Pagina principală
 



ENDA
   Listă alfabetică articole
   Ultimele articole
   Clasament articole
   Hartă articole
   Asoc. Cult. Enciclopedia Dacica (2)
   Echipa ENDA (4)
   Activități ENDA (2)
   Voluntariat ENDA (5)
   Comunicate ENDA (3)
   Rapoarte de activitate (3)
LEGIO DACICA
   Prezentare (1)
   Activități (8)
   Poveștile Legio Dacica (15)
GENERALITĂŢI
   Terra Dacorum (24)
   Economia (12)
   Arta (6)
SOCIAL
   Regii (15)
   Personaje (6)
   Societate (3)
   Origini (2)
   Triburi (83)
   Împăraţii traco-daci (1)
SPIRITUALITATE ŞI CULTURĂ
   Ştiinţă (1)
   Kogaionon (7)
FENOMENUL MILITAR
   Armele (34)
   Seniorii războiului (7)
   Arhitectura militară (4)
   Cetăţile (20)
   Războaiele dacilor (17)
   Civis Romanus (7)
   Romanii (3)
CONEXE
   Dinastii imperiale (2)
   Migraţiile (10)
   Etnografica (6)
   Apoulon (5)
BIBLIOTECA VECHE
   Cuprins
   Surse elene (103)
   Surse latine (140)
   Surse româneşti (97)
   Surse diverse (9)
   Lapidarium (7)
   Traduceri (177)
BIBLIOTECA CONTEMPORANĂ
   Articole online
   Cărți online
   Periodice (58)
   Recenzii (12)
   Articole știinţifice (1)
   Repertorii arheologice (3)
   Surse contemporane (9)
BIBLIOTECA PDF
   Surse contemporane (8)
   Surse vechi (7)
UNIVERSITARIA
   Lucrări de licenţă (2)
   Cursuri (4)
ISTORIA ALTFEL
   Dacia 3D (10)
   Arheologie experimentală (3)
   Trupe de reconstituire istorică (1)
   Reconstituiri istorice (1)
   Filme artistice (4)
   Grafică (3)
   Poezii (12)
   Legende şi povestiri (3)
   English papers (55)
ZIARUL PERSONAL
   Borangic Cătălin (35)
   Marcu Marius (5)
   Velico Dacus (57)
MULTIMEDIA
   Imagini
   Video (36)
   Podcast (1)
INTERNET
   Resurse WWW (2)
   Ştiri (430)
   Diverse (2)


Pagina principalăHartă siteArhivă ştiriListă alfabetică articoleClasament articoleContact ENDA pe FacebookCanal Youtube ENDAENDA pe TwitterNoutăţi ENDA prin canal RSSAbonare newsletter Distribuie pe FacebookDistribuie pe TwitterDistribuie prin email

ANTONIO DE GUEVARA - RELOJ DE PRINCIPES. PRIVILEGIO, PROLOGO, ARGUMENTO

Valladolid 1529



Por quanto por parte de vos, fray Antonio de Guevara, nuestro predicador y coronista, me fue hecha relación que vos traduxistes en romance castellano un libro llamado Marco Aurelio; y que ansimismo hezistes y compusistes otro libro intitulado Relox de príncipes, en el qual va incorporado el dicho Marco Aurelio; y que por ser libros de mucha doctrina y provecho los querríades hazer imprimir; y me suplicastes y pedistes por merced que, aviendo respecto al trabajo que en ordenar y traduzir los dichos libros passastes, os hiziesse merced; y mandasse que la persona o personas que vuestro poder uviessen (y no otras algunas) pudiessen imprimir ni vender los dichos libros ni alguno dellos por el tiempo que fuesse servido, y como la mi merced fuesse. E Yo, acatando lo susodicho, y porque los dichos libros fueron vistos por algunos del mi Consejo y aprovados por buenos, túvelo por bien; y por la presente doy licencia y facultad; y mando que por tiempo y espacio de diez años, que se cuenta desde el día de la hecha desta mi cédula en adelante, la persona o personas que vuestro poder uvieren (y no otras algunas) puedan imprimir, y impriman, y vendan en estos dichos nuestros reynos y señoríos, los dichos libros llamados Marco Aurelio y Relox de príncipes y qualquier dellos, so pena que qualquier persona o personas que sin tener para ello vuestro poder los imprimieren o hizieren imprimir o vender en estos dichos nuestros reynos y señoríos los traxeren a vender de fuera dellos, pierdan la impressión que hizieren, y los moldes y aparejos con que lo hizieren, y los libros que vendieren y tuvieren para vender, y incurra más cada uno dellos en pena de cien mill [4] maravedís por cada vez que lo contrario hizieren. La qual dicha pena mandamos que se reparta en esta manera: la tercia parte, para nuestra Cámara y Fisco; y la otra tercia parte, para la persona que lo acusare; y la otra tercia parte, para el juez que lo sentenciare. Y mando a los del mi Consejo, presidente y oydores de las nuestras audiencias, alcaldes, alguaziles de la nuestra Casa y Corte y chancellerías, y a otras qualesquier justicias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reynos y señoríos; que guarden y cumplan, y hagan guardar y cumplir, esta mi cédula y lo en ella contenido, y contra ella no vayan ni passen so pena de la nuestra merced y de diez mill maravedís para la nuestra Cámara a cada uno que lo contrario hiziere. Hecha en Burgos, a treze días de deziembre de quinientos y veynte y siete años.

Yo, el Rey
Por mandado de Su MagestadFrancisco de los Cobos


Previllegio del Reyno de Aragón

Don Carlos, por la divina clemencia Emperador de romanos siempre augusto, Rey de Germania; doña Juana, su madre, y el mismo don Carlos, por la gracia de Dios Reyes de Castilla, de Aragón, de las dos Sicilias, de Iherusalén, de Ungría, de Dalmacia, de Croacia, de León, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galizia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algezira, de Gibraltar, de las Yslas de Canaria, y de las Yslas Indias y tierra firme del mar océano; Archiduques de Austria, Duques de Borgoña y de Bravante etc., Condes de Barcelona, de Flandes y de Tirol etc., Señores de Bizcaya y de Molina, duques de Athenas y de Neopatria, Condes de Rossellón y de Cerdania, Marqueses de Oristán y de Gociano: A todos y qualesquier lugartenientes, generales, nuestros vicecancelleres y rigentes la cancellería rigente y por tant vezes de general gobernador justicias y bayles generales nuestros en los Reynos de Aragón y Valencia, Principado de Cataluña y Condados de Rossellón y Cerdaña; y otros qualesquier officiales y súbditos nuestros a quien pertenezca y de lo infrascripto serán requeridos salud y dilectión. Por quanto Nós avemos mandado imprimir la obra y libro nuevamente compuesto y ordenado por el venerable religioso fray Antonio de Guevara, predicador de Nuestra Real Capilla, y nuestro coronista, intitulado Relox de príncipes, con especial previlegio que por tiempo de diez años en ninguna otra parte de vuestros reynos pueda ser impresso. Por ende con tenor de las presentes de nuestra cierta sciencia y auctoridad real, vos dezimos y mandamos so incurrimiento de nuestra yra y indignación y pena de tres mill florines de oro de los bienes de cada uno de vos que lo contrario hiziere, erigederos y a nuestros cofres [6] aplicaderos, que en vuestras provincias, districtos y jurisdictiones no consintáys que persona alguna sea osado de imprimir la dicha obra por todo el dicho tiempo de diez años; y assimesmo mandamos so la dicha pena a todos y qualesquier impressores y libreros dessos dichos nuestros reynos y señoríos, que ninguno dellos sea osado de imprimir ni vender el dicho libro de Relox de príncipes pública ni ocultamente, guardándovos attentamente los unos y los otros de hazer o consentir que lo contrario se haga en alguna manera, por quanto la gracia Nuestra tenéys cara y la pena susodicha teméys incurrir. Data en la ciudad de Toledo, a seys días del mes de noviembre del año del nascimiento de Nuestro Señor Jesuchristo. M. D. xxviii.

Yo, el Rey
Christiana y Católica Magestasmandavit mihiUgoni de Urriés


Comiença el Prólogo General

sobre el libro llamado Relox de príncipes, dirigido a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad del Emperador y Rey Nuestro Señor don Carlos, Quinto deste nombre, por el Muy Reverendo y Magnífico Señor don Antonio de Guevara, Obispo de Guadix, Predicador y Coronista de Su Magestad.

