exército, dende las riberas echas las redes, dende la talanquera corres al toro, junto a la lumbre te toma el frío, estando tú a la sombra reverbera el sol. Quiero por esto dezir que por esso blasonas tú tanto de la muerte, porque tienes en salvo la vida. ¡Ay de mí, triste!, que en breve espacio de todo lo que tuve en esta vida no llevaré comigo sino una mortaja. ¡Ay de mí,! que agora entraré en el cosso do no seré de bestias acossado, mas [910] de gusanos seré comido. ¡Ay de mí!, que me veo en tal estrecho de donde no puedo huyr; y, si espero, espero morir. Quando yo estoy enfermo, no querría que me consolasse el que está sano; quando yo estoy triste, no querría que me consolasse el que está alegre; quando yo estoy desterrado, no querría que me consolasse el próspero; ni quando yo estoy a la muerte, no querría que me consolasse el que no tiene sospecha de la vida, sino querría yo que me consolasse el pobre en mi pobreza, el triste en mi tristeza, el desterrado en mi destierro y el que tiene tan en peligro su vida, como yo tengo agora a mano la muerte; porque no ay tan saludable ni tan verdadero consejo como es el del hombre que está lastimado quando aconseja a otro lastimado como él.
Si piensas bien, en esta sentencia hallarás que he dicho una cosa muy nueva, en la qual todavía aploma mi pluma; porque a mi parescer muy mal se consolará el que está derramando lágrimas con el que está muerto de risa. Esto digo porque sepas que lo sé y porque sientas que lo siento. E, porque no vivas engañado, quiérote como amigo descubrir el secreto; y verás que es muy poca la tristeza que tengo respecto de la mucha que tengo razón de tener; porque si la razón a la sensualidad no le fuera a la mano, los suspiros dieran fin de mi vida y en un sepulchro de lágrimas me hizieran la sepultura. Las novedades que has visto en mí, que son aborrescer el comer, tener desterrado el dormir, amar la soledad, darme pena compañía, tener descanso en los suspiros y tomar passatiempo en las lágrimas, ya puedes tú pensar qué tormenta puede andar en la mar del coraçón, quando tales terremotos parescen en la tierra de mi cuerpo. Vengamos, pues, ya al caso y veremos por qué está sin consolación mi cuerpo y tan desmayado mi coraçón. Y más es sentirlo él que quexarse otro, porque es tan delicado el cuerpo, que, en amargándole, se quexa; y el coraçón tan esforçado, que, aun hiriéndole, dissimula.
¡O!, Panucio, hágote saber que por esso siento tanto la muerte, porque dexo a mi hijo Cómodo en esta vida, el qual queda en edad muy peligrosa para él y no menos sospechosa para el Imperio. En flor se conocen las frutas, en cierna se conocen las viñas, en el olor se conoscen los vinos, en la cara [911] se conoscen los hombres, dende potro se conosce el cavallo y dende niño se conoce el moço. Esto digo porque el príncipe, mi hijo, en lo poco que vale en mi vida, veo lo muy menos que será ni valdrá después de mi muerte. Pues tú sabes tan bien como yo lo sé las malignas condiciones del hijo, ¿por qué te maravillas de las ansias del padre? Cómodo, mi hijo, es moço en la edad y muy más moço en el seso; tiene inclinación mala y no quiere hazerse fuerça en ella; rígese por su seso, como si fuesse hombre experimentado; sabe en lo que le conviene muy poco y (lo que es peor) no se da cosa por ello; de lo passado no ha visto cosa y en solo lo presente se ocupa. Finalmente digo que, por lo que he visto con los ojos y sospecho con el coraçón, adevino que muy presto la persona de mi fijo ha de peligrar y la memoria y casa de su padre ha de perescer.
¡O!, quán inhumanamente se uvieron los dioses con nosotros en mandarnos que dexássemos nuestra honra en poder de los hijos, ca abastara que les dexáramos la hazienda y que encomendáramos a nuestros amigos la honra; pero ¡ay, dolor! que la hazienda consumen en vicios y la honra pierden por ser viciosos. Siendo como son piadosos los dioses, pues nos dan auctoridad de repartir la hazienda, ¿por qué no nos dan lugar para hazer testamento de la honra? Mi hijo llámase Cómodo, que en lengua romana quiere tanto dezir como provecho; pero, según él es, perdonarle hemos el poco provecho que hará a algunos, con el mucho daño que hará a todos; porque para mí téngome por dicho que ha de ser un verdugo de los hombres y un açote de los dioses. Entra agora en las sendas de la mocedad solo y sin guía; y, como ha de passar por lugares muy montuosos y peligrosos, témome no se quede emboscado en los vicios; porque los hijos de los príncipes y grandes señores, como los crían en libertad y regalo, son fáciles de caer en los vicios y muy incorregibles a salir dellos.
¡O!, Panucio, oye con atención esto que te digo, que no sin lágrimas lo digo: ¿y tú no vees que mi hijo Cómodo queda libre, queda rico, queda moço y queda solo? A ley de bueno te juro que de un viento más pequeño (quánto más de quatro tan rezios) caerá un árbol tan tierno. Riqueza, mocedad, [912] soledad y libertad quatro landres son que emponçoñan al príncipe, enconan la república, matan a los vivos y infaman a los muertos. Créanme los viejos, noten esto los moços, que en el hombre do pusieron los dioses muchas gracias se requiere para sustentarlas que tengan muchas virtudes. Los mancos, los plagados, los simples, los contrahechos y los tímidos: no rebuelven por cierto éstos la república, sino aquéllos que mejoró en gracias naturaleza; porque, según nos lo muestra la experiencia, de las más hermosas se pueblan los burdeles, los más dispuestos son los impúdicos, los más esforçados son los homicianos, los muy sotiles son los ladrones más vivos, y los hombres que son de muy claros juyzios, aquéllos son los que se tornan locos. Digo y torno a dezir, afirmo y torno afirmar, juro y torno a jurar, que a los hombres que están vestidos de gracias naturales, si les falta el aforro de virtudes acquisitas, a los tales podrémosles dezir que tienen cuchillo en la mano con que se fieran, huego a las espaldas con que se quemen, soga a la garganta con que se ahorquen, puñales a los pechos con que se maten, abrojos a los pies con que se espinen, pedregales a los pies do tropiecen, y tropeçando caygan, y cayendo se hallen con la muerte que aborrescían y sin la vida que mucho aman.
Nota, Panucio, nota: el hombre que de su infancia puso delante sí el temor de los dioses y la vergüença de los hombres, mantiene verdad a todos y vive sin perjuyzio de nadie; al tal árbol podrá la erizada fortuna hender la corteza de la salud, tornar marchita la flor de su mocedad, secar las hojas de sus favores, coger las fructas de sus trabajos, destronchar algún ramo de sus oficios, inclinar lo más alto de sus privanças; pero al fin al fin por mucho que de todos los vientos sea combatido, jamás por jamás será derrocado. ¡O!, quán por bienaventurados se tienen los padres en averles dado Dios fijos agudos, sabios, hermosos, ábiles, ligeros y esforçados, no parando mientes que todos estos aparejos no son sino tizones para hazerlos viciosos; y en tal caso, si los padres se guiassen por mi consejo, antes querría yo que a mis hijos les faltassen los miembros que no que les sobrassen los vicios. Uno de los más hermosos mancebos que han nascido en el Imperio Romano [913] es mi hijo el príncipe Cómodo, pero pluguiera a los immortales dioses que en el gesto paresciera a los muy negros de Ethiopía y en las costumbres paresciera a los grandes philósophos de Grecia; porque no está ni deve estar la gloria del padre en que su hijo tenga la cara muy blanca, sino en que trayga la vida muy corregida. No le llamaremos padre piadoso, sino muy enemigo, al que adora a su hijo porque es hermoso, y no le castiga si es vicioso. Osaría yo dezir que el padre que tiene un hijo dotado de muchas gracias, y el hijo las emplea todas en vicios, el tal hijo no avía por cierto de nascer en el mundo; y, si el tal fue nascido, luego a la hora avía de ser enterrado. [914]


Capítulo LIII

En el qual el Emperador Marco Aurelio concluye su plática y pone muy notables exemplos de algunos príncipes moços, los quales por ser viciosos perdieron a sí y a sus reynos.