Apolonio Thianeo, disputando con los discípulos de Hiarcas, dezía que no ay cosa más natural en nuestra naturaleza que es el apetito que tenemos todos de conservar la vida. Sin que aquellos grandes dos philósophos discutieran esto en su disputa, lo vemos cada día por experiencia, pues por vivir trabajan los hombres, por vivir buelan las aves, por vivir nadan los pesces, por vivir se asconden los animales; finalmente digo que no ay oy animal tan bruto, que de vivir no tenga un natural apetito.
Si muchos de los antiguos paganos parece que tuvieron en poco el vivir y que de su voluntad se ofrescieron al morir, no es porque ellos aborrecían la vida, sino que pensavan que teniendo ellos en poco su vida, terníamos nosotros en mucho su fama; porque los hombres de altos coraçones más aman alcançar la fama larga que no posseer la vida corta. Quán poca voluntad tengan los hombres de quererse morir, véanlo en las diligencias que hazen no más de por vivir, porque natural cosa es a todos los mortales dexar la vida con dolor y tomar la muerte con temor. Dado caso que esta muerte corporal todos la gustan, y que al fin al fin buenos y malos todos han fin, mucho va de la muerte de los unos a la muerte de los otros, en que los buenos si dessean la vida es para más bien hazer, y los malos si dessean vivir no es sino por más del mundo gozar; [8] porque todos los hijos de vanidad no llaman tiempo bueno sino aquél do ellos vivieron con reposo y regalo.
Hago saber a todos los que agora son y a todos los que después de nosotros vernán, y enderezco mi pluma a los que son hombres virtuosos (y no a los que se van desapoderados en pos de los vicios), que no mira Dios qué tales somos, sino qué tales desseamos ser. Y no diga nadie «quiero y no puedo ser bueno», porque al fin como tenemos osadía para cometer la culpa, también si quisiéssemos terníamos fuerças para hazer la emienda. Toda nuestra perdición está en que todos desseamos ser virtuosos, y por otra parte empleamos todas nuestras fuerças en vicios, y éste es un engaño con que está todo el mundo engañado; porque los cielos no están llenos sino de buenas obras y los infiernos no están poblados sino de buenos desseos.
Yo confiesso que todos los hombres y todos los animales ninguno dessea morir, sino que todos trabajan y dessean vivir, mas pregunto agora yo: ¿qué aprovecha dessear y procurar de alargar la vida si la vida es infame y aviessa? El hombre que es bullicioso, superbo, invidioso, ocioso, tahúr, blasphemo, mentiroso, goloso y reboltoso, a este tal ¿para qué le queremos en el mundo? Porque si a un pobre ladrón quitan la vida no más de porque hurtó una capa, yo no sé para qué vive el que revuelve toda una república. ¡O, si pluguiesse a Dios que no uviesse en la república más ladrones de los que andan a hurtar las haziendas de los ricos, y no tropeçássemos a cada passo con los que andan a robar las famas de los ricos y pobres! Mas, ¡ay, dolor!, que castigan a los unos y dissimulan con los otros, lo qual parece muy claro en que al ladrón que hurtó a mi vezino un sayo ponen en la horca y el que me roba la fama se passea cada día por mi puerta.
El divino Platón, en el primero libro De legibus, dezía: «Ordenamos y mandamos que el hombre que no tuviere bien concertada su persona, bien corregida su casa, bien regida su hazienda, bien disciplinada su familia y no tuviere paz con la vezindad propria, que al tal hombre que le den ayos que le rijan como a loco; y si no, que por vagabundo sea alançado del pueblo; porque jamás se desconcierta la [9] república sino por hombres que tienen desconcertada la vida.» Por cierto, tiene razón en dezir lo que dize el divino Platón, porque el hombre que es desbaratado en su persona, descuydado en las cosas de su casa, tiene mal disciplinada su familia y que no tiene paz con la república, al tal justo es que le alancen del pueblo y que le aten como a loco, que de verdad muchos ay en las casas de los innocentes atados los quales puestos en libertad no harían tanto mal como algunos de los que andan por las calles sueltos. No ay oy generoso señor, ni delicada señora, que antes no sufriesse una pedrada en la cabeça que no una cuchillada en la fama; porque la herida de la cabeza en un mes se la darán sana, mas la manzilla de la fama no saldrá en toda su vida.
Dize Laercio en la Vida de los philósophos que preguntó uno a Diógenes que quál fue la intención de los que ordenaron leyes, y respondióle él: «Hágote saber, amigo, que toda la armonía de los antiguos y todo el fin de los philósophos fue enseñar a los de su república cómo avían de hablar, negociar, comer, dormir, tratar, vestir, trabajar y descansar; porque en esto consiste todo el bien de la policía humana, en que cada uno reforme su casa y concierte su persona.» De verdad que tocó este philósopho en su respuesta una muy buena philosophía, porque no para otra cosa se haze la ley sino para aquél que vive sin razón y ley.
Los hombres que quieren vivir quietos y assossegados en esta vida, esles necessario tomar algún estado y manera de vivir en ella, y este estado no ha de ser según lo que dessea la locura de su persona, sino aquél en que Dios los puso para mayor salvación de su ánima; porque los hombres vanos no procuran sino lo que la sensualidad quiere y no lo que conforme a razón conviene. Desde que los árboles fueron criados siempre hasta oy conforme a su primera naturaleza llevan la hoja y fruta, lo qual paresce claro en que la palma lleva dátiles; la higuera, higos; el nogal, nuezes; el peral, peras; el castaño, castañas; y la enzina, bellotas. Finalmente digo que todas las cosas han conservado su naturaleza si no es el pecador del hombre que ha declinado a malicia. Los planetas, las estrellas, los cielos, las aguas, la tierra, el huego, el ayre, los [10] animales, las plantas y los peces: todos están en lo que fueron criados sin se quexar ni tener embidia unos de otros. Sólo el hombre nunca se acaba de quexar, nunca se acaba de hartar y siempre dessea su estado mudar; porque el pastor querría ser labrador, y el labrador querría ser escudero, y el escudero querría ser cavallero, y el cavallero querría ser rey, y el rey querría ser emperador. Finalmente digo que muy pocos son los que procuran de mejorar la vida y muy muchos los que trabajan de aumentar el estado y hazienda. No por otra cosa está oy perdido el mundo sino porque las enzinas secas de las montañas quieren venir a ser palmas regaladas en las huertas. Quiero dezir que los que ayer no se hartavan de bellotas duras en sus casas tienen oy hastío de manjares delicados en casas agenas.
Qué estado han de tomar los hombres en este mundo para tener más segura la conciencia y para tener más reposo en la vida, no fácilmente lo podría determinar qualquier persona, sino que solamente digo que no ay estado en la Yglesia de Dios en el qual los vivos no se pueden salvar, ni ay en el mundo manera de vivir do los malos si quieren no se puedan perder. Plinio, en una epístola que escribe a Fábato, su amigo, dize: «Entre los mortales no ay cosa más común, y con esto más peligrosa, que dar lugar al pensamiento a que piense que el estado de los unos es muy mejor que el estado de los otros, y de aquí viene que la malicia humana assí ciega a los hombres que quieren más alcançar lo ageno con trabajo que no gozar de lo suyo proprio con reposo.» El estado de los príncipes digo que es bueno si usan bien dél; el estado de los plebeyos digo que es bueno si se contentan con él; el estado de los religiosos digo que es bueno si se aprovechan dél; el estado de los ricos digo que es bueno si se templan en él; el estado de los pobres digo que es bueno si tienen paciencia en él; porque no está el merecimiento en que suframos muchos trabajos, sino en la paciencia que tenemos en ellos. Durante el tiempo desta mísera vida no podemos negar sino que en todos los estados ay peligro y pena, porque aquel solo se podrá llamar estado perfecto quando nos viéremos gloriosos en ánima y cuerpo, do viviremos sin temor de la muerte y do gozaremos sin peligro de vida. [11]
Viniendo, pues, al propósito, Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad, caso que todos valemos poco, todos tenemos poco, todos alcançamos poco, todos sabemos poco, todos podemos poco y todos vivimos poco; mas entre todo esto poco, digo que el estado de los príncipes es algo, porque los hombres mundanos dizen que no ay igual felicidad en esta vida sino tener auctoridad para mandar a muchos y no tener obligación de servir a ninguno. ¡O, si supiessen los súbditos qué les cuesta a los príncipes el mandar! ¡O, si supiessen los príncipes quán dulce cosa es en paz vivir!, yo juro a mí, pecador, que los menores tuviessen compassión de los mayores y los mayores tuviessen embidia de los menores; porque muy pocos son los plazeres que los príncipes gozan respeto de los enojos que los príncipes sufren. Pues el estado de los príncipes es mayor que todos, puede más que todos, vale más que todos, sostiene más que todos, tiene más que todos y al fin dél procede la governación de todos, necessario es que la casa, y la persona, y aun la vida del príncipe sea ordenada y corregida más que la de todos, porque assí como con una vara mide el mercader toda su ropa, assí con la vida del príncipe se mide toda la república.
Mucha fatiga tiene una muger en criar a un niño, mucho enojo passa un maestro en enseñar a un discípulo, mucho trabajo se le haze a un governador governar a un pueblo; pero a mayor trabajo y peligro me offresco yo en ofrecerme a ordenar el estado y vida de aquél de cuya vida depende todo el bien de la república. A los príncipes y grandes señores hémoslos de servir y no ofender, hémoslos de exortar y no lastimar, hémoslos de rogar y no injuriar, hémoslos de corregir y no infamar. Finalmente digo que por muy simple se ha de tener el médico que con los ungüentos que sanó los calcañares duros quiere curar los ojos muy delicados. Quiero por esta comparación dezir que no es mi fin de dezir en este libro a los príncipes y grandes señores qué tales son, sino amonestarles qué tales deven ser; no dezirles lo que hazen, sino avisarlos de lo que deven hazer; porque el cavallero que no emendare su vida por lo que le remuerde su consciencia, no pienso que se emendará por lo que escrive aquí mi pluma. [12]
Paulo Diácono, en el segundo libro de sus Comentarios, cuenta una antigüedad, la qual es muy digna de saber y muy sabrosa de leer, aunque a la verdad a mí será daño averla de relatar, porque muchas vezes escarva tanto en el muladar la gallina que descubre el cuchillo con que le cortan la cabeça. Fue, pues, éste el caso: Aníbal, aquel muy nombrado príncipe de los carthaginenses, después que por el venturoso Scipión fue vencido, fuesse a Asia para el rey Anthíoco, que en aquellos tiempos era príncipe muy valeroso, el qual le recibió en su reyno y le tomó en su amparo y le hizo muy buen tratamiento. Y de verdad el rey Anthíoco lo hizo en esto como rey piadoso, porque no ay cosa en que más los príncipes se muestren ser muy valerosos, que en amparar los generosos desfavorescidos.
Estos dos príncipes tenían en costumbre de yrse muchas vezes a caçar a los montes, a passear a los campos, a ver sus exércitos, y las más vezes ývanse a las achademias a oýr a los philósophos. Y, a la verdad, ellos lo hazían como hombres cuerdos y sabios, porque no ay hora en el día tan bien empleada como es oýr a un hombre de dulce lengua. En aquellos tiempos había en Épheso un gran filósofo llamado Phorvión, el qual leýa y doctrinava a todos los de aquel reino, y como un día entrassen aquellos dos príncipes a oýrle en su achademia, el philósopho Phorvión mudó la materia de que leýa y començó de improviso a hablar de los modos y cautelas que han de tener los príncipes en la guerra y de la orden que han de guardar en dar una batalla. Fueron tantas, y tan nuevas, y por tan alto estilo las cosas que dixo, que no sólo espantó a los que nunca lo avían visto, mas aun a los que cada día le avían oýdo; porque esta excellencia tiene el hombre curioso y cuydadoso en estudiar, que nunca le faltan cosas nuevas que dezir. Quedó el rey Anthíoco muy vanaglorioso de ver que aquel philósopho avía tan bien hablado delante aquel príncipe estrangero, y esto a fin que conosciessen los estrangeros que tenía su reyno poblado de sabios, porque los animosos y generosos príncipes de ninguna cosa se han tanto de preciar, como de hombres esforçados que defiendan sus fronteras y de hombres muy prudentes que [13] goviernen sus repúblicas. El rey Anthíoco preguntó al príncipe Aníbal que qué le avía parecido de lo que el philósopho Phorvión avía dicho, a la qual pregunta respondió Aníbal con tan gran osadía, y mostróse tan valeroso en aquella respuesta como si fuera aquél el día do en la de Canas venció la gran batalla, porque los príncipes generosos y animosos aunque pierden todos sus estados y reynos, no por esso confessarán que fueron sus coraçones vencidos. Las palabras que allí dixo Aníbal fueron éstas:
Hágote saber, rey Anthíoco, que yo he visto a muchos viejos perder el seso, mas jamás vi hombre tan loco como es Phorvión, éste que tú llamas gran philósopho; porque supremo género de locura es quando el hombre que no tiene sino un poco de sciencia vana presume de enseñar no al que tiene sciencia vana, sino al que tiene experiencia cierta. Dime, rey Anthíoco: ¿qué coraçón lo ha de sufrir, ni qué lengua lo ha de callar, ver a un hombrezillo como es este philósopho, criado toda su vida en un rincón de Grecia estudiando philosophía, osar como osó ponerse a hablar delante el príncipe Aníbal a hablar y disputar de las cosas de la guerra, como si uviera sido príncipe de África o capitán de Roma? Por cierto, que o él sabe poco, o muestra tenernos en poco, porque de sus vanas palabras se collige querer él saber más en las cosas de guerra no más de por lo que en los libros ha leýdo, que no por las famosas batallas que Aníbal ha dado. ¡O!, rey Anthíoco, quánto y quánto va del estado de los philósophos al estado de los capitanes, de saber bien leer en la achademia a saber bien ordenar una batalla, de la sciencia que en esto saben los sabios a la experiencia que tienen los hombres guerreros, de saber cortar la peñola a saber menear la lança, de estar uno rodeado de libros a tener a ojo para enfrontar con los enemigos; porque son muchos los que con gran eloqüencia blasonan las cosas de la guerra y después son muy pocos los que en aquella hora tienen coraçón para aventurar la vida. Este pobre philósopho Phorvión jamás vio gente de guerra en campo; jamás vio romper un exército con otro; [14] jamás vio tocarse la dolorosa trompeta para darse batalla; jamás vio las trayciones de los unos, ni sintió las covardías de los otros; jamás vio cómo son pocos los que pelean y son muchos los que huyen. Finalmente digo que a un philósopho y letrado quan honesto le es loar y engrandecer los bienes que se siguen de la paz, tan ageno ha de ser de su boca hablar en los peligros de la guerra. Si ninguna cosa de las que ha dicho este philósopho ha visto con los ojos, sino que las ha leýdo en los libros, dígalas a los que no las han visto, ni menos las han leýdo, porque las cosas de la guerra mejor se deprenden en los campos de África que no en los estudios de Grecia. Bien sabes tú, rey Anthíoco, que por espacio de treynta y seys años yo tuve largas y peligrosas guerras assí en España como en Italia, en las quales se mostró muy próspera y muy adversa la fortuna, como suele hazer con todos los que emprenden alguna cosa muy ardua, en testimonio de lo qual heme aquí a mí, que antes que me naciessen barbas fuy servido, y después que me nacieron canas comencé a servir. Yo te juro al dios Mars, o rey Anthíoco, que si alguno me preguntasse agora cómo se avían de aver en la guerra, no le osasse dezir ni una palabra, porque son cosas que consisten en experiencia y no se deprenden por plática; porque los príncipes començamos las guerras con justicia y seguýmoslas con cordura, mas el fin dellas consiste en ventura y no en esfuerço y maña.