¡O!, qué lástima es tan grande ver a un padre cómo compra de los dioses a sus hijos con sospiros, cómo los pare la madre con dolores, cómo los crían ambos con trabajos, cómo se desvelan por sustentarlos, cómo se fatigan por remediarlos; y después salen tan rebeldes y tan viciosos, en que muchas vezes se mueren los tristes padres no porque avían muchos años, sino por los enojos que les dieron los hijos. Acuérdome que el príncipe, mi hijo, siendo él moço, y yo como soy, siendo viejo, con mucho trabajo le destetávamos de los vicios. Temo que, después de yo muerto, ha de aborrecer las virtudes.
Acuérdome de muchos príncipes moços que de su edad eredaron el Imperio de Roma, los quales todos fueron de tan reprobada vida, en que juntamente merescieron perder la vida y la honra. Acuérdome de Dionisio, famoso tyrano que fue de Sicilia, del qual se dize que assí dava premio a los que inventavan vicios, como nuestra madre Roma corona a los que vencen reynos. No podía ser obra sino de tyrano y moço a los que fuessen más viciosos tenerlos por más privados.
Acuérdome de los quatro príncipes moços que sucedieron en el Imperio, mas no en el esfuerço al Magno Alexandro, es a saber: Alexandro, Anthíoco, Silvio y Tholomeo, a los quales por sus vanidades y liviandades, como llaman al Magno Alexandro Emperador en Grecia, también llaman a estos moços [915] tyranos en Asia. Muy felice fue Alexandre en la vida y muy infelicíssimo después en la muerte; porque todo lo que él ganó con gloriosos triumphos, ellos lo perdieron con muy feos vicios, de manera que el mundo que partió Alexandro entre solos quatro, vino a manos de más de quatrocientos.
Acuérdome que el rey Antígono, teniendo en poco lo que a su señor el Magno Alexandro avía costado mucho, era tan liviano en el tratamiento de su persona y tan infame en las cosas de su república, que por escarnio en lugar de corona de oro traýa unas ramas de yedra, y en lugar de sceptro traýa unas hortigas en la mano; y desta manera se assentava a juyzio con los suyos y a negociar con los estraños. Mucho me escandalizó de hazer tales liviandades aquel príncipe moço, pero espantóme la gravedad de los sabios de Grecia sufrirlo; porque muy justo es que tenga parte en la pena el que quiso ser consentidor en la culpa.
Acuérdome de Calígula, quarto Emperador que fue de Roma, el qual fue tan moço y tan loco, que dudo yo destas dos cosas quál fue mayor en su tiempo, es a saber: la desobediencia que tuvo el pueblo al señor, o el aborrescimiento que tuvo el señor al pueblo; porque tan desapoderado yva aquel malaventurado en sus mocedades y tan desapoderado en sus tyranías, que si todos los romanos no velaran por quitarle a él la vida, él se desvelava por quitarla a todos. Traýa Calígula en la cabeça un joyel de oro, en el qual estava esculpido este letrero: «Utinam omnis populus unam precise habeat cervicem, ut uno ictu omnes necarem»; que quiere dezir: «Pluguiesse a los dioses que toda Roma no tuviesse más de una garganta porque yo solo los pudiesse matar de una cuchillada.»
Acuérdome del Emperador Thiberio, hijo adotivo que fue del buen César Augusto (y llamáronlo Augusto por lo mucho que al Imperio aumentó); pero no aumentó el buen viejo tanto bien a la república, quanto Thiberio la desminuyó en quanto le duró la vida. El odio que tenía el pueblo romano con Thiberio en la vida después se lo mostró muy largamente en la muerte. El día que murió Thiberio (o, por mejor dezir, quando le mataron) el Pueblo Romano hazía grandes processiones, y los senadores davan a los templos muy ricas dádivas, [916] y los sacerdotes ofrecían a sus dioses preciosos sacrificios; y todo esto era porque los dioses no rescibiessen el ánima de aquel tyrano consigo, sino que la entregassen a las furias del infierno.
Acuérdome de Patroclo, rey segundo que fue de Corinto, el qual eredó el reyno de xxii años, y fue aquel moço tan incontinente en la carne, y tan desenfrenado en la lengua, y tan cobdicioso de hazienda, y tan covarde en su persona, que do su padre posseyó el reyno quarenta años, no le posseyó el hijo treynta meses.
Acuérdome de Tarquino el superbo, el qual entre los siete reyes de Roma fue el postrero; y, según se escrive dél, fue en gesto muy hermoso, en armas muy esforçado, en sangre muy limpio y en gastar muy dadivoso. Este malaventurado de moço todas las abilidades que los dioses le dieron para servirlos, todas las empleó en ofenderlos; porque la hermosura empleó en luxuria y las fuerças empleó en tyranía. Por la trayción y alevosía que cometió con la casta Lucrecia, no sólo perdió el reyno y él anduvo hasta la muerte huydo, mas aun el linage de los Tarquinos fueron para siempre de Roma desterrados.
Acuérdome del cruel Emperador Nero, el qual eredó, y vivió, y murió moço; y no sin causa digo que vivió y murió moço; porque en él se acabó la cepa de los generosos césares y se renovó la memoria de los antiguos tyranos. ¿A quién piensas tú, Panucio, que este tyrano diera la vida, quando a su propia madre osó dar la muerte? Dime, yo te ruego: coraçón que mató a la madre que le parió, abrió los pechos que él mamó, derramó la sangre de que nasció, ató los braços en que se crió y vio las entrañas donde se formó, ¿qué piensas que no haría el maldito coraçón que tal consigo acabava? El día que mató a su madre el Emperador Nero, dixo un orador orando en el Senado: «Iure interficienda erat mater Agripina, quia tale portentum peperit in populo Romano»; que quiere dezir: «Por justicia merescía ser muerta Agripina, pues parió tan mal hijo en Roma.»
No te deves, pues, maravillar, Panucio, de las novedades que en mí has visto, ca en estos tres días que assí he estado [917] elevado y ajeno de mi juyzio, todas estas cosas se me han ofrecido y en lo profundo del coraçón comigo las he pensado; porque los hombres cuydadosos no se cevan sino de sus pensamientos. Todas las condiciones que tenían entre sí derramadas estos príncipes de quien he hablado, todas juntas concurren en mi hijo Cómodo; porque, si ellos eran moços, él moço; si ellos ricos, él rico; si ellos libres, él libre; si ellos atrevidos, él atrevido; si ellos indómitos, él indómito. Pues, si ellos fueron malos, no por cierto pienso yo que será mi fijo bueno. Si a muchos de los príncipes moços que fueron bien criados, bien enseñados y bien disciplinados, los vemos luego en eredando ser derramados y dissolutos, ¿qué esperança ternemos de los que desde su infancia son absolutos y mal inclinados? De buen vino hazerse fino vinagre muchas vezes lo he visto, pero de algún puro vinagre tornarse vino nunca lo he oýdo.
Tiéneme este hijo puesto entre las olas del temor y las áncoras de la esperança. Espero que será bueno, porque yo le he doctrinado bien; y tengo temor que será malo, porque su madre Faustina le crió mal y (lo que es peor) que de su natural es el moço inclinado a mal. Muéveme a dezir esto ver lo artificial perescer y lo natural durar, por cuya causa me recelo que, después de yo muerto, mi hijo se torne a lo con que su madre le parió y no a lo con que yo le crié. ¡O, quién nunca tuviera hijo por no estar obligado a dexarle el Imperio, y entonces escogera yo entre hijos de muy buenos padres y no estuviera atado a este tal qual me dieron los dioses! Pregúntote una cosa, Panucio: ¿a quién llamarás más fortunado: a Vespasiano, padre natural que fue de Domiciano, o a Nerva, padre putativo que fue del buen Trajano? Vespasiano y Nerva ambos a dos príncipes fueron buenos, pero de los hijos el Domiciano fue summa de toda maldad, y Trajano fue espejo de toda bondad; de manera que Vespasiano en la dicha de tener hijos fue desdichado, y Nerva en la desdicha de no tener fijos fue dichoso.
Quiérote dezir, Panucio, otra cosa, la qual si rumiares en ella ternás en poco la vida y perderás el temor a la muerte. Yo he vivido sessenta y dos años, en los quales he leýdo mucho, he oýdo mucho, he visto mucho, he desseado mucho, he [918] alcançado mucho, he posseýdo mucho, he sufrido mucho y he gozado mucho. Y, al cabo de todo, véome agora morir, y que mis plazeres y yo nos hemos de acabar. De todo lo que he tenido, posseýdo, alcançado y gozado, solas dos cosas tengo, es a saber: pena por lo que a los dioses ofendí y lástima por el tiempo que en los vicios gasté. El rico y el pobre muy más diferentes son en la muerte que no en la vida, porque el pobre muere para descansar y el rico, si muere, es para penar; por manera que al uno privan de lo que tenía y al otro ponen en la possessión de lo que desseava. Gran cuydado tiene el coraçón en buscar estos bienes, gran trabajo se passa en allegarlos, gran solicitud es menester para conservarlos, gran viveza es menester para aumentarlos; pero sin comparación es muy mayor dolor el repartirlos. ¡O, qué intolerable trabajo es verse un hombre cuerdo al passo de la muerte dexar el sudor de su casa, la magestad del Imperio, la honra de su persona, el abrigo de sus amigos, el remedio de sus deudos, el pago de sus criados y la memoria de sus passados en poder de un tan mal hijo, el qual ni los merece, ni los quiere merescer!
En la nona tabla de nuestras leyes antiguas estavan escriptas estas palabras: «Mandamos y ordenamos que el padre que en opinión de todos fuere bueno pueda deseredar al hijo que en opinión de todos fuere malo. (Y dezía más la ley.) El hijo que uviere desobedecido a su padre, robado algún sacro templo, sacado sangre a muger biuda, huydo de alguna batalla, hecho trayción a algún estrangero; el que en estos cinco casos fuere tomado sea de la vezindad de Roma y de la herencia de su casa expelido.» La ley por cierto fue buena, aunque por nuestros pecados está ya olvidada. Si no me faltasse como me falta el anhélito, que a la verdad estoy muy fatigado, yo te contaría quántos de los partos, medos, egypcios, asirios, caldeos, yndos, hebreos, griegos y romanos dexaron a sus hijos pobres, pudiéndolos dexar ricos, y esto no por más de porque fueron viciosos; y por el contrario a otros, siendo pobres, los dexaron ricos porque eran virtuosos. Yo te juro a los immortales dioses que, quando vine de la guerra de los partos, y Roma me dio a mí el triumpho, y a mi hijo confirmó el Imperio, si entonces no me fuera a la mano el Senado, [919] yo dexara a Cómodo pobre con sus vicios y a un hombre virtuoso hiziera eredero de todos mis reynos.
Hágote saber, Panucio, que cinco cosas llevo atravessadas en mi coraçón, las quales yo quisiera más dexarlas remediadas que no encomendadas. La primera es por no poder en mi vida determinar el pleyto que la noble biuda Drusia trae con el Senado; porque, como es pobre y fea, no avrá quien le haga justicia. Lo segundo, por no morir en Roma, y esto no para más de dar un pregón que todos los que tuviessen de mí o de mi casa querella, viniessen por la paga o por la satisfación de su querella. La tercera, que como justicié a quatorze tiranos que tyranizavan a Asia y a Italia, no eché a hondo ciertos piratas que andavan por la mar. La quarta, porque no dexé acabado el templo que para todos los dioses dexé començado; porque pudiera yo dezirles después de mi muerte que, pues para todos yo avía hecho casa, no era mucho que alguno dellos me recibiesse en la suya. (Solos aquéllos se pueden llamar felices y bienaventurados, los quales passan desta vida quando están en gracia de los dioses y no en desgracia de los hombres; porque, muriendo desta manera, los hombres nos sustentarán la honra y los dioses darán recaudo del alma.) La quinta lástima con que muero es ver que dexo vivo y por mi único eredero al príncipe Cómodo, y esto no tanto por la perdición que verná por mi casa, quanto por el gran daño que sucederá en la república; porque los verdaderos príncipes los daños de sus personas han de tener por estraños y los daños de su república han de sentir como suyos proprios.
¡O!, mi Panucio, sea, pues, ésta la postrera palabra que te digo, es a saber: que el mayor hado que los dioses pueden dar al hombre que no es cobdicioso sino virtuoso es darle buena fama en la vida y después darle buen eredero en la muerte. Finalmente digo que si parte tengo con los dioses, yo les pido y suplico que, si ellos se han de ofender, y Roma escandalizar, y mi fama se ha de perder, y mi casa se ha de desminuyr por ser mi hijo de mala vida; tengan por bien de quitarle la vida antes que a mí den la muerte. [920]


Capítulo LIV

Cómo el Emperador Marco Aurelio a la hora de su muerte mandó llamar a su hijo Cómodo, y de una muy notable plática que hizo. Divídela el auctor en quatro capítulos. Contiénense en ella muchas doctrinas y exemplos para que los padres den a sus hijos.

Como fuesse muy grave la enfermedad de que Marco Aurelio estava enfermo, por manera que en cada hora de su vida estavan con sobresalto de la muerte, después que uvo platicado largamente con Panucio, su secretario, mandó despertar a su hijo Cómodo, el qual como moço dormía a buen sueño. Traýdo, pues, en su presencia, todos los que allí estavan se movían a lástima, ver los ojos del buen padre hechos carne de llorar y ver los ojos del hijo apegados de dormir. No podían despertar al hijo con el descuydo y no podían hazer al viejo tomar el sueño por estar tan cuydadoso. Visto por los que allí estavan quánto desseava el padre la buena vida del hijo, y en quán poco tenía el hijo la muerte de su padre, todos por cierto tuvieron muy gran compassión al viejo y tomaron no pequeño enojo del moço. Entonces el buen Emperador, alçados los ojos en alto y dirigendo las palabras al hijo, dixo:
Quando eras niño, dixe a tus maestros cómo te avían de criar; y, después que más creciste, dixe a tus ayos y mis governadores cómo te avían de aconsejar; y agora te quiero dezir cómo tú por ellos, que son pocos, y todos por ti, siendo uno, os avéys de regir. Si tuvieres en mucho lo que yo, hijo, te quiero dezir, en mucho más terné yo tú quererlo [921] creer; porque más fácilmente sufrimos los viejos vuestras injurias que no vosotros los moços recebýs nuestras palabras. Fáltaos prudencia para creernos y no os falta osadía para deshonrarnos, y, lo que es peor de todo, que solían en Roma tener los viejos cáthedra de prudencia y cordura, y tiénenla oy los moços de desvergüença y locura. Está oy tan pervertido el mundo y tan trocado de lo que solía ser en otro tiempo, que todos tienen ya atrevimiento de dar consejo y ninguno tiene paciencia de recebirlo, por manera que ay mill que vendan consejos y no ay uno que los compre.
Bien tengo creýdo, hijo, que, según mis hados tristes y tus costumbres malas, esto que te quiero dezir muy poco ha de aprovechar; porque de las palabras que no quesiste creer siendo yo vivo, no dudo sino que burlarás después que me veas muerto. Más hago esto por satisfazer a mi desseo y cumplir con la república que no porque espero de tu vida alguna emienda; porque no ay lástima que tanto lastime a una persona como es quando él mismo se fue causa de su pena. Quando alguno me haze alguna injuria, con poner en él las manos o dezirle palabras injuriosas se satisfaze mi coraçón; pero, si yo mismo a mí mismo injurio, de manera que soy el que injurió y el injuriado, como no tengo en quien quebrantar el enojo, púdrome y deshágome entre mí mismo. Si tú, hijo, fueres malo después que eredares el Imperio, quéxese mi madre Roma de los dioses, que te dieron tan malas inclinaciones; quéxese de Faustina, tu madre, que te crió en tantos regalos; quéxese de ti, que no te sabes hazer fuerça en los vicios; y no se quexe de este viejo de tu padre que no te aya dado buenos consejos; porque si tú uvieras creýdo lo que yo te he aconsejado, holgarían los hombres de tenerte por señor y los dioses de tratarte como amigo.
No sé, hijo, si me engaño, pero véote en el juyzio tan depravado, en las palabras tan incierto, en las costumbres tan dissoluto, en la justicia tan absoluto, en lo que desseas tan atrevido y en lo que te conviene tan perezoso, que si no mudas de estilo, los hombres te han de perseguir y los dioses te [922] han de desamparar. ¡O!, si supiesses hijo y qué cosa es tener a los hombres por enemigos y ser desamparado de los dioses, a ley de bueno te juro que no sólo aborreciesses el señorío de Roma, mas aun con tus manos te quitasses la vida; porque el hombre que no tiene a los dioses propicios y tiene a los hombres por enemigos come pan de dolor y beve lágrimas de tristeza. Yo soy cierto que no es tan grande tu dolor en ver que se acaba la noche de mi vida, como es el plazer que tienes de ver que en breve serás emperador de Roma, y desto no me maravillo; porque do sensualidad reyna, la razón se da por despedida. Muchos muchas cosas aman porque en la verdad no las conocen, las quales, si de verdad fuessen conocidas, muy de verdad serían aborrecidas; pero ¡ay de nosotros! que la manera de nuestro amar es burla, mas los dioses y los hombres aborrécennos de veras. Somos en todas las cosas tan dubios, y andamos en todas nuestras obras tan desatinados, que unas vezes nuestros juyzios se despuntan y saltan de agudos y otras vezes no cortan nada de botos. Quiero por lo dicho dezir que lo bueno no lo queremos oýr, ni menos aprender, y para el mal sabemos más de lo que es menester.
Quiérote, hijo, avisar por palabra lo que en sessenta y dos años he aprendido por sciencia y experiencia; y, pues eres tan tierno moço, razón es creas a este que es tu padre y viejo; porque los príncipes, como estamos en el miradero de todos, nosotros a todos y todos a nosotros nos miramos. Oy o mañana eredarás el Imperio Romano, y piensas que en eredarle serás señor del cielo y del mundo; y, si supiesses quántos cuydados y peligros trae consigo el mandar y enseñorear, yo te juro que eligiesses antes obedecer a todos que no mandar a uno. Piensas, hijo, que te dexo grande señor por dexarte emperador, lo qual no es assí; porque todos no tienen necessidad sino de ti y tú tienes necessidad de todos. Piensas que te dexo muchos thesoros en dexarte las grandes rentas del Imperio, lo qual tampoco es assí; porque un príncipe, si tiene sobra de thesoros, tiene falta de amigos, y si tiene abundancia de amigos, tiene falta de thesoros. Piensas también, hijo, que te dexo esento, y que [923] en todo serás obedecido, y que ninguno ya te ose yr a la mano. No por cierto ha de ser assí, hijo; porque el príncipe que quiere conservar su vida y aumentar su honra, muy más seguro le es conformarse con la voluntad de todos que no querer que todos se conformen con la dél. Como tú, hijo, no sabes qué cosa es verdad, no te darán pena las mentiras; como tú no sabes qué cosa es paz, no te dará pena la guerra; como tú no sabes qué cosa es quietud, no te dará pena el bullicio; y como tú no sabes tener amigos, no te dará pena cobrar enemigos; porque si tú fuesses hombre pacífico, retraýdo, verdadero y amoroso, no sólo desecharías el Imperio de Roma, mas aun maldizirías al padre que tal erencia te dexava. Quiero que sepas, si no lo sabes, que en dexarte el Imperio te dexo no riqueza, sino pobreza; no quietud, sino bullicio; no paz, sino guerra; no amigos, sino enemigos; no plazeres, sino pesares. Finalmente déxote con que siempre tengas que llorar y no te puedas (aunque quieras) reýr. Avísote, amonéstote, exórtote, hijo, que todo lo que te dexo es vanidad, es liviandad, es locura y es una muy conocida burla; y, si no creyeres que es burla, dende agora te doy por burlado. Más he vivido que tú, más he visto que tú, más he experimentado que tú, más he leýdo que tú y con más cuydado he andado que tú. Pues si con todos estos avisos al fin me hallo burlado, ¿piensas tú vivir seguro y escapar sin ser engañado?