Otras más cosas dixo Aníbal al rey Anthíoco, y el curioso que las quisiere ver lea el Apothémata de Plutharco. Este exemplo, Sereníssimo Príncipe, más es para que condenéys mi atrevimiento que no para que loéys mi propósito, diziendo que tan incógnitas son a mí las cosas de la república como a Phorvión los peligros de la guerra. Justamente me podrá Vuestra Majestad dezir que, siendo yo un pobre religioso y criado de largos años en el monesterio, quién me dio atrevimiento de escrevir cómo un príncipe tan poderoso ha de corregir a sí y governar a su reyno; porque (hablando la verdad) tanto será uno tenido por mejor religioso quanto menos [15] supiere de los bullicios del mundo. El estado de los príncipes es estar muy acompañados y el estado de los religiosos es estar solos, porque el siervo de Dios ha de tener soledad de vagamundos pensamientos y estar acompañado de sanctos propósitos. El estado de los príncipes siempre los trae inquietos, mas el estado de los religiosos es estar encerrados, porque de otra manera espiritual apóstata es el religioso que tiene el cuerpo en la cela y el coraçón en la plaça. A los príncipes esles necessario hablar y comunicar con todos, mas a los religiosos esles muy dañoso ser libres en el conversar y ser absolutos en el hablar; porque los buenos religiosos las manos han de ocupar en trabajar, el cuerpo en ayunar, la lengua en rezar y el coraçón en contemplar. El estado de los príncipes comúnmente se emplea en la guerra, mas el estado de los religiosos es dessear y procurar la paz; porque si el príncipe se ocupa en derramar sangre de los enemigos, el buen religioso se ha de ocupar en derramar lágrimas por los pecadores. ¡O!, si pluguiesse al Rey del Cielo que como conozco todo a lo que soy obligado, Él me diesse su gracia para cumplirlo; mas, ¡ay de mí!, que para escrevirlo tengo muy bien cortada la pluma, mas para obrarlo siento en mí mucha tibieza. Es mi fin de dezir lo que he dicho, y de hablar contra mí mismo, para que Vuestra Magestad sabrá las cosas de los príncipes por experiencia, mas yo ni las sabré dezir ni escrevir sino por sciencia. Los que han de aconsejar a los príncipes, los que han de ordenar las vidas de los príncipes, los que han de adoctrinar a los príncipes, deven tener el juyzio muy claro, la intención muy recta, las palabras muy corregidas, la doctrina muy sana y la vida muy sin sospecha; porque hablar de grandes cosas sin tener experiencia dellas no es otra cosa sino el hombre que es muy ciego querer adestrar al que vee algo.
Sentencia fue del gran Xenofonte que no avía cosa más difícil en esta vida que era conocer a un hombre sabio en ella, y la razón que para esto dava era que el hombre sabio no podía ser descubierto ni conoscido sino por otro sabio. Podemos inferir desto que dize Xenofonte que assí como a un sabio no le puede conocer sino otro sabio, assí el que avía de escrevir la vida del príncipe avía de aver sido príncipe; porque mejor [16] contará y aun avisará de los peligros el que ha navegado por la mar un año, que no el que ha morado diez años en el puerto. Escrivió Xenofonte un libro de doctrina de príncipes, y introduze al rey Cambises cómo doctrina y habla al rey Ciro, su hijo; y por semejante Honesícrito escrivió otro libro de arte de cavallería, y introduze al rey Philipo cómo enseña a pelear a su hijo Alexandro; porque les pareció aquellos philósophos que no tenía auctoridad aquella escritura si no yva en nombre de aquellos príncipes, los quales de aquello que ellos escrivían tenían experiencia. ¡O!, si un príncipe anciano quisiesse escrevir con la péñola, y si no que nos lo dixesse por palabra, qué infortunios ha passado después que tomó la governación del reyno, qué desacatos le han hecho sus vassallos, qué enojos le han dado sus criados, qué ingratos le han sido sus amigos, qué cautelas han tenido con él sus enemigos, en qué peligro se ha visto su persona, qué diferencias ha visto en su casa, en qué faltas le han echado los suyos, quántas vezes le han engañado los estraños; finalmente, qué importunidades ha passado de día, qué indigestos suspiros ha dado de noche. Por cierto que pienso, y aun en lo que pienso no me engaño, que si por entero nos contasse un príncipe toda su vida, y particularmente nos dixesse cada cosa, nos espantássemos de cuerpo que tal ha sufrido y nos escandalizássemos de coraçón que tal ha dissimulado.
Cosa enojosa, cosa peligrosa, cosa superba, cosa atrevida, cosa inconsiderada y aun cosa peligrosa es querer uno con la péñola ordenar la república y concertar a un príncipe la vida; porque, a la verdad, no se persuaden los hombres a bien vivir con palabras muy compuestas, sino con obras muy virtuosas. No sin causa digo que no es poco, sino muy presumptuoso, el hombre que se atreve dar al príncipe consejo; que, como los príncipes tienen en muchas cosas los pensamientos altos, y en algunas dellas son voluntariosos, do pensamos tenerlos propicios tornámoslos contra nós más ayrados; porque el consejo antes daña que aprovecha si el que le da no tiene mucha cordura y el que le recibe no tiene mucha paciencia. Yo, Señor, no he sido príncipe para saber los trabajos de los príncipes, ni soy principal para aconsejar a los príncipes, [17] sino que si me he atrevido a componer este libro, no ha sido con presunción de aconsejar a Vuestra Magestad, quanto con toda humildad avisar a Vuestra Majestad, porque para dar consejo confiéssome no tener crédito, mas para dar aviso abástame ser vuestro criado.
Qué tal sea el ordiembre deste libro, es a saber: quán prouechoso para saber, quán sin pesadumbre para leer, quán profundo en las doctrinas y quán estremado en las historias, no quiero que lo escriva mi pluma, sino que lo digan los que leyeren la obra. Muchas vezes acontece que pierden mucha auctoridad los libros, no porque ellos no son muy buenos, sino porque los auctores fueron presumptuosos y vanos; porque, a mi parecer, no es otra cosa loar uno mucho su escriptura, sino dar a todos licencia que digan mal dél y della. No piense nadie que lo que he escripto lo he escripto sin averlo bien pensado y examinado, que yo confiesso al Redemptor del mundo que he consumido y espendido tanto tiempo en buscar lo que avía de escrevir que ha onze años que apenas ha passado día en que mi péñola no escriviesse o corrigiesse en esta obra. Confiesso que he tenido muy gran trabajo en escrevirlo, porque es la verdad como la verdad que cinco vezes ha sido este libro escripto de mi mano propria y otras tres de mano agena. Confiesso que he leýdo y buscado por diversas partes muchos y muy peregrinos libros, y esto para hallar buenas doctrinas; y, junto con esto, he tenido gran aviso en buscar y aplicar al propósito las Historias, porque no puede ser cosa mas fría que aplicar sin propósito una hystoria. He también mirado mucho en que no fuesse tan breve en mi escrivir que me notassen de obscuro, ni tampoco fuesse tan largo que me infamassen de verboso, porque toda la excellencia del escrevir está en que debaxo de pocas palabras se digan muchas y muy graves sentencias.
Nero el Emperador enamoróse de una dama romana, la qual se llamava Pompeya, que era en estremo muy hermosa, y al fin hora por ruego, hora por dinero, el Emperador alcançó della todo lo que quiso; porque, en caso de amores, do sobra la porfía y falta la resistencia no puede mucho tiempo [18] conservarse la pudicicia. Fue tan estremado el amor que tuvo el Emperador Nero a esta dama Pompeya, que como tuviesse ella los cabellos de color de ámbar, que no es otra cosa sino ser roxos, compuso Nero unos versos heroycos en alabança de aquellos cabellos de su amiga Pompeya, los quales él mismo cantava, y aun con un instrumento los tañía, porque Nero fue príncipe muy docto en la lengua latina y muy gran cantor y tañedor en la arte de música. Plutharco, en el libro De gestis mulierum, cuenta esta historia y, para agraviar más la vanidad y liviandad de Nero, dize que aquella muger Pompeya tenía el cuerpo mediano, los dedos largos, la boca pequeña, las cejas delgadas, las pestañas espessas, las narizes aguileñas, los dientes menudos, los labrios colorados, la garganta blanca, la frente ancha; finalmente tenía los ojos grandes y salidos, y los pechos altos y bien proporcionados. Dado caso que en cada una de todas estas cosas el Emperador Nero puso los ojos para de aquella dama se enamorar, en ninguna cosa él empleó su coraçón tanto como fue en los cabellos roxos para de amores della se morir; porque los hombres inconsiderados y livianos muchas vezes aman no lo que razón les dize, sino lo a que su voluntad les lleva. Creció tanto el amor en el Emperador Nero, que él mismo contó uno a uno los cabellos de su amiga Pompeya; y no fue nada contarlos, sino que a cada cabello puso su nombre para le nombrar y le hizo una canción para le cantar, por manera que aquel infame príncipe más tiempo gastava en cantar y festejar a su amiga Pompeya que no en oýr ni remediar los agravios de la república. No paró en esto la locura de Nero, sino que le hizo un peyne de oro con que se peynasse, y, si acaso se le caýa algún cabello de la cabeça, luego le engastonava en oro y le ponía en el templo encima de la diosa Juno; porque los romanos hora fuessen buenas, hora fuessen malas las cosas que más amavan, aquéllas a sus dioses ofrecían. Como Pompeya tenía de color de ámbar los cabellos y el Emperador Nero estava enamorado dellos, todas las damas de Roma y de Ytalia trabajavan mucho no sólo de enruviar los cabellos, mas aun de traer de aquel color los vestidos, de manera que hombres y mugeres tenían los collares de ámbar, las medallas de ámbar, [19] los anillos de ámbar y los joyeles de ámbar; porque siempre fue y siempre será que las cosas a que los príncipes son inclinados aquéllas más que otras aman y siguen los pueblos. Antes que el Emperador Nero hiziesse esta liviandad en Roma, la piedra ámbar era en muy poco precio tenida; y después que fue a Nero aquella color tan acepta, no avía en Roma piedra preciosa tan estimada; y (lo que más es) que en ninguna cosa de oro ni de seda tanto como en ello se ganava, y ya de tierras estrañas no traýan los mercaderes otra tan principal mercadería; y desta vanidad yo no me maravillo, porque los hijos deste siglo más trabajan por imitar una vanidad agena que no por cumplir con su necessidad propria.
Viniendo al propósito, Sereníssimo Príncipe, por este exemplo que he dicho, para conjecturar lo que quiero dezir, y es que si esta mi escriptura fuere a Vuestra Magestad acepta, soy cierto que a ninguno será enojosa, y si alguno quisiere poner en ella la lengua, no osará en pensar que esta a Vuestra Serenidad ofrecida; porque las cosas que los príncipes toman debaxo de su amparo tenemos obligación a defenderlas, mas no tenemos licencia de retraerlas. Atrévome a dezir que, dado caso que no sea profunda en lo que dize y no sea muy eloqüente en el modo cómo lo dize lo que dize mi escriptura, que todavía saque más provecho Vuestra Magestad en leerla que no sacó Nero de su amiga Pompeya; porque al fin con el estudiar y leer en buenos libros se tornan los hombres sabios, y con tratar y conversar con personas viciosas se tornan los hombres viciosos.
No soy, Señor, tan sobervio ni vano que quiera yo que Vuestra Magestad dé tanto color y favor a mi doctrina para que sea tan tenida en España como fue el ámbar en Roma, mas lo que yo pido y suplico es que el tiempo que Nero el Emperador gastava en cantar y contar los cabellos de su amiga, aquél gaste Vuestra Magestad en oýr y remediar los agravios de su república; porque el generoso y cuydadoso príncipe la menor parte del día ha de emplear en las recreaciones de su persona. Después que aya dado audiencia a los de su consejo, a los embaxadores, a los grandes señores y perlados, a los ricos y a los pobres, a los naturales y estrangeros, y se [20] retruxere a su retraymiento, allí querría yo que Vuestra Magestad leyesse en este libro o en otro mejor que éste; porque en las cámaras de los príncipes muchas vezes los privados gastan mucho tiempo en hablar y porfiar cosas de poco provecho, el qual tiempo sería mejor emplearle en leer en un libro. En todos los negocios que tratamos y en todos los libros que componemos, mucho y muy mucho haze al caso ser el hombre bien fortunado; porque, a la verdad, do la fortuna es contraria, muy poco aprovecha la diligencia. Ya que la fortuna me fuesse contraria, en que esta obra no fuesse a Vuestra Magestad acepta, sin comparación me sería más pena y afrenta dezirme que le era muy acepta para leer, y por otra parte no quisiesse de sus avisos se aprovechar; porque no ha sido mi intención, Sereníssimo Príncipe, componer este libro para que passéys tiempo, sino para que aprovechéys el tiempo.
Aulo Gelio, en el tercero libro, capítulo xii, dize que el divino Platón, entre los otros discípulos que tuvo, fue uno el gran philósopho Demóstenes, el qual fue muy estimado de los griegos y muy desseado de los romanos, porque era en su vida muy áspero y en su lengua y doctrina satírico. Si Demóstenes viniera en los tiempos de Phálaris el tyrano, quando estava Grecia poblada de tyranos, y no viniera en tiempo de Platón, quando estava llena de philósophos, no menos Demóstenes fuera lumbre de Asia que el gran Cicerón fue luz de toda Europa. Gran parte es de fortuna venir un hombre notable en una edad o venir en otra. Quiero dezir que si un cavallero esforçado viene en tiempo de un príncipe animoso y valeroso, será por cierto el tal estimado y en cosas de gran importancia puesto; mas si viene en tiempo de otro príncipe que no sea sino pusilánime y cobdicioso, en más terná a uno que le crezca su renta que no al cavallero que le vence su batalla. Lo semejante acontece a los hombres sabios y a los hombres virtuosos, los quales si vienen en tiempos de príncipes virtuosos y doctos son estimados y honrados, mas si concurren en tiempos de príncipes viciosos y vanos muy poca cuenta se haze dellos; porque costumbre es ya muy antigua entre los hijos de vanidad que no honran al que es en [21] la república mas provechoso, sino al que es al príncipe más acepto.
El fin porque se dize esto es porque estos dos tan famosos philósophos fueron en Grecia contemporáneos, y por lo mucho en que el divino Platón fue tenido, hizo que al philósopho Demóstenes no tuviessen en tanto, porque la sobrada fama de solo uno escurece el nombre de muchos en el pueblo. Aunque era Demóstenes tal qual hemos dicho, es a saber: de fecunda memoria, de divino ingenio, de estremada vida, de sano consejo, en fama muy nombrado, en edad muy anciano, y en philosophía varón muy doctíssimo, no por esso dexava de entrar cada día en la academia a oýr de Platón moral philosophía. El que esto oyere o leyere no se deve maravillar, sino dello se aprovechar, es a saber: que un philósopho deprendía de otro philósopho, que un sabio se dexava doctrinar de otro sabio, porque es de tal calidad la sciencia que cuánto más uno sabe, cada día le crece el apetito de más saber.
Todas las cosas desta vida después de gustadas y posseýdas, empalagan, hartan y cansan, si no es la verdadera sciencia, la qual ni harta, ni empalaga, ni cansa; y si por caso parece que alguna vez fatiga, serán los ojos que se cansan de leer, mas no el espíritu de lo sentir y gustar. Muchos señores y familiares amigos me dizen y riñen que cómo es possible que aya de vivir con tanto estudiar, a los quales yo respondo que cómo es possible que ellos puedan vivir con tanto holgar; porque, considerados los sobresaltos de la carne, los peligros del mundo, las tentaciones del demonio, las assechanças de los enemigos, las importunidades de los amigos, ¿qué coraçón podrá sufrir tantos y tan continuos trabajos si no es leyendo y consolándose con los libros? Mayor compassión se ha de tener a un hombre simple que no a un hombre pobre, porque no ay tan alto género de pobreza como es faltarle a un hombre prudencia para se governar.
Prosiguiendo, pues, nuestro propósito, fue el caso que yendo un día Demóstenes a la academia de Platón vio en la plaça de Athenas un gran concurso de gente que estavan oyendo a un philósopho, el qual de nuevo avía allí venido; y no sin [22] misterio se dize que estavan oyéndole gran concurso de gente, porque naturalmente todas las cosas nuevas siempre es amigo el vulgo de oýrlas. Preguntó Demóstenes que quién era aquel philósopho en pos del qual se yva todo el pueblo, y como le dixessen que era Calístrato el philósopho, varón que en el modo del dezir era dulcíssimo, acordó de pararse, yr a verle, oýrle, con fin si era verdad o vanidad lo que del dezía el pueblo; porque acontece muchas vezes que ay en los pueblos unos hombres muy famosos y esto les viene más por el favor que procuraron que no por las letras que aprendieron. Ésta es la diferencia que avía entre el divino Platón y el philósopho Calístrato, en que Platón era muy docto y Calístrato era muy eloqüente, y de aquí vino que en la vida imitavan a Platón, mas en la doctrina seguían a Calístrato; porque muchos hombres ay assaz dotos, los quales saben muy profundas doctrinas, mas ninguna gracia tienen en enseñarlas. De sola una vez que oyó Demóstenes a Calístrato, tomó tanto amor con su doctrina, que nunca oyó más a Platón ni entró en su academia, de la qual novedad se maravillaron muchos sabios de Grecia, y esto no más de por ver que fuesse tan poderosa la lengua de uno que pusiesse silencio a las doctrinas de todos.