Quando pensares que tienes ya la tierra quieta, entonces se levantará en África o en Asia una provincia, la qual si se pierde es mucha afrenta y para cobrarse es mucha costa. Quando pensares cobrar nuevos amigos, entonces te sucederán estraños enemigos, por manera que a los amigos (aun grangeándolos) no los podemos conservar, y a los enemigos (aun desechándolos) no nos podemos dellos defender. Quando pensares estar en mayor regozijo, entonces te dará algún sobresalto; porque los príncipes que tienen mucho y posseen mucho, nuevas que les dé plazer son muy raras en su casa, y nuevas que les dé pesar les vienen cada día a porfía. Quando pensares tener más libertad para hazer lo que quisieres, entonces estarás más atado y con [924] menos libertad; porque los buenos y recatados príncipes no han de yr ni residir do los llevan sus juveniles desseos, sino a do conviene más para la honra de sus estados. Quando pensares que ya ninguno por ser emperador te osará reprehender, entonces por ti más has de mirar; porque a los malos príncipes, si no los osan amenazar, ósanlos vender; y, si no los osan castigar, osan dellos murmurar; y los que no pueden ser sus amigos, tórnanseles enemigos. Finalmente si no ponen las manos en su persona, ponen las lenguas en su fama. Quando pensares tener satisfechos a tus criados, entonces te pidirán algunos nuevos o antiguos servicios; porque costumbre es ya muy antigua entre los que son muy privados y regalados de los príncipes, en el servir afloxarse más cada día y en el pedir perder cada hora más la vergüença.
Teniendo, pues, de veras assí tantas congoxas el Imperio de Roma, no sé yo quál es el loco que con tal gravamen dessea su erencia; porque, dado caso que alcance uno el Imperio, sin comparación vale más el reposo que nos quita que no los plazeres que nos da. Si el Imperio Romano estuviesse tan corregido y tan honrado como solía estar en otro tiempo, aunque fuesse pena governarle, todavía sería honra tenerle; pero está ya tan depravado en los vicios y han entrado en él tantos tyranos, que ternía yo por más honrados a los que burlassen de su burla, que no a los que se abraçassen con su honra. Si supiesses lo que vale Roma, lo que tiene Roma, lo que puede Roma y lo que es Roma, yo te juro no penasses por ser señor de ella; porque Roma, si es muy torreada de muros, es muy abatida de virtuosos; si son muchos los vezinos, son sinnúmero los vicios. Finalmente digo que en un mes se podrán contar las piedras que ay en sus edificios, pero sus maldades y maleficios no se contarán en mil años.
A ley de bueno te juro, hijo, que, quando comencé a imperar, en tres años reparé todo lo que estava en Roma de los muros caýdo, y en veynte años no he podido a bien vivir reformar un barrio. Dezía el divino Platón (y dezía bien) que las grandes ciudades más se han de gloriar de ciudadanos [925] virtuosos que no de superbos edificios. Mira mucho sobre ti, hijo, y el brío de la mocedad y libertad que tienes en tener el Imperio no te hagan desmandar en acometer algún vicio; porque no se llama libre el que en libertad nasce, sino el que en libertad muere. ¡O!, de quántos he yo leýdo, he oýdo y aun he visto, los quales nacieron esclavos y después murieron libres, y esto porque fueron virtuosos. Y ¡o!, quántos vi yo morir esclavos, aviendo nacido libres, no más de porque fueron viciosos, de manera que allí está la libertad, do permanece la nobleza.
Los príncipes que tienen grandes reynos, de necessidad se han de cometer en ellos grandes excessos; y para castigar estos excessos es necessario que sean muy animosos. Y créeme, hijo, que este ánimo no les ha de venir a los príncipes por ser muy poderosos, sino por ser muy virtuosos; porque para castigar más osadía les dará la buena vida que hazen, que no la auctoridad grande del Imperio que tienen. Un príncipe virtuoso ninguna cosa si quiere dexará sin castigo; porque los buenos por imitar su vida y los malos por miedo de la disciplina, ningún mal ni malo quedará en la república. El que limpiamente vive, osado es en el castigar; mas el que torpemente vive, aun no osa hablar; porque el hombre que se atreve castigar a otro por lo que él merecía ser castigado, justamente es de los dioses aborrecido y de los hombres escarnecido.
Ténganse por dicho una cosa los príncipes, y es que el amor del pueblo, la libertad de la república, el concierto de su casa, el contentamiento de sus amigos, la subjeción de sus enemigos y la obediencia de sus pueblos no la han de sustentar con muchas armas derramadas por la tierra, sino con muchas proezas juntas en su persona. A un príncipe virtuoso todo el mundo se le rinde y a un príncipe vicioso la tierra contra él se levanta. Si quieres ser virtuoso, oye qué cosa es virtud: la virtud es alcáçar que nunca se toma, río que no se vadea, mar que no se navega, huego que nunca se mata, thesoro que nunca se acaba, exército que nunca se vence, carga que nunca se cansa, espía que siempre torna, atalaya que no se engaña, camino que no se siente, amigo que [926] siempre acude, socrocio que presto sana y fama que nunca perece.
¡O, si supiesses, hijo, qué cosa es ser bueno, y quán bueno serías!; porque quanto más uno es vicioso, más con vicios se empalaga, pero quanto más uno es virtuoso, menos de las virtudes se cansa. Si quieres ser virtuoso, a los dioses harás servicio, a tus passados darás buena fama, para ti procurarás buena memoria, en los tuyos pornás plazer, en los estraños engendrarás amor; finalmente los buenos te tratarán con amor y los malos te servirán con temor. En los Annales de la guerra tharentina hallé que el muy famoso Pirro, rey de los epirotas, traýa estas palabras en un anillo escriptas: «Al hombre vicioso poco castigo le es quitarle la vida, y al hombre virtuoso poca paga le es darle el señorío de toda la tierra.» Fue por cierto sentencia digna de tal varón. ¿Qué cosa por un hombre virtuoso se puede començar que no esperemos verla a buen puerto salir? Miento si no vi en diversas partes de mi Imperio a muchos hombres los quales eran oscuros por la fama, inábiles en la sciencia, sin oficios en la república, pobres en hazienda, ignotos en la genealogía; y con todas estas condiciones baxas emprendieron tan grandes cosas, que parecía gran temeridad començarlas, y después sólo por ser virtuosos salieron con sus pensamientos. Por los dioses immortales te juro, y assí Júpiter me lleve a su casa, y a ti, hijo, te confirme en la mía, si no conocí a un hortolano y a un ollero en Roma, los quales por ser virtuosos fueron causa de echar del Senado a cinco senadores muy ricos. Fue la ocasión de prevalecer los unos y de perderse los otros, que al uno no quisieron pagar unas ollas y al otro unas mançanas; porque en otro tiempo más pena davan al que tomava una mançana al pobre que no al que derrocava una casa al rico. Todo esto digo, hijo, porque el vicio al príncipe osado desmaya, y la virtud al príncipe desmayado esfuerça. De dos cosas me he siempre guardado, y de no caer en ellas he tenido mucho aviso, es a saber: no pleytear contra clara justicia y no competir con persona virtuosa. [927]