Sin que aplique este exemplo, ya Vuestra Magestad me terná entendido qué ha sido mi fin de recontarle; mas con todo esso digo que tiene Vuestra Celsitud tan corregidos libros en su Cámara y tiene varones tan doctos en su Casa, que no immérito ternán la auctoridad que tenía Platón en su Academia, y en tal caso no me pesaría que aconteciesse a Vuestra Magestad con este libro lo que aconteció a Demóstenes con Calístrato. No quiera Dios que sea mi fin dezir esto para persuadir a Vuestra Magestad que dexe de hablar con hombres sabios y para que dexe de leer en otros libros, que esto sería dexar a Platón, que era divino, y seguir a Calístrato, que era más humano; sino que de quando en quando tome por estilo de leer en este libro un poco, y podrá ser que halle en él algún saludable aviso, el qual le aprovechará en algún tiempo; porque los buenos y curiosos príncipes han de tener siempre en la memoria las cosas buenas que leyeren y han de raer de la memoria las injurias que les hizieren. [23]
No sin causa digo que el que leyere esta mi escriptura hallará en ella algún aviso, porque todo lo que se escrivió se escrivió muy sobre aviso, y fue esto hecho con tanta diligencia en que tan mirada y tan corregida era cada palabra y sentencia, como si de aquella sola dependiera toda la escriptura; porque éste es el mayor trabajo que sienten los hombres doctos en el escrevir, de pensar que si fueren muchos los que emplearen los ojos en sus doctrinas para las leer, serán muchos más los que pornán en ellas las lenguas para las dañar. He tenido fin de poblar esta mi escriptura como el que planta de nuevo una huerta generosa, do pone rosas que huelan las narizes, do ay verduras en que se ceven los ojos y do ay fructas que cojan las manos; mas al fin fin, como soy hombre y escriva para hombres, como hombre podré aver errado y acertado, porque no ay en el mundo pintura tan perfecta que no presuma otro pintor mejorarla. Los que curiosamente se ocuparen en leer esta obra, hallarán en ella consejos muy provechosos, leyes muy vivas, razones muy buenas, dichos muy notables, sentencias muy profundas, y hazañas muy estremadas y historias muy antiguas, porque (hablando la verdad) yo tuve respecto que la doctrina fuesse antigua y el estilo fuesse nuevo. Ni porque Vuestra Magestad sea el mayor Rey de todos los reyes y reynos y yo sea el menor de todos sus criados, no se deve despreciar emplear los ojos en este libro, ni se deve descuydar de lo que bien le pareciere ponerlo en efecto; porque, siendo buena y bien corregida la letra, no deve ser menospreciada, ni porque sea con mala péñola escripta. Dixe, digo y diré que los príncipes y grandes señores quanto son más valerosos, quanto son más ricos y quanto son más animosos, tanto tienen mayor necessidad de tener cabe sí buenos consejeros con quien hablen y muy buenos libros en que lean; y esto deven hazer en los tiempos prósperos y adversos, para que con tiempo sean sus negocios consultados y remediados, porque de otra manera avrá tiempo de arrepentirse y no avrá lugar de remediarse.
Plinio y Marco Varro y Estrabo y Machrobio, historiadores que fueron no menos graves que verdaderos, traen entre sí [24] mucha contienda sobre saber y averiguar qué cosas en la república fueron más antiguas y en qué tiempo fueron por todos aceptadas. Séneca, en una epístola que escrive a Lucillo, loa y nunca acaba de loar la república de los rodos, en la qual con muy grandíssima dificultad se ofrecían todos en común de guardar una cosa, mas después que la aceptavan inviolablemente la conservavan y guardavan. El divino Platón, en el vi libro de sus Leyes, ordenó y mandó que si algún ciudadano inventasse alguna cosa nueva, la qual jamás uviesse sido vista ni oýda, que el tal inventor primero la experimentasse por espacio de diez años en su casa antes que se introduxesse en la república; porque si la invencion fuesse buena, él llevasse el provecho; y, si fuesse mala, sobre él y no sobre otro cayesse el daño. Plutharco, en su Apothémata, dize que Ligurgo so graves penas prohibió que ninguno de los de su república fuesse osado de peregrinar a tierras estrañas, ni tampoco fuesse osado de acoger a los peregrinos en sus casas proprias; y el fin de hazer esta ley fue porque los peregrinos no truxessen a sus casas cosas peregrinas, y ellos andando por tierras estrañas no deprendiessen costumbres nuevas.
Es ya tanta la presunción de los hombres y tan poca la consideración de los pueblos, que todo lo que uno quiere dezir dize, todo lo que quiere inventar inventa, todo lo que quiere escrivir escrive; y no es nada hazerlo, sino que no ay uno que le vaya a la mano, porque el vulgo es en este caso tan liviano que con tal que cada día vea cosa nueva, poco se le da que sea en provecho o en daño de la república. Véngase oy un hombre vano y liviano a un pueblo, el qual hombre jamas fue visto ni oýdo; si el tal es un poco agudo y astuto, pregunto qué es lo que querrá dezir que no diga; qué es lo que querrá inventar que no invente; qué es lo que querrá proponer que no proponga; qué es lo que querrá persuadir que no le crean. Cosa por cierto es maravillosa, y aun no poco escandalosa, que baste uno para trastornar el seso a todos, y no basten todos de reprimir la liviandad de uno. Cosas nuevas y inusitadas ni los pueblos las avían de admitir ni los príncipes consentir, porque no menos ha de ser examinada una novedad antes que se introduzga en la república que se examina un [25] grave escrúpulo de conciencia. Rufino, en el segundo libro de su Apología, reprehende mucho a los egypcios porque fueron amigos de cosas ingeniosas, y arguye mucho a los griegos porque fueron muy curiosos en dezir palabras compuestas; y por contrario loa mucho a los romanos, los quales fueron muy incrédulos en creer lo que los griegos dezían y fueron muy graves en aceptar lo que los egypcios inventavan. Razón tiene este auctor de loar a los unos y condenar a los otros, porque de juyzio vano y de coraçón liviano procede creer uno todo lo que oye y hazer todo lo que vee. Veniendo, pues, al propósito, dize Marco Varro que cinco cosas fueron muy graves de introduzir en el mundo, ninguna de las quales después que en común fueron aceptadas jamás dexaron perder ni olvidar ninguna dellas; porque assí como las cosas que con liviandad se aceptan, con facilidad se dexan, assí las cosas que con gravedad se aceptan, con mucha solicitud se guardan.
La primera cosa que comúnmente por todos los del mundo se aceptó fue vivir todos los hombres juntos, es a saber: que fiziessen lugares y ciudades y repúblicas, porque, según dize Platón, los primeros animales que inventaron repúblicas fueron las hormigas, las quales (según vemos por experiencia) viven juntas, trabajan juntas, andan juntas y para el invierno hazen la provisión juntas; y, lo que más es, que ninguna dellas aplica para sí cosa propria, sino que todo les es común en su república. Cosa monstruosa es ver la república de las hormigas ver cómo alimpian sus cuevas, ver cómo enxugan el grano de que está mojado, ver cómo viven de su trabajo proprio, ver cómo no hazen mal unas a otras, ver cómo gozan unas del trabajo de las otras; y (lo que para mayor confusión nuestra es) que si a mano viene viven cincuenta mil hormigas en una pequeña cueva y no se compadescen solos dos hombres dentro de una república. Pluguiesse a Dios Nuestro Señor que fuesse tan grande la prudencia de los hombres para se salvar quanta es la providencia de las hormigas para vivir. Como el mundo fue más creciendo y los ingenios se fueron más avivando, levantáronse tyranos que opremían a los pobres, ladrones que robavan a los ricos, bulliciosos que [26] desassossegavan a los quietos, homicidas que matavan a los pacíficos y ociosos que comían de sudores ajenos, lo qual visto por los que eran virtuosos, acordaron de juntarse en uno y vivir todos juntos, porque desta manera podían conservarse los buenos y resistir a los que quisiessen ser malos. Conforme a esto que hemos dicho dezía Macrobio, en el segundo libro De somno Scipionis, que la mucha cobdicia y la grande avaricia fueron ocassión que los hombres inventassen entre sí república. Plinio, en el vii libro, capítulo lii, dize que los primeros que hizieron poblaciones pequeñas fueron los de Athenas y los primeros que edificaron ciudades grandes fueron los de Egypto.
La segunda cosa que comúnmente por todos los del mundo se aceptó fueron las letras que leemos y de que en el escrevir nos aprovechamos. Según dize Marco Varro, los egypcios dizen y se alaban que ellos las inventaron, y por contrario los asirios afirman y juran que entre ellos primero que entre otros parecieron. Plinio, en el vii libro, dize que en los primeros siglos no tuvo el abc mas de xvi letras, y que el gran Palamedes estando cercada Troya añadió otras quatro. Aristótiles dize que luego en el principio se hallaron las xviii letras, y que después Palamedes añadió no más de dos, que fueron por todas veynte, y que el philósopho Epipharno añadió otras dos que fueron veynte y dos. Muy poco va que ayan hallado las letras los egypcios o que pareciessen entre los assirios, mas digo y afirmo que fue cosa muy necessaria para la república y aun para el aumento de la naturaleza humana; porque si careciéramos de letras y escripturas ni de los tiempos passados pudiéramos saber, ni a los que vernán en pos de nosotros pudiéramos avisar. Plutharco, libro ii De laudibus antiquorum, y Plinio, en el vii libro, en el capítulo lvi, loan mucho a Pirodas porque inventó a sacar fuego del pedernal; loan mucho a Pretheo porque inventó el arnés; loan mucho a Panthasilea porque inventó la hacha; loan mucho a Scitheo porque inventó el arco y la saeta; loan mucho a Pheniceo porque inventó la ballesta y la honda; loan mucho a los lacedemones porque inventaron el capacete, y la lança, y la espada; loan [27] mucho a los de Thesalia porque inventaron a pelear a cavallo; loan mucho a los afros porque hallaron el arte de pelear por mar; mas yo loo y nunca acabaré de loar no a los que hallaron armas para emprender guerra, sino a los que buscaron letras para deprender sciencia. Quanta diferencia vaya de mojar la péñola en la tinta a teñir la lança en la sangre, y de estar rodeado de libros o estar cargado de armas, de estudiar cómo cada uno ha de vivir, o andar a saltear en la guerra para a su próximo matar, no ay ninguno de tan vano juyzio que no loe más los exercicios de la sciencia que no los bullicios de la guerra; porque al fin al fin, el que deprende cosas de guerras no deprende sino cómo a los otros ha de matar, y el que deprende sciencia no deprende sino cómo él y los otros han de vivir.
La tercera cosa que comúnmente por todos los del mundo en conformidad de todos se aceptó fueron las leyes, porque dado caso que ya los hombres vivían en común juntos no querían subjectarse unos a otros, y por esta causa nascían entre ellos no pocos enojos y escándalos; porque, según dezía Platón, no ay mayor indicio de perderse una república que quando se levantan muchas cabeças en ella. Plinio, libro vii capítulo lvi, dize que una reyna llamada Ceres fue la primera que en el mundo enseñó a sembrar los campos, y a moler en los molinos, y amassar y cozer en los hornos, y la primera que enseñó a vivir debaxo de leyes a los pueblos, y por todas estas cosas llamáronla diosa los antiguos. Desde aquellos tiempos acá jamás hemos visto, ni oýdo, ni leýdo de algún reyno ni de alguna nación, por estraña ni por bárbara que fuesse, que no tuviessen leyes con que se favoresciessen los buenos, y no tuviessen en ellas señaladas penas para castigar a los malos; aunque a la verdad yo más querría (y aun por más seguro lo ternía) que amassen los hombres la razón que no que temiessen a la ley. Los que dexan de hazer malas obras no por más de por no caer en las penas que por ellos están señaladas, digo de los tales que si los hombres apruevan lo que hazen, condena Dios lo que dessean. Séneca, en una epístola que escrive a Lucillo, su amigo, dize estas palabras: [28]
Escrívesme, Lucillo, que los de essa ysla de Sicilia han llevado mucho trigo a España, y aun a África, la qual saca está prohibida por una ley romana, y que han incurrido en muy gran pena. Como por ser virtuoso me puedes enseñar a bien obrar, assí yo por ser viejo te puedo enseñar a bien hablar. Y es el caso que entre los hombres sabios y virtuosos no se sufre dezir 'esto dispone la ley', sino dezir 'esto mandaréys conforme a razón'; porque la corona del bueno es la razón y el verdugo del malo es la ley.
La quarta cosa que comúnmente en el mundo se aceptó por todos fueron los barberos, y no lo tome nadie esto a burla, que si lee a Plinio en el capítulo lix del vii hallará por verdad que cccc y liiii años estuvieron los romanos en Roma, ninguno de los quales jamás se rayó la cabeça ni se hizo la barba. Marco Varro dize que Publio Ticino fue el primero que desde Sicilia truxo barveros a Roma, y sobre si serían admitidos o sobre que no fuessen admitidos uvo grandes contrariedades entre los romanos, porque dezían ellos que les parecía cosa temeraria fiarse la vida de la cortesía de un hombre. Dionisio Siracusano jamás fió su barba de ningún barbero, sino que sus hijas quando eran muy pequeñas le cortavan con unas tigeras las barbas; mas, después que las moças fueron crecidas, no fiava dellas la barba, sino que el mismo Dionisio se quemava los pelos con unos carboncitos encendidos. Preguntado este Dionisio por qué no fiava de algún barbero su barba, respondió: «Porque yo soy cierto que le darán al barbero más porque me quite la vida, que no le daré yo porque me raya la barba.» Plinio, en el vii libro, dize que el gran Scipión Africano y el Emperador Augusto fueron los primeros que se afeytaron en Roma, y pienso que fue el fin de dezir esto Plinio para engrandecer aquellos dos príncipes, los quales uvieron menester tanto ánimo para dexar llegar las navajas a la garganta como para pelear el uno con Aníbal en África y el otro con Sexto Pompeyo en Sicilia.
La quinta cosa que comúnmente en el mundo se aceptó fueron los reloxes, de los quales carecieron muchos tiempos [29] los romanos, porque, según dize Plinio y Marco Varro, quinientos y noventa y cinco años estuvieron en Roma sin ellos. Los curiosos historiadores tres maneras ponen de reloxes que tuvieron los antiguos, es a saber: relox de horas, relox del sol y relox de agua. El relox del sol inventó Aneximénides Mileto, discípulo que fue del gran Animandro; el relox de agua inventó Scipión Nasica; y el relox de horas inventó un discípulo de Thales el philósopho. De todas las antigüedades que se truxeron a Roma ninguna a los romanos les fue tan grata como fueron los reloxes, con los quales medían por horas al día, porque de antes ni sabían dezir «a las siete nos levantaremos», «a las diez comeremos», «a las doze nos veremos», «a la una nos partiremos», «a las tres negociaremos», sino solamente dezían «después que saliere el sol haremos esto» y «antes que se ponga haremos esto otro».
La ocasión de contar estas cinco antigüedades en este preámbulo no ha sido sino por dar cuenta qué fue mi fin de llamar Relox de príncipes a este mi libro, porque siendo como es la denominación del libro tan nueva, razón sería que la doctrina fuesse muy estimada. No quiera Dios que ose yo dezir que han estado en España tanto tiempo sin reloxes de doctrina quanto estuvieron en Roma sin reloxes del sol y de agua, porque en España siempre uvo varones muy doctos en la sciencia y hombres muy estremados para la guerra. Con mucha razón y con gran ocasión son de loar los príncipes de España, los cavalleros de España, los pueblos de España, los ingenios de España, los coraçones de España, los ayres de España, las aguas de España y la fertilidad de España; mas, junto con esto, maldigo y reniego de muchos vulgares libros que ay en España, los quales como unos reloxes quebrados merescían echarse en el fuego para ser otra vez hundidos. No sin causa digo que muchos libros merescían ser rotos o quemados, porque ya tan sin vergüença y tan sin conciencia se componen oy libros de amores del mundo como si enseñassen a menospreciar el mundo. Compassión es de ver los días y las noches que consumen muchos en leer libros vanos, es a saber: a Amadís, a Primaleón, a Duarte, a Lucenda, a Calixto, [30] con la doctrina de los quales osaré dezir que no passan tiempo, sino que pierden el tiempo, porque allí no deprenden cómo se han de apartar de los vicios, sino qué primores ternán para ser más viciosos. Este Relox de príncipes no es de arena, ni es de sol, ni es de horas, ni es de agua, sino es relox de vida, porque los otros reloxes sirven para saber qué hora es de noche y qué hora es de día, mas éste nos enseña cómo nos hemos de ocupar cada hora y cómo hemos de ordenar la vida. El fin de tener reloxes es por ordenar las repúblicas, mas este Relox de príncipes enséñanos a mejorar las vidas, porque muy poco aprovecha que estén muy concertados los reloxes y que anden en bandos y dissensiones los vezinos. [31]


Comiença el Prólogo

en el qual el auctor habla particularmente del libro que traduxo llamado Marco Aurelio, dirigido a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad.

La mayor vanidad que hallo entre los hijos de vanidad es que, no contentos de ser vanos en la vida, procuran que aya memoria de sus vanidades después de la muerte; porque paresce a los hombres vanos y livianos que en la vida sirvieron al mundo con obras, desde la sepultura le ofrezcan a más no poder sus voluntades. Muchos de los del mundo están tan encarniçados en el mundo que si él los dexa a ellos de hecho, no dexan ellos a él con el desseo, porque yo juraré que juren los tales, que si el mundo pudiesse perpetuarles la vida, ellos le harían voto de permanecer para siempre en su locura. ¡O, quántos vanos ay en esta vida vana los quales ni se acuerdan de Dios para le servir, ni de la gloria para la cobdiciar, ni de los pobres para los remediar, ni de la vida para la emendar, ni de la conciencia para la alimpiar, sino que como unos animales brutos se van en pos de sus bestiales apetitos! El bruto animal enoja si le enojan; descansa si se cansa; duerme si lo ha gana y come si tiene necessidad; beve si ha sed, y, si no le constriñen, no trabaja, ni se da nada por la república; porque ni sabe seguir la razón, ni resistir a la sensualidad. Si todas las vezes que el hombre ha gana de comer come; y, si le enojan, se venga; y, si es tentado adultera; y, si ha sed, beve; y, si le toma sueño, duerme; al tal mejor lo podemos llamar animal criado en la montaña que no hombre nascido en la república, porque solo aquel con verdad se puede preciar de ser hombre que se va a la mano en las cosas de hombre.
Dexemos a los hombres vanos quando son vivos y entremos en cuenta con ellos después de muertos, a los quales osaremos dezir que quando andan en el mundo, siguen el mundo y viven en el mundo, no es de maravillar que se les apegue algo del mundo; mas, después que ya se les acabó su infelice y desaprovechada vida, ¿por qué quieren oler a la vanidad del mundo en la sepultura? Afrenta y vergüença es, para entre [34] hombres vergonçosos y coraçones generosos, que vean todos el fin de nuestra vida y ninguno jamás vea el fin de nuestra locura. No vemos, ni oýmos, ni leemos otra cosa más común, sino que los hombres que son más inútiles en la república, de más dañada y reprovada vida, aquéllos presumen de más honra quando viven y de dexar mayor memoria de sí quando mueren. ¿Qué ygual vanidad puede ser en el mundo que querer tener cuenta con el mundo, el qual no tiene cuenta con nadie, y de dexar de tener cuenta con Dios, el qual tiene cuenta con todos? ¿Qué ygual desatino puede caer en un hombre, el qual por mejorar su hazienda empeora cada día su ánima? Antigua pestilencia es ya en la naturaleza humana que muchos o los más de los hombres dexan muy atrás la emienda de su vida por poner adelante las cosas de su honra.
Suetonio Tranquillo, en el primero libro De los Césares, dize que Julio César estando en la Ulterior Hespaña, en la ciudad de Gades (que agora se llama Cáliz) vio en el templo esculpidos los triumphos de Alexandro Magno, lo qual por él visto, dio de lo íntimo del coraçón un gran suspiro, y preguntado por qué sospirava, respondió: «O, triste de mí, que en los treynta años de edad que yo tengo agora, ya tenía Alexandro sojuzgada toda la tierra y estava descansando en Babilonia; mas yo, siendo como soy romano, ni he hecho cosa porque merezca gloria en la vida, ni dexe fama después de mi muerte. Dión Griego, en el ii libro De audacia, dize que el noble Drusio Germánico tenía en costumbre de yr a visitar los sepulcros de todos los varones famosos que estavan enterrados en Italia, y esto hazía él todas las vezes que se avía de partir para la guerra, y preguntado por qué lo fazía, respondió: «Visito las sepulturas de Scipión y de otros semejantes muertos, delante los quales temblava toda la tierra quando eran vivos, porque mirando su felice fortuna cobro esfuerço y osadía.» E dixo más: «Gran ánimo pone a herir en los enemigos acordarse el hombre que ha de dexar de sí memoria en los siglos advenideros.» Cicerón dize en su Rhetórica, y aun Plinio haze dello mención en una epístola, que vino dende Thebas de Egypto un cavallero a Roma, no por más de por ver si eran verdad las grandes cosas que se dezían de Roma, y preguntado [35] por Mecenas qué era lo que sentía de los romanos y qué le parecía de Roma, respondió: «Más me contenta la memoria que oyo de los passados, que no la gloria que tienen los presentes, y la razón desto es que unos por passar a los vivos y otros por ygualar con los muertos hazen tan estrañas hazañas en la vida, que merecen renombres de inmortales después de muertos.» No poco se alegraron los romanos en oýr de boca de un estrangero tal palabra, con la qual a los passados loava y a los presentes engrandecía.
Toda aquella gentilidad antigua, como no tenían infierno ni esperavan paraýso, sacavan de la flaqueza fuerças, de la covardía coraçón, del temor esfuerço, del peligro ánimo, de los enemigos amigos, de la pobreza paciencia, de la malicia esperiencia; finalmente digo que su mismo querer negavan y el parecer de otros seguían sólo por dexar alguna memoria con los muertos y tener un poco de honra con los vivos. ¡O, quántos y quántos son los que se cometen a los baybenes de la fortuna no más de por dexar de sí alguna notable memoria! Traygamos a la memoria algún exemplo y verán ser verdad lo que digo. ¿Quién hizo al rey Nino inventar tantas guerras; a la reyna Semíramis hazer tantos edificios; a Ulixes, el griego, navegar tantas mares; a Alexandro Magno peragrar tantas tierras; a Hércules, el thebano, poner do puso sus colunas; a Gayo César, el romano, dar cincuenta y dos aplazadas batallas; a Ciro, rey de Persia, conquistar a las dos Asias; a Haníbal carthaginense hazer tan cruda guerra a Roma; a Pirro, rey de los epirotas, decender en Italia; a Athila, rey de los hunnos, a tomarse con toda Europa? Por cierto que no emprendieron ellos tan arduas cosas sólo por el dezir de los que entonces eran, sino porque dixéssemos lo que dezimos los que agora somos.
Siendo como somos hombres y hijos de hombres, no poco es de maravillar ver qué va de un hombre a otro y de un coraçón a otro, porque no vemos otra cosa cada día sino que si ay diez esforçados que buscan occasiones para hallar la muerte, ay diez mill covardes que no buscan sino regalos para alargar la vida. Ténganse por dicho los ambiciosos de honrra que el hombre que tuviere en mucho su fama, el tal ha de [36] tener en poco su vida, y el que por el contrario tuviere en mucho su vida, de éste ternemos en poco su fama. Los siros, los asirios, los babilonios, los griegos, los macedonios, los rodos, los thebanos, los romanos, los carthaginenses, los germanos, los hunnos y los hispanos: si los varones heroycos que se señalaron entre todos éstos, si no hundieran sus vidas en el crisol de los peligros, no sacaran tan inmortal memoria para los siglos advenideros. Sexto Cheronense, en el libro iii De gestis romanorum, dize que el famoso capitán Marco Marcello, el que fue el primero que vio las espaldas de Haníbal en el campo, preguntado por uno que por qué era tan denodado en romper las batallas y por qué era tan atrevido en dar los combates, respondióle él: «Amigo, yo soy romano y capitán de Roma, y conviene a mí poner cada día en peligro la vida, porque desta manera se perpetúa para siempre la fama.» Tornado otra vez a preguntar por qué con tanta ferocidad hería en los enemigos y después con tanta clemencia llorava con los vencidos, respondió: «El capitán que es capitán romano y no se precia de tyrano, con las manos ha de derramar sangre de sus enemigos y juntamente ha de derramar lágrimas de sus proprios ojos, porque más se ha de preciar de la clemencia que no loarse de la vitoria.» E dixo más Marco Marcello: «Quando el capitán romano estuviere en el campo, mire a los contrarios como a enemigos con esperança que los puede vencer; mas, después de vencidos, acuérdese que son hombres y puede él ser vencido; porque en ninguna cosa se muestra tan común la fortuna como es en las cosas de la guerra.» Fueron por cierto estas palabras dignas de tal varón. A buen seguro osaremos dezir que todos los que esto oyeren y leyeren loarán las palabras que este romano dixo, mas muy pocos serán los que imitarán las obras que hizo; porque para loar lo bueno ay muchos, mas para seguirlo ay muy pocos.
Los hombres que tienen los coraçones muy inquietos y tienen los coraçones muy alterados, quando tuvieren embidia de los antiguos que alcançaron grandes triumphos, acuérdense qué peligros y trabajos passaron antes que se viessen en ellos, porque jamás ningún capitán triumphó en Roma sin que mil vezes primero no arriscasse la vida. Pienso que no [37] me engaño en esto que quiero dezir, y es que la cañada de la fama todos la dessean gustar, mas el peligro del huesso ninguno le quiere roer. Si con sólo los desseos se uviesse de comprar la honra, digo y afirmo que mayores los tiene un pobre page deste tiempo que no los tuvo el gran Scipión romano, porque no ay oy hombre en el mundo que por pobre que sea de hazienda no sea muy desseoso de honra. Qué cosa es ver a muchos cavalleros mancebos viciosos y vagamundos, los quales como oyen que es dada una famosa batalla y que otros de su edad y professión hizieron maravillas en ella, luego les toma dellos embidia, luego se les enciende la cólera, luego truecan por armas la ropa, luego les toma gana de yr a la guerra, luego hazen exercicios de cavallería; finalmente con aquel ímpetu juvenil al rey importunan por licencia para se yr y entre los parientes cohechan dineros para gastar. Después que son salidos de sus tierras y se hallan en tierras estrañas, como han en el campo malas noches y peores días; hora tocan al arma, hora les mandan ser centinela; quando tienen qué comer no tienen dó se alojar, quando viene una paga ya está ella y aun otra comida; con estos y con otros semejantes trabajos desmayan los pobres mancebos, mayormente acordándose de las salas regadas do sesteavan en verano y de las chimineas abrigadas do jugavan en invierno; porque la memoria de los plazeres passados mucho aumenta en los trabajos presentes. No obstante lo que primero les dixeron sus parientes y lo que allá les dizen sus amigos, determinan de dexar la guerra y bolverse cada uno a su casa, por manera que, si pidieron una vez licencia para se yr, embíanla a pedir diez vezes para se tornar y (lo que es peor de todo) que fueron cargados de dineros y buelven cargados de vicios.
Es mi fin de dezir todo esto para que vean los hombres cuerdos y esforçados qué manera tienen de ganar honra los vanos y livianos, la qual no se gana ojeando ventanas, sino guardando fronteras; no jugando por los tableros, sino peleando por los campos; no entrapado en seda, sino cargado de armas; no ruando con mulas polidas, sino descubriendo las peligrosas celadas; no durmiendo hasta medio día, sino trasnochando hasta la mañana; no alabándose de más galán, mas preciándose de [38] más esforçado; no banqueteando con sus amigos, sino haziendo entradas en sus enemigos. Ya que todas estas cosas un cavallero haga, no dexo de conocer que es vanidad y locura; mas, pues el mundo puso las cosas de la honra en este estilo y quiere que se alcancen por éste y no por otro camino, deven los cavalleros mancebos emplear allí sus fuerças con ánimo de hazer grandes hazañas. Porque, al fin al fin, quando la guerra es justa y se haze por defensión de la patria, más embidia se ha de tener al que muere en poder de enemigos, que no al que vive acompañado de vicios.
Gran afrenta y vergüença es de los cavalleros, los quales estándose ellos en su casa, oyen loar a los otros que están en la guerra, porque el cavallero mancebo y animoso no ha de tener por oficio oýr ni contar nuevas de otros, sino que otros cuenten las hazañas dél. ¡O, quántos y quántos ay oy en el mundo, los quales muy inflados de sobervia y no muy ricos de cordura, con sólo blasonar de la fama se les passa la vida sin fama! No sin causa digo que muchos blasonan de la fama y se les passa la vida sin fama, porque nuestros antepassados peleavan en el campo con las lanças, mas los mancebos pelean agora sobre mesa con las lenguas. Presupuesto que todos los hombres vanos dessean y aun procuran dexar de su vanidad memoria, tales cosas deven hazer en la vida mediante las quales fama gloriosa y no infamia vergonçosa se les siga después de la muerte; porque muchos de los passados dexaron de sí tal memoria, a los quales ternemos más compassión que embidia. A los que esto oyeren o leyeren pregunto si ternán embidia a Membroth, el primero tyrano; a Semíramis, que pecó con su fijo; a Anthénor, que vendió a Troya; a Medea, que mató a sus fijos; a Tarquino, que forçó a Lucrecia; a Bruto, que mató a César; a Sila, que derramó tanta sangre; a Cathilina, que tyranizó la patria; a Jugurta, que mató a sus hermanos; a Calígula, que estupró a sus hermanas; a Nero, que mató a su madre; a Helio Gábalo, que robó los templos; a Domiciano, que no sabía sino matar hombres por mano agena y caçar moscas con su mano propria. Pocos son los que he contado respecto de los que pudiera contar, de los quales digo y afirmo que yo siendo ellos no sé qué quisiera; pero, ellos siendo yo, [39] más pena me diera cobrar la infamia que cobraron que no perder la vida que perdieron.
Poco aprovecha que esté el río lleno de peces y el monte lleno de caça si el que va allá no sabe caçar, ni sabe pescar. Quiero por esta comparación dezir que muy poco aprovecha que pongan a un hombre en grandes cosas si no sabe honrar y estimarse en ellas; porque para alcançar la honra es necessaria mucha prudencia y para conservarla mucha paciencia. Con muy gran tino, con muy gran cordura deven los hombres cuerdos emprender cosas graves y peligrosas, porque les hago saber que nunca se gana la honra sino do se suele cobrar la infamia. Viniendo, pues, al propósito, Sereníssimo Príncipe, dende agora juro y adevino que juraría Vuestra Magestad dessear más fama immortal para la muerte que qualquier reposo para esta vida; y desto no me maravillo, porque de las proezas de los buenos príncipes siempre ay que contar, y de los regalos de los malos príncipes nunca falta quien murmurar. Caso que Vuestro Imperial Estado sea mucho y Vuestra Cathólica Persona merezca más, yo, Señor, os miro con tales ojos, que son tan altos vuestros pensamientos para cosas altas dessear, y es tan animoso vuestro coraçón para las emprender, que Vuestra Magestad tiene en poco lo mucho que eredó de sus passados respecto de lo mucho más que entiende de ganar y dexar a sus erederos.