Capítulo LV

En el qual Marco Aurelio prosigue su plática y persuade a su hijo que para los negocios arduos tenga cabe sí a hombres sabios que le den buenos consejos, y qué cosas ha de hazer para su passatiempo, y cómo se ha de aver en su secreto consejo.

Hasta agora te he hablado, hijo, en general. Quiérote agora hablar en particular, y por los immortales dioses te conjuro estés muy atento a lo que te digo; porque, hablándote yo como padre viejo, razón es que tú me oyas como hijo bien disciplinado. Si quieres ver buen gozo de tu vida, ten en mucho mi doctrina; porque no condecenderán los dioses a tus sanos desseos si tú no admites mis consejos sanos. La desobediencia y incredulidad que se tiene a los padres, todo es en daño de los hijos; porque muchas vezes perdonan los dioses las ofensas que hazen a ellos y no perdonan el desacato que tienen con nosotros. No te pido, hijo, que me des dineros, pues eres pobre; no te pido que trabajes, pues eres delicado; no te pido vengança de los enemigos, pues no los tengo; no te pido que me sirvas, pues me muero; ni te pido el Imperio, pues te lo dexo; solamente te pido te ayas bien con la república y que no se pierda en ti la memoria de mi casa.
Si tienes en mucho dexarte tantos reynos, ten en más dexarte tan buenos consejos con que puedas sustentarlos; porque si tuvieres presunción de no aprovecharte de mi consejo, sino fiarte de tu seso proprio, antes que mis carnes sean roydas de los gusanos serás tú vencido de tus enemigos. Yo, hijo, fui moço, fuy liviano, fui atrevido, fui [928] imprudente, fui superbo, fui imbidioso, fui cobdicioso, fui adúltero, fui furioso, fui avaro, fui goloso, y fui perezoso, y fui ambicioso. Y por yo aver caýdo en tantos y tan graves excessos, por esso te doy tales y tan buenos avisos; porque del hombre que en la mocedad fue muy mundano, de aquél en la vejez procede el maduro consejo. Lo que te he aconsejado hasta agora y lo que te aconsejare hasta que muera, una vez a lo menos pruévalo; y, si te hallares mal dello, déxalo; pero si te saliere a bien, continúalo, porque no ay medicina tan amarga que la dexe el enfermo de tomar si piensa con ella convalescer. Ruégote, exórtote, hijo, que tu juventud crea a mi ancianidad, tu innocencia crea a mi sabiduría, tu sueño crea a mi vigilia, tus cataratas crean a mi clara vista, tu imaginación crea a mi virtud, tu sospecha crea a mi experiencia; porque de otra manera verte has algún día en algún aprieto, do tengas poco tiempo para te arrepentir y ninguno para te remediar.
Podrásme tú dezir, hijo, que, pues yo fui moço, que te dexe ser moço, y que, andando los tiempos, tú serás también viejo. A esto te respondo que, si quisieres vivir como moço, a lo menos que goviernes como viejo; porque el príncipe que govierna bien su república muchas miserias se dissimulan de su persona. Assí como para los arduos negocios son necessarios maduros consejos, no menos para llevar la carga de la vida tiene necessidad de alguna recreación la persona; porque la flecha que está siempre flechada, o se quebranta, o se afloxa. Hora sean los príncipes moços, hora sean ya viejos, los quales ocupan el tiempo en governar sus pueblos, no puede ser cosa más justa que buscar para sí algunos honestos passatiempos; y no sin causa digo que sean honestos, porque algunas vezes los buscan tan desonestos y tan pesados, que gastan la hazienda, pierden la honra y cansan más su persona que si entendiessen en negocios de la república.
Para tu mocedad déxote hijos de grandes señores con los quales tengas tus passatiempos, y no sin causa proveý que todos ellos se criassen contigo desde que eras niño; porque después que creciesses y eredasses, si por caso te [929] quisieres aconpañar de moços, los hallasses bien doctrinados. Déxote para tus guerras capitanes muy esforçados, aunque a la verdad las cosas de las guerras, aunque se comiencen con cordura, al fin su fin dellas es ventura. Déxote hombres muy fieles que sean mayordomos de tus thesoros; y no sin causa digo que sean fieles, porque muchas vezes es más lo que los cogedores a los príncipes roban, que no lo que en sus casas los príncipes gastan. Déxote, hijo, hombres expertos y ancianos para que con ellos tomes consejos y comuniques tus trabajos; ca no puede cabe un príncipe parecer cosa más honesta que traer viejos en su compañía, porque los tales dan a su persona gravedad y a su casa autoridad.
Inventar theatros, pescar paludes, caçar fieras, correr los campos, bolar las aves, exercitar las armas: todas estas cosas como a moço no te las podemos negar, y tú como moço con otros moços las has de cumplir. Junto con esto has de mirar que ordenar exércitos, intentar guerras, proseguir victorias, aceptar treguas, confirmar pazes, echar tributos, hazer leyes, promover a unos, descomponer a otros, castigar los malos y premiar a los buenos; el consejo destas cosas de juyzios muy claros, de cuerpos muy cansados y de cabeças muy blancas se ha de tomar. No pienses que es impossible y trabajo intolerable tomar passatiempo con los moços y estar en consejo con los viejos; porque los príncipes que son recogidos y no derramados para todo tienen tiempo si saben medir el tiempo. Guárdate mucho, hijo, en que no te noten de estremado; y es mi fin de dezir esto para que sepas, si no lo sabes, que tan feo es en un príncipe so color de gravedad regirse del todo por viejos, como so especie de passatiempo acompañarse siempre de moços. No es regla general que todos los moços sean livianos, ni todos los viejos sean cuerdos, y será mi parescer en tal caso que, si algún viejo ya declinare de viejo, que le des de mano; y, si algún moço hallares cuerdo, que no menosprecies su consejo; porque las abejas más miel sacan de las flores tiernas que no de las hojas duras. Ni condeno a los viejos, ni alabo a los moços, sino que de los unos y de los otros es bien que tomes siempre [930] los más virtuosos; porque a la verdad no ay compañía en el mundo tan disciplinada, que aya razón de vivir con ella sin sospecha; pues vemos que si los moços nacen con locura, también los viejos viven con cobdicia.
Tórnote otra vez a avisar, hijo, a que no seas en algún estremo estremado; porque si no crees más de a los moços, corromperán tus costumbres con sus liviandades; y, si no crees más de a los viejos, depravarán tu justicia con sus cobdicias. ¿Qué cosa puede ser más monstruosa que el príncipe que manda a todos se dexe mandar de uno solo? Créeme en este caso, hijo, que la governación de muchos tarde se govierna bien por el parecer de solo un privado. El príncipe que a muchos ha de regir, el intento y parecer de muchos ha de tomar. Muy gran inconveniente es que, siendo tú señor de muchos reynos, no aya más de una puerta por do han de entrar a negociar contigo todos; porque, caso que el que fuere tu privado sea de su natural bueno y no sea mi enemigo, témome dél, porque es amigo de mis enemigos. E si por odio a mí no me hará mal, estoy sospechoso si por amor de los otros dexará de me hazer bien. Acuérdome que en los Annales Pompeyanos hallé un libro de memorias pequeño que traýa consigo el gran Pompeyo, en el qual estavan muchas cosas que él por sí avía leýdo y otros buenos consejos que por diversas partes del mundo le avían dado, y entre las otras estavan allí estas palabras: «El governador de la república que comete toda la governación a viejos es para poco; el que la fía de los moços es liviano; el que la rige por sí solo es atrevido; y el que por sí y por otros el tal es príncipe cuerdo.» Estas sentencias no sabré dezir si eran del mismo Pompeyo, o si las sacó de algún libro, o si se las dixo algún philósofo, o si se las dio por consejo algún amigo. Quiero dezir que las leý escriptas de su mano, y por cierto ellas merecían escrevirse con caratheres de oro.
Quando el negocio fuere muy arduo, huelga siempre de despacharle por consejo; porque si acaso no se acertare el negocio, como el consejo es de muchos, repartirse ha la culpa por todos. Hallarás, hijo, por verdad que si tomas consejo con muchos, uno te dirá el inconveniente; otro, el [931] peligro; otro, el miedo; otro, el daño; otro, el provecho; y otro, el remedio; finalmente dificultarte han tanto el negocio, en que claramente conozcas quál es lo malo o lo bueno. Avísote mucho, hijo, que, quando tomares consejo, tanto pongas los ojos en los inconvenientes que te ponen, como en el remedio que te ofrecen, porque el verdadero consejo no consiste en dezir lo que se ha de hazer, sino en declarar qué es lo que de allí ha de suceder.
Quando començares, hijo, cosas arduas, en tanto has de estimar los daños pequeños para luego atajarlos, como los grandes infortunios para después remediarlos; porque muchas vezes por pereza de no quitar una gotera viene a caer después toda la casa. Ni porque te diga que tomes consejo no se entiende que has de ser tan pesado, que para cosas pequeñas luego llames a consejo; porque muchas ay de tal calidad, que quieren luego el hecho y se dañan esperando consejo. Lo que pudieres expedir por tu auctoridad propria y sin daño de la república, no lo remitas a otra persona. Y en esto serás justo y harás conforme a justicia, en que, pues tu servicio depende solamente de los tuyos, el premio que han de aver dependa de ti solo. Acuérdome que, quando el cónsul Mario vino de la guerra de los numidanos, que dividió todas las riquezas que traýa entre los de su exército sin poner ni una joya en el erario, y como de esto fuesse gravemente acusado, a causa que no avía pedido auctoridad ni licencia al Senado, respondióles él: «Los que no tomaron parescer de otros para hazerme servicios, no es justo que yo tome consejo con otros para hazerles mercedes.»
Hallarás, hijo, un género de hombres, los quales son muy escassos de dineros y muy pródigos de consejos, ca son tan bien comedidos, que sin pedirles consejo se te ofrecerán a dar consejo, y con los semejantes ternás este aviso: jamás esperes segundo consejo del hombre que te dio el primero en perjuyzio de otro; porque el tal las palabras ofrece a tu servicio y el negocio encamina a su provecho. Como los dioses me han dado larga vida, tengo ya destas cosas muy larga experiencia, en que te hago saber que fui en espacio [932] de quinze años cónsul, senador, censor, pretor, qüestor, hedil y tribuno; y después de todo esto he sido diez y ocho años Emperador romano, en los quales años todos los más que me hablavan era en provecho suyo o en daño de su vezino, y por maravilla era el que me hablava limpiamente en servicio mío o en provecho de otro.
El principal intento de los que siguen las cortes de los príncipes es procurar de aumentar sus casas; y, si esto no pueden alcançar, trabajan de disminuyr las agenas; y esto no porque a ellos se les sigue desto algún provecho, ni tampoco porque los otros les ayan hecho algún deservicio, sino que es de tal condición la malicia humana, que el provecho ageno toma por daño suyo proprio. Muy gran compassión es de tener a un príncipe, al qual los más de los que le siguen no es por el amor que le tienen, sino por las mercedes que dél esperan. Y parece esto ser verdad porque el día que cessa de les dar, aquel día le comiençan de aborrecer, de manera que a los tales servidores no llamaremos amigos de su persona, sino cobdiciosos de su hazienda.
Que ames tú, hijo, a uno más que a otro bien lo puedes hazer; pero avísote que a ti ni a él no conviene que se lo ayas de mostrar de manera que todos lo ayan de conocer; porque, si assí no lo hazes, de ti murmurarán y a él persiguirán. No tiene poco trabajo y peligro el que del príncipe es entre todos amado y privado, a causa que luego es de todos aborrecido y perseguido, y acontece seguírsele más daño de la enemistad de todos, que no del amor que le tiene uno; porque algunas vezes, los dioses queriéndolo y sus hados mereciéndolo, el príncipe le dexa de amar, pero sus enemigos ni por esso le dexan de aborrecer. Desde que supe qué cosa era governar república, siempre me tuve por presupuesto de jamás tener hombre en mi casa desde el día que sentí ser odioso a la república. En el año de la fundación de Roma de seyscientos y quarenta y nueve, yendo Lúculo Patricio a la guerra de Mitrídates, acaso halló una lámina de cobre en una ciudad llamada Trigania, la qual estava a la puerta del rey de aquella provincia, y tenía en sí esculpidas unas letras caldeas, las quales en sentencia dezían estas palabras: [933]
No es cuerdo el príncipe que quiere poner en peligro su estado no más de por sustentar la privança de uno; porque no vale tanto el servicio de uno como el amor de todos.
No es cuerdo el príncipe que por dar a uno mucho quiere que tengan todos poco; porque intolerable mal es que labren unos los campos y cojan otros los fructos.
No es justo el príncipe que quiere más satisfazer a la cobdicia de uno que no a los servicios de todos; porque los servicios de los buenos ay possibilidad para se pagar, mas a la cobdicia de los malos es impossible satisfazer.
Loco es el príncipe que menospreciando el consejo de todos se fía del parescer de uno solo; porque en una poderosa carraca, aunque es uno el piloto, son muchos los marineros.
Muy atrevido es el príncipe que por amar a uno quiere ser aborrescido de todos; porque los generosos y recatados príncipes en el amar han de ser muy mirados y del aborrescer muy limpios.
Éstas, pues, eran las palabras que estavan en aquella lámina, dignas por cierto de eterna memoria. Pues más te diré en este caso, y es que Lúculo Patricio puso de una parte la lámina do estavan estas palabras, y de la otra parte puso las arcas do traýa sus riquezas, para que escogiessen lo uno y dexassen lo otro; y el Senado menospreció todos los thesoros y eligió para sí la tabla de los consejos. [934]