Preguntado un capitán de Julio César (según se cuenta en sus Comentarios) por qué en invierno trasnochava con tantas nieves y en el verano por qué caminava con tantos calores, respondió: «Yo quiero hazer lo que es en mi mano, después hagan los hados lo que es en la suya; porque en más es de tener el ánimo con que se da la batalla, que no la dicha de alcançar la victoria, pues lo uno da fortuna y lo otro guía ventura.» Palabras fueron éstas como de capitán romano y de hombre valeroso. El blasón que traéys, Señor, en torno de vuestra divisa, paréceme que dize Plus ultra, que quiere dezir «más adelante». Por cierto, animoso coraçón Vuestra Magestad en su cuerpo vidriado devría sentir quando por estas palabras, Plus ultra, a todos los passados os obligastes a passar. Pues no quesistes, Señor, correr a la pareja con muchos, sino [40] adelantaros a passar a todos, es razón que os pongamos delante a muchos príncipes que hizieron muchas proezas, en pos de los quales devéys encaminar vuestras pisadas. Los príncipes que dessean ser buenos, razón es que sepan qué príncipes fueron buenos, porque no todo lo que los maliciosos condenan es de desechar, ni todo lo que los mundanos alaban es de admitir.
¡O, de quántos príncipes leemos, a los quales tengo yo no poca compassión de ver quántas adulaciones oyeron sus orejas siendo vivos, y ver después qué blasfemias escrivieron dellos después de muertos! Los príncipes y grandes señores deven tener muy gran advertencia, no en lo que veen en su presencia, sino en lo que se haze en su absencia; no en lo que oyen, sino en lo que no querrían oýr; no en lo que les dizen, sino en lo que les querrían dezir; no en lo que les escriven quando vivos, sino en lo que dellos escrivirán después de muertos; no en los que les dizen lisonjas, sino en los que si osassen les dirían las verdades; porque muchas cosas se dexan de dezir no porque falta fidelidad en el vassallo, sino por ser algo sospechoso el señor. El animoso y curioso príncipe ni se ha de alterar con las verdades de que le avisan, ni se ha de dexar engañar con las lisonjas que le digan, sino fazer reflexión sobre sí, para ver si con la verdad le sirven o con la mentira le engañan; porque no ay tan gran testigo de la verdad o de la mentira como es la propia conciencia.
He dicho todo esto para que sepa Vuestra Magestad que no quiero hazeros servicio con aquello que ni queréys ni devéys ser servido, es a saber: mostrarme en esta scritura lisongero; porque muy injusto y aun inhonesto sería que adulaciones por oýdos de tan alto príncipe se osassen entrar y por boca de mí que predico las palabras divinas las viesse salir. En fe de sacerdote hablo, que quiero más ser menospreciado por dezir verdades que no ser honrado por dezir lisonjas, porque (hablando la verdad) en Vuestra Celsitud sería gran poquedad oýrlas y en mi poquedad sería gran sacrilegio inventarlas. Prosiguiendo, pues, el propósito, digo que loan mucho los historiadores a Ligurgo, que dio leyes a los lacedemonios; a Numa Pompilio, que honró los templos; a Marco Marcello, [41] que lloró por los que fueron dél vencidos; a Julio César, que perdonó a sus enemigos, a Octavio, por ser amado de sus pueblos; a Alexandre Magno, por hazer mercedes a todos; a Héctor, el troyano, por ser tan animoso en sus guerras; a Hércoles, el thebano, por emplear tan bien sus fuerças; a Ulixes, el griego, por aventurarse a tantos peligros; a Pirro, rey de los epirotas, por inventar tantos ingenios; a Cathulo Régulo, por sufrir tan crudos tormentos; al Emperador Thito, por ser padre de huérfanos; a Trajano, por hazer tan grandes edificios; al buen Marco Aurelio, porque supo más que todos.
Yo no digo, Cesárea Magestad, que un príncipe de los presentes esté obligado a cumular en sí las hazañas de todos los príncipes passados; mas también oso dezir que, como un príncipe seguir a todos en todo le sería impossible, por semejante no seguir a ninguno en ninguna cosa le sería infamia. No pedimos a los príncipes que hagan todo lo que pueden, sino que se esfuercen a hazer algo de lo que deven. Y no sin causa digo que hagan algo de lo que deven, porque si los príncipes se ocupassen en todo lo que son obligados, ningún tiempo les quedaría para ser viciosos. Dize Plinio en una epístola que el gran Cathón Censorino traýa un anillo en el dedo, en torno del qual traýa escriptas estas palabras: «Esto amicus unicus et inimicus nullius», que quieren dezir: «sey amigo de uno y enemigo de ninguno.» El que quisiere profundamente considerar estas palabras, hallará debaxo dellas muchas y muy graves sentencias. Aplicando esto, pues, a mi propósito, digo que el príncipe que quisiere governar bien su república, quiere conformar a todos en justicia, quiere tener la vida quieta, quiere alcançar con todos fama y quiere dexar de sí eterna memoria, deve abraçarse con las virtudes de uno y deve carecer de los vicios de todos. Alabo y mucho alabo que tengan los príncipes ánimo de ygualar y sobrepujar a muchos, mas aconséjoles que la maña y fuerças no la empleen sino en ymitar a uno; porque muchas vezes acontece que los hombres que con su vida piensan passar a muchos, las más vezes se mueren sin ygualar con ninguno. Por mucho que un hombre aya hecho y blasone más que ha de hazer, al fin al fin, [42] cada uno de los mortales no tiene más de un ser, un querer, un poder, un nacer, un vivir y un morir, por manera que pues no es más de uno, no deve presumir más de por uno.
De todos los buenos príncipes que arriba puse en el cartel de la justicia, el postrero que nombré fue a nuestro Marco Aurelio para que quedasse por mantenedor de la tela, porque dado caso que de muchos príncipes leemos notables cosas que hizieron, digo que son para las leer y saber, mas todo lo que dixo y hizo Marco Aurelio es digno de saberse y necessario de imitar. No digo que sigamos a este príncipe en los ritos gentílicos, sino en los actos virtuosos; no nos atengamos a lo que él creýa, sino abracémonos con lo bueno que hazía; porque comparados muchos christianos con algunos de los paganos, quanto los dexamos reçagados en las cosas de la fe, tanto nos passan delante en las obras de virtud.
Todos los notables príncipes en el tiempo antiguo tenían por su muy familiar amigo a algún philósopho, como fue Alexandre de Aristótiles, el rey Darío de Plotinio, Augusto de Pisto, Ponpeyo de Plauto, Thito de Plinio, Adriano de Secundo, Trajano de Plutharco, Antonino de Apolonio, Theodosio de Claudio, Severo de Fábato; finalmente digo que tenían los philósophos tanta autoridad en casa de los príncipes, que los fijos los reconocían por padres y los padres los reverenciavan como a maestros. Vivos eran todos estos sabios quando andavan en compañía de los príncipes, mas el buen Marco Aurelio, cuya doctrina yo presento a Vuestra Magestad, no es vivo sino muerto; mas ni por esso deve dexar de admitir su escriptura, dado caso que no tenga cabe sí a su persona, porque ya puede ser que nos aproveche más lo que éste escrivió con sus manos que todo lo que los otros dixeron quando eran vivos. Según cuenta Plutharco, en tiempo del Magno Alexandro era vivo Aristótiles y era muerto Homero; mas preguntemos cómo creýa al uno y cómo reverenciava al otro, porque, por cierto, la doctrina de Homero teniéndola en las manos se adormecía, otras vezes en despertando leýa en ella, y siempre en el seno o en la cabeça la tenía, la qual privança no tenía Aristótiles, el qual no todas las vezes era oýdo, y muy menos [43] creýdo, de manera que Alexandro tuvo a Homero por amigo y a Aristótiles por ayo.
Otros sabios no fueron más de simplemente philósophos, mas nuestro Marco Aurelio fue philósopho muy sabio y príncipe muy poderoso, y por esta cosa es razón que sea más creýdo que otro, porque como príncipe contará los trabajos y como philósopho dará los remedios. A este sabio philósopho y noble Emperador tome Vuestra Magestad por ayo en su mocedad, por padre en su governación, por adalid en sus guerras, por guión en sus jornadas, por amigo en sus trabajos, por exemplo en sus virtudes, por maestro en sus sciencias, por blanco en sus desseos y por competidor en sus hazañas.
La vida deste que fue gentil, y no la vida de otro que fuesse christiano, quise, Señor, escriviros, porque quanta gloria tuvo en este mundo este príncipe pagano por ser bueno, tanta pena terná Vuestra Magestad en el otro si fuere malo. Tomé también motivo de escrevir deste Emperador Marco Aurelio, a causa que su naturaleza fue de España, como se toca en el i capítulo de la presente obra; porque me parecía a mí que, teniendo yo príncipe tan excellentíssimo a quien loar y de quien escrevir, natural de mi patria, que no era razón fuesse yo a loar a los príncipes de Grecia. El Emperador Trajano, y el Emperador Marco Aurelio, y el Emperador Theodosio fueron naturales de España, de manera que tenemos tres emperadores ya muertos y Vuestra Magestad que es el quarto, y vivo, y plega al Rey del Cielo que tan bien y tan largos tiempos viva él en la religión christiana como estos príncipes vivieron en su seta gentílica. Ved, Sereníssimo Príncipe, la vida deste príncipe y veréys quán claro fue en su juyzio, quán recto en su justicia, quán recatado en su vida, quán agradecido a sus amigos, quán sufrido en los trabajos, quán dissimulado con los enemigos, quán severo con los tiranos, quán pacífico con los pacíficos, quán amigo de sabios, quán émulo de simples, quán venturoso en sus guerras, quán amigable en las pazes y, sobre todo, quán alto en sus palabras y quán profundo en sus sentencias.
Muchas vezes me paro a pensar si la Magestad Eterna que dio a los príncipes magestad temporal, si como os hizo mayores [44] que a todos en todas las grandezas, por ventura si os esentó más que a nosotros de las flaquezas umanas. A esto se responde que no, por cierto. Veo que, como soys unos de los hijos deste siglo, no podéys vivir sino a la manera del siglo; veo que, como andáys en el mundo, no podéys saber sino cosas del mundo; veo que, viviendo en la carne, no podéys sino estar subjectos a las miserias della; veo que, por mucho que alarguéys la vida, al fin al fin avéys de anochecer en la sepultura; veo que vuestro trabajo es immenso y veo que por vuestras puertas jamás entra descanso; veo que en invierno avéys frío, veo que en verano tenéys calor; veo que os fatiga la hambre, veo que os aquexa la sed; veo que os dexan los amigos, veo que tenéys enemigos; veo que tenéys tristeza, veo que carecéys de alegría; veo que estáys enfermos, veo que no soys bien servidos; veo que tenéys mucho y veo que os falta mucho. Finalmente digo: ¿qué queremos más ver, pues a un príncipe le vemos morir? ¡O!, príncipes y grandes señores, pues en la muerte avéys de venir a manos de gusanos, ¿por qué en la vida no os subjectáys a tomar buenos consejos?
Los príncipes y grandes señores, si por ventura hazéys algún yerro, no se os osa dar por ello castigo, de do se sigue que tenéys mucha necessidad de aviso y consejo; porque el caminante que de principio se desvía del camino, quanto más anduviere yrá más errado. Si yerra el pueblo deve ser castigado, y si yerra el príncipe deve ser avisado y como el príncipe quiere que reciba de su mano el pueblo el castigo, también es justo que el príncipe reciba con paciencia de su pueblo el aviso. Porque el bien del uno, como depende del bien del otro, téngase por dicho que, si el príncipe va errado, nunca yrá el pueblo camino derecho. Si Vuestra Magestad quiere castigar a su pueblo con palabra, mándeles que lean la presente obra, y si él quisiere servir a Vuestra Celsitud con algún aviso, suplíquenle que lea este libro, porque en él se hallará lo de que ellos se han de emendar y todo lo que, Señor, avéys de hazer.
Si es inútil o si es provechosa la presente escriptura, no quiero que lo blasone mi pluma, sino que lo confiessen los que leyeren en la obra, porque los auctores tenemos el trabajo [45] de componer y traduzir, y otros para sí usurpan la autoridad de nos sentenciar. Desde que nací hasta agora, assí en el mundo de do fui como en la religión a do me acogí, todo lo más de mis años he ocupado en leer y estudiar libros divinos y humanos, aunque confiesso mi flaqueza de no aver leýdo tanto quanto pudiera, ni he estudiado tanto quanto deviera. Mas, con todo esso, de todo lo que he leýdo ninguna cosa tanto me ha espantado como es la doctrina de Marco Aurelio, por ver que en la boca de un pagano pusiesse Dios tan gran thesoro. Todo lo más que él escrivió fue en griego, y también escrivió muchas cosas en latín; saqué pues del griego con favor de mis amigos, de latín en romance con mis sudores proprios. Sienta pues cada uno qué se sentiría sacarle de griego en latín, de latín en romance, y de romance grossero ponerlo en suave estilo; porque no se puede llamar generoso combite do los manjares no son preciosos y do las salsas no son muy sabrosas. En traduzir las sentencias, en ordenar las palabras, en examinar los romances, en castigar y tantear las síllabas, quántos sudores se ayan sufrido en el enojoso verano, quántos fríos en el enojoso invierno; quánta abstinencia aviendo de comer, quánto trasnochar aviendo de dormir; quánto cuydado estando descuydado, júzguelo el que lo esperimentare si a mí no me creyere.
La intención de mis trabajosos trabajos ofrezco a la Magestad Divina, y a Vuestra Magestad de rodillas presento la presente obra. Yo pido a mi Dios, Sereníssimo Príncipe, que la doctrina deste libro haga tanto provecho en vuestra vida y república quanto daño me ha causado en la salud corporal de mi persona. He querido ofrecer a Vuestra Majestad como a mi Soberano Señor la suma de mis vigilias, y si por caso tuviéredes en poco mis trabajos, ni por esso dexaré de serviros, porque para mí no es pequeño premio quererme tener por su criado. En pago de mi trabajo y en remuneración de mi buen desseo, no suplico a Vuestra Majestad, sino que la rudeza de mi ingenio, la baxeza de mi estilo, la cortedad de mis palabras, el mal ordimbre de mis sentencias y la poquedad de mi eloqüencia, no sea ocasión de tener en poco tan excellente obra; porque no es razón que un muy preciado cavallo abaxe [46] de su estima, aunque el cavallero no sepa en él passar la carrera. Yo he hecho lo que pude, Vuestra Magestad haga lo que deve, dando a la presente obra gravedad y a mí su intérprete auctoridad. No digo más sino la divina clemencia que dio a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad tal ser y poder en la tierra, le dé la fruición de su essencia divina en la gloria. Amén. Amén. Amén.