Capítulo LVI

En el qual Marco Aurelio prosigue su plática y encomienda a su hijo algunas cosas particulares, y dízele tan buenas palabras, que todo hombre las avía de tener en el coraçón escritas.

Hasta agora te he dicho como de padre a hijo no más de lo que toca a tu provecho. Quiérote agora dezir lo que deves hazer después de mi muerte por mi servicio. Y, si quieres ser verdadero hijo de tu padre, las cosas que yo amé en mi vida han de ser a ti muy caras después de mi muerte. No parezcas tú a muchos, los quales después que sus padres cierran los ojos no se acuerdan más de ellos; porque en tal caso, aunque a la verdad los padres son muertos y sepultados, para quexarse a los dioses de sus hijos siempre están vivos. Aunque al parecer no es tan escandaloso, pero es muy más peligroso, competir con los muertos que no injuriar a los vivos; y la razón desto es porque los vivos puédense vengar y pueden por sí responder, pero los muertos ni pueden responder, ni tampoco se vengar; y en tal caso toman los dioses por ellos la mano y a las vezes hazen tan crudo castigo en los vivos, que los vivos querrían ser muertos.
Deves tú, hijo, pensar que yo te engendré, yo te crié, yo te doctriné, yo te regalé, yo te castigué y yo te ensalcé; y con esta consideración, aunque por muerte yo me quite de tu presencia, no es razón que jamás cayga de tu memoria; porque el verdadero y no ingrato hijo, el día que a su padre metiere en el sepulchro duro, aquel día le ha de sepultar en su coraçón tierno. Uno de los visibles castigos que los dioses dan en este mundo a los hombres es que los [935] hijos no obedezcan a sus padres aún siendo vivos; porque los mismos padres no se acordaron de sus padres después de muertos. Piensan los príncipes moços que, después que han eredado, después que veen a su padre muerto, después que ya no tienen ayo, que todas las cosas se les han de hazer a su contentamiento, y no es assí; porque, si están en desgracia de los dioses y les alcança la maldición de sus padres, vivirán con trabajo y morirán con peligro. No quiero más de ti, hijo, sino que, qual padre yo te fuy en la vida, tal hijo me seas tú en la muerte.
Encomiéndote, hijo, la honra y veneración de los dioses, y en esto más que en todas las cosas te ruego seas muy cuydadoso; porque el príncipe que con sus dioses tiene cuenta, no debe temer algún revés de fortuna. Ama a los dioses y serás amado; sírvelos y serás servido; témelos y serás temido; hónralos y serás honrado; negocia sus negocios y concluyrán ellos los tuyos; mayormente que son tan buenos los dioses, a que no sólo reciben en cuenta lo que hazemos, mas aun lo que desseamos hazer. Encomiéndote, hijo, el acatamiento de los templos, es a saber: no sean desacatados, estén limpios, sean renovados y se ofrezcan en ellos los acostumbrados sacrificios. Y esta honra no la hazemos a los materiales de que están hechos los templos, sino a los dioses a los quales están consagrados. Encomiéndote, hijo, la veneración de los sacerdotes, y ruégote que ni porque sean bulliciosos, cobdiciosos, avaros, dissolutos, impacientes, perezosos y viciosos, no por esso sean de ti desacatados; porque no pertenece a nosotros juzgar la vida que hazen como hombres, sino mirar cómo son medianeros entre nosotros y los dioses. Cata, hijo, que servir a los dioses, honrrar a los templos y acatar a los sacerdotes no es cosa voluntaria, sino muy necessaria a los príncipes; porque tanto duró la gloria de los romanos, quanto ellos fueron cultores de sus dioses y cuydadosos de sus templos. El infelice reyno de los carthaginenses no fue por cierto más covarde, ni menos rico que el de los romanos, pero al fin fueron de los romanos vencidos porque fueron muy amadores de thesoros y poco cultores de sus templos. [936]
Encomiéndote, hijo, a Helia, tu madrastra; y acuérdate que, si no es madre tuya, ha sido muger mía. Lo que deves a Faustina por averte parido, deves a Helia por el buen tratamiento que te ha hecho; y de verdad, estando yo muchas vezes contra ti ayrado, ella tornava por ti y me quitava el enojo, de manera que lo que perdías por tus obras, ella lo remediava con sus buenas palabras. Ayas la mi maldición si tú la tratares mal, y caygas en la yra de los dioses si no consintieres que otros la traten bien; porque todo el daño que ella recibirá no será sino para afrentar mi muerte y injuriar tu vida. Yo le dexo los tributos de Hostia para su mantenimiento y los huertos Vulcanos que yo planté para su recreación. No seas osado de tomárselos; porque en tomárselos mostrarás tu maldad, y en dexárselos tu obediencia, y en darle más tu bondad y largueza. Acuérdate, hijo, que es muger romana, es moça y es biuda; y de la casa de Trajano, mi señor; y que es madre adoptiva tuya y muger natural mía; y, sobre todo, que te la dexo muy encomendada.
Encomiéndote, hijo, a mis yernos, a los quales quiero que los trates como a parientes y amigos, y mira no seas tú de los que en las palabras son hermanos y en las obras son cuñados. Sey cierto que yo quería tanto a mis hijas, que de lo mejor que avía en estas tierras escogí las mejores personas, y por cierto ellos han salido tan buenos, que si en el deudo eran no más de mis yernos, en el amor los amava como a hijos.
Encomiéndote a tus hermanas y mis hijas, las quales yo dexo casadas todas, no con reyes estrangeros, sino con senadores naturales, por manera que todos quedáys dentro de Roma, donde ellas a ti servicios y de ti a ellas mercedes vos podéys hazer. Tus hermanas eredaron mucho de la hermosura de Faustina, su madre, y tomaron muy poca de la criança de su padre; pero yo te juro que les di tales maridos, y a los maridos les di tales y tan provechosos consejos, que antes ellos pierdan la vida, que no que les consientan caer de su honra. Trata a tus hermanas de tal manera, que ni porque sea muerto el viejo de su padre sean desfavorescidas, ni porque vean emperador a su hermano se tornen locas. [937] Son de muy tierna condición las mugeres; porque de muy pequeña ocasión se quexan y de muy menor se ensobervecen. Conservarlas has después de mi muerte como yo las tenía en mi vida, que de otra manera será su conversación muy coxquillosa al pueblo y muy importuna a ti.
Encomiéndote a Lípula, tu menor hermana, que está encerrada con las vírgines vestales; y acuérdate lo uno que es hermana tuya y es hija de mi Faustina, a quien yo amé mucho en su vida y hasta mi muerte he llorado su muerte. Cada año dava yo a tu hermana seys mil sextercios para sus necessidades, y de verdad yo la casara también como case a las otras sus hermanas si no cayera de rostros en las brasas; porque, dado caso que era la hija postrera, muy de coraçón mi coraçón la amava. Todos tuvieron la caýda en el huego a gran desdicha, pero yo la desdicha le cuento por dicha; porque no fue tan quemada su cara de las brasas, quanto peligrara su fama entre malas lenguas. Yo te juro, hijo, que para el servicio de los dioses y para la fama de los hombres, ella está más segura con las vírgines vestales en el templo, que no tú con los senadores en el Senado. Dende agora adevino que, al cabo de la jornada, ella se halle mejor con su encerramiento, que no tú con tu libertad. En la provincia de Lucania le dexo para cada un año seys mill sextercios; trabaja de aumentárselos y no de ocupárselos.
Encomiéndote a Drusia, biuda romana que trae pleyto con el Senado; porque en los bullicios passados fue uno de los encartados su marido. Tengo gran compassión de aquella tan generosa biuda a causa que ha ya tres meses que tiene puesta la demanda y con mis grandes guerras no he podido aclarar su justicia. Hallarás por verdad, hijo, que en treynta y cinco años que he governado en Roma, jamás consentí que muger biuda de ocho días arriba tuviesse delante mí alguna querella. Ten, hijo, gran cuydado de favorecer y despachar a los huérfanos y biudas; porque las mugeres necessitadas doquiera que están son muy peligrosas. No sin causa te aviso trabajes tanto de embiarlas con brevedad a su casa, como de administarles justicia; porque la honra de las mugeres, como es muy delicada, alargándoseles [938] el pleyto desminuyen de su crédito, de manera que, yendo el negocio a la larga, no cobrarán tanto de su hazienda, quanto perderán de su fama.
Encomiéndote, hijo, a mis criados antiguos, los quales con mis largos años, con mis guerras crudas, con mis necessidades muchas, y al fin con mi cuerpo pesado y con mi enfermedad larga, han tenido comigo mucha pena. Ellos, como leales servidores, muchas vezes por darme a mí la vida, tomavan ellos la muerte; muy justo es que, pues yo tomé su muerte, ellos ereden mi vida. Una cosa ten por muy cierta, fijo: dado caso que mi cuerpo quede con los gusanos en la sepultura, delante los dioses siempre terné dellos memoria. En esto parecerás ser buen fijo: en que pagues a los que servieron a tu padre.
Todo príncipe que haze justicia siempre cobra enemigos en la execución della, y, como se haze por manos de los que cabe él andan, quanto están más privados al príncipe, tanto están más odiosos al pueblo. Todos en general aman la justicia, pero ninguno huelga que la executen en su casa; y a esta causa, después que a un príncipe se le acaba la vida, quiere el pueblo tomar la vengança de los que fueron ministros della. Gran infamia sería al Imperio, ofensa a los dioses, injuria mía, ingratitud tuya, que, hallando tú en mis criados xviii años sus braços abiertos, hallassen ellos un día tus puertas cerradas.
Ten, hijo, estas cosas en la memoria, que, pues yo me acuerdo dellas particularmente en la muerte, piensa quán de coraçón yo las amava en la vida. [939]


Capítulo LVII

En el qual el buen Marco Aurelio da fin a su plática, y aun a su vida, y de las postreras palabras que dixo, y de la tabla de los consejos que dio a su hijo Cómodo.