Comiença el Argumento

en el libro llamado Relox de príncipes, en el qual el auctor declara su intento, y de la manera que tiene de proceder en el libro.

Archiménides, aquel muy famoso philósopho al qual Marco Marcello por su sciencia le otorgó la vida y después por usar del arte mágica mereció perderla, preguntado qué cosa era tiempo, respondió: «El tiempo es un inventor de todas las cosas nuevas y un cierto registro de las cosas antiguas.» Y dixo más: «El tiempo es el que vee principiarse, y mediarse, y acabarse todas las cosas, y al fin el tiempo es el que a todas las cosas da fin.» No podemos negar a este philósopho ser muy verdadera la difinición que nos dio del tiempo, porque si los tiempos supiessen hablar, de muchas cosas que tenemos dubda, ellos nos las dirían como testigos de vista. Dado caso que todo se acaba, todo perece, sola una cosa ni perece ni se acaba, y ésta es la verdad, la qual entre todas las cosas es tan privilegiada, que ella del tiempo y no el tiempo della triumpha; porque según la sentencia divina, más fácil cosa sería el cielo y la tierra se acabar que no una verdad perecer. No ay cosa tan entera que no se disminuya, no ay cosa tan sana que no se estrague, no ay cosa tan rezia que no se quebrante, no ay cosa tan guardada que no se corrompa, no ay cosa tan fina que no falte; finalmente digo que sobre todas las cosas el tiempo tiene señorío si no es sobre la verdad, la qual a ninguno reconoce subjeción.
Las frutas de la primavera ni tienen fuerça para dar sustancia, ni dulçura perfeta para dar sabor; mas, passado el verano y en la otoñada resfriándose ya más el tiempo, todo lo que se come da más esfuerço y lo que se prueva tiene más gusto. Quiero por esta comparación dezir que en el principio que començó el mundo a tener sabios, quan estimados fueron los philósophos por sus muy corregidas costumbres, tanto merecieron ser reprehendidos por sus depravados entendimientos. Platón, en el ii De republica, dize que los antiguos philósophos assí griegos como egypcios y caldeos, los quales se remontaron [50] a especular los astros del cielo, y se subieron al monte Olimpo a contemplar las influencias de los planetas en la tierra, y començaron a mirar los movimientos de la tierra, osaréles dezir que más merescen perdón por su ignorancia que no gracias por su sabiduría. E dize más Platón: «Los philósophos que nos precedieron fueron los primeros que se dieron a buscar las verdades de los elementos del cielo y los primeros que sembraron errores en las cosas naturales de la tierra.» Homero en su Illíada conforme a lo de Platón dixo: «De los philósophos mis antepassados condeno lo que supieron y agradézcoles lo que dessearon saber.» Por cierto, dixo la verdad Homero y no dixo mal Platón, porque si en los primeros y muy antiquíssimos philósophos no reynara tanta ignorancia, no uviera tantas sectas en cada academia. Quien ha leýdo no los libros que ya perecieron, sino las opiniones que los muy antiguos philósophos tuvieron, no me negará que siendo la sciencia una la partieron en sectas diversas, es a saber: en cínicos, stoycos, peripatéticos, académicos, platónicos y epicúreos, los quales todos fueron tan contrarios unos de otros en las opiniones, quan diversos en las condiciones.
No quiero ni es razón que mi pluma se desmesure tanto en reprehender a los passados, que demos toda la gloria a solos los presentes, porque ni los unos lo supieron todo, ni los otros lo ignoraron todo. Si merece gualardón el que me enseña el camino por donde tengo de yr, no menos merece gracias el que me avisa a dó le puedo yo errar. La ignorantia de los antiguos no fue sino una guía para acertar nosotros, y porque ellos erraron entonces cúponos la suerte de acertar nosotros después. Para más gloria de los antiguos y para mayor confusión de los modernos, osaré dezir que, si los que somos agora fuéramos entonces, supiéramos menos que supieron, y si los que fueron entonces fueran agora, sabrían más que sabemos. Muy claro parece ser esto verdad, pues aquellos antiguos por ser virtuosos y estudiosos, de las veredas y sendas cerradas fizieron caminos, y nosotros por ser viciosos y ociosos los caminos que nos dexaron abiertos se nos han tornado prados cerrados. [51]
Viniendo, pues, al propósito, no nos podemos quexar los que somos agora como se pudieran quexar muchos de los que fueron antes, pues la verdad, la qual dize Aulo Gelio ser hija del tiempo en este postrero tercio del mundo, nos aya declarado muy por estenso todos los errores de que nos hemos de guardar y todas las verdaderas doctrinas que hemos de seguir. ¿Qué ay ya que ver que no esté visto? ¿Qué ay ya que descubrir que no esté descubierto? ¿Qué ay ya que leer que no esté leýdo? ¿Qué ay ya que escrevir que no esté escripto? ¿Qué ay ya que saber que no esté sabido? Está oy la malicia humana tan experta, son los hombres ya tan ábiles, hanse adelgazado tanto los entendimientos, que nos falta muy poco que saber de lo bueno y nos perdemos por saber más de lo que es menester en lo malo. No puede nadie pretender ignorancia para escusarse de la culpa, pues todos saben, todos leen, todos aprenden; lo qual parece muy claro en la competencia de un labrador y un letrado, porque si van ambos a dos a pleyto, con tan gentil estilo dirá el labrador media dozena de malicias en el consejo como el letrado acotará dos o tres leyes del código. Si los hombres empleassen lo que saben en ser más honestos, más sabios, más pacientes, más piadosos, bien sería, mas ¡ay, dolor! que si saben, no es sino para dar más sutilmente a logro, para engañar a su vezino, para defender lo que tiene robado, para hazer un aventajado partido, para inventar un nuevo renuevo; finalmente digo que, si saben, no saben emendar sus vidas, sino aumentar sus faziendas. Si el demonio pudiesse como pueden los hombres dormir, seguramente se podía echar a dormir, porque si él vela para engañarnos, nosotros nos desvelamos para perdernos.
Dado caso que todo lo sobredicho es verdad, dexadas aparte las malicias, sino hablando de las sciencias, es tan poco lo que alcançamos y ay tanto que podríamos y devríamos saber, que lo mucho que sabemos es la menor parte de lo que ignoramos. Assí como en las cosas naturales según la variedad de los tiempos, assí fazen sus operaciones los elementos, por semejante en las dotrinas morales, según han sucedido las edades, assí se han descubierto las sciencias. No por cierto todas las frutas vienen juntas, sino que quando se acaban unas [52] comiençan a tomar sazón otras. Quiero dezir que ni todos los doctores entre los christianos, ni todos los philósophos entre los gentiles concurrieron en un tiempo, sino que, muertos unos buenos, les sucedieron otros mejores. Aquella Suprema Sabiduría, la qual todas las cosas mide por su justicia y las reparte según su bondad, no quiso que en un tiempo estuviesse el mundo poblado de sabios y en otro tiempo no fuessen sino todos simples, porque no cabía en razón que a unos cupiesse toda la fruta y a otros no les cupiesse más de la hoja.
Aquel antiquíssimo siglo de Saturno, que por otro nombre se llama el siglo dorado, fue por cierto muy estimado de los que le vieron, muy loado de los que dél escrivieron y muy desseado de los que dél no gozaron. Y es de saber que no fue dorado por los sabios que tuvo que le dorassen, sino porque carecía de hombres malos que le desdorassen, porque según nos enseña la esperiencia, de la poquedad o de la generosidad de sola una persona depende la fama o la infamia de toda una parentela. Llámase aquella edad dorada, que quiere dezir de oro; llámase esta nuestra edad edad férrea, que quiere dezir de hierro; y esta diferencia no nació de que entonces se falló el oro y después se descubrió el hierro, ni aun porque faltan en esta nuestra edad sabios, sino porque sobran en ella maliciosos. Confiesso una cosa, y pienso tener muchos que me favorezcan en ella, y es que jamás el mundo tuvo tantos que enseñassen virtudes y nunca uvo menos que se diessen a ellas. Phabormo, el philósopho maestro y amigo que fue de Aulo Gelio, dezía muchas vezes que por esso fueron tenidos en tanto los philósophos antiguos, porque avía muy pocos que enseñassen y muchos que deprendiessen. Lo contrario desto vemos agora, porque son ya infinitos los que tienen presumpción de ser maestros y son muy pocos los que tienen humildad para ser discípulos.
Por lo mucho en que fueron tenidos los philósophos antiguos se puede conocer en quán poco son tenidos los que agora son sabios, a muchos de los quales les fuera mejor no aver aprendido letras, según el poco provecho que dellas sacan y según la mucha afrenta que con ellas reciben. ¡Qué cosa fue ver a Homero entre los griegos, a Salomón entre los [53] hebreos, a Ligurgo entre los lacedemonios, a Phoroneo entre los griegos, a Prometheo entre los egyptios, a Livio entre los romanos, a Cicerón entre essos mesmos latinos, a Apolonio entre los indos, a Secundo entre los asirios! ¡O, quán felices fueron aquellos philósophos en venir como vinieron en aquellos tiempos, en los quales estava el mundo tan poblado de ydiotas y tan despoblado de sabios, que concurrían los hombres de diversos reynos, de remotas tierras, de estrañas naciones, no sólo a oýr sus doctrinas, mas aun a ver sus personas. El glorioso Hierónymo, en el prólogo de la Biblia, dize que en el tiempo que más Roma prosperava entonces Tito Livio sus Décadas escrivía, mas, esto no obstante, muchos más venían a Roma por hablar con Tito Livio que no por ver a Roma ni a su alto Capitolio. Marco Aurelio, escriviendo a Pulión, un su amigo, dize estas palabras: «Hágote saber, amigo, que a mí no me hizieron emperador por la sangre de mis antepassados, ni por el favor que tuve en los presentes, porque otros avía en Roma que eran de sangres más delicadas y que tenían en sus casas muy muchas riquezas. Puso en mí los ojos mi señor el Emperador Adriano, y escogióme por su yerno el Emperador Antonio, mi suegro, no más de porque vio en mí ser amigo de sabios y ser enemigo de simples.» Muy dichosa fue Roma en elegir emperador tan cuerdo, y no menos lo fue él en alcançar tal y tan grande imperio, no porque lo eredó de sus passados, sino por darse tanto a los estudios. Por cierto si fue dichosa aquella edad en gozar su persona, no menos lo será esta nuestra edad en gozar su doctrina.
Dize Salustio que se deve mucha gloria a los que famosas hazañas hizieron, y que no son dignos de menor fama los que en alto estilo las escrivieron. ¿Qué fuera del Magno Alexandro si no escriviera dél Quinto Curcio? ¿Qué fuera de Ulixes si no naciera Homero? ¿Qué fuera de Alcibíades si no le engrandeciera Xenophón? ¿Qué fuera de Ciro si no pusiera por memoria sus hazañas el philósopho Chilo? ¿Qué fuera de Pirro, rey de los epirotas, si no fuera por su coronista Hermicles? ¿Qué fuera del gran Scipión Africano si no fuera por las Décadas de Tito Livio? ¿Qué fuera de Trajano si no le fuera tan buen amigo el famoso [54] Plutharco? ¿Qué fuera de Nerva y Antonino Pío si no fiziera dellos memoria Phoción, el griego? ¿Qué supiéramos del gran ánimo de Julio César y de las grandezas de Pompeyo si no las escriviera Lucano? ¿Qué fuera de los doze Césares si Suetonio Tranquilo no hiziera el libro De Cesaribus? ¿Qué supiéramos de las antigüedades del pueblo hebreo si no fuera por el muy corregido Josepho? ¿Quién pudiera saber la venida de los longobardos en Italia si Paulo Diácono no la escriviera? ¿Qué supiéramos del ingresso y progresso y fin de los godos en España si el curioso Roderico no nos alumbrara? Por esto que hemos dicho pueden ver los lectores qué es lo que se deve a los historiadores, los quales a mi parecer dexaron de sí tan inmortal memoria por lo que escrivieron como aquellos príncipes por lo que hizieron.