Acabadas las encomiendas que el Emperador a su hijo Cómodo encomendó, ya que quería quebrar el alva del día, començáronsele a quebrar los ojos y a turbar la lengua, y aun a temblarle las manos, según que suele acontescer a los que a la muerte están muy propinquos. Sintiendo, pues, el buen príncipe que desta vida le quedava muy poca vida, mandó a su secretario Panucio que fuesse a las arcas de sus libros y le truxesse una arca grande en su presencia, la qual traýda, sacó una tabla pequeña que tenía tres pies en ancho y dos en largo, y la tabla era de líbano y alrededor guarnecida de unicornio. Cerrávase con dos puertas muy sotiles de una madera colorada, que se llamava rasín, que dizen ser del árbol donde cría el ave fénix; y que, assí como no ay más de un ave fénix que se cría en Arabia felix, assí no ay otro árbol en el mundo de aquella manera. De parte de fuera en una de las tablas estava esculpido el dios Júpiter, y en la otra la diosa Venus, y en la otra estava pintado el dios Mars y la diosa Diana. En lo más alto de la tabla estava un toro de talla entretallado, y en lo más baxo estava pintado un rey, obra que dezían ser de Apeles, aquel pintor que fue muy famoso.
Tomando, pues, el Emperador la tabla en sus manos, bolviendo a su hijo los ojos y dirigiendo a él las palabras, dixo: [940]
«Ya vees, hijo, cómo de los baybenes de la fortuna escapo y en los tristes hados de la muerte entro, do sabré por experiencia qué es lo que ay después desta vida. No estoy en tiempo de blasfemar, sino de las blasfemias me arrepentir; pero diría yo: ¿para qué los dioses nos criaron, pues ay en la vida tanto enojo y en la muerte tanto trabajo? Yo no entiendo a los dioses de ver quánta crueldad usaron con las criaturas, y véolo agora en que después de sessenta y dos años que he navegado por el piélago desta vida, agora me mandan desembarcar y tomar tierra en la sepultura. Ya se allega la ora en que se desata el argadillo, se destexe el urdiembre, se corta la tela, se cierra la clave, despierto del sueño, se me acaba la vida y salga desta tan penosa pena. Acordándome de lo que he passado en la vida, no he más gana de vida; pero, como no sé a dó nos lleva la muerte, temo y rehúso la muerte. ¿Qué haré, pues los dioses no me dizen qué haga? ¿Qué consejo tomaré, pues no ay amigo que me acompañe en esta jornada? ¡O, qué engaño tan grande!, ¡o, qué ceguedad tan manifiesta amar alguna cosa en la vida, pues ninguna cosa dexa llevar con nosotros la muerte! ¿Para qué quiero vivir rico, pues tengo de morir pobre? ¿Para qué quiero vivir acompañado, pues me dexan morir solo? Para tanta brevedad de vida, no sé quién es el que quiere casa, pues nuestra casa verdadera es la estrecha sepultura.
Créeme, hijo, que muchas cosas de las cosas passadas me dan pena, pero de ninguna tengo tanta pena como es venir tan tarde en conocimiento desta vida; porque si esto yo perfetamente acabara de creer, ni los hombres tuvieran tantas cosas de qué me reprehender, ni tampoco tuviera yo agora tanto que llorar. Quán cierto es los hombres que llegan al punto de morir prometer a los dioses que, si los dioses les dan vida que se han de emendar; pero ¡ay, dolor! que los vemos después escapar con la vida, mas no los vemos hazer alguna emienda. Los que alcançaron de los dioses lo que pidieron y ellos no cumplieron con los dioses lo que les prometieron, ténganse por dicho que al tiempo que estuvieren en lo más sabroso del vivir, entonces los han de [941] constreñir a morir; porque a los hombres ingratos, aunque el castigo se les dilata, no por esso se les perdona la culpa. Sey cierto, hijo, que yo estoy harto de ver, de oýr, de oler, de gustar, de dessear, de posseer, de comer, de dormir, de hablar y aun de vivir; porque tan gran hastío ponen los vicios a los que mucho los siguen, como desseo a los que nunca los pruevan. Confiesso a los inmortales dioses que yo no he gana de vivir, pero tampoco me querría morir; porque la vida es tan enojosa, que cansa, y la muerte es tan sospechosa, que espanta. Ya que los dioses me diessen más vida, estoy en duda si avrá en mí alguna emienda, pues si no me tengo de emendar, ni mejor a los dioses tengo de servir, ni más a la república tengo de aprovechar, y cada vez que enfermare se me ha de hazer mal de morir; digo que acepto la muerte y désse por despedida de mí la vida. Vida tan enojosa, vida tan coxquillosa, vida tan sospechosa, vida tan incierta, vida tan importuna; finalmente una vida tan sin vida, obstinado loco es el que la dessea.
Venga lo que viniere, que al fin (no obstante todo lo que tengo dicho) póngome en manos de los dioses, y esto de mi propria voluntad, pues ha de ser de necessidad; porque no procede de pequeña prudencia hazer que le resciban en servicio lo que el hombre haze forçado. No quiero encomendarme a los sacerdotes, ni quiero hazer visitar los oráculos, ni quiero prometer alguna cosa a los templos, ni quiero ofrecer a los dioses sacrificios para que me escusen de la muerte y me restituyan la vida sino para pedirles y suplicarles que, si me criaron para alguna cosa buena, no la pierda yo por mi incorregida vida. Son los dioses tan ciertos en lo que dizen y tan verdaderos en lo que prometen, que si no dan lo que nosotros querríamos que nos diessen, no es porque no lo querrían dar, sino por nosotros lo desmerecer. No sin causa dixe que lo que perdemos, por desmerescer lo perdemos, y es la razón desto que somos tan poco, y valemos tan poco, y podemos tan poco, que con muchas obras buenas no merecemos merescer y abasta una mala obra para todas las desmerescer. Pues en las manos de los dioses me he puesto, hagan ellos lo que más fuere su servicio, [942] que al fin por mal que lo hagan comigo, lo harán mejor que lo hizo el mundo; porque todo lo que el mundo me ha dado ha sido burla, pero lo que los dioses me dieren posseerlo he sin sospecha.
Para esta postrera hora te tengo, hijo, guardada la mejor y más rica joya que yo he posseýdo en mi vida; y a los inmortales dioses protesto que si, como me mandan morir, me dieran licencia para leer, comigo en la sepultura la mandara enterrar. Sabrás, hijo, que en el año décimo de mi Imperio se me levantó una guerra contra los indómitos partos, y fue de tan mala manera, que fue necessario yr con mi propria persona a darles la batalla. Vencida, pues, la batalla, y asossegada la tierra, víneme por la antigua Thebas de Egypto por ver si hallaría alguna antigüedad de las del tiempo passado. En casa de un sacerdote egypcio hallé una tabla pequeña, la qual colgavan a la puerta de la casa del rey el día que le alçavan por rey, y dezíame aquel pobre sacerdote aver escripto lo que estava en aquella tabla un rey de Egypto llamado Tholomeo Arsácides. Yo ruego, hijo, a los inmortales dioses que tales sean tus obras, quales hallarás en ella las palabras. Como Emperador te dexo eredero de tantos reynos, y como padre te doy esta tabla de los consejos. Las palabras que los padres dizen a sus hijos en la hora postrera siempre las han de tener en la memoria. Sea, pues, ésta la última palabra: que con el imperio serás temido y con los consejos desta tabla serás amado.»
Esto dicho y la tabla entregada, bolvió el Emperador los ojos y perdió el sentido, y por espacio de un quarto de hora estuvo assí penando, y dende a poco dio el espíritu. Estavan en aquella tabla unas letras griegas, casi por modo de verso heroyco, que en nuestro vulgar querían dezir:
Nunca sublimé al rico tyrano, ni aborrescí al pobre justo.
Nunca negué la justicia al pobre por ser pobre, ni perdoné al rico por ser rico.
Nunca hize merced por sola afición, ni di castigo por sola passión. [943]
Nunca dexé mal sin castigo, ni bien sin galardón.
Nunca clara justicia cometí a que la viesse otro, ni la obscura determiné por mí mismo.
Nunca negué justicia a quien me la pidiesse, ni misericordia a quien la mereciesse.
Nunca hize castigo estando enojado, ni prometí mercedes estando muy contento.
Nunca me descuydé en la prosperidad, ni desesperé en la adversidad.
Nunca hize mal por malicia, ni cometí vileza por avaricia.
Nunca di la puerta a lisongeros, ni las orejas a murmuradores.
Siempre trabajé ser amado de buenos, y nunca tuve pena por ser aborrecido de malos.
Por favorescer a los pobres que podían poco, fui favorescido de los dioses contra los que podían mucho.


A gloria de Jesuchristo y de su gloriosa Madre haze fin el presente libro del Relox de príncipes. Es obra de maravillosa doctrina, copiosíssima en muy graves y altas sentencias, y de muy dulce y nuevo estilo.

Fin.


BIBLIOGRAFIE:


http://www.filosofia.org/cla/gue/guerp.htm