Espontáneamente confiesso, que ni por lo que he escripto, ni por lo que he traduzido, ni por lo que he compuesto, yo no merezco entre los grandes sabios ser computado; porque, sacadas aparte las divinas letras, no ay cosa en el mundo tan curiosamente escripta, que no tenga necessidad de censura y lima. Como digo lo uno, también quiero dezir lo otro, y es que assí como por mi voluntad yo renuncio la gloria que los buenos me quisieren dar por mi doctrina, por semejante no faltarán malos que contra mi voluntad pongan en ella la lengua. Los escriptores estudiosos en muy poco tenemos los trabajos que padecemos en el escrivir, con pensar que ha de aver mil embidiosos que nos han de calumniar. Ay oy muchos tan mal comedidos, o por mejor dezir tan embidiosos, que quando el auctor estava trabajando, ellos se andavan passeando; quando él velava, ellos dormían; quando él ayunava, ellos comían; quando él rebolvía los libros, ellos andavan rebueltos en vicios; y, esto no obstante, assí se ponen a juzgar y a pravar y a condenar la doctrina agena como si ellos tuviessen la auctoridad que tuvo Platón en Grecia o la eloqüencia que tuvo Cicerón en Roma. Quando se hallare uno ser en la lengua latina muy curioso, en el romance muy polido, en las historias muy fundado, en la lengua griega bien experto y en buscar y passar libros muy cuydadoso, deste tan heroyco varón no sólo admitiré que corrija mi obra, mas aun le rogaré [55] que debaxo de sus pies ponga mi doctrina; porque al hombre humilde y virtuoso ninguna afrenta le es ser corregido de un sabio. Mas pregunto agora yo qué paciencia basta para sufrirlo, o qué coraçón para dissimularlo, que se junten dos o tres o quatro después de comer sobremesa, y, tomando un libro entre manos, uno dize que es prolixo; otro dize que habla fuera de propósito; otro dize que es escuro; otro dize que tiene mal romance; otro dize que todo lo que dize es ficto; otro dize que no fabla provechoso; otro dize que es curioso; otro dize que es malicioso, por manera que a mejor librar la doctrina queda por sospechosa y el auctor no escapa sin mácula. Presupuesto que son tales los que lo dizen y adonde lo dizen, que es sobremesa, dignos son de perdonar, pues hablan no según los libros que avían leýdo, sino según los manjares que avían comido; porque muy poco sabe de burla el que no toma lo que se dize sobremesa de burla.
Muy antigua pestilencia es todas las obras virtuosas aver quien murmure dellas, y en esta regla no sólo entran los que las obran, mas aun los que las escriven, y parece esto ser verdad porque Sócrates fue reprehendido de Platón, Platón de Aristótiles, Aristótiles de Avenruyz, Secilio de Vulpicio, Lelio de Varrón, Marino de Tolomeo, Ennio de Oracio, Séneca de Aulo Gelio, Crastonestes de Estrabo, Thésalo de Galieno, Hermágoras de Cicerón, Cicerón de Salustio, Orígenes de Hierónimo, Hierónimo de Rufino, Rufino de Donato, Donato de Prósper, y Prósper de Lupo. Pues en estos varones tan heroycos y en sus obras cupo correpción, los quales fueron lumbre del mundo, no es por cierto mucho que quepa en mí, sabiendo como sé tan poco. Con mucha razón le han de notar de vano y acusar de liviano al hombre que aquello que un sabio escrivió sobre mucho estudio y acuerdo, no más de por leerlo una vez lo tiene en poco. Muchas vezes son reprehendidos los auctores y escriptores no de los que saben componer o traduzir escripturas, sino de los que no saben entendellas ni aun por ventura leerlas, porque a fin que las mugeres y hombres simples que están presentes los tengan por sabios, toman por partido de calunniar y dezir mal de aquella doctrina; porque piensen los otros que el que lo dize es un pozo de sciencia. [56] A Dios Nuestro Señor hago juez para que juzgue si fue buena o si fue vana mi intención de copilar esta obra, y junto con esto a los pies de todos los sabios y virtuosos pongo esta mi dotrina, para que ellos sean buenos protectores y defensores della; porque espero en mi Dios que si vinieren algunos que calunnien las palabras simples que dixe, no faltarán otros que tornen por la intención buena que tuve.
Declarándome más, digo que fueron muchos los que escrivieron de los tiempos deste Marco Aurelio, es a saber: Erdiano escrivió poco, Eutropio menos, Lampridio mucho menos y Julio Capitolino algo más. Es también de saber que los maestros que a Marco Aurelio enseñaron las sciencias fueron Junio Rústico, Cina Cathulo y Sexto Cheronense, sobrino que fue del gran Plutharco. Estos tres fueron los que principalmente como testigos de vista escrivieron todo lo más de su vida y doctrina. Muchos se espantan en oýr doctrina de Marco Aurelio, diziendo que cómo ha estado oculta hasta este tiempo, y que yo de mi cabeça la he inventado, y que jamás uvo Marco Aurelio en el mundo. No sé yo ya qué no osen dezir los que del número de los emperadores al buen Marco Aurelio osan quitar, pues es notorio a los que muy poco han leýdo que fue marido de Faustina, fue padre de Cómodo, fue hermano de Annio Vero, fue yerno de Antonino Pío, fue el decimoséptimo emperador romano. Los que dizen que yo solo compuse esta dotrina, por cierto yo les agradezco lo que dizen, aunque no la intención con que lo dizen; porque a ser verdad que tantas y tan graves sentencias aya yo puesto de mi cabeça, una famosa estatua me pusieran los antiguos en Roma. Vemos en nuestros tiempos lo que nunca vimos, oýmos lo que nunca oýmos, experimentamos no un nuevo mundo, y por otra parte maravillámonos que de nuevo se halle agora un libro. No porque yo en descubrir a Marco Aurelio aya sido cuydadoso y en traduzirle aya sido estudioso, es por cierto justo sea de los sabios notado ni de los embidiosos acusado; porque muchas vezes acontece en la caça que a manos del más pobre montero viene a morir el venado. La última cosa que los romanos conquistaron en España fue Cantabria, que era una ciudad en Navarra a ojo de Logroño, en un [57] alto puesta do ay agora un pago de viñas; y el Emperador Augusto, que la destruyó, hizo diez libros De Bello Cantábrico, do pone cosas assaz dignas de notar y no poco sabrosas de leer que le acontecieron en aquella conquista. Assí como a Marco Aurelio me truxeron de Florencia, assí este otro libro de la guerra de Cantabria me truxeron de Colonia. Si por caso tomasse trabajo de traduzir aquel libro, como son pocos los que le han visto, también dirían dél lo que dizen de Marco Aurelio; porque ay hombres tan largos en el hablar y tan cortos en el estudiar, que sin empacho o vergüença osan dezir que no ay libro oy en el mundo que ellos no ayan visto o leýdo.
Heme aprovechado en esta escriptura que es humana de lo que muchas vezes los doctores se aprovechan en la divina, en no traduzir palabra de palabra, sino sentencia de sentencia, porque los intérpretes no estamos obligados dar por medida las palabras, sino que abasta dar por peso las sentencias. Yo comencé a entender en esta obra en el año de mil y quinientos y deziocho, y hasta el año de veynte y quatro ninguno alcançó en qué yo estava ocupado; luego el siguiente año de veynte y quatro, como el libro que tenía yo muy secreto estuviesse divulgado, estando Su Magestad malo de la quartana me le pidió para passar tiempo y aliviar su calentura. Yo serví a Su Magestad entonces con Marco Aurelio, el qual aun no le tenía acabado ni corregido, y supliquéle humilmente que no pedía otra merced en pago de mi trabajo sino que a ninguno diesse lugar que en su Real Cámara trasladasse el libro; porque, en tanto que yo yva adelante con la obra y que no era mi fin de publicarla de la manera que entonces estava, si otra cosa fuesse, Su Majestad sería muy deservido y yo prejudicado. Mis pecados que lo uvieron de hazer, el libro fue hurtado y por manos de muy diversas personas traýdo y trasladado, y como unos a otros lo hurtavan y por manos de pajes le escrevían, como cada día crecían en él las faltas y no avía más de un original por do corregirlas, es verdad que me truxeron algunos a corregir que, si supieran hablar, ellos se quexaran más de los que los escrivieron, que no yo de los que le hurtaron. Añadiendo error sobre error, ya que yo andava al cabo [58] de mi obra y quería publicarla, remanece Marco Aurelio impresso en Sevilla, y en este caso yo pongo por juezes a los lectores entre mí y los impressores, para que vean si cabía en ley ni justicia un libro que estava a la Imperial Magestad dedicado, era el auctor niño, estava imperfecto, no venía corregido, que osasse ninguno imprimirlo ni publicarlo. No parando en esto el negocio, imprimiéronse otra vez en Portugal y luego en los reynos de Aragón; y si fue viciosa la impressión primera, no por cierto lo fueron menos la segunda y la tercera; por manera que lo que se escrive para el bien común de la república, cada uno lo quiere aplicar en provecho de su casa.
Otra cosa conteció con Marco Aurelio la qual he vergüença de la dezir, pero más la avían de tener los que la osaron hazer, y es que algunos se hazían auctores de la obra toda, otros en sus escripturas enxerían parte della como por suya propria, la qual parece en un libro impresso do el auctor puso la plática del Villano y en otro libro también impreso puso otro la habla que hizo Marco Aurelio a Faustina quando le pidió la llave. Pues estos ladrones han venido a mi noticia, bien pienso yo que se deve aver hurtado más hazienda de mi casa. En esto verán que Marco Aurelio no estava corregido, pues agora se le damos muy castigado; en esto verán que no estava acabado, pues agora sale perfecto; en esto verán que le faltava mucho, pues agora le verán añadido; en esto verán que no fue mi principal intento de traduzir a Marco Aurelio, sino hazer un Relox de príncipes por el qual se guiasse todo el pueblo Christiano.
Como la doctrina avía de ser para muchos, quíseme aprovechar de lo que escrivieron y dixeron muchos sabios, y desta manera procede la obra en que pongo uno o dos capítulos míos y luego pongo alguna epístola de Marco Aurelio o otra dotrina de algún antiguo. No se engañe el lector en pensar que lo uno y lo otro es del auctor, porque dado caso que el estilo del romance es mío, yo confiesso que todo lo más que se dize es ageno. Como los historiadores y doctores de que me aprovechava eran muchos y la doctrina que escrivía no más de una, no quiero negar que quitava algunas cosas inútiles y insípidas, y entretexía otras muy suaves y provechosas, [59] por manera que es menester muy delicado juyzio para hazer que lo que en una lengua era escoria, en la otra parezca oro.
Este Relox de príncipes se divide en tres libros: en el primero se trata que el príncipe sea buen christiano; en el segundo, cómo el príncipe se ha de aver con su muger y hijos; en el tercero, cómo ha de governar su persona y república. Començado tenía otro de cómo se avía de aver el príncipe en su Corte y Casa, sino que la sobrada importunidad de los amigos para que sacasse esto a luz me hizieron suspender la péñola. Como estoy tan ocupado en escrivir las Imperiales Corónicas, y junto con esto de predicar en la Capilla Real fiestas y quaresmas, y agora que sobrevino en hazerme Su Magestad Obispo y darme cargo de ánimas; dudo me quede lugar para que me ocupe en otras escripturas, mas por ésta yo prometo que en tanto que el Redemptor me diere vida, yo no dexe de escrivir para servicio de mi príncipe y de toda la república de España.


BIBLIOGRAFIE:


sursa: http://www.filosofia.org/cla/gue/guerp.htm